lunes, 20 de julio de 2009

Memín Pinguín #93-103

Memín y Eufrosina reciben en su casa a una pequeña niña, cuya presencia les traerá tantas alegrías, como tristezas y complicaciones.

Memín sigue pendiente de Trifón conforme va recuperándose. Toma la costumbre de llevarlo al parque cuando éste deja la cama, y en un día, mientras andan en eso, llega una mujer con una niña de cuatro años. Éste reconoce a Memín por su nombre y le deja encargada a la niña, llamada Alma, quien llama mucho la atención por ser tan rubia y de ojos azules. Memín se compromete y pasa la tarde jugando en el parque con Trifón y Alma a la vez. Pronto se da cuenta que la señora no regresa, y después de dejar a Trifón en su casa, espera vanamente con la niña. Ella aclara que la señora no era su mama y la había traído de muy lejos, confundiendo al negrito. Ven pasar a un policía y Memín piensa acudir a éste, pero la niña se muestra asustada ante los hombres uniformados, y lo hace desistir. Decide volver a casa con la niña, dando a entender a Eufrosina que se la dejaron y deben cuidarla. Eufrosina queda fascinada con la niña tan bonita y le prepara de comer, advirtiendo que después volverán al parque a buscar a la señora. Mientras Memín la limpia, ella menciona que aquella señora dijo que le iba a buscar una casa donde vivir. Memín se lo informa a Eufrosina, preguntándose si no refería a ellos, pero ella no lo cree, ya que son más pobres que nada. La niña acaba rendida por el sueño, y la dejan para volver al parque (¿dejar a una niña pequeña sola en casa? Aun dejándola dormida, no parece muy prudente). Se quedan esperando, hasta que un policía viene a advertirles que es muy tarde para estar en el parque. Regresan a la casa y al revisar la ropa de Almita, Eufrosina descubre una carta dirigida a ella. Memín se la lee, y resulta ser que viene de parte de la señora que le endilgó a la niña. Cuenta su historia, de cómo sus padres murieron en un incendio y ella tuvo que cuidarla, al no recibir respuesta de otros familiares que pudieran llevársela. Esa mujer admite ser muy pobre para mantenerla y no quiso darla a la policía porque la meterían en un orfanato, así que decidió que ella era la persona indicada para cuidarla, ya que fue vecina suya y siempre la admiró en secreto, reconociéndola como una mujer honrada y amorosa madre. Eufrosina queda conmocionada, feliz de tener una hija tan bonita, pero también preocupada por no estar a la altura de mantener dos niños. Tendrá que trabajar más y Memín ofrece ayudar en todo lo que pueda.
A la mañana siguiente, Memín se cerciora de que no fue un sueño, contento por tener una hermanita así. En la escuela, presume la novedad ante sus amigos, alegando que la cigüeña se la trajo. Ellos lo tachan de embustero. Le da la noticia al maestro, que está igual de incrédulo. Anuncia sus intenciones de dejar la escuela para trabajar, y Romero le hace ver que su idea es absurda, dando un ejemplo de que nunca progresaría sin estudios, lo que no ayudaría en nada a su madre y hermana. Memín se da cuenta de su error y que es mejor conformarse ayudando a Eufrosina en su trabajo y a cuidar a la niña. Al salir de clases, lleva a sus amigos a la casa, para presentarlos con su hermanita. Los deja esperando para pasar y ser recibido efusivamente por ella. Asegurándose de que ella los aceptará a él y Eufrosina como su familia, le hace la pregunta y la respuesta de Almita es afirmativa. Al verla, sus amigos se dan cuenta que dijo la verdad, aunque a medias, porque de ningún modo se tragan el cuento de que “vino la cigüeña”. Memín les cuenta como pasó todo y ellos lo apoyan. Lo invitan a jugar al callejón, pero Almita lo aborda, exigiendo que la acompañe al parque, y no puede rehusarse. Pasan los días. Eufrosina confecciona vestidos para ella y Memín la lleva al parque todas las tardes. Esa rutina se vuelve muy cansada para él, ya que se aburre de lo lindo, lamentando no poder estar haciendo lo que le gusta. Un día, Almita observa otras niñas jugando con sus muñecas. Memín pide una prestada para enseñársela y Almita luego no quiere devolverla. Se la arrebata, y ésta se pone a llorar, aunque le promete que luego le conseguirán una propia. Al enterarse Eufrosina del incidente, se compromete a comprarle una muñeca. Sus amigos apremian a Memín a que vuelva a jugar con ellos, porque se aproxima otro partido y deben prepararse, pero él no puede, ya que Eufrosina debe trabajar y no hay nadie más que se encargue de vigilar a Almita. La encuentra emocionada en la casa, esperando el regreso de Eufrosina con su nueva muñeca, pero cuando ésta la trae, al ser una muñeca simple de trapo y negrita, Almita la rechaza. Eufrosina se entristece, tomándola como una señal de que en el fondo la desprecia, y Memín se apresura a intervenir, dándole a Almita una historia triste sobre la muñeca, que nombra “Atanasia”, que nadie la quiere y amenaza romperla. La niña acaba aceptándola y luego Memín y Eufrosina verifican que en verdad no la despreciaba por el color, sino porque no era igual a la otra que vio, pero ya se muestra conforme. Memín se dispone a ir a jugar con sus amigos, pero Eufrosina tiene que entregar ropa y no puede llevar a Almita porque es un trayecto largo. Él ofrece llevarla consigo, prestándole sus mismas ropas para que no ensucie ninguno de sus vestidos. Así, pronto se reúne con sus amigos, extrañados al ver a la niña con facha idéntica a la de Memín, pero no tardan en ponerse a jugar. Durante el juego, el balón cae cerca de Almita y ella lo toma. Se rehúsa a devolverlo y Memín se lo arrebata, haciéndola llorar otra vez. La ignoran y siguen jugando, pero cuando terminan, Almita ya no se encuentra donde la dejaron. Memín entra en pánico, imaginando que se la llevaron, pero en realidad se había escondido detrás de un bote, en plan de berrinche. Reanudan el juego, y mientras Memín corre tras el balón, Almita lo sigue, justo cuando otros caen sobre él, como parte de una jugada que sale mal (parece que olvidaron que jugaban soccer y no futbol americano). Memín abandona el partido al ver el daño recibido por Almita, trayéndola de vuelta a casa. Al verla ensuciada y con las rodillas raspadas, Eufrosina se enoja con Memín, echando una serie de comparaciones, que le hacen pensar que la quiere más a ella. Celoso y sintiéndose reemplazado, Memín cae en un estado depresivo, y cuando Almita intenta animarlo, reacciona con irritación, haciéndola llorar. Eufrosina no tarda en ir a reclamarle, pero al darse cuenta de su tristeza, va suavizándose. Al explicarle Memín que está sentido por el favoritismo hacia la niña, siente que sale sobrando y debería irse de la casa. Eufrosina lo abraza y deja en claro que ella siempre lo querrá, y sólo esta compartiendo una parte de su corazón con la niña que ya no tiene padres. Memín alega también compartir su afecto con Almita, demostrándolo al disculparse por haberle hecho pasar un mal momento, y así los tres se unen en otra escena enternecedora. Pero la felicidad no dura mucho, ya que Eufrosina siente que Almita tiene calentura de repente. La recuesta y envía a Memín a traer al mismo doctor que atendió al anciano moribundo.
Debido a que hay demasiada gente esperando ser atendida por el doctor, Memín, ingenuamente, se mete una piedra en la boca, aparentando que tiene una muela inflamada, esperando que así lo dejen pasar primero. La recepcionista le hace ver que para eso sirven los dentistas, contrariándolo, y dejando que los otros que esperan se burlen de su metida de pata. Al ver salir un paciente con que había terminado, Memín se cuela. La recepcionista lo sigue, tratando de sacarlo, pero el medico permite que se quede y le cuente su problema. A Memín se le olvida a que venia (¿no que tanta urgencia?), y ya se está retirando cuando se acuerda de lo del Almita. Atropelladamente, cuenta los detalles de la historia de Almita, que ni vienen al caso y confunden al medico, hasta llegar al punto en que se enfermó repentinamente. Arriesgandose a dejar a su clientela esperando más de lo debido, el medico acepta tomar el caso y sale discretamente con Memín por otra puerta. Mientras, Eufrosina le raza a la Virgen porque no le quite a la niña con quien tan pronto se ha encariñado. El medico llega oportunamente, y después de revisar a Almita, la diagnostica con sarampión (que Memín entiende al principio por “escorpión”). Les da una lista de lo necesario para tratarla y cobra una módica cantidad, aunque igual Memín sugiere que les haga una “rebajita”.Eufrosina se empeña en trabajar mucho más para surtir a Almita con lo que necesita y así, poco a poco, va recuperándose del sarampión. Memín ya no puede ir a jugar con sus amigos, por ayudarla a planchar la ropa, y aunque ellos lo echan en falta, admiran su sentido de responsabilidad.
Después de planchar un rato, Memín pasa a comer, olvidándose de que dejó una prenda bajo la plancha encendida. El olor a quemada lo perciben tanto él como a Almita, mas Eufrosina no huele nada. Al terminar, Memín y Almita descubren los calzones quemados y perforados por la plancha. Ella pregunta si puede coserse, dándole la idea a Memín de conseguir un trozo de tela para parcharlo. No consigue del mismo tipo y teme que no se ve muy favorecedor. Decide ir él mismo a entregar la ropa para que Eufrosina no lo sepa, y Almita insiste en acompañarlo. Después de ofrecerse, sale cargando la canasta sobre la cabeza, con Almita siguiéndolo de cerca. La casa pertenece a la familia López, ubicada en una zona retirada de ricachones (¿Cómo puede una humilde lavandera conseguir clientes tan finos de tan lejos?). Al llegar, los recibe la sirvienta, que no deja de reparar en la preciosa niña. Memín presenta a Almita como su hermana, provocándole una serie de risas, ya que de ningún modo puede creer que sea hija de la mujer negra y fea que lava la ropa. Esos comentarios ofensivos encienden a Memín y arremete salvajemente contra ella. La aparición de la señora López lo obliga a dejarla. Ella no le da importancia al conflicto y se fija en Almita. Invita a los dos a pasar, ofreciéndoles chocolates. Memín siente que puede confiar en la señora y le dice la verdad sobre como llegó a volverse su “hermanita”. Ella se muestra muy interesada y le regala una muñeca que la niña había agarrado. Memín nota que pese a su amabilidad, la señora López se ve muy triste, lo que de algún modo provoca la presencia de la niña. Le confiesa que echó a perder la ropa interior de su marido, pero ella sólo sonríe, diciendo que no pasa nada y pueden seguir recogiendo la ropa para lavar como de costumbre, sin inconveniente alguno. Pide que cuando Eufrosina venga a recoger la ropa traiga a la niña consigo. Se despiden, agradeciendo su generosidad. Al volver a casa, lo primero que hace Almita es enseñar su nueva muñeca a Eufrosina, que al ser de mejor calidad que la que ella le compró, la pone triste de nuevo. Memín lo nota e intenta hacer el valor de la muñeca humilde, pero Eufrosina prefiere dejarlo así y pasan a hablar sobre lo que pasó en casa de los López. Al escapársele a Memín lo de los calzones arruinados, Eufrosina teme que eso la perjudique a ella y que al día siguiente que vaya, la despidan. El negrito le asegura que no, pero ella no está convencida. Al día siguiente, Memín va apurado a la escuela, y Eufrosina se dispone a ir con los López llevando a Almita. Al mismo tiempo, en la casa de ellos, la señora López comparte con su marido su impresión sobre la niña, quien le recuerda a la hija que ellos tuvieron y que murió a los cuatro años. Expresa su deseo de adoptarla, pero éste le aconseja olvidarlo, ya que si la niña tiene su hogar con la lavandera y su hijo, no querrán dársela. Aun así, lo convence de ponerse de su lado para hacerle la proposición en persona. Eufrosina está nerviosa cuando la invitan a pasar a la casa, temiendo que no le paguen y la despidan después de regañarla, pero los López se muestran amables. Le regalan juguetes a Almita y mandan a la criada a que la saque afuera a jugar, ya que quieren hablar a solas con la lavandera.
Van directamente al grano, compartiendo su tragedia personal (que ella ya debía saber, o así lo insinúan) y como al no poder tener más descendencia, piden de buena fe que les deje a la niña. Eufrosina pone delante su amor de madre, rechazando su propuesta. Ofrecen darle una cantidad de dinero, pero no puede venderla, y tampoco entiende razones al exponerle las complicaciones que traerá por las necesidades que tendrá, cosas que ella no puede darle. Se dan por vencidos, pero seguirán contratándola, demostrando que no hay rencores. Eufrosina siente no poder complacerlos, pero le agradecen su atención de todos modos. Una vez que han vuelto a la casa, Eufrosina se decide a preguntarle a Almita si le gustaría vivir con los López, donde tendrá mejores cosas que las que puede tener al permanecer con ellos. Ella no tiene objeción, pero al saber que ella y Memín no estarán a su lado, se niega, asegurando no querer más madre que Eufrosina, lo que la conmueve hasta las lágrimas. Al llegar Memín, Almita le muestra sus nuevos juguetes, proponiéndole que juegue con ella a “las comadritas”. Él se niega, pero al verla llorando porque no se atiene a sus caprichos, no le queda más remedio. Se pone un rebozo y un moño, sosteniendo a la muñeca Atanasia. Almita simula una visita social llena de simplezas, que van poniendo a Memín a roncar. En eso, llegan sus amigos, que al descubrirla en esas fachas, deciden cortarlo de inmediato, avergonzados de que haga cosas de niñas. Él se despierta y los saluda como si nada, pero luego se percata de su desprecio. Intenta darles una explicación, pero ellos lo dejan con la palabra en la boca y se marchan. Memín va a contarle a Eufrosina que sus amigos lo cortaron por hallarlo jugando a “las comadritas” por exigencia de Almita. Ella sólo se ríe al pensar en el espectáculo que dio luciendo así, comentando que le alegra que lo cortaran, porque les había escuchado que querían invitarlo a irse a pelear al callejón, como parte de una disputa de territorios (¿niños de primaria peleándose por territorios como sí fueran maleantes? Diría que Memín y sus amigos no aprenden lo suficiente respecto a normas cívicas para andar participando en cosas así). Al escuchar esto, Memín se reanima, y se apresura a correr tras ellos, llevándole la tabla con que Eufrosina lo azota. Ella expone que no le gusta que ande peleando mientras éste se aleja corriendo, denotando que su falta de autoridad como madre es compensada por su capacidad para aplicar castigos fisicos severos. Con el uso de la tabla, Memín se impone ante los del bando enemigo, salvando a sus amigos que ya estaban casi vencidos. Hacen huir a los invasores, y luego les exige que se disculpen por haber puesto en duda su hombría (pelear vulgarmente por ganarse un lugar para jugar no parece una muestra de hombría, más bien de bravuconería). Ellos se retractan y lo cargan, haciéndolo recuperar su buen humor.
Al disponerse a volver a sus casas a que los curen (¿sin regañarlos?), ven que Memín lleva de vuelta la tabla, y él alega que es mejor así, ya que con los golpes, se achataron los clavos, y de no hacerlo, Eufrosina conseguiría una nueva. Sus amigos opinan que es más listo de lo que parece cuando le conviene. Memín encuentra a Eufrosina llorando, creyendo que es por haberla desobedecido al irse a pelear, pero en realidad es porque está resintiendo de nuevo la posibilidad de perder a Almita, debido a su plática con los López. Memín se pone triste al pensarlo y comparte su pena, terminando con los dos rezando ante la Virgen, pidiendo (egoistamente) que no acaben perdiéndola. Almita escucha todo sin que se den cuenta, sintiéndose mal por haber apreciado las atenciones que le dieron, no queriendo que por haber gustado de eso pudiera perder a su madre y hermano. Toma a la muñeca que la señora López le dio, dispuesta a devolvérsela. Ignorando los peligros que implican para una niña pequeña internarse sola en las calles, milagrosamente, logra llegar a salvo a cada de los López. La dejan pasar y pone a la muñeca en su lugar, lamentando no poder aceptarla. La señora López intenta convencerla de que se quede a vivir con ellos, asegurando que podría seguir viendo con frecuencia a Eufrosina y Memín, pero la pequeña se niega. Se muestra firme y asegura haber venido por decisión propia, por lo que la señora no insiste más y ofrece llevarla de regreso a su casa. En el camino, las divisa Eufrosina, que había salido, buscando con angustia a la niña al no hallarla en la casa. Al principio, piensa que la señora López se la robó, pero éste le aclara que no fue así, animándola a seguirla queriendo y cuidando. Eufrosina y Almita pasan por otro intercambio de palabras para aclarar que el color de la piel no importa y la niña la acepta como su madre sin importar que. Almita vuelve a apreciar a la muñeca Atanasia, para alegría de Memín, y pasan otra temporada sin que nada empañe la felicidad de los tres. Transcurren los días y Memín vuelve a pasar las tardes jugando béisbol con sus amigos en el callejón (aunque se supone que estaban jugando futbol para prepararse para otro partido ¿quizá dicho encuentro sucedió fuera de cuadro?).
Una tarde, cuando está a punto de terminar su trabajo, Eufrosina descubre que Almita tiene calentura otra vez. Deja a la niña encargada con una vecina y corre a traer al doctor. Al volver con éste, quien diagnostica a Almita con una especie de asma, alegando que necesitará medicinas más caras y radiografías de sus pulmones. La vecina sugiere darle la niña los López que podrían cuidarla mejor, pero siguiendo su necedad, Eufrosina echa en saco roto el consejo. En cuanto Memín regresa, lo manda a conseguir las medicinas, y se les va casi todo el dinero en ellas. A pesar de los cuidados y atenciones, Almita no mejora y requieren de más dinero para las medicinas. Memín trata de empeñar su vieja radio, pero como tiene fundidos los bulbos, no se la aceptan. Al darle las malas noticias a su má linda, ella decide acudir a los López, justo cuando a su retoño acaba de acordarse de la lavadora que casi no llegaron a utilizar, de la que podría sacar suficiente. Eufrosina no quiere enterar a la señora López de lo que le pasa, pidiendo que le pague por adelantado, pero ésta intuye lo que sucede y estalla en lagrimas. Simpatizando con ella porque conoce el dolor de la perdida de una hija, le da el dinero y sus mejores deseos. De ese modo, vuelve a mandar a Memín por las medicinas. En el camino, encuentra a sus amigos, que al poner al tanto de la situación, cooperan y cada uno le da lo que puede, y él se los agradece emocionado. Justo cuando vuelve con las medicinas, alguien toca la puerta. Un medico desconocido pregunta por la enferma, sin dar explicaciones, pasa a la casa y la atiende, mientras Memín y Eufrosina observaban, confundidos. Después de revisarla, les da otra lista de medicinas, indicando que las que tienen, no son las adecuadas, y en caso de no poder devolver esas, les da una fuerte cantidad de dinero extra. Eufrosina lo ve sospechoso y no quiere aceptar el dinero, pero Memín le recuerda que lo importante es la salud de Almita y permiten al doctor desconocido hacer su trabajo. Así, se vuelve una extraña rutina en la que toleran la presencia del individuo, que todos los días la revisa e inyecta, y pronto la niña va mejorando. Memín lo toma por un “loco”, pero al comentarlo con sus amigos le hacen entender que es un medico de verdad o la niña no mostraría mejorías. En el ultimo día, el medico se despide, alegando que sólo quedaría hacerle las radiografías. Eufrosina pregunta sí no lo mandaron los López, pero éste no dice nada y se va. Con todo, su suposición es muy acertada y obvia, por lo que Eufrosina va a su casa para darles las gracias. Al presentarse con la señora López, insinúa que pudiera haberlo hecho esperando que le den la niña a cambio, pero ella deja en claro que sólo quería evitarle la pena de perderla. Conmovida por su muestra de nobleza, Eufrosina comprende que lo mejor es dejar Almita viva con ellos y le expone su idea, acordando traerla próximamente. La señora López se ilusiona y le agradece, no sin antes hacerle ver que la niña podría no acceder, mas Eufrosina replica que la dejará ahí, y con el tiempo, ella los olvidará y se sentirá feliz en su nuevo hogar. Siente mucha pena por tener que dejarla, pero es lo mejor para ella, porque no puede arriesgarse a que enferme otra vez. Después de que la niña duerme, Eufrosina habla seriamente con Memín, haciéndole entender que deben resignarse a que Almita se vaya con los López. Aunque los dos se ponen muy tristes, acuerdan lo que deben hacer.
A la mañana siguiente, antes de ir a la escuela, Memín se despide silenciosamente de Almita. Allá, estalla en lágrimas, mientras explica a sus amigos sobre el sacrificio que harán al ceder a la niña. Ellos hacen lo posible por animarlo, concordando en que es necesario, pero no logran levantarle el ánimo. Eufrosina aparenta que todo está normal frente a Almita, hasta que llega la hora de ir a casa de los López. Mientras la niña va a ver la muñeca que devolvió, Eufrosina se suelta llorando frente a la señora López, quien le vuelve a agradecer, asegurando que ese sacrificio será recompensado. Al irse la lavandera, ella le dice que Almita que ha tenido que ir al mercado, y luego volverá a recogerla, una mentira blanca, para distraerla jugando sin que se preocupe.
A la salida de clases, Memín sigue tan deprimido que ni se le antoja tomar un helado cuando Ricardo les invita, pero acaba aceptando para complacer a sus amigos. En casa, a la hora de la comida, tanto él como Eufrosina se esfuerzan por actuar normal, como si Almita nunca hubiera estado ahí, pero ya en solitario los dos dan rienda suelta a sus lágrimas. La muñeca Atanasia sigue ahí, recordándole a Memín, y luego se distrae, rompiendo unos platos mientras lavaba, pero Eufrosina no se disgusta en absoluto, sabiendo que sufre. En casa de los López, le dan más juguetes a Almita, y acaba comiendo en compañía de ellos, sin que ella se de cuenta de que así están empezando a actuar como familia. Sigue preguntando cuando vendrá Eufrosina por ella, pero se queda dormida antes de recibir respuesta. Ni jugar béisbol en el callejón consigue reanimar a Memín. Sus amigos le insisten que sea fuerte y recuerde que es por el bien de Almita. En el caso de ella, también está triste, extrañándolos a ambos. En un descuido, escapa por la ventana y sale a buscarlos. Eufrosina acababa de volver de unas compras y divisa a la niña. Se encierra en la casa, esforzandose en no atender a sus desesperados ruegos, porque luego no podría volver a dejarla. La niña suplica inútilmente, sin conseguir que le abran la puerta, y corre hacia el callejón, buscando a su hermano postizo. Al verla, Memín intenta mostrarse indiferente. Almita se aferra a él, exigiendo saber porque no la dejan regresar, y no hallando otro modo de dejarlo más claro, el negrito replica que la vendieron a los señores López porque les hacia más falta el dinero. Ella no quiere creerlo, pero como Memín mantiene firme su rechazo, se aleja llorando desconsolada. Sus amigos le impiden que corra detrás de ella, justo cuando pasa la señora López en su auto, llevándola consigo, lo que ahora significa el último adiós. Memín llora con tristeza al verla irse de su vida para siempre. No tarda en anunciarse una tormenta y sus amigos corren para resguardarse en sus casas. Al caer el aguacero, a Memín no le importa y recorre las calles, rumbo a la casa de los López, sólo para ver desde lejos el lugar donde se encuentra la niña. Eufrosina llega con paraguas en mano, recordándole a lo que se comprometieron, y se lo lleva cargando hasta la casa, donde duermen abrazados, en un intento por disipar la pena y el dolor de su perdida.

Después de tanta atmosfera lacrimógena y depresiva, viene el epilogo optimista y cómico, que cierra totalmente esta parte de la historia. En cierto modo, se parecía demasiado al incidente anterior con Carlangas en cuanto a la muestra del sacrificio por el bien del ser querido a quien perjudica el aferramiento, pero aquí las circunstancias son concluyentes (Almita no volverá a aparecer), por desgracia. Aunque es mejor así, porque uno se acostumbra más a Memín haciendo de hijo único para representar el amor filial con su má linda.

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