lunes, 22 de febrero de 2010

Memín Pinguín #360-362

Después de celebrar el Día de Muertos, Memín acaba cargando con una perra. En el transcurso de una noche y la mañana siguiente, debe cuidarla y ver como devolverla a donde pertenece.

Memín llega a tiempo a casa para ayudar a Eufrosina a arreglar las ofrendas para el Día de Muertos. En cuanto terminan, pide permiso para ir con sus amigos (¿no acababa de estar con ellos?), asegurando que no le entrará a nada del Halloween, expresándose por los mexicanos orgullosos de mantener sus tradiciones (si, bueno, pero de todos modos es 2 de noviembre ¿no? ya ni al caso acordarse del 31 de octubre).
Encuentra a sus amigos contándose entre si, historias de terror que son más risibles que nada. Memín aprovecha el ambiente para pegarles un susto. Lógicamente, se enfadan y lo retan a que los acompañe a seguirse contando historias en el cementerio. El negrito vacila, como siempre, pero los sigue y pronto ya andan sentados sobre las tumbas, contando otro cuento chafa. Una perrita melenuda anda aullando a sus espaldas y como Memín estaba de frente, es el único que no se espanta, burlándose de sus amigos otra vez. Los cuentos siguen para interrumpirse ante la presencia de un ser de ultratumba, y ahora son los tres los que pueden verlo, y salen corriendo, dejando a Memín creyendo que los asustó con su historia. El espanto hace que Memín se desmaye y sus amigos se apuran a regresar por él. Apenas vuelve en así cuando la aparición lo hace desmayarse otra vez. Finalmente, el horrible ser se quita la mascara, revelando ser solo el vigilante del cementerio, que en esas fechas acostumbra disfrazarse porque los niños tienen un gusto malsano de meterse ahí a contarse cuentos de terror, perturbando el descanso de los muertos (¿de verdad hacen eso? se supone que es un día para estar en familia y más considerando que la mayoría de los cuatro tienen parientes que homenajear esa noche). Memín despierta y se vuelve a asustar ante el viejo (la verdad no hace mucha diferencia sin la mascara). Sale corriendo, seguido por la perrita y hasta pasan por un policía que no se explica como se aterra ante el pobre animal. Sus amigos se disculpan con el vigilante y regresan a sus casas.
Sin dejar de correr, el nervioso Memín vuelve a su casa, tratando de disimular su miedo ante ante Eufrosina, y luego reparan en la perra que ya se acomodó muy campante. La lavandera exige a Memín que la eche afuera, y muy a su pesar, no le queda más que obedecer. La perra se aleja pero no tarda en volver para causarle lastima al negrito, quien interpreta que tiene hambre y se vuelve para servirle leche. Ella aprovecha su distracción para treparse en la cama, despertando a lenguetazos a Eufrosina. Irritada, ella cree que Memín la desobedeció y lo manda a la calle junto con la perra. Mientras la ve beberse la leche, se le ocurre llamarla “Botanita” y luego le da por irse a pedir posada con alguno de sus amigos. Va primero a la carpintería de Ernestillo, pero tanto él como su padre se fueron a ver el espectáculo del Día de Muertos en Mixquic (como les gusta hacer referencias culturales, interesantes, pero no vienen al caso, ni siquiera dan detalles para los que no estamos familiarizados con eso ¿ahora la publicidad implica incitar a los lectores a averiguar más sobre las tradiciones en algunas partes del país?). Trata con Carlangas, pero sólo consigue hacer enfadar a uno de los vecinos, mientras que los Arozamena se fueron a la función de medianoche, viendo una peli de terror en honor al día (dudo que alguien vaya al cine a esa hora el 2 de noviembre, más que nada porque actualmente no pasan nada bueno en este genero, ajum). Ya sólo queda ir con Ricardo, justo en el momento en que éste le anda dando buenas noches a sus padres para irse a dormir. Memín llama su atención a gritos, y en eso se mete Botanita, alertando a Tosca y Goliat, que siguen sus instintos territoriales y la obligan a regresarse al otro lado de la cerca con el negrito. Ricardo sale para inquirir el motivo de la visita nocturna de Memín y al notar la forma de actuar de la perra, deducen que quiere llevarlos de regreso al panteón porque el sepulturero podría ser su dueño. Por supuesto, ninguno está dispuesto a ir para allá a esas horas de la noche y después de que tanto sus padres como los perros se han dormido (¿no se supone que mientras los humanos duermen los animales están despiertos? Se que los nocturnos suelen ser los gatos pero los perros igual y montan más guardia de noche que de día), Ricardo invita a Memín y a Botanita a su habitación. El negrito le pide algo de comer, y cuando su amigo vuelve con una caja de galletas, ya se ha acurrucado con la perrita sobre la cama y él opta por acompañarlos.
A la mañana siguiente, Botanita se ha devorado casi toda la caja antes de que Ricardo y Memín despierten. Mercedes entra para recordarle a su hijo que es hora de ir a escuela, por lo que les indica a sus “huéspedes” que se metan debajo de la cama. Ella no deja de notar como quedó la caja de galletas y Ricardo trata de cubrir a la perra, alegando que tenia tanto hambre que comió a lo bestia. Luego, Mercedes nota pulgas sobre la cama, escandalizándose y ordenando a la criada que bañe inmediatamente a Tosca y a Goliat (pero son perros guardianes, en ningún momento se supone que se metan a la casa y ni parece que les den tanto cariño como para que le peguen los piojos a uno). En cuanto ella se marcha, Ricardo decide bañar él mismo a Botanita para después exigirle a Memín darse una ducha, notando como no deja de rascarse. En casa del negrito, Eufrosina también anda rascándose y decide darse un baño antes de lo acostumbrado.
Después del baño, la perrita se queda viendo el clásico adorno de la cruz en el techo, y Ricardo y Memín concuerdan que es otro indicio de que quiere volver al panteón. Deciden volarse las clases y llevarla ahí de una vez, dejando a Carlangas y Ernestillo extrañados por su ausencia y suponiendo que tuvieron pesadillas por lo del día anterior.
En el cementerio, hablan con el viejo vigilante, quien aclara no ser el dueño de la perra, pero que también se la pasaba dándole señas para que la siguiera a algún lado. Al verla acomodarse sobre una tumba reciente, Memín deduce que quiere volver a su casa, que debe ser con los parientes del difunto. Botanita ofrece su pata al anciano en señal de agradecimiento, y ya después Memín y Ricardo la siguen, llegando al cruce del metro, que era el impedimento para que ella volviera a casa. Dejando en claro que era una perra lista, pero no tanto para utilizar el paso peatonal, la guían y al fin están frente a la puerta de su casa. Botanita rasca la puerta ansiosamente y los dos la siguen para tocar, siendo recibidos por la viuda del sepultado, quien de inmediato reconoce a su mascota perdida por su nombre original, Candy. Tiene lugar la feliz reunión entre la dueña y su fiel perra, contando que luego del entierro, la dejaron en la tumba y no se le ocurrió que siguiera ahí, pasando mucha tristeza por su ausencia (si, esa es toda la gran historia y se diría que lamentaba más la ausencia de ella que la de su esposo). También señala la inteligencia de Botanita/Candy, casi como la de un humano, lo que hace que a Memín (y al argumentista, que con algo tiene que salir para dejarnos en suspenso), se acuerde que tienen examen, por lo que se van corriendo de vuelta a la escuela sin haber recibo recompensa alguna aparte del agradecimiento de la señora.

lunes, 15 de febrero de 2010

Memín Pinguín #357-359

La carpintería del padre de Ernestillo está en peligro de perderse por culpa de deudas. Memín intenta ayudarles con la situación, pero mete la pata y complica más las cosas, obligándose a comprometerse a irse por una muy conveniente opción que promete resolver todo.

Al llegar a la carpintería, Ernestillo encuentra a su padre después de recibir una advertencia sobre pagar la renta a tiempo. Le confiesa que tienen un problema entre manos, pero en vez de mencionar la causa de inmediato cambian al escenario del día siguiente. Memín y los demás andan jugando béisbol en el callejón acostumbrado (uno que no es el que ya perdieron números atrás ¿verdad, argumentista anónimo que no parece haber leído con atención todo el material pasado de Doña Yolanda?). Memín anda alegando sobre sus malas jugadas hasta que lo ponchan y nomás porque si le da por quitarle los lentes a Ricardo y ponérselos un momento. Ernestillo excusa que debe irse temprano para ayudar a su padre con el trabajo atrasado (¿si tanto les urge porque perdió el tiempo jugando?). Memín ofrece echarle la mano, pero Ernestillo se asegura de hacer caso la advertencia de Carlangas de no darle alas. Se despiden y el marcha hacia la carpintería sin reparar en que el negrito se le pegó como sanguijuela, y sólo lo nota cuando el señor Vargas lo señala al llegar. Lo deja quedarse y anuncia que irá al mercado, ignorando las protestas de Ernestillo porque ya deben mucho de lo que les fian, animando al chico para que sólo se preocupe por estudiar. El señor Vargas se retira y Ernestillo pone manos a la obra, dándole un zape a Memín en cuanto lo ve tomando un martillo. Rápidamente se disculpa y le expone que su padre hizo un préstamo que deben terminar de pagar para no perder la carpintería y el trabajo encargado es imprescindible para que logren librar la deuda. Después, Ernestillo sale a comprar más clavos, encargándole al negrito no tocar nada hasta que vuelva. Haciendo la choteada imitación del carita de ángel con aureola y todo, Memín de inmediato se propone ayudar a la elaboración de los muebles, creyéndolo muy fácil. Obviamente, el negrito no tiene ni idea de que hacer, olvidando las veces anteriores en que ayudara con el trabajo de carpintería (en el lejano Memín Pinguín #6), y hace todo a lo tarugo, distrayéndose al imaginar que luego lo recompensarán con un pavo relleno. Ernestillo regresa y contempla los desperfectos, mientras Memín ya anda diciéndole que no tiene que darle las gracias y que le bastará con el pavo. Ahorcándolo con furia, Ernestillo le espeta que ha echado a perder todo el material, mostrándole los desiguales cortes de las patas de las sillas, que según el negrito se ven muy “modernas”. Le arroja una de las piezas, provocando que le caiga un balde de pintura blanca encima. Memín pide ayuda para despintarlo o Eufrosina se enfurecerá al verlo (como él siempre andaba intentando “blanquearse”), pero él sólo sigue regañándolo. Ignorándolo, Memín toma un trapo para limpiarse y luego anda usando el mismo para disque para limpiar todo. Le insiste con lo del pavo, haciendo que Ernestillo crea que es un insulto dirigido hacia su padre y ya lo exaspera al grado que el negrito opta por poner pies en polvorosa. Corriendo llega a su casa y se esconde bajo la mesa, pero Eufrosina lo saca y le exige una explicación. Él le cuenta todo y que ahora tienen que pagar los daños, mas ella le aclara que es su responsabilidad el reponer todo ya que fue su culpa. Le da a elegir entre encontrar el modo de ayudar con ese lío o sufrir una dosis extra de tablazos. Memín se compromete y con tabla en mano, su má linda lo corre para que se apure a pensarle como le hará. El señor Vargas encuentra el desastre en la carpintería y Ernestillo, con su nobleza típica, decide no revelar que fue obra de su amigo atarantado, dejando que lo culpe a él. Muy decepcionado, Juan lo apremia a que se vaya y lo deje solo, para lamentarse sobre que ahora si no tienen esperanzar de salvar su negocio. En ese mismo momento viene el licenciado encargado únicamente para darle el aviso de desalojo, el cual, el señor Vargas tarda en captar, ya que al parecer, es medio analfabeta. Le dan una semana para pagar esa deuda, haciendo caso omiso a sus suplicas. Ernestillo vuelve para preguntar que pasa, pero de nuevo le exige que se marche (aunque luego quien se va es el señor Vargas y lo deja leyendo el papel).
Al día siguiente, Carlangas y Ricardo andan comentando sobre el mal semblante que le notan a Ernestillo (¿no deberían ir a preguntarle directo en vez de hablar de él a sus espaldas?). Le preguntan a Memín si sabe algo, y responde mintiendo que no. Amenazándolo con su puño, Carlangas lo hace cantar, pero como siempre, se hace bolas y deben presionarlo hasta que al fin les cuente todo y como él lo echó a perder. El profesor Romero viene a impartir la clase y al siguiente cuadro ya han salido (¿lo hacen salir nomás para anunciar la clase pero nada de contenido? Pffft, así ni caso tiene que lo pongan a cuadro). Ernestillo se fue y la verdad es que en todo el día ni lo vimos, puras habladas de los otros sin su presencia. Carlangas y Ricardo preguntan a Memín si ya ha pensado que hacer y su “brillante idea” es pedir dinero prestado al padre de Ricardo, y éste responde con el clásico sarcasmo de si no quiere algo más (cierto, pero la verdad es que si es una emergencia ¿para que otra cosa están los padres de los amigos? y entre los padres se han llevado bien hasta ahora, que brutos). Carlangas le advierte que se deje de sugerencias absurdas y piense en otra cosa, pero de pronto, el negrito echa a correr hacia donde se ha reunido una multitud de chiquillos y los dos lo siguen. Memín supone que hay una riña y busca colarse para poder verlo en primera fila (que metiche, pero no están en una situación como para distraerse con esas cosas, tsk tsk). Cuando al fin se abre paso entre el gentío, descubre que lo que contemplaban era un cartel en un poste que anuncia una carrera de bicicletas que ofrece premio en efectivo o una bicicleta ultimo modelo. Que coincidencia tan conveniente ¿no? Definitivamente se rompieron la cabeza para pensar en algo cuando nos dejó picados al final del 358. Así es. Puro sarcasmo. ¿Y porque rayos se juntan tantos sólo para ver ese cartel? Ni que fuera el anuncio de un evento especial, sólo una mugrosa y oportunisima carrera, que ni siquiera ofrece más información sobre si es de admisión libre o cuales son los requisitos. Los giros aquí los sacan de la manga de un número a otro, es la nueva formula de la revista, nada que ver con las otrara tramas cuidadosamente preparadas por la autora.
Carlangas y Ricardo de inmediato concuerdan en que es la mejor solución para el problema de su amigo y ya andan comentando sobre inscribirse. Ricardo informará a Ernestillo para que lo asista, mientras que Carlangas se haya en el predicamento de que ni bicicleta tiene (¿ya perdió la que le regalara su padre y se llevó consigo cuando volvía a irse a vivir con Isabel?). Viendo que participando los dos habrían tenido más oportunidades, Carlangas lamenta que su padre no gane tanto como para afianzarle una. Memín, que al leer el cartel quedó en shock, emocionado por la bicicleta ultimo modelo, repite la palabra una y otra vez, haciendo que Carlangas crea que se refiere a que él tiene una. Con eso, creen que la han hecho, aunque él no tarda en desanimarse ya que tendrá que aguantar al negrito como su asistente. Ricardo lo anima a resignarse y le comunica a Memín que trabajarán juntos. Memín se entusiasma, aunque luego le pregunta sobre en que deberá asistirlo, desesperándolo, y más aun, ya que enseguida vuelve a preguntar que es lo que debe hacer. Sin hacer aclaraciones sobre la nueva metida de pata de Memín, cada quien se va para su casa, y en la suya, Memín presume de su inteligencia al haber dado con la solución para el problema de su amigo (¡pero si ni pensó en nada! nomás se quedó embobado viendo la foto de la bici del premio). Eufrosina la reclama que se ha metido en algo muy peligroso, pero él la convence de que es por el bien de su amigo, y con eso tiene para calmarla.
Pasan a otro día de clases en el que Romero ya parece cualquier maestro sin chiste que ni vale la pena mostrar el desarrollo y pasarse a la hora de la salida. No dejan de comentar como el ambiente se contagia por las expectativas de la carrera (¿entonces es una carrera de puros escuincles de primaria? ¿Cómo esperan saldar deudas con el dinero que ofrezca un evento como ese?). Los cuatro amigos debaten sobre el tema y no dejan de echarle en cara a Memín que todo es culpa suya, aunque el tipazo de Ernestillo sigue defendiéndolo. Se separan para empezar a prepararse en las duplas que han formado. Carlangas y Memín se echan una rutina muy mala de un dúo de comediantes antes de ponerse de acuerdo (le dan muchas largas al asunto y Memín replica con puras tarugadas, en especial menciona que sabe como pueden ganar y Carlangas le insiste a que lo suelte, interpretándolo muy literalmente). La estrategia de Memín es preparar la bici de Carlangas para que quede como nueva, y él queda aturdido, dándose cuenta que eso significa que el negrito no tiene y se han metido en camisa de once varas. Su rutina continua unos cuantos cuadros más en el que ya hasta Memín intenta desviarse del tema hablando de sus zapatos (en verdad quisiera saber quien es el idiota que escribe esto, cierto que Memín es sangronsisimo pero a partir de aquí dice puras estupideces). Al fin, antes de provocarle una severa jaqueca a Carlangas, le viene la idea de que utilicen un depósito de basura para encontrar partes desechadas de bicicleta, con el propósito de armar una. A Carlangas no le parece y menos revolcarse entre los desperdicios, pero en su desesperación, acepta y así se sumergen ambos en el montón. ¿Tienen que sumergirse echándose un clavado? Esto no es una caricatura. Lo que se hace es rebuscar apartando y apilando entre la basura. Muy mal ejemplo para los niños que luego se acaban haciendo daño al intentar hacer lo mismo.
Ernestillo y Ricardo terminen con su preparación y toman un descanso, comentando sobre como será la bici de Memín, que ni sabían que tuviera. En eso, Memín y Carlangas ya andan armando la bici improvisada con la chatarra que encontraron, pese a que es muy improbable que en un solo basurero consiguieran todas las piezas, por no decir que armar ese tipo de vehiculo no es tan sencillo y menos para un par de principiantes. La bicicleta queda espantosa a la vista y a Carlangas no le parece segura, pero Memín, incauto como el que más, asegura que lo es y si no, tendrán que rezar.
Ya es el día de la gran carrera (no, la verdad es que así se llama el evento, no tiene tema ni compañía que lo patrocine, vaya simplonada) y ahí andan tanto el maestro Romero como los padres. Mercedes se queja con Rogelio por dejar a su hijo participar en algo tan peligroso y que mejor hubieran prestado el dinero al señor Vargas. El señor Arcaraz responde que es una causa noble y no pueden darle las cosas en bandeja de plata y las valorará más ganándolas por su cuenta (¿hola? El problema no es de Ricardo ¿recuerdan? así que si se desgracia, será su culpa por no haber aflojado la lana para ayudar al carpintero, quien se supone ya es amigo suyo a esas alturas). Mercedes insiste en que la culpa la tuvo Memín y a Rogelio le parece que con mayor razón, porque así Ricardo ayudará a ambos (o morirá por ambos). Se dirige a Romero para que concuerde con él y por su forma de responder, el maestro demuestra haberse vuelto un idiota o que ni atención puso, limitandose a señalar que ya empezó la carrera. Ernestillo y Ricardo ya están listos y ven llegar a Memín empujando la maltrecha bici de Carlangas. Como buenos amigos, no les hacen burla, argumentando que les parece muy “moderna” (¿Cómo las inservibles patas de silla que hizo Memín?) pero otros participantes no se aguantan las ganas. Carlangas se lanza sobre el primer chistosito y Ernestillo le advierte que no inicie un pleito o los descalificarán. Y entonces, sin más preámbulos, al fin transcurre la dichosa carrera. El pantalón de Memín se atora en los rayos de la bicicleta y Carlangas arranca arrastrándolo. No ve otra forma de ayudarlo, más que levantarlo (¿con un brazo y con la bici en movimiento? ¡guau! si que es fuerte) y hacerlo treparse sobre sus hombros. Memín se siente lo máximo y anima a Carlangas a darle más rápido, para ganarse la bici ultimo modelo (aunque rápidamente lo compone recordando que es por el dinero). Ricardo voltea a ver al negrito montado en el otro, distrayéndose y dando de bruces contra una pared. La bici va cada vez más rápido, logrando cruzar la meta y hasta entonces Memín revela que no le pusieron frenos (¿acaso fue él quien armó la mayor parte o que?). Acaban yéndose de bajada, cruzando justo al lado de Eufrosina, quien casualmente venia del mandado y ni se fijó en quienes eran. Luego, chocan contra un panadero en bicicleta, poniendo un cuadro típico de choque con una nubecita de polvo. Con todo y bicis (y el pan), quedan tirados por la calle. Memín se desorienta al tener la canasta sobre la cabeza, pero Carlangas lo desatonta y recuerdan que han ganado la carrera. El presentador (aunque al parecer no era comentarista porque no se dijo nada mientras hacían la carrera) se acerca para darles a escoger el premio. Memín ya anda diciendo que quiere la bici, pero al mirar hacia Ernestillo y su padre, opta por el dinero. Después, se lo obsequia al señor Vargas, quien le agradece, comentando que sabia cuanto deseaba la bicicleta (¿pues en que momento hablaron Memín y él?). Improvisadamente y quitándole importancia al asunto que en el numero anterior era tan preocupante que deberían celebrar o algo así, Memín se excusa para volver rápido con Eufrosina y ayudarla con la ofrenda del Día de Muertos.

Concluye otra secuencia bastante ridícula, drama en la primera parte y pura comedia en la segunda. Esta revista se ha vuelto tan extremadamente voluble que ese humor blanco distintivo, ahora es del mismo blanco que el del papel higiénico usado.

lunes, 8 de febrero de 2010

Memín Pinguín #356-357

Mientras realizan una tarea en equipo sobre el descubrimiento de America, Memín tiene una fantasía incongruente y fuera de sentido en la que se ve a si mismo como testigo de ese histórico evento, encontrándose con personajes familiares.

En un día normal de clases, el maestro Romero pregunta a sus alumnos sobre lo que se celebra la próxima semana. Memín atina a responder, como de costumbre, reflejando su ignorancia al mencionar a alguien que celebra su santo y otro alumno cuyo rostro ni vemos supone que es la conmemoración de los Juegos Olímpicos del 68 (como si alguien se acordara de eso en vez de la Noche de Tlatelolco). Es Ernestillo quien da la respuesta correcta (están en sexto de primaria, desde primero se supone que ya deberían saberlo, no necesitan un recordatorio en el ultimo año). Romero pregunta quien la descubrió, y Memín se avienta con otra bobada, donde ahora está confundiéndose con un equipo de soccer residente, provocando una serie de carcajadas por parte de sus compañeros. El maestro aclara que fue Cristobal Colon, dejando al negrito tratando de componerla al decir que sólo estaba haciéndose tonto (más le vale). No tarda en meter la pata de nuevo cuando Romero menciona que estuvo a punto de no descubrirla, haciendo que Memín alegue que eso no seria posible o los libros de historia mentirían, ocasionando aun más risotadas. Finalmente, el maestro va al grano, encargándoles investigar todo lo referente a esa fecha (no da especificaciones ¿quiere un reporte, una exposición en clase o que?), en equipos de cuatro, para alegría del flojonazo de Memín, que se cansa simplemente con pensar en hacer el trabajo sin ayuda. Sobre decir que los cuatro amigos hacen equipo, acordando ir a casa de Ricardo (como siempre, Memín piensa en gorronearle comida), y que cada quien consiga por su cuenta libros de Cristobal Colon. Ricardo tiene suficientes libros en casa, mientras que Carlangas y Ernestillo van juntos a una biblioteca publica. Memín es demasiado ignorante para saber que es una biblioteca, así que le vale todo y se va muy campante a su casa, para hacer lo que hace mejor, andar de arrumacos con su má linda.
Llega la hora en que debían reunirse, comparando notas de los libros que consiguieron. Comentan que Memín se ha retrasado por andar distraído mirando una hormiga o algo así, y casi le atinan, porque en realidad andaba viendo a una cucaracha en la calle (¿Qué hace una cucaracha en la calle? Si normalmente las encontramos en nuestras casas). Ya se andan adelantando a trabajar, con Ernestillo proponiendo que leen en voz alta los libros (ni que fueran niños chiquitos, cada quien debería leer un libro y tomar apuntes para comparar después, que pésimas técnicas de estudio deben tener para tales sugerencias). En eso llega Memín, anunciándose con una excusa deschavetada nomás para hacerse el chistosito, y le preguntan por los libros que trajo. Dándose cuenta que no trajo nada y no se molestó en averiguar que es una biblioteca, deciden poner manos a la obra. Ricardo empieza a leer el primer libro (por la forma en que esta escrito, no parece un libro de historia de verdad, cierto que en las primarias no pueden hacerlos tan difíciles, pero vamos, suena a que esta contando un cuento y no resumiendo los hechos tal cuales). Memín se distrae mirando los libros que tienen los Arcaraz, sólo para preguntarse la razón por la que tendrán tantos, pero le llega la voz de Ricardo, provocando una colisión entre su mente distraída y su imaginación, abriendo alguna especie de entrada a un mundo en que la historia se entrecruza con sus ocurrencias.
Contempla como la reina empeñó sus joyas para financiar el viaje de Colón (representado por el padre de Carlangas), y luego el mismo Memín aparece inexplicablemente en el barco cuando ya empezaban a navegar. El contramaestre (padre de Ricardo) detecta la presencia del negrito, reconociéndolo como un polizón. “Colón” interviene e interroga a Memín, pero no se traga su cuento de que sólo se “apareció” ahí. Mencionan el año en el que están y poco después el día (12 de octubre de 1492) el negrito va comprendiendo de qué se trata, pero a “Colon” y al contramaestre les parece que está mal de la cabeza. Memín se emociona ante la oportunidad de presenciar el histórico momento, estropeándoles la sorpresa de que llegaran a America, pero como “Colón” iba en busca de las Indias, no entiende nada. El encargado de divisar desde el mástil (padre de Ernestillo) anuncia “tierra”, emocionando a los demás, pero se refería a la tierra que le cayó en los ojos. “Colón” lo regaña y luego se viene una fuerte tormenta que los pone en aprietos. El contramaestre chilla como mujer, augurando el naufragio inminente, y “Colón” lo manda callar. Memín supone que si se hunde la “lancha”, el maestro habrá demostrado su punto. La cosa se pone peor, ya que se forma un remolino por encima del mar (¿es eso posible?), y el negrito le echa una mano a uno de los marinos (el maestro Romero) que intentan cambiar desesperadamente la dirección de la carabela. Milagrosamente, las tres salen ilesas y el mar vuelve a estar tranquilo, para que a continuación ahora si, de verdad anuncien tierra a la vista. Así, la historia se cumple y desembarcan por la isla de Guanahani/San Salvador (al menos en referencia histórica geográfica no la riegan). “Colón” y los miembros de la tripulación celebran, desmintiendo con esto la vieja teoría de la tierra plana, y Memín ya le anda diciendo que en México harán una estatua en su honor. “Colón” está nacionalizando la tierra, mientras el negrito ahora anda imaginando que cierto reportero del noticiero de la noche en el Canal de las Estrellas vendrá a entrevistarlo (¿eso que tiene que ver? Lo que sea para hacerle publicidad a la cadena). Los nativos, representados por Carlangas, Ernestillo y Ricardo, acuden a recibirlos, y se hacen bolas cuando Memín pasa a confundirlos con sus “parientes” de la tripulación de “Colón”. Entonces, Ernestillo termina de leer (¿Ricardo ya había terminado y él le siguió?), y le hacen preguntas a Memín de lo que entendió (ni se ve perturbado porque interrumpieran su fantasía), y responde contando los predicamentos que “vivió”, que no vienen al caso, sean parte de la historia de verdad o no. Tachándolo de andar siempre en las nubes y ser un holgazán, lo fuerzan a que lees lea todo en voz alta para asegurarse de que ha puesto atención. Un cuadro después, ya es el 12 de octubre y Romero está pasando las calificaciones tras la revisión (¿no dijeron que iba a caer en fin de semana?). Los cuatro se iban a sacar 10, pero como Memín pegó de gritos para celebrar, el maestro se los baja a 9. A la salida, sus amigos lo regañan por indisciplinado y estropearles la calificación perfecta. Intenta distraerlos proponiéndoles jugar, y luego cada uno suelta excusas para cortarlo, y él se da cuenta de inmediato, echándoselos en cara. Ellos no resisten y lo perdonan, advirtiéndole que a la próxima si lo cortan en definitiva (si, como no). Ricardo trae dinero que le dejó su padre si sacaba más de 8 (¿el incentivo no debería ser dárselo después de que le dieran la calificación en vez de antes?), y los invita a comer. Memín anda sugiriendo que vayan con la tamalera de un arco anterior, pero Ernestillo opina que deberían cambiar a helado. Ya en la nevería, Memín no deja de pedir que lo dejen repetir, y le espetan el ser tan gorrón, pero por supuesto que no puede importarle menos lo que piensen, aunque no dejan de devolverle sus palabras, apuntando que sólo su madre lo acepta así ya que no le queda de otra (golpe bajo). Ernestillo anuncia su retirada para ayudar a su padre con la carpintería, y Memín les recuerda que luego tendrán que jugar al fút, aunque Carlangas opina que cambien al beis para variar (¿Qué caso tiene? Ya pasó de moda, al menos en cuanto a pasatiempos infantiles).
Ernestillo encuentra en la carpintería el inicio de la próxima eventualidad.

lunes, 1 de febrero de 2010

Memín Pinguín #355-356

Memín y sus amigos se disputan un partido de fútbol con muchas desventajas. Si, eso lo dice todo, la verdad es una de las más tramas absurdas, inconsistentes y mal planeadas de esta nueva etapa.

El autobús que casi atropella a Memín era de la escuela a la que pertenece Bruno (único personaje de los nuevos que reaparece en otra secuencia). El chico reconoce a los amigos de su hermana y le ordena al chofer se detenga (pero si es un autobús escolar, los chóferes no están obligados a cumplir las indicaciones de los alumnos, se supone que los transportan y ya). Se baja para saludarlos, pero en realidad sólo estaba interesado en Ricardo, pidiéndole que hablen a solas. Llevándoselo aparte, le expone que su equipo de soccer tiene un encuentro y necesitan un jugador, esperando que él acepte unírseles. Ricardo lo rechaza, disque porque no puede traicionar a sus amigos (¡Oh, vamos! Le están pidiendo el favor de ayudarles en un mugroso partido y ya, no es que vayan a jugar contra sus amigos ¿donde está la traición?). Como siempre, Memín va de metiche, escuchando y aprobando la actitud de Ricardo (él tampoco entendió de qué va la cosa). Pese a que no viene al caso, en vez de explicar con claridad lo que necesitan de Ricardo, Bruno pasa a criticar a sus amigos por ser pobres. Ricardo los defiende, insultando a los de Bruno (ni los conoce, sólo porque sean ricos, no significa que no tengan corazón, y él mismo es un ejemplo ¿o no?). Memín se emociona y abraza a Ricardo, como si hubiera hecho algo noble en vez de exagerar su negativa. Luego, el negrito ya quiere partírsela a Bruno, pero Ricardo opta por desquitarse de otra forma. Regresan con Carlangas y Ernestillo para contarles lo que dijo y lo que se le ha ocurrido y una vez que se ponen de acuerdo, retan al equipo de Bruno a un partido de soccer, seguros de que aunque sean cuatro, vencerán (¿están operados de la cabeza? No ganarán ni están demostrando nada salvo que son unos brutos). Bruno acepta y finalmente se sube al autobús, porque el chofer ya estaba impacientándose. Informa a sus compañeros y ya todos andan anticipándose a su victoria sobre los cuatro desarrapados, confiados en ganar por la superioridad numero (si ¿pero que ganan exactamente? No hicieron apuesta ni nada, no se cual bando es más estúpido). Por cierto, con esto se olvidaron de que Memín iba a dispararles helados con los mil pesos que le regalaron, y ya no vuelven a comentar al respecto. Sabe si al final gastaron ese dinero o no.
Los cuatro comentan sobre la soga que se echaron al cuello. Memín sugiere que consigan refuerzos, pero Ricardo dice que no seria “ético” (lo que no es ético es haber empezado eso en primer lugar cuando simplemente le pedían un favor). Amenazan al negrito por andarse echando para atrás y acuerdan practicar lo necesario en los dos días que les quedan para el partido sin chiste. De regreso a casa, cada uno anda pensando mil y un tonterías respecto a ese absurdísimo encuentro, siendo Memín el único que parece no meditarlo, poniéndose a patear latas, emulando a un verdadero goleador. Eufrosina tiene que agacharse cuando le cae la lata y lo regaña predeciblemente.
En casa de Bruno, durante la cena, le pide a su padre (como es el director de la escuela) que les preste la cancha en la fecha fijada, alegando que es sólo para “practicar” (en realidad, si lo es, ya que no cuenta como partido andarse batiendo con cuatro). Al día siguiente, nos toca ver al equipo de Bruno perdiendo un partido, achacando la derrota a la falta de un jugador y pidiendo la revancha a los contrarios, pero ellos nomás se burlan de sus excusas. A pesar de todo, Bruno confía en que apalearán al equipo de Ricardo y con eso conseguirán que él se les una (¡debiste haberlo apostado en primer lugar, tonto!), demostrando una completa falta de lógica. Además, el equipo de Bruno se llama “Ricardos”, lo que indica que tanto deseaban que se les uniera, que utilizan su nombre o por coincidencia se llama igual y solamente por eso lo querían. Uf, no se que es más patético.
Siguen con cuadros individuales para mostrar el entusiasmo de los cuatro amigos, todos confiados en que ganarán, como si fuera un partido importante como el que tuvieron en Monterrey casi doscientos números atras, y no un disparatado intento de bajarles los humos a unos riquillos que casi ni conocen. Llega el día del partido, que fijaron a la hora en que no hay nadie, ya que según Bruno, es lo conveniente, porque no quiere que su padre se entere, seguro de objetaría por las evidentes ventajas de su equipo sobre el otro. No se dan el lujo de poner abanderados y ponen al chofer haciendo de arbitro (y claro, Bruno se asegura de “comprarlo” para cuando llegue el momento de las tranzas). Los cuatro amigos entran a al campo con los uniformes que les compró la madre de Ricardo. Después del despótico saludo de su enemigo, los cuatro se preparan, aunque Memín sigue de pesimista, y lo regañan. El partido comienza con jugadas…muy aburridas (recuerden que están jugando un grupo de chiquillos y ni que fueran Los Supercampeones). Alguien arregla el marcador, poniéndoles al equipo visitante el nombre de “Pobretones”, que irrita tanto a Memín, que no ve venir un balonazo en su cabeza, pero esto sirve para pasárselo a Ricardo. Los “Ricardos” empiezan a jugar sucio (que rápido se desesperan), y uno trata de barrer con Ricardo, pero consigue esquivarlo. Carlangas responde lanzando el balón contra la cabeza de Bruno, para después pasarlo a Ernestillo, y éste da un cabezazo para anotar el primer gol. Memín ya anda burlándose (apenas empezaron, aunque no se dijo si había limite de tiempo o si gana el que anote primero), pero el arbitro comprado marca para anular el gol. No tardan en caer las reclamaciones, y Bruno les espeta que no cuenta por haberle dado en la cabeza, pero Carlangas señala las partes de la pierna de Ricardo que pudo haber quebrado el otro que se barrió agresivamente. Bruno sigue alegando y Memín lo exaspera fanfarroneando que ni aunque fueran cincuenta les ganarían. Se lanza sobre él, y Carlangas le asaste un golpe para defender al negrito. Los compañeros de Bruno ya van a iniciar la refriega, pero su padre interviene, admitiendo que atestiguó todo el partido y está muy avergonzado (si fue así, ¿porque no lo detuvo desde el principio?). Por alguna razón, Memín lo interpreta como que le fascinó su manera de jugar, y el padre de Bruno señala las ventajas injustas que tenían los “Ricardos”, en especial la ayuda del chofer que hicieron pasar por arbitro, despidiéndolo en ese momento. El “arbitro” trata de retractarse y devolver el dinero, pero el director es inflexible e insiste en la despedida, haciéndolo suplicar para no perder su empleo. A Bruno le advierte que hablaran en casa y luego se disculpa con los cuatro amigos, esperando que en futuro puedan tener un partido interescolar de verdad. Memín agrega que también debería haber publico (¡obvio! Si no, ¿que chiste tiene?). Bruno sufre una conversión de ultimo minuto, disculpándose por lo que hizo, incluyendo una que otra expresión coloquial que no es típica de la clase social que presume ser (su padre es director de escuela primaria, no puede ser tan rico) y admitiendo que se equivocó.
Para quitarse el mal sabor de boca, los cuatro acaban yendo a un callejón (no a “el” callejón porque eso se acabó desde cuando, aunque el nuevo argumentista podría no saberlo, pero en esta ocasión no especificaron si era el mismo lugar o no, así que no importa) a echarse un partido entre ellos. Acaban muy contentos, volviendo a casa a tiempo para la cena.
Un cuadro después, ya es viernes y otra malísima secuencia comienza.