lunes, 22 de febrero de 2010

Memín Pinguín #360-362

Después de celebrar el Día de Muertos, Memín acaba cargando con una perra. En el transcurso de una noche y la mañana siguiente, debe cuidarla y ver como devolverla a donde pertenece.

Memín llega a tiempo a casa para ayudar a Eufrosina a arreglar las ofrendas para el Día de Muertos. En cuanto terminan, pide permiso para ir con sus amigos (¿no acababa de estar con ellos?), asegurando que no le entrará a nada del Halloween, expresándose por los mexicanos orgullosos de mantener sus tradiciones (si, bueno, pero de todos modos es 2 de noviembre ¿no? ya ni al caso acordarse del 31 de octubre).
Encuentra a sus amigos contándose entre si, historias de terror que son más risibles que nada. Memín aprovecha el ambiente para pegarles un susto. Lógicamente, se enfadan y lo retan a que los acompañe a seguirse contando historias en el cementerio. El negrito vacila, como siempre, pero los sigue y pronto ya andan sentados sobre las tumbas, contando otro cuento chafa. Una perrita melenuda anda aullando a sus espaldas y como Memín estaba de frente, es el único que no se espanta, burlándose de sus amigos otra vez. Los cuentos siguen para interrumpirse ante la presencia de un ser de ultratumba, y ahora son los tres los que pueden verlo, y salen corriendo, dejando a Memín creyendo que los asustó con su historia. El espanto hace que Memín se desmaye y sus amigos se apuran a regresar por él. Apenas vuelve en así cuando la aparición lo hace desmayarse otra vez. Finalmente, el horrible ser se quita la mascara, revelando ser solo el vigilante del cementerio, que en esas fechas acostumbra disfrazarse porque los niños tienen un gusto malsano de meterse ahí a contarse cuentos de terror, perturbando el descanso de los muertos (¿de verdad hacen eso? se supone que es un día para estar en familia y más considerando que la mayoría de los cuatro tienen parientes que homenajear esa noche). Memín despierta y se vuelve a asustar ante el viejo (la verdad no hace mucha diferencia sin la mascara). Sale corriendo, seguido por la perrita y hasta pasan por un policía que no se explica como se aterra ante el pobre animal. Sus amigos se disculpan con el vigilante y regresan a sus casas.
Sin dejar de correr, el nervioso Memín vuelve a su casa, tratando de disimular su miedo ante ante Eufrosina, y luego reparan en la perra que ya se acomodó muy campante. La lavandera exige a Memín que la eche afuera, y muy a su pesar, no le queda más que obedecer. La perra se aleja pero no tarda en volver para causarle lastima al negrito, quien interpreta que tiene hambre y se vuelve para servirle leche. Ella aprovecha su distracción para treparse en la cama, despertando a lenguetazos a Eufrosina. Irritada, ella cree que Memín la desobedeció y lo manda a la calle junto con la perra. Mientras la ve beberse la leche, se le ocurre llamarla “Botanita” y luego le da por irse a pedir posada con alguno de sus amigos. Va primero a la carpintería de Ernestillo, pero tanto él como su padre se fueron a ver el espectáculo del Día de Muertos en Mixquic (como les gusta hacer referencias culturales, interesantes, pero no vienen al caso, ni siquiera dan detalles para los que no estamos familiarizados con eso ¿ahora la publicidad implica incitar a los lectores a averiguar más sobre las tradiciones en algunas partes del país?). Trata con Carlangas, pero sólo consigue hacer enfadar a uno de los vecinos, mientras que los Arozamena se fueron a la función de medianoche, viendo una peli de terror en honor al día (dudo que alguien vaya al cine a esa hora el 2 de noviembre, más que nada porque actualmente no pasan nada bueno en este genero, ajum). Ya sólo queda ir con Ricardo, justo en el momento en que éste le anda dando buenas noches a sus padres para irse a dormir. Memín llama su atención a gritos, y en eso se mete Botanita, alertando a Tosca y Goliat, que siguen sus instintos territoriales y la obligan a regresarse al otro lado de la cerca con el negrito. Ricardo sale para inquirir el motivo de la visita nocturna de Memín y al notar la forma de actuar de la perra, deducen que quiere llevarlos de regreso al panteón porque el sepulturero podría ser su dueño. Por supuesto, ninguno está dispuesto a ir para allá a esas horas de la noche y después de que tanto sus padres como los perros se han dormido (¿no se supone que mientras los humanos duermen los animales están despiertos? Se que los nocturnos suelen ser los gatos pero los perros igual y montan más guardia de noche que de día), Ricardo invita a Memín y a Botanita a su habitación. El negrito le pide algo de comer, y cuando su amigo vuelve con una caja de galletas, ya se ha acurrucado con la perrita sobre la cama y él opta por acompañarlos.
A la mañana siguiente, Botanita se ha devorado casi toda la caja antes de que Ricardo y Memín despierten. Mercedes entra para recordarle a su hijo que es hora de ir a escuela, por lo que les indica a sus “huéspedes” que se metan debajo de la cama. Ella no deja de notar como quedó la caja de galletas y Ricardo trata de cubrir a la perra, alegando que tenia tanto hambre que comió a lo bestia. Luego, Mercedes nota pulgas sobre la cama, escandalizándose y ordenando a la criada que bañe inmediatamente a Tosca y a Goliat (pero son perros guardianes, en ningún momento se supone que se metan a la casa y ni parece que les den tanto cariño como para que le peguen los piojos a uno). En cuanto ella se marcha, Ricardo decide bañar él mismo a Botanita para después exigirle a Memín darse una ducha, notando como no deja de rascarse. En casa del negrito, Eufrosina también anda rascándose y decide darse un baño antes de lo acostumbrado.
Después del baño, la perrita se queda viendo el clásico adorno de la cruz en el techo, y Ricardo y Memín concuerdan que es otro indicio de que quiere volver al panteón. Deciden volarse las clases y llevarla ahí de una vez, dejando a Carlangas y Ernestillo extrañados por su ausencia y suponiendo que tuvieron pesadillas por lo del día anterior.
En el cementerio, hablan con el viejo vigilante, quien aclara no ser el dueño de la perra, pero que también se la pasaba dándole señas para que la siguiera a algún lado. Al verla acomodarse sobre una tumba reciente, Memín deduce que quiere volver a su casa, que debe ser con los parientes del difunto. Botanita ofrece su pata al anciano en señal de agradecimiento, y ya después Memín y Ricardo la siguen, llegando al cruce del metro, que era el impedimento para que ella volviera a casa. Dejando en claro que era una perra lista, pero no tanto para utilizar el paso peatonal, la guían y al fin están frente a la puerta de su casa. Botanita rasca la puerta ansiosamente y los dos la siguen para tocar, siendo recibidos por la viuda del sepultado, quien de inmediato reconoce a su mascota perdida por su nombre original, Candy. Tiene lugar la feliz reunión entre la dueña y su fiel perra, contando que luego del entierro, la dejaron en la tumba y no se le ocurrió que siguiera ahí, pasando mucha tristeza por su ausencia (si, esa es toda la gran historia y se diría que lamentaba más la ausencia de ella que la de su esposo). También señala la inteligencia de Botanita/Candy, casi como la de un humano, lo que hace que a Memín (y al argumentista, que con algo tiene que salir para dejarnos en suspenso), se acuerde que tienen examen, por lo que se van corriendo de vuelta a la escuela sin haber recibo recompensa alguna aparte del agradecimiento de la señora.

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