viernes, 31 de julio de 2009

Memín Pinguín #169-176

Memín y Eufrosina trabajan en un siniestro castillo, soportando a su iracundo dueño que oculta algo. En su curiosidad por descubrir el secreto, quedan a merced de un aspirante a científico loco.

Madre e hijo viajan en ferrocarril, rumbo al castillo de Javier de Suberville, para cumplir el cargo asignado. Eufrosina le explica a Memín porque la solicitaron a ella, además de sus habilidades, por necesidad de personal que hable español. En toda esta parte, ni parecerá que siguen dentro del estado de Nuevo York, aun cuando se supone que así es, comprendiendo un área retirada. En el trayecto, van haciendo indagaciones sobre como llegar a su destino, y al mencionar el castillo, solo encuentran expresiones de miedo y advertencias sobre el posible peligro que hay en ese lugar, ya que los otros que han ido a trabajar, nunca han vuelto a ser vistos. A Memín ya le da miedo e insiste en que regresen a México, pero Eufrosina ya se comprometió y no piensa retractarse. Consiguen a alguien que les de transporte para acercarlos un poco. Se internan en el monte que los llevará al castillo, pero la atmósfera tiene los nervios de Memín a punto de explotar, y consigue contagiar a Eufrosina. La visión de un búho lo asusta y ella lo cubre con su cuerpo, creyendo que vio una fiera, aunque con su peso casi lo mata. Al final, consiguen encontrar el castillo, y entran para entrevistarse con Javier de Suberville, un hombre extraño de aspecto taciturno. Eufrosina es recibida fríamente por éste, dándole las indicaciones de que ella sola dependerá las labores de cocina y el mantenimiento del castillo.

Al descubrir que trajo a su hijo, les ordene a ambos que se larguen. Memín trata de hacerse el simpático, pasando luego a ponerse respondón ante las palabras del hombre, pero no se alejan mucho cuando les pide que regresen, advirtiéndoles que se pueden quedar mientras cumplan sus órdenes sin cuestionar. Los dirige a la cocina y les muestra su habitación, que solo deben abandonar cuando él lo ordene. Eufrosina se pone a trabajar, preparando la cena, con Memín asistiéndola. Luego, le encarga que se la lleve a Javier. Memín decide quedarse a hacerle compañía, amenazando con llevarse la comida cuando éste le dice que se largue. Javier trata de intimidarlo con un látigo, pero es inútil. Acaba resignándose a soportar su compañía y palabrería mientras come, para después reiterarle que no deben salir de su cuarto, sin importar lo que oigan. Memín le comenta a Eufrosina cuando le sirve de cenar, pero ella lo toma todo a la ligera. Al poco rato ya se han acostado y Javier se asoma a comprobarlo, para luego proceder a un asunto secreto y personal que atiende por las noches. Unos gritos se hacen oír, despertando a Memín y Eufrosina, quien supoe que es algnún animal, pero como estos se prolongan, ya van pensando en fantasmas. Eufrosina concluye que los fantasmas no existen, escuchando pasos que indican que alguien anda en la cocina, y en efecto, así es. Memín deja el miedo y cae dormido. Al despertar en la mañana, se le olvida donde están, creyendo que tocaba ir a la escuela, pero Eufrosina lo hace levantarse.
Comentan sobre lo que pasó en la noche, y al llegar a la cocina, ven que las sobras de anoche y un jamón entero, han desaparecido. Al bajar Javier, Memín le indica lo que pasó, y éste duda un momento, antes de alegar que el jamón se lo echó a unos perros hambrientos. Al preguntar por los aullidos, éste no responde, exigiendo que le sirvan en desayuno. Memín vuelve a llevarla la comida, reparando en su látigo, que tiene sangre, como si lo hubiera utilizado contra alguien, lo que no deja de señalar, consiguiendo irritar al hombre nuevamente.

Memín y Eufrosina llevan unos días trabajando, apegándose a una monótona rutina. A Memín le da por salir al exterior un día, y acaba descubriendo una especie de diario que llevó un mayordomo que trabajó ahí, donde describe sus sospechas de lo que sucedía en ese castillo, pero no ve ninguna aclaración porque las últimas páginas fueron arrancadas. Se desata una tormenta y al intentar regresar con Eufrosina, ella le hace ver que Javier salió, encerrándola en la cocina, suponiendo que él también estaba ahí. Aprovechando la ausencia del hombre, Memín decide explorar la planta de arriba, cuyo acceso se les tenia estrictamente prohibido. Se halla con varios cuartos cerrados bajo llave, un antiguo laboratorio, y una pequeña puerta que parece estar clausurada, pero Memín descubre el truco para abrirla. Tras ella hay un escalera de caracol que lleva a una torre, y comienza el ascenso. Siguiéndola, llega hasta una habitación donde encuentra un hombre demacrado, acostado en una cama. Sale corriendo, pero se golpea con la puerta, y el hombre se incorpora, pidiéndole que se acerque.

Memín cree que se trata de un fantasma, y el hombre le aclara que no es así. Diciendo ser el hermano de Javier, presume de ser un gran científico, y es por envidia que Javier lo mantiene encerrado en la torre, apenas alimentándolo y pegándole con el látigo cuando trata de salirse, como la noche anterior. Compadeciéndose, Memín toma el juego de llaves que le ofrece, para poder liberar a Eufrosina y traerle algo de comer. Cuando abre la puerta de la cocina y le explica a Eufrosina su encuentro con el “flaquito de la torre”, pero ella cree que está viéndole la cara, y a falta de tabla con clavo, le da unas nalgadas. Al preguntarle después como encontró la llave, como Memín insiste, tiene que considerar que está diciendo la verdad. Con dificultad, consigue meterse por la pequeña puerta, siguiendo a Memín al cuarto de la torre, donde se encuentra el hombre, presentándose como Rosendo de Suberbille. Pregunta si son negros de nacimiento, comentando que con sus experimentos, ha podido convertir negros en blancos, lo que interesa a Memín, pero tiene cuidado de disimularlo ante la presencia de Eufrosina. Rosendo les comenta del peligro que correr al tratar de ayudarlo si su hermano los descubre, pero ellos están dispuestos, y se les agradece.

Sintiendo el regreso de Javier, se apresuran a volver a la cocina, aparentando dormitar cuando éste abre la puerta para comprobar que estuvieron ahí todo el tiempo. Logran engañarlo y más tarde van a la cama para dormir, con Memín otra vez pidiendo que se regresen, pero Eufrosina advierte que necesitan el dinero para volver.
Al día siguiente, Eufrosina lleva comida para Rosendo, encargándole a Memín la tarea de distraer a Javier. Él hace lo que puede, pero no consigue hacerle platica y ya no sabe que decir. Eufrosina regresa, habiendo cumplido su misión, y se muestra enérgica con él, regañándolo por estar “importunando” a Javier, y así éste no sospeche de su artimaña. Eufrosina comenta que Rosendo le dijo que les daría un millón de dólares si lo ayudaban a apoderarse del castillo, pero Memín creo que sólo deliraba. Ella le dice que él pidió su presencia por considerarlo muy listo, y en la tarde, cuando Javier vuelve a “encerrarlos”, Memín se dirige al cuarto de Rosendo. Lo encuentra utilizando un extraño radio, con el que supuestamente se estaba comunicando con marcianos, pese a que el artefacto no está conectado. Invita a Memín a probarlo, pero él no escucha nada. Rosendo alega que sólo su cerebro superior le permite recibir sus mensajes, y que estos lo han citado a medianoche. Lo invita a que lo acompañe, con la condición de que no le diga nada a Eufrosina, porque si tres cerebros piensan en los marcianos, estos no llegaran (creo que es obvio que no está en sus cabales, pero el ingenuo Memín que va a saber). Al negrito le entusiasma la idea de contactar extraterrestres, y le es difícil guardárselo cuando se reúne con Eufrosina en la cocina. Ella vuelve a comentar sobre la promesa de Rosendoa de darles un millón de dólares, mencionando todas las cosas en las invertiría ese dinero (puro despilfarro, por algo algunas personas deben quedarse pobres, tienen una fortuna y ya quieren darse vida de ricos en vez de invertirlo bien), que luego Memín le hace ver que no les vendrían a ellos, desairándola y advirtiendo también que no pueden confiar en Rosendo les de eso por la forma en que vive (pero si en que pueda contactar a los marcianos ¿no?).
A la hora de la cena, Javier exige que Memín se la lleve, aunque a Eufrosina ya le da miedo que se le acerque, si está tan loco por lo que hace con su propio hermano. Memín no tiene reparo y atienda las sugerencias de Javier de llevarlo consigo cuando va al pueblo por provisiones, pero con el temor que le tiene y lo que debe hacer por Rosendo, asegura estar bien quedándose encerrado en el castillo, acompañando a su má linda. Cambia de tema para inquirir sobre los ruidos que se escuchan en la noche, que Javier atribuye a su imaginación, pero como éste insiste, acaba perdiendo la paciencia, gritándole, haciendo que se retire. Memín se esfuerza por no quedarse dormido hasta que llega la hora de su reunión con Rosendo. Difícilmente lo consigue, pero llega justo a tiempo. Rosendo se pone un atuendo de explorador y lo invita a bajar con él por la ventana, usando una cuerda.

El descenso es precario y especialmente peligroso para Memín, ya que a Rosendo la da por agitar su cuerda desde abajo para que se apure, haciendo que se caiga, pero no se hace mucho daño gracias al pasto. Rosendo corre por el espeso bosque, con Memín siguiéndolo penosamente, llegando a un punto en que se distingue un platillo volador en el cielo. Cuando éste aterriza y van a revisarlo, resulta ser una tapa de tinaco (como no se explica de donde salió, puede suponerse que el orate arregló un mecanismo para que fuese disparado a una hora especifica). Rosendo se monta en él, complacido por establecer el “contacto”, pero Memín sólo se decepciona. Como le indica que están sobre una tapa de tinaco y no un platillo volador de verdad, Rosendo acaba dándole la razón, justo cuando un par de objetos brillantes cruzan el cielo, y salen en pos de ellos.
Al mismo tiempo, Eufrosina descubre que Memín no está en la cama y sale al exterior a buscarlo. Le toca vérselas con un tripulante de los platillos, tomándolo por un individuo extraño y nada más, preguntándole como si nada si no lo ha visto.

No recibe respuesta, y el curioso ser desaparece, para más tarde despegar en su nave, sin haber aclarado nada del porque de su presencia. Javier le sale al encuentro, ordenándole que regrese a su habitación. Rosendo y Memín ya no consiguen ver a los alienígenas, y al presentarse relámpagos en el cielo nocturno, se apresuran a volver. Roseando sube a la torre y quita la cuerda, obligando a Memín a entrar por otro lado. Es descubierto por Javier, que ha caído en un estado eufórico, atacándolo con el látigo.

Eufrosina llega a tiempo para detenerlo, y una vez habiendo dado el escarmiento, Javier les advierte que no vuelvan a desobedecer sus órdenes o les pesará. De vuelta en su cuarto, Memín le cuenta lo que pasó que le hizo salir tan de noche, pero Eufrosina está muy cansada para castigarlo, comentando de su encuentro con el extraño personaje. Memín ve la posibilidad de que se tratara de un marciano, pero a Eufrosina le da igual, insinuando que deben hacer algo para rescatar a Rosendo de Javier.
A la mañana siguiente, Eufrosina prepara un té especial para dormir, mandando a Memín a servírselo a Javier. Éste sufre un cambio de humor que contrasta con el de la otra noche, mostrándose amistoso con el negrito, e intercambiando impresiones de sus respectivas madres.
Al beber el té, se queda dormido. Madre e hijo ven la oportunidad de liberar a Rosendo. Memín sube a la torre para darle la noticia mientras ella se ocupa de amarrar a Javier. Le comunica a Rosendo que ya no tiene que temer a su hermano, y èste se pone a bailar de alegría, corriendo emocionado hasta su laboratorio, donde se pone a revisar su equipo. Como Eufrosina no está, Memín acepta probar esa formula que puede hacer blancos a los negros, y Rosendo se la da gustoso. El sabor es horrible y no se atreve a ingerirla. Eufrosina se reune con ellos y Memín miente diciendo que era un tónico para crecer el cabello.
A ella se le ocurre preguntarle al científico loco si tiene algo para ayudarla a bajar de peso rápidamente. Rosendo le indica meterse en una autoclave, donde recibirá suficiente vapor para quedar delgada y bella en breve. Mientras ella recibe el “tratamiento”, Rosendo delira sobre liberar unas moscas que infligirán a la gente un extraño cáncer, matándolos en pocos días para luego reemplazarlos con sus creaciones. Al percatarse de sus planes diabólicos para destruir a la humanidad, Memín confirma su locura. La maquina en que está Eufrosina se empieza a calentar peligrosamente, y exige a Rosendo que la saque, pero a él no le importa, burlándose de que pronto disfrutarán de “mantequilla negra”. Memín trata en vano de sacarla de ahí, escuchando los comentarios sádicos de Rosendo. Pierde la paciencia, gritándole que está loco, y eso basta para que se ponga violento.

Rosendo persigue a Memín, dispuesto a eliminarlo, y lo atrapa por el cuello. Javier recupera la conciencia y se libera de sus ataduras, llegando a tiempo para salvar a Memín y controlar a su hermano chiflado.

Rosendo, ensimismado en su demencia, cree poder volar, y salta por la ventana, matándose en la caída. Javier instruye a Memín sobre la forma de sacar a Eufrosina de la autoclave. Tanto calor la puso al borde desmayo, pero una vez libre, no tarda en reponerse. Ya más tranquilos, Javier les cuenta que su hermano había sido un científico brillante, pero al concentrarse demasiado en la materia acabó por enloquecer, y siguiendo la última voluntad de su madre, él tenía que cuidarlo, pero al aislamiento también le afectó, provocándoles sus súbitos cambios de humor y desconfianza hacia la gente. Los anteriores empleados simplemente eran despedidos cuando descubrían a Rosendo, y él los hacia irse por otra dirección, por lo que se malentendían que desaparecían. El mayordomo de quien Memín halló las notas fue herido por el demente, pero Javier lo salvó. Más tarde, entierran a Rosendo. Eufrosina dice estar agradecida con él por haberla hecho rica, aunque fuera sólo en su imaginación, y Memín suelta algunas palabras por el difunto, echándose un discurso en que agradece que, por lo menos al principio, no atentara contra su persona y que fuera un loquito tan simpático.

Ya habiéndose amistado con Javier, Memín al fin puede explorar libremente la planta alta del castillo, pero al toparse con Eufrosina que no le gusta que ande de metiche, empiezan a discutir sin razón. Sin más incidentes fuera de lo común, Javier los lleva en su auto a la estación de trenes, habiendo dado la paga convenida. Le regala a Memín un fino anillo que pueda portar cuando sea mayor. Despidiéndose efusivamente de ambos, Javier los ve partir, rumbo a su tierra natal.

El regreso no será sencillo, pero viene a poner punto final a estas peculiares aventuras de Memín y Eufrosina.

jueves, 30 de julio de 2009

Memín Pinguín #157-169


Aprovechando una oportunidad de trabajo, Eufrosina viaja con Memín a Nueva York. Pero al llegar a la gran urbe se pierden, tardando mucho en volverse a encontrar. Memín logra hacer diversas amistades en lo que anda por su cuenta, entre penas y alegrías.

Amanece el 16 de septiembre. Memín y Eufrosina despiertan, y mientras ella hace el desayuno, le comenta sobre una agencia de empleos en Estados Unidos que ha estado consultando, esperando conseguir algo. Memín no le da importancia y pide permiso para reunirse con sus amigos, no sin antes abrir el regalo de Eufrosina, que consiste en un par de zapatos nuevos.

Encuentra a Ernestillo y se los presume, y él también luce nuevas ropas que le dieron sus padrinos (anunciados desde el numero anterior, y que los lectores nunca vimos llegar). Carlangas se les une para informarles del posible regreso de su padre y Doña Candelaria, aunque el despistado Memín tarda un poco en acordarse de ellos. Después, van con Ricardo, que también tiene regalos para Memín, un par de patines (tercera vez que le regalan patines, ¿será que siempre los pierde?) y una tela para que Eufrosina se haga un vestido. Se lo agradece efusivamente y todos contentos.
Brincándonos unos días, Eufrosina le anuncia a Memín que recibió contestación de dicha agencia. Le pide que le lea la nota que le mandaron, en la cual dan las instrucciones de a donde debe ir, llevando a su hijo consigo, confirmando su sueldo inicial de 2,000 dólares. Eufrosina no entiende de dólares, sólo sabe que valen más que los pesos. Memín hace cálculos de lo que gana mensualmente, y concluye que no vale la pena que viajen, porque ahí ella gana mucho más. Pero como ella le insiste que por algo se dice que los dólares son más apreciados, Memín va hasta un banco para informarse. Dándose importancia, consigue entrevistarse con el gerente, que lo saca de su duda, aclarando que un dólar equivale a once pesos (en aquel entonces), afirmando que ella ganaría hasta veintidós mil pesos. Memín corre a decirle a Eufrosina, quien se desmaya de la impresión por saber que ganará tanto dinero. Así, pronto hacen los planes para viajar (no aclaran si están en periodo de clases, pero como apenas pasarían unos días del 16 de septiembre, parece que a Eufrosina no le importa ahorrarle una buena temporada de clases a Memín), encargando a una vecina que cuide sus muebles y su casa. Reuniendose con los demás en la casa de los Arcaraz, les dan una buena merienda de despedida. Al día siguiente, ya están a bordo del tren en marcha, con los amigos de Memín corriendo otras él, despidiéndose. Por varios números, ellos dos serán los únicos que saldrán dentro del amplio reparto de personajes, aunque es lo justo, para ver como desenvuelven en otro ambiente.
El viaje es largo, tomando como cinco días y pasan del tren al camión. Al fin llegan a su destino, sintiéndose desvalidos en una ciudad tan grande repleta de gente que habla un idioma que no comprenden. Eufrosina tiene la dirección y el camión que debe tomar para empezar con su trabajo. Mientras lo esperan, Memín le pide dinero para comprarse un helado, donde aprovecha para burlarse del dependiente cuando éste le anda sirviendo, ya que no puede entender sus palabras. En eso, las demás personas que esperaban el camión, se precipitan sobre éste cuando llega, arrastrando a Eufrosina con ellos, ignorando sus protestas en español, apresurados por ser neoyorquinos. Cuando Memín llega y no encuentra a Eufrosina, entra en pánico y se pone a buscarla, confundiéndola con otra mujer de apariencia similar. Eufrosina consigue volver, inquieta al no encontrarlo y le pregunta al mismo dependiente, que por no saber español no puede darle señas. Y así, los dos se alejan el uno del otro, perdiéndose en la ciudad de Nueva York. Memín recorre las calles, triste porque nadie puede entenderlo. Pasan corriendo un trío de chiquillos, y uno de ellos habla español. Memín los sigue, y entra pronto en confianza para contarle al niño mexicano, de nombre Armando, sobre lo que le ha pasado. Él no puede hacer nada para ayudarlo, pero se compadece de él, y lo invita a compartir su peculiar vivienda con ellos. Prefiriendo quedarse con ellos que seguir una búsqueda que parece inútil, Memín acepta. Ellos son huérfanos que se la pasan en la calle, y han hecho un escondite en el interior de una estatua de elefante que está hueca por dentro, donde acceden metiéndose por una abertura en la pata levantada. Una vez dentro, se recuestan y Memín sigue lamentándose por perder a Eufrosina. Armando le cuenta que su madre falleció hace tiempo y él no quiso ir con su padre, por lo se quedó ahí, trabajando con los otros niños vendiendo periódicos y cosas así. Le sugiera a Memín que trabaje en lo que encuentra a su madre, recomendándolo en una casa donde él estuvo, donde solicitan a alguien que se encargue de los quehaceres. Le parece buena idea y se duerme. A la mañana siguiente, van a la estación de autobuses, donde Memín espera hallar a Eufrosina cuando vaya a recoger su equipaje. Pero se lleva un chasco, confundiéndolo otra vez con una mujer parecida, y Armando que pregunta al encargado en ingles, le hace ver que ella ya recogió las cosas mucho antes. Desanimado, se resigna a realizar el trabajo sugerido por Armando. Su nuevo amigo lo conduce a la casa en donde requieren sus servicios, presentándole a la señora Nieves, que los recibe muy amablemente. Les sirve de desayunar y con la comida Memín va recuperando el ánimo, desbordando su característica simpatía. Empieza regando las plantas, y en la ventana, divisa a la preciosa hija de Doña Nieves, Silvia. Le dedica un saludo, que ella no devuelve, metiéndose de nuevo en la casa. La considera una presumida y prosigue dando una barrida. Silvia se le acerca, intrigada por su persona y lo que hace, pero Memín le responde de malas maneras, no olvidando su “grosería” anterior. Una vez que ha terminado, Doña Nieves lo manda a llevarle la comida en charola a Silvia hasta su cuarto, empeorando su opinión de ella al ver que la tienen muy consentida. Le sirve y ella le pide que se quede y le haga plática para distraerla, pero Memín sigue poniéndose remilgoso. Él comenta sobre lo feliz que debe ser en esa casa, por su agraciado aspecto, el dinero y las atenciones. Ella replica que no es así, viviendo tristemente por no poder ver las cosas más simples, dando a entender que es ciega de nacimiento. Memín cae en cuenta de que precipitó sus suposiciones, disculpándose con ella. Silvia le convida de su plato y así están un rato, hasta que él le ofrece salir. La niña se niega, no queriendo despertar compasión, y Memín prefiere llevar la charola de vuelta e irse, no soportando que le alce la voz alguien que no sea su má linda. Recibe su primer pago y se marcha feliz, tomando un café con leche en el camino antes de volver a la estatua del elefante. Al llegar Armando, le cuenta como le fue, y éste le advierte que debe tener cuidado de no contrariar a Silvia, ya que es muy consentida y si su padre se entera que ha sido malo con ella, puede despedirlo, pero a Memín le tiene sin cuidado.
A la mañana siguiente, se dispone a trabajar, no sin antes compartir sus opiniones con Doña Nieves sobre lo consentida que tienen a Silvia, y ella sólo puede decirle que debe ser comprensivo por la tristeza que ella siente al no poder ver, pero que desde el día anterior la ha visto más animada, creyendo que su platica con él ha sido de gran ayuda. Memín se pone a barrer y no tarda en salirle Silvia al encuentro, disculpándose por haberle gritado. Esta vez si acepta ir a pasear con él, una vez que termine su trabajo y pidan permiso a su madre. Memín la lleva hasta un jardín, donde Silvia le pide que describa las cosas. Sintiéndose inspirado, Memín le va describiendo las cosas con fantasía, engalanándolas para ilusionar a la niña ciega. Luego ella siente curiosidad por como es él físicamente, incluso dando su suposición que disque le dice el corazón, que es justamente lo opuesto. El negrito teme arruinar esa bella imagen, mintiendo al “confirmar” que ha adivinado, considerando que no importa si nunca lo verá. ¿Pero como pudo la niña sacar una descripción tan vivida si es ciega de nacimiento? Aun quienes no ven y no tienen como conocer los colores, supongo que pueden soñarlos o algo así. Más tarde, están en una nevería, donde Memín le echa aun más mentiras, describiendo a su má linda como una reina de belleza, expresando su deseo de encontrarla para volver a casa. Silvia se muestra triste, no queriendo que él se vaya porque lo echaría de menos. Memín le promete que no se irá. Al regresar a la casa, habla en privado con Doña Nieves, pidiéndole que no diga nada a Silvia de que es negro y feo, para no desilusionarla. Ella promete no decirlo, agradeciéndole por traerle alegría a su hija con su agradable compañía.
Así pasan los días, con Memín trabajando de la mañana a la tarde, dando paseos con Silvia, pasando las noches en la estatua del elefante con Armando. Un día en que está con Silvia, les toca pasar por un fuerte aguacero, acompañado de relámpagos. Ella se asusta, y Memín también, pero domina su miedo, describiendo ese efecto estremecedor como la liberación del oro y la plata que tienen las nubes. Ella se lo cree y se relajan. Le presta su sueter y la deja en la casa, justo cuando su padre, Julián, apenas había sido puesto al tanto de su amistad con el negrito, preocupado de que la saque afuera con ese clima. Doña Nieves le asegura que es por él que su hija es feliz de nuevo, y que no deben decirle nada sobre como es realmente. Habiendo dejado a Silvia sana y salva, Memín regresa cabizbajo y triste, sintiendo que no dio buena impresión al padre, aun cuando en su casa, éste va percibiendo el cambio en su hija, gracias a la imaginación del negrito. En su escondite, Armando le ofrece de su comida, informándole que sus amigos americanos se han mudado, por lo que ahora sólo ellos dos vivirán ahí. Memín empieza a mostrar síntomas de fiebre, de los que Armando no se percata hasta poco después de que se han acostado, escuchándolo delirar, llamando a su má linda. Vuelve a dormirse y al día siguiente, como nota que sigue afiebrado, considera que pescó algo grave. Le compra un medicamento en la botica, saltándose el trabajo por ese día, dedicándose a cuidarlo.
Por los siguientes tres días, mantiene esa rutina, sin ninguna mejoría en Memín. Al descuidar su trabajo, Armando pasa hambre, gastando todo en medicinas que no sirven para nada. Cuando cae una fuerte nevada, Armando se atreve a salir a conseguir más medicinas. Memín, aun delirando y recordando tanto a Silvia como Eufrosina, se levanta y viste con dificultad, internándose en las calles nevadas, sólo para caer inconsciente ante varias personas que pasaban. Armando trae las medicinas, encontrando a su amigo tirado y rodeado de gente. Alguien se encargó de llamar a la ambulancia, y los paramédicos recogen a Memín, ignorando las protestas de Armando que insiste en que será suficiente con las medicinas que trajo. Habiendo perdido a su amigo, no le queda más que ponerse a llorar. En casa de Silvia, ella está triste, extrañada por la ausencia de Memín en varios días. Siente que algo malo le ha pasado. Su madre sugiere que debió encontrar a su madre y se fue, pero como no vino a despedirse, sigue la preocupación. Para animarla, su padre trae a su primo Federico, para que pase una temporada con ellos. A Silvia no le interesa, pero su padre insiste a Federico en ayudar a distraerla, prometiéndole una motoneta a cambio. Movido por el interés, el primo hace débiles esfuerzos por simpatizar con ella. La invita a salir, insinuando que podrían encontrar a su querido Memín, y como pasean por los lugares donde a él más le daba por describirle las cosas, al repetirlas ella, Federico supone que está loca y trata de seguirle la corriente. Pero muy pronto se cansa de eso y le sostiene que las cosas no son tan bonitas como a ella le dijeron y que Memín es un mentiroso, consiguiendo perturbarla. De vuelta en la casa, Federico comenta despectivamente sobre la clase de amistad que Silvia llevaba con ese, pero Doña Nieves sólo da comentarios favorables, preguntándose como ella que le habrá pasado.
Memín está convaleciente en el hospital. Armando, como no sabe a donde lo llevaron, se le ocurre que en casa de Silvia podrían ayudar a localizarlo. Debilitado a la falta de alimentos, apenas puede llegar a su destino. Es bien recibido por ser amigo de Memín y le hace saber a los padres de Silvia que está gravemente enfermo. Se desmaya y se encargan de darle cama y alimentos hasta que se recupere. Siguiendo la pista, el padre de Silvia la lleva consigo, indagando en los hospitales hasta dar con el negrito (preguntando por su nombre, ven que está registrado, lo que no es un poco dudoso, dado que los niños no suelen portar identificaciones y él estuviera demasiado enfermo para dar su nombre). Silvia pide verlo, pero como no es horaria de visitas, el padre convence a la enfermera, usando la excusa de que su hija es ciega para causar lastima (que estrategia tan baja). Lo llevan ante el doctor, que explica que Memín contrajo neumonía, pero que ya la están combatiendo y se aliviara. Les permiten pasar, y éste despierta cuando Silvia se inclina sobre su regazo. El reencuentro le hace comprender que ya le agrada a su padre, pero ella no deja de comentar sobre las contradicciones de Federico, mas sigue ignorante sobre su aspecto, que es suficiente para Memín. La idea de que estuvo próximo a morir le aterra y quiere sacarse de dudas con la enfermera sobre si su estado no es terminal. Siendo todo lo contrario, sólo quiere aliviarse y que lo den de alta. Pronto anda dando de brincos por el hospital, animando y molestando a todos por igual. Finalmente lo dejan ir, justo cuando Armando viene a visitarlo. Despidiéndose de las enfermeras que lo atendieron, abandona el hospital alegremente con su amigo, recuperando el optimismo. Lo pone al tanto de lo que hizo mientras esperaba su recuperación, y Memín le promete que si encuentra a Eufrosina, la compartirá con él para que tenga una mama. Vuelven a la estatua del elefante, aunque Memín no tarda en encaminarse a casa de Silvia. Corta unas flores en el camino, y al llegar, se las ve con Federico, quien ríe a carcajadas al saber que él es el famoso Memín, descrito como un chico muy guapo por su prima. Doña Nieves sale a recibirlo, pero ni aun ante ella Federico deja de burlarse, señalando que no debería dejar a Silvia ser amigo de un negro, y que de saber como luce, le repugnaría. Amenaza con decírselo, y Memín lo golpea. Doña Nieves los detiene, advirtiendo a Federico que si le dice algo a Silvia, no le darán la motoneta ofrecida. Silvia recibe a Memín alegremente, contándole con ansiedad las buenas nuevas. Un medico la ha examinado, dándole esperanzas de que recupere la vista. Al darse cuenta que eso destruirá la imagen que ella concibió de él, Memín teme el eventual desprecio. Consternado, trata de realizar su trabajo acostumbrado. Federico se le acerca mientras riega las plantas, disfrutando al decirle lo que Silvia pensará de él cuando lo vea. Responde mojándolo con la manguera. Pasan los días, y sigue compartiendo momentos agradables con Silvia, sin dejar de preocuparse por su próxima operación, que de ser exitosa, podría cambiarlo todo. Llega el día de la operación. Dejan a Memín en la casa, haciendo los quehaceres, mientras se llevan a Silvia a la clínica. Al entrar a la recamara en que tienen la imagen típica de Jesús, Memín le ruega que ella no recupere la vista y lo desprecie. Pero no tarda en darse cuenta de su egoísmo, acorde a su aspecto, y se retracta, orando por lo contrario. Termina sus quehaceres y los ve regresar, trayendo a Silvia con los ojos vendados. Cree que por sus malos deseos le sacaron los ojos, pero le explican que así deben cubrirlos hasta que venga el doctor a quitar los vendajes, dentro de tres días más. Así, le dan más tiempo a Memín de estar con ella sin preocupaciones. Federico vuelve a importunarlo, insinuándole a Silvia de la decepción que se llevara más adelante. La tremenda pelea no se hace esperar. Tranquilizando a Silvia para que no se de cuenta de que pelean, Memín se encarga de derrotar a Federico, dejándolo desmayado cuando ocasiona que un jarrón le caiga encima de la cabeza. Al volver a su “residencia” en la estatua del elefante, Memín decide utilizar el dinero que ha ahorrado con su trabajo, para comprarse ropa nueva que pueda impresionar a Silvia. También ofrece comprarle pantalones a Armando, y los dos se van a las tiendas y a comer a un restaurante de comida mexicana. Se sirven unas enchiladas que hacen recordar a Memín la sazón de su má linda, lo que no es de extrañar, ya que resulta que Eufrosina está trabajando ahí, cocinando y echando de menos a su retoño. Pero ellos no tienen como saber lo cerca que están y pierden esa oportunidad. Regresan a su escondite, y antes de dormir, Memín convence a su amigo de que se una a sus oraciones, pidiendo que Silvia no lo desprecie cuando pueda ver.
Luciendo su traje nuevo (algo elegante, pero desentonando el sombrero, que es un pobre intento para disimular su calvicie natural), Memín se presenta al día siguiente, ya aproximandose el gran momento. Federico vuelve a burlarse de él, asegurando que su facha no disimulará en nada su horrible aspecto que su prima repudiará. Memín lo ignora y va con Silvia, quien le pide que éste con ella cuando le quiten los vendajes. Llega el doctor, y los padres se ponen nerviosos, temiendo otra decepción, porque no es la primera vez que la ciencia médica intenta curar la ceguera de su hija. Piden que cierren las ventanas, dejando sólo una lámpara para iluminación, y así empieza a retirar esos vendajes. Memín se aparta en un rincón sombrío, y Federico se acerca con curiosidad. Silvia empieza a enfocar y al ver a Federico, lo abraza emocionada, creyendo que es Memín. El corazón del negrito se parte, retirándose discretamente, mientras los padres de Silvia la abrazan, felicites porque ella por fin se ha curado.
Vuelve a la recamara con la imagen de Jesús, agradeciendo por el milagro, pero pidiendo que a cambio le permita reencontrarse con su madre, que es lo único que tiene ya que sólo ella lo aceptará tal cual es. Federico lo alcanza cuando va saliendo, disculpándose por las burlas al no imaginar que Silvia lo confundiría. Memín las acepta sin mucho entusiasmo y le pide que mantenga el engaño para que ella siga creyendo que es él. Federico le regala diez dólares, sabiendo que gastó sus ahorros en sus nuevas ropas, y se despiden. Federico le cuenta con tristeza a Doña Nieves que Memín se ha ido, pero ella sigue agradecida, deseándolo lo mejor después de la luz que su presencia trajo a su hogar. Armando encuentro a Memín llorando, tratando sin éxito de animarlo. Se empeña en buscar con más ahínco que nunca a Eufrosina. Le regala sus zapatos a su amigo, que los acepta y no deja de presumirlos durante las páginas siguientes. Convence a Memín de que ponga un anuncio en el periódico, ya que aunque Eufrosina no sepa leer, alguien que la conozca podría verlo e informarle. Así lo hacen, usando el dinero que Federico le dio. Más tarde, mientras Armando anda repartiendo los periódicos, Memín se queda en el parque, esperando que su má linda aparezca tras poner el anuncio (poniendo su “dirección” en la estatua del elefante), pero sólo encuentra más mujeres robustas que se le parecen. Después de un rato, Armando llega corriendo, mostrándole una billetera repleta que se “encontró.” Memín piensa que la ha robado, pero Armando le cuenta que lo que pasó fue que unos muchachos pasaron corriendo a su lado, y uno de ellos la dejó caer en el interior de sus zapatos nuevos, que se había quitado, y luego la descubrió. Como no la robó y no cree prudente ir a dar parte a la policía porque creerían que él fue el ladrón, decide ir invertir el dinero yéndose a comer con Memín al restaurante de la otra vez. Las enchiladas le siguen sabiendo a Memín como las que hacia Eufrosina, y hasta ella al recibir la orden, recuerda que así le gustaba que se las preparara. Mientras comen, Memín se da cuenta que un policía ha estado observándolos, y al advertirle a su amigo, éste decide echar a correr porque si le pregunta, no creerá que sólo se la encontró (si, huir de la ley seguro no lo hará verse sospechoso). Los dos se van a esconder en la cocina, pero Memín se congela al toparse con Eufrosina. El reencuentro enternecedor hace que se olviden de todo, y madre e hijo se abrazan y besuquean, muy felices por estar reunidos de nuevo. Entra el policía, queriendo hacer preguntas a Memín, pero Eufrosina sale a defenderlo. Al divisar a Armando, lo agarra y se dispone a llevar a los dos para interrogarlos. Eufrosina le asesta un sartenazo al policía, pero no tardan en llegar más, librando los tres una lucha desesperada. Igual no pueden impedir ser arrestados. Los que robaron la cartera fueron apresados, por lo que no habrá consecuencias para Armando, pero los tres se quedarán detenidos por cuarenta y ocho horas, por faltas a la autoridad. No tienen problema con eso, y en su confinamiento, Eufrosina admite que el trabajo que tomó de cocinera ya pensaba dejarlo en cuanto lo encontrara. Pero ha recibido invitación para ser ama de llaves en un castillo de un hombre que vive solo, mostrándole a Memín la notificación que lo comprueba cuando él piensa que anda delirando. Ahí dice que debe venir sola pero ella no ve problema en llegar con Memín, que podrá ayudarla con el trabajo. Armando se siente triste, diciéndole a su amigo, que aun ofreciéndole compartir a su má linda, no seria lo mismo que tener una madre propia, por lo que prefiere volver a vivir en la estatua del elefante, haciendo lo de siempre, aunque tenga que estar solo, sin su compañía.
En el periódico sensacionalista, publican la noticia del pleito entre la policía con Memín, Armando y Eufrosina. Para ese entonces, Silvia ya se había dado cuenta de que confundió a Memín con Federico y lo extraña. Doña Nieves le muestra la foto en el periódico, y el ver por fin como es, no cambia en nada sus sentimientos de cariño hacia él, pidiendo verlo. En la cárcel, un matrimonio viene a visitar a Armando, habiéndose enterado de todo por el periódico, expresando sus deseos de adoptar un niño huérfano y pobre. Memín comprueba que ellos son buena gente, además de resultar que son ricos, por lo que no puede estar más feliz por la suerte de su amigo. Se despide de él, que le agradece que fue gracias a él que cambió su destino, y lo ve irse con sus nuevos padres para concretar la adopción. Al comentar con Eufrosina que siente envidia porque Armando haya encontrado padres ricos, ella se siente, pensando que él seria feliz si ella muriera y tuviera la misma suerte, pero Memín se disculpa, asegurando que quiere estar con ella siempre, sin importar en que miseria vivan. Se ponen a jugar canicas dentro de la celda, y en eso llegan Silvia y sus padres. Memín trata de esconderse, pero ella le hace ver que lo acepta como es y que lo quiere. Los padres de Silvia ofrecen trabajo a Eufrosina, pero ella ya está comprometida con lo del castillo, por lo que no puede aceptar. Sin más, Silvia le da un beso a Memín y se despiden. Al inquirir Eufrosina el porque no quería que lo viera la niña, Memín confiesa las mentiras que le dijo sobre como era su físico. La riega una vez más, hiriendo a Eufrosina, que siente que al renegar de su color, reniega de ella, pero Memín consigue componerla de nuevo, llorando y suplicando por su perdón. Ella lo deja atrás y siguen jugando en lo que poco que les queda para salir libres. Después de esta serie de incidentes de telenovela, las aventuras de Memín y Eufrosina adoptarán otro sentido en lo que sigue. Sólo queda señalar un detalle, respecto a la versión original de esta historia (el último que me conozco, es tan difícil saber a ciencia cierta cuanto difiere la versión original de Memín Pinguín de las que siguieron, por el material tan viejo y del que pocos se acuerdan o se molestan en compartir la información). El personaje de Armando no tiene un final tan feliz en el original, me temo. En la parte que son perseguidos por el policía, éste huye sin pensarlo mucho, y acaba siendo atropellado por un auto. Memín y Eufrosina sólo llegan para verlo morir, tristemente. Uf, con las modificaciones que hizo Yolanda Vargas, si que se notan las diferencias, al grado de considerar que el original Memín es más tragicomedia que una serie de humor blanco, pero no por ello puede dársele favoritismo a una sobre la otra, ya que ambas al final complementen el mismo punto por el que el personaje es tan popular.

miércoles, 29 de julio de 2009

Memín Pinguín #151-156

Memín y sus amigos se ven metidos en un embrollo cuando el padre de Ernestillo cae en las manos de una banda de criminales con quienes Fernando estaba involucrado. La operación de rescate resulta muy peligrosa. Una vez librada, un reencuentro del destino tiene lugar para volver a colocar luz en la vida del antiguo pintor.

Después de haber pasado el tiempo sin saber de Fernando, los cuatro se preguntan que le pasó, para luego entusiasmarse por una fiesta de disfraces en la noche a la que planean asistir. Ernestillo no podrá, ya que debe ayudar a su padre. Al volver a la carpintería, éste lo espera con impaciencia para que haga un trabajo por encargo. La da la dirección a la que tiene que ir, que después de muchas averiguaciones, lleva a Ernestillo a una zona de muy mal aspecto donde sólo vive gente de baja calaña. En una tétrica vivienda, lo invitan a pasar para que trabaje, dejándole una lámpara de petróleo, ya que no tienen luz eléctrica. Una vez que se pone a trabajar, no tarda en apagarse la lámpara. Va a buscar al hombre que lo recibió para que le de otra, y acaba escuchando una conversación entre un grupo de sujetos, que resultan criminales planeando asaltar un banco.

Es descubierto y amenazado, pero él alega no haber oído nada y que venia sólo por otra lámpara. Entre esos hombres, descubre a Fernando, que con gestos le indica no decir nada que lo relacione con él. Cuando lo dejan volver a su trabajo, Fernando lo aborda con discreción, advirtiéndole que no muestre conocerlo o seguro lo matarán. Lo apremia a que termine lo suyo, negándose a dar explicaciones sobre su proceder al unirse a los maleantes. Ernestillo se da prisa y consigue que lo dejen ir, prometiendo olvidar cualquier cosa que hubiera escuchado. Pero antes de irse, descubre unos planos del banco que asaltarán, y temiendo que Fernando se comprometa, cree que prevendrá llevándoselos para que no se realice el arriesgado atraco.
Ernestillo recurre a sus amigos para conseguir algo de apoyo. En casa de Ricardo, tras pasar por los perros que tardan en reconocerlo, Mercedes le recuerda que él está en la fiesta. Pasa por la casa de Memín, y lo encuentra sentado en la banqueta, con su traje de indio piel roja, disque aplicándole la ley del hielo a Eufrosina, quedándose afuera porque ella lo castigó no dejándole ir a la fiesta, porque se comió un pastel. Al contarle lo que vio, Memín no quiere ayudar al “traidor” de Fernando, pero Ernestillo está seguro que fue la necesidad lo que lo llevó con los bandidos y aun es el amigo confiable que apoyaban. El negrito se convence y lo acompaña, pero cuando ven a lo lejos la carpintería, observan a los maleantes, sacando a rastras al señor Vargas y metiéndolo en un auto. Ernestillo se dacuenta de su torpeza por olvidar que los ladrones sabían su dirección y al no encontrar los planos, optaron por secuestrar a su padre. Ahora, con más razón deben hacer algo, aunque a Memín le da miedo, pero basta con llamarlo cobarde para que se comprometa, y así se dirigen rumbo a la oscura residencia. A través de una ventana con vidrio roto, consiguen entrar, adentrándose en un área donde los malandrines guardan estatuas que han robado. Memín tumba una sin querer, poniéndolos sobre aviso. Ellos bajan, pescando a Ernestillo, asegurándose de que ha venido solo. Quedándose inmóvil en posición de estatua, Memín logra que lo tomen por tal, y así sólo se llevan a Ernestillo. En cuanto se van, aprovecha para esfumarse. A Ernestillo exigen que les diga donde están los planos que tomó, pero él se niega si no le dejan ver a su padre. El jefe de la banda empieza a agredirlo a golpes para que hable, que es más de lo que Fernando puede soportar, saliendo en la defensa del chico. Los dos acaban siendo atacados por igual por los criminales, y los dejan amarrados. A Ernestillo no le queda de otra más que confesar que tiene los planos dentro del calcetín.
Memín va hasta donde dan la fiesta de disfraces, buscando a sus amigos para que le ayuden a salvarlos a todos. Encuentra a los dos tratando de ligar con unas niñas, luciendo sus disfraces, Carlangas de pirata y Ricardo de Luis XVI, pero en cuanto les dice del peligro que corren Fernando, Ernestillo y el señor Vargas, abandonan y salen en su auxilio. En el camino, encuentran a Eufrosina, que anda furiosa, buscando a Memín. No está de humor para oír explicaciones y se lo lleva a rastras, pero él la distrae y echa a correr, siguiendo con sus amigos. Fernando y Ernestillo han sido dejados amarrados, mientras los criminales se disponer a cometer el atraco. Memín guía a Ricardo y a Carlangas por el lugar en el que se introdujo, y pronto hace su entrada triunfal ante los dos prisioneros. Una vez que los desamarran, recorren la casa, logrando dar con el señor Vargas, que también dejaron atado. Éste se muestra confundido una vez que lo liberan, reconociendo a Fernando como el hombre que lo amarró, pero no tienen tiempo de darle explicaciones. Fernando les indica que se marchen cuanto antes, necio en quedarse ahí y que lo maten los bandidos al volver, valorando su vida tan poco. Memín toma un jarrón, rompiéndoselo en la cabeza para dormirlo, obligándolo a que venga con ellos. Divisa un auto ultimo modelo con las lleves puestas, robado por los criminales, y sugiera sus amigos utilizarlo para emprender la huida rápidamente. A ellos no les parece, pero reconociendo el peligro que corren, se apresuran a abordarlo, llevando a Fernando y al señor Vargas. Carlangas dice haber aprendido a conducir por instrucción del chofer cuando vivía con su padre (¿Cuál chofer? Si todo el tiempo se veía que el ingeniero Arozamena conducía su propio auto, nunca salio con que tenían un chofer). Ese auto resulta ser diferente al que le tocó, por lo que se vuelve difícil maniobrar, y acaban poniéndose en peligro de chocar. Fernando reacciona a tiempo para advertir a Carlangas y tomar el volante. Al caer en la cuenta de que el auto es robado, no tardan en ser perseguidos por la policía, que precisamente estaba buscando el vehiculo. Esto les complica las cosas, iniciando una persecución, pero al final, logran burlar a la patrulla, llegando a la carpintería. Una vez dentro, el señor vargas exige una explicación, pero pasan al tema del robo al banco. Ernestillo sugiere llamar a la policía, y Fernando concuerda, advirtiendo que lo hagan anónimamente. Él mismo va a efectuar la llamada desde un telefono público y Ricardo lo acompaña. Así, la policía es advertida a tiempo, tomando manos en el asunto pese a contar con la posibilidad de que sea una broma (las fuentes anónimas no son confiables a veces), logrando interceptar las entradas y salidas de los ladrones, obligándolos a rendirse. Fernando va a dejar el coche robado lo más lejos posible, para que sea recuperado, dando su palabra de honor a Ricardo de que volverá con ellos. Habiendo cumplido su cometido, se da tiempo de pasar a ver la captura de los ladrones, y luego regresa a la carpintería. Memín y sus amigos le cuentan al señor Vargas toda la historia de Fernando, logrando que se compadezca de él y le ofrezca un lugar en su casa para ayudarlo. Fernando no cree merecerlo cuando se lo proponen, pero ante tanta bondad termina por aceptar. Hasta entonces, se percatan de lo tarde que es y los problemas que tendrán con sus padres (menos Ernestillo, claro). Dudan sobre decir la verdad, pero Ernestillo opina que es lo más recomendable. Esto demuestra ser una mala idea.
Memín encuentra a Eufrosina, que ha caído dormida mientras lo esperaba, sosteniendo la tabla con clavo. La despierta, listo para que le de su paliza, pero ella le pide primero una explicación para que no la tome por una bruta que castiga sin preguntar (¿y que más ha demostrado ser si no la mayoria de las veces?). Memín le cuenta como estuvo la cosa, y ella lo toma por mentiroso, golpeándolo más de lo que había pensado para que escarmiente.
Carlangas tampoco logra convencer a Isabel, que le pone el peor castigo: prohibirle el dirigirle la palabra por una semana entera.
En casa de los Arcaraz, como es de esperarse, Mercedes está muerta de la preocupación y Rogelio dominando su ira contenida como no le haya pasado algo grave que justifique su retraso. Como el niño llega bien, le ordena a Mercedes retirarse, demandando una explicación, pero tampoco cree en sus palabras, y le pega con el cinto.
Al día siguiente, Ernestillo ve a sus amigos tristes por la regañiza, pero les recuerda que salvaron a Fernando y eso es lo que cuenta. Decide contarle al profesor Romero lo ocurrido, aunque a ellos no les parece porque creen que tampoco les creerá. Pero no es así, ya que Romero hasta se enteró del intento frustrado de robar el banco, y aunque aprueba su acción, les advierte que se arriesgaron demasiado. Manda a llamar a los otros para felicitarlos individualmente por su valentía. Memín se emociona tanto que brinca sobre el escritorio, ganándose una reprimenda por no saber controlar sus emociones, y recordándole que se avecinan exámenes, lo que lo desanima de inmediato.
Fernando ayuda al señor Vargas con su trabajo en la carpintería, consiguiendo comprensión para sus penas, pero sigue sin un aliciente que lo incite a buscar otro porvenir. Ernestillo habla de esto con sus amigos, y se les ocurre que podrían volverlo a ilusionar con Luis, que al ser tan bueno en la pintura, podría identificarse con Fernando. Consultan con él su idea de ayudar a animar a ese señor, con la excusa de hacerle marco a una acuarela que hizo y que Luis pase a la carpintería a recogerlo. Él acepta de buena fe, y ponen en marcha su plan. Al ver la acuarela que van a enmarcar, Fernando se interesa en conocer a su joven artista. Ernestillo sale a traer algo de comer, dejando a Fernando comentarle al señor Vargas sobre sus intenciones de irse, por sentirse como una carga, pero éste le hace ver que gracias a su asistencia ha tenido más trabajos que nunca, haciendo que desista de esa idea.
Más tarde, se presenta Luis y no tarda en simpatizar con Fernando. Le da algunos tips sobre la pintura y el niño sugiere que le de algunos ejemplos en su casa, donde tiene sus material de pintar, afición que tomó por puro gusto sin que nadie le enseñara (pero se entiende que es heredada). Acuerdan ir de una vez, aprovechando que su mama no está en casa. A Fernando le parece bien, ignorando su parentesco, pero cuando Memín pasa a saludar (y casi echando a perder todo revelando que era un plan para animar a Fernando), éste si se da cuenta, causándole gracia. Ya en la casa de Luis, Fernando se da vuelo, enseñándole a hacer los trazos más básicos y el sombreado. Alicia sale temprano de trabajar, emocionada sólo por ver a su hijo, lo que a su amiga sigue extrañando. Luis sale a conseguir material se le acabó para seguir con la lección, dejando a Fernando solo. En la ausencia del chico, llega Alicia, suponiendo a Fernando algún maestro de Luis, pero no tarda en reconocerlo, y él a ella. Fernando empieza a retirarse, pero Alicia lo retiene. Tiene lugar una larga un intercambio de impresiones, recuerdos y lamentos, que al final acaban por llegar a lo que todos esperaban, cuando Alicia le hace ver que Luis es el hijo que Rosalinda le ocultó. Luis regresa justo cuando ella le dice que hizo que el niño lo creyera muerto, y al irrumpir él, aunque intentan disimular, éste demuestra ya saber que Fernando es su padre. Le explican que se separaron porque él fue a prisión, pero a Luis no le importa la razón, queriendo que se quede en casa. Alegan que no se puede puesto que su matrimonio fue anulado, ocultando la información de que Alicia no es su madre biológica. Él sugiere que se vuelven a casar, y así como así, tiene lugar la reconciliación entre los antiguos amantes. Al día siguiente, le cuenta a los cuatro sobre la gran noticia de que Fernando Arteaga resultó ser su padre. Conociendo la historia, confirman que en efecto así es, acordando no decirle que no es hijo de Alicia (pese a que no se entiende en que momento pudieron suponer tal cosa, ya que aunque los lectores si conocieron los detalles, ellos sólo saben las cosas del punto de vista del anciano Nicolás, que a su vez relató lo que Fernando le contó, y ninguno de ellos supo lo del segundo hijo). Deducen astutamente que Rosalinda entregó su hijo a Alicia antes de morir, y al saber esto, a Memín le entra la duda, pensando que eso pudiera significar que el tampoco es hijo de Eufrosina. En cuanto llega a casa, exige hablar seriamente con ella, pidiendo que le jure que es hijo suyo. Ella jura y perjura que nació de sus entrañas y pregunta el porque tanta insistencia. Memín le cuenta el caso de Luis, y ella lo reprende, aclarando que una madre no se hace sólo por parir, sino por criar y educar, por lo que eso significa que Alicia es su verdadera madre, no importa lo que digan. A Memín le alegra saber que eso significa que aunque fuera lo mismo con él, seguiría siendo hijo de su corazón, pero para dejarlo claro, Eufrosina lo lleva al espejo, para señalarle los rasgos que heredó de ella, confirmando su parentesco. En la carpintería, Fernando anuncia a Ernestillo y el señor Vargas que ante la proximidad de su boda, volverá a ser pintor, habiendo recuperado la ilusión que le dará la inspiración necesaria, recuperando su renombre y sosteniendo a su familia. Alicia también le cuenta a su amiga Lolita del inesperado encuentro con su único amor, dejando perdonado todo lo pasado, y ella le da sus mejores deseos. Pronto tiene lugar la boda, con los cuatro amigos de Fernando entre los asistentes, así como el señor Vargas y Eufrosina, quien no entiende nada ni quienes se están casando. Durante el brindis, Memín le dice que Fernando era el expresidiario con quien le prohibió juntarse, pero ante el ambiente tan alegre, a Eufrosina se le olvida y se limita a brindar por su felicidad. Después, se despiden de Fernando y su familia, que se mudan a otro lugar para iniciar su nueva vida, juntos. Les promete que algún día volverá convertido en un pintor de renombre (como nunca vuelve a salir en la revista, ¿podría suponerse que no se le hizo?). En la víspera del 16 de septiembre, los cuatro amigos revisan sus fondos para comprarles regalos a sus padres (al parecer en aquellos tiempos se daban regalos en ese día, que ahora parece palidecer ante el 20 de noviembre, que de algún modo adquiere más importancia). Memín lamenta tener muy poco dinero, y ellos lo reprenden por no haber trabajo o hecho mandados, como ellos hicieron para conseguir para lo suyo. Explica que la misma Eufrosina no se lo permitió, pero le aseguran que a ella le gustará lo que le alcance. Así, todos celebran esa noche en familia. Los Arcaraz con una cena mexicana. Isabel y Carlangas cenan con modestia, pero están felices por las noticias de Carlos Arozamena, que ha comunicado sus intenciones de regresar y quedarse con ellos ahora si. Ernestillo espera conocer a unos padrinos y regala una corbata a su padre. Memín, de algún modo, consiguió para comprarle unos aretes a Eufrosina (o los habrá fabricado, carece de importancia).
Habiendo concluido esta larga serie de incidentes que giraron en torno a personajes temporales, el 16 de septiembre anuncia el siguiente episodio, que protagonizaran Memín y Eufrosina, el cual también será extenso, pero significativo.

Memín Pinguín #145-151

Memín y sus amigos tratan de levantarle el ánimo al expresidiario Fernando, mejorando la calidad de su vivienda y ofreciéndole la oportunidad de volver a pintar. En la escuela, hay un nuevo alumno en su salón, y Memín le tiene antipatía. Un concurso en la clase de dibujo da a pie a un acto de bondad malinterpretado.

Para empezar a ayudar a Fernando, los cuatro amigos se comprometen a conseguirle muebles para que se sienta más cómodo en su mísera vivienda. Ernestillo le fabrica una mesa, Ricardo consigue unas sillas viejas, Carlangas carga con un colchón que ya iban a tirar, y Memín lleva unas sabanas, que escondió en la parte trasera de su pantalón para que Eufrosina no se diera cuenta. Aprovechando que Fernando no está, comienzan su tarea de arreglar los muebles para darle la sorpresa. Colocan el colchón con las sabanas para que sirva como una cómoda cama sobre el catre que él tenia. Memín no resiste las ganas de brincar en la cama improvisada, reboteando y golpeándose contra la pared. Lo ayudan a salir de su atontamiento, cuando llega Fernando. Les exige que se vayan, y ellos obedecen, pero Memín se queda, besándole la mano y haciéndose el simpático. Con ese gesto lo hace cambiar de aparecer y mandar llamar a sus amigos de regreso. Les pregunta porque le trajeron los muebles, y ellos expresan sus deseos de ayudarlo y hacerse sus amigos. Les aconseja que desistan, ya que es un expresidiario y asesino. Aunque los otros no lo aprueban, Memín acaba por confesarle que Don Nicolás les contó su historia, y por ello lo compadecen, sabiendo que es buena persona y merece algo mejor. Fernando les agradece, pero asegura que su vida ya no tiene sentido y no puede aspirar a más que una existencia vacía y gris. Aun así, acepta sus atenciones, y pronto se les hace costumbre visitarlos en las tardes, siempre llevándole algo, como ropa y comida. Fernando les informa que no consigue trabajo y así no llegará a ninguna parte. En eso, llega la visita desagradable de un tal Roland, un criminal fugitivo que Fernando conoció en prisión, en plan de ofrecerle una “oportunidad de trabajo.” Mientras los demás los dejan hablar en privado, Memín se vuelve para espiar la conversación, confirmando que ese hombre intentaba convencer a Fernando de meterse al crimen, ya que en su estado, no le queda otra opción para subsistir. Fernando rechaza la oferta, alegando que la confianza que los cuatro muchachos han puesto en él le impide caer a ese nivel. Roland se retira, confiando en que es cuestión de tiempo para que se decida. Memín confiesa a Fernando que escuchó todo, arrepintiéndose de su entrometimiento, pero contento de ver que él se mantuvo firme y que ellos no se equivocaron al creerlo hombre de bien. Se reúnen con los demás, y Fernando se une a sus juegos, aunque no tarda en sentir su falta de habilidad al perder la condición por los años. Los invita a tomar helado, y ya luego que se despiden, Memín les hace sufrir de exasperación a sus amigos al tratar de decirles lo que había hablado con Roland, amenazado con ser cortado. Los cuatro concuerdan que con todo, puede que Fernando acabe aceptando formar parte de eso. Se les ocurre que sólo volviendo a la pintura podrá reponerse y evitar ese destino. Ernestillo ya se había adelantado, construyéndole un caballete en la carpintería. Los demás acuerdan conseguir dinero para comprar el resto del material. Carlangas hace mandados a los vecinos por una módica cuota. Memín trata de que Eufrosina le de dinero por hacerle los quehaceres, pero ella le advierte que no puede andarle cobrando por lo que hará de todos modos si no quiere ser castigado. Trata de sacar dinero de su alcancía, pero lo cacha en la movida, dándole una ultima advertencia.
Ricardo le pide a su padre dinero de sus domingos por adelantado, pero como éste hace preguntas de que necesita, no puede explicarle de manera convincente, y sin justificación, no piensa soltarle nada. Al ver que se dispone a usar su encendedor, le apuesta doscientos a que no prende a la primera. Rogelio acepta la apuesta, y pierde el dinero. Pero no es buen perdedor y hace que vuelva hacerla dos veces más, doble o nada, y pasa lo mismo. Ricardo consigue suficiente dinero y Rogelio descubre que al encendedor se le había acabado el gas.
En la carpintería, Ernestillo le muestra el caballete a Memín, y éste se queja de no poder aportar con nada. Comentan sobre el lienzo que se necesita para pintar sobre el caballete, y a Memín se le prende el foco, volviendose a su casa, con tela recortada de las sabanas que Eufrosina dejó en el tendedero (y que luego ira a echarle pleito a una vecina que considera culpable, pero eso sucede fuera de cuadro). Carlangas y Ernestillo surten las pinturas y pinceles, para después ir todos a presentar sus regalos a Fernando. Acuerdan no venir a visitarlo en unos días, para que él tenga tiempo de inspirarse y volver a trabajar en lo que tanto le gustaba. Fernando se siente inseguro sobre pintar, pero le conmueve el gesto y se dispone a ello. Cuando creen que ha pasado suficiente tiempo para que Fernando haya pintado algo, los cuatro van a lo que tiene por hogar. Descubren el caballete y el lienzo intactos, y al llegar Fernando, se percata de su decepción. Les explica que no ha podido pintar porque no recibe inspiración, y es que ésta viene con las ilusiones de la vida, que ya no tiene, pues ha perdido a sus seres queridos. Aun así, sigue agradeciendo su solicitud, ya que con el caballete al menos tendrá la esperanza de volver a pintar algún día, pero no podrá forzar nada. Ellos lo aceptan y lo invitan a observarlos jugar en el callejón. En la noche, Fernando trata de ponerse a pintar, pero sólo consigue frustrarse.
Una mañana, en la escuela, Memín se sorprende al ver un alumno nuevo en su asiento. Le exige que se largue, pero el chico alega que el maestro le indicó que se sentara ahí mismo. Al acercarse sus amigos, el nuevo se presenta como Luis Sandoval, recién llegado a la ciudad, y les cae bien de inmediato, excepto a Memín, que siente antipatía inmediata hacia éste. Al entrar el profesor Romero, Memín lo aborda para exponer su queja de tener a Luis como compañero de banca, pero es reprendido con la clásica lección de no juzgar a alguien hasta haberlo conocido bien. Memín concuerda, escapándosele comentarios sobre la amistad que tienen con el expresidiario, pero pronto guarda silencio. Comprendiendo que le han estado ocultando algo, Romero se siente porque ya no confíen en él como antes. Manda llamar a los otros tres para preguntarles que se traen, pero ellos no quieren decir nada de Fernando, temiendo que les prohíba su amistad. No queriendo presionarlos y muy resentido, Romero los deja con su secreto. Le echan la culpa a Memín por estar perdiendo la amistad del profesor, y deciden seguirlo a la dirección a la hora de salida, para poder explicarle con calma. Memín empieza, a su muy peculiar manera, pero le hacen callar para contar las cosas en orden. Una vez que comprende la situación de Fernando, Romero los anima a que sigan ayudándolo, admitiendo que en un principio si les hubiera prohibido que lo frecuentaran, pero conociendo su historia, aprueba su buena acción. Le aconseja a Memín hacer lo mismo respecto a Luis, a quien aun ni conoce y ya lo desprecia, pero el negrito echa en saco roto su consejo.
En la tarde, tienen dificultades para reunirse, en especial Memín que era retenido por Eufrosina. Van ansiosos a ver a Fernando. Descubren que el lienzo sigue en blanco, además de encontrarse con una nota de despedida que les ha dejado. En ésta, les sigue agradeciendo sus atenciones, pero admite que ve imposible mejorar su vida, aconsejándoles que lo olviden. Decepcionados y descubriendo un cigarro recientemente tirado en el suelo, del tipo que usaba el tal Roland, comprenden que Fernando cedió y se ha unido al crimen. Quieren creer que se equivocan y tomó otro camino, pero el mal semblante les dura hasta el día siguiente, cuando comparten con Romero sus impresiones. Él les dice que hicieron todo lo que pudieron y no tienen nada que lamentar, logrando que recuperen los ánimos. Pasando a otra cosa, Romero se dirige a la clase para ponerles un examen de dibujo, en que deben elaborar uno que sustentará su calificación, y que el mejor recibirá un premio. Memín, por ser un flojo, hace un mal dibujo sin esforzarse, y al presumirlo ante sus amigos que apenas empiezan el suyo, estos le hacen ver su falta de responsabilidad. Carlangas le rompe el dibujo para que haga otro, pero Memín pierde las ganas, y así se la pasa hasta el recreo, sin haber hecho nada. A su lado, Luis hace un dibujo muy bien hecho, haciendo que lo desprecie más, envidiando su habilidad y sus rasgos faciales más atractivos que los suyos. Aun conciente de que el negrito lo aborrece, Luis lo compadece. En el recreo, lo invitan a jugar sus amigos, cortando a Memín porque se dieron cuenta de que no hizo nada. Luis inventa una excusa para volver al salón y hacer un dibujo sencillo para que Memín tenga algo que entregar. Al regresar a la clase, Memín se sorprende al encontrar el dibujo que sin duda no hizo, pero no le da importancia al como pasó, dándose humos y presumiendo a sus amigos que ganará el concurso. Sigue despreciando a Luis, pero él no le guarda rencor, satisfecho de haberlo ayudado. En su casa, Luis espera a su madre, Alicia. Desde antes, en un recuadro se señaló que era el segundo hijo de Fernando Arteaga (si, un spoiler en la misma revista), y ahora queda claro, que por azares del destino fue criado por la novia despechada del antiguo pintor. En su trabajo, su amiga, Lolita, le expone su extrañeza de que quiera tanto al hijo que su ex tuvo con otra mujer, pero ella no puede ser más dichosa. Una retrospectiva complementaria tiene lugar. En ésta, se ve como, tras perder a Fernando, Alicia no tardó en perder a su madre. Quedándose sola, cerró su corazón al amor, y vivió dedicada a su trabajo. Un día, recibe una llamada desde un hospital de caridad, en el que se encuentra Rosalinda, muy grave y con pocas esperanzas de vida, tras haber dado a luz. Pide hablar con ella, y aunque Alicia no tiene deseos de volver a verla, su nobleza la impulsa a ir. Al ver como ha caído, difiriendo de la mujer que solía ser, Alicia siente lastima. Rosalinda la pone al tanto de las desgracias de su vida, solicitándola para que se haga cargo de su hijo, criándolo como si fuera suyo, ya que no confía en nadie más para ello. Le hace saber que Fernando está en la cárcel y su padre falleció, por lo que nadie más reclamara al niño. Alicia se muestra titubeante ante tomar tal responsabilidad, pero días después, al ser informada de la muerte de Rosalinda, acaba por aceptar a la criatura. De ese modo, se convirtió en una amorosa madre, ocultándole a Luis el hecho de que no es su madre biológica y alegando que su padre murió.
Ese día, después de comentarle de sus esperanzas de haber hecho el mejor dibujo de la clase, Luis le empieza a hacer preguntas sobre su padre, y a ella se le dificulta responderlas.
En su casa, Memín anda presumiendo con Eufrosina por haber hecho un dibujo que le ameritará el premio. Al día siguiente, todos andan comentando en el salón sobre sus trabajos, y Memín se pone de lo más despótico, creyéndose el mejor, y todavía reflejando antipatía hacia Luis. Cuando Romero hace entrega de los trabajos calificados, deja los de Luis y Memín para el final, haciendo ver que uno de ellos hizo el del otro. No dice el nombre de Memín, aunque sus amigos ya están sospechando que hizo una de las suyas, y amenaza entregarle a Luis su trabajo sin calificación. Ernestillo propone que se ponga de pie el culpable y otros compañeros aprueban la idea. Romero les sigue la corriente, pero Memín no se atreve a levantarse y admitir su culpa. Luis admite que ayudó a una persona al hacerle su dibujo sin su consentimiento, pidiendo que sólo lo castiguen a él, pero eso sólo hace que Memín se muestre aun más vil y cobarde. Como Luis se pone a sollozar por la ilusión que tenia de mostrarle el premio por su dibujo a su madre, sufre remordimientos y se dispone a salir del salón, admitiendo que es responsable de todo. Romero le ordena comparecer frente a su escritorio, preguntando que castigo cree merecer, y Memín responde que la horca (es lo mismo que dijo cuando arruinó la obra de teatro). Considera que elija otro tipo de castigo y Memín acepta que lo manden a primer año con orejas de burro. Romero agrega un castigo adicional, dándole doce tablazos enfrente de sus compañeros. La humillación es más dolorosa que los golpes, pero Memín se aguanta y sale con las orejas de burro para irse con los de primero. A sus amigos les da lastima y también a Luis, pero Romero le indica que si hubiera confesado desde el principio, no hubiese sido castigado. Aun así, revela que sólo lo dejaran dos días en primer año para que escarmiente y luego se le permitirá volver. Le entrega su dibujo con el primer lugar, que el niño recibe humildemente. Los amigos de Memín no lo encuentran a la salida, ya que a los de primero les toca más temprano, suponiéndolo en su casa. Luis se une con ellos, compartiendo su pena por lo que pasó y ellos reconocen su nobleza.
En casa, Memín ya ha contado de todo a Eufrosina, ofreciéndole la tabla para que ella también le de su merecido, pero como ya pagó suficiente, no ve la necesidad y lo consuela para luego ponerlo a que le ayude a lavar. Así lo encuentran sus amigos cuando vienen a visitarlo en compañía de Luis. Memín ya se ha recuperado, pero sigue enojado con él, culpándolo por lo que tuvo que pasar.Luis se disculpa, entregándole el diploma que recibió por su dibujo (¿en eso consistía todo el premio? ¿un pedazo de papel entre alumnos de un solo grupo? pfft). Viendo lo bondadoso y noble que es, Memín se retracta, haciendo pucheros y reconociendo que fue su culpa por no ser valiente y que el reconocimiento le pertenece a él.