lunes, 13 de julio de 2009

Memín Pinguín #65-69

Al aprovechar una oportunidad de trabajo, Ernestillo descubre la injusticia cometida hacia un anciano. Con sus amigos, unen esfuerzos para rescatarlo de sus atormentadores, mas el problema no terminará ahí.

Ernestillo se encuentra limpiando la carpintería, cuando un hombre de aspecto elegante aparece, solicitando sus servicios para arreglar unos libreros. Viendo que está dentro de sus habilidades, Ernestillo acepta y aborda el auto del hombre, dirigiéndose a una casa apartada de la ciudad (que situación tan sospechosa, suerte para el chico que no hay malas intenciones hacia su persona de momento). Llegan a la enorme residencia, que luce siniestra y lúgubre, donde los recibe el aun más tétrico mayordomo, Pablo. Siendo arduo el trabajo que Ernestillo realizará, le ofrecen quedarse, con cama y comida su disposición, hasta haberlo finalizado (definitivamente muy sospechoso). Ernestillo acepta y se pone a trabajar con entusiasmo. Pablo no tarda en llevarle la comida, aprovechando para hacerle recomendaciones de no deambular por la casa y concentrarse sólo en lo suyo. Anuncia que el señor Lemus, el hombre que ha contratado a Ernestillo, estará fuera por unos días, así que estarán ellos solos (sospechosísimo, además de que a Lemus no volveremos a verlo en la revista). Volviendo a su trabajo, pone mucho empeño y luego se dispone a dormir. Tras ponerse el pijama, escucha unos gritos lastimeros y va a investigar. Se topa con Pablo, que le asegura que es pura imaginación suya, sutilmente amenizándolo para no meterse en lo que no debe. Temeroso, vuelve por donde vino, esperando terminar pronto para largarse. Al día siguiente, Ernestillo continua con su trabajo, intentando simpatizar con el mayordomo, pero ésta no parece comunicativo ni complacido con su presencia en absoluto. Al tocar una de las paredes con el martillo, descubre una sección hueca que resulta ser un pasadizo secreto. Éste le da acceso a una habitación sellada, en la que se encuentra un anciano de aspecto enfermizo en una silla de ruedas. Ernestillo vence su miedo y lo interroga. El viejo revela que Lemus, el esposo de su hija ya fallecida y sus familiares lo tienen prisionero, con Pablo suministrándole escaso alimento, esperando su muerte para cobrar su herencia. Ernestillo comprende que era el viejo de quien provenían los lamentos, y éste aclara que el pasadizo que descubrió, únicamente él lo conoce. Le advierte que está en peligro, ya que hace tiempo otro joven lo encontró y al parecer, fue asesinado por el mayordomo. Pese a todo, Ernestillo no puede dejarlo así y ofrece traerle algo que sobró de sus alimentos. Así, pasa un tiempo más, con esta rutina en que se dedica al trabajo y compartir su comida con el anciano. Un día, Pablo anuncia la venida de los sobrinos de Lemus, que al mencionarlo al viejo, éste señala que cada vez que vienen lo torturan horriblemente. Alega que su fortuna la perdió hace tiempo, y que su venganza al morir, será que sus familiares se lleven el chasco. Cuando llega el día en que vienen los sobrinos, un par de crueles adolescentes, Pablo les hace saber sobre su “visitante”, cuya presencia no aprueban, mas al saber que Lemus lo contrató porque no tenia familia, suponen que estarán bien sí luego “desaparece”. Van a verlo, mostrándose amables, confundiendo a Ernestillo para hacerle pensar que el viejo es paranoico, pero en cuanto se retiran, descubre que lo han encerrado. No tardan en escucharse los gritos de dolor del anciano, y a través del pasadizo, Ernestillo llega a tiempo, con martillo en mano, dispuesto a defenderlo. Los malvados jóvenes se disponían a echarle alcohol en las llagas de su espalda, pero la irrupción de Ernestillo los obliga a defenderse. Logra derribar a uno, pero su hermano ataca con una navaja. Lo detiene con una patada, justo para que el viejo lo remate usando su martillo, que había dejado caer en la lucha. Pablo irrumpe, empuñando una pistola, dispuesto a matarlo. El anciano lo detiene, ofreciéndole cambiar el testamento a su favor si no le hace daño, lo cual sirve de distracción, para que Ernestillo arroje alcohol a la cara del mayordomo y huya antes de que puedan detenerlo. Promete volver para sacarlo de ahí, buscando a la policía. Pierde tiempo al consultarle a un oficial de transito, pero luego da con una patrulla. Los policías toman su historia como algo sacado de una película o novela, pero ante su insistencia, dejan que los guíe hacia la casona, para comprobar que se está cometiendo tal crimen. Al regresar, son recibidos por Pablo, quien finge no conocer de nada a Ernestillo. Los dos sobrinos, también actúan con naturalidad, desconociéndolo. Ernestillo exige que revisen la habitación donde estaba el viejo, pero ya lo han reubicado. Los policías no tienen más remedio que tomarlo por un chico trastornado, queriendo protagonizar lo que sea que leyó o vio. Ernestillo insiste en que vayan a verificar en la biblioteca sus herramientas que delatarán que estuvo trabajando ahí. Pablo asegura que puedan revisar lo que quieran, psicología inversa que hace ver a los policías lo absurdo que es persistir con una investigación inútil. Los oficiales se disculpan y se van, mientras Ernestillo sale corriendo. Opta por acudir con sus amigos. Se dirige al callejón, donde encuentra a Carlangas y Ricardo, pero ellos también se muestran reacios a creer su historia. Viéndolo tan decidido, van convenciéndose y aceptan acompañarlo. Memín no se encuentra debido a que tenia que quedarse haciendo operaciones aritméticas en su casa, pero le dejan una nota de la dirección a la que tiene que ir, advirtiendo que no toque el timbre porque será peligroso.
Los tres están pronto ante la residencia y encuentran una forma discreta de entrar, rompiendo la ventana del sótano. Se internan en la oscuridad, asustándose al salirles un gato, hasta que dan con el cuarto, encontrando al viejo tirado, tras la tortura. Lo colocan de nuevo en la silla de ruedas, disponiéndose a encontrar como salir llevándoselo. El viejo exige que saquen papeles y pertenencias suyas que ha escondido bajo una duela. Obedecen y en eso Ricardo anuncia que los malvados se acercan. Se apresuran a esconderse, y los sobrinos se percatan de la improbabilidad de que el viejo se subiera a la silla solo. Los tres salen de las cortinas y arremeten contra los dos jóvenes perversos. Sin embargo, Pablo aparece sorpresivamente, y de un golpe, derrota y noquea a Carlangas y Ernestillo, dejando a Ricardo, que se desmaya de la impresión (¡pero que debiluchos! si el mayordomo ni se ve tan fuerte). Memín ha terminado de hacer sus cuentas y Eufrosina lo deja ir. En el callejón, encuentra la nota que le dejaron. No teniendo dinero para el camión, usa un sucio truco para conseguirlo. Entra a diferentes casas, ofreciendo llevarse la basura, donde el camión ya se ha llevado toda a esas alturas. Recogiendo la poca basura en la primera, va metiéndola en los botes de las demás en que ofrece sus servicios, consiguiendo acumular suficiente para que le paguen lo justo para completar lo de su pasaje. Antes de llegar a la casa indicada, se topa con unos chiquillos que estaban jugando con cohetes. Le dan un susto al explotar unos cerca suyo. Memín les pega y se los quita (abusivo), dejándolos lloriqueando y siguiendo su camino. Al estar frente al a entrada, se olvida de no tocar el timbre, y se apresura a esconderse antes de que Pablo salga a atender. Consigue colarse al interior, adentrándose y encontrando al anciano, que al ver a Memín, lo confunde con el demonio. Eso le provoca un par de sustos al negrito, pero el viejo finalmente comprende que sólo es un niño feo y lo previene contra el peligro. Memín lo deja para buscar a sus amigos, pero al sentir la proximidad de Pablo y los sobrinos, se esconde debajo de un horno. Escucha de parte de ellos que sus amigos están cautivos en alguna parte. En cuanto se alejan, sale de su escondite, pero el calor del horno va precipitando la explosión en cadena de los cohetes que traía en el bolsillo trasero. Memín corre hacia una fuente, apagando el “incendio” en sus pantalones. El sonido de la tronadera, pone en alerta a Pablo y los sobrinos, creyendo que es la policía atacando con metralletas (que paranoicos, como si fueran a hacer una redada por tan poca cosa). Corren hacia el auto para escapar, pero al no saber conducir, Pablo acaba precipitando a todos al fondo de un barranco, donde mueren en forma miserable. Memín encuentra a sus amigos, atados y colgados dentro de un pozo. Con dificultad, consigue liberarlos y sacarlos de ahí. Ya todos juntos, verifican que los tres malvados se han ido, y vuelven con el anciano, a quien ahora pueden sacar sin problemas. Habiendo cumplido su misión de rescatar al viejo, lo llevan, con Memín sentado en su regazo, para que no se vea su parte descubierta. Solamente les queda la parte de decidir en la casa de cual de ellos podría quedarse. Memín acaba siendo el “afortunado”, aunque no está seguro de como lo tomará su má linda. Le expone el problema a Eufrosina, después de explicar lo que pasó con sus pantalones. Ella no cree que puedan mantener a un anciano paralítico en su casa, pero al enterarla de que no tiene más familia y acabaría en un asilo de ancianos donde moriría en soledad, acepta, y así Memín consigue un “abuelo” nuevo. El viejo se presenta como Teodoro Cabeza de Vaca (apellido que luego Memín cambiará por "Cola de Toro"), y agradece por todo lo que han hecho por él, además de darle la oportunidad de tener un lugar tranquilo donde pasar feliz sus últimos días. Le hacen ver a Ernestillo que otra vez trabajó en vano, pero él está satisfecho por haber ayudado a Don Teodoro. Decide volver a recurrir al maestro por ayuda para estudiar, y trabajar en las tardes repartiendo periódicos. Romero aprueba su idea cuando lo consulta, y le ofrece quedarse a vivir en su casa mientras el proceso de recuperación de su padre continúe. Eufrosina y Memín pasan unos días con Don Teodoro, quien sólo se dedica a observarlos, pasando el tiempo escribiendo memorias por costumbre y durmiendo. Memín se queja con sus amigos de las complicaciones que atrae el anciano, ya que es algo aburrido y ronca muy fuerte, comentando también sobre un día que lo dejó tomando el sol y para cuando volvió con él ya se había quemado, y de inmediato se lo reprochan. A su vez, Ernestillo está acoplándose bien con la convivencia con el maestro y la tía que vive con él (nunca sale a cuadro). Con el dinero que ha obtenido con su trabajo, le ofrece algo a Memín para cooperar con el mantenimiento de Don Teodoro. Van a visitarlo y éste agradece por sus atenciones, considerándolos a los cuatro como sus nietos, pero no deja de advertirles que cualquier día puede morir al ser demasiado avanzada su vejez. Les aconseja no encariñarse ni llorar por él cuando muera, pero la sola idea ya hace que las lagrimas asomen en los ojos de los cuatro. Eufrosina anima el ambiente preparando tartas de manzana para todos.
Ricardo quiere seguir el ejemplo de Ernestillo y poner de su parte para sostener a Don Teodoro. Resuelve vender su bicicleta, después de pedírselo a su padre, que aprueba su sacrificio desinteresado. Lo mismo hace Carlangas con sus libros viejos, accediendo Isabel a sus deseos de contribuir. Cuando se reúnen en la escuela, ven a Memín desanimado. Les informa que Don Teodoro amaneció muy mal y parece que pronto morirá. En eso, Ernestillo ayuda al maestro Romero a revisar tareas, comentando sobre Memín, insinuando que no habrá más remedio que reprobarlo por sus pésimas calificaciones (lo bueno es que el año nunca termina, así que nunca lo veremos reprobar de verdad).
Al enterarse del estado del abuelo, el maestro los deja ir a verlo. Mientras se dirigen a casa de Memín, Ernestillo llora, sintiendo que todos sus seres queridos los va perdiendo uno a uno, desde su madre a su padre convaleciente, incluyendo hasta a la mula Floripondia (pese a que Memín fue el único que lloró al animal). Uno no debería resentir tantas perdidas hasta que lleguen a cinco por lo menos, pero así de sensibles son los niños. En la casa, Eufrosina también teme lo peor y ha llamado al doctor. Le ofrecen el dinero para pagar al medico, observando que en efecto, Don Teodoro está aproximo a morir. Después de haberlo revisado, el doctor manda a traer medicinas y un tanque de oxigeno, pero con todo, les dice que lo más probable es que el viejo muera, ya que su mal no es más que la vejez, el día en que el organismo deja de funcionar por causas naturales, algo inevitable. Don Teodoro solicita la presencia de Ernestillo, a quien considera especialmente por haberlo salvado de quienes lo mortificaban, y le deja como testamento hablado, una hacienda deteriorada que está a su nombre, para que la venda y con eso consiga el dinero que necesita para la carpintería y la recuperación de su padre. Después, manda llamar a los demás, despidiéndose del mismo modo. A Carlangas le deja unas cabras, y a Ricardo unos borregos y un rifle. Pide que entre Eufrosina, quedándole sólo unas vacas para darle, cuyos descendientes serán para Memín, además de indicar los papeles en que se notificará la entrega de todo eso, y su entierro, que fue pagado hace mucho tiempo por él mismo (quitando un peso de encima porque al menos Eufrosina parecía llorar más por la complicación de lo que costarían los preparativos después de su muerte). Habiendo dicho esto, les da la bendición a todos, agradeciéndoles por última vez. Dejan que pase el medico a inyectarlo, y éste no tarda en salir, anunciando que Don Teodoro ha fallecido. Los cuatro y Eufrosina lloran inconsolables ante la perdida de a quien conocieron tan poco, pero tuvo una presencia significativa en sus vidas.
Una curiosidad en este arco, es que en el 66, Memín no tiene participación ni aparición alguna dentro de las páginas de la revista (fuera de la portada y las dos páginas que normalmente emplea para resumir con sus propias palabras lo que ocurrió en el número anterior), dejando a Ernestillo como protagónico aunque no tarda en recuperar su posición.

4 comentarios:

  1. Siempre me he preguntado como el mayordomo se curo los ojos, y los sobrinos del señor lemus se levantaron y arreglaron antes que volviera Ernestillo.
    Seguro el señor Lemus volvió de su viaje y vio su casa abierta, seguro sin muebles ni nada, ni mayordomo, ni coche y sus familiares preguntando por los sobrinos. Y sin el anciano. Seguro se quedó iracundo.

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    1. Ja, ja, ja. ¡Seguro que sí! Y todo por contratar a un mocoso en vez de a un profesional de verdad.

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  2. A mi me gustaban siempre sus historietas

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  3. Otra incongruencia cómo es que Pablo manejó hasta la carretera sí según no sabía manejar?

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