lunes, 30 de agosto de 2010

Memín Pinguín #422-424

Accidentalmente, Memín acaba perdido en el desierto y se une a un grupo de mojados pasando por las peripecias típicas a las que éstos suelen enfrentarse. Toda una odisea nomás para concientizar en lo que sufren los que se andan cruzando ilegalmente al otro lado (más que nada parece propagando de advertencia para que ya no lo hagan).


Cumpliendo lo prometido a Ricardo de ayudarle con “algo” que no se dijo en el número anterior para hacerla de emoción, Memín se encamina a casa de su amigo. Se topa con Ernestillo, quien lo detiene e inquiere a donde va. Nuevamente (y por desgracia) sigue una rutina de comedia generada en una conversación absurda entre los dos, nomás porque el menso de Memín no puede decir las cosas claras, impacientando a Ernestillo, mas eso no le impide echarse sarcasmos.
Al final, el negrito consigue decir que va con Ricardo para ayudarle con la mudanza de unas cosas que quiere enviarles a unos parientes. Ernestillo se ofrece a ayudarles y pronto llegan con Ricardo, que ya tiene lista la caja donde pondrán las cosas. Ricardo explica que van a mandar todo a sus parientes lejanos (que ni conoce) hasta Chihuahua. Ernestillo sube con él para arreglar lo demás, dejando a Memín abajo metiendo cosas a la caja. Al parecerle muy chica, coge otra más grandes, acomodándolo al grado de querer acomodarse él mismo ahí, echándose una siesta. Les avisa a sus amigos pero ni alcanzan a oírlo. Cierra la tapa para que no la de la luz y para cuando Ricardo y Ernestillo han bajado, el ya se quedó dormido. Como no lo ven por ahí, ellos suponen que se regresó para su casa y sellan la caja, justo cuando llegan los de la mudanza. Los cargadores se llevan la caja (junto con muchas otras que por lo visto estaban ya puestas de antemano ¿o sea que nomás necesitaba ayuda con una? como si no pudiera haberlo hecho solo, que flojo) y hacen firmar a Ricardo para que no los responsabilicen si el cargamento no llega a su destino. A él le parece sospechoso, pero como amenazan con bajar las cosas de nuevo, tiene que obedecer. Cuando ellos ya se han ido, Ricardo está inquieto, presintiendo que se le olvidó algo y descubre la gorra de Memín en el piso. Inmediatamente ata cabos y se lo hace ver a Ernestillo, quien no cree al negrito tan bruto como para dejar que se lo lleven en la caja, a menos que se haya dormido o algo así.
Ricardo entra en pánico al comprender que ha mandado a Memín al estado más lejano del país (¿Chihuahua el más lejano? ¿y Baja California que?) Y Ernestillo tiene que abofetearlo para calmarlo. Ernestillo sugiere avisarles de antemano a sus familiares, pero según Ricardo, no tienen teléfono, así que no ven solución a su problema. Llega Carlangas y lo incorporan a su pena.
Los tipos de la mudanza, que son un par de completos imbéciles, van por la carretera en el desierto de Chihuahua, se quedan dormidos al volante y casi chocan con un camión. Hacen un viraje brusco que provoca que la caja en que va Memín se caiga y ahí queda tirada. Memín se despierta y logra salir, encontrándose en un lugar extraño. Tratando de orientarse, ve el letrero que indica que faltan 200 kilómetros para llegar a Chihuahua, no teniendo ni idea de si está cercas o lejos, pero tiene que ponerse a caminar. Un vehiculo se detiene y los de abordo preguntan cuanto falta para llegar allá y Memín se los dice sin pedirles raite. Lamentado su olvido, Memín sigue caminando por el desierto, justo cuando ya se hace de noche. Memín cree ver a un monstruo atacándolo, pero no es más que un búho. Siente alivio pero no tarda en corretearlo un coyote y para salvarse, se trepa a un cactus, del que tiene que soltarse al sentir las espinas. El coyote huye, asustado al ver una serpiente de cascabel que ataca al negrito, pero una oportuna águila aparece para llevarla entre sus garras, haciendo una referencia al símbolo patrio (muy bonito pero no estoy seguro de que las águilas sean depredadores nocturnos).
Se hace de día y Memín sigue adelante, ahora siendo victima de un espejismo que le hace ver a sus amigos dirigiéndolo a un oasis. Éste desaparece cuando el negrito se echa un clavado en el suelo. Un camión pasa, denotando que ha regresado a la carretera y decide que ahí puede quedarse a esperar a que alguien lo lleve a la civilización.
Los amigos de Memín van a darle la mala noticia a Eufrosina, quien, por supuesto, se desmaya al recibirla.
Memín no tiene éxito en sus primeros intentos, siendo ignorado por los camiones que pasan. Cuando uno se detiene en un establecimiento cercano (¿por qué Memín no va para allá en vez de quedarse ahí? al menos habría sombra). Lo alcanza y logra treparse, pero las fuerzas lo abandonan. Alguien le echa agua en la cara, reanimándolo y se encuentro con una variedad de gente y un niño le ofrece más agua para beber. Memín se lo agradece y se extraña cuando andan pidiendo a todos guardar silencio y ocultarse tras las cajas. Evidentemente, son un grupo de “mojados”, gente que se quiere cruzar al otro lado por oportunidades de trabajo y lo hacen ilegalmente por restricciones migratorias, pero Memín es muy tonto para entenderlo y poco a poco le van explicando.
La migra hace un pésimo trabajo inspeccionando, ya que no revisan la parte trasera del camión, y pronto pasan (¿el camión se movió hacia la aduana después de que Memín subió o siempre estuvo ahí y uno lo confundió con un establecimiento? quien sabe, pero si siempre fue la aduana que mal han de estar de la vista para no ver a Memín subiéndose). El niño viaja con sus padres y entre todos estos, son los únicos que se les dará atención pese a que ni nombre tienen, pero todos son buena gente y muy pacientes para explicarle su situación a Memín pese a que él sigue sin comprender la necesidad de irse a Estados Unidos en esas condiciones.
El par de polleros que los llevan, los hacen salir para seguir con la segunda parte del camino, que es irse a pie a través del desierto. Al descubrir a Memín, como no pagó por el “servicio”, amenazan con abandonarlo ahí, pero el padre, en gesto solidario, insiste en pagar por él.
Eufrosina se recupera de la impresión, pasando a las lágrimas por lo que ha pasado con su hijo, pero no culpa a Ricardo, sabiendo que es la costumbre de Memín meterse en problemas por ser atarantado. Sus amigos sugieren ir a Chihuahua para buscarlo.
A Memín le caen mal los polleros y el sentimiento es mutuo, pero no tienen más opción que seguir sus órdenes durante el trayecto. Una señora que no puede con su equipaje, Memín se ofrece a ayudarle, aunque apenas y puede con el peso.
El niño le advierte que se agache cuando pasa cerca una patrulla y le dice que lo que sigue es cruzar el río. Memín no entiende porque deben tomar tantas precauciones como si fueran una bola de apestados pero el padre le explica que así los tratan los estadounidenses. Él replica que si es así deberían quedarse en México pero ellos no tienen opción porque en su pueblo nomás no se consigue trabajo (pues váyanse a otra parte del país ¿qué caso tiene arriesgarse tanto?).
La empresa en el río es especialmente difícil para Memín, que exaspera tanto a uno de los polleros que lo arroja al agua. El niño, al que le dieron un flotador, le indica que esa agua no es muy profunda y Memín se confía, pero acaba por hundirse al avanzar más y el padre tiene que meterse para rescatarlo. Ya a salvo en la superficie, le dice que muchos no tienen la suerte de sobrevivir al cruce del río (vaya modo de hacer referencia a los casos reales pero es evidente que esos “ejemplos” no desairan a la gente porque siguen ocurriendo, tsk). Les reprochan a los polleros no haber ayudado a Memín pero ellos replican que su trabajo es traerlos y guiarlos, no cuidarlos.
Siguen adelante y Memín pide a gritos agua para aliviar su sed, poniendo sobre aviso a los de la migra para que los agarren. Los polleros se vuelven contra él pero el padre interviene y al final ellos prefieren huir por otro lado. Aun sin los guías, los mojados insisten en continuar con la peligrosa travesía. El niño le cuenta a Memín que es la tercera vez que hacen ese viaje ya que en las otras los han atrapado y obligado a regresar. Después de mucho caminar en el sol, se detienen a descansar, y Memín se acaba el agua. Sintiéndose mal por lo que esto le ocasione a los otros, decide buscar agua y encuentra un pozo del que puede sacarla. Se adentra a una propiedad para pedirle al dueño una cubeta, pero éste es estadounidense y reconoce a Memín como un mexicano y se regresa para tomar un arma de fuego.
Memín echa a correr y advierte a los demás, que tienen que huir de los rancheros que los siguen en su pick up disparándoles con inusual entusiasmo (supongo que los mojados también han de enfrentar estas cosas). Memín se salva al caer en una zanja y los demás se esconden en unos arbustos. Deciden acampar y pasar la noche ahí. Memín se conmueve al ver a su pequeño amigo durmiendo con sus padres y extrañando a Eufrosina.
La lavandera también piensa en él y aunque es de noche, los amigos de Memín vienen para que los acompañe en su búsqueda, con el señor Arcaraz conduciéndolos hasta Chihuahua. Para cuando están en el carro, como que ya es de día. Se que hay dos horas de diferencia entre el norte y el sur, pero no pueden pasar de noche y día en algo que llevaría algo así como diez minutos.
La familia de mojados (ya no se ven a los otros ¿murieron en el camino?) despierta a Memín para continuar el viaje, pero al cabo de un rato, divisan la patrulla de la migra acercándose. Memín decide sacrificarse, distrayéndolos mientras ellos se esconden. Los agentes estadounidenses se acercan amenazadoramente a Memín pidiendo papeles, que él ni atina a explicar que no tiene. Le advierten que lo regresarán a México, no antes de darle de macanazos como escarmiento por atreverse a cruzar sus fronteras, en evidente estereotipo de la actitud estadounidense contra este tipo de gente con tintes de xenofobia (y ni me hagan decir que hasta presentando algo de racismo, aunque me extraña que esta escena no ocasionará la inmediata cancelación de la revista si nos acordamos de aquel malentendido de cuando discriminaron a Memín en Dallas, Texas). Lo meten al camión donde también llevan detenidos a los polleros, que reconocen a Memín y se desquitan con él a su gusto.
El grupo de búsqueda de Memín acaba llegando a la aduana, justo a tiempo para ver como lo echan a patadas (no estoy seguro de que así sean las deportaciones ¿no deberían encerrarlo o algo así primero y avisarle a la familia? agarrar a la gente y devolverla así me parece más furtivo que legal). Eufrosina sale del auto para abrazar a Memín y sus amigos se le unen, alegrándose de verlo bien, aunque éste tan golpeando (el señor Arcaraz también anda ahí, pero como que nomás está pintado, no dice ni hace nada).
Pasan los días y todo vuelve a la normalidad. El cartero trae una carta para Memín de parte de su amigo, el niño que ha pasado de mojado a inmigrante ilegal (¿en que momento le dio Memín su dirección? ni siquiera se presentaron formalmente por sus nombres), quien le comunica que aunque ya consiguieron trabajo y todo, la xenofobia continua y Eufrosina se congracia en que lo mejor seria que regresarán a México. Llegan sus amigos con el maestro Romero, que le traen un pastel sólo para demostrarle lo importante que es para ellos (¿sólo por perderlo de vista un par de días?). El maestro agrega que para que descanse lo suficiente le darán dos días libres (pero si según ya pasaron unos días ¿cuántos días más pueden dejar que pierda clases?), aunque igual tendrá que ponerse al corriente después, así que Memín no tiene tiempo de celebrar.
Todo acaba con Carlangas diciendo que puede haber sorpresas al volver a clases, lo que es reafirmado por el narrador, que como siempre, con algo nos quieren dejar en suspenso para no perderse el próximo número.

lunes, 23 de agosto de 2010

Memín Pinguín #419-421


Memín es incriminado de robarle al padre de un “amigo” y es encarcelado. Eso lo dice todo.

Memín se reúne temprano en el callejón con Carlangas y Ernestillo, quienes le recuerdan que se viene el cumpleaños de Ricardo. Comentan sobre que le regalarán y Memín anda pensando en darle un balón de futbol aunque no tenga los fondos necesarios. En eso, llega Ricardo y se ponen a jugar una partida de béisbol (no dura ni dos cuadros pero que aburrido se volvió ya verlos jugando a eso). Ricardo se retira preguntándose porque llegarían temprano (¿hasta después de que se han despedido se lo pregunta?).
Sin más preámbulos, se presenta a Bruno que se entera que ese mismo día su grupo favorito, “Maña” (parodia de Maná, supongo), va a dar un concierto que no quiere perderse. Con esta tercera aparición Bruno se convierte en el personaje nuevo que más ha salido en la revista desde que inicia su nueva y muy nefasta época (su familia apenas si cuenta), pero sacarlo así de la nada después de varios numeros tras la ultima vez indica una desatención a lectores que ni se han de acordar, asi como ha sucedido con Trifón o Don Venancio, aunque podría ser peor si de repente les diera por hacer volver sin explicación a Chispitas o Fernando Arteaga.
Volviendo con Bruno, como no tiene dinero, piensa pedírselo a su amigo Ramiro, llamándolo por teléfono. Éste le cuelga sin dudarlo, reconociendo que es un abusivo y sólo quiere lana para despilfarrarla en conciertos de grupos chafas. Bruno trata de pensar que puede hacer cuando divisa a Memín, y se le ocurre una idea maquiavélica. Aprovechándose de su ingenuidad, lo saluda y le pide que le ayude con su tarea, halagándolo por tomarlo como el más inteligente de los cuatro y asegurándole que su hermana Diana (quien no reaparece en este arco) piensa igual.
Eso basta para convencer a Memín, que no disimula en entrar a la casa corriendo y llamar a la niña, hasta que Bruno le aclara que anda con su madre en el extranjero. El negrito se dispone a irse habiendo perdido interés, pero Bruno le ofrece un balón de futbol a cambio de su ayuda y como es justo lo que él necesita, acepta. Así que los dos se ponen a trabajar en las fracciones, y Memín repite por tercera vez en la revista el chiste de sumar cuartos para decir que resulta un hotel (que falta de creatividad). Bruno lo deja distraído con el trabajo mientras él se mete al cuarto de su padre, que a esas horas suele tomar una siesta. Sustrae la cantidad que necesita de su cartera y baja disimuladamente para volver con Memín, quien ya sugiere que mejor pidan ayuda “al” (se que en este país es común que se llame a las personas anteponiendo artículos a los nombres, pero como en esta revista nunca se ha hecho antes y menos entre Memín y sus amigos, suena fatal) Ernestillo con esa tarea. Bruno no le da importancia y le dice que su padre quiere saludarlo. Memín acude arriba pero en el camino se tropieza con una pelota que hace que caiga justo en el regazo del señor, despertándolo al instante. El padre de Bruno se acuerda del negrito y deja que se acomode (más de lo que debería, la actitud de Memín de subirse al sillón más cómodo y servirse palomitas raya en la descortesía) a su gusto. Bruno se reúne con ellos, comentando de lo bien que se entienden (brrrr, eso sonó aun peor). Anuncia que va a salir y luego acabará la tarea, apresurándose para ir al concierto. Cuando Bruno se ha ido, Memín recuerda que no ha hecho su tarea por andar ayudándole a Bruno y se retira, aunque al poco rato regresa por el balón que Bruno le prometió para Ricardo. Regresa a casa para mostrárselo a Eufrosina pero le da flojera explicar como lo consiguió.
Pasa una escena corta nomás para mostrar los preparativos que hacen en la casa de los Arcaraz para celebrar el cumpleaños de Ricardo.
En el concierto, Bruno soporta una fila de otros tontos que hasta ultima hora van a comprar su boleto, y ya después le toca sentarse al frente para ver la interpretación de “Maña”. Ramiro, desde su casa, mira el concierto en vivo aunque no le gusta ese grupo, pero no hay nada más en televisión (pues que la apague y haga otra cosa). Bruno es elegido para que suba con la banda y se eche una de sus canciones, pero suena tan desafinado que molesta en extremo al público y a los de “Maña”.
En la tele, Ramiro lo reconoce y más por su horrible cantar, preguntándose como le hizo para asistir ahí. La banda se toma un descanso y ya le andan echando en cara los otros por haber hecho subir a un chico que canta tan feo (esos son los riesgos que ya deberían saber de andarse dejando que sus fans se les unan en la cantada, no pueden esperar que sean profesionales como ellos).
Bruno vuelva a casa muy complacido de si mismo y al recibirlo su padre e inquirir de su tardanza, miente sobre que fue a casa de un amigo para que lo ayudara con algo de tarea que podrá resolver en cinco minutos (¿y tuvo que estar como dos horas fuera para eso? muy cuestionable historia). Su padre se lo traga y pasamos al siguiente día.
El señor Arcaraz recoge a Ricardo y a sus amigos para festejar su cumpleaños, llevándolos a una pista de go carts. Los cuatro hacen una amistosa carrera en la que Memín es el ganador, pero le da un calambre y lleva el carrito más allá de la pista, saliéndose a la calle. Casi atropella a un anciano y pasa por debajo de un camión agachándose a tiempo, para acabar “estacionando” el carro frente a una mesa de restaurante en que el esposo iba a darle a su mujer un auto (y ella supone que se refiere al go cart…admito que esa estuvo buena ¡ja, ja!). Sus amigos lo encuentran y ya Ricardo anda presintiendo que su cumpleaños será un día ajetreado.
Para entonces, el padre de Bruno ha descubierto los 2000 pesos faltantes en su cartera y Bruno no pierde tiempo en acusar a Memín, animándolo a que vayan a su casa para reclamarle su fechoría.
Como Memín quedó muy sucio por el lío, tiene que ir a su casa a cambiarse de ropa y le dan raite hacia allá. Pero en cuanto entra, ya lo andan esperando Bruno y su padre, después de enterar a Eufrosina del robo, quien no podría estar más enojada y decepcionada. Memín asegura que no tomó nada más que el balón pero nadie le cree y se lo llevan en el auto para que lo encarcelen por robo.
Los amigos de Memín ven como pasa todo sin intervenir hasta que ya se lo han llevado y cuando Eufrosina les cuenta, deducen que sin duda Bruno lo incriminó, porque ese es su estilo. Rápidamente, informan al señor Arcaraz. Ricardo no quiere seguir festejando sabiendo que Memín está preso y Rogelio se compromete a ayudar para dejarlo en libertad y hace llamadas a sus contactos en la abogacía que les echen le mano, pero todos están ocupados. En la delegación, les permiten ver a Memín, quien ya anda demacrado y tiene puesto el traje a rayas de los presos (pero es menor de edad, ni siquiera debería estar en la cárcel sino en un reformatorio ¿qué no? y no veo porque estaría demacrado habiendo pasado… ¿cuanto? ¿un par de horas desde que lo metieron al bote?). A Rogelio no le queda más que contratar al licenciado Tulio Terroba, quien tiene muy mala reputación (el apellido lo delata). Lo ponen al tanto de los hechos y éste hace que el señor Arcaraz firme un documento antes de tomar medidas y ni se molesta en leerlo. Van a casa de Bruno para hablar con su padre, pero nadie les abre y tienen que esperar para mañana. Eufrosina y los tres amigos no concilian el sueño, preocupados por la suerte de Memín. Como de costumbre, Eufrosina le reza a la Virgen, y hasta le parece verla sonriendo desde el cuadro (oh, por favor, estos no son asuntos en que se supone que ella debe intervenir, son puras chiquilladas, estas referencias constantes de “La Rosa de Guadalupe” son tan indignantes). Con todos ellos atribulados, Bruno está de lo más relajado, habiéndose ido con su padre a la última función del cine, sin sentir una gota de arrepentimiento por lo que le hizo al negrito.
En la cárcel, Memín es molestado por sus compañeros de celda y hace que uno de ellos se enoje y amenace con golpearlo. Otro interviene a su favor, a tiempo para que los descubra un guardia y meta al prisionero a una celda aislada, mientras profiere juramentos de venganza (no lo veremos más). El defensor hace migas con Memín aunque ni su nombre nos dicen, solo se entiende que también fue inculpado por algo.
El licenciado Terroba actúa de volada, entrando a primera hora en la casa del padre de Bruno en cuanto éste abre la puerta. El señor Arcaraz y los amigos de Memín lo respaldan y Bruno oye todo desde las escaleras.
El licenciado encuentra el boleto del concierto, prueba suficiente de la culpabilidad de Bruno, quien en vez de defenderse, huye estúpidamente. El padre de Bruno solloza, comentando que no la primera vez que su hijo le roba pero quería creer que no era así. De inmediato se dispone a sacar a Memín de prisión (¿para qué lo fue a meter ahí en primer lugar? por 2000 pesos, mejor lo hubiera puesto a trabajar o algo así). Así que no pasa mucho para que Eufrosina salga de la cárcel con Memín, dejándolo con sus amigos para que el señor Arcaraz los conduzca a la escuela, donde el maestro ya se percató de su ausencia (se supone que no se les permite a los alumnos entrar tan tarde).
Bruno se ha ido con Ramiro, quejándose por no haberse deshecho del boleto pero su amigo le recuerda que igual todo mundo lo vio en el concierto por haber cantando con la banda y tarde o temprano lo cacharían. El padre de Bruno llega ahí (¿tampoco esperaba que lo encontrara en la casa de su amigo? este chico es un idiota) y más que nunca sabe que debe castigarlo, por robar e incriminar, así que Bruno es ahora el encarcelado, rechazando al preso buena onda que ayudó a Memín cuando le da la bienvenida. En realidad, su padre sólo pretende dejarlo ahí por una noche, esperando que sea suficiente escarmiento (si, como no).
Con los cuatro de vuelta en la escuela (luego de que Memín se ha quejado de que debieron liberarlo un poco más tarde), se pasa el día hasta que ya se han reunido otra vez en la casa de los Arcaraz. Continúan con el festejo suspendido y se hace la entrega de regalos. Memín se ha olvidado del balón y pide que le dejen ir a casa para traerlo, cuando interrumpe el licenciado Terroba, exigiendo el pago de sus honorarios. Al mencionar que van a ser cien mil pesos, Rogelio se espanta ante tal abuso, pero nada puede hacer, pues firmó el documento y Terroba amenaza con enviarlo a prisión por incumplimiento si no paga en dos días. Memín y sus amigos escuchan todo a escondidas y cuando Terroba aborda su vehiculo, Carlangas tiene una idea y los anima a ocultarse en la parte trasera y seguirlo (¿cómo se metieron sin ser descubiertos en un lapso tan breve?). Creyendo que andan acompañando a Memín para ir por el balón, los padres ni se enteran. Terroba pasa a visitar a una mujer, prometiéndole regarle un auto y desde la ventana, los amigos espían, pero vuelven a meterse en el auto (en serio ¿cómo le hacen?). Más tarde, Terroba llega a lo que parece ser su casa y es recibido por su esposa e hijos. Los cuatro amigos salen por fin y Carlangas se apodera del portafolio del abusivo, amenazando con decirle a su esposa sobre la amante si no les da el documento con el que tranzeó al señor Arcaraz. Como su familia esta presente, Terroba no puede replicar y ellos hurgan entre sus papeles hasta que lo encuentran y le dan una ultima amenaza. Regresan a la casa y Memín es el único que no entendió que rayos estaban haciendo.
Todo esto estuvo increíblemente improvisado y mal manejado. ¿Cómo hizo Carlangas todas esas deducciones en tan poco tiempo? Además, estaba apostando demasiado a las probabilidades de que un estafador como ese tuviese familia y usara el dinero para dar regalos a su amante. Fácilmente podría no tener a nadie y gastarse solo el dinero. Por no decir la forma furtiva en que pudieron seguirlo y apostar a que, precisamente después de la estafa, iría a visitarla a ella y luego a la esposa. Muy incoherente.
Los cuatro amigos vuelven, quitando de preocupaciones a Rogelio al darle el documento y ya pueden seguir celebrando. Pero Memín siguió olvidando el balón, y corre para ir a traerlo. Carlangas lo taclea, decidiendo que así los tendrá esperando toda la vida y es mejor que se lo de al día siguiente en la escuela. Finalmente, siguen con el canto de las mañanitas y el soplo de las velas del pastel, junto con la clásica mordida en que Memín hunde de más la cara de Ricardo en el pastel.
Memín se disculpa con Ricardo y se compromete a hacer lo que quiera para recompensarlo. Ricardo le toma la palabra y le susurra lo que necesita de él.
A Memín le parece exagerado pero acepta y queda para hacerlo a la mañana siguiente, o más bien, para la próxima secuencia.

lunes, 16 de agosto de 2010

Memín Pinguín #416-418


Memín trata de conseguir un regalo de cumpleaños para Eufrosina y va con sus amigos a una feria, donde acabarán metiéndose en líos (una mezcla de absurdez e improvisación).


Tras su muy olvidable y sosa “aventura” anterior, Memín camina por la calle con sus amigos y se queda viendo un escaparate. Al notar que es ropa de mujer lo que mira, ellos ya andan creyendo que el negrito tiene raras tendencias, pero pronto deja en claro que le gusta para ponérsela a su má linda. Aunque la verdad lo único que está señalando es un sombrero de ala ancha y un bolso, que no se de que rayos le van a servir a una humilde lavandera. Menciona que es para su cumpleaños y ahora lo regañan por desconsiderado. Memín se queja por ser muy pobre para poder comprarle algo y Ricardo ofrece hacerle un préstamo, que el negrito malinterpreta con que le pagará el sombrero, que está bien caro. Decepcionado porque Ricardo le ofrece tan poco, Memín se aleja, entristecido. Ellos tratan de animarlo y el sigue esperando que le den de más para comprar el horrible sombrero, pero de un cuadro para otro cambia de opinión. Sigue una muy sangrona escena en que le pide a Ricardo que “caiga”, y el obedece dejándose caer. Luego que “caiga con la lana” y con dinero en mano, el güerejo se deja caer en el suelo de nuevo. Hasta Carlangas y Ernestillo se enfadan con estas tonterías que ni al caso. Memín explica que quiere el dinero para que Ricardo los invite a una feria cercana y le recriminan por pensar en divertirse cuando anda preocupado por no tener regalo para Eufrosina. Memín finge llanto, logrando que lo compadezcan y se congracien con él yéndose a la feria y hasta le piden una disculpa (¡bola de imbeciles! gastarán más en la feria que en un modesto regalito). Con sus amigos que salen disparados a la feria el mismo chaparro sinvergüenza se felicita por ser tan buen actor. Que desgraciado.
Los cuatro tratan de decidir a que juego subirse primero y Memín sugiere el carrusel. A Ernestillo y a Carlangas les parece muy infantil y esperan que Ricardo los respalde pero él ya anda bien montadito en los caballitos (¿por qué Ricardo se comporta tan idiota en este numero?).

Solo Ricardo y Memín se divierten en eso, y los otros se desquitan sugiriendo el siguiente juego, la casa de los espantos. Predeciblemente, Memín se asusta en el paseo y ya cuando salen, se desmaya por tanto miedo, pero aunque le hacen burla, acaba inafectado y pronto algo llama su atención. Divisa los juegos de destreza, pareciéndole un buen medio de obtener un regalo para Eufrosina, ignorando a sus amigos que se van con la idea de que nadie gana en esos, pero casi enseguida ven a un niño pequeño ganándose un enorme peluche en un juego de arrojar dardos a los globos. Memín prueba ese, pero se distrae por andarles hablando y el dardo va a parar a las posaderas del encargado, por lo que tienen que huir. Memín quiere probar en otro y señala el de disparar con rifles, pero sus amigos tienen el acierto de detenerlo, no queriendo pensar en lo que seria capaz con un arma en sus manos. Le sugieren otro más seguro, el de sacar pescaditos con caña, y Memín se saca un ridículo jarrón. Como le queda otro intento, espera sacar algo mejor, pero lo que hace es tumbarle las cosas al encargado en la cabeza y otra vez tienen que salir corriendo.
En su huida, acaban en una fila de la montaña rusa y durante el paseo, el jarrón se zafa de las manos de Memín y tienen que separarse para buscarlo. Memín cree que pudo haber caído en el laberinto de los espejos (¿adentro cuando ellos estaban afuera? Ni modo que no tenga techo) y se mete, golpeándose varias veces. Al salir de ahí, encuentra el horrible jarrón, y le toca ver a unos hombres sospechosos enterrando algo de lo se quieren deshacer. Ellos reaccionan airadamente al ver el jarrón en sus manos, y se lanzan en su persecución, a la que pronto se unen sus amigos para auxiliarlo. Les hacen la zancadilla, derribándolos, aunque uno los alcanza pero Carlangas le da un empujón y logran despistarlos. Interrogan a Memín sobre en que se ha metido y el menso sale con que no sabe. Sus amigos se exasperan y se le echan encima, presentando otra vez el efecto de la nubecita de humo (muy exagerado ¿y por qué tienen que pegarle entre los tres si solo quieren que les diga que cree que pasaba con esos tipos?).
Memín se escurre entre ellos, pero Carlangas lo atrapa por las piernas, haciéndolo dejar caer el jarrón, y Ernestillo logra interceptarlo. Memín se apresura a agradecerle cuando uno de los pillos lo toma y se lo pasa a uno de sus compañeros y…Sigue toda una secuencia de pasar la bolita, que ya los niños se andan tomando a juego. Ajum, me brincaré esta parte de los pases. El caso es que al final Carlangas comete el error de pasárselo a Memín, dándole en la cabeza y uno de los mañosos aprovecha para tomarlo. Deciden ir tras ellos pero recuperarlo, dudando si deberían al percatarse de lo peligrosos que pueden ser. Memín opina que no lo son por lo que vio, pero para hacerse el interesante, no les quiere decir, y Ricardo lo ahorca. Se disculpa por pasársele la mano y Memín al fin aclara que nomás los vio enterrando a alguien, horrorizándolos. Tardan mucho en hacerle entender que eso significa que mataron a alguien y se querían deshacer del cuerpo. Los tres consideran llamar a la policía pero Memín los hace desistir, ya que así no podría recuperar el jarrón al ser evidencia. Van haciéndose a la idea de recuperarlo por si mismos, pero Ricardo sufre un ataque de pánico y pesimismo, del que lo saca Carlangas de una bofetada (lo dicho, Ricardo está actuando como un gran idiota en toda esta aventura). Ernestillo idea un plan.
De vuelta en la feria, ellos van por los alrededores, buscando a los matones, y Memín, como siempre, le anda sacando, pero disimula haciéndose el valiente. Su “ingenioso plan” es treparse a un árbol y hacer escalera descendiente humana. Memín casi agarra el jarrón cuando se ve de cabeza con uno de los criminales y éste los hace caer a los cuatro (¿no se acordaron de revisar primero si no estaban cerca los malvivientes? ¿y que hacen ellos en el mismo lugar, sabiendo que esos chicos podrían haberlos denunciado con la policía?). Uno sugiere aniquilarlos pero otro le recuerda que ese no es su estilo, y todavía Memín comenta haber oído sobre lo que hicieron, complicando más las cosas. En eso, interviene Trifón, creyendo que están jugando. Memín le pide que los ayude y al ver en peligroso a su querido amigo negrito, el gordinflón embiste contra los criminales, derribándolos (¿cómo puede hacer eso si es mas chico que ellos? su corpulencia no debería darle tal nivel de fuerza). Memín y los demás aprovechan para tomar el jarrón y huir. Claro que una vez a salvo, Memín asegura que la participación de Trifón era innecesaria y ya se van para su casa.
En casa de Memín, se disponen a envolver el jarrón con periódico, que es el único papel que tiene, y al voltearlo, salen varios fajos de billetes. Memín salta de alegría pero sus amigos le advierten que ese dinero sin duda es robado y no le pertenece. Uno de los malosos logro seguirlos hasta ahí y desde la ventana los espía. Memín insiste en celebrar la obtención de ese dinero y Carlangas debe bajarle los humos con un golpe en la cabeza. Discuten y alegan, acabando en los tres tratando de quitarle el jarrón y con Trifón respaldando a Memín, y los cinco caen en el piso (y ese jarrón ni se rompe ¿es de plástico o que?). Llega Eufrosina y exige una explicación. Memín lo evita apresurándose a darle su regalo (y ni ella se acordaba de que era su cumpleaños). La lavandera dice que es lo mejor que ha recibido, y quien sabe si es un sarcasmo o lo dice en serio (con estos torpes argumentos y un dibujo de expresiones poco convincentes…). Memín le indica mirar dentro, pero el dinero ya no está y se desconcierta. Sus amigos aprovechan para “recordarle” que deben salir a jugar, y así se apuran a felicitar a Eufrosina y retirarse. Afuera, Memín se pregunta que pasó con el dinero y Trifón revela que tiene el jarrón. Memín se lanza como una fiera sobre él, brincándole brutalmente encima y para cuando sus amigos lo calman, el gordito ya ha colgado los tenis.
No, sólo bromeaba, simplemente repiten lo de su primera aparición.
Como Trifón no reacciona, a Memín se le ocurre usar una bomba de aire y se la meten en la boca. Sus amigos cuestionan ese método y al rato oyen la explosión. Por supuesto, no fue Trifón quien estalló, sino un tanque de gas cercano, que uno de los vecinos activó al dejar caer un cigarro cercas. Una vecina chismosa explica todo y se va con otros a ver al responsable, que quedó malherido. Memín también quiere andar de mitotero, pero sus amigos lo sacan ahí, justo cuando Trifón se levanta. Ya en otra parte. Le preguntan a Trifón donde está el dinero y él insiste en mostrarles el jarrón, desconcertándolos porque según se quedó en casa de Memín. Sigue una de las peores sangronadas jamás usadas en esta porquería de revista. Memín pide ayuda al narrador de la revista (nombrándolo “señor” haciendo más evidente que no es Doña Yolanda) para que les cuente que pasó exactamente, remontándose al pasado.
El narrador casi ni hace su trabajo en la revista de Memín, normalmente narra cosas de relleno y describe las escenas más dramáticas, no tenía nada que hacer aquí. Lo peor es verlo interactuando tan absurdamente, accediendo de inmediato a contar desde que van a la feria, narrando con detalles innecesarios la forma en que Trifón andaba casualmente por ahí (incluso se molesta cuando Carlangas y Ernestillo lo interrumpen), encontró el jarrón de Memín y más tarde lo intercambió por el que traía el dinero en su casa cuando nadie lo miraba. Así que con eso todo queda aclarado y según el negrito, exigió ese favor del narrador porque Trifón tardaría mucho en explicarles. Memín insiste en quedarse con el dinero del otro jarrón, y sus amigos se rehúsan, recordándole que es dinero mal habido y que el jarrón es evidencia a entregar. El maloso que los seguía aprovecha llevándose a Trifón, que seguía sosteniendo el dinero. A Memín le vale, viendo una buena oportunidad para deshacerse de él, pero al mencionar el dinero, acepta acompañarlos, aunque en realidad se van a la delegación para reportar todo.
De vuelta en la “escena del crimen”, los criminales andan enterrando un gran bulto. Suponen que Trifón ha sido asesinado y van a deshacerse de su cuerpo. La policía apresa a los maleantes, mientras Memín llora inconsolable por la muerte de Trifón. Pero el bulto sólo tenía dinero, así que ahora suponen que lo hicieran carnitas y se lo comieron (¿por qué harían eso?). Memín pide perdón al alma de Trifón, y éste aparece a sus espaldas, asustándolo. Todos se alegran de que siga con vida y uno de los policías señala a uno de los maleantes que suplica que alejen a ese niño, indicando que les dio una tremenda paliza.
Trifón se despide de ellos, así como Ricardo. Carlangas les dice a Ernestillo y a Memín que necesita decirles algo importante que Ricardo no debe saber, pero lo hará hasta el día siguiente en el callejón.

Memín vuelve con Eufrosina a celebrar su cumpleaños, y el inoportuno narrador ahí anda, denotando que el negrito se anda preguntando que será lo que no quiere Carlangas que sepa Ricardo. Todo para sembrar la duda en los lectores. En serio, este truco de dejar intrigas para el último momento es un recurso del que no deberían abusar tanto…

miércoles, 11 de agosto de 2010

Memín Pinguín #413-415

Memín y sus amigos asisten a un concierto en Bellas Artes. Carlangas se aficiona con el oboe y se presenta el caso familiar de su instructor, en el que los cuatro acaban entrometiéndose. Gran aburrición.

El ingeniero Arozamena informa a Isabel sobre un concierto en Bellas Artes con un programa de musica clasica que le interesa y de inmediato se dispone a comprar los boletos. Llega Carlangas y lo primero que hace Isabel es invitarlo a que vaya con ellos, y contrario a lo esperado, enseguida se apunta y pide invitar a sus amigos. Su padre acepta y corre a buscarlos, hallando a los tres demasiado pronto. Al parecer hay un malentendido no mencionado en que según el padre de Carlangas les pagará el boleto a los tres, así que todos acceden, aunque claro, Memín no deja de pasar por ignorante. Los cuatro se ponen a parlotear sobre sus conocimientos de la dichosa música clásica que les espera y Carlangas menciona el programa (alguien hizo su tarea de investigación o quizá el argumentista es aficionado a esta clase de música, el problema es que en una revista, y encima insulsa como esta, es muy inapropiado lucir conocimientos de algo que ni siquiera podemos escuchar). Ricardo hasta se emociona con la música de su “tocayo” Richard Wagner (ni idea de quien es, lo siento, no soy tan “culto” como estos mocosos), algo que Memín tarda en captar, pero la verdad ni viene al caso.
Se compran los boletos y llega el día en que deben asistir al concierto con sus mejores garras. Memín llega primero, pero se le olvidan los zapatos y tiene que regresarse. Carlangas anima a sus padres a irse de una vez en lugar de esperar a Memín, como ya tiene su boleto (y la costumbre de perder todo lo que se guarda en los bolsillos). El negrito entra a la casa yendo directo por los zapatos y despertando a Eufrosina, que apenas se entera.
En el Palacio de Bellas Artes, la tardanza de Memín ya se atribuye a una excusa para faltar al aburrido concierto, mismo que no tarda en comenzar. Ajum, por una página entera nos torturan con la ejecución del primer acto. Se hace notar a un tipo tocando con desgana el oboe y a Isabel notando la emoción de Carlangas por el sonido de ese instrumento particular.
Memín se la pasa dando vueltas, cayendo en el metro Bellas Artes antes de dar con el Palacio. El guardia no quiere dejarlo entrar al tomarlo por un menor de edad (según menores de ocho no pueden entrar ahí, aunque para mi ni los de la edad de Memín y sus amigos deberían porque difícilmente apreciarían de verdad la música de ese ambiente) y como el negrito se pone necio, trata de vacilarlo con que la primera obra dura 18 horas y debe esperar a que termine. Cuando una pareja de retrasados es dejada pasar, Memín se percata del engaño y se apura a dar su boleto y entrar sin darle tiempo de decir nada al tonto guardia (eso debió hacer desde el principio en vez de ponerse a alegar).
Terminan con la obra de Wagner y de nuevo se señala al del oboe que parece hastiado de todo. Se ponen a comentar sobre la primera ejecución y notan que Memín aun está ausente. El negrito entra al camerino del pianista que anda nervioso y con sus comentarios típicos de ignorante, logra hacer que se relaje. Después, se va atrás del escenario, y al pedir que le dejen probar el piano, los encargados de colocar todo lo confunden con un artista de verdad (¿bromean? ¡no se puede confundir a ese chaparro con un músico profesional!). Memín se pone a tocar y el horrible resultado es escuchado por los asistentes, comparándolo al sonido de perros peleando. Uno de los característicos tarados que alaban la mala música se emociona y aplaude, contagiando a los demás, hasta que usando los prismáticos que les dan, Carlangas y los demás reconocen a su amigo. Memín ya va a probar a tocar el clarinete cuando entre Ernestillo y Ricardo lo sacan a rastras del escenario. El idiota sigue aplaudiendo y la voz del presentador anuncia el inicio de la segunda parte, dedicándole una advertencia para que se aplaque (mejor llamen a seguridad ¿no?).
Esa parte del concierto impliqca la conjunción de la orquesta y el piano porque es muy complicada o algo así. El oboísta se distraía admirando al pianista y acaba errando una nota, lo que solo algunos notan, incluyendo a Carlangas que hasta se horroriza y el director se enfada (¿solo por un pequeño error de nada? bah). Conforme siguen las ejecuciones musicales, Memín, predeciblemente, va aburriéndose y acaba entrándole sueño. Ronca estruendosamente, y el ignorante idiota lo toma como un “nuevo acto de música contemporánea”. El indignado director está por suspender el concierto, pero Ricardo y Ernestillo se adelantan y lo sacan afuera. Luego que todo acaba, regaña duramente al oboísta, a quien ya nos presentó el narrador como Germán. Memín sigue dormido y no pueden despertarlo. Carlangas se anima a acercarse al oboísta y frente a sus padres, le pida que le de clases particulares para aprender a tocar ese instrumento, dispuesto a hacer cualquier sacrificio para costearse todo. Germán accede y ya luego se reúne con los demás, sin haberse enterado de lo embobado que estaba con la música para notar el bochorno que les hizo pasar el inculto Memín.
Al día siguiente, andan comentando sobre lo sucedido mientras Carlangas dibuja el oboe, informándoles que no podrá acompañarlos en un partido de futbol para comprar dicho instrumento. Y en pocos cuadros, ya lo vemos haciéndose con el oboe. Del partido vemos el final, en el que se ve que perdieron por la ausencia de Carlangas (y hasta uniformados andaban ¿qué no era un juego callejero?) y sus contrarios les hacen burla. Sabiendo que Carlangas tendrá su primera clase al día siguiente, planean ir a verlo por curiosidad (y lo dicen en voz baja, lo que conmumente se transcribe como “psst….pssst” y vean lo que ponen aquí, mal hecho).
Y así da inicio la clase, en la que Carlangas trajo por error una partitura para tocar con clarinete, pero según Germán, puede transcribirse fácilmente. Desde la ventana, sus amigos lo espían, y conforme sigue la clase, Germán no se esfuerza en disimular su desagrado por el oboe, confesando que lo suyo es el piano, pero por tradición familiar, ha tenido que dedicarse a ello. Memín no evita andar de metiche y se mete en la conversación, delatando la presencia de los demás, importunando a Germán con sus preguntas.
Pasan los días y llega uno en que Germán llega tarde, disculpándose por haberse distraído viendo un concierto de piano en la tele. Los chicos le insisten en que debería tocar lo que le gusta, pero Germán no quiere por temor a contrariar a su padre. Con todo, no deja de pensar en lo que le dijeron. Vuelve a su casa, viéndose con su padre, un hombre algo brusco, acusándolo de inmediato por atreverse a ver eso del piano, y se acobarda antes de poder decírselo (es la peor secuencia de diálogos intimidatorios que he visto). Germán se retira y el padre se queda pensativo mientras practica el oboe, denotando que él también lo detesta. Sale el hermano menor de Germán, José, comentando de lo alterado que ha estado su padre últimamente (incluso comentan que su familia es nativa de Alemania, lo que dice en forma tan teatral que sólo hace ver más incongruente esta trama).
Durante otro partido en el callejón, de improviso, Carlangas interrumpe para sugerir a sus amigos hacer algo por su maestro. Suponen que en casa de Germán deben tener piano (¿solo por ser familia de músicos van a tener uno? Si solo tocan el oboe) y Carlangas pide a Ricardo unas partituras de las del que tienen en su casa para dárselas y así animarlo a entrarle más a su verdadera pasión. Una insulsa escena en casa de los Arcaraz después (haciendo notar que solo Mercedes toca el piano, a veces y no muy bien) y ya tienen unas de el concierto numero dos de Rachimaninoff (basta de apantallarnos con conocimientos culturales ¿creen que los lectores de esta revista van a tener la menor idea o se interesarán sólo por esto?). Se dirigen a la casa y los recibe el padre, Don Farnes, a quien Memín no falla en importunar a la primera, irritándolo. Les informa que Germán está en un concierto pero no tarda en llegar, invitándolos a esperarlo pero advirtiéndoles que no va a ofrecerles nada y que no se sientan como en su casa. Temiendo que le roben, insiste en quedarse con ellos, provocando un silencio incomodo que rompe Memín para inquirir porque es tan antipático, lo que lo hace enojar más. Don Farnes ya anda por echársele encima, pero Carlangas sale en defensa de Memín, y empiezan a criticarlo por la “tensión” que siente que reina en su hogar (llevan unos minutos apenas y ya siente que puede criticarlo). Le echan en cara que su hijo odia el oboe y que es evidente que él también. José alcanza a oír y en eso Germán llega y escucha también. El padre se rompe y lloriquea que todo fue por su bisabuelo que según amaba tanto el oboe que por eso iniciaron la tradición, pero lo que a él siempre le ha gustado es el violín. Germán y José se le unen (al hermanito le gusta el violonchelo), acabando en un abrazo conciliador en que deducen terminar con esa “maldición familiar” y formar un trío dedicado a lo suyo. Casualmente (o improvisadamente) comentan algo sobre músicos en un concierto importante que se dará dentro de dos semanas en Alemania y que como ellos no van a poder tocar por problemas de pasaportes, se disponen a ir y sustituirlos. Germán se disculpa con Carlangas, ya que eso significa que por ensayar con el nuevo instrumento no podrá darle clases y él acepta, optando por formar su propia orquesta con sus amigos (¿sin haber acabado sus clases?) y ahí mismo hacen los planes sobre que tocará cada quien. Esto es tan ni al caso, en serio, no importa lo que digan aquí, no van a hacer nada más que perder el tiempo, créanme.
Luego cambian de tema para que esto se vea aun más absurdo, con Memín preguntando la razón de los nombres de los hijos de Don Farnes, y según, es porque Germán nació en Alemania y José en México (si, si, ¿pero a quien le importa?).
La familia se va a comprar los instrumentos en auto, recordando a su madre, que también tuvo que tocar el oboe (¿se casó con su hermana o que?) y adquirirán un arpa en su honor, que es lo que le gustaba, pese a que ninguno la podrá tocar.
Los amigos comentan sobre lo de la Alemania, excusa para mostrar de nuevo la ignorancia geográfica de Memín. Ni al caso.
De vuelta con la familia, el padre evoca la imagen de su esposa fallecida, se acuerda que tiene un concierto pendiente y se apura a prepararse, dándose tiempo para hablar con ella (su retrato). Ni al caso otra vez.
Ahora, en casa de los Arozamena, el padre de Carlangas llega para compartir con Isabel el sufrimiento de los ensayos de la orquesta de su hijo, la cual no tardan en cancelar, sin pasar de un tonto, improvisado pasatiempo. Isabel le pasa una carta a Carlangas de parte de Germán, informando que el concierto salió excelente y su familia al fin ha recuperado su estabilidad.
Después del ensayo (el ultimo pero único que vimos los lectores), Memín se pone a decir estupideces y sus amigos se mofan de él, solo para luego llevar la conversación a proponer echarse otra cascarita.
En el camino, Memín se detiene, mirando embobado unos escaparates, lo que apunta a la próxima secuencia.

martes, 3 de agosto de 2010

Memín Pinguín #410-413


Memín roba un árbol para decorar su casa creyendo que eso animará a Eufrosina, pero les sale una ardilla que acaba complicandoles la vida.


El desarrollo de esta historia es bastante aburrido. Eufrosina despierta a Memín para desayunar, regañándolo por andarse durmiendo encuerando. Ya mientras come le dice que debe tener fuerzas, y como él es flojo, esa amenaza de esfuerzo, hace que se atragante y ella tiene que ayudarlo. Pero no acaba de decirle que van a hacer, y Memín supone que tiene algún examen, mas ella le aclara que es sábado. Se alegra para volverse a dormir después de desayunar, pero Eufrosina le recuerda que le ha de ayudar con la pintada de la casa (la verdad Memín no se comprometió a nada en el numero anterior, basta con que se lo ordene y ya que para eso es su madre ¿no?). Memín objeta que una pintada no mejorará su “cuchitril”, y antes de que ella repele, prefiere irse a vestir apropiadamente y enseguida empieza a mover la brocha con mucha torpeza. Una vez que han terminado, el negrito nota que Eufrosina está desanimada, resintiendo la falta de decoración en la casa. Memín sugiere emplear sus fotos de chico, olvidando que éstas no existen ya que nunca han tenido cámara. Se pone a comer para inspirarse, y así se le ocurre encontrar algo para decorar, pero hasta ahí llegó su cerebro, porque no sabe que podría conseguir y más por su pobreza. Encuentra una moneda en el piso e intenta agenciársela, pero al agacharse choca con Ricardo (¿no es raro que Memín se la pasa encontrándose con sus amigos en todos lados?) y se le cae el helado que traía. Memín insiste en devolvérselo pero por supuesto que su amigo ya ni lo quiere, y ante su enojo, él se suelta a llorar, lamentando su torpeza y pobreza. Comiendo el helado que tiró al suelo, expone su predicamento. Después, mientras caminan cerca del parque, Memín observa un árbol pequeño y decide que eso es justo lo que necesita para iluminar el entorno de Eufrosina. Ricardo piensa que es una locura y ya lo anda dejando, pero el negrito le suplica por su ayuda y se pone a hablar de Eufrosina como una mujer pobre con pocas oportunidades y mucho rollo melodramático, que conmueve hasta las lagrimas a su amigo.

Y así, por su madre (y por tarado), Ricardo accede a ayudarle, y Memín lo pone a vigilar mientras derriba el árbol, golpeándolo en la cabeza. Luego, ya lo tiene cargándolo mientras él dirige el camino. Ricardo pide agua por el esfuerzo, y Memín lo interpreta para echarle un cubetazo al árbol, mojándolo a él también. Eufrosina se desconcierta al verlos llegar con el árbol y con tabla en mano, exige saber donde lo sacaron. Ricardo aprovecha para retirarse, dejando a Memín con sus alegatos típicos, que hacen a Eufrosina creer que la toma por tonta, y le da sus tablazos por primera vez en mucho tiempo (pero ante tan poca cosa, suena a una muy mala excusa para presentar finalmente su clásico castigo).
Ella deja de pegarle al ver que algo se mueve en el árbol, y supone que está embrujado. Memín lo examina de cerca y divisa un par de ojos entre las ramas y luego le brinca en la cara una ardilla. Eufrosina le da un escobazo para que lo deje, pero el animal se quita y le pega en la cara a su hijo atarantado. La ardilla se esconde debajo de la cama, y cuando al fin logran hacerla salir, comprueban que eso es, ya que la habían estado tomando por rata. Para Memín no hay diferencia, pero Eufrosina se burla porque la ardilla no es salvaje (¿bromean? Las ardillas tienen menos contacto humano que las ratas, así que si se lo proponen, son aun más salvajes). Como sea, decida hacerla su nueva mascota, y recibe un sopapo de parte de Eufrosina, que no aprueba esa idea. El negrito inquiere el porque de su enojo y como ella dice que es por lo que dijo, le da por alegar que ella tiene “anestesia” recibiendo otro golpe por ignorante. Eufrosina toma la ardilla para devolverla al parque, pasando por encima de Memín, literalmente.
Al llegar allá, le explica que ahí puede verla y dejarle comida. Ella procede a darle el alimento tras notar que él no alcanza, y un policía se acerca, recibiendo un golpe de su parte al tomarlo por su fastidioso hijo. Eufrosina se disculpa aunque el poli está más ofendido de que lo confundieran con un niño tan feo, y explica que no se permite alimentar a las ardillas porque puede alterar el equilibrio ecológico o algo así. Memín insiste en que es su mascota y el poli deja implícito que de ser así, deben dejarla en la casa. Pasa a comentar sobre un árbol que unos vándalos se volaron del parque y Eufrosina ata cabos, retirándose rápidamente con Memín y la ardilla.

De vuelta en la casa, otra vez amenaza al negrito con la tabla para que suelte la sopa y él aclara que fue Ricardo quien le ayudó y que todo fue por ella y no lamentara el vacío de su hogar. Así que no lo castigará y lo abraza por ser tan considerado, aunque igual tienen que ver como devolverlo. Memín va a pensarlo, así como con lo de la ardilla, que ya le puso el nombre de “Cleofas”. Trata de buscarle alimento por la casa, creyendo que es como un conejo y aceptará una zanahoria, pero el roedor la desdeña y salta por la ventana. Quien sabe porque, Memín la anda buscando debajo de la mesa (si en el cuadro anterior la vio salirse), y hace tropezar a Eufrosina. Inexplicablemente, cuando ella ya se ha ido, él tiene a la ardilla entre sus brazos, y otra vez se le escapa, ahora si saltando al otro lado de la ventana, haciendo destrozos en la ropa que Eufrosina tenia encargada.
Memín se pone muy decaído, imaginando el disgusto que le causará, y ahora le toca ser a Carlangas él que tenga que consolidarse tras venir a buscarla para algo que no acaba de decir.

Y sigue una muy estúpida secuencia de alegatos y malentendidos, nomás porque Memín lloriquea diciendo algo de su madre, que haca a Carlangas suponer que algo malo le pasó, que hace que Memín crea que dijo algo malo sobre ella, y puros rollos que ni al caso hasta que el menso al fin se explica. Le muestra a la ardilla traviesa, que se hace la muerta, para luego arañarlo. Teme que le de rabia y Memín comenta que así se puso Eufrosina, haciendo que su amigo ya la imagine con espuma en la boca. Por fin, le enseña la ropa arruinada, justo cuando Eufrosina ha vuelto, desmayándose al ver los daños. Al volver en si, exige saber que pasó y Memín dice que fueron unos niños de la vecina, ocasionando que vaya a reclamar en vano. Los dos alcanzan a oír los gritos de ésta denotando que sus hijos han estado fuera y no pudieron haber sido. Iracunda, Eufrosina se regresa y otra vez toma la tabla. Carlangas trata de huir para dejarlos solos, pero la señora que dejó la ropa que la ardilla echó a perder, llega en ese momento. Irritada al ver el estando en que se la dejaron, acusa a Memín que se puso a criticar el poco valor de sus garras, pero Eufrosina lo defiende, comprometiendose a pagar y ella le da un plazo o la demandará (¿por ropa mugrosa? no creo que se pueda demandar por eso).
Ahora si, Carlangas deja a Memín, a quien Eufrosina ya ni quiere ver. Pasa por el parque, viendo a un amaestrador de perros ganando dinero en el parque, y se le ocurre una idea que ayudará al negrito. Regresa a su casa, cuando éste culpa a la ardilla de su desgracia y va a matarla con un florero, pero acaba rompiéndolo en la cabeza de Carlangas. Más preocupado por el florero que por la salud de su amigo, Memín acaba haciendo un mal chiste sobre su valor (la dinastía “chin” de “¡Chin, ya lo rompí!” uf, eso estuvo fatal). Trata de correr a Carlangas, pero éste le dice que viene a ayudarle, usando la metáfora de un boleto de lotería premiado, que el negrito se toma en serio, y acaba dándole un zape. Prosigue contando de los perros amaestrados del parque y Memín sale corriendo a verlos sin dejarlo terminar de explicarse. Como hay mucha gente arremolinada viéndolos, decide treparse a un árbol para observar mejor y Carlangas lo imita aunque eso no vaya al caso. Ya arriba, Memín dice haber visto algo que no cree, y se dice lo a Carlangas, pero no es más que su casa en la distancia y se gana otro golpe (¡ya basta de tanta violencia y estupidez!). Dirigen su atención a los perros, y por la emoción de Memín, se rompe la rama y caen en medio del espectáculo. Carlangas señala a la gente poniendo dinero en el sombrero, diciendo que esa es la solución a sus problemas, lo que el muy burro interpreta para robárselo. El dueño envía a sus perros tras ellos, y en la huida, se topan con Trifón. Aprovechando su ingenuidad, Memín le pasa el sombrero para que los perros lo ataquen a él mientras se ponen a salvo.
Sin darle importancia a la situación del gordito (Carlangas le hace ver que hizo mal, pero él tampoco parece muy preocupado porque no sugirió volver para ayudarle), ahora si su amigo le aclara que podría enseñarle trucos a la ardilla y ganar dinero. Memín no cree que sea posible, pero Carlangas lo sienta para darle una demostración, y de inmediato se ve que la ardilla tiene habilidad. El negrito se mete en uno de los trucos que pone su amigo, tratando de empujarla a la hora de saltar el aro, y ella se echa sobre su cara. Al siguiente truco, que es brincar de una silla a otra, otra vez la provoca y es arañado de nuevo. El siguiente es ponerla corriendo sobre un globo terraqueo, pero acaba aplastada. Memín trata de darle respiración de boca a boca, lo que no le hace gracia al roedor ya que una vez más lo ataca en la cara. Carlangas indica que al día siguiente ya estará preparada para comenzar y le advierte que cuide bien a la ardilla.
Memín se duerme con ella, y a la mañana siguiente, la encuentra aparentemente muerta, habiéndola aplastado mientras dormía. Más que llorar al roedor, llora por Eufrosina que tendrá que hacer trabajos forzados en prisión, y echa el cuerpo al refrigerador por mientras. Va con Carlangas al parque, que ha invitado a Ricardo y Ernestillo para atestiguar a la ardilla en acción. Memín no quiere admitir que la mató, así que señala a otra ardilla que distingue en un árbol, excusando que se le había escapado.
Sus amigos anuncian la función, y Trifón se acerca, queriendo devolver el sombrero con el dinero del otro día. Los perros (¿qué pasó? ¿cómo escapó Trifón de ellos? ¿y porque siguen en el parque y su dueño no? sepa) aparecen y Memín arroja el sombrero, pero ellos prefieren irse a perseguir a la ardilla. En eso, llega Eufrosina, llevando la ardilla, que sigue viva y la encontró congelada en el refri. Ahora si, logran hacer su espectáculo chafa, y consiguen suficiente dinero para pagarle a la señora. Eufrosina perdona a Memín por sus actos descuidados, y luego con ayuda de Carlangas, devuelven el árbol al parque, y el policía nomás dice que espera que con eso aprendan la lección (¿así de fácil? ¿no deberían hacer servicio comunitario o algo así? y se supone que fue Ricardo el que ayudó con el robo, no Carlangas). Todo termina bien y los dos vuelven a sus casas.

En la suya, Carlangas se extraña de ver a sus padres, creyendo que no andarían. Y si, esto se verá en la próxima secuencia.