martes, 28 de julio de 2009

Memín Pinguín #139-145

Memín y sus amigos se ven involucrados con un expresidiario. A través de un viejo amigo de éste, conocen su historia, dramática y angustiante, que los invita a compadecerlo y echarle una mano.

Después de tantas cosas, la pandilla vuelve a los viejos tiempos, jugando en el callejón. Últimamente, mientras juegan, se percatan de un hombre con facha de indigente que los observa. A Memín le llama la atención, pese a su aspecto desaliñado. Un día, lo encuentra al hacer fila en la tortillería, y se presenta con él. El hombre responde al nombre de Fernando, sin incluir su apellido, que quiere olvidar junto con las desgracias de la vida que lo hicieron caer tan bajo. Viendo las pocas tortillas que compró, Memín le pasa un poco de las suyas. Lo invita a comer a su casa, pero el hombre se muestra renuente. Le pide que espere para preguntarle a Eufrosina si se puede, pero para cuando vuelve, éste ya se ha ido. En la tarde, va al callejón y se reúne con Carlangas y Ernestillo (Ricardo está ausente porque le dio catarro y su madre no lo dejó salir). Empiezan un partido de béisbol, y la pelota se les va por un terreno en que se ubica una vivienda semidemolida. Al meterse para recuperarla, descubren que alguien vive en esa miseria, y es ni más ni menos que Fernando. Se disculpa con Memín por plantarlo, insinuando que no quería que supieran como vive. Deja salir amargos comentarios tipicos de quien ha sido derrotado en vida, y como ellos insisten en preguntar, admite que los malos ratos que pasa porque es difícil conseguir trabajo cuando se es un expresidiario. Memín pregunta la razón por la que dio en la cárcel, y tomando un cuchillo, Fernando afirma que fue por matar a tres chicos entrometidos, dándoles un gran susto.

Memín y Ernestillo echan a correr, pero Carlangas se queda, conciente de que sólo pretendía asustarlos. Fernando le exige que se largue, ya que un expresidiario no puede tener amigos, y el muchacho obedece. Los amigos se reunen y observan a un anciano que se adentra en la inmunda vivienda de Fernando, trayéndole comida. Lo ayudan para que no tropiece con los escombros, y aunque Fernando agradece la atención del anciano, está sumamente deprimido, sin deseos de vivir. Menciona a los tres niños de afuera que intentaban ser amigables con él, pero Fernando no quiere nada con ellos, porque le recuerdan a su hijo, cuya memoria parece ser la razón de su desgracia. El anciano, llamado Nicolás, lo reprende por su pesimismo e incapacidad de dejar atrás el pasado, puesto que ya cumplió su condena, pero acaba accediendo a su deseo de dejarlo solo.
En cuanto sale Don Nicolas, los tres lo abordan y vuelven a ayudarlo en el camino. Le preguntan que pasó con Fernando, y éste les hace saber que fue a prisión por matar a su hijo, y él lo conoció cuando era velador en la cárcel, pero ya está jubilado. Ellos quedan horrorizados, pero Don Nicolás les advierte que no se precipiten, ya que tuvo sus razones, a causa de una existencia trágica, producto de las malas decisiones. Intrigados, le piden que les cuente la historia de Fernando, y el anciano accede, para que así lo comprendan y pongan más empeño en hacerse sus amigos, ya que él es el único que tiene de momento.
Sentándose los tres en la banqueta en torno a Don Nicolás, éste empieza a contarles, llamando a una prolongadísima retrospectiva, que de cuando en cuando, será interrumpida por comentarios de Memín (y como siempre, exasperará a sus amigos, que le gritarán y darán coscorrones para que deje al viejo continuar).

Fernando Arteaga era un joven aspirante a pintor, que vivía muy enamorado de su novia Alicia, con quien llevaba una relación de cinco años. Ambos humildes, viven un romance típico, lleno de esperanzas y ese rollo. Él estaba algo frustrado porque su trabajo no deja mucho dinero. Queria casarse cuanto antes, pero Alicia le aconseja esperar, aun cuando su madre le sugiere que se case de una vez. Insiste en que será propicio cuando su labor como artista reciba el reconocimiento que merece. Con su apoyo y gracias a unos prestamos, ella se encarga de proporcionarle un estudio, para que se vea más distinguido y así consiga compradores con mayor facilidad. No lleva mucho en eso, teniendo problemas con la renta del lugar, cuando su felicidad futura es amenazada inesperadamente.
Un día, mientras están en una nevería, un par de jóvenes ricachonas frívolas que habían sido compañeras de Alicia cuando estaba en un internado, miran a la pareja y se sientan en su mesa. Una de ellas, Rosalinda, se interesa en Fernando, y ofrece pagar la cuenta, haciendo plática e insinuaciones indirectas muy directas. Finge interesarse en su trabajo como pintor, y los invita a los dos a su auto, para conocer su estudio. Ahí, compra una pintura que ya estaba apartada, soltando la cantidad completa sin miramientos. Fernando queda complacido por la venta que le facilitará el pagar la renta del mes, pero Alicia tiene un mal presentimiento. No pasa mucho para que Rosalinda se presente en su estudio, ofreciéndole dinero para que le haga un retrato, como parte de su plan para seducirlo. Le paga de antemano una cantidad muy exagerada, y así se la pasa, sin éxito al principio, ya que todo indica que Fernando vive entregado a su trabajo y al amor que siente por Alicia. El orgullo de Rosalinda la lleva a insistir, incluso contrariar a su padre que no comprende su interés repentino por el arte de un pintor de cuarta. En cuanto el retrato esta terminado, lo obliga a mirarla fijamente, y así el pintor cae rendido ante sus encantos.
Don Nicolás suspende su historia, puesto que se está haciendo de noche y no quiere que lleguen tarde a sus casas. Memín, en vez de explicarle a su má linda porque se retrasó cuando le pregunta, empieza a hacer comentarios sobre mujeres resbalosas, inquiriendo si ella no pasó por lo mismo con su padre. Eufrosina replica que éste siempre le fue fiel, y como Memín sigue hablando, va contándole lo de Fernando, empezando por el final, que es el haber matado a su hijo. Al escuchar esto, Eufrosina le prohíbe terminantemente volver a hablar con ese señor, sin importarle los motivos, ya que otro tanto haría con Memín como insista en acercársele. Bajo amenaza de tabla con clavo, Memín tiene que obedecerle. Al día siguiente, los tres andan en la escuela, muy picados por la continuación de la historia de Fernando, incluyendo a Ricardo (que en algún momento fuera de cuadro debió ser puesto al tanto), que esta vez si los acompañará. Pasa el día tranquilamente, hasta que llega la hora de salida, y luego la hora normal en que van al callejón. Eufrosina recuerda a Memín que no hable con ese hombre, y él se lo promete, ya que, después de todo, será con Don Nicolás con quien acudirá. Los cuatro se reúnen y ven pasar primero a Fernando. Lo saludan, pero él pasa de largo, ignorándolos. Finalmente, llega el anciano, quejándose de sus problemas de salud que le han venido desde la noche, causando preocupación a Memín de que fallezca sin terminarles la historia. Don Nicolás replica que está bien aun así, y no puede morir sin concluir el relato, reiterando que es para que ellos ayuden a Fernando cuando le llegue su hora. Sigue con la parte en que Fernando inició un romance con Rosalinda, disminuyendo gradualmente su cariño por Alicia, a quien ha dejado de atender. Ella lo presiente, pero es demasiado noble para echárselo en cara, esforzandose por volver a ganar su corazón. Sus intentos son en vano, y apremiado por Rosalinda, cuyos contactos en la alta sociedad han estado sirviendo para levantar su carrera, Fernando le hace comprender que ha dejado de quererla. Desconsolada, Alicia se aleja corriendo a los brazos de su madre, quien le asegura que la mujer que le ha robado su cariño no conseguirá la felicidad por haber destruido la suya (esto normalmente se dice en matrimonios cuando hay infidelidades y divorcios, por lo que está un poco fuera de lugar en esta ocasión).
Fernando y Rosalinda se casan, teniendo un hijo eventualmente, pero el deterioro en su relación no tarda en llegar. Rosalinda vuelve a entregarse a su vida como dama de sociedad, descuidando a su esposo y al niño. Fernando le reprocha su proceder, pero ella no puede dejar sus compromisos. Vuelca su atención en su pequeño hijo, que aun no aprende a caminar. Al intentar ayudarlo, éste llora al apoyarse sobre sus pies. La sirvienta le advierte que notó eso antes y lo comentó a Rosalinda, quien no le dio importancia. Fernando y Rosalinda lo llevan al doctor, quien diagnostica al niño con una deformidad en su espina, la cual restringirá el desarrollo de sus piernas, algo que probablemente se produjo con un golpe, sin dejar de señalar que eso puede deberse al descuido de la madre. Les indica ir a Nueva York donde pueden tratar ese problema, pero van en vano, porque ya es muy tarde. Lo mismo sucede con otros especialistas, alegando que tendrán que esperar años para aplicarle una operación experimental. Rosalinda resiente la culpa del mal de su hijo, y Fernando se lo restriega en la cara constantemente. Se empieza a dar a la bebida, conforme van perdiendo su dinero y su carrera como pintor se va a pique, todo para costear las medicinas del niño. Rosalinda decide acudir con su padre a pedir ayuda económica. Como nunca apoyó su matrimonio, se distanció de él por años, y al ir a buscarle, le espetan que murió y perdió su fortuna, todo desde que ella se largó. Acude con sus amigas, que siendo tan frívolas, no comprenden su situación y le niegan cualquier préstamo. Una incluso le aconseja volver con un antiguo pretendiente y abandonar al esposo borracho que la odia y al niño invalido, pero Rosalinda ya no es ese tipo de persona y se rehusa. Busca trabajo como secretaria, pero por su falta de conocimientos y experiencia, no la aceptan, orillándola a trabajar en un taller de costura, donde apenas gana lo indispensable. Fernando se pasa todo el tiempo bebiendo y despreciando a Rosalinda, recordándole a cada rato que es culpa suya el estado de su hijo, entre insultos y burlas. El niño crece, pero solo de la cintura para arriba, conservando sus piernas, visiblemente deformes. Rosalinda comparte sus penas con una compañera de trabajo, mencionando que está esperando otro hijo de Fernando, temiendo como reaccionará ante la noticia. Fernando va dedicándole más atención a su hijo, y cuando Rosalinda insinúa la posibilidad de tener otro, le asegura que de ser así, antes la mataría, para que no lo descuide del mismo modo.
Consigue un trabajo mejor con la ayuda de una amiga, que la recomienda con su hermano en restaurante, donde serviría de intérprete para clientes americanos. Le va bien, mas Fernando no deja de mofarse de ella, alegando que su trabajo es el equivalente al de una mujerzuela (¿?). El lazo entre Fernando y el pequeño se estrecha, al extremo de que por éste, deja la bebida, invirtiendo el tiempo en entretenerlo sacándolo al exterior y volviendo a la pintura. Un día, descubren una carta de Rosalinda, donde ésta se despide, no pudiendo soportar más el odio y desprecio infinitos de Fernando. Consuela al niño y se compromete a ayudarlo a olvidar el abandono de su madre “irresponsable” (huy, si el mismo técnicamente la echó de la casa).
Trata de volver a ser pintor reconocido, pero nadie quiere comprar sus pinturas, pero se lo oculta a su hijo. Consigue trabajo en una fábrica, dejando a su hijo encargado a una mujer llamada Maura, quien le oculta la verdad sobre lo que hace su padre para no destruir sus ilusiones. Eventualmente, el niño expresa su deseo de convivir con otros niños y estudiar en una escuela. Fernando teme que lo desprecien por su deformidad y lo trata con la directora de la escuela escogida. Ella dice que es normal que haya alumnos inválidos, y sólo seria otro niño en silla de ruedas más. Asegurándose de que sus piernas queden tapadas para que no se las vean, Fernando inscribe a su hijo, quien goza de buena estancia y camaradería en el ambiente escolar, obteniendo buenas calificaciones. Pero todo se arruina un día, en que, accidentalmente, alguien choca con su silla de ruedas y descubre sus piernas bajo la cobija. Al observar el horror con que lo ven, el niño se entristece y no quiere ir más a la escuela. Fernando comprende lo que pasó sin que se lo diga, y acepta seguir educándolo por su cuenta en casa. Memín interrumpe para llorar exageradamente, conmovido por la historia. Don Nicolás siente que se hace tarde y debería irse, mas Memín le ruega que no se vaya porque al próximo día podría morir y no acabarles de contar. Como le falta poco, acepta proseguir. Fernandito (ah, si, creo que no había dicho que se llama igual que su padre) recibe la visita de un amigo, intrigado porque no ha ido a clase, e indirectamente, contribuye a aumentar su pena. Le cuenta que ha visto a su padre trabajando en una fábrica y que una vez bajó a su sótano a recoger una pelota que se le cayó, descubriendo los cuadros sin vender que ha almacenado. La información es demasiada para el niño, que en su afán por corroborarla, se lastima para bajar al sótano. Comprendiendo que es verdad, la impresión es muy fuerte para él, pero cuando llega su padre, al verlo con el dinero obtenido a base de trabajo duro, manteniendo la ilusión de que proviene de su profesión de pintor, Fernandito lo abraza, conmovido.
Pasa el tiempo y Fernandito comienza a sufrir fuertes dolores en su espalda y cadera, pero le pide a Maura que no le cuenta nada a su padre ni que bajó al sótano, lo que debió haber acentuado el daño. Pero ella acaba diciéndole de todos modos sobre esos dolores. El niño insiste en que puede resistirlos, pero igual acaba siendo revisado por doctores. Tras hacerle radiografías, se aclara que su estado es irreversible y que se presenta un tumor maligno en su espina, lo que le acarreará terribles dolores. Lo único que puede hacer es darle medicinas para el dolor, pero éstas demuestran no ser afectivas, y el sufrimiento del niño empeora noche tras noche. El medico le suministra una droga más potente, advirtiéndole no darle más de diez gotas. Cuando se las da al niño, éste pide más, aun sintiendo dolor. En su estado nervioso y alterado, recordando con rabia a la esposa que lo dejó y ocasionó todas sus desgracias, Fernando le echa todo el contenido del frasco. El niño cierra los ojos y sonríe, durmiéndose para siempre. Horrorizado al percatarse de lo que ha hecho, Fernando manda llamar al medico, aunque es inútil, puesto que el niño ha muerto. Admite abiertamente haberlo matado, pero conocedor de su pena, el galeno no quiere denunciarlo. Se entrega a si mismo, cumpliendo su condena de diez años en la cárcel. Don Nicolás concluye su relato, pidiéndoles que ayuden a Fernando a recuperar el aprecio por la vida y que no lo abandonen. Sin más, se retira, dejándolos comentando y pensando que podrían hacer por él.

Pero eso ya se verá la próxima ocasión. Éste apenas es el preámbulo. Por cierto, hay que señalar que, aun siendo una retrospectiva, al ir a la par con la narración del viejo Nicolás, no se entiende como éste metería partes de la historia que no podría saber (como las andanzas de Rosalinda y ese segundo hijo del que no se atrevió a decirle nada, que será fundamental para lo que sigue). Pero bueno, la magia narrativa de la autora creara un tiempo dividido en que él sólo narraba lo que sabia de Fernando, y lo demás eran complementos del pasado en si.

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