lunes, 31 de agosto de 2009

Memín Pinguin #306-310

Memín y sus amigos pasan el tiempo con sus familias en una hacienda ganadera, viviendo diversos incidentes que ocurren precipitadamente.

El señor Arozamena invita a los cuatro amigos y sus padres a visitar la hacienda ganadera de Heriberto, un viejo amigo suyo. Ellos aceptan muy animados. Ahorrando páginas en preparativos y el viaje, llegan a la hacienda y el dueño los recibe amablemente. Carlos les presenta a su hijo y sus amigos, y Heriberto comenta que más tarde podrán conocer a su heredero y una prima de éste que vino de visita. Le confiesa a su amigo que su hijo no le ha salido tan bien como quisiera, ya que es déspota y no le tiene respeto a nadie, que no puede hacerlo sentir tan orgulloso como el que él tiene en Carlangas (que impresión tan apresurada, ni ha visto suficiente del chico). Los cuatro amigos recorren la hacienda, y Memín, como siempre, se separa de ellos al curiosear de más. Trata de acariciar unas gallinas, pero sólo consigue asustarlas, y se le echan encima. Sus amigos lo encuentran y lo regañan, advirtiéndole que no se les despegue. El señor Arozamena les avisa que vengan a la mesa, y sigue compartiendo impresiones con Heriberto. Mario, el hijo tan criticado, se presenta asfixiándolos con su aire de superioridad, y cuando Carlangas lo saluda, no tarda en hacerlo enojar con sus comentarios de desprecio. Memín interviene y es repudiado aun más. Mario se lanza contra él, pero choca en la pared y queda inconsciente. En eso, entra María Eugenia, la prima, y los cuatro muy prestos se presentan al encontrarla tan linda. Ellos más que presentaciones parecen andarle echando piropos al aventón, mientras el negrito se hace bolas al marearla con sus divagaciones. Pasan a los padres a comer, y cuando ya están todos, Mario protesta sobre que los negros se sienten con ellos a comer. Heriberto lo reprende severamente y lo trata de obligar a disculparse, pero Eufrosina, tan humilde y noble, no lo ve necesario y suplica que no lo haga. Terminando de comer, Heriberto los invita a que vean la exhibición de la tienta de las vaquillas, para que se entretengan. Los cuatro amigos ocupan un palco, y cuando María Eugenia pide que la dejen sentarse con ellos, no hay lugar. Tratan de correr a Memín, pero como él no está dispuesto a moverse, siendo muy poco caballeroso, Carlangas le propone echar una carrera para disputarse el asiento. Eso sólo para tantearlo y que se fuera, mientras él se sentaba, dejando lugar para la chica. Memín llega a donde están los bovinos, y al ponerse cara a cara con uno, supone que es Carlangas, quien por alguna extraña razón que sólo una mente como la suya podría concebir, se ha convertido en buey. Creyendo que se trata de su amigo, le da un beso sin preocuparse, pero el animal se pone bravo y lo corretea. Distraen a la bestia y Memín se pone a salvo, volviendo con sus amigos. María Eugenia opina que el negrito merece sentarse en lugar de Carlangas y le da un beso de premio (¿Por qué? ¿Por huir del animal o por compasión al verlo tan tonto para tomarlo por su amigo?). Mario no soporta la escena y exige a su prima que los deje. Ellos se le ponen al brinco y el chico los reta a pelear, sin preocuparse que lo superen en número. Los cuatro se le echan encima, pero vienen Carlos y Heriberto a separarlos. El padre de Mario propone que éste demuestre que tan hombre es, compitiendo contra el hijo de su amigo en lo de domar una vaquilla, con el premio de que el ganador rapara al perdedor. Ellos aceptan y Memín se emociona porque uno acabe igual que él. Todo lo que tienen que hacer es agarrarla y amarrarla de las patas en el menor tiempo posible. Carlangas lo consigue fácilmente, y al llegar el turno de Mario, el animal se le escapa, perdiendo automáticamente. Heriberto exige a su hijo cumplir con su castigo, deseoso de aprovechar la oportunidad para cortarle el cabello que insiste en traer largo. Mario trata de alegar para salvarse, no queriendo quedar “fuera de onda”, pero es inútil. Carlangas es felicitado por sus amigos. Memín insiste en meterse con Mario, quien sigue insultándolo, y pide unas tijeras para cortarlo él mismo. Mario pone resistencia y Heriberto interviene para indicarla que se porte como hombre. Memín es coscorroneado por pasarse de la raya y Carlangas se ve forzado a ser el quien ejecute la sentencia, tal y como quedaron. Después de cortar como puede el cabello de Mario, Heriberto acaba la tarea dejándolo tan calvo como el negrito.
El entretenimiento continua, presentando a un toro para torear (en una forma poco menos brutal que en la fiesta brava). Memín siente un impulso desenfrenado por lucirse, y se dirige a confrontar al toro, angustiando a Eufrosina que lo mira desde el palco. Se arrepiente casi de inmediato y es correteado por la bestia. Mario desea vengarse de las burlas de Memín, ignorando los consejos del siervo Melitón para deje eso por la paz. Se mete para irritar aun más al toro, pero éste se vuelve y de un tope que lo derriba. Memín jala al toro por la cola para impedir que pisotee al odioso, ocasionando que haga un movimiento brusco y lo mande por los aires, cayendo en brazos de Heriberto. Más tarde, Mario se recupera, sufriendo un repentino cambio en que se disculpa por su mala actitud. Carlangas, Ricardo y Ernestillo lo perdonan y hasta lo nombran miembro honorario de su grupo. Mario insiste en disculparse especialmente con Memín y Eufrosina, y hasta se atreve a darle un beso conciliador a ella. Celoso y negándose a creer que sea sincero, Memín habla con insolencia infantil, pero Mario es paciente, y la misma Eufrosina se pone de su lado para que ya le pare a su carro. Los padres ya están despidiéndose de Heriberto, agradeciendo su hospitalidad, pero él sugiere que dejen a sus hijos quedarse a pasar la noche, ya que luego será domingo y para entonces podrán regresarse. Los padres dan el consentimiento de que se queden, con una que otra objeción insinuada (Mercedes no puede dejar de sobreproteger). Maria Eugenia les ofrece unas flores como obsequio de su visita a los adultos. Heriberto indica a su sobrina que atienda a los invitados, pero los cuatro se ponen a discutir sobre a quien debe atender primero (¿pues que clase de atención quieren?). Heriberto se despide de los padres, acordando que devolverá a sus hijos en el tren de la tarde al día siguiente. Reciben las recomendaciones necesarias y pasan el rato con Mario, quien se muestra insistente en pedirles que salgan afuera. Se ponen a jugar a la “roña”, y Memín es quien la trae, pero se detiene al ver el cuero colgado de los borregos. Pide una explicación a Ernestillo, y éste se la da, larga y tendida, pero era un truco para distraerlo y “pegársela”. Mientras, Mario, revela no haber escarmentado, y confía a Melitón lo que está planeando para hacerles pasar un mal rato, volviendo a hacer oídos sordos a sus sugerencias. Los invita a que prueben a montar los cerdos, dándoles una demostración para que vean lo mansos que son. Sabiendo que con torcerles el rabo se irritan, en cuanto monta uno Memín, Mario procede, provocando que el marrano arrastre al negrito por el chiquero. Sus amigos se dan cuenta, y cuando sale Memín todo sucio, toman a Mario, arrojándolo al chiquero. Heriberto ha observado todo, complacido con que volvieran a darle una lección a su hijo malcriado. Encomienda a Melitón que los lleve al río, y aprovechen para bañarse. Memín insiste en meterse con todo y ropa, aprovechando para lavarla junto con su persona. Heriberto arroja a su hijo al agua para que le haga compañía, pero la corriente no tarda en ponerse fuerte, arrastrando a Memín. Mario sufre otro repentino cambio, y nada para tratar de alcanzarlo y ayudarlo. Sus amigos se desnudan (¿que no podían dejarse la ropa interior?) y se echan al agua para salvar a los dos. Heriberto los asiste, y pronto sacan tanto a Memín como Mario inconcientes tras casi haberse ahogado. Durante la comida, ya todos se encuentran bien y Heriberto les hace saber las actividades que harán el domingo. Mario ahora sí se muestra sincero de verdad, ofreciendo su amistad, que aceptan mientras no les haga malas pasadas (¿y de que otra forma?). De nuevo, los amigos compiten por llamar la atención de María Eugenia, y al volver a recibir un beso de parte de ella, Memín despierta su envidia y no deja de presumirles que es el “favorito”. Heriberto les muestra sus habitaciones, donde podrán dormir individualmente. Memín pone pretextos, ya que no está acostumbrado a dormir solo, pero sus amigos se rehúsan a compartir cama con él, para que empiece a madurar. Aun así, en la noche, todos coinciden en levantarse, preocupados por dejarlo solo, pero al verlo durmiendo tranquilamente, aceptan que lo han subestimado.
En la mañana, María Eugenia pasa para despertarlos, y enseguida están levantados y vestidos, excepto Memín, que sufre de sueño pesado. Sus esfuerzos por despertarlo son inútiles, y lo llevan a la regadera, logrando que reaccione, pero muy enojado. Después, marchan a la capilla, y cuando termina, los tres ven a Memín acompañando a María Eugenia, considerando que ella sólo le da atención porque es encimoso y su educación le impide rechazarlo. En el desayuno, Heriberto pregunta por la ausencia de Mario en la iglesia, y Melitón replica que le daba vergüenza que lo vieran (tanta que no vuelve a aparecer en la revista). El siervo prepara los caballos para que los monten, pero siendo tan chico, a Memín le dejan una burra ciega. Suben a una peña donde a María Eugenia le da por proponer darle un beso y un abrazo al que llegue a la cima primero, pero una vez ahí se la pasa corriendo, haciendo que Memín se canse de ir tras ella. En el camino de regreso, el transporte de Memín se une al galope de los caballos de sus amigos, tropieza con una piedra y lo hace caer de cabeza en una zanja. Heriberto lo saca y prefiere llevarlo cargando para no arriesgarse, notando como tiene tendencia a ser victima de los accidentes más extraños. Después de la comida, van a las peleas de gallos (por suerte, los lectores no veremos nada de tan salvaje entretenimiento, ya que enfocarán lo de arriba y no lo que pasa abajo). Los anunciadores, al referirse al “negro”, hacen que Memín se sienta importante, al creer que se refieren a él. Hacen las apuestas y Memín las acepta, sin entender de qué va eso. Al pedirle que suelte el dinero, la pelea termina, y el negro gana (aunque se muere inmediatamente después), y el otro anunciador le está ofreciendo el dinero. Ante la protesta de su compañero de que la apuesta no va porque el negrito no dio nada, creyéndolo que anda haciéndose el tonto, Memín se halla en líos, pero Heriberto aclara todo, logrando que lo dejen en paz. Sus amigos lo reprenden por andar de hablador, y Heriberto anuncia que vuelvan a la hacienda a preparar sus cosas, puesto que ya casi es la hora de irse en el tren. Memín observa unos chanchitos, y pide uno, y Heriberto acepta darle unos más grandes, entre otros animales.
Los cuatro están a bordo del tren, cuando Heriberto ordena que les pasen las bolsas que llevan a los animales, por la ventana. Los amigos del negrito no comparten su entusiasmo ya que ellos no solicitaron nada y les da pena. Aun así, no pueden rechazar sus regalos, dándole las gracias por la agradable estancia que pasaron y comprometiéndose para ir visitarlo en otra ocasión por más días (no ocurrirá pero en fin…). Como no se permite viajar con animales en primera clase, el conductor que revisa los boletos, ordena que uno ellos pase a segunda con estos. Siendo Memín el responsable de todo, no tiene opción, y se la pasa enfurruñando, yéndose al vagón donde están la gente más humilde y sus animales. Al dormir, el excremento de un animal sobre su cabeza le va cayendo, y como él esta dormitando, ni abre los ojos, sintiendo bolitas en sus manos y tomándolas por dulces que no duda en echarse a la boca. Los escupe al sentir su horrible sabor, y marcha al sanitario, pero es atacado por un ganso. El tren llega a su destino y Memín trata de encargarle al conductor cuidar de sus animales mientras él busca a sus amigos para que le echen una mano. Éste se rehúsa y Carlangas se acerca para avisarle que ahí se quede, y espere que la gente termine de salir. Memín obedece y al poco rato ya están uniendo esfuerzos para sacar a los animales. Pero como a Memín se le escaparon los pollos, al tratar de sacarlos de donde se metieron, estos ya están muertos. Aun así, Memín insiste en llevárselos. El señor Arozamena y el señor Arcaraz vienen a recogerlos, desconcertados con la presencia de los animales. Viendo que no pueden llevarse a los cerdos que les dieron a cada uno (Carlangas y Ernestillo por falta de espacio, Ricardo porque cree que su madre no lo aprobará), deciden que Memín se los quede, ya que la residencia de Don Venancio ofrece mucho espacio.
Él acaba aceptándolos y las consecuencias no tardaran en presentarse.

domingo, 30 de agosto de 2009

Memín Pinguín #303-306

Memín es “canonizado” por sus amigos para evitar que sigan ocurriéndole desgracias, y poco después, se viene un terremoto. Con Don Venancio y Eufrosina, pasa un viernes santo muy agitado. Los preparativos para una antigua tradición ponen al negrito en peligro.

Los amigos de Memín acuerdan que le han estado pasando cosas muy desagradables, atribuyéndolas a su pereza en ir a la iglesia, donde no ha vuelto desde la primera comunión. Carlangas propone que lo bauticen, facilitando el proceso. Mientras, Memín y Eufrosina siguen desempacando y arreglando su nuevo hogar. Ella se molesta al no encontrar ciertos utensilios, los cuales iban en la caja que se llevaron los cargadores cuando él se quedó ahí metido. Irritada, lo regaña por no haberse traído las cosas y sin hacer caso a sus excusas, lo manda a que vaya a buscarlas. Memín no sabe ni en que basurero se quedaron, y se sienta en la banqueta, donde lo encuentran sus amigos, notando su preocupación. Les dice que le encargó especialmente el tejolote que se usa para moler, y Ricardo dice que haber visto uno en su casa, que nadie necesita. Corren a traerlo y un cuadro después ya está mostrándoselo a Eufrosina, mas ella sigue molesta, exigiendo que si pudo traer eso, debió traerse todo lo demás. Sus amigos intervienen para calmar a la lavandera, haciéndole comprender que está siendo injusta y ya no podrán recuperar sus cosas. Ella lo acepta, pero no deja de echarle la culpa de todo a su hijo atarantado, ya que fue él quien se quedó dormido ahí (pero si se iban a robar la caja de todos modos, da igual que él estuviese metido o no). Ellos los ayudan a que terminen de arreglar y antes de concluir el día, la nueva estancia está lista. Eufrosina los invita a comer. Memín va a comprar lo necesario, y los tres cuchichean sobre su intención de echarle el agua bendita, no queriendo enterar a Eufrosina por pensar que pudiera ofenderse, pero creen que sólo así podrán ayudarlo a que no siga pasando tribulaciones (no es por desprestigiar a las tradiciones católicas, pero en esta ocasión suena a que ellos están yéndose más por la superstición que nada). Durante la merienda, le preguntan de sus planes al día siguiente y él sólo sabe que tiene que ir a la escuela. Le recuerdan que es sábado y Ricardo los invita a que vayan a su casa a pasársela en la piscina. Habiendo puesto el cebo, acuerdan la hora para recogerlo. Ya en sus casas, Carlangas y Ernestillo tratan el tema con sus padres, sin decir abiertamente lo que se proponen. Los padres de Carlangas hacen ver que ya pasó lo de la bendición, pero que puede volverse a hacer cualquier día, aunque de preferencia el 2 de febrero. Ernestillo insinúa a su padre como seria bendecir a un “bichito”, y éste replica que normalmente se adorna a un animal con listones y flores, y que se le bañe también según el caso (¿de verdad están hablando de una practica católica?).
Al día siguiente, Eufrosina tarda en poner en marcha al flojonazo Memín que nunca quiere levantarse a la mera hora. Después, ya están reunidos los cuatro en casa de Ricardo. Ahí, le exponen a Memín su idea, pero cuando él ve que se trata de ponerle un atuendo ridículo, no se muestra de acuerdo. Cuando le dicen que se trata de bendecirlo como si se tratara de un santo, se emociona y deja que le pongan la vestimenta y adornos que lo hacen ver verdaderamente ridículo. Ricardo sigue el consejo de su padre de acostarlo en un lecho de flores sobre una charola, aunque sustituyéndolo con lo que tienen a la mano, que es un pedazo de tabla de la carpintería. Así, cargando a Memín bien recostado, salen a la calle, llamando la atención de la gente. Un par de mujeres suponen que están llevando a un cadáver, dejando salir alusivos comentarios. Memín se incorpora para sacarlas de su error, asustándolas al hacerles creer que ha revivido. Sus gritos sobre la aparición del muerto, hacen que los cuatro huyan despavoridos. Cuando sus amigos comprenden lo que pasó, hasta ahora se dan cuenta de lo ridículo que se ve Memín, quien se ofende y amenaza con irse. Ellos lo calman y continúan su camino. En la iglesia, el sacerdote les da el servicio que piden, y los tres oran porque su amigo quede libre de más pesares (brincos dieran, así no tendría chiste la revista). Salen muy unidos y serios, conmoviendo a quienes los ven en la calle. Al volver a casa, Eufrosina se extraña, quejándose de que su hijo anduviera ataviado tan extrañamente, como sus amigos le explican lo que hicieron, ella les da las gracias por ser tan acomedidos y pensar en su Memín. Advierten que lo trajeron para que se cambiara y le permita acompañarlos ahora sí a nadar a casa de Ricardo, y ella se los deja. Una vez allá, proponen echarse clavados, nombrando a Memín el juez. Memín se pone demasiado altanero por no querer rebajarse y lucirse también con sus “canguritos”. Califica los saltos, dejando el de Carlangas al ultimo, más por puro desquite que nada, porque como suele pasar, en las discusiones, es con quien más se mete.Sin embargo, en cuanto Memín sube al trampolín, un terremoto acontece. Aparentemente, la naturaleza no puede dejar de protestar ante la bendición de un “condenado” como Memín.
Sus amigos se aterran, y por estar tan alto, Memín no se percata del sismo, tomándolo como un efecto del vértigo. Alcanza a escuchar los gritos de Ernestillo, advirtiéndole del temblor, y Memín trata de pensar en una oración para eso, pero no deja de marearse.
En su nuevo hogar, Eufrosina también reza ante la presencia del temblor, alertando a Don Venancio, quien estaba más ocupado en comer que nada. Los dos salen afuera hasta que todo se calma. En la residencia de Ricardo, Memín se queda encogido en el trampolín, y sus amigos no atinan a si está bien o se murió del pavor. A Ricardo le da miedo lo último y se queda ahí, mientras Carlangas y Ernestillo suben a revisarlo. Cuando tratan de llevárselo, él está demasiado nervioso, y hace que los tres se caigan al agua. Ya estando a salvo, terminan de vestirse, y Ricardo los invita a comer, pero al acordarse de su má linda, Memín echa a correr. Viendo que todo está en orden, Don Venancio aprovecha para invitarlos a dar un paseo el viernes. Memín opina que no podrá porque es día de clases, mas el español le recuerda que es día feriado, porque es viernes santo. Espera por ese día impacientemente, aunque todo indica que es la primera vez que escucha de éste, no comprendiendo cuando Eufrosina comenta que visitarán siete casas, aclarando que se refiere a las iglesias, y no a las de sus amigos.
En la mañana del viernes, Memín se levanta temprano, dispuesto a invitar a sus amigos al paseo, pero después de un cuadro, vuelve decepcionado, ya que todos ellos salieron con sus padres. Don Venancio se presenta bien vestido para llevárselos, mencionando que es el único día del año en que no trabaja en su tienda. El español trata de tomar un taxi para que los lleve a ver La Pasión, pero como el conductor le cobra de más por llevar a la gorda de Eufrosina, le hace pagar el insulto con un buen trancazo. Prefieren tomar el camión y pronto están disfrutando de la representación bíblica. En la escena del lavado de manos de Pilatos, Memín trata de lavar las suyas también, pero le arrojan el agua encima. Después, su ingenuidad no puede ser más grande al no comprender la parte de los latigazos hacia el Señor cuando carga la cruz. Como nadie más le ayuda, él le avienta una pedrada al “abusivo (¿de verdad hizo su primera comunión y no le enseñaron ni lo más elemental de los evangelios? Tsk tsk, esto es lo que pasa por clavarse demasiado en la Virgen y los santos). Otro lo sustituye, y lo vuelve a hacer, logrando que uno de los fariseos lo agarre por la camisa, regañándolo por su intervención. Don Venancio entra a defender al negrito y se la parte al fariseo de un solo golpe. Eufrosina reacciona tomando a Memín en brazos y poniendo pies en polvorosa. Otros hombres agarran al español, pero él se defiende como puede y logra escapárseles, reuniéndose al poco rato con sus dos inquilinos. Como al correr olvidaron la comida que Eufrosina preparó, acaban comprando tacos. Mientras comen, le explican a Memín de que trata la representación de La Pasión, haciéndole ver su metida de pata, y Eufrosina ya anda insinuando que él debe seguir el ejemplo del actor que hizo de Jesús para la próxima, idea que a Memín aterra. Vuelven a subir al camión, donde Memín agarra sin querer la pistola de un descuidado policía. Don Venancio trata de devolverla a su dueño, pero éste se pone a acusarlo de robo y discuten. Un asaltante improvisado aprovecha el pleito para apoderarse de la pistola y ordenar a todos que le entreguen su dinero. Memín se avienta, haciéndolo tropezar y le quita la pistola, dejándolo a disposición del policía. Los pasajeros deciden premiar la heroica acción del negrito dándole dinero. A Eufrosina le da mucha pena y le pide que lo devuelva, pero Memín no hace caso y lo acepta de buen agrado. Bajan como si nada hubiera pasado, y más tarde ya están en casa, comiendo y comentando. Don Venancio anuncia su retirada para ir a recoger un “judas” al que tronarán en sábado de gloria. Eufrosina no comprende, y Memín le explica en que consiste el proceso, alarmándola al creer que se trata de colgar y rellenar de cosas a una persona de verdad. Don Venancio le hace ver como es en realidad la tradición (¿no se habían inventado las piñatas en estos años? Vaya, si que estaban atrasadísimos). Memín se ofrece a ayudarle al español cuando llegue el momento de tronarlo.
A la mañana siguiente, Memín pasa con sus amigos para invitarlos a lo del judas. Conforme va a las casas de cada uno de ellos, sus respectivos padres comentan como es una tradición característica de los mexicanos, que en esos días ya va perdiéndose y siendo muy raro que aun la sigan (y como yo jamás había oído de ésta, es evidente que en la actualidad desapareció en definitiva, siendo reemplazada por las piñatas de cumpleaños, que se pueden “tronar” cualquier día). Todo está dispuesto y preparado, y el judas es atado a la cuerda, que Memín terminar de colgar sobre una viga. Uno de los presentes, se percata de los cohetes que rodean las extremidades del judas (que hacen la reacción en cadena de los tronidos). Decide prendérselas de una vez para ver que pasa, y de ese modo. Memín queda a merced de las consecutivas explosiones. Sus amigos distinguen al chistosito y se disponen a castigarlo, pero en eso, el judas estalla, y Memín cae al suelo, aterrizando sobre el grupo de personas amontonadas que recogían el contenido del judas. Queda muy atontado, pero no tarda en recuperar sus sentidos, alegando que fue emocionante y la experiencia le hace desear ser astronauta. Ricardo propone ir con sus padres para convencerlos de llevarlos a algún lado por el día especial, pero estos ya se han adelantado a planear algo, mas esto se continuará en la próxima ocasión.

Memín Pinguín #297-303

Memín sufre un golpe en la cabeza que le acarrea un daño que le hace portarse erráticamente. Ante la prisa por iniciar la demolición en su vecindad, él y Eufrosina se mudan con Don Venancio. Un descuido en la mudanza hace que Memín se aleje y pasa por curiosas peripecias antes de volver a su nueva casa.

Las personas que quedan en la vecindad son sacadas de sus casas por órdenes del ingeniero encargado de la próxima demolición que no puede atrasarse más. Memín y Eufrosina regresan en ese momento, uniéndoseles. El negrito le alega al ingeniero, quien les da un plazo de cuarenta y ocho horas para abandonar, diciendo que cumple órdenes y es su problema si no encuentran a donde irse. Eufrosina se preocupa y manda a Memín a comprar queso en la tienda de Don Venancio. Ahí, comenta al español sobre el problema que están pasando. Éste decide tomar cartas en el asunto, y luego de cerrar la tienda pasa a visitarlos, proponiéndoles que se muden con él, puesto que tiene suficiente espacio. No tiene intención de cobrarles, pero si ellos lo desean, será lo mismo que la renta que llevaban en su vivienda condenada. A Memín le parece bien, pero Eufrosina duda, ya que teme por el que dirán. Ofrece pensarlo hasta el día siguiente para hacerle saber su decisión. A la mañana siguiente, los dos se levantan al sentir el alboroto en el exterior. Aunque no se cumpliera el plazo que les dieron a los habitantes, dieron ordenes de apresurar todo, por lo que los trabajadores están obligando a la gente a salir, llevándose sus cosas. Cuando uno se mete a la casa de ellos, ambos protestan. El cargador los ignora e insiste en cumplir su deber, pero Memín le pega con una silla. Se dispone a responderle, pero Eufrosina tiene la tabla lista para defender a su retoño. Viendo el inconveniente, se da por vencido y sale. Los demás han logrado echar afuera las pertenencias y sus dueños se ayudan entre si para cuidarlas mientras otros buscan donde guardarlas. El capataz es informado de que aun faltan los de una casa, y al explicarle que no se las ponen fácil, decide convencerlos en forma civilizada. Memín y Eufrosina andan comiendo cuando los interrumpe el capataz, quien se presenta educadamente y les expone la situación, disculpandose por los modos bruscos usados anteriormente. Eufrosina le asegura que para la tarde habrán desocupado todo, no viendo más remedio que aceptar el ofrecimiento de Don Venancio, lo que Memín aplaude emocionado. El negrito sugiere quedarse a ayudarle a empacar, pero ella le recuerda que tiene clases que atender. Memín se pone en camino, mas un ladrillo producto del trabajo que están realizando, lo sorprende, aterrizando en su cabeza y pierde la conciencia. El capataz es avisado del accidente y lleva al niño inconsciente con su angustiada madre. Lo dejan en la cama, llamando al doctor para que lo revise. Cuando el medico termina, advierte que es posible que sufra algún daño que podría afectarlo de por vida, horrorizando a Eufrosina. Todo depende de cómo reaccione, y en eso, Memín vuelve en sí como si acabara de despertar. Sin embargo, desconoce a Eufrosina, y el medico supone que sufre de amnesia. Memín no puede corresponder a sus arrumacos, usando las semielocuentes expresiones para darse taco. Anuncia su retirada en forma ceremonial, mencionando que sus "súbditos" lo esperan, dejando al doctor desconcertado. Le dice a Eufrosina que parece ser que su hijo ha perdido la cordura y de seguir así, tendrán que internarlo.
En la escuela, su tardanza tiene a sus amigos consternados, conscientes de que no le conviene faltar ni un día más. El doctor ya había llamado a la ambulancia para que venga por Memín, indicando a Eufrosina no contrariarlo y dejarlo descansar. Pero en cuanto el medico y el capataz se van, Memín hace lo mismo, para atender sus negocios relativos a la diplomacia que ahora ostenta, presentándose como el "rey del lejano oriente", Baltazar. Eufrosina no puede detenerlo, siguiéndolo conforme él se dirige inconscientemente a la escuela, aliviada porque no se fue a jugar. Memín entra al salón con aires de superioridad, sentándose para abrir sesión en la “asamblea”, y sus amigos no pierden tiempo en preguntar sobre su comportamiento. Les suelta varios insultos despóticos, confundiéndolos más. Eufrosina le cuenta al profesor Romero lo que pasó con Memín, y él asegura que cuidará que nadie se burle de él. En el salón, el maestro saluda a Memín como si nada y él le avisa que no le hable sin permiso ya que es un plebeyo. Sus amigos se acercan para señalarle la falta de respeto, pero Romero les pide que no intervengan, explicando que el negrito no anda muy bien y tendrán que ser pacientes con él. Ellos dudan que esté enfermo de amnesia de verdad, porque eso no explica en nada la forma en que actúa, pero Romero se va en que las enfermedades de la mente son inexplicables, insistiéndoles en que sean tolerantes. Memín da por terminada la “sesión” y toma su sus cosas para irse, despidiéndose del maestro y sus amigos, que no se atreven a detenerlo. No llega muy lejos cuando lo cacha el conserje, creyendo que trata de volarse las clases, y lo lleva ante el director. Éste le pide su nombre (¿no debería saberlo ya? Quizá nunca han dado el nombre del director, pero él ya se ha visto en muchas ocasiones con el negrito y no es alguien que se olvide fácilmente) y al insistir en que es el rey Baltasar y él un misero plebeyo, lo amenaza con la expulsión. Memín se enviolenta, arrojándole libros a la cabeza, y el director grita por ayuda. Romero y sus amigos irrumpen, contemplando la reacción frenética del negrito. Carlangas lo detiene arrojándose sobre él, y al caer al piso, Memín “cambia” de personalidad, ahora creyéndose una mujer indefensa y coquetona. Romero ordena que lo lleven al salón, y le explica al director que el chico está enfermo, y éste sugiere que lo lleven a donde los locos deben ir en vez de a la escuela.
En el salón, Memín se las gasta, coqueteando con descaro con Carlangas y Ernestillo. Para alivio de Ricardo, él no es de su agrado. Carlangas está impacientándose ante las insinuaciones, pero Ernestillo le recuerda que tienen que aguantarse y soportarlo. Pero como Memín insiste en su papel de mujercita vulgar, lo exaspera, orillándole a que lo arroje contra la pared. Ernestillo y Ricardo le espetan que ha hecho exactamente lo que el maestro les advirtió que no hicieran. El negrito pierde la consciencia, haciéndoles pensar que su condición está empeorando y no despierta. Le echan el agua sucia de la cubeta de limpieza, y ni así. El maestro entra y al percatarse de lo sucedido, regaña duramente a Carlangas por dejarse llevar por sus impulsos. Los alegatos se interrumpen cuando Memín despierta, demostrando haber vuelto a la normalidad. Sus amigos lo abrazan, y el maestro se incorpora, aunque no quiere que le digan todavía por lo que pasó.
Terminan las clases, y Romero ofrece llevarlo a su casa, aunque el negrito le advierta que no vaya a echarle el ojo a su má linda (¿ya se le olvidó que el maestro es casado?). En la casa, Eufrosina invita a comer al capataz. Antes de despedirse, le pide que los dejen quedarse hasta que Memín se cure de la cabeza y él da su consentimiento. Cuando éste sale, Memín se interpone en su camino, acompañado del maestro y sus amigos. Al ver al capataz, lo retiene, irritado al pensar que anda detrás de su mama (se pasa con sus celos). Le exige una explicación de su presencia, y el capataz aclara que sólo vino a expresar su preocupación por el accidente y que lo lamenta. Para Memín no es suficiente el lamentarlo, pero como no se le ocurre ninguna compensación, lo deja ir, volviendo a advertirle que nada de visitar a su má linda en su ausencia. Eufrosina sigue triste por la amnesia de Memín, pero cuando éste la saluda en la cariñosa forma acostumbrada, comprueba que ha vuelto a la normalidad. Los invita a todos a comer, contándole al profesor de su problema de mudanza, algo de lo que no está segura aun de hacer por temor a cuchicheos de los vecinos y que su hijo se oponga. Una vez que despiden a sus invitados, Memín exige que explique porque andaba con el capataz, y ella le hace saber de su amnesia (más bien locura) temporal. Al mencionar que pudieron haberse quedado más tiempo si hubiese seguido enfermo, Memín ve que es tarde porque el capataz ya ha atestiguado su recuperación. Sugiere seguir fingiendo, pero a Eufrosina no le parece, temiendo que forzando la actuación lo enloquezca de verdad. Luego, los dos van con Don Venancio para comunicarle que aceptan mudarse a la tienda. El español se alegra de su decisión, pero su tono tan amistoso molesta a Memín, quien explota éste cuando insinúa que ahora los tres serán como una familia. Se pasa de altanero, y Eufrosina le da un coscorrón para que se calme y la deje hablar. Lo disculpa ante Venancio, pero él ni se ha fijado, diciéndoles que pueden mudarse cuando quieran. Ella insiste en que le pagarán por el hospedaje, o de lo contrario, no aceptarán, y por el amable español no hay problema. El entusiasmo que tenia Memín por ir a vivir a la tienda, desaparece, y ya en la casa, anda acusando a Eufrosina de querer forjar una familia de verdad con ese hombre. Amenaza con largarse de la casa sí insiste, y se sale sin darle tiempo de replicar.
Afuera, Memín se encuentra con el capataz y comparte su problema con él. Éste le hace ver que es injusto por querer acaparar a su madre, insinuando que Don Venancio podría no tener familia y por eso quiere sentirse como parte de la suya. Le advierte que cuidarla de más no garantiza seguridad, como pasó con la suya cuando murió. Viéndolo buena gente, Memín le pide que oculte el secreto de que se ha curado, para que así se puedan quedar a vivir ahí y no necesiten de la caridad del español. El capataz le explica que eso no funcionaria, y que nada malo puede pasar si se quedan con él, fuera de que se vuelva el nueva padre de Memín (pero solo él va a lamentar eso). Lo dirige de regreso a su vivienda, justo cuando Eufrosina estaba viendo un programa policiaco en la tele. Ella se mete tanto en éste, que al gritar advertencias al protagonista, Memín cree que se volvió criminal y está enfrentando a la policía. Se arroja sobre ella para que “suelte la pistola”, y al escucharse la balacera, se deja caer, encogiéndose en el suelo, seguro que lo ha herido de muerte. El capataz comprende que Memín aprovecha para seguir fingiéndose loco, pero se rehúsa a seguirle la corriente. Pide un alfiler a Eufrosina para obligarlo a levantarse al darle el pinchazo. El capataz le aconseja a Memín no provocarle tantos sustos y angustias a su madre, porque así le puede dar una enfermedad del corazón, como pasó con la suya. Eufrosina lo compadece, diciéndole que puede contar con su apoyo cuando lo necesite, y Memín ya anda temiendo que ahora él también se vaya a unir a la familia. Se pone a objetar el capataz asegura que no necesitan que lo “adopten,” aunque vivirá en esa casa en lo que la derriban, ya que siendo huérfano y carece de hogar, así recibe techo durante su trabajo cuando no es hospedado en los hogares de sus compañeros (¿tan poco gana en su trabajo que no consigue lugar propio?). Vuelve a aconsejar a Memín de no hacerle el loco porque no le traerá ningún bien, y así madre e hijo ya quedan contentados.
A la mañana siguiente, empiezan a empacar. Eufrosina piensa en que todo lo dejarán en la tienda los trabajadores para cuando Memín vuelva de la escuela, pero él insiste en ayudar, usando eso como excusa para faltar. Le recuerda que la otra vez que insistió en que fuera, le ocurrió esa desgracia. Aunque le alega incesantemente, no la convence, y lo manda para que se de prisa en contratar a los cargadores. Memín encuentra a peculiar grupo de estos, y ofrece el trabajo, pero no parecen muy dispuestos, explicándole que no son cargadores de mudanzas. Logra llamar la atención de uno y su compañero, quienes responden a los nombres de Onofre y Margarito. Les empieza a dar las indicaciones, pero Margarito opina que los van a tantear y ni les pagarán nada, insultando a Eufrosina al suponerla tan fea como su hijo. Memín le da una patada en respuesta, y no tarda en ser correteado por el iracundo hombre, seguido por su compañero quien quiere evitar que se le pase la mano por golpear a un niño. Memín entra a la casa sin dar explicaciones, apresurándose a esconderse. Onofre y Margarito entran a la casa, discutiendo y se ponen a pelear. Eufrosina logra detenerlos, y les ofrece trescientos por el servicio. Ellos terminan aceptando y se olvidan del negrito. Anuncian que irán a traer los diablos, preocupándola, pero el agradable capataz pasa a saludarla oportunamente, haciéndole saber que los diablos son las carretillas que usarán para cargar las cosas. Más tranquila, y como Memín no aparece, ya que se quedó dormido en su escondite, acepta el ofrecimiento del capataz de ayudarla a guiar y dar instrucciones a los cargadores. Mientras van cargando las cajas, el capataz les advierte que tengan cuidado con los que tienen señalamiento de contenido frágil, ya que pueden ser figuras de porcelana y esas valen mucho. La codicia despierta en Onofre, quien sugiere a su compañero que dejen esas para el final, y así consigan más dinero al robarlas y venderlas. Ignoran que en la caja que tomaron, se encuentra bien dormido el despistado Memín. Se la llevan, y Onofre hasta pregunta al capataz si no desconfía de él, pero éste le ve cara de honrado y replica que no (caras vemos…). Eufrosina va con Don Venancio, quien la recibe gustoso porque ahora comparten vivienda, señalando la ausencia de Memín. Hasta entonces ella se da cuenta, notando que desde que vinieron los cargadores no lo vio más. Venancio se ofrece acompañarla a buscarlo en la casa. Onofre y Margarito llevan la caja a un basurero, y Memín empieza a despertar, preguntándose en donde se encuentra. Eufrosina ya ha tomado la tabla con clavo para recibirlo, y Venancio la tranquilaza, con una expresión típica que ha de ser parte del estereotipo español (“pelear la pava”), la cual ella malentiende y cree que anda hablando de verduras. Los dos bribones tardan demasiado en acordar abrir la caja, habiendo visto apenas la figura de Memín, tomándolo por porcelana negra, cambiando a que es un tecolote al ver sus ojos tan abiertos. Cuando éste sale, echa a correr, y Margarito cree que es alguna criatura extraña con la que ganarían mucho dinero. Onofre reconoce que es el negrito que irritó a su compañero, y lo sigue nomás para prevenir que le de alcance y lo descuente. Aferrándose a un tren que iba pasando, Memín salva el pellejo. Don Venancio sigue tranquilizando a Eufrosina, que pasó del enojo a los sollozos, diciéndoles que los niños salen a veces en busca de aventuras. En la escuela, no dejan de notar su falta, y sus amigos lo critican, siendo Ernestillo el único lo bastante comprensivo para suponer que algo pudo haberle pasado.
Uno de los trabajadores del tren divisa a Memín, y cuando la maquina se detiene, lo pesca de la oreja, exigiéndole pagar por su pasaje. Memín pide que lo suelta para sacar el dinero, pero en vez de eso, se escapa.
Eufrosina continúa llorando, y ahora Venancio cambia la canción a que puede estar detrás de una chica, logrando que ella vuelva a enojarse. Para entonces, ya terminaron las clases, y sus amigos van a la vecindad, descubriendo que casi no queda nada de ella en pie. El capataz los saluda, informándoles que su amigo y su madre se han mudado con el señor de la tienda. Se encaminan para allá, y Eufrosina los pone al tanto de los hechos en la mañana. Carlangas deja salir el comentario de que podría haber perdido la memoria de nuevo, pero Ricardo lo previene de decir más y preocupar a Eufrosina.
Memín vaga por la ciudad, estando muy lejos de su casa. Le da hambre y trata de pedir limosna, pero desiste tras no ver resultados inmediatos. Ve a un artista callejero dando un espectáculo de perros amaestrados, y trata de robarse una de las monedas que le arrojaron. El hombre dirige a los perros contra él, obligándolo a devolver la moneda. Pasa por una feria, donde el encargado de un puesto tiene problemas al no tener un ayudante para efectuar la suerte de sacar y meter la cabeza en el juego, esquivando las pelotas que arrojan para ganar el premio. Ofrece pagarle por cada pelota que esquive, y Memín se pone dispuesto, mas fracasa y es golpeado por todas las pelotas, haciendo que pierdan todos los premios. El encargado lo despide sin darle ninguna paga, pero Memín se pone demandante, exigiendo compensación por los daños a su cara, pero nada consigue. Se desquita arrojándole una pelota en pleno rostro y huye prontamente. Una vez habiéndose alejado, se distrae viendo a un tragafuegos en acción. Subestima en voz alta la capacidad requerida para hacer algo que parece tan simple. El tragafuegos lo invita a que lo imite, a cambio de darle dinero para comer. Impulsado por el hambre, Memín se atreve, arrepintiéndose enseguida al sentir la lumbre tan cerca y luego metiéndosela a la boca. Habiendo cumplido, le da el dinero y un sabio consejo para que aprenda la lección, dejándolo apantallado.
La angustia de Eufrosina ha pasado a orillarle a rezarle a la Virgen, prometiendo que no le pegará a Memín con tabla si vuelve a salvo. Mientras, Memín invierte lo ganado en unos tacos, pero por tener la boca quemada, no puede comerse ni uno sin sentir mucho dolor. Así que pide que se los dejen para llevar, y al poco rato, ya está entrando a la vecindad. El capataz le dice que Eufrosina ya está con Don Venancio y que él ayudó con la mudanza, así que Memín se pone en marcha. Don Venancio avisa de su llegada a Eufrosina, quien no duda en agarrarlo de la oreja. Haciéndose bolas como de costumbre, él le va contando las dificultades pasadas desde que se lo llevaron por accidente. Le ofrece los tacos para que los disfrute por él, y Venancio se sirve también, alegando que los dos pasaron hambre de tantas preocupaciones que les ocasionó. Memín sigue mirando con recelo al español mientras se ataca de los tacos, luego Eufrosina lo apura a que hagan los arreglos respectivos en su nueva vivienda.
Otro episodio de las aventuras de Memín concluye, mientras sus preocupados amigos se preparan para el siguiente.

viernes, 28 de agosto de 2009

Memín Pinguín #293-297

Memín y sus amigos le dicen adiós para siempre a su querido callejón, debido a ciertas obras de construcción, que también afectarán a la vivienda del negrito y su madre.

Eufrosina sigue lamentando que no puede trabajar por su brazo roto, cuando vienen los cargadores enviados por Mercedes para traerles la lavadora (la que dijo que enviaría el mismo día que propuso que Memín saliera en la pastorela, y se supone que pasaron cuatro desde entonces, más vale tarde que nunca). Ellos la colocan y piden su propina, pero usan una expresión que hace a Memín creer que quieren agua para calmar la sed. Indignados, le echan el agua en la cara. Al momento de utilizarla, Memín demuestra ser muy tarugo por tratar de “traducir” las palabras en ingles con conceptos que nada que ver, provocando la impaciencia de Eufrosina, quien se lo empieza a sonar con la tabla. Los amigos del negrito tocan a la puerta, y Ricardo explica que vino para ayudarles a utilizar la lavadora. El procedimiento es tan sencillo que Memín siente que ni tenía que venir a dárselas. Después de lavar, los cuatro tienden la ropa, para alivio de Eufrosina al ver tan rápidamente terminados los encargos acumulados. Carlangas sugiere que vayan a jugar al callejón, y Memín se emociona, pero le recuerdan que tiene que estudiar. Ernestillo le señala su pie vendado, pero al necio no le importa, y acaba yéndose con ellos, sin haber pedido permiso a Eufrosina, pero ella ya considera como se desquitará luego.
Al entrar al callejón, se encuentran con que está invadido por ingenieros, que andan tomando medidas. Memín se acerca a uno de ellos, preguntándoles que hacen, y éste le da una explicación vaga de la labor, la cual por supuesto, él no entiende. Se prepara para jugar futbol con sus amigos, pero al meterse con un aparato de los ingenieros, al malentender su nombre por un insulto, acaba enojándose. El ingeniero le espeta que su callejón no lo tendrán por mucho tiempo más. Memín los amenaza con que se larguen, y cuando estos le dan la espalda, planea darles un golazo. Pero al intentarlo, el yeso se le zafa, y la insensibilidad en su pie le hace creer que se le desprendió todo, creyendo haberse quedado cojo. Sus amigos se preocupan, pero al ver que su pie sigue en su lugar, le dan sus coscorrones. Eufrosina tiene problemas al preparar la comida con el brazo enyesado. En eso, viene el de la renta, Don José, quien le trae una mala noticia. Por los proyectos de construcción, se ha ordenado desalojar a todos los habitantes de la vecindad, sin excepción, y él no tiene más que seguir órdenes. Le sugiere que empiece a buscar donde mudarse en el tiempo que les queda. Al llegar Memín, protesta, pero Don José le explica que así son las leyes y él debe ceder ante los esfuerzos por mejorar la ciudad. Todas las casas serán derrumbadas sin remedio y el hombre se retira, disculpándose por las molestias y diciéndoles que tienen tiempo hasta que empiecen a demoler. Eufrosina llora ante el problema y Memín trata de consolarla, alegando que no se lo tome en serio yque  son puros engaños, pero sus amigos le hacen ver la verdad, puesto que es lo mismo que sucederá con el callejón. Se ofrecen a ayudarlo a encontrar una nueva vivienda y Ricardo sugiere los departamentos que hay cerca de su casa. En el siguiente cuadro, él y Eufrosina ya están considerando uno, pero es tan angosto y caro, que no les parece conveniente, y Memín responde con críticas severas de ésta a la señora que lo ofrecía.
Por fin llega el momento de volver a clases, aunque Memín no se muestra muy dispuesto a ir, pero como siempre, Eufrosina resulta muy “convincente” para que vaya. En la escuela, Romero recibe a Memín después de su ausencia de tantas semanas, no sin antes echarle un sermón sobre la responsabilidad de estudiar y los sacrificios de su madre. Memín excusa que no tiene caso porque se va a mudar y a lo mejor cambia de escuela, y Romero le advierte que no por eso debe reprobar el año. Le recuerda que sus amigos se han comprometido a ayudarle, así que no hay excusa y tiene que cumplir para ponerse al corriente.
Una vecina se despide emotivamente de Eufrosina, tras haber encontrado un lugar donde cambiarse. Ella aun tiene el problema de no encontrar uno para ellos, y se desean suerte mutuamente con lo que venga.
El horario escolar sigue y Memín se muestra desanimado. Ernestillo se preocupa, pero al preguntarle en que puede ayudarle, el negrito lo desprecia por echarlo de cabeza en los estudios. Terminan las clases y Memín se prepara para irse. Sus amigos lo retienen, advirtiéndole que Romero quiere hablarle. El profesor le pasa hojas de cuestionarios a resolver, que contarán en lugar de un examen, y si responde bien la mayoría, pasará de año. Forma más fácil no puede haber, pero en su persistente flojera, Memín no quiere saber nada. Trata de irse, y Romero lo devuelve al salón, para que lo espere mientras pasa a la dirección. Cuando lo dejan salir, Memín va a pedirle ayuda a sus amigos, quienes al notarlo tan sinvergüenza y desobligado, deciden ignorarlo. Se dirigen al callejón sin hacerle caso, pero en cuanto llegan, descubren que ya están construyendo sobre éste. Memín se molesta y va a quejarse con uno de los ingenieros. Al incluir en su queja el derecho a votar, el ingeniero, irritado porque le dio una patada, se lo concede al “botarlo” de una patada, fuera del callejón. Viendo todo inútil, los cuatro se encaminan a sus casas. Sus amigos comentan de sus planes, que Memín considera de poca importancia, por lo que sugiere que lo ayuden con sus cuestionarios. Le dan de coscorrones por tratar de aprovecharse, recordándole que debe hacerlo solo. Pero al alejarse, eso es en lo último que piensa, considerando su deber impedir la destrucción del callejón, como una excusa para no cumplir su responsabilidad. En su hogar que pronto dejará de serlo, le comenta su idea a Eufrosina, pero ella no comparte su opinión, gustosa de que acaben con ese lugar donde se la pasaba vacilando. El negrito trata de expresarse como político, llamándose “mártir” (ignora que ser “mártir”, implica haber muerto por la causa en que creyó y no únicamente defenderla), y ella lo jala de la oreja por suponer que la toma por tonta al usar términos que ella tampoco entiende. Al día siguiente, Memín observa como se lleva a cabo la construcción, y poco a poco, el callejón deja de ser lo que fue. Sus amigos pasan a visitarlo, y Eufrosina les hace saber que él se ha puesto muy extraño y que posiblemente anda en el callejón. Ellos se dirigen ahí para ver que le pasa, pero al encontrarlo, en vez de reprenderlo, comparten su angustia al notar como desaparece ese lugar especial donde compartieron tantos momentos tristes y alegres. Los cuatro se sientan sobre una barda, que pronto está siendo llevada por los trabajadores, logrando saltar en el último momento. Memín decide que hará huelga para evitar que eso continúe, y ellos tratan de advertirle que no conseguirá nada, pero necio a más no poder, él persiste. A Carlangas se le ocurre una idea, que ayudará a los cuatro a despedir el callejón. Propone que lo consideren como un muerto, para que así lo dejen ir, y quede como un recuerdo. Piden consejo al maestro Romero, quien les sugiere que lo hagan echando algún objeto que aprecien, y acompañen el momento con música de despedida. Memín propone una que es muy alegre, pero le señale que eso seria inadecuada. En la tarde, acuerdan reunirse para realizar el “entierro”, pero Memín llega tarde. Son advertidos por uno de los trabajadores para que no caigan en la parte en que han excavado a profundidad. Por su retraso y su costumbre de andar corriendo con imprudencia, Memín se cae por ahí. El ingeniero a cargo ordena que lo saquen, usando un reflector para distinguirlo, ya que se confunde con las sombras por su tono de piel. Arriesgandose a cometer una infracción en su trabajo, el ingeniero decide bajar ahí con los otros tres, para que efectúen así su despedida. Les ayuda cavando otro agujero para que introduzcan los objetos personales que han escogido. Carlangas echa su gorra de béisbol (¡en ningún momento se vio que él usara una gorra fuera de ese gorro anticuado que casi siempre lleva!), Ricardo un guante y careta de catchter, y Ernestillo una pelota. Memín no trajo nada, diciendo que lo que más aprecia es Eufrosina y preguntando si podrá meterla ahí. Les sorprende su estupidez, y como todo lo que él trae es una canica, Carlangas se la arrebata para echar eso en su nombre. El ingeniero da instrucciones de que echen cemento sobre el agujero, dejándoles escribir su nombre y poner sus manos. Acompañan eso con la música de despedida, y Memín no puede evitar llorar. Habiendo terminado, le dan gracias al ingeniero por el favor, y él replica que fue un placer, ya que pasó por algo similar, pero no tuvo tanta suerte como ellos (¿se refiere a tener amigos o a no poder despedir su lugar de juegos?). Memín dice algo fuera de lugar y lo coscorronean. El ingeniero se vuelve a los trabajadores, dándoles las gracias por asistirlo y ofreciéndoles una paga extra, pero ellos no la aceptan, por lo que se limita a invitarles refrescos. Ellos dicen que vieron a sus propios hijos reflejados en esos cuatro, y el ingeniero menciona que al menos ellos podrán estar con sus padres al volver a casa, mientras que el suyo ha fallecido. Conmovedora escena, aunque no venga al caso.
Mientras vuelvan a sus casas y comentan lo que harán el resto de la tarde, Memín dice que abrazará a Eufrosina por haberle deseado el deceso, demostrando que hablaba en serio durante el entierro de callejón. Están por coscorronearlo de nuevo, pero consideran que de tanto hacerlo, ya lo dejaron más tonto, y mejor se despiden. Le recuerden que tiene trabajo pendiente, pero Memín sigue sin darle importancia.
Al entrar en la casa, no encuentra ni a Eufrosina ni al televisor. Ella se encuentra en la delegación, a donde fue después de descubrir a un hombre intentando robarse el aparato. Éste excusa que la tele le pertenece, ya que no hay modo de que gente como ellos puedan pagarla, irritando a Eufrosina por su descaro, casi descontándoselo enfrente del juez. Al decir que fue un regalo del d}Día de las Madres, el juez solicita la presencia de su hijo para que diga en donde la compró para verificar. Memín se impacienta al no llegar su má linda, y escucha fuertes toquidos en la puerta. Un oficial viene a recogerlo, y al preguntar Memín si es por el entierro, le hace sospechar que cometió un homicidio, para luego enterrar el cuerpo en forma clandestina. El negrito se defiende arrojándole platos, molestándolo con su ingenuidad al no comprender los términos de funcionario de la ley que utiliza. Lo sujeta del brazo y se lo lleva. El ladrón aprovecha la distracción de la reunión de Memín y Eufrosina para salir discretamente de ahí. Cuando el juez les llama la atención y ve el demandante se ha ido, comprende que Eufrosina tenia la razón, pero ahora el oficial procede a culpar a Memín de los crimines que ha supuesto. Lo tacha como alguien realmente terrible pese a su corta edad, a lo que Eufrosina protesta y ya se le está poniendo al brinco. Después de mucho alegar, el juez deja que Memín se explique, y al aclarar que fue un entierro conmemorativo, señala el grave error del policía y su abuso de autoridad por haber insultado tanto a la madre como el hijo. Exige que se disculpe y lo pone a cargarlas la tele durante su regreso. Memín se pone bien ufano al humillar al policía abusivo y lo anda comentando al siguiente día en la escuela. Sus amigos no le creen, y en eso el maestro decide aplicarles una prueba (¿y lo de los cuestionarios pendientes de Memín? Ya se le olvidó). Romero los anima a preguntarle si tienen alguna duda, pero para todos, excepto Memín, les parece relativamente sencilla. Memín se atreve a protestar, demostrando estar bien atrasado y se pone a exponer la pregunta sobre la elevación del cuadrado. Romero cambia de idea con él, dándole la respuesta, para que la anote en su cuaderno cien veces. Memín le apuesta a que puede hacerla antes de que se acabe el tiempo, y lo logra, pero a su estilo. Usando la lógica de la respuesta, sólo tuvo que anotar la respuesta diez veces, que elevado al cuadrado es cien. Romero no tolera que se burle de él y lo castiga a que se quede después de clases, escribiendo cien veces una frase que indica que debe respetarlo por ser el profesor. Eufrosina al fin se puede quitar el yeso sin problema, justo cuando Carlangas pasa a enterarla de que Memín está cumpliendo un castigo y llegará tarde. Decidida a disciplinarlo, toma la tabla y se presenta en el salón de clases. Le expone a Romero que está dispuesta a hacer lo necesario para ponerlo a estudiar en serio, aunque él trata de sugerirle que no debería recurrir a los castigos físicos cuando hay otras maneras (¿no le pegó él con una tranca enfrente de todo el salón por una falta menor que esa?). Eufrosina es necia en que la tabla es lo único que puede con su hijo y va con él para inquirir el motivo de su castigo, exigiéndole que lea la frase que escribió. Memín trata de evitarlo y dar excusas, pero ella lo amenaza con tabla en mano.Al leer la frase, deja en claro que le faltó el respeto al maestro, y Eufrosina ejecuta su sentencia ahí mismo, sin que Romero se atreva a detenerla.
Habiendo recibido su merecido por su pereza, aun sigue pendiente el problema de la mudanza, que los esperará al volver a casa.

Memín Pinguín #288-293

Una serie de curiosos incidentes inicia a partir de que Eufrosina se lastima un brazo. Los cuatro amigos y sus familias pasean por Chapultepec. Eufrosina gana un pavo y se dispone a emplearlo en una cena en que Memín no quiere convidarle a nadie. Despúes, Memín participa en una pastorela infantil representando al rey Baltasar y luego hace una obra de caridad improvisada.

Eufrosina se levanta temprano, ocurriéndosele hacer algo extra para acabar de dar recibimiento a Memín. Contempla hacer su propia merienda e invitar a sus amigos, pero cuando se dirige a comprar lo necesario, tropieza y al caer se lastima un brazo. No le da importancia, y deja que unos hombres la ayuden a volver a la casa, olvidando sus planes. Al preguntarle Memín por lo que le pasa, éste se apresura a ir por un tal Torcuato para que la cure (un vecino del que no especifican que clase de curandero es). Memín va con él, pero se hace bolas para explicarle que le sucede a su má linda, tratando de usar términos médicos que no aclaran si se lastimó un pie o una mano. Don Torcuato insiste que le explique bien para llevar muleta o manopla, y lo último el negrito lo entiende como que quiere ponerla a jugar béisbol. Eufrosina empieza a resentir el agudo dolor y pronto llega el vecino a revisarla. Don Torcuato anuncia la posibilidad de haberse roto el brazo y que tendrá que ir a un hospital para que le saquen una radiografía. Memín se opone rotundamente, temiendo que le vayan a amputar el brazo, y ella le da por su lado. Don Torcuato sólo puede vendarle el brazo, advirtiendo que si está fracturado, empeorará y ya lo lamentarán luego. Después que él se ha ido, Eufrosina lamenta que en ese estado, no podrá ejercer su profesión de lavandera, pero Memín se ofrece a sustituirla. Tienen otra de sus escenitas de amor filial, cuando los amigos de Memín llegan para invitarlos a ir con sus familias a pasar el rato en el centro turístico Chapultepec, estrenando la vía del metro. Eufrosina no quiere ir por su brazo lastimado, pero le indican que no hacer nada ningún esfuerzo, y al final, para complacer a su hijo que salta de gusto ante la idea, acepta.
Más tarde, los cuatro y sus familias admiran la obra terminada del metro (hace casi cien números que apenas la estaban construyendo). Los padres expresan sus opiniones del nuevo medio de transporte, pero a Eufrosina le da miedo la idea de viajar bajo tierra. Cuando les toca subirse, Memín y Eufrosina se atarantan, yéndose a otro vagón. Ernestillo ofrece cambiarse para no perderlos de vista. El sistema que anuncia el paso por las estaciones, asusta a Memín y Eufrosina, haciéndoles creer que es la voz de un fantasma, hasta que un pasajero les cuenta como funciona. Aun así, siguen temerosos, y Ernestillo llega a tiempo para explicarles, porque ya andan pensando en bajarse donde no deben. Eufrosina le pega a Memín, culpándolo por haberla asustado al hacer suposiciones absurdas tan rápido. Finalmente llegan a su destino y se separan. Los niños van a buscar donde jugar futbol a gusto, mientras sus padres van a comprar refrescos, y las madres preparan la comida. Eufrosina siente no poder ayudar a Mercedes e Isabel. Ricardo muestra el balón desinflado que trajo, y en lo que van a inflarlo, Memín se distrae al ver una carreta llevada por un burro. Se sube en ella, pero su falta de habilidad no consigue hacer que el animal coopere y acaba volando por los aires, quedando colgado de una rama en la que se atora su saco. Sus amigos lo divisan cuando éste se rompe y cae cómicamente (¿alguien ha notado la tendencia de Memín a caerse demasiado? Ya debería tener lesiones internas). Los padres ya tienen la comida lista y ellos se les unen después de jugar. Se ponen a comer y mientras devora lo suyo, Memín le pasa tortas a Eufrosina, ignorando que un elefante escapado del zoológico cercano, ésta a sus espaldas, tomando lo ofrecido con su trompa. Memín agarra la trompa, creyendo que es el brazo desprendido de Eufrosina, y es elevado por los aires por el paquidermo. Eufrosina lo aparta del elefante, el cual es rápidamente recapturado por los empleados del zoológico y es llevado de vuelta a su celda. Los padres se recuperan de la impresión de ver al animal, y la lavandera decide que es culpa de su hijo, suponiendo que lo trajo a propósito para hacerles una broma. Lo obliga a disculparse, haciendo caso omiso de sus protestas. Después, pasan a la zona de la feria, donde vuelven a separarse. Con sus amigos subiéndose a la rueda de la fortuna, Memín prefiere dar la vuelta con su má linda. Encuentran un puesto de lotería, en que se ofrece de premio un pavo. A Eufrosina no le agradan esos juegos, pero la idea de ganarse ese animal la anima, y acepta entrarle junto con Memín. Para su alegría, ella gana, pero ésta se evapora muy pronto cuando le dan un pavo de cerámica en vez del animal vivo que exhibía el encargado. Indignada, Eufrosina se lo estrella en la cara al encargado, exigiendo el pavo de verdad. Ordena a Memín que lo agarre, mientras ella se la parte con el tipo y otro que viene en su auxilio. Memín corretea al pavo hasta que consigue agarrarlo por el cuello. Eufrosina da cuenta de los estafadores, apoyada por la demás gente, quienes no piensen ayudarles por no cumplir lo que prometen. Memín le da el pavo, y ella se olvida del dolor de su brazo, sosteniéndolo con satisfacción, dispuesta a ofrecerlo en una cena de pavo relleno por primera vez en la vida. Se reúnen en la nevería con las otras madres y los muchachos. Al saber como consiguió el pavo, Isabel la felicita por su valentía, confesando que pasó por una tranza similar pero por cobardía no se atrevió a reclamar. Los padres se les unen, mostrando los premios que ganaron en los juegos de tiro. Comparten impresiones y todos hablan bien de lo que hizo Eufrosina, acordando echarle una porra. Ernestillo deja salir un comentario malicioso que enchila a Memín, pero lo ignoran al aventarse todos juntos la porra. Memín quiere hacer uno de sus imprudentes discursos, pero Eufrosina lo calla, anunciando que cocinará al pavo en una cena especial para la que están todos invitados al día siguiente. Sin embargo, todas las familias tienen ciertos compromisos y cenas en otros lugares, por lo que no podrán ir, para alegría de Memín, que no quiere compartir por ser tan comelón.
Al siguiente día, llega la hora de matar al pavo. Eufrosina ordena a Memín sostener al pavo para que ella le corte la cabeza. Pero el negrito se acobarda, dándole cosa contemplar acción tan bárbara. Acaba sosteniéndolo de espaldas, pero cuando Eufrosina lo decapita, el pavo alcanza a corretear un poco a Memín, antes de caerse muerto. Ella le da una lista de todo lo necesario para preparar el relleno, sale corriendo, pero decide dejarla en la tienda, para aprovechar la vuelta visitando a sus amigos. Pasa a la carpintería, donde Ernestillo anda terminando un trabajo por iniciativa propia. Le comenta que está sacando dinero para darle un regalo a su padre, por la nochebuena. Memín demuestra ser de lo más ignorante al no saber nada de eso, y Ernestillo se lo tiene que explicar. Siente que él no tiene para darle a su má linda, pero luego acuerda ayudar a su amigo a vender las casitas de madera que fabricó, olvidándose del mandado. Eufrosina se impaciente por su tardanza, saliendo enojada, suponiendo que fue a perder el tiempo en el callejón. Habiendo terminado la venta, Ernestillo le ofrece a Memín una parte de las ganancias para que compre algo a Eufrosina, haciendo que él se acuerde y salga corriendo sin dar explicaciones. El chico se queda creyendo que lo ofendió sin querer. Mientras, un perro se mete a la casa descuidada, y se apodera del pavo, llevándoselo consigo.
Eufrosina va a la tienda de Don Venancio, un estereotipado español, quien le comunica que tiene listo el mandado de Memín, pero que él no ha venido a recogerlo. Deja que ella se lo lleve, y vuelve a la casa, decidida a castigarlo cuando lo vea. Nomás entra el negrito, quien ya fue enterado por Don Venancio de que ella pasó por ahí, y Eufrosina se lanza contra él, inquiriendo que pasó con el pavo desaparecido. Agarra la tabla con clavo, pero él le recuerda que ella dejó la casa sola y cualquiera pudo robarlo. La lavandera se pone a llorar, lamentando haber matado al animal en vano y perderse la oportunidad de hacer una cena de pavo relleno. Una vecina toca la puerta, trayendo el pavo, que dijo haberle quitado al perro de otra vecina. Pregunta si lo quieren así o debería dejárselo al can, pero Memín lo toma sin dudar. A la vecina le da asco, pero es cosa suya comer algo que fue saboreado por un perro, señalando la posibilidad de que tuviera rabia. La ignoran y Memín le dice a Eufrosina que no importa, ya que todo se arreglará con el fuego, que puede purificar cualquier microbio que dejara el animal, considerando que así es el infierno (¿pero que no son católicos y deben creer que eso significa arder eternamente y no un proceso de purificación?). Van preparándolo todo, y Eufrosina anuncia que ponga otra silla, ya que piensa invitar a Don Venancio, comentándole que él vive solo y es buena persona, además de que es demasiada comida para los dos. Memín confiesa que no quería compartir la comida con nadie, expresando como se molestó cuando ella invitó a sus amigos, mencionando que son unos tragones. Ella le da un sopapo por hablar mal de los ausentes, y lo apura a ir a la tienda para invitar al español. Memín obedece, alegrándose de hallarla cerrada. Así, no tienen más remedio que sentarse a comer los dos. Eufrosina da gracias, deseando que viniera alguien a compartir su comida, y en eso, se presenta Don Venancio en la puerta. El español supuso que por lo que compraron iban a hacer una gran cena de pavo y decidió venir de gorra. Memín se disgusta, pero trata de alegrarse cuando Don Venancio muestra el turrón y otras cosas que trajo para convidarles a su vez. Cuando es la hora en que se celebra el Nacimiento, Don Venancio pretende darle un abrazo a Eufrosina y luego a Memín, como si fueran una familia. El negrito protesta, amenazando con que su padre volverá de la tumba a reclamar sus derechos. En eso, tocan a la puerta y Eufrosina atiende. Una vieja vecina la invita arrullar al Niño Dios, después de pasar por una confusión en que ella creía que le ofrecía ser madrina de bautismo, dudando que al estar tan entrada en años hubiera tenido un hijo. Dicen que también puede unírseles el español y Eufrosina ya está poniéndose un abrigo, cuando Memín la retiene, protestando ante esas confiancitas con Venancio.Ella se muestra paciente para dejarle en claro que no hay nada entre ella y el español.
Más noche, ya están dormidos, pero el dolor en el brazo de Eufrosina remite, y no la deja tranquila. Nota que el brazo se le ha hinchado. Memín se angustia pero ella lo calma, prometiendo ver al “guesero” en la mañana.
Los amigos de Memín van a visitar al maestro Romero, a quien apenas enteran del regreso del desobligado. Romero advierte que es muy tarde para las pruebas semestrales (¿Qué no eran las finales?), y ellos sugieren que haga un examen general, mas él no cree que el negrito pueda con la carga al estar tan falto de cerebro. Les dice que verán como ayudarlo cuando vuelvan a clases a partir del lunes.
Memín y Eufrosina están en el hospital. En la recepción, él tiene problemas para darse a entender con la enfermera, confundido sus palabras y dificultándole su trabajo para informarse del caso. Una vez que se entienden, traen a un enfermero con silla de ruedas para llevar a Eufrosina. Memín no se pone vivo y le machuca el pie con la rueda de la silla. Lo sube con su madre en la silla, pidiéndoles que digan que llegaron juntos para que no lo despidan por su descuido. Los pasan y el medico le hace radiografías a Eufrosina, para después confirmar la fractura en el pie de Memín. Los dos salen vendados en sus respectivas partes dañadas, pero ahora si tienen la garantía de que se aliviarán sí se cuidan. Al volver a casa, los amigos de Memín estaban esperando. Él trata de impresionarlos, usando las palabras de las partes del hueso del pie que el medico mencionó, para hacer ver su caso más grave de lo que es, pero usa los términos equivocados, quedando como tonto al ser corregido por Ernestillo. Le dicen que debe presentarse el lunes en la escuela, y él advierte que lo tendrán que llevar en camilla. Eufrosina se asegura de amenazarlo, pero cuando ella se pierde de vista, se desquita con sus amigos por tener que darle tan malas noticias (que flojo). Ellos le replican, reprochándolo por su actitud, y al nombrarlo “burro”, Ricardo recibe un fuerte pisotón en el pie. Carlangas le jala la oreja y le deja claro cuales son los nombres correctos de los huesos de los dedos del pie. En cuanto se van, deja salir insultos contra ellos, considerándolos metiches, pero Eufrosina no tarda en regañarlo por despreciar a sus amigos que se preocupan porque ande bien en la escuela. En cuanto a ellos, hacen arreglos para ayudar al ingrato Memín, repartiéndose las materias a estudiar entre Ernestillo y Carlangas. Ricardo prefiere no unírseles al estar resentido por el pisotón, aunque Ernestillo le asegura que Memín acabará arrepentido.
Eufrosina se da cuenta que no tiene como lavar la ropa y con una plazo limite para hacerlo. Memín se ofrece a ayudarla, mas ella le recuerda que sus amigos se comprometieron a venir a darle una mano para estudiar. Trata de convencerla que es más importante ayudarla, pero ella se pone necia, exigiéndole que lo que más le importa es que estudie.
Mientras, Ricardo vuelve a casa, justo cuando Mercedes está atendiendo un problema con sus amigas. Resulta que organizaron una pastorela entre niños pequeños, pero uno de ellos no puede con su papel del rey Baltasar por tenerle miedo al elefante. Al mencionar Ricardo lo que le hizo Memín, Mercedes considera que él seria un buen sustituto, ya que el papel le queda la perfección y por su estatura, se confundirá fácilmente como otro niño pequeño.
En casa de Memín, éste recibe de muy mala gana a Ernestillo y Carlangas cuando vienen a ayudarlo. Ellos tratan de ser pacientes y explicarle la importancia del estudio, pero el negrito sigue grosero y perezoso en lo de aplicarse. Tratan de enseñarle la regla de tres, y él sólo se hace bolas. Eufrosina que estaba cerca, le da un coscorrón para que se lo tome más en serio. Tocan la puerta y Eufrosina recibe a Ricardo y Mercedes. Dejando a los cuatro amigos trabajando, Mercedes le comenta de su problema. Eufrosina aprueba la idea, segura de que Memín hará un estupendo Baltasar y Mercedes pasa a preguntarle por lo de su brazo. Como ella expone que así no puede hacer su trabajo, Mercedes propone darle una lavadora que no utilizan en su casa, y aunque la lavandera admite tenerle miedo a la electricidad, asegura que puede enseñarle su funcionamiento durante los ensayos (temo que ni se acordará de eso, de por sí, ni se acuerdan que los Pinguín solían tener una lavadora que nunca pudieron usar y ni se supo que pasó con ella). Eufrosina se acuerda que Memín tiene el pie lastimado y eso podría afectarle. Memín y sus amigos se les unen. Ricardo ya le comentó de la intención de su madre, y aunque confunde la palabra pastorela con “marinola”, se pone presto a participar, sin importarle como se vea su pie enyesado. Cuando lo llevan a presentar al ensayo, las otras organizadoras sienten que no le quedará tan bien el papel por su aspecto poco agraciado, pero se dejan guiar por Mercedes, guardándose su opinión. Ahorrando páginas en los ensayos, el día de pastorela llega, y Memín se luce en sus fachas de rey mago. Al parecer, lo que no ensayaron fue la parte de montar al elefante (¿pues que no era el problema principal?), y Memín trata de echarse para atrás al contemplar al animal, ya que suele tener mala suerte con los paquidermos. Atemorizado por su tamaño, expone la imposibilidad de hacerlo, pero Eufrosina lo convence al llamarlo poco hombre. El atentado contra la hombría basta para que Memín se trepe, teniendo problemas cuando inicia la obra y el elefante juega con su turbante, quitándoselo y volviéndoselo a poner. Memín pierde el equilibro y está a punto de caer, pero el elefante vuelve a repetir la suerte, atrapándolo y colocándolo en su lugar. La obra termina y no vimos nada más que las dificultades de Memín como jinete de elefante. Eufrosina lo felicita y más tarde anda comiendo con sus amigos. Le preguntan a que horas se va a cambiar, pero el negrito alega que así vino y no trajo ninguna otra ropa. Mercedes ofrece poner el coche a sus órdenes para llevarlos a casa, pero Eufrosina se rehúsa. Memín le recuerda su pie lastimado, y ella le replica que la mejor medicina para eso es caminar.
Esta parte de la pastorela parece improvisada y no viene al caso, ya que se olvidaron por completo de casi todo lo demás, pero supongo que su presencia se atribuye a la época festiva y fue elaborada para introducirla de relleno.
Los dos emprenden el camino, y el negrito presume su exótica vestimenta, provocando gracia y extrañeza entre quienes lo miran. Vislumbran a una niña pobre llorando en el pórtico de una casa, y se detienen para ver que le pasa. Ella cree que Memín es el rey mago de verdad, y como él le hace saber que sólo participó en una pastorela, ella cuenta que su hermano menor está muy enfermo y pide ver a los reyes. Ella salió para buscarlos, pero comprueba que es inútil, si ellos sólo “aparecen” cuando todos duermen, y en su casa nadie lo hace por la angustia. La acompañan para que vuelva a su casa, y los reciben sus preocupados padres. Ven al niño, preguntando por los reyes, y Eufrosina anima a Memín a que cumpla con su papel, excusando que los demás están indispuestos. El niño considera al rey Baltasar su favorito, alegrándose, y en vez de regalos pide algo que pueda compartir con sus amigos. Le da su turbante, y el niño lo sostiene hasta que aparentemente expira. Los padres les dan las gracias, y los dos se van llorando, pero confortados por haber hecho una buena obra. Cuando llegan a la vecindad, son recibidos por un grupo de vecinos, y la que los dirige, los saluda con un cuchillo en mano. Memín piensa que pretenden asesinarlos, y arrebata el cuchillo, para luego echar a correr junto con su má linda (¿pues que no reconocen a sus vecinos?). Los vecinos se quedan comentando que a lo mejor han enloquecido o están drogados para reaccionar así (tsk, como que ellos tampoco los conocen muy bien para pensar esas cosas de los Pinguín). En la casa, Memín ya se ha quitado el traje de mamarracho, y al poco rato, Torcuato llama a la puerta. Le explican que lo que querían era invitarlos a partir la rosca. Van con ellos, y Eufrosina se disculpa por haberse dejado guiar por el pánico de Memín, amenazando con pegarle ahí mismo con la tabla, pero ellos dicen que lo deje pasar. Cuando parten y comen la rosca, a Eufrosina le toca un muñequito, lo que significa que deberá hacer la eventual fiesta, algo que ella quiere evitar. Le pasa el muñequito a Memín para que lo guarde en su boca. Preguntan cuantos salieron, extrañándose de que sean solo tres y no cuatro como se suponía que debían ser, pero Eufrosina y Memín se mantienen sin decir nada. Siguen con la rifa de compadres, a lo que el negrito comenta a su má linda que se cuide de que la tanteen y le den uno de de veras en vez de uno de barro (¿no debería ser al revés?). Quien sabe que replicó a ello, pero en el próximo cuadro ya duermen tranquilamente.
Así se quedan hasta los siguientes incidentes consecutivos e inmediatos que anunciarán algunos cambios para las vidas de los personajes.