martes, 11 de agosto de 2009

Memín Pinguín #200-212

Memín y sus amigos consiguen unirse a una expedición al África, en la cual vivirán de todo, entre los peligros existentes en el continente negro, y sus esfuerzos por impedir que la codicia provoque la muerte del señor que les permitió ser parte del inolvidable viaje.

Los cuatro amigos se empeñan en ir a ver la realización de las obras del metro. Memín no comprende muy bien que es eso y sus amigos se lo explican, mencionando que será una mejoría en el transporte publico (si que estaban al tanto de las novedades en ese entonces). Cuando se acercan y piden que les den acceso, se los niegan, ya que apenas han iniciado el trabajo y las instalaciones pueden ser peligrosas. Aprovechando la distracción del obrero, Memín se mete por el túnel, mientras sus amigos divagan sobre otras obras que andan modernizando al país, pero no tardan en seguirlo. Ignorando las advertencias de los obreros que los ven entrando al túnel, se internan en la oscuridad, buscando a su amigo. Al negrito se le ocurre jugarles una broma, saliéndoles de repente para espantarlos. Huyen despavoridos por donde entraron, y un empleado se introduce con una linterna para ir por el que falta. Memín trata de repetir su acto de aparecido pero la luz le hace creer que el faro del metro que viene contra su persona, mas es atrapado antes de poder echar a correr.
De vuelta en el exterior y tras ser regañados, Memín recibe coscorronazos de sus amigos, que lo culpan de echarles a perder su excursión. Persistiendo en su idea de conocer la construcción subterránea (que niños tan metiches), Ricardo comenta que ha escuchado que las obras del metro tienen conexión con el drenaje, por lo que optan por introducirse a una alcantarilla. Memín titubea, pero acaba por acompañar a sus amigos, aun cuando se ponen a contar cosas que escucharon sobre el cadáver de una mujer empapelada que encontraron, algo que repiten constantemente conforme andan en eso (¿referencia a un hecho verídico? Sepa, yo no ando en las noticias morbosas de la historia de México). Durante la exploración en el drenaje, se mofa de Carlangas, señalándole en dos ocasiones que tiene ratas pegadas a la ropa, quien al comprobar la presencia de los roedores, grita de terror mientras se las sacude, para luego alegar que no les teme (si, como no, aunque el verdadero miedo que inspiran son las enfermedades que transmiten). Encuentran una luz que indica una alcantarilla abierta, y como ya están mareados por el mal olor, deciden subir a ésta. Ya en el exterior, descubren que han llegado a una enorme residencia, y haciendo caso omiso la vacilación de Memín, les da por explorarla, aprovechando una puerta abierta. Se internan en otro lugar oscuro e intimidante, que los conduce a una cámara repleta de animales disecados, asustándolos hasta que comprenden que no están vivos (Memín tarda especialmente en entender que significa estar “disecado”). Al perder el miedo, el negrito vuelva a burlarse de Carlangas, y se ponen a discutir sin razón, pero dejan eso al escuchar voces detrás de una puerta cercana. Distinguiendo una abertura por encima, sostienen a Memín para que eche un vistazo. En el otro lado, se presentan a un hombre de edad madura, millonario, que luego presentan como Samuel Hostes, y su sobrino, Lorenzo, que debaten sobe la determinación del primero a realizar una expedición al África. El sobrino trata de hacerle desistir, pero es inútil, demostrando que Don Samuel es apasionado en la carrera de expedicionario, y acaba aceptando acompañarlo. Don Samuel lo lleva a enseñarle su colección de fieras disecadas, y los cuatro amigos se apresuran a esconderse. Ricardo estornuda a causa de las plumas del avestruz tras la que se ocultó, poniendo en alarma a Samuel, que saca su pistola, temiendo la presencia de un ladrón. Lorenzo distingue a Memín, que pretendía hacerse pasar por la cría de un gorila, y lo agarra por la oreja, tomándolo por el cuello para inquirir que hace ahí. Sus amigos salen a defenderlo, aceptando el subsecuente interrogatorio. Lorenzo se muestra agresivo con ellos, guiándolos a la salida después de resolver que no fueron enviados por los enemigos de su tío (¿todos los ricos deben tener enemigos?). Memín se retrasa para despedirse debidamente del veterano, alegando que le cayó muy bien, ganándolo como de costumbre, con su simpatía innata. Al volver con los demás, Lorenzo le da un puntapié por andarse tardando, y luego los echa fuera, bruscamente. Mientras se van caminando, lamentan no haber cumplido su cometido de explorar las obras del metro, comentando sobre lo que escucharon sobre esa expedición, entusiasmándose con la idea de lo que seria participar en algo así. Memín recuerda haber oído que Don Samuel mencionó que necesitaban a más gente y que ellos podrían probar suerte, pidiéndole que los deje unírsele. Se regresan para tratar el asunto. Lorenzo solicita un préstamo a su tío, pero éste lo rechaza, sabiendo que lo despilfarrará, como ya ha hecho en el pasado. Pasa a enumerar como Lorenzo lo ha decepcionado en todo, malos negocios, falta de carácter, y que sólo lo une a él el interés, ya que es su único familiar, que heredará toda su fortuna al morir, aun cuando él niega todo. El criado les avisa de la llegada de los niños, y Don Samuel acepta dejarlos pasar, ignorando la oposición de su sobrino. Expresan su deseo de acompañarlo en la expedición, y Don Samuel les da una negativa, advirtiéndoles de los peligros que enfrentarían, no apropiados para inexpertos y mucho menos, menores de edad. Ellos insisten que son valientes y pueden con todo, exigiendo una prueba. Lorenzo trata de correrlos de nuevo, y Memín se le pone al brinco, recibiendo otra patada. Carlangas se lanza a responder ante la agresión, y pronto los cuatro están atacando al codicioso Lorenzo. Don Samuel los detiene, y aunque con eso probaron de algún modo su valor (¿o alevosía?), sigue dándoles una rotunda negativa. No les queda de otra más que resignarse y volver a sus hogares, desilusionados.
Habiéndose quedado solo, Lorenzo sigue tratando de disuadir a su tío de participar en la expedición, y éste replica que su preocupación es falsa, esperando en el fondo que muera para heredar su dinero y despilfarrarlo en compañía de la vulgar mujer con quien sale, una tal Hilda Noriega, artista, pero no del tipo respetable. Don Samuel le expone que para probar su sinceridad, debe terminar con ella y unirse a la expedición (pero si al principio ya había dicho el mismo sobrino que si ¡decídanse!), algo que no le agrada a Lorenzo, siendo un cobarde por naturaleza, pero considera que tiene las cartas a su favor, para asegurar la muerte de su tío en África y así nadie sospeche nada. Memín llega a casa, y lo primero que hace es comentar sobre lo que vio en la residencia de Samuel, escandalizando a Eufrosina, quien cree que delira otra vez. Le ordena que la ayude a entregar la ropa lavada, comentando que seguirá desempeñando ese oficio, dejando en espera lo de poner su tienda, ya que al no saber de números, podrían engañarla, posponiendo el proyecto hasta que cuente con más ayuda (nunca veremos eso). Memín carga el cesto y la acompaña, dirigiéndose precisamente a la casa de Hilda. Al escuchar que es una especie de actriz, le da interés por conocerla, y mientras Eufrosina anda revisando la ropa lavada con la servidumbre, él se escabulle para verla. Al descubrirla con Lorenzo, le toca ser testigo de los malvados planes que ambos tienen para Samuel. Lorenzo invita a Hilda a unirse a la expedición para que le ayude a deshacerse de su tío, aprovechando que él no la conoce de vista, disfrazándose como periodista. Ella menciona que al no poder dejar sus contratos, deben dejar que su representante, Raúl, también los acompañe, disfrazándose a su vez, a lo que Lorenzo acepta a regañadientes. Memín se queda pensativo y preocupado durante el camino de regreso, no perdiendo tiempo al llegar a casa, para pedir permiso e ir con sus amigos a contarles de lo que se ha enterado. Se reúne con Carlangas y Ernestillo, pero a ninguno le dice nada, queriendo que estén todos juntos. Van con Ricardo, que se encuentra viendo un programa, y los invita a que lo miren con él (algo sobre una persecución en el desierto, pero no dicen cual es exactamente). Cuando éste se acaba, a Memín se le olvida que era lo que iba a decirles, demostrando nuevamente su falta de concentración. Lo ponen de cabeza para que se acuerde y nada. Después pasan a comer, y luego de haberse servido muy bien, el negrito recuerda y les cuenta. Los cuatro deciden que la solución es insistir en que los dejen entrar a la expedición para cuidar las espaldas de Don Samuel (no se les ocurrió simplemente advertirle o no dejar que Lorenzo y su novia participaran en la expedición, tsk, pura excusa para ir de colados).
Al día siguiente, vuelven a presentarse en la residencia de Samuel, insistiendo que son valientes y capaces de aguantar la dura expedición y Memín hasta se pone adulador. Don Samuel accede finalmente, permitiéndoles que lo acompañen. Sin embargo, les advierte que sólo hay tres lugares en el avión, por lo que Memín no podrá ir, argumentando que por ser tan chaparro estaría en seria desventaja y les seria difícil cuidarlo. Por más que le insisten, es inútil, y los tres acaban declinando, manteniendo su juramento de ir parejos los cuatro. Memín siente pena porque sus amigos se pierdan la expedición, y los convence de que si vayan, resignándose a quedarse. Don Samuel reconoce su nobleza, ofreciendo premiarlo, mas no con un viaje a África como Memín ya estaba pidiendo (necio, si se supone que tenían que salvar al viejo, en verdad que lo están usando de excusa), sino comprarle lo que él quiera para entretenerse mientras ellos parten. Eso no basta y se queda cabizbajo, escuchando los planes de sus amigos para llevar lo que necesitan en la expedición. Sus amigos reparan en su tristeza, y para no desanimarlos, Memín se finge alegre, parloteando sobre como trabajará para volverse un campeón de ciclismo en su ausencia (¿?), asegurando que estará bien. Los tres solicitan en sus casas el permiso de sus padres, consiguiéndolo fácilmente, ya que tanto el señor Arcaraz, el señor vargas y el señor Arozamena concuerdan en que es una gran oportunidad que fomentará su carácter. Recordemos que esto es ficción y ningún padre en su sano juicio, consideraría permitir semejante viaje para sus hijos, menos en lugares tan peligrosos como las zonas salvajes del continente negro, ni la ley lo permitiría. Memín sufre indeciblemente, manteniendo firme en no flaquear ante el entusiasmo de sus amigos, que ya tienen todo listo. En casa, se suelta a llorar desconsolado, berreando ante Eufrosina para expresar como desea ir con ellos al África y la imposibilidad de ello. Logra conmoverla, al grado de que ella se pone de su lado, asegurando que si él lo quiere, viajará a África, le guste o no al viejo Samuel. Se pone a empacar, casi desistiendo de su iniciativa cuando Memín le informa que es un viaje que durará tres meses (no dicen si están en periodo de clases o no, pero…ah, olvídenlo, a estas alturas se entiende que aquí ellos faltan cuanto se les antoja, por eso nunca acaban el sexto año) porque está muy lejos, pero suplicándole, la convence. Memín va con sus amigos a la merienda de despedida, dejando a Eufrosina devanarse los sesos para hallar la manera de llevarlo en el avión. Durante la merienda, ya no tiene que disimular, mostrando visiblemente feliz y conforme, rompiéndoles el corazón a sus amigos, quienes creen que lo está haciendo por ellos. Acaban lloriqueando y pedirle que no finja más, pero Memín hasta les baila el “cuchi cuchi” para que vean que no tiene problema en que viajen sin él. Se despiden de él con gran tristeza, completamente ignorantes de lo que el negrito pretende. Al volver a la casa, Eufrosina se queda en cero al no ocurrírsele nada, y los dos ya se andan metiendo en trabalenguas que no vienen al caso. Finalmente, Eufrosina considera que basta con meterlo al avión, y que ahí se esconda hasta que llegue la hora de partida. Tras rezarle a la Virgen (acuden a ella para todo, pero no es de extrañar, considerando que los valores católicos imperan en este país, y en la autora), van hacia el aeropuerto, donde Eufrosina agrede a un maletero que ya iba a hacerles el favor de cargar sus cosas, creyendo que era un ladrón. Memín pierde tiempo preguntando por un avión que viaje al África, recibiendo luego la aclaración de que ese es el destino de un avión privado, que se encuentra en otro aeropuerto. Una vez allá, a Eufrosina se le ocurre distraer al vigilante, argumentando que quiere comprarle un avión a su retoño algún día, pidiéndole que les permita verlo de cerca. Creyéndolos ingenuos e ignorantes (más de lo que son), el vigilante no ve problema, y los deja pasar. Despidiéndose cariñosamente, Memín se mete al avión con su equipaje, que Eufrosina escondió hábilmente entre su ropa, disimulando con su gordura. Después, engaña al vigilante, haciéndole creer que Memín se echó a correr y lo está persiguiendo, fuera del aeropuerto.
El señor Arcaraz está por conducir a Ricardo y sus amigos al aeropuerto, después de pasar por la clásica escena dramática de preocupación de Mercedes, a quien consuelan con que estarán bien, ya que el señor Hostes los cuidará de cerca. Memín se queda dormido en el compartimiento del equipaje. Don Samuel se despide del señor Arcaraz, llevando a los niños rumbo a la emocionante aventura, argumentado que sólo iran con ellos algunos periodistas, su sobrino y unos viejos colegas suyos. En otro lado, Lorenzo y Hilda andan acordando que deben disimular muy bien, esperando la oportunidad de acabar con Samuel. Al retirarse Lorenzo, sale Raúl, que en el viaje representará al hermano de la periodista, pero en realidad, resulta ser su amante, y junto con ella, quieren quedarse con el dinero que saque Lorenzo. El avión emprende el vuelo, haciendo que Memín despierte. Espera un poco antes de salir, justo cuando los demás pasajeros ya se han puesto a dormitar. Se sienta al lado de Carlangas, que es el primero en despertar. La presencia de Memín lo sorprende, pero no le agrada que haya venido de polizón, siendo irresponsable e incauto si compromete su viaje. Le ordena esconderse detrás de su asiento y va con los demás, que estuvieron soñando con Memín, como resultado de que aun siguen trasteando por su ausencia. La noticia de su persona fungiendo de polizón hace que cambien drásticamente su preocupación hacia él por enfado, pero acuerdan seguirlo ocultando. Don Samuel pasa a saludarlos, admitiendo que si tenían lugar para Memín, pero que no quiso llevarlo porque el color de su piel los metería en problemas si africanos supersticiosos lo vieran, lo que significaría que no lo dejarían regresar. A Memín le dan ñañaras desde su escondite, y sus amigos le insisten que ahí se mantenga, callado y quieto. Deciden castigarlo duramente al no convidarle nada de comida durante las escalas que hace el avión. Memín escucha una conversación de Hilda con Raúl, suplicándole mantener su distancia con ella para no poner en alerta a Lorenzo. En el restaurante en que han ido a comer, Don Samuel intercambia impresiones con sus colegas, volviendo a señalar el interés de su sobrino que es lo que lo hizo unirse a la expedición (y si fuera más listo, comprendería que no dejaría pasar la oportunidad de librarse de él para quedarse con el dinero, que es lo que debió haber augurado antes, pero algunas personas simplemente no quieren pensar tan mal de los demás, sobretodo de su familia). El viaje continúa, y el hambre atormenta a Memín, orillándolo a comerse una mosca muerta que se encontró. Para acabar, sus amigos lo torturan, comentando exageradamente como han disfrutado su comida. No tarda en doblarse, enloqueciendo por el hambre. Sale de su escondite y se pone a cantar en el avión, llamando la atención de todos.
Don Samuel pide que le den algo de vino para reanimarlo, y recrimina la actitud de sus amigos por dejarlo así. Habiendo aclarado que él vino de polizón, y tras los comentarios de los colegas de Don Samuel que no aprueban la presencia de otro niño, decide bajar a los cuatro en la siguiente escala, para mandarlos de regreso. Sus amigos no podrían estar más enojados con Memín, y a él tarda en caerle el veinte de lo que ha provocado, ya recuperado con el vino y unos chocolates que le ofrece Hilda. Memín trata de convencer a Don Samuel de no devolverlos, justo cuando ya están volando sobre las selvas africanas. En eso, los motores empiezan a fallar y el avión efectúa un aterrizaje forzoso. Caen en lo más profundo de la selva, con la nave completamente estropeada y sus ocupantes dispersados en el desorden. Carlangas, Ricardo y Ernestillo salen ilesos, y al revisar el estado de los demás pasajeros, descubren a Memín, a quien creen aplastado al ver sus pies a los lados de su cabeza, pero sólo eran sus zapatos. Lo ayudan a salir y luego se encuentran con Lorenzo, dispuesto a matar con una tabla a su malherido e inconsciente tío. Al ser cachado en su siniestra intención, trata de disimular, excusando que tomó la tabla por un pañuelo con el que iba a atender a Samuel. Memín toma la tabla y le pega en la cabeza, noqueandolo. Después, proceden a ayudar a Don Samuel y los demás pasajeros. La mayoría sufre heridas menores, quedando sólo Raúl lastimado de la pierna, para consternación de su “hermana”. Estando todos más o menos recuperados del choque, sacan sus pertenencias y equipo de acampar. Los colegas de Don Samuel felicitan a los cuatro por haberse desenvuelto tan bien al asistir a los heridos. Tras colocar las tiendas de campaña, ellos comentan sobre como le han agarrado afecto al viejo expedicionario, considerándolo como su abuelo, lo que llega a oídos de éste, quien ya va volviendo en si y corresponde a ese sentimiento. Raúl cavila con Hilda sobre seguir adelante con su plan, que ahora implica acabar con los chiquillos entrometidos, uno por uno.
Más tarde, en el improvisado campamento, preparan la comida. Mientras comen, los colegas de Don Samuel y los pilotos, acuerdan separarse, yendo por diferentes rumbos para conseguir ayuda, quedándose él ahí con los niños, los periodistas y su sobrino. Luego, recuestan a Don Samuel en la tienda de campaña, y Memín se tiende a su lado para acompañarlo, quedándose dormido cuando el anciano empezaba a expresar como siente falso a su sobrino y que con ellos si puede sentir un cariño sincero. Lorenzo sufre por los celos que despiertan las atenciones de Hilda con Raúl, y después de quejarse con ella por eso, reitera su idea de irse deshaciendo de los cuatro fastidiosos. Los amigos de Memín van sacando los sombreros de safari, mientras el negrito despierta en la tienda, al sentir la presencia de una serpiente pitón. Sale corriendo a alertar a sus amigos, pero olvida el nombre del reptil, llamándolo lombriz, por lo que ellos creen que no es gran cosa y puede encargarse solo. Regresa a la tienda, tratando de apartar a la pitón del durmiente Samuel, pero ésta es más fuerte y lo aparta de un colazo. Memín vuelve con sus amigos, explicándose mejor, para que vengan a echarle una mano. Avisan a Lorenzo, que los acompaña, aprovechando la oportunidad. Con la serpiente amenazando a Samuel, pretende dispararle a éste, “accidentalmente”. Adivinando su intención, los chicos lo detienen, y opta por retirarse, indignado y más decidido a eliminarlos después (¿no hubiera sido más fácil aniquilarlos ahí mismo? Si no hay testigos). Viéndose solos por su cuenta, lo único que se les ocurre es usar música para alejar al animal, y se ponen a cantar. Memín se deja llevar, como de costumbre, bailando al ritmo de las canciones. Don Samuel despierta, pensando que están haciéndole un buen gesto, cantando para él, pero al distinguir al animal, no duda en tomar su rifle y matarlo con un disparo certero. Sintiéndose mejor, Don Samuel los invita a acompañarlo a explorar, únicamente los cinco, sin avisar a los demás. Ellos aceptan encantados, y ya todos armados y vestidos, se adentran en la selva. Observan a unos simpáticos monos en los árboles. A Memín le da por abrazar uno pequeño, asustándolo, ignorando que eso no tardará en poner en alarma a los otros, que se lanzan a atacarlo, avisados por la madre. Empiezan a agarrar a Memín, lanzándolo por los aires, ante el espanto de Don Samuel y sus amigos. El anciano advierte que no puede hacer nada, ya que si dispara, provocaría la furia de los simios. Una gorila atrapa a Memín (o al menos, se dice que es una gorila, aunque su cara semeja más a un chimpancé, creo que el dibujante no conoce la diferencia estética de los simios y produjo un extraño hibrido como resultado), tomándolo por su “hijo”, y se lo lleva consigo, perdiéndose de vista, sin que Don Samuel y sus amigos puedan evitarlo. Memín trata de escapar, pero la mona no se lo permite, reteniéndolo a su lado, volviéndolo a subir al árbol cada vez que intenta bajar. Memín le pone el nombre de “Rovirosa”, y acepta los plátanos que le ofrece, pero después de comerse cinco, no quiere saber más.
En el campamento, la ausencia de Memín es notoria, lo que lamentan especialmente sus amigos, mas Don Samuel asegura que estará bien. Lorenzo se deleita con la desaparición del primer estorbo, y pone en práctica una táctica para librarse de los demás. Como Don Samuel insiste en que no se preocupen por Memín, Lorenzo se les acerca cuando éste no anda a la vista, indicándoles que él sabe donde podrán encontrar los monos si se reúnen con él a una hora y lugar propicios, donde sin duda darán con su amigo. Ingenuamente, aceptan reunirse con él sin dar aviso. Lorenzo los guía a una zona donde pueden cazar flamencos. Concentrados en ellos, Lorenzo se aleja, y al notar que han sido burlados, avanzan por la selva, aunque pronto empiezan a dudar sobre encontrar el camino de regreso. Caen en una trampa natural, arreglada por Lorenzo, que los deja atrapados en un boquete en el suelo, del que no hay modo de salir escalando. Lorenzo se burla de ellos, dejándolos a merced de cualquier fiera que pase por ahí y aproveche para darse abasto, volviendo al campamento. De vuelta con Memín, como éste no logra huir de Rovirosa, decide llevarla con él, tomándola de la mano, y ésta lo sigue mansamente. Pero llegan a un punto en que la mona sale corriendo, asustada al percibir a un leopardo, que se lanza sobre Memín. Trepándose a un árbol, Memín cree haber escapado, pero el felino se encarama y alcanza a desgarrarle la camiseta. Rovirosa lo rescata al último momento, llevándolo de rama en rama, poniéndolo a salvo. Cerca de ahí, sus amigos sufren por el calor producido en el agujero donde están forzados a permanecer. Al escuchar la voz del negrito, consiguen llamar su atención. Él acaba cayendo en la misma trampa, y después de que sus amigos lo ponen al tanto, llama a la mona para que ayude. Rovirosa se mete al agujero al sentir el llamado de su “hijo”, consternado a sus amigos, que ahora temen estar todos ahí atrapados, sin esperanzas de salir. Después de observar una escenita de Hilda con Lorenzo, a Raúl se le ocurre una forma de ganar la confianza de Samuel. Le pone sobre aviso de que la periodista es en realidad la novia de su sobrino, y que planean matarlo. Confiesa haber sido parte del plan, pero se ha arrepentido y quiere ayudar. Don Samuel se muestra conforme, pero decepcionado profundamente de Lorenzo. En el agujero, los cuatro tratan de formar una pirámide, con ayuda de Rovirosa, pero ella no se puede estar quieta y estropea el intento de escape. Toma a Memín, y con facilidad brinca fuera del agujero. Tras ufanarse por haber salido, consigue unas lianas para que sus amigos se sujeten a ellas, poniéndoselas a Rovirosa para que los saque. Viéndose libres, se disponen a volver para salvar a Samuel, pero Memín no quiere irse sin aprovechar echarse un chapuzón en un lago cercano. Se lanza al agua, ignorando los chillidos de Rovirosa, advirtiendo la presencia de un par de cocodrilos. Sus amigos alcanzan a ver a los enormes reptiles, y se echan al lago para ayudarlo. Carlangas distrae a uno de los cocodrilos, logrando que lo persiga, mientras Ernestillo se enfoca en el otro, cercano a Memín. Después de una furiosa lucha bajo el agua, empleando un cuchillo y con ayuda del negrito que le pica los ojos, Ernestillo da cuenta del cocodrilo, pero la debacle lo ha debilitado y se empieza a ahogar.
Memín lo salva y vuelvan a respirar aire puro. Ricardo se les une, pese a no trae sus anteojos y no puede ver nada. Los tres regresan juntos a la superficie, distinguiendo a Carlangas, que ha neutralizado a su cocodrilo al ponerle un palo en el hocico, haciéndolo inofensivo. Memín considera usar esa misma táctica cuando su má linda se moleste con él, y le dan sus coscorrones por andar de malicioso. Vuelven a ponerse sus ropas, y Ricardo se alarma al no encontrar sus anteojos. Resulta que Rovirosa se los ha puesto y anda tonteando con ellos, pero pronto se cae del árbol y Ricardo los recupera, sin importarle que se resquebrajado un lente. Como tienen hambre, le piden a Memín que haga que la mona les de algo de comer. Rovirosa hace lo justo, arrojándoles cocos, que tienen cuidado de esquivar. Habiéndose alimentado bien, siguen su camino de vuelta al campamento. Don Samuel sigue lamentando lo que ha descubierto de su sobrino, y al irse a su tienda para dormir, éste se aparece, con pistola en mano, listo para matarlo y quedarse con su dinero. Don Samuel no siente miedo, e intenta disuadirlo, insinuando que no figura en su testamento, pero el interesado Lorenzo revisó el documento antes de salir, así que nada le impide cobrar una vez que lo mate. Está a punto de dispararle, cuando es sorprendido por la espalda, recibiendo un golpe de Raúl que lo deja inconsciente, y luego, entre él y Don Samuel lo amarran. En el camino de vuelta, Memín va quedándose dormido mientras camina, soñando con que es perseguido por un león. Asusta a sus amigos, hasta que se dan cuenta que fue una fantasía suya y se enojan con él. Finalmente, llegan al campamento. Después de haber atado a Lorenzo, Raúl se le voltea a Samuel, apuntándole con la pistola, amenazando con que escriba una carta donde lo nombre su heredero. Don Samuel no puede creer tan vileza y trata de resistirse, pero se da por vencido y empieza a cumplir la orden del truhán. Armándose con palos, los cuatro entran a defender a Samuel, atacando a Raúl. Rovirosa tiene su propio garrote, y cuando la tienda de campaña se cae, golpea entusiasmada todos los bultos que encuentra, sin distinguir a sus amigos de los demás. Le piden a Memín que la detenga, y así, la changa suspende el ataque, agarrando a su “hijo” tras escuchar su voz. Todos tienen moretones en la cabeza, especialmente Raúl, quien se desmaya. Después de recuperarse, los cuatro sugieren a Don Samuel la idea de que se internen en la selva para salir de ésta, ya que ni sus colegas ni los pilotos regresaron, suponiendo que pudo haberles pasado algo y ya no tiene caso seguirlos esperando. Él lo ve como una empresa muy peligrosa para los cinco, pero no parece haber otra opción. Hilda les sale al paso, empuñando una pistola, decidida a quedarse con el dinero del viejo para ella sola. Rovirosa la sorprende y Carlangas le arrebata el arma. Poco después, Don Samuel y los chicos parten, llevándose todo el equipo, con Rovirosa ayudándoles y siguiéndolos fielmente. Hilda, Raúl y Lorenzo son dejados amarrados a un árbol, quedando su destino sujeto a las consecuencias de su desmedida codicia, entre los peligros de la selva y la posibilidad de que acaben matándose entre si (considerando que puedan zafarse antes de morir de inanición o ser devorados por una fiera).

Concluyendo la primera parte de la saga africana de Memín, el siguiente segmento vendrá de la mano con nuevos peligros y la imaginación del ocurrente negrito.
Hay que señalar como va mostrándose un patrón repetitivo, en el punto de que Memín se empeña en hacer algo en que participan los demás, como se lamenta y trata de fingir que no le afecta, para que luego Eufrosina se disponga a ayudarle a lograrlo sin pensar mucho en las consecuencias. Nomás no aprende la lección, tsk tsk.

2 comentarios:

  1. Otra cosa que hay que señalar que no dijiste es que Raul, la primera vez que sale(cuando suben al avion para ir a africa) es viejo y en el resto de la historia es joven, tsk tsk.

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  2. Oh, si. Solo me habia fijado que le cambiaban el color del cabello pero supuse que era una de sus metidas de pata con el entintado de un numero a otro.

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