lunes, 10 de agosto de 2009

Memín Pinguin #187-200

Memín se ve forzado por ciertas circunstancias a participar en un caso de usurpación de identidad, quedándose a vivir en casa de una anciana ricachona ciega que lo toma por su nieto. Los predicamentos por parte de diferentes lados que quieren sacar su propia ganancia no tardan en venir a complicar su existencia.

Quedándoles un mes de vacaciones antes de volver a clases (¿un mes? Memín y Eufrosina dieron la impresión de estar varias semanas en Nueva York, les dan vacaciones demasiado largas en su escuela primaria), Carlangas comenta con sus amigos que aprovechará el tiempo trabajando de repartidor en una farmacia. Ernestillo y Ricardo deciden seguir ejemplo y apoyar en lo que puedan a sus padres. Le espetan a Memín el hecho de ser un flojonazo, animándolo a demostrarles lo contrario. Topándose con algunas señoras que vienen del mercado, ofrece ayudarles cargando su mandado a cambio de una propina. Usando su encanto con unas y la fuerza con otras, saca una buena ganancia, y va a dársela a Eufrosina, sintiéndose muy pagado de si mismo por ayudarla. Después de comer, le asegura que continuará, ahora yéndose a trabajar de cargador en la estación. Ahí se dirige con mucha confianza, pese a que el empleado duda que pueda realizar ese tipo de trabajo al estar tan chaparro. Aun así, le permite unirse a los otros cargadores. Memín se la pasa buscando clientes, pero ninguno lo solicita por su estatura. Parece no tener suerte, pero un par de sujetos sospechosos, notando que no es un cargador calificado, deciden aprovecharse de él para que les ayude a librarse de un “paquete”. Le ofrecen una gran cantidad de dinero de antemano, insinuando que le darán más cuando lo entregue a su destinatario. Sin sospechar nada, Memín carga la pesada maleta, rumbo a una elegante, pero anticuada residencia, que al estar tan retirada, lo obliga a tomar un taxi. Memín se mete a la propiedad, encontrando a una anciana ciega, que al sentir su presencia, le pide que se aproxime, diciendo haber esperado con ansias su llegada. Sus palabras lo confunden, y más cuando le muestra una carta, de parte del hijo de la señora, en la que escribe que envía a su nieto Guillermo para que éste seguro con ella, ya que tiene enemigos que han jurado vengarse de él, matando a su heredero. Así, Memín comenta de cómo tienen el mismo nombre, lo que la anciana toma para llamarlo de esa manera. Sus esfuerzos por aclarar que no es su nieto son en vano, y ella hasta le enseña los lugares en que guarda su dinero, el cual está destinado a ser suyo cuando ella fallezca. Le sirve de comer, y después de consumir un poco, Memín aprovecha su distracción para huir. Tropieza con la maleta, de la que distingue como brota sangre. La abre, descubriendo el cadáver de un niño decapitado, con una nota dedicada al hijo de la señora, exponiendo que sus enemigos cumplieron su amenaza. Memín se horroriza ante el macabro hallazgo, y más porque al ser él quien lo trajo, pueden tomarlo como el asesino. Vuelve con la anciana, encubriendo la presencia del niño muerto, siguiéndole la corriente. Más tarde, sale al patio para enterrar el cadáver, y la anciana se acerca para advertirle que no debe salir bajo ninguna circunstancia. No teniendo otra opción, Memín se queda a dormir, preocupado por el problema que se ha echado encima. Al día siguiente, es despertado por el mayordomo, José, que a primera vista no puede creer que sea hijo de la señora, que se llama Leonides Goyescos. Ella anuncia su deseo de que ese día salgan a dar un paseo, para presumir ante la comunidad que su linaje se mantiene en alto con la presencia de su nieto. Solicita un viejo carruaje y unos caballos prestados, pese a que son de los que sirven en las carreras. Le hace a Memín ponerse un atuendo que alguna vez usó su hijo, de los modelos más ñoños y anticuados, y ella también se pone un vestido viejísimo. El deteriorado vehiculo los espera, con un chofer igual de viejo, que asegura recordar su recorrido acostumbrado, aun cuando no lo han hecho desde hace sesenta años (¿pues que tan vieja es la señora?). A Memín le da pena ajena que lo vean a bordo de eso y vestido de esa manera, sugiriendo que suban la capota, que está toda roída, por lo que los hace lucir mucho peor. La gente que los ve pasar se carcajea, creyendo que son parte de algún excéntrico carnaval pasado de moda. No queriendo prolongar tanta humillación, Memín anima a los caballos, haciéndoles creer que están en una carrera. Arrancan desenfrenadamente, consiguiendo que el chofer y la señora Goyescos se desmayen de la impresión, mientras Memín se divierte de lo lindo. Consigue que los caballos regresen a la casa, extrañándose el mayordomo al hallar inconsciente a la señora, comprobando que sigue viva, al igual que el chofer. Más tarde, Memín la ayuda a reponerse, y ella le pregunta sobre cuanto los admiró la gente. Memín le dice la verdad, que hicieron el peor de los ridículos, haciéndole ver que su ceguera la mantuvo atada al pasado y por eso no comprendió nada. El negrito le sugiere que se modernice un poco, empezando con cambiar el carruaje con un coche ultimo modelo. Después, cuando se va a dormir, el mayordomo lo aborda, exponiéndole su incredulidad ante que sea el nieto de la señora Goyescos, pero le tiene sin cuidado, amenazándolo con exponerlo si se mete en sus asuntos, que luego resultan ser pequeños robos que comete con el dinero de su patrona.
Al día siguiente, Memín no resiste más y llama a una tienda del barrio para que lo comuniquen con Eufrosina. Ella se había quedado dormida, con la tabla bien sujeta para aporrearlo en cuanto volviera por atrasarse más de lo permitido. Al ponerla al habla, le cuenta que está realizando un trabajo que no puede abandonar de momento, escapándosele un comentario sobre “el despescuezado”, pero José se le acerca, y tiene que cortar, dejándola con la duda. Ella le paga al de la tienda por el servicio, conforme con saber que por lo menos se encuentra bien.
Al preguntarle a quien llamaba. Memín se niega a dar explicaciones, amenazándolo con no seguir robándole a la viejita o lo denunciará a la policía.
Los amigos de Memín también están intrigados por su ausencia, y van con Eufrosina para que los ayuda. Ella comenta sobre lo que Memín le dijo, dejándolos tan desconcertados como ella sobre en que andará metido.
Memín descubre que se están llevando los muebles de la casa, y se lo señala a la señora Goyescos. Ella le aclara que ha tomado en serio sus palabras, ordenando cambiar los muebles por otros nuevos, entre otras cosas. Le anuncia que esa noche iran a la opera, pero antes atenderán a los reporteros, luciendo ropas nuevas y modernas. A Memín no le va mal ponerse un nuevo traje que al menos esta vez si le favorece, pero la idea de que lo retraten y salga en el periódico, le preocupa. Y no es para menos, Carlangas descubre la nota en que ponen a Memín como el nieto de la señora Goyescos y corre a informárselo a los demás. Queriendo recibir una explicación de lo que sucede, Ricardo invierte su dinero para que ellos también asistan a la opera y a la salida le pregunten. Durante la sesión de opera, Memín comete cada metida de pata, importunando al publico, sin que la señora Goyescos repare en ello. Cuando ésta termina, al ver a sus amigos, que se acercan hablándole con confianza, para que no lo desenmascaren, se hace fuerte para fingir que no los conoce, despreciándolos. Ofendidos, lo dejan ir, ignorando que él sufre por no poder saludarlos como quisiera. A la mañana siguiente, la señora Goyescos le entrega a Memín una carta de su hijo, en que éste comenta a raíz de la carta que recibió de ella, donde menciona su extrañeza al descubrir a Guillermo en una forma que no va a cuerdo a su personalidad. Memín trata de pensar en que hacer para salir de eso, cuando José vuelve a echársele encima, chantajeándolo con un millón de pesos si no quiere que revele lo del cadáver, el cual ya ha descubierto. Memín le cuenta la verdad, pero al mayordomo no puede importarle menos, insistiendo en que entregue el dinero, poniéndole un plazo. Aceptando que necesita la ayuda de sus amigos, Memín usa el dinero que le dan de domingo para tomar un taxi, dirigiéndose al callejón, donde trata de explicarles su situación. Pero ellos no olvidan como los desprecio aquel día, ignorándolo, y desquitándose al surtirle un buen golpe cada uno. Entristecido, Memín insiste en llamar su atención y ellos se ponen a jugar béisbol. Carlangas envía la bola directo a la cabeza de Memín sin querer, haciéndolo caer antes de poder reaccionar. Creyéndolo muerto, los tres temen las consecuencias, y sólo se les ocurre enterrar su cuerpo para no cargar con éste. Empiezan a cavar cuando Memín se despierta, haciéndoles creer que es un muerto viviente. Salen corriendo asustados, y Memín con ellos, pensando que había un muerto detrás de él, hasta que se aclara todo. Finalmente le permiten que se justifique, y les hace saber la encrucijada en que se encuentra. A ellos no se les ocurre nada, pero le prometen ir más adelante en lo que piensan que hacer. El día sigue su curso normal, y Carlangas se ocupa de su trabajo. Una de sus entregas, lo lleva por coincidencia a la guarida de los maleantes que le endilgaron a Memín el cadáver del niño. Ellos ya se han enterado de la usurpación, y comentan sobre lo que deben hacer para asegurarse de que no los delate, decidiendo secuestrarlo. Carlangas escucha detrás de la puerta y luego les da su pedido, disimulando, para luego echarse a correr, mandando a volar el trabajo para poder advertirle a Memín sobre los siniestros planes dirigidos a su persona. Entera a Ricardo y Ernestillo, resolviendo los tres que no pueden denunciar a los criminales, puesto que no tienen pruebas. Lo único acertado seria dejarlos secuestrar a Memín, y entonces llevar a la policía a su guarida. Mientras, él procuraba evitar al mayordomo para que no le insistiera con el dinero, asistiendo a la señora Goyescos a la hora de tejer. Ella se queda dormida y él termina todo enredado. Recibe a sus amigos, quienes le comentan sobre su arriesgadísima estrategia. Memín teme acabar sin cabeza con el otro niño, pero logran convencerlo de lo que haga, asegurando que tienen todo cubierto para rescatarlo en el momento propicio. Al irse ellos, se queda muy preocupado, consolándose con el cariño de su “abuelita”. Percatándose del aprecio que su patrona le tiene al impostor, a José se le ocurre secuestrarlo y pedir una fuerte suma para devolvérselo. Va con su amigo, “El cojo”, solicitando su ayuda para realizar el secuestro esa misma noche. Memín acompaña a la señora Goyescos a rezar, encomendándose a todos los santos para que salga con vida después de permitir que lo secuestren. Llega la noche y dos amenazadoras sombras se aproximan. Reconociendo al mayordomo, Memín se resiste, ya que no eran ellos a quienes debía dejar que se lo llevaran. “El cojo” lo deja inconciente con un tremendo golpe y el mayordomo se lo lleva cargando. Los amigos de Memín van al día siguiente a la residencia de la señora Goyescos para ver que pasó. Como el nieto original venia de Estados Unidos, consiguen que Ricardo se haga pasar por un amigo americano suyo, hablando mal español con pésimo acento. José los recibe, esperando que su presencia ayude a la anciana a convencerse de pagar el rescate, ya que se ha negado a leer la carta que dejaron los secuestradores. Ellos la saludan y le leen la carta, en que se exigen tres millones de pesos que debe entregar con el mayordomo. Piden permiso para revisar el cuarto de Memín, donde encuentran huellas de lucha, lo que les parece sospechoso, porque el plan era que no opusiera resistencia. Con todo, deciden acudir a la policía, guiándolos hasta el lugar en que se ocultaban los criminales. Pero estos ya se han movido a otro sitio, y obviamente no hay ni rastros de Memín ahí. Son reprendidos severamente por los oficiales, que los consideran trastornados por meterse demasiado en tramas de novelas policíacas. Regresan con la señora Goyescos, y cuando el mayordomo les sirve te y galletas, Ricardo se percata que le falta un botón a su saco, del mismo tipo que encontró en el cuarto de Memín. Cuando éste se retira, les informa a los demás y a la señora la identidad del secuestrador. La señora Goyescos no puede creerlo, confiando plenamente en él, pero no objeta demasiado cuando ellos le proponen darle el dinero al mayordomo, asegurando que ellos lo seguirán de cerca para regresárselo junto con su adorado Memín. La anciana les ofrece ciertas pistas y códigos, permitiéndoles el acceso a una cámara secreta donde guarda el dinero, en monedas de oro puro. Reuniendo lo que necesitan, se lo dan a José, cuya expresión no disimula su codicia, confirmando que es el autor de todo. Esa noche se disponen a seguirlo, trayendo consigo la escopeta de Ricardo para defenderse si hace falta.
En un establo, Memín ha sido dejado atado y amordazado. “El cojo” se compadece de él, y lo libera de sus ataduras para que pueda comer. Le explica que él no quería participar en el crimen, pero la necesidad lo obligó, ya que por su pierna faltante no puede conseguir trabajo. Memín intenta escapar, pero al escuchar su advertencia de que si huye significaría su sentencia de muerte cuando su cómplice descubra que no cumplió con lo suyo, regresa obedientemente. Memín promete estarse quieto, y “El cojo” le asegura que una vez que entreguen el dinero le permitirán volver con la señora Goyescos. Esa noche, discretamente, los tres siguen a prudente distancia a José. Como el sube a un coche de alquiler, tienen que tomar un taxi para no perderle la pista. Al no llevar suficiente dinero para pagar el trayecto, al final Ricardo tiene que empeñar su escopeta. Se adentran en el establo, tomando precauciones. José intenta engañar a su cómplice, alegando que no le dieron el dinero, pero éste lo miró guardarlo, y exige su parte. José saca una pistola, dispuesto a matarlo para no compartir el dinero ni darle la oportunidad de delatarlo. Los dos forcejean y el arma se dispara. Afuera, los amigos de Memín ven salir corriendo al “Cojo”, y al entrar, encuentran al mayordomo herido. Aunque éste dice que la bala sólo lo rozó, sufre una repentina conversión que lo hace mostrarse arrepentido de haberse dejado llevar por la ambición, admitiéndoles a ellos que nunca sigan ese camino. Acaba desmayándose y ellos lo dejan ahí, sin pararse a verificar si está muerto o no, y Memín les sale al encuentro. Se muestra feliz ante la mala suerte de José, aun cuando ellos le recuerdan uno no debe alegrarse de las desgracias de los demás. Conforme salen y se dirigen de vuelta a casa de la señora Goyescos, al saber sobre las monedas de oro que llevan, Memín se deja llevar por la codicia, pensando en que cosas se compraría con el dinero y sugiriendo engañar a la anciana cambiándole las monedas.
Sus amigos lo reprenden, arrepintiéndose de haberse molestado en ayudar a alguien tan ruin, pero Memín replica que sólo habla por la desesperación de reunirse de nuevo con su má linda. Lo dejan en la casa para que devuelva el dinero y mantenga un poco más la farsa, ignorando que los criminales los observan, bien dispuestos a ejecutar el secuestro del impostor.
La señora Goyescos recibe a su “nieto” con mucha alegría, y le sirve de comer. Memín siente remordimientos por el engaño y se decide a contarle la verdad. La anciana le revela que ya lo sabia desde hace tiempo, porque no dejaban de hacer menciones del color de su piel, pero que en ese lapso, comprobó que él era digno de confianza y su cariño era sincero, por lo que le siguió la corriente. Memín se siente mejor y más encariñado con ella, pero no se atreve a decirle que al verdadero nieto lo asesinaron. Apenas se mete en la cama para dormir cuando ahora si es secuestrado por quienes tenían pensando tomarlo desde un principio, viéndose incapaz de detenerlos al amenazarlo con matarlo ahí mismo. Al día siguiente, la señora Goyescos recibe a su hijo, Rubén, quien está intrigado por las ultimas noticias. Le aclara a su madre que al final, decidió no mandar a su hijo, por lo que quien está en la casa sólo puede ser un impostor, y ella concuerda que así es, pero no ha sido más que una agradable compañía. Rubén deja salir sus suposiciones de que puede ser un ladrón tratando de ganar su confianza, pero la anciana insiste en haberle dado muchas oportunidades de robarle y nunca las aprovechó. Llegan los amigos de Memín, que otra vez ponen a Ricardo pretendiendo ser amigo del hijo de Rubén, pero les falla y son descubiertos de inmediato. Éste exige saber todo lo que sepan sobre Memín para comprender lo que ha pasado, y le cuentan la verdad. Rubén decide llamar a la policía para que resuelvan la situación.
En la guarida de los criminales, ellos planean robar un banco, dejando a su victima a cargo de “El Manotas”, un individuo corpulento pero de bajo intelecto.
Aunque parece amenazador, Memín se anima a hablar, siguiendo su costumbre de hacerse el simpático, hasta que se lo gana. Lo distrae contándole un cuento repleto de drama de la vida real que se le ocurrió, y luego se ponen a jugar caminando de manos. Le propone que sigan jugando a las escondidas, y después de dejarle el primer turno, cuando llega el suyo, el negrito aprovecha para huir. Sale de la casa y consigue que le den aventón, alejándose lo suficiente. Tras deambular un rato, llega a la residencia de la señora Goyescos, donde la policía ya se encuentra presente. Después de saludar a todos y contarles de su milagroso escape, los oficiales exigen que los guíe a la guarida de los verdaderos asesinos del niño (¿Quién era el niño al que mataron por error? ¡Nunca lo dicen!). Como Memín ya no quiere saber nada, se empieza a despedir, pero amenazan con arrestarlo. Sus amigos lo convencen de que coopere y así accede a conducirlos al lugar. Considerado al “Manotas” como su amigo, Memín ruega a los policías que no le hagan daño, permitiéndole hablar con él para calmarlo. La presencia de los agentes pone nervioso al hombretón, temiendo ir a la cárcel o que lo maten. Memín entra y logra tranquilizarlo, convenciéndolo de entregarse y colaborar para entregar a sus compinches. Los policías bajan sus armas para darle confianza, y así “Manotas” aclara no saber que hacen los demás, porque casi nunca lo ponían al tanto de sus planes. Cercas de ahí, estaban tronando cohetes, y el ruido hace que “Manotas” entre en pánico, y se eche a correr. Es atropellado por un camión que iba pasando, herido mortalmente. A pesar de todo, usa sus últimas palabras para agradecer su buena suerte, que le impedirá pasar el resto de sus días en la cárcel, y muere, para tristeza de Memín, que se siente culpable por haber traído a la policía. Bastándose los oficiales para aguardar el regreso de los demás criminales y apresarlos, permiten que Memín y sus amigos se marchen.
Memín va a despedirse de la señora Goyescos, que vuelve a agradecerle por haberle permitido de disfrutar tanto de su compañía, y le da su bendición. Rubén lo lleva en su coche hasta su casa, ofreciéndole una cantidad como premio por lo que hizo, además de que le servirá de “tapadera” para justificar el trabajo que dijo a Eufrosina que estaba haciendo. Memín toma menos de la mitad de lo ofrecido, alegando que con eso basta y sobra. Habiéndolo dejado, Rubén comenta a los amigos de Memín su deseo de dejarle dos millones de dólares para costear sus estudios superiores, despertando risas entre ellos porque dudan que Memín llegue tan lejos en sus aspiraciones. Reuniéndose finalmente con Eufrosina, Memín previene los golpes con la tabla al mostrarle el dinero que ganó. Después de bañarse y sentarse a comer, le narra todos los incidentes pasados, que al tomar ella tan fantasiosos y al notar la insistencia en que los cuenta, hacen que Eufrosina considera que su hijo está delirando. Preocupada, llama a un doctor, que receta a Memín un purgante y lo obliga a repetir tantas veces que nada de eso sucedió, hasta que se lo crea. Memín empieza a dudar de lo que vivió, pero la llegada de sus amigos, comentando al respecto, confirma que todo el tiempo estuvo en sus cabales. Ellos lo invitan a que los acompañe a ver unas obras del metro, y Eufrosina le permite ir. Mientras está trabajando, se presentan Rubén y la señora Goyescos para saludarla, corroborando que todo lo que dijo fue verdad y le suministraron atención medica innecesaria. Le comentan de lo de dejarle dos millones que retire cuando sea mayor para sus estudios, pero a Eufrosina no le parece buena idea. La rechaza una y otra vez, pero al final lo permite, mientras no enteren a Memín de nada hasta que sea adulto, porque sabiéndose rico, seguro echaría todo por tierra, perdiendo interés en sus estudios y podría repudiarla a ella. Todo lo que pide la señora Goyescos es que él siga visitándola y Eufrosina le asegura que así será (aunque a los lectores no nos tocará ver ninguna de esas visitas eventuales, si es que sucedieron). Un episodio realmente truculento, interesante, pero un poco desconcertante por dejar tantas dudas al aire, como si atraparon a los matones al final o no, y quien fue el niño que Memín se halló en la maleta que parece a nadie le importó. Ni modo, al alargarla tanto no hubo tiempo de resolver todos estos detalles, me supongo.

3 comentarios:

  1. Hola que tal! Me encantó este blog y que te hayas tomado el trabajo de narrar todas las historias. Soy fanática de Memín desde niña y hay varios episodios que me perdí o nunca encontré el final. Gracias por publicarlos! Si tienes algún link donde pueda descargar los episodios a partir del 50 te agradecería mucho.
    Saludos

    ResponderEliminar
  2. Esta historia la recuerdo mucho, porque me impacto el nino muerto y decapitado en la maleta. Esta semana la recorde, con la publicacion de las terribles fotos de la joven asesinada en Lomas Verdes, Estado de Mexico, cuyo cuerpo fue encontrado en la cajuela de un coche. LA PRENSA, ese panfleto anacronico, publico las fotos y aparecieron en mi timeline de Facebook. Inmediatamente me recordo esta historia de Memin.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Un suceso perturbador y màs perturbador aun que lo dejaran sin aclarar. Ojala no pase lo mismo con ese hallazgo que describes.

      Eliminar