sábado, 22 de agosto de 2009

Memín Pinguín #257-262

Memín ayuda a Chispitas a recatar a Pulgoso cuando es llevado a la perrera. Varios perros se le pegan y decide venderlos para librarse de ellos. Del dinero que se saca, lo invierte en una tele a colores para Eufrosina, pero al no tomar en cuenta un detalle del pago de abonos, amenazan con no dejárselas mucho tiempo.

Chispitas trata de sobreponerse al abandono (e inútil sacrificio) de su amigo, una vez que despierta al día siguiente. Sale a correr por la calle, con Pulgoso detrás de ella, pero el camión de la perrera pasaba justo en ese momento. El animal es capturado sin que pueda evitarlo, y al percatarse de ello, Chispitas corre hacia el camión, pero éste pronto se pierde de vista. Derrotada, llora al sentir que, ahora sí, se ha quedado completamente sola.
Durante la realización de un examen, Memín sufre un “calambre” en la boca. Todos creen que sólo anda haciendo alboroto, pero el maestro comprende que sufre un dolor de muelas de verdad. Ordena que le traigan agua para suministrarle un analgésico y lo manda a su casa, una vez que el negrito asegura haber respondido la mayor parte del examen. Vuelve a su casa corriendo, y tropieza con Chispitas, esfumándosele el dolor momentáneamente. Al verla tan abatida, no puede evitar preguntarle que le pasa. Ante su insistencia, ella acaba diciéndole de cómo fue abandonada por su amigo invalido, y que ahora ha perdido a su perro. Memín le explica que lo han llevado a la antirrábica, donde se llevan a los perros sin dueños para sacrificarlos. Ella piensa ir allá a que se lo devuelvan, pero él le advierte que sin papeles ni certificados de vacuna no dan nada. A Chispitas le valen esas cosas y está dispuesta a recuperarlo por la fuerza, pidiéndole a Memín que la guíe a ese lugar, a lo que él se presta gustoso. Al llegar ahí, Memín sugiere que se metan sin que nadie se de cuenta para facilitarles las cosas, ya que Chispitas habla de ponérsele al brinco a todos los que le nieguen el paso en la entrada. Suben por la barda, y consiguen dar con las grandes jaulas que contienen al numeroso perrerío. Chispitas se pone a chiflar para que Pulgoso le responda, y así puedan sacarlo tener que revisar en cada una. Como el pasador no tiene candado, resulta sencillo, pero además de Pulgoso, muchos otros perros aprovechan para salirse. El personal es puesto en alerta, y tienen que huir. Chispitas carga con Pulgoso y trepa de nuevo por la barda, seguida por Memín, a quien están persiguiendo los demás perros. Una vez fuera, Chispitas se separa, dándole las gracias a Memín y desapareciendo entre el trafico de la calle, dejándolo papando moscas. Su dolor de muelas regresa y lo va sufriendo en su camino de regreso a casa, pero los perros en ningún momento dejan de seguirlo, como muestra de lealtad por considerarlo su salvador. No tiene tiempo de explicar la presencia de los canes a Eufrosina, escandalizada por tanto animal, pero al saber de su padecimiento, lo manda al dentista de volada. Memín va al consultaría y la recepcionista le indica que espere su turno. Le pide que saque a los perros, pero ellos se ponen agresivos y consiguen que los dejen llenar la recepción. Las personas que van a pasar antes que Memín, comentan sobre los procedimientos a los que se someterán, señalando principalmente a uno con la muela inflamada, que dice que así no funcionará la anestesia y le dolerá mucho, pero es preferible a seguir soportando el intenso dolor que lo atormenta día y noche. Cuando dejan pasar a ese señor, sus gritos se escuchan hasta la recepción, aterrorizando a Memín. Los otros que esperaban también se asustan, y le ceden su lugar, para que él vaya primero, pero el negrito lo que quiere es escapar.El dentista invita a pasar a Memín, tratando de ignorar a los perros que se niegan a dejarlo. Le revisa la muela, advirtiendo que está bien picada, por lo que no puede taparla y requerirá la extracción. Recordando el caso del otro, Memín se rehúsa, pese a que el dentista le explica que si no se la extrae ahora, después se inflamará, y entonces su sufrimiento será peor. Con todo, él muy cobarde no quiere oír razones y se va, sin pagar, ya que no le hicieron nada, fuera de hacer perder el tiempo al doctor.
Una pequeña pausa muestra la feliz reunión de Chispitas y Pulgoso. Uno de sus amigos, él mismo que sugirió a Germán dejarla ir, trata de incitarla a que acepte la oferta que le hicieron hace tiempo, para que reconsidere los beneficios que le daría, pero ella vuelve a negarse, siendo muy feliz trabajando y viviendo en la calle. Y así se queda, para volver a honrarnos con su presencia hasta dentro de unos cuantos números más.
Al volver a casa, Memín miente a Eufrosina sobre que no le alcanzaron a curar la muela y que será más adelante, aunque ella sospecha que él se echó para atrás. Se queja de la presencia de los perros, y le ordena que se los lleve. Memín pide permiso para ir con Ernestillo y que le pase la tarea, y ella lo permite, con la condición de que regrese sin un solo animal. Antes de irse, acepta alimentar a los perros con pan duro y un poco de leche, demostrando su buen corazón hasta para animales indeseables. Memín encuentra a su amigo en la carpintería, y le cuenta lo que pasó por culpa de Chispitas. Él le encuentra gracia pero concuerda en lo difícil que es mantener a los animales, mencionado que ellos tuvieron que regalar a su gato (¿desde cuando tenían gato? Nunca salió a cuadro ni lo habían comentado). Mientras él anda trabajando, Memín pregunta por la pasta que usa para tapar los agujeros en la madera, y Ernestillo replica que es de lo más efectiva. Aprovechando que él va por el cuaderno para pasarle la tarea, toma un poco de la pasta y la usa para tapar su muela. Después, su amigo le recuerda que se aproxima el Día de las Madres (es la tercera vez), y Memín considera que vendiendo a los perros, conseguirá suficiente dinero para comprarle algo a su má linda. En cuanto sale, da inicio al negocio, en el que su simpatía y palabrería convencional le ayuda a irse deshaciendo de unos cuantos, obteniendo ganancias por ello. A un carnicero y a un dependiente de tienda de abarrotes, les ofrece unos en calidad de guardianes. A una anciana, la convence de que un perro en el futuro será un buen lazarillo. A una señora muy ingenua le da muchos rodeos hasta que al fin acepta llevarse uno.
Uno de los perros incluso era buscado por sus dueños, que al divisarlo y recuperarlo, entregan una buena recompensa a Memín. Eso le da una idea para buscar en anuncios de mascotas perdidas, esperando que alguno de los suyos se encuentre ahí. Pasa al domicilio de una señora que perdió a su perro, pero no está entre los suyos. La convence de que a estas alturas ya debe estar muerto y que adopte a uno de esos desgraciados sin hogar, y ella acepta, logrando otra venta. Así, va quedándose con menos perros, y cree tener que con el dinero reunido le alcanzará para una televisión a colores para Eufrosina. Al preguntar el precio al dependiente, éste le advierte que cuestan cuatro mil quinientos pesos, y él apenas logró reunir dos mil. Lo llevan con el gerente, a quien Memín le cae bien por su inocencia y cariño hacia su madre, aceptando dejarle una en esa cantidad, y con abonos semanales de cien pesos. No es parte de la política de la tienda, pero a él no le importa y hace los arreglos para que vayan a dejarle temprano la televisión, a tiempo para felicitarla en su día. Sale muy contento, soportando los entusiastas perros que no quieren dejarlo. Al reclamarle Eufrosina porque regresó con los perros, le señala que unos ya no están, y se le ocurre mentir, diciendo que dejó que los matara un tren. Ella se horroriza y hasta lo llama “Hitler negro” por un acto tan bárbaro, ya que era más humano dejarlos morir de hambre, (contrario a la idea general, la verdad eso significa condenar a los animales a la muerte más lenta y dolorosa) pero él confiesa que en realidad ellos ya encontraron un buen hogar.
Llega el Día de las Madres y Memín se levanta muy temprano, esperando al gerente y la televisión. Una vecina se extraña al verlo madrugar, y cuando le dice lo que espera, ésta se entusiasma y no tarda en correr el chisme de que Eufrosina recibirá una televisión a colores, lo que las demás aprovecharán para ver sus telenovelas. Todas se reúnen a recibir el aparato, y una llama a su esposo e hijo para que ayuden a cargarlo. De ese modo, todos están en la recamara de Eufrosina, cuando Memín la despierta para celebrarla.
A la lavandera no le gusta que la hayan visto en camisón y con los pelos parados, y los hace retirarse mientras se arregla. El gerente se queda para explicar a Memín el funcionamiento del aparato. Una vez vestida, Eufrosina está impresionada y conmovida con el fabuloso regalo que Memín le ha hecho. Habiendo cumplido su acto de caridad, el gerente se despide ellos, recordándoles efectuar puntualmente los pagos. Memín y Eufrosina se la pasan viendo televisión por buen rato, y hasta se ponen a comer frente a ésta, con los perros a su lado. Al empezar a comer, el dolor de la muela remite, aunque Memín no quiere admitir que la arregló por si mismo. Van al dentista, pero éste se fue a visitar a su madre a otra ciudad para celebrarla, y Memín, aun temiendo la extracción, siente alivio, pero de todos modos hacen cita a primera hora cuando éste vuelva. Le dan gotas para el dolor, y al ser recostado en la cama, confiesa a Eufrosina que usó pasta de madera para tapársela, demostrando que es un verdadero tonto y que eso sólo empeoró el problema. Se acuestan, todavía viendo la tele, pero después el dolor regresa y Memín se esfuerza por aguantarlo. Toda la noche sufre por el dolor, y a la mañana siguiente, ya se le ha inflamado la muela, aunque no le duele tanto. A Eufrosina no le importa y lo lleva con el dentista, como habían quedado.La operación es muy dificultosa, ya que en su cobardía, Memín no deja de resistirse, negándose a seguir las indicaciones. Aun así, la extracción se completa y él ni se entera hasta que el doctor le muestra la muela que le sacó. En lo que acaba de recuperarse de la inflamación, lo dejan descansar y Eufrosina se la pasa atendiéndolo. En la escuela, su ausencia es notoria, aunque Romero piensa que se debe a la muela que no se le cura, mas no deja de encargar a sus amigos que le avisen, porque si sigue atrasándose, reprobará (ya ni quien se acuerde de su breve temporada como el mejor de la clase). Memín recibe a sus amigos, aun en cama, y les muestra la televisión, producto de la venta de perros adquiridos por involucrarse en asuntos de Chispitas.
Pasan los días, y Memín vuelve a la escuela. Eufrosina pasa las tardes con las vecinas, viendo telenovelas. Cuando Memín llega a la casa, aun con siete perros que le quedan, le indica no interrumpir, ya que al parecer, están viendo María Isabel (inolvidable y memorable obra de Yolanda Vargas Dulché que forma parte esencial de la revista de Lágrimas, Risas y Amor, que para entonces ya fue adaptada en cine y televisión). Ella le agradece de nuevo por su regalo, y luego le recuerda que debe deshacerse de los perros que quedan, lo que Memín ve difícil ya que son los más feos. Se dirige a la tienda de aparatos electrónicos para dar el primer abono por la televisión, ignorando que han cambiado al gerente. El nuevo encargado no aprueba la venta de su antecesor, y en cuanto llega Memín, manda que lo lleven a comparecer ante él. Le expone que no pueden venderle una televisión de ocho mil pesos (¿no que cuatro mil quinientos?) en abonos tan fáciles de pagar, y que si no les da de el abono inicial de trescientos, y en delante de doscientos, le incautarán la televisión. Memín empieza a alegar y regatear, pero el hombre es inflexible, tomando su ingenuidad por una actuación que debió haber embaucado al gerente anterior. Se pone irritable, pero como los perros responden al llamado de Memín, no se atreve a hacerle nada, y el negrito alardea que nunca le quitarán la tele. En casa, Eufrosina le dice a Memín lo feliz que es gracias al aparato, ya que antes ella se sentía muy sola trabajando mientras él iba a jugar, y ahora se entretiene y hasta tiene más contacto con las vecinas. Memín no se atreve a decirle que van a quitarles la tele, y miente, diciendo que si pudo pagar el primer abono, disimulando cuando ella nota que ni le dieron el recibo correspondiente. La preocupación lo sigue en la escuela, donde difícilmente logra concentrarse, y sus amigos le llaman la atención. Comparte su predicamento con ellos,, y le sugieren que tal vez le hicieron una mala jugada para sacarle más dinero, recordándole la seriedad que expresó en el asunto aquel bondadoso gerente antes de que lo cambiaran. Memín se reanima y se entretiene jugando con ellos en el callejón.
Mientras, Eufrosina y las vecinas disfrutan de otro agradable rato viendo la tele, con comentarios de éstas sobre como les ayuda a olvidarse de sus problemas en sus hogares, y una hasta lleva agua de jamaica para convidar. En eso, tocan la puerta, anunciando a los empleados que vienen a llevarse la tele. Las vecinas comentan que pueden ser ladrones, y que de ese modo tantean a la gente, pero estos muestran sus credenciales, diciendo que el hijo de Eufrosina ni siquiera ha ido a pagar. Empiezan su tarea y las vecinas los atacan como fieras, ignorando razones para impedir que se lleven el aparato que tanta armonía ha traído a sus vidas. Eufrosina saca a los perros, quienes uniéndose a la resistencia de las vecinas, logran hacerlos desistir. Anuncian la imposibilidad de cumplir su cometido con el gerente, quien piensa hablar con sus abogados para saber que hacer a continuación.
Por cierto, después de esto, los perros desaparecen inexplicablemente.
En cuanto llega Memín, Eufrosina le recrimina el haberle mentido, y se ve forzado a explicarle que no aceptaron el dinero del abono al haberle cambiado las condiciones. Ella trata de resignarse, agradeciendo porque al menos pudo disfrutar de la tele unos días y eso le basta, pero Memín no quiere que le quiten el objeto de su felicidad. La felicita por haber defendido el aparato con los perros y asegura que hallará el modo de conseguir el dinero. Al día siguiente, en la escuela, a Memín no se le ha ocurrido nada y considera abandonar los estudios para trabajar. Expone el caso al profesor Romero, quien por supuesto, no aprueba su idea, y menos cuando están a dos meses para acabar el año (si, como no, dos meses que nomás nunca terminan y todavía se echarán otro 10 de marzo). Sus amigos se ponen de su lado, pero él los anima a volver a sus lugares y seguir las clases. Cuando éstas terminan, el profesor los llama para seguir comentando, y Memín expresa su indignación de que el antiguo gerente le vio la cara. Romero le sugiere pensarlo con calma, incitándolo que busque a ese señor para que se explique y así encuentren una solución al problema. A Memín le parece una buena idea, pero cuando sale con sus amigos, se dan cuenta que ni saben como buscarlo. Al pasar cerca de una cabina telefónica con directorio, Memín cree haber encontrado la manera. Todo lo que captó de ese señor fue su apellido, Gómez, pero como en el directorio hay miles de Gómez, sus amigos le señalan uno escrito en mayúsculas, lo que indica que suena a alguien importante (¿un gerente de tienda de aparatos electrónicos va a ser así de importante?). Memín le llama y como éste responde, de inmediato se suelta a hablarle de cosas, en la atropellada y confusa forma que lo caracteriza. La voz del otro lado de la línea replica con irritación que no entiende nada de lo que dice, aclarando que es el gerente, pero de un negocio muy distinto. Sus amigos se ríen ante su metida de pata, y sugieren que deben investigar el nombre completo de ese señor, en la misma tienda donde trabajaba. Memín no quiere poner un pie ahí, recordando al nuevo gerente cascarrabias que le hizo pasar tan mal rato, por lo que Ricardo es quien se encarga de indagar. Sale muy orgulloso, diciéndoles que el hombre que buscan es Pedro Gómez Gómez. Pero al revisar en el directorio, hay cuatro nombres idénticos, así que una búsqueda inmediata, y nada sencilla, tiene lugar.
Pero eso ya se verá la próxima vez.

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