jueves, 13 de agosto de 2009

Memín Pinguín #213-218

Memín y sus amigos continúan sus aventuras en África. Caen en manos de una tribu de pigmeos, que consideran a Memín como su gobernante enviado por los dioses. El dilema entre gozar de esta posición y salvar a sus amigos de ser devorados en la ceremonia de coronación no tarda en llegar.
Dentro de la tienda de campaña, los cuatro amigos despiertan, todavía en compañía de Rovirosa. Una vez que han comido, disfrutan un rato nadando en el lago. Memín distingue a un pigmeo que los espía a distancia, pero cuando les dice a sus amigos, ellos consideran que vio su propio reflejo. Al contarle de esto a Don Samuel, éste alega que los pigmeos pueden ser peligrosos, ya que practican el canibalismo, un concepto que Memín desconoce, pese a que soñó con esto varios números atrás. Luego, van a cazar, con Rovirosa siguiéndolos, pero de una pagina a otra, la changa desaparece, sin dar explicaciones de adonde se fue, aunque seguirán mencionándola de vez en cuando. Memín dispara el rifle contra una zebra, cerrando los ojos para errar el tiro, pero le apunta perfectamente. El haber matado al animal lo pone malo, aun cuando Don Samuel trata de hacerle comprender que a veces para vivir hay que matar (otra vez el negrito se pone amnésico, si varios números atrás pudo acabar con tres conejos para alimentarse, no hay mucha diferencia con esta clase de equinos que ni pueden domarse). Después, encuentran un pequeño elefante, que se pone a jugar con Memín, abrazándolo con su trompa. Don Samuel consigue que el animal lo suelte, y siguen su camino, verificando que el animal va detrás de ellos (pero en algún momento lo olvidaran al igual que a Rovirosa y no hará nada en especial). Los pigmeos vigilan desde los matorrales. Memín habla sobre como piensa llevar al elefantito a México, y sus amigos se mofan de él, alegando que le basta con su fealdad para hacer un circo exitoso. Luego lo ponen a cargar leña, poniéndolo respondón e irritable, fanfarroneando que algún día será rey y se desquitará con ellos por tratarlo así. Los pigmeos vigías vuelven a su aldea, acudiendo ante su gran jefe, contándole de la presencia de Memín, cuyos rasgos lo hacen ver como uno de los suyos, pero "perfeccionado", deduciendo lógicamente, que es el enviado de los dioses que tanto habían esperado. Mientras, en su campamento improvisado, los expedicionarios se atragantan de carne de zebra, y luego van a cazar patos. Memín vuelve a enojarse con sus amigos, que no quieren darle ya que no cooperó con la cacería. Insiste en que se vengará de ellos, pero siguen burlándose de su persona. Llega la noche y los pigmeos acechan la tienda de campaña, introduciéndose uno mientras duermen. Memín despierta, asustado al ver al pigmeo y alerta a sus amigos. Ellos creen que lo ha imaginado o soñado y siguen durmiendo. Memín vuelve a advertir la presencia del pigmeo, y ahora si se levantan. Los pigmeos se lanzan contra ellos, superándolos en número y contando con mayor fuerza. Ellos se defienden como pueden, pero acaban siendo inmovilizados. Memín es el único al que no le hacen nada, por lo que los golpea sin problemas, pero al ver a Don Samuel y sus amigos capturados, desiste. Se lo llevan cargando hasta su aldea, y a los demás colgados y atados, al estilo típico de los cazadores. El gran jefe recibe a Memín, pero como él no entiende ni papa de su lenguaje, manda traer a una interprete, de otra raza, la cual le explica su situación. Lo entera de que es el rey de los pigmeos, teniendo autoridad sobre ellos, pero al exigir que liberen a sus amigos, le explica que no es posible, ya que es la tradición devorar a los blancos, y si intenta impedirlo, su “gente” se volvería en su contra. Arreglan a Memín, pintándole la cara, cambiando sus ropas roídas por un taparrabos, y poniéndole una arracada en la nariz, además de darle el sombrero de copa del gran jefe. Le sirven de comer, y al preguntar de donde produjo carne tan deliciosa, la interprete aclara que es de un aviador, haciendo que Memín se ponga enfermo, pero luego adopta la postura de “Ya que”. Lo obligan a beber el vino sagrado, que produce un efecto típico en Memín, haciéndolo ponerse a cantar y bailar, hasta caer desmayado. El gran jefe en el fondo desconfía en que Memín sea en verdad un enviado de los dioses, jurando que encontrará la forma de exponer su falsedad. Al recobrar la conciencia, Memín ordena que lo lleven ante sus amigos, que han quedado prisioneros en lo que llega el día fijado para la ceremonia en que morirán y serán devorados. Al ver a Memín en esas fachas, sus amigos se ríen de él. Enojado, Memín ordena que les den de bofetadas a los prisioneros, con excepción de Don Samuel.
Apoyándose en la autoridad que tiene, alardea con que chupará sus huesos, y lo llaman antropófago. Devuelve el “insulto”, ignorando su significado. Don Samuel le dice que sólo él puede salvarlos, y Memín concuerda, aunque antes quiere gozar con el desquite. Hace que sus amigos se inclinen ante él, y se retira, muy satisfecho de si mismo. El gran jefe ha pensado una forma de demostrar que Memín es un impostor. En una aldea cercana, sus habitantes sufren los efectos del piquete de la mosca tse-tse, y siendo Memín un enviado de los dioses, es su responsabilidad el curarlos. La intérprete la deja en claro que si fracasa en su intento de curarlos, será el fin de su reinado, ya que eso significaría que no es un enviado y por lo tanto, lo matarán. Al ver a los enfermos, cuyos síntomas principales se limitan a que están dormidos sin poderse despertar, el negrito no sabe ni que hacer. Se le ocurre picarlos con el alfiler de su taparrabos, en forma disimulada, provocando una reacción entre los durmientes, que aunque es temporal, hace creer que han despertado. El gran jefe se retira, viendo que su plan ha fallado, ignorando que, después de quejarse, los enfermos continúan durmiendo.
Dentro de su cautiverio, los amigos de Memín se quejan de la forma en que los humilló y el hecho de que siguen ahí, indicando que los ha olvidado, pero Don Samuel aun cree en que los ayudará. Vienen a serviles de comer en abundancia, lo que agradecen, creyendo que es una señal de que su amigo ordenó que los atendieran bien, pero como siguen trayéndoles lo mismo al poco rato, el veterano indica que están alimentándolos para engordarlos todo lo posible antes de comérselos. Durante su estancia en aquella aldea, Memín fue picado por una de las mortales moscas, y cuando se sienta en su trono, empieza a dormir. Sueña con Eufrosina, dándole con la tabla, como siempre, y pasan los días sin que pueda despertar. Sus amigos piensan que los ha olvidado y Don Samuel comienza a darles la razón. Los pigmeos entran para suministrarles un agradable baño, seguido de una muy brusca forma de raparlos, despojándolos a los cuatro de todo su cabello, quedando tan calvos como Memín. Aunque se molestan, Carlangas, Ernestillo y Ricardo acaban hallándole gracia a la ironía, considerándolo un castigo por burlarse de la pelona del negrito.
El día señalado ha llegado. Memín sigue durmiendo, pero la intérprete consigue despertarlo, al mencionar que sus amigos serán freídos. Vuelve a intentar impedir que los devoren, y la intérprete sostiene que no hay nada que pueda hacer, porque es una tradición que no se puede faltar, sin que él sufra el mismo destino. A Memín se le prende el foco, alegando que los dioses le ordenan bailar en torno a los prisioneros, atados en unos postes.
Carlangas cree que sólo está haciéndole al tonto y lo patea. No tardan en apuntarle varias lanzas, pero Memín los detiene, tomando un cuchillo mientras se pone a bailar el “cuchi cuchi”. Disimuladamente, usa la hoja para cortar las cuerdas, cantando con palabras insertadas que indican lo que ha hecho, para que aprovechen para zafarse en cuanto vean la oportunidad. Les dice a los pigmeos que los dioses han vuelto a “iluminarlo”, ordenándoles ir todos a la laguna. De ese modo, no queda nadie en la aldea y como sus amarres han sido semicortados, Don Samuel y los chicos se liberan y escapan. Al regresar los pigmeos, luego de que Memín informara que los dioses lo engañaron, se descubre que los prisioneros han huido, cancelando el banquete. El gran jefe le hace ver a los demás que han sido engañados, comprobando que es un impostor. La interprete le explica a Memín que lo han descubierto y será derrocado de inmediato.
El negrito sale corriendo, tratando de perder a los pigmeos al treparse en los árboles, pero ellos tienen esa misma facilidad, y no tardan en apresarlo. De vuelta en la aldea, lo arrojan a una olla de aceite hirviendo, sin prestar atención a sus suplicas de piedad.
Memín empieza a sentir el calor cuando despierta de su sueño, producido por comer tanta carne de zebra, aclarando que todo era fantasía, desde el punto en que los pigmeos, por lo general, no son caníbales, y que el piquete de la tse-tse, es algo más grave que sólo quedarse dormido. Sin embargo, hay una incoherencia aquí desde que ya habían sido vigilados por los pigmeos desde antes de irse a cazar zebras, confundiendo la realidad con la fantasía de modo que el lector ya ni sabe desde que momento lo tantearon con que todo fue otro sueño mafufo de Memín, que acabó igual que el anterior (pero al menos ahí si sabíamos que era un sueño desde el principio).
Les cuenta a sus amigos de su loco sueño, y ellos le encuentran gracia. En eso, aparecen los pigmeos de verdad. Memín entra en pánico, pero le explican que los pigmeos son gente amable y hospitalaria, que han venido a ayudarles. Los conducen a la aldea, pese a que Memín se muestra desconfiado en todo momento, seguro de que no tardarán en echárselos al plato. Irónicamente, en la aldea de los pigmeos, el patriarca es idéntico al gran jefe del sueño de Memín, incrementando aun más su desconfianza, al grado de ni atreverse a probar los alimentos de carne que les ofrecen. Son bien atendidos, y ya con más confianza, Memín les concede el “honor” de verlo realizar el “cuchi cuchi”.
El patriarca ofrece dejarles algunos miembros como cargadores, guiándolos a la población más cercana, y Don Samuel acepta de buen agrado. El viaje prosigue, llegando a un punto peligroso. Para tomar un camino que los acerque más a su medio para volver a casa, deben cruzar el desfiladero de una alta montaña, demasiado angosto, en el que un paso en falso significa la muerte. Uno de los pigmeos no tarda en dar una demostración, cayendo al vacío. Esto pone nerviosos a los cuatro muchachos, que vacilan cuando les toca el turno de cruzar. Don Samuel los anima, recordándoles el valor del que tanto presumían, y así van pasando uno por uno. A Memín es a quien le cuesta más trabajo, preocupando y poniendo nerviosos en extremo a los demás, pero finalmente, gracias a las porras de sus amigos, consigue cruzar a salvo. Todos se desmayan, habiendo sufrido mucho por su culpa, y al volver en si, le hacen ver que estuvo a punto de caer más de una vez por insistir en caminar con los ojos cerrados, provocando que él también se desmaye momentáneamente. Habiéndose aproximado lo suficiente a una población, los pigmeos se retiran, ya que no les va bien en las ciudades, despidiéndose de los expedicionarios. Aprovechando un río cercano, Don Samuel y los chicos deciden meterse a éste para relajarse tras tantas emociones. La pasan muy bien, pero a Don Samuel le da un calambre y al sumergirse, queda atrapado en unas plantas acuáticas. Memín advierte del peligro, y se sumergen para ayudarlo. Desesperado por el ahogamiento, Don Samuel se aferra a Ernestillo y Carlangas, negándose a soltarlos. Memín toma una roca y lo golpea en la cabeza, dejándolo desmayado para que suelte a sus amigos y facilitar el liberarlo. Ya en tierra, Don Samuel vuelve en si y les agradece por haberle salvado la vida nuevamente. Memín dice uno de sus comentarios fuera de lugar y recibe los coscorrones acostumbrados, pero esta vez se los devuelve a los tres.
El viaje de regreso del África será más difícil de lo que pensaban, pero ya es algo que se verá la próxima vez.

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