sábado, 15 de agosto de 2009

Memín Pinguin #224-229

Creyéndose lo suficientemente preparado para la vida tras su estancia en África, Memín manda los estudios por un tubo. Como consecuencia, Eufrosina enferma de gravedad y convalece en el hospital, peligrando su vida, para la angustia de su hijo irresponsable.

Los amigos de Memín se preparan para el regreso a clases, emocionados. Pero el negrito no lo está, mostrándose flojo cuando Eufrosina lo levanta. En la escuela, cuentan a sus compañeros de su experiencia, y al llegar Memín, menciona como detesta que no le hayan recordado lo que les esperaba al volver a México para quedarse en África más tiempo. El profesor Romero los recibe tan afablemente como siempre, esperando que puedan ponerse al corriente tras haberse ausentado tanto. Memín pide la palabra cuando está por comenzar con la lección de Geografía, presumiendo de saber lo necesario por haber andado en el continente negro, pero no capta ni un solo dato informativo, limitándose a hablar sobre su sueño loco de los pigmeos caníbales. Pasa a contar otras cosas que no vienen al caso, y acaba por declarar que no cree necesario el estudio, porque igual hubiera pasado por lo mismo sin ninguna diferencia. El profesor pregunta a sus amigos si comparten su opinión, pero ellos si se mantienen firmes a los ideales indispensables de recibir educación que los prepararán bien para el futuro. Memín admite que sólo va porque su má linda lo manda, pero con todo, el profesor Romero lo regresa a su asiento para seguir con la lección. Le da por hacer dibujos en su cuaderno mientras el maestro anda dictando, y no tarda en llamarle la atención. Romero le ordena que se retire del salón si no tiene ánimos de estudiar como los demás, y Memín tiene que obedecer, pero sin mucha pena. Le preocupa que Eufrosina lo regañe al volver tan temprano por esa razón, pero se reanima al acordarse de Don Samuel, ocurriéndosele ir a visitarlo y proponerle realizar otro viaje juntos. Va hasta su residencia, pero el mayordomo le comunica que el anciano se ha ido a descansar unos días a su casa de campo y no sabe donde queda exactamente, desairándolo. Memín decide irse al callejón y jugar a las canicas con Torcuato, su amigo imaginario. Una vecina que lo miró al pasar por ahí, le va con el chisme a Eufrosina, quien de inmediato toma la tabla con clavo y sale en su busca. Memín logra divisarla en la distancia y se esconde justo a tiempo.
Sus amigos se preocupan por lo que ocurrió, y abogan por él ante el profesor, pidiendo que le permita volver al salón. Romero considera que el viaje ha perjudicado a Memín, pudiendo convertirlo en una mala influencia sí permanece con esa idea en la cabeza, pero acepta que regrese, con la condición de que vuelva acompañado de su madre. Ellos le prometen que así será y ellos mismos lo ayudarán a estudiar. Al volver Memín a casa, Eufrosina menciona lo que le vinieron a contar, y cuanto se enojó al saberlo. Pero como no lo halló jugando ahí, supone que si fue a la escuela, y Memín no se lo desmiente. Se pone a comer cuando llegan sus amigos, dispuestos a cumplir su cometido. Memín disimula para que Eufrosina no sepa que lo echaron del salón, y ellos le echan en cara su cobardía. Ignorando su petición de no decir nada, cuentan a detalle a Eufrosina lo ocurrido, conscientes de que es por su bien. Memín recibe una buena regañiza y los tablazos bien dados. Al día siguiente, los dos se presentan ante el profesor Romero. Eufrosina pide que lo deje volver, asegurando que ha aprendido la lección y el compasivo maestro acepta, esperando que pueda entrar en razón. Sin embargo, sus esfuerzos resultan en vano y Memín persiste en ser más flojo que nunca. Durante las sesiones de estudio con sus amigos, no deja de distraerse, pensando en otras cosas, y ellos inmersos a su vez en su labor, no tienen tiempo de insistirle más, dejando que luego sufra las consecuencias de su pereza. Eufrosina cree ingenuamente que su hijo estudia duro al verlo cansado, pero no es más que la expresión del aburrimiento que le ocasiona el estudio que ni toma en serio. Llega el día del examen general, donde los cuatro se la ven difícil. Pero a Memín se le ilumina la cabeza, creyendo ser lo bastante listo para responder la preguntas, en una forma que hace homenaje a las comedias mexicanas del ayer y hoy, empleando el vicio del lenguaje.
Presume ante sus compañeros haber terminado la prueba primero, sorprendiendo a Romero, que no se lo esperaba. Al salir de clases, sus amigos dan sus impresiones, admitiendo que no estudiaron lo suficiente por el tiempo que perdieron (vamos, es una prueba de primaria, no está tan difícil como para que una semanita no baste para ponerse truchas), y Memín sólo se da importancia, creyéndose superior a ellos, tanteándolos porque nunca lo vieron estudiar. En su casa también presume haber acabado primero, poniendo muy contenta a Eufrosina, que no entiende que eso no siempre significa que uno sea el más aplicado. El profesor Romero califica las pruebas, y al ver la de Memín, le halla gracia al principio, pero luego se escandaliza ante la demostración de tanta ignorancia y carencia de interés por aprender. Consulta con el director, que comparte su opinión y propone la expulsión del flojonazo. Romero le pide que no tomen esa medida sin darle una oportunidad, asegurando que aun hay tiempo de que el negrito vuelva a tomar en serio los estudios y él se encargará de ello.
Al siguiente día, entrega los resultados de las pruebas y las respectivas calificaciones. Memín sigue hinchado de orgullo, burlándose de sus amigos, que apenas sacaron 7 y 6, siendo advertidos por Romero sobre las consecuencias de haber dejado pasar tantos días sin estudiar. Pero cuando le llega su turno, dejándolo para el final, resulta que él tiene puros ceros. A continuación, el maestro lee en voz alta algunas de sus ocurrentes y completamente fuera de lugar, respuestas, provocando la risa entre sus compañeros. Humillado y regañado por sus amigos, enormemente decepcionados de él, Memín se indigna, poniéndose majadero. Le entregan su boleta para que le firme Eufrosina, y en el camino a casa, se le ocurre alterar las calificaciones, convirtiendo los ceros en dieces. Al entrar, la encuentra tendida en la cama, suponiéndola enferma, pero ella disimula, diciendo que sólo está descansando. Memín le muestra las calificaciones alteradas, y Eufrosina llora de felicidad por sentir a su hijo tan inteligente y aplicado. Los remordimientos atormentan a Memín, pero se esfuerza por dejarlos de lado, atendiéndola para que siga descansando. Al día siguiente, entre clases, Memín sigue lepero con sus amigos, exhibiendo su boleta firmada (por un garabato, ya que Eufrosina no sabe escribir), a pesar de las malas calificaciones, que ya ha corregido para que vuelvan a ser ceros. Pero entonces ella llega a interrumpir las clases, muy contenta y orgullosa, con el propósito de perdió permiso para llevárselo a comprarle un premio. El profesor Romero se da cuenta de la vacilada que le dieron, y manda a llamar a Memín al frente a comparecer. Le muestra las calificaciones a Eufrosina, que pide una explicación al ver que no son las mismas de antes. No teniendo otra opción, el negrito admite que la engañó, rompiéndole el corazón y humillándola ahí mismo.
Más triste y decepcionada que enojada, por sentir que se burló de ella, Eufrosina toma con brusquedad a Memín, sacándolo del salón. Romero indica a sus alumnos que tomen nota del ejemplo de a lo que llevan las mentiras, señalando especialmente a sus amigos, que si mostraron las calificaciones tal por cuales a sus padres, aunque los avergonzaran. Expresan su lamento por lo bajo ha caído Memín.
Después de darle de tablazos, Eufrosina llora amargamente y se tiende en la cama tras tomar unas medicinas. Memín comprende que algo le sucede, pero ella no dice nada, rechazando sus atenciones y diciendo que ha perdido al hijo que amaba. Por más que Memín intenta resarcirse al verla tan destrozada, nada consigue para componer su estado de ánimo. Le sirve la comida, pero ella dice no tener hambre, y luego lo manda a dormir en la silla. El panorama se pone peor para Memín al día siguiente, ya que en cuanto llega, Romero le ordena salir del salón, decidiendo que no lo admitirá más después de lo que ha hecho. Sus suplicas son inútiles y el maestro se muestra inflexible. Entristecido, Memín se despide de sus amigos e intenta una vez más conmover al educador. Romero le dice que podrá volverlo a aceptar si hay un cambio en sus calificaciones, lo que tendrá que demostrar con el tiempo, dándole un poco de esperanza y poniéndolo tan cariñosamente efusivo sin que pueda detenerlo. Esta vez no lo manda a primero, sino a otro salón del mismo grado, donde le toca una maestra entrada en años que habla con puros diminutivos, demasiado melosa, pero a Memín le sienta bien, remedándola sin que lo reprenda. Romero aconseja a sus amigos que por un tiempo, no lo busquen ni lo contacten, ya que así lo harían sentirse forzado a volver a estudiar, como sucedió antes, y la mejor forma de que reaccione, es dejarlo salir adelante por su cuenta. Ellos se comprometen, aunque lo lamentan mucho.
En la casa, la comida ya está servida, pero cuando llega Eufrosina, cargada de medicinas, no quiere comer, todavía muy molesta con él. Memín no lo soporta y le ofrece la tabla de clavos para que le pegue hasta cansarse, con tal de que no siga enojada, pero ella se ha quedado dormida. Reparando en las medicinas, pregunta de que está enferma, mas Eufrosina no quiere decirle nada, únicamente mencionando que le duelen los riñones. Memín saca un libro de texto para informarse sobre que son los riñones, y al leer que son las glándulas secretoras, cree que se refiere a las anginas que no pueden decir los secretos. Recordando como ella lo ha tratado a él, se encarga de preparar todo para curarla. Eufrosina no hace intento de detenerlo, dejando que le administre los inútiles remedios para un mal que no tiene en ese momento. Luego, se pone a delirar, preocupando a Memín al decir que tiene otros cinco hijos, entre otras incoherencias. Preocupado, Memín acude con la vecina, para que le ayude a revisar su estado. Viendo que está muy afiebrada, ella recuerda que la ha notado enferma los últimos días, sugiriéndole ir con el doctor Sánchez (que ya ha salido un par de veces, pero nunca nos dijeron su nombre hasta ahora). Memín va a su domicilio, dejando a la vecina cuidando de Eufrosina. El medico estaba comiendo en ese momento, pero atiende al negrito de todos modos. Cuando éste le cuenta las curaciones que le aplicó, le hace ver su falta de conocimientos al confundir el remedio de las anginas con los riñones, que no tienen relación alguna. Menciona que también hay posibilidad de que su estado se agravara por el fuerte disgusto que él le provocó. Como él se justifica con su necedad de no seguir estudiando, le señala su grave error, para después darle una receta y apuntar a Eufrosina para revisarla a primera hora. Memín corre a casa cargando las medicinas, comentando a la vecina que en vez de darle a tantas horas como indica la receta, se las dará todos de una vez, mas ella le dice que así sólo la mataría. Lo deja solo para irse con su familia y el negrito da rienda suelta a su llanto, sabiéndose responsable del malestar de Eufrosina. Ella sigue delirando, y a la mañana siguiente, después de revisarla, el doctor informa a Memín que su condición es grave, ya que uno de sus riñones está fallándole y requiere atención en un hospital. Promete hacer los arreglos con la institución a la que está afiliado para que la reciban y anima a Memín a ser valiente en caso de que ocurra lo peor. Memín reza ante la Virgen de Guadalupe, pidiendo por la curación de su madre, comprometiéndose a estudiar y volverse el mejor de la clase si se salva. Luego, vienen los de la ambulancia a llevarse a Eufrosina, aunque con trabajo, porque es muy pesada. Ella ya empieza a reaccionar y logra echarle la bendición a Memín antes de que se la lleven. Memín no se conforma y les suplica que lo dejen ir con ella en la ambulancia. Aunque va contra las normas, su insistencia los conmueve y se lo permiten. Así, logra llegar hasta el hospital, escondiéndose debajo de la cama de Eufrosina. Escucha a los médicos que la están examinando, y considera que si la cama no resiste el peso de ella, podría morir aplastado, pero eso seria un honor para él (¿eso amor filial del bueno o que?). Cuando le traen la comida a la anciana enferma de junto, ésta se encuentra muy débil para tomarla, así que Memín se aprovecha, devorándolo todo. Se queda dormido bajo la cama un rato, despertando cuando el doctor y la enferma se disponen a sacarle sangre a Eufrosina, batallando para hallar una vena en su regordete brazo. Memín sale a “defenderla”, ignorando la política de que no se permite a los familiares andar con los enfermos fuera de los días y horarios de visitas. Apremia a Eufrosina para que se vayan, pero ella está muy débil y pronto se desmaya. El doctor se muestra comprensivo y se lleva a Memín para explicarle lo que pasa. Le indica que harán lo posible por salvar el riñón dañado, aunque eso implicará una operación delicada. Ofrece darle un pase para que pueda visitarla diariamente, y Memín se marcha, deprimido. Trata de quedarse fuera del hospital, pero el tiempo pasa y empieza a cansarse y tener frío. Vuelve a la casa, comiéndose un pan duro y se echa una siesta, soñando con él y su má linda, volando con alas sobre las nubes.
Despierta al oír que están cantando las mañanitas, y por unos niños se entera que es día de las madres. Compra unas rosas y se dirige con alegría al hospital, pero encuentra la cama vacía. Supone que ella ha fallecido, echándose a llorar. Viene el medico del otro día, reconociéndole y haciéndole saber que sólo la llevaron a tomarle una radiografía. Lo conduce al comedor para que pueda tranquilizarse, y al entrar en confianza, Memín se pone a contarle de sus aventuras en África, Luego, con Eufrosina de nuevo en su cama, le deja las flores que le compró, y ella le indica en donde guarda dinero ahorrado, para que lo invierta en gastos emergentes. Al preguntarle si ha comido, menciona a la anciana de junto que le “convidó”, y al voltear a su cama, la mira vacía. Le pregunta el doctor en donde se encuentra y lo entera de que falleció en la noche, pero no de hambre como él se apresura en suponer, sino de la vejez, así que es un remordimiento que Memín no cargará. Volviendo con Eufrosina, ella aclara que ya no está enojada con él, pero aun muy apenada por su renuencia a estudiar, pero él promete que se volverá catedrático. Le da más recomendaciones y que vaya con sus amigos, pero Memín aclara que tiene rato sin verlos.
Sus amigos están preparándose para celebrar a sus respectivas madres en su día, confeccionando regalos y concertando un evento como el de las vez pasada (y cuando pasó ese aun estaban en sexto, y así seguirán, me temo). Resienten la ausencia del negrito, suponiendo que esté enfermo o le dieron muy duro con la tabla. Ernestillo tiene un presentimiento y decide pasar a la casa de Memín para ver que le sucede. Una vecina la avisa que Eufrosina está internada, y en eso, divisa a su amigo llegando al barrio. Memín se aferra a Ernestillo, deshogando toda su angustia con su ayuda. Al contarle sobre el tipo de operación que le harán, Ernestillo sugiere que le hagan un transplante de riñón, que es un avance de la ciencia medica en aquel entonces. A Memín le parece buena idea y toma su recomendación de poner un anuncio en el periódico para solicitar a alguien que ofrezca vender su riñón (a pesar de ser más listo, Ernestillo ignora que no es así como se hace el proceso de los donación de órganos y sólo pagan por ellos en el mercado negro, pero en fin).
La espera del riñón para Eufrosina traerá un cambio favorecedor para la situación de Memín.

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