martes, 14 de julio de 2009

Memín Pinguín #70-78

Memín y sus amigos pasan las vacaciones en la hacienda que fue heredada a Ernestillo, atendiendo negocios en lo que disfrutan del ambiente entre indios y rancheros.

La muerte de Don Teodoro es sentida especialmente por Ernestillo, pero sus amigos logran animarlo, recordándole que le ha dejado una hacienda en la que nada pierde por ir a conocerla. Los cuatro se deciden visitarla durante las vacaciones y le avisan al maestro sobre sus intenciones, después de que éste les da el pésame. Ricardo comenta que su padre ya ha ofrecido el transporte para todos, pero Romero les advierte que para ganarse el viaje deben sacar buenas calificaciones. Reconociendo que Memín es el único que podría no cumplir el requisito, se encomienda a Ernestillo para que lo ayude a estudiar. Los cuatro estudian con ahínco, siendo obviamente Memín el que más negras se las ve, ya que no le entra nada. Al llegar el día en que dan las calificaciones, el maestro anuncia al que sacó sobresaliente y Memín no duda en ponerse de pie, hasta que le aclaran que ese fue Ernestillo. Una vez que dan los promedios respectivos de Memín, protesta ante los números tan bajos, alegando que estudiar no sirve de nada. El maestro lo pasa al pizarrón para que haga la cuenta típica de los promedios (si, lo confieso, no le entendi nada, he olvidado ese nivel de matematicas), que indica que si sacó excelentes resultados en sus últimos exámenes, mas al unirse a las calificaciones pasadas, se reduce, pero manteniendo la cantidad minima, por lo que ha aprobado. Ya contentos todos, ofrecen al maestro que los acompañe, pero él ya tiene planes y les pide que se diviertan. Se despiden amablemente, aunque Memín se pasa de efusivo. Ricardo comunica a su padre que la madre de Memín y el padre de Ernestillo (que tiene permiso del hospital aun cuando no se acaba de recuperar) irán con ellos, cubriendo suficiente supervisión adulta. Como siempre, Mercedes trata de poner pretextos para que no vaya o la dejen ir, pero Rogelio la reprende e insiste en que Ricardo irá a la hacienda sin su sobreprotección.
Carlangas lamenta que Isabel no podrá acompañarlo ya que aun no le tocan sus vacaciones, pero asegura que al recoger las chivas y venderlas sacarán dinero para darse unos lujos. A su vez, Eufrosina agradece la oportunidad de salir de la ciudad. Con el padre de Ernestillo, el medico confirma que la estancia en aquel lugar contribuirá a su recuperación, dándole las recomendaciones necesarias para que se la pase tranquilo. Llega el día de la partida y con dificultad, consiguen acomodarse todos en el coche más grande, conducidos por Jaime, el chofer de los Arcaraz. Pasan horas así, amontonados, recorriendo kilómetros, hasta que encuentran un indio en el camino, a quien preguntan por la dirección precisa de la hacienda “La Puerta”. Éste les recomienda irse, ya que dicha hacienda está maldita y prosigue su camino. Concluyen que era un supersticioso, aunque Memín ya empieza a tener miedo. Eso da pie a un debate sobre la existencia de los fantasmas entre los niños y sus padres. Jaime cuenta una anécdota personal en que tuvo contacto con un fantasma, en la forma de un hombre al que dio transporte y luego desapareció misteriosamente. Eso hace que Memín se esconda bajo las piernas de Eufrosina, pero no hay tiempo de burlarse de su cobardía, puesto que no tardan en avistar la hacienda. Bajan el equipaje y pasan por un pequeño y desgastado puente, que Memín no esperaba que Eufrosina cruzara sin que éste se rompiera, pero resiste lo suficiente. Al ver el terrible estado del interior del lugar, entienden porque nadie ha querido comprarla. Eufrosina propone que entre todos la limpien y arreglen como mejor puedan, y pronto se ponen manos a la obra. Al terminar, los cuatro amigos van a nadar al río en lo que Eufrosina prepara la comida. Memín se aparta de ellos para hacer gracias y clavados que le salen mal, descubriendo un pequeño indio que lo espía desde los arbustos. Al detectarlo, se apresura a detenerlo antes de que pueda huir, reparando en su curiosa vestimenta. El indito se presenta como Chemita y Memín le propone cambiar sus zapatos agujereados por sus huaraches. Al aproximarse sus amigos, se los presenta, ignorando las protestas de Chemita para irse a terminar una faena. Le preguntan sobre la localización de la hacienda vecina, donde según el abuelo, se encontraba el amigo que cuidaba la suya al que deben darle los papales. Chemita los guía y son presentándoos ante Don Pepe, exponiendo su caso y revelando lo que pasó con el anciano. Le entregan los papeles que éste dejó y las notificaciones de lo que les legó, y el hombre empieza a tratarlos uno por uno. Le asegura a Ernestillo que nadie se ha interesado por la hacienda y que algunos de los animales han sido vendidos para pagar unas deudas relativas. Pese a todo, los lleva con los que quedan, para que puedan llevárselos si es su deseo. Las chivas, borregos y tercera generación de vacas respectivas, quedan en su poder. Agradecen a Don Pepe y piden a Chemita que los guíe de vuelta a la otra hacienda, pero éste también replica que está maldita y se han oído gritos y gemidos durante las noches. En eso, aparece la madre de Chemita, regañándolo por no haber extraído el aguamiel que le había encargado. Los amigos de Memín piden que no lo castigue y fue culpa suya, pero la mujer alega que es peor su marido, que siempre está borracho y enojado, desquitándose con los dos ante el más mínimo disgusto. Al mencionar la hacienda “La Puerta”, ella también les advierte de la presencia sobrenatural que vuelve locos a todos los que se acercan ahí. Les permite visitar a Chemita cuando quieran y se marcha. Después de la larga caminata con los animales, regresan a la hacienda, donde Eufrosina ya tiene lista la comida. Ingenuamente, dejan entrar con ellos a los animales, y estos no tardan en comerse todo lo que encuentran. Se ven obligados a echarlos fuera, siendo más tercas las chivas, a quienes Carlangas tiene que golpear. Rencorosas, éstas se disponen a arremeter contra ellos. Memín se da cuenta y pide a sus amigos que se aparten mientras echa a correr, eludiendo a las chivas que atacan por la espalda, mandando a los tres por los aires. Ricardo y Ernestillo quedan adoloridos por los golpes, quejándose con Memín por no haberles avisado. Carlangas cae en un pozo, sujetándose precariamente de una cuerda. Sus amigos intentan sacarlo, pero no tienen suficiente fuerza, hasta que Memín llama a Eufrosina para que los ayude. Después, los tres deciden darle otro cortón temporal a su amigo, para castigarlo por su egoísmo. Memín intenta congraciarse con ellos después de comer, pero siguen rechazándolo, yéndose a pasear por el amplio terreno. Se va haciendo de noche, y al acordarse de lo del fantasma, se apresuran a regresar. Habiéndose oscurecido por completo, se reparten las camas disponibles para irse a dormir, y poco después, en el exterior una figura blanca va acercándose. No tardan en oírse una serie de gritos que los niños escuchan, sacándolos de su sueño. Asustados, los cuatro se reúnen, dejando a los padres dormidos. Trayendo consigo el rifle que le legaron a Ricardo (no se ve en que momento se lo entregaron), se arman de eso y valor para investigar que está provocando los escalofriantes sonidos. Ven la figura del fantasma y corren a esconderse de nuevo en la casa. Dejan a Carlangas afuera sin darse cuenta, y una vez que superan su temor para aventurarse otra vez, éste los tranquiliza, señalando una colilla de cigarro recién tirada que encontró en el suelo. Con eso, suponen que lo que tienen es un ladrón y no un fantasma. Al verlo a lo lejos, creyendo que corre hacia ellos, Ricardo le dispara, derribándolo aparentemente.
Se le acercan, descubriendo que bajo la sabana que traía puesta encima, no era más que un indio, victima de los efectos de la borrachera, que es lo que en realidad lo hizo caerse y la bala no consiguió darle. El indio queda inconciente después de ponerse a cantar y bailar. Lo agarran y lo meten a la casa, amarrándolo para no escape y explique el porque se su presencia en la mañana.
Al recobrar la conciencia y hallarse amarrado, el indio despierta a todos con una sarta de groserías. Los niños se apresuran a explicarle a Eufrosina y al señor Vargas sobre lo que ocurrió durante la noche, y corren a atenderlo, no sin antes exigirle que se identifique. El indio, llamándose Juancho eventualmente, se muestra reacio a cooperar, pero pronto tiene hambre y decide comenzar desde el principio, contando su historia personal, que me temo que es casi completamente irrelevante para el caso. Resumiéndola en pocas palabras, consistió una serie de desgracias que lo llevaron a quedarse en la hacienda abandonada, donde tiene sus cultivos y se la pasa trabajándolos y dándose sus tragos de pulque (la sustancia alcohólica producida por el aguamiel extraído de los magueyes, un conocimiento cultural que no conocerían los lectores más jóvenes ni yo tenia idea, pero que cosas pueden aprenderse con esta revista) con frecuencia. Le permiten quedarse y recibir alimento decente a cambio de ayudarles con el cuidado de los animales en el tiempo que se queden ahí. Juancho les agradece aunque siente que no lo merece por su pasado y ser un borracho, pero que más da.
Un día, después de que Juancho ha ordeñado a las vacas, Memín tiene la ocurrencia de darse un baño en la leche, para comprobar si es verdad que eso podría volverlo blanco, según ha escuchado. Eufrosina llega y lo reprende por haber ensuciado la leche. Memín sugiere que la haga con chocolate para disimular, lo que no le cae en gracia, mas al decirle el porque hizo esa barbaridad, su madre pasa del enojo a la tristeza. Percatándose de su estado de ánimo, intentan disculparse por estropear la leche, pero lo que Eufrosina resiente es que él éste renegando de ser negro, que es lo mismo que avergonzarse de su madre. Arrepentido profundamente, Memín pide que lo perdone por esa grave falta hasta convencerla, y luego sale a buscar a sus amigos. Pasa por un lugar en el que los indios se juntan a comer, donde se encuentra Juancho, ocultando la jarra de pulque que estaba bebiendo. Al ver que comen tacos, Memín pide probar uno, pero como está hecho de pura salsa picante, agarra el líquido más cercano para librarse del ardor, echándose casi todo el pulque de Juancho, tomándolo por agua con sabor raro. Al salir de ahí, los efectos de la sustancia sobre su sistema comienzan a presentarse.
El negrito tiene alucinaciones con Floripondia, la fiel mula a quien no dejaba de extrañar, en las que ella le habla y lo invita a volar sobre su lomo por las nubes. Los amigos de Memín regresan con Eufrosina, que se extraña de que no los haya encontrado. No tardan en verlo, hablando solo y caminando sobre el techo, disponiéndose a “volar” con las alas que Floripondia le prestó. Le avisan a Eufrosina, que llega a tiempo para verlo caer en picada sobre un montón de pastura, lo que le permite salir ileso. Al acercarse para ayudarlos, perciben en su aliento que estuvo tomando, lo que para Eufrosina representa una gran vergüenza. Lo recuestan y al día siguiente, Memín ha olvidado todo, tomando la experiencia surrealista con Floripondia como un simple sueño. Al sentir los reproches de sus amigos, no comprende el motivo, y cuando estos le mencionan cuanto sufrió Eufrosina, va con ella, triste por no recordar que pudo haberla herido. Ella lo rechaza, tachándolo de ser un malvado y depravado, entre otras cosas, dejándole en claro que no lo perdonará. Durante el desayuno, todos lo ignoran y Memín va sintiéndose todavía más desgraciado. El señor Vargas intenta hablar con él para aconsejarlo, ya que él ha estado en esa posición, mas Ernestillo se asegura de alejarlo, dirigiéndolo con los demás al exterior. Memín sigue lamentándose cuando Juancho se le acerca, intrigado. Comprende que todo se debe al pulque que tomó de él sin saberlo. No pierde tiempo, arriesgándose a que lo corran, y va con Eufrosina para hacerle saber la verdad, que Memín tomó pulque por accidente y todo es culpa suya. Ella se lo agradece y luego vienen los amigos de su retoño, que no pudiendo resistir su situación, le suplican que perdone a Memín, aunque ya no hace falta. Ella se conmueve y les explica lo que acaban de contarle. Ya todos aliviados, corren a reconciliarse con Memín, recuperando la armonía.
Reunidos nuevamente los cuatro amigos con Eufrosina y el señor Vargas, salen a pasar el tiempo afuera. El señor Vargas expresa su aflicción por haberse provocado ese estado lamentable (del que casi se libra, aunque aun falta tiempo), y Ernestillo le reitera que ya no importa y todo está bien. Memín y Eufrosina se quedan a parte, descansando bajo un árbol. Cuando ella se pone a dormitar, Memín distingue a un gusano paseándose por su cabeza y le avisa, obteniendo una reacción predecible. Eufrosina grita y se quita el gusano echándose al río, demostrando poder nadar bien pese a su masa e invita Memín a montarse sobre ella. Cuando regresan a la hacienda, van pensando que harán con sus animales, ya que no pueden llevárselos a la ciudad y se aproxima la hora de su partida. Van a consultar con Don Pepe, que empieza tratando a Ernestillo, ofreciéndole una cantidad para rentar la hacienda hasta que encuentren un mejor comprador (lo que es improbable), pero eso es más que suficiente para lo que él necesita y acepta el trato. Luego pasa a comprarle sus animales a los demás, y cada quien ya tiene pensado en que emplearlo. Le agradecen y se despiden de él, aunque Memín lo hace en forma excesiva nuevamente (diría que es muy expresivo). Memín va al jacal donde Chemita vive para despedirse de él. Lo encuentra haraganeando sobre el techo y se le une, poniéndose a conversar. Al negrito se le ocurre decirle un montón de mentiras sobre proezas que nunca ha logrado para impresionarlo, creyendo que al ser un indito ingenuo se tragara todo lo que le diga. Chemita da justo esa impresión y le invita a participar en jaripeo, montando un caballo salvaje y resistir lo suficiente para ganar una buena cantidad de dinero, que es algo que él también tendrá que realizar por exigencias de su padre. Memín se muestra renuente a hacer algo tan peligroso, pero para no quedar mal, se compromete a hacerlo. Sale al encuentro de sus amigos para comentarles sobre la peligrosa empresa de la que no cree salir con vida. Carlangas y Ricardo están jugando con el rifle y la resortera, y deciden empezar a apuntarles a los pájaros. Ernestillo objeta, alegando que no tienen derecho a lastimar a los animales en forma tan injusta y lo cortan por blandengue. Memín se pone de parte de su amigo y comparte con él el dilema que enfrenta. Mientras, Ricardo y Carlangas consiguen derribar un pájaro, pero al escuchar sus quejidos, se arrepienten de lo que han hecho. Tratan de darle una muerte piadosa, pero no se atreven. Vuelven con Ernestillo y Memín para disculparse y pedirles ayuda para curar al ave, mas es demasiado tarde y ésta expira por el dolor. Lo entierran y prometen no volver a hacerlo y ya vuelven su atención al problema de Memín, dándole sus condolencias por adelantado. Al escuchar sobre el jaripeo, Eufrosina decide ir, aunque no le dicen nada sobre en lo que participará Memín. Una vez que se ha puesto el traje de indito que le prestó Chemita, le pide su bendición a Eufrosina y se prepara para jugarse la vida. Enfrentando su temor, le toca montar al animal primero. Eufrosina tarda en reconocer a su hijo que se debate encima del incontrolable potro. Memín cae al suelo, dándose un tremendo golpazo contra el suelo. Chemita se burla de su desgracia, señalando el chipote que le salió en la cabeza. En eso, llega Tiburcio, el padre de Chemita, mostrándose furibundo a causa del estado de ebriedad. Su mujer suplica que no haga a su hijo meterse en eso, pero éste la golpea, exigiendo que respeten su voluntad, y amenazando con hacerles pagar a ambos si no ganan el dinero. Los amigos de Memín confortan a la mujer, asegurando que a lo mucho acabará golpeado como él, Eufrosina se recupera de la impresión que recibió y Memín se reúne con ella, a tiempo para ver como Chemita es el siguiente en montar el potro y es derribado prontamente. Los dos indios lloran, sabiendo lo que se les viene. Carlangas decide intervenir, aceptando participar para ganar el dinero para ellos. Consigue su cometido, montando y resistiendo al animal hasta que éste se calma y luego les ofrece el dinero. La madre de Chemita lo toma y le agradece, pero no piensa dárselo a su marido, decidiendo emplearlo para irse a la ciudad con Chemita, harta de sus abusos constantes. Cree poder encontrar algo en que trabajar para subsistir, pero lo principal es alejarse de Tiburcio lo más pronto posible, aprovechando que volvió al jacal para dormir. Memín está despidiéndose de Chemita, confesando que le dijo puras mentiras, pero el indito le aclara que nunca le creyó nada, desconcertándolo.
Envían a Memín a que verifique si Tiburcio está dormido para que la señora entre a recoger sus cosas. Comprueba que así as, pero luego Chemita insiste en ir también, para verlo por última vez, haciendo ver que quiere a su padre, ya que solo es malo cuando está ebrio (y lo está casi todo el tiempo). Memín acepta acompañarlo, aprovechando para recoger su ropa que le dejó. Cuando él ya se ha cambiado de ropa, rompe un jarro accidentalmente, que despierta al borracho. Éste demanda una explicación a su presencia y lo toma por ladrón. Memín le espeta que su esposa y su hijo lo abandonarán, aturdiéndole para darle la oportunidad de echarse a correr, pero Tiburcio sigue su rastro. Sus amigos los ven acercarse y apremian a la mujer a irse corriendo con Chemita rumbo a la estación de trenes. Memín trata de hacerle la zancadilla a Tiburcio, pero acaba pisoteándole el pie. Sus amigos lo enfrentan y Memín los apoya con una punta de maguey, clavándosela por detrás. Con sus esfuerzos unidos, consiguen derribar al hombre, dirigiéndose a la estación para asegurar la huida de Chemita y su madre.
Ricardo le deja su dirección a la mujer en caso de que no encuentre trabajo para que pida ayuda en su casa, y ella vuelve a agradecerles. Memín acompaña a Chemita al baño, pero quedan encerrados por dentro. El tren está a punto de salir y Memín teme acabar yéndose con ellos. Carlangas regresa al tren, justo a tiempo para avisar que su amigo está a bordo, mientras Ricardo y Ernestillo corren detrás a un lado de las vías. Una vez habiéndolos liberado, el conductor anima a Memín y Carlangas a saltar, aprovechando que el tren todavía no marcha rápido. Memín se trepa sobre su amigo, muy asustado para intentarlo, pero Chemita acaba empujándolos a ambos, propiciándoles una caída poco favorecedora. Ricardo y Ernestillo corren para ayudarlos a reaccionar. Memín se hace otro chichón, pero fuera de eso se encuentra en tan buen estado como Carlangas. Habiendo resulto el problema, regresan y hacen los preparativos para irse. Se despiden de Juancho, a quien dejan recomendado para que siga trabajando en la hacienda y él les agradece a su vez, reiterando su juramento de no volver a emborracharse.
Ya en sus casas, cada quien presenta el dinero que han conseguido y lo que harán con él. El padre de Ricardo concuerda con él en usarlo para reponer su bicicleta que vendió para pagar las medicinas del anciano. Carlangas expone a Isabel su intención de comprarle un abrigo, mientras Memín ofrece a Eufrosina conseguirle una lavadora que le ahorra mucho el trabajo. Ernestillo planea usar lo suyo para renovar la carpintería.
Al volver a clases, le cuentan todo lo que vivieron al profesor Romero, justo a tiempo para el inicio de la siguiente secuencia.

3 comentarios:

  1. Que gachos los amigos de memin, pensando que memin dijo “voy a emborracharme porque si” sin causa ni motivo. Y peor eufrosina que lo conoce mas y también pensó igual. El unico que lo comorendio fue el papá de ernestillo y cuando señaló que el también fue borracho, a el lo justifican. Que manchados todos con memin

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  2. Curioso que aquí chemita y su madre se van, y como 100 números o mas después vuelven a salir, a pedir trabajo con Ricardo. Pues si que tardo mucho el tren en llegar a la capital.

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    1. Mas bien yo pienso que la Mama de Chemita al llegar a la capital ha de haber trabajado en algunos lugares, pero ninguno de ellos le convenia y es cuando decide presentarse a casa de Ricardo, y como el tiempo ha pasado en un principio los muchachos ya no la reconocen.

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