Memín y sus amigos descubren el mapa de un tesoro, aventurándose hasta llegar a Acapulco para encontrarlo, viviendo una serie de truculentos incidentes, sin considerar la preocupación y angustia en que sumirán a sus respectivas familias.
Con el maestro Romero en su luna de miel, los cuatro amigos no tienen que asistir a clases y se empeñan en estudiar juntos mientras tanto, excepto Memín, que flojea y se distrae, como siempre. Un día, después de haber estudiado demasiado, salen a jugar béisbol en un llano cercano a una casa abandonada. Memín golpea la pelota, enviándola a la casa sin querer, y rompe un vidrio. Se atreven a entrar para recuperarla, dudando de si en verdad no hay nadie ahí. Memín se pone a temblar y el polvo de la estancia lo hace estornudar, provocando que un viejo armario le caiga encima. Sus amigos lo levantan, descubriendo que no se hizo daño. Unos papales cayeron del armario y Memín los recoge, interesándose en uno que toma por el plano de un panteón. Sus amigos lo curiosean, comprendiendo que en realidad se trata del mapa de un tesoro. En los demás papales, hay una nota escrita hace mucho tiempo, en que un tal “Conde de Montecristo” invita a quien encuentre el mapa, hacerse con su tesoro, el cual contiene todas sus riquezas, que escondió en una isla, en espera de que quien lo tome podrá probarles su autenticidad ante aquellos que se burlaban de él (muy bien, creo que sí Memín y sus amigos conocieran la obra literaria que presenta este personaje, se habrían ahorrado muchos de los problemas que seguirían). Consideran la posibilidad de ir en busca de ese tesoro, pero Memín se pone egoísta y codicioso, alegando que éste le pertenece ya que fue él quien encontró el mapa. Tiene lugar una discusión en que acaban cortándolo, haciendo que pronto reflexione y corra a disculparse para que juntos unan fuerzas y vayan por el tesoro. Cuestionan que el autor del mapa bien podría ser un loco, pero su mentalidad infantil les gana para decir que nada pierden con hacer el intento (si, como no). Empiezan a hacer los planes, tomando como primer destino Acapulco, donde podrán embarcarse a la isla mencionada en el mapa. Ricardo tiene suficiente dinero en sus ahorros para costear todo el viaje, pero tendrían que ir solos, ya que sus padres no se los permitirían. Hacen un juramento de silencio, sellado con su propia sangre y letra. Con el dinero de Ricardo y aportando los demás lo poco que tienen, confirman su juramento y acuerdan reunirse a medianoche para partir. En lo que resta del día, cada uno siente profundo pesar de dejar a sus padres que ni sospechan, pero el compromiso y el temor de que los demás los tachen de cobardes les impide retractarse. Llega la hora y se reúnen, dispuestos a dirigirse a la terminal de autobuses. Para ahorrar dinero, pretenden que Memín pague con boleto de niño, aprovechando su estatura, pero a él no le agrada la idea ya que se cree muy hombre. Ese intento fracasa y el mismo Memín acaba por quemarse, contento de que al fin alguien concordara con su replica particular al señalar su estatura. En sus casas, los padres no tardan en descubrir las notas que les dejaron, teniendo su propia forma de reaccionar. Mercedes se angustia por Ricardo, como es su costumbre, pero Rogelio lo toma con calma, asegurando que son cosas de juventud que él comprende muy bien y que volverán cuando se les acabe el dinero. Isabel se lamenta con una vecina, consternada porque Carlangas se empeñara en ir por esas susodichas riquezas para que no tenga que trabajar más. El señor Vargas siente nostalgia, reconociendo que hizo lo mismo a la edad de Ernestilllo, recibiendo una paliza que no dudará en heredarle en cuanto vuelva. Eufrosina tiene que recurrir a una vecina para que le lea la despedida de Memín y luego se pone a rezarle a la Virgen, pidiendo por su regreso para poder darle sus merecidos tablazos.
Los cuatro amigos duermen durante el trayecto, pero son despertados por el inspector para que verificar sus boletos. Al hacer ver que viajan solos y sin un permiso por escrito de sus padres, amenazan con bajarlos en Iguala. Consiguen salir de este predicamento al despistar al inspector, pretendiendo jugar a la roña, internándose en el monte. El inspector descubre que han huido y decide no decir nada para que no le cueste el empleo. Los cuatro se alejan rápidamente y Memín lleva consigo una bolsa de tortas que le robó a alguien.
En el monte, no tardan en cansarse de tanto caminar y deciden detenerse para echarse una siesta. Se quedan dormidos, ignorando que una serpiente de cascabel es atraída por sus ronquidos, empezando a deslizarse por encima de ellos. Ernestillo y Carlangas despiertan primero, resistiendo con dificultad el caer en el pánico al advertir a la viperina criatura. Siguiendo la idea de que a las serpientes les gusta la música, se ponen a cantar, consiguiendo que el reptil se relaje. Ricardo despierta, y después que le explican cantando que no grite, les sigue la corriente. Memín, sonámbulo, se deja contagiar por sus canciones y se une a la serpiente para bailar. Tropieza y con su caída hace que ésta huya. Sus amigos se desmayan de la impresión y él se reincorpora sin entender que ha pasado. Cuando se lo explican, se desmaya también al saber que estuvo tan cerca de una víbora. Ya tranquilos, se ponen a comer las tortas y luego empieza a oscurecer. Después, encuentran una choza abandonada y deciden pasar la noche ahí. La inquietud no les permite dormir y Ernestillo sugiere leerles para facilitarlo, pero no tienen más material impreso que el periódico que venia con las tortas robadas. En éste, revisan la nota sobre un fugitivo de la ley conocido como “El Cacarizo”, que no es la primera vez que consigue escapar, habiendo asesinado para conseguirlo. La nota pone muy nervioso a Memín, pero sus amigos creen que son exageraciones de los medios y sienten que ahora sí podrán dormir. Al final, los cuatro consiguen conciliar el sueño, ignorando que desde el techo la espantosa cara del fugitivo los observa. Memín tiene un sueño vivido en que sufre un accidente y despierta de pronto, descubriendo el rostro del asesino. Se espanta y despierta a sus amigos, consiguiendo contagiarlos con su temor. Ante la proximidad de unos pasos cercanos, se encojen en sus cobijas, tratando de permanecer inmóviles. No tarda en aparecer el fugitivo, a quien reconocen. Éste exige saber quien los mandó tras su pista y al acercarse a Memín, lo toma como un mal augurio.
Procede a delirar, refiriendo a deidades paganas a quienes honrará con el sacrificio de los cuatro, para quitarse la mala suerte. Viendo que está chiflado y no tiene buenas intenciones, los cuatro se unen para atacarlo, pero es muy fuerte para ellos. Memín es arrojado hacia la ventana, y al asomar la cabeza del fugitivo, ésta se cierra sobre su cabeza. El negrito aprovecha para asestarle un fuerte golpe en la cabeza con una pala. Habiéndolo vencido, salen corriendo (¿que? ¿sin buscar un telefono para cumplir su deber civico y dar un pitazo a la policia sobre la localización del fugitivo?), regresando a la carretera, donde se resignan a esperar que pase alguien que pueda llevarlos.
Escuchan una serie de quejidos cercanos, provenientes de una perra herida que está en los huesos. Consiguen aliviar su dolor y poco después, consiguen el pasaje que esperaban, sobre una carreta que lleva paja. Al abordarla, observan que la perra va en pos de ellos. Memín, que se encariña con ella y le pone el nombre de “Huesitos”, sugiriendo que la dejen acompañarlos, pero los otros creen que será un estorbo. Conforme son llevados en la carreta, Huesitos no deja de seguirlos, pese a que aun resiente su pata herida y el efecto de los rayos solares. Acaba desmayada sobre la carretera y no pueden más, compadeciéndose. Carlangas baja y la carga para que venga con ellos. El dueño de la carreta los deja a dos pueblos de Acapulco, y pronto consiguen que les den aventón en otro transporte para llegar finalmente a su destino, conservando la compañía de Huesitos. Se entretienen un rato en los aguas del mar y luego se dirigen a un restaurante modesto. El mesero se molesta ante la presencia de la perra, a quien incluso dejan que ocupe su propia silla. Después de que comen, se desquita dándoles una cuenta excesiva. Ellos protestan ante el abuso y Carlangas se le enfrenta, apoyado por Huesitos que se le echa encima al mesero. Los cuatro salen corriendo sin pagar antes de que se compliquen más las cosas, y Huesitos pronto se reúne con ellos. Con tantas emociones, aun no están seguros como le harán para seguir la búsqueda del tesoro, y deciden que les convendría un rato de descanso, durmiendo en la playa. Los cuatro están sumidos en sus pensamientos, dedicados a sus seres queridos que dejaron atrás y la frustración de no poder compartirlos con los demás. Memín se pone a buscar cangrejos con Huesitos a su lado, aunque termina con las mismas reflexiones. Cuando se dispone a volver con ellos, observa a una pareja recostada en la arena, y no tarda en reconocerla. No son más que Romero y Patricia, que gozan de su luna de miel, sorprendiendose ante la inesperada aparición de Memín.
Les hacen entender que vino solo con los demás, y luego corre a comunicarles de la presencia de su querido profesor. Se reaniman por ver una cara familiar, pero cuando éste inquiere como andan ahí sin sus padres, tratan de buscar una excusa en vano, ya que Memín muy pronto los quema, hablando de más. El profesor pide que le dejen ver el mapa, mientras Memín se queda a tomar el sol con Patricia. Huesitos, que pasó a ser pura decoración, conforme siguen los cuadros, desaparece inexplicablemente y no vuelven a mencionarla nunca.
Romero encuentra gracia al detectar que el mapa, pese a estar tan bien desarrollado, contiene varios errores geográficos, haciéndoles entender que fue elaborado por un loco o bromista y que de haberse asegurado mejor, se habrían dado cuenta a la primera (aunque con la firma de un personaje ficticio ya era suficiente para que le cayera el veinte a cualquiera con un mínimo de conocimiento literario). Después, les hace ver lo que han hecho a sus padres con su imprudencia, consiguiendo que cada uno se abra finalmente, expresando su arrepentimiento de embarcarse en una búsqueda sin sentido. Con el dinero que queda, Romero les sugiere rentar un cuarto en el mismo hotel en que él se encuentra, donde podrán descansar en lo que se encarga de avisarle a sus padres de su localización.
Tanto Isabel, como Eufrosina y el señor Vargas sienten la ausencia de sus hijos irresponsables. Mientras, el señor Arcaraz ya ha hecho averiguaciones para saber que los cuatro tomaron un camión rumbo a Acapulco, aunque a medio camino se fugaron. Aun falta localizarlos, especialmente por una nota que recibió a su despacho, en la que dice que los cuatro han sido invitados a participar en un importante encuentro entre Monterrey y Dallas, Texas. A Mercedes no le puede importar menos, preocupada sólo por la salud de su hijo, cuando llama el profesor Romero, comunicando que los muchachos ya están sanos y salvos con él. Sugiere castigarlos haciéndolos volver pasando las mismas dificultades que tuvieron para llegar ahí (creo que al maestro no le alcanzaron a contar el incidente con la serpiente y el fugitivo o no consideraría tal barbaridad), pero el señor Arcaraz no lo cree necesario, en especial porque deben volver pronto y prepararse para el partido. Romero le da el nombre del hotel y Rogelio se compromete a ir lo más pronto posible para recogerlos en persona. Le impide a Mercedes acompañarle, sabiendo que ella consentirá a Ricardo y tiene que darle un duro castigo. Pasa a las casas de los otros padres, informándoles que sus hijos están bien y él los traerá de vuelta, trayéndoles tanto alivio, como furia, ya pensando todos en el terrible castigo que les impondrán.
Encerrados en su cuarto de hotel, los cuatro amigos no tardan en estallar, habiendo pasado tantas penurias por nada. Se atacan verbalmente unos a otros, culpándose mutuamente por haber aceptado tan descabellada empresa, cada quien amenazando con abandonar la pandilla cuando regresen. Romero va a imponerles su propio castigo, ya que también le molesta que hayan interrumpido su luna de miel. Entra al cuarto y le exige a cada uno un trabajo extenuante, según sus puntos flacos en las materias. A Carlangas le exige escribir mil frases que le recuerden no salir de casa sin permiso, a Ernestillo lo pone a descifrar todos los errores del mapa falso, a Ricardo le endilga a estudiar toda la primera parte de un libro de historia y a Memín le encargan cien divisiones, cien multiplicaciones y cien quebrados; todo eso para que lo hagan en una hora o serán reprobados (si los cuatro fueron más listos, sabrían que un maestro no tiene ninguna autoridad fuera de la zona escolar y que sólo lo está haciendo para amedrentarlos, pero se lo toman en serio). Después de que Romero se va, los cuatro se quejan del trabajo asignado, cada uno prefiriendo hacer lo que le dejaron a los demás. Vuelven a discutir e insultarse, no tardando en desatarse una tremenda pelea entre los cuatro. La lucha concluye cuando Memín aprovecha que están los tres encimados, brincándoles encima y sacándolos el aire. Aun así, les quedan fuerzas para seguirse atacando verbalmente, pero pronto dejan los insultos para dedicarse de lleno al trabajo. Entonces ven que no tienen cuadernos ni lápices (sólo Ernestillo traía una pluma, presumiéndola momentos antes de que se pelearan). Ricardo se impacienta y deja que tomen lo que quieran del dinero para que compren lo que necesiten. Memín sale muy ufano, llevando más de lo que debería, causando sorpresa entre los turistas que lo toman por un chango, haciendole creer erronamente que son reacciones de admiración hacia su persona. Se dirige a la administración a pedir lo que necesita, y escucha casualmente la recomendación que le hacen a un turista americano de ir a “La quebrada”. El mismo dependiente le presta un lápiz y obsequia unas hojas sueltas, ahorrándole gastos. Regresa al cuarto, en el que ya todos están concentrados en lo suyo. Se les une y no tiene problemas hasta que llega a la parte de los quebrados, que son especialmente difíciles para su entendimiento. Recordando lo que escuchó de “La quebrada”, pregunta a Ernestillo si siendo un sabihondo, sabe lo que es. Irritado por el termino despectivo, a Ernestillo se le ocurre responder que es la mama de los quebrados. Intrigado, Memín sale a “buscarla”, creyendo que le ayudará con su tarea. Sólo hasta que se ha ido, Ricardo le comenta a los otros que “La quebrada” en realidad es una formación de rocas donde la gente del lugar se echa los clavados, que a su vez sirve de atracción turística.
En el exterior, Memín se topa con un pequeño vendedor de chicles, a quien pregunta si sabe donde encontrar a “La quebrada”. El chiquillo se ofrece a guiarlo hacia el lugar. Mientras, sus amigos deciden suspender temporalmente su trabajo para ir a ver como son esos clavados (con todo lo que les dejaron y una hora de tiempo limite, parece que ya no lo tomaron tan en serio). Memín es llevado a escalar las rocas que llevan al punto más alto, creyendo que no tardará en ver “La quebrada”, aunque el niño le diga que ya están ahí. Presencian el clavado espectacular de una celebridad regional. Memín se inclina para verlo caer en picada en las aguas, y sus amigos, que miraban en otro punto junto con los demás turistas, advierten el peligro que corre al divisarlo. Memín esta a punto de caerse sobre las rocas, significando una muerte segura, pero el chiquillo que lo trajo le ayuda, empujándolo para que logre pasar lejos de ella. Aun así, el clavado involuntario que se avienta es una experiencia aterradora, pero logra salir con bien. Los turistas le aplauden y le avientan monedas una vez que escala para llegar a donde están. Sus amigos lo felicitan y sostienen, notando lo impresionado que queda por la caída. Pagan un coche para traerlos de regreso al hotel, y hasta que se encuentran en su interior Memín recupera el habla. Se queja del vendedor de chicles que lo empujó y el no haber hallado a la mama de los quebrados. Ernestillo le aclara que fue mentira suya y pide disculpas. Memín las acepta, dándole un puñetazo en el ojo en desquite.
El maestro Romero y el señor Arcaraz ya se han reunido y descubren que ellos no se encuentran en su habitación. No tardan en escucharlos acercarse, comentando sobre el clavado que Memín se echó. Se ocultan para dejarlos que entren y continúen su trabajo por un rato (que hora tan larga debió ser). Después, Romero entra, para ver cuando lograron avanzar. Les dice que suspendan todo, puesto que el padre de Ricardo ha llegado para traerlos de regreso. El señor Arcaraz, mirándolos con severidad, los pone al tanto del estado de los otros padres. Ricardo y los demás muestran su arrepentimiento, disculpándose, pero Rogelio les advierte que eso no será suficiente y que se preparen para un castigo muy duro en cuanto regresen a México. Ellos reconocen su culpa y están dispuestos a aceptar lo que sea. Una hora más tarde, ya han empacado y suben a bordo de un avión. Memín está especialmente emocionado por viajar en uno de esos vehículos (que pronto ha olvidado que ya estuvo en uno cuando volvió de Guadalajara con Ricardo). Agradecen a Romero, disculpándose por los problemas ocasionados. Una vez que se han acomodado en sus lugares, Ricardo revela a Memín la posibilidad de que el avión se estrelle y mueran al instante, quitándole la emoción inicial al temer que su má linda lo pierda así.
En casa de los Arcaraz, los demás padres están reunidos, acordando los castigos que impondrán a sus hijos para empezar, haciéndoles pagar por completo el haberlos preocupado tanto. Eufrosina y el señor Vargas acuerdan quedarse en casa, a esperarlos, mientras Mercedes e Isabel van a recibirlos en el aeropuerto. En el avión, Memín ya se dispone a dormir, pero le avisan que llegarán en unos minutos, y ya va sintiendo los tablazos que le esperan. En cuanto el avión aterriza y bajan de éste, Ricardo y Carlangas corren hacia sus madres. Isabel se mantiene fría y le exige a su hijo que no le dirija la palabra. Mercedes no puede evitar emocionarse, pero Rogelio le recuerda que no pueden mimarlo. Ernestillo y Memín se sienten un poco, comprendiendo lo mal que se han sentido sus progenitores como para no ir a recibirlos.
Una vez que todos están en sus hogares, los castigos no se hacen esperar.
Mercedes no aprueba los castigos físicos, pero nada puede hacer para detener a Rogelio, que descarga su ira dándole de cintarazos a Ricardo (indicando que nunca lo había hecho, pero eso no es verdad, lo mismo le hizo por lo de aquella noche de incursión en los cabarets, varios números atrás). Le quita el acceso a sus cosas favoritas, agregando que no volverá a ver a sus amigos.
Isabel no acostumbra golpear a su hijo, por lo que cree suficiente castigo el prohibirle que le hable durante varios días, además de no dejarle ir más al callejón con sus amigos. Con vara en mano, el señor Vargas azota despiadadamente a Ernestillo, prohibiéndole volver a juntarse con sus amigos también. El mismo Memín entrega la tabla a Eufrosina, dispuesto a recibir lo que se merece. Ella se debate entre el cariño que le tiene y el coraje ocasionado por lo que hizo, pero acaba pegándole con más fuerza que nunca. Al igual que los demás padres, le prohíbe terminantemente ver a sus amigos de nuevo. Los cuatro lloran, sabiendo que merecen el castigo, mas no creen justo el que los separen de ese modo. Memín se congracia como puede con Eufrosina, ayudándola con el quehacer, ofreciéndose para que le encargue un mandado, lo que aprovecharía para pasar al callejón y ver a sus amigos, pero al final considera ir ella misma, intuyendo su intención. Ernestillo también ofrece algo similar, pero su padre alega que ya tiene a alguien que le haga los mandados. Lo mismo sucede con Carlangas. Mercedes le niega a Ricardo la oportunidad de salir a comprar algo, teniendo una criada para esos menesteres. Va con su padre, insinuando que está aburrido y no tiene nada que hacer, pero Rogelio se limita a encargarle bolear unos zapatos sucios. Cuando llega el día de volver a clases (disque con un maestro sustituto, ya que Romero sigue de luna de miel), todos están emocionados, creyendo que ahí podrán a ver a sus amigos. No es así. Mercedes le hace ver a Ricardo que Rogelio finalmente accedió a cambiarlo a una escuela de paga, y cuando va a quejarse con él, pone oídos sordos a su suplica, aunque en el fondo demuestra que sólo están blofeando. Isabel le indica a Carlangas que al sentirse tan macho para irse de vago, lo será igual trabajando, haciéndolo dejar la escuela para darle un cargo menor en su lugar de trabajo. El señor Vargas también le comunica a Ernestillo que no estudiara más, sirviéndole de ayuda en la carpintería indefinidamente. Lo mismo hace Eufrosina con Memín, forzado a ayudarle con el quehacer de la casa.
Pasan los días y ellos extrañan tanto a la escuela como el volverse a reunir, pero nada pueden hacer. Sin embargo, pronto llega un día acordado por los padres de antemano, en que cada quien da un encargo a su hijo a una hora especifica, sabiendo que lo primero que harán será reunirse en el callejón, y ya después esperaràn que vuelvan a disculparse, permitiéndoles volver a estar juntos y a seguir en la escuela, especialmente por la cercanía de la fecha del partido Monterrey Vs. Dallas, Texas. Todos se muestran solícitos cuando les ponen el encargo, disimulando su alegría, y así tiene lugar la reunión de los cuatro amigos, compartiendo impresiones de lo que les han hecho pasar sus padres (ignorando que todo estaba planeado, siendo un castigo algo sádico en cierto modo). Siendo muy ingenuos para darse cuenta de la estratagema de sus progenitores, sí son lo bastante predecibles como para adoptar el siguiente paso. Cada uno se sincera con sus padres, reconociendo que lo que lo que hicieron estuvo mal y pidiendo humildemente que les permiten volver al colegio acostumbrado (Memín es el único que llega al extremo de ponerse de rodillas y suplicar, haciendo promeses de politico). Así, los cuatro están perdonados y pronto se hallan reunidos en su querida escuela.
Un suceso con un final concluyente que abre puertas al importante evento en que los personajes estaran envueltos en varios de los siguientes numeros.
Con el maestro Romero en su luna de miel, los cuatro amigos no tienen que asistir a clases y se empeñan en estudiar juntos mientras tanto, excepto Memín, que flojea y se distrae, como siempre. Un día, después de haber estudiado demasiado, salen a jugar béisbol en un llano cercano a una casa abandonada. Memín golpea la pelota, enviándola a la casa sin querer, y rompe un vidrio. Se atreven a entrar para recuperarla, dudando de si en verdad no hay nadie ahí. Memín se pone a temblar y el polvo de la estancia lo hace estornudar, provocando que un viejo armario le caiga encima. Sus amigos lo levantan, descubriendo que no se hizo daño. Unos papales cayeron del armario y Memín los recoge, interesándose en uno que toma por el plano de un panteón. Sus amigos lo curiosean, comprendiendo que en realidad se trata del mapa de un tesoro. En los demás papales, hay una nota escrita hace mucho tiempo, en que un tal “Conde de Montecristo” invita a quien encuentre el mapa, hacerse con su tesoro, el cual contiene todas sus riquezas, que escondió en una isla, en espera de que quien lo tome podrá probarles su autenticidad ante aquellos que se burlaban de él (muy bien, creo que sí Memín y sus amigos conocieran la obra literaria que presenta este personaje, se habrían ahorrado muchos de los problemas que seguirían). Consideran la posibilidad de ir en busca de ese tesoro, pero Memín se pone egoísta y codicioso, alegando que éste le pertenece ya que fue él quien encontró el mapa. Tiene lugar una discusión en que acaban cortándolo, haciendo que pronto reflexione y corra a disculparse para que juntos unan fuerzas y vayan por el tesoro. Cuestionan que el autor del mapa bien podría ser un loco, pero su mentalidad infantil les gana para decir que nada pierden con hacer el intento (si, como no). Empiezan a hacer los planes, tomando como primer destino Acapulco, donde podrán embarcarse a la isla mencionada en el mapa. Ricardo tiene suficiente dinero en sus ahorros para costear todo el viaje, pero tendrían que ir solos, ya que sus padres no se los permitirían. Hacen un juramento de silencio, sellado con su propia sangre y letra. Con el dinero de Ricardo y aportando los demás lo poco que tienen, confirman su juramento y acuerdan reunirse a medianoche para partir. En lo que resta del día, cada uno siente profundo pesar de dejar a sus padres que ni sospechan, pero el compromiso y el temor de que los demás los tachen de cobardes les impide retractarse. Llega la hora y se reúnen, dispuestos a dirigirse a la terminal de autobuses. Para ahorrar dinero, pretenden que Memín pague con boleto de niño, aprovechando su estatura, pero a él no le agrada la idea ya que se cree muy hombre. Ese intento fracasa y el mismo Memín acaba por quemarse, contento de que al fin alguien concordara con su replica particular al señalar su estatura. En sus casas, los padres no tardan en descubrir las notas que les dejaron, teniendo su propia forma de reaccionar. Mercedes se angustia por Ricardo, como es su costumbre, pero Rogelio lo toma con calma, asegurando que son cosas de juventud que él comprende muy bien y que volverán cuando se les acabe el dinero. Isabel se lamenta con una vecina, consternada porque Carlangas se empeñara en ir por esas susodichas riquezas para que no tenga que trabajar más. El señor Vargas siente nostalgia, reconociendo que hizo lo mismo a la edad de Ernestilllo, recibiendo una paliza que no dudará en heredarle en cuanto vuelva. Eufrosina tiene que recurrir a una vecina para que le lea la despedida de Memín y luego se pone a rezarle a la Virgen, pidiendo por su regreso para poder darle sus merecidos tablazos.
Los cuatro amigos duermen durante el trayecto, pero son despertados por el inspector para que verificar sus boletos. Al hacer ver que viajan solos y sin un permiso por escrito de sus padres, amenazan con bajarlos en Iguala. Consiguen salir de este predicamento al despistar al inspector, pretendiendo jugar a la roña, internándose en el monte. El inspector descubre que han huido y decide no decir nada para que no le cueste el empleo. Los cuatro se alejan rápidamente y Memín lleva consigo una bolsa de tortas que le robó a alguien.
En el monte, no tardan en cansarse de tanto caminar y deciden detenerse para echarse una siesta. Se quedan dormidos, ignorando que una serpiente de cascabel es atraída por sus ronquidos, empezando a deslizarse por encima de ellos. Ernestillo y Carlangas despiertan primero, resistiendo con dificultad el caer en el pánico al advertir a la viperina criatura. Siguiendo la idea de que a las serpientes les gusta la música, se ponen a cantar, consiguiendo que el reptil se relaje. Ricardo despierta, y después que le explican cantando que no grite, les sigue la corriente. Memín, sonámbulo, se deja contagiar por sus canciones y se une a la serpiente para bailar. Tropieza y con su caída hace que ésta huya. Sus amigos se desmayan de la impresión y él se reincorpora sin entender que ha pasado. Cuando se lo explican, se desmaya también al saber que estuvo tan cerca de una víbora. Ya tranquilos, se ponen a comer las tortas y luego empieza a oscurecer. Después, encuentran una choza abandonada y deciden pasar la noche ahí. La inquietud no les permite dormir y Ernestillo sugiere leerles para facilitarlo, pero no tienen más material impreso que el periódico que venia con las tortas robadas. En éste, revisan la nota sobre un fugitivo de la ley conocido como “El Cacarizo”, que no es la primera vez que consigue escapar, habiendo asesinado para conseguirlo. La nota pone muy nervioso a Memín, pero sus amigos creen que son exageraciones de los medios y sienten que ahora sí podrán dormir. Al final, los cuatro consiguen conciliar el sueño, ignorando que desde el techo la espantosa cara del fugitivo los observa. Memín tiene un sueño vivido en que sufre un accidente y despierta de pronto, descubriendo el rostro del asesino. Se espanta y despierta a sus amigos, consiguiendo contagiarlos con su temor. Ante la proximidad de unos pasos cercanos, se encojen en sus cobijas, tratando de permanecer inmóviles. No tarda en aparecer el fugitivo, a quien reconocen. Éste exige saber quien los mandó tras su pista y al acercarse a Memín, lo toma como un mal augurio.
Procede a delirar, refiriendo a deidades paganas a quienes honrará con el sacrificio de los cuatro, para quitarse la mala suerte. Viendo que está chiflado y no tiene buenas intenciones, los cuatro se unen para atacarlo, pero es muy fuerte para ellos. Memín es arrojado hacia la ventana, y al asomar la cabeza del fugitivo, ésta se cierra sobre su cabeza. El negrito aprovecha para asestarle un fuerte golpe en la cabeza con una pala. Habiéndolo vencido, salen corriendo (¿que? ¿sin buscar un telefono para cumplir su deber civico y dar un pitazo a la policia sobre la localización del fugitivo?), regresando a la carretera, donde se resignan a esperar que pase alguien que pueda llevarlos.
Escuchan una serie de quejidos cercanos, provenientes de una perra herida que está en los huesos. Consiguen aliviar su dolor y poco después, consiguen el pasaje que esperaban, sobre una carreta que lleva paja. Al abordarla, observan que la perra va en pos de ellos. Memín, que se encariña con ella y le pone el nombre de “Huesitos”, sugiriendo que la dejen acompañarlos, pero los otros creen que será un estorbo. Conforme son llevados en la carreta, Huesitos no deja de seguirlos, pese a que aun resiente su pata herida y el efecto de los rayos solares. Acaba desmayada sobre la carretera y no pueden más, compadeciéndose. Carlangas baja y la carga para que venga con ellos. El dueño de la carreta los deja a dos pueblos de Acapulco, y pronto consiguen que les den aventón en otro transporte para llegar finalmente a su destino, conservando la compañía de Huesitos. Se entretienen un rato en los aguas del mar y luego se dirigen a un restaurante modesto. El mesero se molesta ante la presencia de la perra, a quien incluso dejan que ocupe su propia silla. Después de que comen, se desquita dándoles una cuenta excesiva. Ellos protestan ante el abuso y Carlangas se le enfrenta, apoyado por Huesitos que se le echa encima al mesero. Los cuatro salen corriendo sin pagar antes de que se compliquen más las cosas, y Huesitos pronto se reúne con ellos. Con tantas emociones, aun no están seguros como le harán para seguir la búsqueda del tesoro, y deciden que les convendría un rato de descanso, durmiendo en la playa. Los cuatro están sumidos en sus pensamientos, dedicados a sus seres queridos que dejaron atrás y la frustración de no poder compartirlos con los demás. Memín se pone a buscar cangrejos con Huesitos a su lado, aunque termina con las mismas reflexiones. Cuando se dispone a volver con ellos, observa a una pareja recostada en la arena, y no tarda en reconocerla. No son más que Romero y Patricia, que gozan de su luna de miel, sorprendiendose ante la inesperada aparición de Memín.
Les hacen entender que vino solo con los demás, y luego corre a comunicarles de la presencia de su querido profesor. Se reaniman por ver una cara familiar, pero cuando éste inquiere como andan ahí sin sus padres, tratan de buscar una excusa en vano, ya que Memín muy pronto los quema, hablando de más. El profesor pide que le dejen ver el mapa, mientras Memín se queda a tomar el sol con Patricia. Huesitos, que pasó a ser pura decoración, conforme siguen los cuadros, desaparece inexplicablemente y no vuelven a mencionarla nunca.
Romero encuentra gracia al detectar que el mapa, pese a estar tan bien desarrollado, contiene varios errores geográficos, haciéndoles entender que fue elaborado por un loco o bromista y que de haberse asegurado mejor, se habrían dado cuenta a la primera (aunque con la firma de un personaje ficticio ya era suficiente para que le cayera el veinte a cualquiera con un mínimo de conocimiento literario). Después, les hace ver lo que han hecho a sus padres con su imprudencia, consiguiendo que cada uno se abra finalmente, expresando su arrepentimiento de embarcarse en una búsqueda sin sentido. Con el dinero que queda, Romero les sugiere rentar un cuarto en el mismo hotel en que él se encuentra, donde podrán descansar en lo que se encarga de avisarle a sus padres de su localización.
Tanto Isabel, como Eufrosina y el señor Vargas sienten la ausencia de sus hijos irresponsables. Mientras, el señor Arcaraz ya ha hecho averiguaciones para saber que los cuatro tomaron un camión rumbo a Acapulco, aunque a medio camino se fugaron. Aun falta localizarlos, especialmente por una nota que recibió a su despacho, en la que dice que los cuatro han sido invitados a participar en un importante encuentro entre Monterrey y Dallas, Texas. A Mercedes no le puede importar menos, preocupada sólo por la salud de su hijo, cuando llama el profesor Romero, comunicando que los muchachos ya están sanos y salvos con él. Sugiere castigarlos haciéndolos volver pasando las mismas dificultades que tuvieron para llegar ahí (creo que al maestro no le alcanzaron a contar el incidente con la serpiente y el fugitivo o no consideraría tal barbaridad), pero el señor Arcaraz no lo cree necesario, en especial porque deben volver pronto y prepararse para el partido. Romero le da el nombre del hotel y Rogelio se compromete a ir lo más pronto posible para recogerlos en persona. Le impide a Mercedes acompañarle, sabiendo que ella consentirá a Ricardo y tiene que darle un duro castigo. Pasa a las casas de los otros padres, informándoles que sus hijos están bien y él los traerá de vuelta, trayéndoles tanto alivio, como furia, ya pensando todos en el terrible castigo que les impondrán.
Encerrados en su cuarto de hotel, los cuatro amigos no tardan en estallar, habiendo pasado tantas penurias por nada. Se atacan verbalmente unos a otros, culpándose mutuamente por haber aceptado tan descabellada empresa, cada quien amenazando con abandonar la pandilla cuando regresen. Romero va a imponerles su propio castigo, ya que también le molesta que hayan interrumpido su luna de miel. Entra al cuarto y le exige a cada uno un trabajo extenuante, según sus puntos flacos en las materias. A Carlangas le exige escribir mil frases que le recuerden no salir de casa sin permiso, a Ernestillo lo pone a descifrar todos los errores del mapa falso, a Ricardo le endilga a estudiar toda la primera parte de un libro de historia y a Memín le encargan cien divisiones, cien multiplicaciones y cien quebrados; todo eso para que lo hagan en una hora o serán reprobados (si los cuatro fueron más listos, sabrían que un maestro no tiene ninguna autoridad fuera de la zona escolar y que sólo lo está haciendo para amedrentarlos, pero se lo toman en serio). Después de que Romero se va, los cuatro se quejan del trabajo asignado, cada uno prefiriendo hacer lo que le dejaron a los demás. Vuelven a discutir e insultarse, no tardando en desatarse una tremenda pelea entre los cuatro. La lucha concluye cuando Memín aprovecha que están los tres encimados, brincándoles encima y sacándolos el aire. Aun así, les quedan fuerzas para seguirse atacando verbalmente, pero pronto dejan los insultos para dedicarse de lleno al trabajo. Entonces ven que no tienen cuadernos ni lápices (sólo Ernestillo traía una pluma, presumiéndola momentos antes de que se pelearan). Ricardo se impacienta y deja que tomen lo que quieran del dinero para que compren lo que necesiten. Memín sale muy ufano, llevando más de lo que debería, causando sorpresa entre los turistas que lo toman por un chango, haciendole creer erronamente que son reacciones de admiración hacia su persona. Se dirige a la administración a pedir lo que necesita, y escucha casualmente la recomendación que le hacen a un turista americano de ir a “La quebrada”. El mismo dependiente le presta un lápiz y obsequia unas hojas sueltas, ahorrándole gastos. Regresa al cuarto, en el que ya todos están concentrados en lo suyo. Se les une y no tiene problemas hasta que llega a la parte de los quebrados, que son especialmente difíciles para su entendimiento. Recordando lo que escuchó de “La quebrada”, pregunta a Ernestillo si siendo un sabihondo, sabe lo que es. Irritado por el termino despectivo, a Ernestillo se le ocurre responder que es la mama de los quebrados. Intrigado, Memín sale a “buscarla”, creyendo que le ayudará con su tarea. Sólo hasta que se ha ido, Ricardo le comenta a los otros que “La quebrada” en realidad es una formación de rocas donde la gente del lugar se echa los clavados, que a su vez sirve de atracción turística.
En el exterior, Memín se topa con un pequeño vendedor de chicles, a quien pregunta si sabe donde encontrar a “La quebrada”. El chiquillo se ofrece a guiarlo hacia el lugar. Mientras, sus amigos deciden suspender temporalmente su trabajo para ir a ver como son esos clavados (con todo lo que les dejaron y una hora de tiempo limite, parece que ya no lo tomaron tan en serio). Memín es llevado a escalar las rocas que llevan al punto más alto, creyendo que no tardará en ver “La quebrada”, aunque el niño le diga que ya están ahí. Presencian el clavado espectacular de una celebridad regional. Memín se inclina para verlo caer en picada en las aguas, y sus amigos, que miraban en otro punto junto con los demás turistas, advierten el peligro que corre al divisarlo. Memín esta a punto de caerse sobre las rocas, significando una muerte segura, pero el chiquillo que lo trajo le ayuda, empujándolo para que logre pasar lejos de ella. Aun así, el clavado involuntario que se avienta es una experiencia aterradora, pero logra salir con bien. Los turistas le aplauden y le avientan monedas una vez que escala para llegar a donde están. Sus amigos lo felicitan y sostienen, notando lo impresionado que queda por la caída. Pagan un coche para traerlos de regreso al hotel, y hasta que se encuentran en su interior Memín recupera el habla. Se queja del vendedor de chicles que lo empujó y el no haber hallado a la mama de los quebrados. Ernestillo le aclara que fue mentira suya y pide disculpas. Memín las acepta, dándole un puñetazo en el ojo en desquite.
El maestro Romero y el señor Arcaraz ya se han reunido y descubren que ellos no se encuentran en su habitación. No tardan en escucharlos acercarse, comentando sobre el clavado que Memín se echó. Se ocultan para dejarlos que entren y continúen su trabajo por un rato (que hora tan larga debió ser). Después, Romero entra, para ver cuando lograron avanzar. Les dice que suspendan todo, puesto que el padre de Ricardo ha llegado para traerlos de regreso. El señor Arcaraz, mirándolos con severidad, los pone al tanto del estado de los otros padres. Ricardo y los demás muestran su arrepentimiento, disculpándose, pero Rogelio les advierte que eso no será suficiente y que se preparen para un castigo muy duro en cuanto regresen a México. Ellos reconocen su culpa y están dispuestos a aceptar lo que sea. Una hora más tarde, ya han empacado y suben a bordo de un avión. Memín está especialmente emocionado por viajar en uno de esos vehículos (que pronto ha olvidado que ya estuvo en uno cuando volvió de Guadalajara con Ricardo). Agradecen a Romero, disculpándose por los problemas ocasionados. Una vez que se han acomodado en sus lugares, Ricardo revela a Memín la posibilidad de que el avión se estrelle y mueran al instante, quitándole la emoción inicial al temer que su má linda lo pierda así.
En casa de los Arcaraz, los demás padres están reunidos, acordando los castigos que impondrán a sus hijos para empezar, haciéndoles pagar por completo el haberlos preocupado tanto. Eufrosina y el señor Vargas acuerdan quedarse en casa, a esperarlos, mientras Mercedes e Isabel van a recibirlos en el aeropuerto. En el avión, Memín ya se dispone a dormir, pero le avisan que llegarán en unos minutos, y ya va sintiendo los tablazos que le esperan. En cuanto el avión aterriza y bajan de éste, Ricardo y Carlangas corren hacia sus madres. Isabel se mantiene fría y le exige a su hijo que no le dirija la palabra. Mercedes no puede evitar emocionarse, pero Rogelio le recuerda que no pueden mimarlo. Ernestillo y Memín se sienten un poco, comprendiendo lo mal que se han sentido sus progenitores como para no ir a recibirlos.
Una vez que todos están en sus hogares, los castigos no se hacen esperar.
Mercedes no aprueba los castigos físicos, pero nada puede hacer para detener a Rogelio, que descarga su ira dándole de cintarazos a Ricardo (indicando que nunca lo había hecho, pero eso no es verdad, lo mismo le hizo por lo de aquella noche de incursión en los cabarets, varios números atrás). Le quita el acceso a sus cosas favoritas, agregando que no volverá a ver a sus amigos.
Isabel no acostumbra golpear a su hijo, por lo que cree suficiente castigo el prohibirle que le hable durante varios días, además de no dejarle ir más al callejón con sus amigos. Con vara en mano, el señor Vargas azota despiadadamente a Ernestillo, prohibiéndole volver a juntarse con sus amigos también. El mismo Memín entrega la tabla a Eufrosina, dispuesto a recibir lo que se merece. Ella se debate entre el cariño que le tiene y el coraje ocasionado por lo que hizo, pero acaba pegándole con más fuerza que nunca. Al igual que los demás padres, le prohíbe terminantemente ver a sus amigos de nuevo. Los cuatro lloran, sabiendo que merecen el castigo, mas no creen justo el que los separen de ese modo. Memín se congracia como puede con Eufrosina, ayudándola con el quehacer, ofreciéndose para que le encargue un mandado, lo que aprovecharía para pasar al callejón y ver a sus amigos, pero al final considera ir ella misma, intuyendo su intención. Ernestillo también ofrece algo similar, pero su padre alega que ya tiene a alguien que le haga los mandados. Lo mismo sucede con Carlangas. Mercedes le niega a Ricardo la oportunidad de salir a comprar algo, teniendo una criada para esos menesteres. Va con su padre, insinuando que está aburrido y no tiene nada que hacer, pero Rogelio se limita a encargarle bolear unos zapatos sucios. Cuando llega el día de volver a clases (disque con un maestro sustituto, ya que Romero sigue de luna de miel), todos están emocionados, creyendo que ahí podrán a ver a sus amigos. No es así. Mercedes le hace ver a Ricardo que Rogelio finalmente accedió a cambiarlo a una escuela de paga, y cuando va a quejarse con él, pone oídos sordos a su suplica, aunque en el fondo demuestra que sólo están blofeando. Isabel le indica a Carlangas que al sentirse tan macho para irse de vago, lo será igual trabajando, haciéndolo dejar la escuela para darle un cargo menor en su lugar de trabajo. El señor Vargas también le comunica a Ernestillo que no estudiara más, sirviéndole de ayuda en la carpintería indefinidamente. Lo mismo hace Eufrosina con Memín, forzado a ayudarle con el quehacer de la casa.
Pasan los días y ellos extrañan tanto a la escuela como el volverse a reunir, pero nada pueden hacer. Sin embargo, pronto llega un día acordado por los padres de antemano, en que cada quien da un encargo a su hijo a una hora especifica, sabiendo que lo primero que harán será reunirse en el callejón, y ya después esperaràn que vuelvan a disculparse, permitiéndoles volver a estar juntos y a seguir en la escuela, especialmente por la cercanía de la fecha del partido Monterrey Vs. Dallas, Texas. Todos se muestran solícitos cuando les ponen el encargo, disimulando su alegría, y así tiene lugar la reunión de los cuatro amigos, compartiendo impresiones de lo que les han hecho pasar sus padres (ignorando que todo estaba planeado, siendo un castigo algo sádico en cierto modo). Siendo muy ingenuos para darse cuenta de la estratagema de sus progenitores, sí son lo bastante predecibles como para adoptar el siguiente paso. Cada uno se sincera con sus padres, reconociendo que lo que lo que hicieron estuvo mal y pidiendo humildemente que les permiten volver al colegio acostumbrado (Memín es el único que llega al extremo de ponerse de rodillas y suplicar, haciendo promeses de politico). Así, los cuatro están perdonados y pronto se hallan reunidos en su querida escuela.
Un suceso con un final concluyente que abre puertas al importante evento en que los personajes estaran envueltos en varios de los siguientes numeros.
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