martes, 8 de septiembre de 2009

Memín Pinguín #342-346

Nace el hijo del profesor Romero, y sus estudiantes predilectos no pierden tiempo en asediarlo, visitando con mayor frecuencia. Memín queda a cargo de cuidar al pequeño y en un descuido, éste es secuestrado y sus captores exigen gran cantidad de dinero para devolverlo. La pesadilla se abate sobre Romero y su esposa mientras el negrito sufre por el complejo de culpa.

Los alumnos del grupo de Romero son informados de que el maestro no asistirá por ese día, para alegría del flojonazo Memín. Los dejan salir temprano, y los cuatro amigos deciden ir a casa de su querido maestro, para saber que pasó. La criada (¿Cómo se pueden costear una criada con el sueldo de un maestro de primaria?) les avisa que llevaron a su esposa al hospital, a recibir a la cigüeña. Sus amigos comprenden lo que eso significa, pero Memín no, y se niegan a darle una explicación, alegando que todo mundo debe saberlo. Llega a casa y le da la noticia a Eufrosina, quien también lo comprende a la primera (algo extraño considerando que para otras cosas ha resultado ser muy taruga). Ella le aclara como es la cosa, aunque parece que Memín acaba deduciéndolo, renegando de porque complican tanto un termino tan sencillo como tener un bebe. Se dice muy hombre por estar tan “bien enterado” y Eufrosina lo reprende por creerse lo que no es, ordenándole que le ayude con la lavada.
En la tarde, se ponen a jugar a volar un papalote que regalaron a Carlangas. Tratan de elevarlo, pero como suele suceder, Memín es arrastrado junto con éste por el aire. Ricardo se sujeta a él y es arrastrado del mismo modo (no hay modo de que un papalote puedo soportar tanto peso, esto ya es ficción pura). Solo hasta que Ernestillo se prende a los pies de Ricardo, consiguen hacerlos bajar. Le echan en cara a Memín el siempre andar metiéndola, y el negrito se enoja, cansando de que lo anden criticando. Amenaza con darles el cortón y ellos se ríen, viendo la gracia, ya que nadie más podría soportarlo como ellos (ya lo creo). Les recuerda como los salvó en su aventura imaginaria, pero ellos mejor cambian el tema para que no los envuelva en sus fantasías otra vez. Se preguntan si el hijo del profesor será niño o niña, pero que igual lo considerarán su cuate. Acuerdan que sea lo que sea, le darán un regalo cada uno.
A la mañana siguiente, traen los regalos para dárselos al maestro, puras cosas típicas para mantenimiento de bebes, pero recriminan a Memín por traerle botellas de blanqueador. A la hora de la entrega, resulta que las botellas estaban vacías, para meterle unas piedritas y colocarlas en palos, convirtiéndose en un par de maracas improvisadas. Romero agradece por sus regalos, en especial el de Memín por ser tan ingenioso. Eventualmente, Ernestillo propone que acuerden un día de cada mes en que visitarán a la criatura, procurando traerle un regalo. Memín lo ve difícil porque para esos días casi no hay dinero en su casa, pero le dicen que se acuerde de su ingenio y con eso le bastará. Hacen su tradicional pacto para comprometerse.
El hijo de Romero recibe el nombre de Rubén, y siempre lo andan llamando entre “Rubencito” y “Bubis”. Pasan los meses de un cuadro a otro (y siguen sin acabar ese eterno sexto año de primaria), y ellos mantienen su palabra. Romero y su esposa, Patricia (quien tenia buen rato sin volver a salir) agradecen la asistencia y fidelidad de los cuatro, en especial a Memín, su inolvidable cupido.
Se aproxima el día en que el niño cumplirá diez meses, ellos piensan en que le regalarán porque será una situación especial. En el recreo, un compañero malencarado empuja a Memín, sin razón, solo por ser un consentido del maestro. Carlangas se le pone al brinco, y pelean, hasta que Romero viene a separarlos. El muchacho trata de provocar al maestro, pero sólo consigue que éste lo expulse. Le advierte que llamará a su padre para que se haga cargo, y Romero le indica que sus amenazas no lo asustan, exigiéndole que se vaya. Luego, se vuelve contra Carlangas, considerando expulsarlo también, pero él reconoce su falta, y por ello se muestra más condescendiente. A la salida, el padre del bravucón encara a Romero. Ni han empezado a tratar el asunto cuando Memín, que andaba cerca con los otros, suelta un comentario ofensivo contra el hijo del señor, quien responde groseramente.
El hombre dice que según su hijo ellos lo provocaron, y cuando percibe a Carlangas como el peleonero que lo atacó, le da un trancazo. Memín salta sobre sus pies, echándose una bailada, pero en cuanto el hombre se repone, lo agarra, dispuesto a arrojarlo contra el suelo. Romero pide que deje ir a Memín y el hombre lo reta a que lo obligue. Ricardo sigue la indicaciòn del maestro de traer un policía, quien pronto acude y Romero le hace ver que amenazaban al negrito. El oficial pone a Memín a salvo y se lleva al alevoso a la delegación. Ayudan a Carlangas a reincorporarse, y le recuerdan a Romero que irán mañana por lo de los diez meses de Rubencito.
Cuando llega el día, Memín se retrasa y los demás se quejan, pero no tardan en verlo venir, muy ufano con el regalo sorpresa que tiene para el pequeño, aunque no les dice nada. Hartos de que siempre se de importancia, echan a correr para que llegue al ultimo, pero cuando están frente a la casa, lo hayan muy campante esperándolos en el pórtico. Memín dice que se subió a un camión, y luego Romero y su esposa los reciben con gusto. Ricardo y Ernestillo le dan sus regalos, y Memín se pone a hacer muecas, consiguiendo que el pequeño ria, entretenido. Lo incitan a entregar de una vez su regalo, y Memín deja que el niño abra la caja que trajo. De ésta, brota una rana, la cual empieza a hacer estropicios, y sus amigos lo regañan por su tontería. La rana se pone sobre la gorra de Memín y sus amigos se echan sobre él para atraparlo, rompiendo una lámpara en el proceso. La rana salta por la ventana, y lo culpan de todo el desastre, mas Patricia y Romero consideran que no pasa nada, apreciando su buena intención. Los invitan a desayunar, donde Memín se atasca, glotón a más no poder. Romero se retira para atender unos asuntos, y los amigos de Memín también se disponen a irse. Al despedirse de Patricia, ella comenta que preparará chiles rellenos, y al negrito insaciable ya se le antojan. Ella les pregunta porque se van tan temprano, y cada uno replica que tienen pendientes en sus casas. Los de Memín consisten en faenas domesticas que quiere evitar a como de lugar y esperarse a los chiles, así que asegura estar libre. Consigue que lo dejen quedarse hasta la tarde, pasando el rato jugando con la criatura. Patricia espera por la niñera de Rubencito para irse al mandado, y Memín se ofrece a cuidarlo mientras tanto. Aunque no confía en él, al ver como hace reír al niño, acepta dejárselo encargado. Memín le dice que se tarde todo lo que quiera, y recibe las indicaciones de no dejar entrar a extraños y no salir afuera. Apenas se ha ido ella, Memín desobedece y saca a Bubis para que disfruten del aire fresco en el jardín (consejo: nunca darle indicaciones específicas a Memín, siempre hace lo opuesto). Un hombre y una mujer los observan entre los arbustos, respondiendo a los nombres de El Moro y Macaria. El hombre ve una oportunidad de ganar dinero fácil, y manda a su perro, Diablo, a que distraiga al negrito. El perro intimida a Memín, y le arrebata su gorra con el hocico, emprendiendo la carrera en cuanto éste lo sigue, abandonando al niño. El Moro envía a Macaria para que se apodere del pequeño, y luego los dos se pierden en las calles. El perro suelta la gorra y se va. Para cuando Memín regresa con ésta, descubre que el niño ha desaparecido y lo llama desesperado, para luego comprender que lo han robado. Corre a pedir ayuda de sus amigos, quienes le reprochan su irresponsabilidad y torpeza. Pregunta si no pueden comprar otro, y sólo recibe insultos ante tan tonta sugerencia.
Patricia regresa a la casa, intrigada al no ver ni a Memín ni a Bubis. Llega Romero para tranquilizarla, suponiendo que el negrito se lo llevó a comprarle algo y que pronto volverán, pero ella presiente que algo malo ha ocurrido. Los amigos de Memín inspeccionan el lugar donde le volaron al bebe, y el negrito ya quiere irse para no enfrentar a Romero y a su esposa al enterarlos de su gran descuido. Ellos se lo impiden, haciéndole ver que debe dar la cara por su error, y que estarán a su lado. Romero salió a buscar a Memín, y así los cuatro lo encuentran para explicar lo que pasó. El maestro se pone furioso con el negrito y acuerda ir con ellos para seguirlo buscando. Le avisa a Patricia y da instrucciones a sus alumnos para que se separen y lo busquen, pero a Memín lo deja fuera, invadido por el rencor. Memín lloriquea, aceptando el desprecio y se va a su casa. Eufrosina se extraña al verlo tan triste y trata de confortarlo, pero cuando él le dice que perdió al bebe del profesor, lo deja caer al suelo, amenazándolo con la tabla para que lo busque y que no regrese hasta haberlo logrado. La búsqueda es inútil, y los muchachos se consolidan ante la tristeza de su profesor. Le da las malas noticias a Patricia para después llamar a la policía.
En la pocilga en que vive la pareja de secuestradores novatos, el niño llora de hambre. El Moro le ordena a Macaria que le de aunque sea el café negro, mientras él se pone a pensar que hacer a continuación.
Memín se agota de tanto buscar y descansa al pie de un árbol, rezando porque el niño regrese a salvo, comprometiéndose a volverse ahora si un catedrático a cambio del milagro (el milagro seria que lograra justamente eso y no encontrando al niño).
Sus amigos informan a sus padres de la tragedia del profesor. El señor Vargas se limita a hacer preguntas a Ernestillo. Carlangas se expresa mal de la torpeza de Memín, mientras Carlos e Isabel deciden ir a ver a la sufrida madre. Ricardo llega llorando con sus padres (todavía no debería ponerse tan triste). Rogelio indica que deben ser fuertes ante la adversidad y Mercedes comprende lo que debe estar pasando Patricia.
Ante la ausencia prolongada del niño, Patricia se pone completamente histérica, y Romero la calma con una bofetada que la deja inconciente (nadie se desmaya con un bofetón, no puede haber mujeres así de débiles), después de recostarla, llora amargamente. El Moro se queja de los lloriqueos del niño y Macaria advierte que no aceptó el café que le dio, ya que es pequeño y necesita biberón. No pueden pedir uno sin despertar sospechas, así que ella consigue uno del basurero.
Memín aun se encuentra al pie del árbol, todavía concentrando en orar porque todo se arregle, mientras Romero atiendo una llamada de la policía, quienes no han logrando hallar ni un rastro.
Al Moro al fin se le ocurre como dar el siguiente paso y va a una tienda a solicitar una guía telefónica. Así, consigue el número del Antonio Romero y muy pronto éste recibe la llamada, en que el malvado solicita cien mil pesos a cambio de la devolución de su hijo. Cuelga, satisfecho con que eso bastará para ponerlo nervioso hasta que llegue el momento de darle instrucciones. Romero se angustia, anhelando a su hijo y contemplando a su desmayada esposa. El teléfono vuelve a sonar más tarde, y el secuestrador pregunta si dará el dinero, recordándole que a su edad son frágiles. Le da un plazo de veinticuatro horas para reunir el dinero o matará a la criatura. Romero protesta y le cuelga. Piensa en como podrá reunir esa cantidad y llama a un amigo doctor para que atienda a Patricia.
Eufrosina despierta en la madrugada para darse cuenta de que Memín aun no llega y acordándole de la advertencia que le dio, sale a buscarlo.
El medico receta unos tranquilizantes para Patricia y cuando Romero le cuenta de la llamada de los secuestradores, le recomienda no llamar a la policía y hacer exactamente lo que le pidan, además de ofrecerlo algo de dinero guardado que le sirva. Romero le da las gracias y mas adelante avisa a su suegra para que cuide a Patricia en lo que él visita amigos que pueden facilitarle más dinero.
Eufrosina encuentra a Memín y se lo lleva en brazos para la casa, después de consolarlo cuando rompe a llorar al no haber logrado dar con el niño.
Romero reúne el dinero necesario y después de hablar con Doña Carmelita, la suegra, atiende su consejo de descansar en lo que espera la llamada. Trata de dormir en el sofá y despierta sobresaltado después de tener una pesadilla con su hijo en manos de monstruos que se negaban a liberarlo. Recibe la esperada llamada del malviviente, que lo instruye a dejar el dinero en un lugar especifico, indicando que una hora después podrá recuperar a su hijo ahí mismo. Romero obedece y se dirige para allá.
Eufrosina le hace de comer a Memín, preguntándole que ha logrado hasta ahora, y él admite que nada, pero al día siguiente continuará buscando, así sea que envejezca y le salgan canas. Eufrosina le recuerda que es calvo de nacimiento y acuerda acompañarlo para que juntos encuentren al niño. Romero deja el paquete, y El Moro pronto se lo embolsa. Regresa a la pocilga donde el niño sigue malalimentándose de café en un biberón antihigiénico. Le muestra el dinero a Macaria y los dos codiciosos celebran, desparramándolo y haciendo llover los billetes. El Moro dice que conseguirán aun más dinero de la misma fuente, diciendo que no se conformará con eso, notando que Romero reunió el dinero antes del plazo y si le dan más tiempo, puede conseguir una cantidad mayor. A su novia no le parece, pero se atiene a lo que él quiera. Romero espera impacientemente porque se cumpla la hora en que pueda pasar a recoger al pequeño.
Macaria sugiere arreglar al niño antes de devolverlo, creyendo que su amante fanfarroneaba, pero éste se niega a entregarlo, espetándole enérgicamente que lo conservarán para repetir la jugada. En vez de eso, la manda a comprar comida, de la que ahora sí pueden permitirse en abundancia.
El profesor llega al lugar donde dejó el dinero, pero ni rastros de su hijo. Pronto, va comprendiendo que los secuestradores faltaron a su palabra, y suplica a nadie en particular que le devuelvan al pequeño. Unos policías salen a su encuentro, ya que lo ven muy sospechoso e inquieren si está tomado. Romero no puede decirles de su problema, y les asegura que se encuentra en perfectas condiciones y sólo salio de su auto un momento porque se sentía mareado (entonces si debía estar tomado ¿no?). Lo dejan ir, suponiendo que ha pasado un mal rato porque su mujer lo dejó o algo así.
La conclusión de está triste situación se verá en la próxima ocasión.

2 comentarios:

  1. Y como supo el Moro quien era el padre del niño para llamarle? No creo que trajera una tarjeta con sus datos como los niños de Kinder, y mas si lo robaron por culpa de memin

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