viernes, 4 de septiembre de 2009

Memín Pinguín #325-327

Memín y Eufrosina se mudan a una nueva vecindad. El padre de Ernestillo decide invitar a una vieja amiga a mudarse con ellos para realizar los quehaceres domésticos, pero el temor a que eventualmente tome el lugar su madre fallecida, angustia al muchacho y el metiche de Memín se solidariza, dispuesto a apoyarlo, le guste o no.

Eufrosina levanta a Memín para recordarle que se van a mudar. Llega Ernestillo para acompañarlo a la escuela, ignorando la amenaza de Memín de que no diga nada para no ir (flojo, como siempre). Eufrosina le ordena que acompañe a su amigo, considerando que ya tuvo muchos días de “descanso” después de la crisis anterior. Trata de poner excusas, pero es inútil, e irá a escuela quiera o no en lo que ella busca donde mudarse. Ernestillo le recomienda un lugar cerda de su casa donde se alquilan viviendas, y ella toma nota. Eufrosina revisa las casas que ofrecen, y se decide por la más barata y modesta, aunque tenga uno que otro defecto.
El maestro Romero saluda a Memín, advirtiéndole que tendrá que estudiar más, e incluso presentarse en su casa para recibir asesorías extra de su parte. Memín se queja de tanto estudio, pero el maestro le dice que ya verá si algún día le agarra el gusto (como cree en milagros). A la salida, sus amigos lo acompañan a casa, donde Eufrosina notifica que ya tienen donde establecerse. En breve, los dos están bien instalados, pero a Memín le parece tétrica la vivienda, porque está muy oscuro y solo tienen una vela para iluminarse. Un vecino rollizo que se presenta como Cayetano Rodríguez les da la bienvenida, mostrándose amable y simpaticón. Viendo que están a oscuras, les enseña a conectar la luz eléctrica, un procedimiento poco ético que está penado por la ley (pero no les avisa de eso), el cual todos por la vecindad saben aplicar cuando se requiere. A Memín no le agrada ver que toma confiancitas con Eufrosina, y el hombre ya les extiende la mano para lo que necesiten. Al preguntarle en que trabaja, dice tener un coche convertible, haciendo una broma de cómo cambia la mercancía en las tres horas del día (vendedor ambulante de tamales, paletas y tacos). Se ríe de su propio chiste y se despide, dejando buena impresión en Eufrosina, aunque Memín le advierte que no se alborote otra vez.
A la mañana siguiente, Ernestillo viene a visitarlos, y Memín se levanta para salir a dar la vuelta con él. Viendo tan animado al negrito, Ernestillo opina que Don Venancio significó una verdadera molestia, y libre de ésta, vuelve a ser él mismo. Memín comenta que no le desea que a nadie le pase lo que a él. Irónicamente, es lo mismo que está por pasarle a Ernestillo, mientras ellos se entregan a un partido con sus amigos y otros niños.
El señor Vargas encuentra de casualidad a Conchita, una vieja amiga suya y de su fallecida esposa, Lupita. Los dos concuerdan en que no los ha tratado bien la vida; a él desde la muerte de su mujer, y a ella que vive de arrimada con una amiga en un trabajo que no le parece.
Los cuatro amigos comentan sobre el juego que tuvieron, llegando a la carpintería, donde el señor Vargas los saluda. Le habla a Ernestillo del próximo trabajo acordado, y luego que se despiden los demás, él le dice que invitó a Memín a comer porque Eufrosina estará ocupada en la nueva residencia. El señor Vargas contempla el desorden en que se encuentra su hogar, admitiendo que necesitan de las atenciones de una mujer, ya que los hombres no sirven para eso (algunos). Admite haberse cansado de ese ritmo de vida y se retira a otra parte de la casa. Memín le sugiere a Ernestillo que su padre puede haberse enamorado, y el chico replica que no lo cree capaz. El negrito le recuerda su caso, pero Ernestillo dice tener confianza en que su padre nunca pretenderá a otra mujer. El señor Vargas se vuelve y alcanza a escuchar, exponiéndole que se siente solo, y que en verdad necesitan ayuda para mantener la casa, ya que no entre los dos no pueden. Comenta que ha reencontrado a su vieja amiga Conchita, y piensa seriamente en invitarla a que viva con ellos. Ernestillo siente algo de pesar, pero dice que aceptará lo que su padre decida, aceptando que no tiene derecho a negarle la felicidad. Memín sugiere que antes de aceptar, debería conocer a la mujer y Ernestillo le pide que no se meta. El señor Vargas aprueba la idea, proponiendo buscarla y presentarla primero. Memín sigue metiendo las narices, recordándole lo que pasó con Venancio, haciendo que Ernestillo pierda la paciencia y le grite. Después de que el fastidioso se retira, el chico le reitera a su padre que no se opone a sus intenciones. El señor Vargas considera que no puede precipitar su decisión de unirse a ella, dándole tiempo para convivir con ellos para ver que sucede, y Ernestillo da su aprobación.
En su nueva casa, Memín le cuenta a Eufrosina de lo que sucede con el padre de su amigo, y ella concuerda en que necesitan una mujer que los ayude, por lo que no hace nada malo. Mientras, ellos se la pasan arreglando la casa, concluyendo que en verdad es un trabajo difícil y que la asistencia de una mujer es indispensable.
Al día siguiente, Memín sigue preocupado por lo que no debería importarle y llega temprano a la escuela, encontrando solo a Carlangas para hacer correr el chisme. Por supuesto, su peculiar manera de narrar las cosas hace que su amigo tarde en entenderle, y cuando al fin lo comprende, le pregunta que vela tiene él en el entierro, si es algo personal entre Ernestillo y su padre. Carlangas pierde la paciencia y le da un coscorrón. No tardan en venir Ricardo y el mismo Ernestillo, quien arremete contra Memín por andar contando que su padre pretende casarse, aclarando que de momento, sólo buscan a quien pueda ayudarles con los quehaceres del hogar y que es un comentario hipotético. Con todo, Memín insiste en que dijo la “verdad” y entre Ricardo y Carlangas le acomodan más coscorrones para callarlo. El señor Vargas encuentra a Conchita, dándole su propuesta de trabajar para ellos, a cambio de estancia y alimentación. Viendo la ventaja de que no es un trabajo forzado que la acomodará muy bien, ella considera darle una afirmativa respuesta al día siguiente. El señor Vargas se retira contento, esperando que haga buenas migas con su hijo. Más tarde, lo encuentra trabajando en la carpintería, enterándolo de que le hizo la oferta a Concha y es casi seguro que aceptará. Ernestillo se muestra algo contrariado, pero se atiene a los deseos de su padre.
Ricardo y Carlangas se dirigen a la carpintería, comentando del caso, creyendo que no es nada. Al llegar ahí, lo encuentran acondicionando la bodega que pronto servirá de recamara, dándoles a entender que tendrán “nuevo miembro en la familia”. Satisfecho porque esté arreglado el cuarto de Conchita, el señor Vargas deja ir a Ernestillo a pasarla con sus amigos. Los tres se sientan en la banqueta, con Ernestillo preocupado y Carlangas y Ricardo dando sus condolencias (¿Por qué? En verdad que no significa ningún problema, el egoísmo de los hijos de padres viudos si que es tremendo). Memín se les une, pero con el humor que se cargan, le espetan el haber andado de chismoso, exigiéndole que guarde silencio. Ernestillo, más comprensivo, les dice que dejen a Memín quien sólo dijo lo que ya sabia, pero no quería aceptar. El negrito se pone entre ellos para que le cuenten que pasó, pero ellos se levantan y lo dejan, insistiéndoles en que es muy enfadoso y ya no lo soportan por lengua larga. Memín les dice a sus espaldas burlones apodos dedicados a Carlangas y Ricardo, y cuando le piden que se los repita, echa a correr, despidiéndose alegremente. Ernestillo sonríe, admitiendo que a veces el negrito le levanta el ánimo a cualquiera con su simpatía.
Conchita comenta con la amiga que la hospeda de su intención de mudarse con su viejo amigo, Juan. No le importa perder el trabajo que tiene ahora, segura de que desempeñará bien sus labores en su nueva casa. Su amiga le recuerda que tenga cuidado con volver a entrarle a la bebida, pero Concha asegura que ese vicio ya lo dejó atrás. Al día siguiente, se reúne con él para hacerle saber que acepta, y que empezará de una vez. Juan le muestra el interior de la carpintería y la habitación que ocupará, expresando su deseo de que se lleve bien con su hijo ejemplar.
Ernestillo anda afligido en la escuela, inseguro de que actitud tomar ante esa señora cuando la conozca. Memín le sigue dando con lo que pasó con Venancio, y acaba auto invitándose a acompañarlo para servirle de apoyo y así juzgar a la extraña que viene a ocupar un lugar que no le corresponde. Ernestillo replica que es asunto familiar, pero el negrito es tan necio, que acepta su presencia, siempre en cuando, no diga ni pío. Al ver que Ricardo y Carlangas los llaman, Memín se queja de que son unos chismosos fisgones, y Ernestillo le pregunta que entonces que seria él, y excusa que sólo se mete por representar la voz de la experiencia (como sea, se la voltearon). Carlangas y Ricardo se unen a su amigo, para apoyarlo, pero como Memín sigue de entrometido, acaban molestándose con él. Le desean suerte a Ernestillo y se despiden. Concha y Juan hablan sobre la fallecida Lupe, cuando escuchan a Ernestillo llegar. Él ya se anda despidiendo de Memín, pero como éste quiere quedarse, le recuerda que no diga ni una palabra porque seguro meterá la pata. El señor Vargas le presenta a su hijo a Concha, y se vuelve a presentar a Memín, pero éste se mantiene en silencio, limitándose a hacer una reverencia para saludar. Viendo a su padre extrañado, Ernestillo prefiere darle permiso a su amigo para que hable. Y así se presenta con su palabrería acostumbrada con Concha, y claro, mientras más habla, más la mete, admitiendo que vino a conocerla y a juzgarla. Ernestillo le da un coscorrón, exigiéndole que se largue ya que hizo exactamente lo que no debía. Memín se marcha, desquitándose al advertirle que no tardará en sufrir lo mismo que él, cuando ella se vuelva su nueva mama.
Memín llega muy molesto a su casa, y Eufrosina pide una explicación, tabla con clavo en mano. Él empieza haciéndose líos, enojándola al usar adjetivos que la hacen creer que la está insultando. Acaba dándole un jalón de orejas para que se aplaque. Ricardo y Carlangas deciden visitar a Ernestillo, comentando de su problema y de lo metiche que es Memín, a quien no quieren ni ver. Concha retira la mesa para dejarle espacio donde Ernestillo pueda hacer su tarea, y él se ofrece a ayudar, pero ella asegura que pueda hacerlo sola. Cuando recibe a sus amigos, les explica que antes nunca conseguían a alguien que pudiera ayudarles por falta de dinero, y que ahora su padre podrá concentrarse más en el trabajo. Conchita se mete en la conversación, pidiéndole que no le hable con tanta formalidad. Después, ellos le proponen hacer juntos la tarea, sin dejar de hablar mal de Memín, que además de entrometido es un flojo que espera que los demás le hagan el trabajo.
Eso mismo está haciendo Memín, pidiéndole a Don Cayetano que le ayude a prender la luz eléctrica como hizo antes. El hombre no acepta que no pueda hacer algo tan simple por si mismo, poniéndose enérgico a enseñarle como (en realidad, niños pequeños o con la estatura del negrito no deberían hacer eso). Memín se ve obligado a obedecerlo, sin dejar de quejarse por el tono autoritario y exigente de Cayetano, que no tolera a las personas como él. Lo pone a apilar sillas y cajas para subirse en ellas y llegar a los cables. Memín tontea al estar tan encima y se cae, irritando al vecino, que le ordena apilarlas otra vez y hacerlo como debe ser. En ese momento, sus amigos iban a visitarlo después de hacer la tarea, contemplado el horrible vecindario en que ahora vive, donde una jauría de perros les salen al encuentro, pero logran dominar su miedo para pasar entre ellos. El voluble Cayetano sigue dándole órdenes a Memín, indicándole cuales son los polos para que los conecte a los cables, pero al hacerlo, algo sale mal y la corriente lo envuelve. Memín se queda pegado a los cables, sufriendo el choque eléctrico, y sus amigos alcanzan a verlo. Corren a socorrerlo, pero quedan igual de pegados a él al recibir el electrizante contacto. No es el punto conclusivo de este arco, pero hasta ahí queda, ya que es el final de los días de Sixto Valencia como dibujante de la revista. Por diferencias y cuestiones editoriales, no permiten que continúe dibujando el resto de las tramas que realizara por primera vez décadas atrás. Es una lastima, porque con su partida, es como romper la mitad del “algo” que hizo al personaje tan popular. Pero aun quedan varios números escritos por Yolanda Vargas, que a pesar de los extraños giros que ha tomado y tomará la revista, mantendrán viva la esencia del personaje y sus aventuras por un tiempo más.

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