lunes, 7 de septiembre de 2009

Memín Pinguín #335-342

A raíz de un intento de tener su propio laboratorio subterráneo para experimentar sin que sus padres se enteren, Memín y sus amigos caen a una peculiar zona bajo tierra, donde tendrán que enfrentar a sus extraños habitantes que planean destruir a la humanidad (no es broma, de verdad es lo que pasa aquí).

Memín se reúne en el parque con Carlangas y Ernestillo. Les propone que jueguen a algo, pero como no se le ocurre qué, ellos se desaniman, y acaban sugiriendo mejor dedicarse al estudio. En eso viene Ricardo, mostrándoles su nuevo juego de química con el que podrán entretenerse haciendo experimentos. Ellos lo encuentran muy interesante, y Carlangas sugiere que prueben a fabricar jabón, y Memín lo apoya si les queda como una crema blanqueadora para la piel de su má linda (en verdad que los incidentes pasados en nada le ayudan a dejar de avergonzarse del color de su piel). Carlangas le dice que a él no lo dejarán hacer nada, por su tendencia a meter la pata y provocar accidentes graves. Buscan un lugar apropiado en el jardín para comenzar, pero cuando ellos se descuidan, Memín empieza a mezclar las sustancias en las probetas, ambicionando crear una solución para la calvicie. El resultado es una tremenda explosión que manda a volar a los cuatro. Memín queda atontado, y ya lo están dando por muerto, pero no tarda en reaccionar. Toma sus regaños como una reacción natural ante su “genialidad” recién descubierta. Un policía se aproxima, y echan a correr. Ricardo es capturado y se ven obligados a volver para defenderlo. Memín le da una patada en la pierna al oficial y éste lo aprende por la oreja. Tratan de explicar que fue un accidente, confesando su culpa en la explosión, y el policía los lleva uno por uno con sus padres para enterarlos de su fechoría. Memín es el último, y una vez que el policía le advierte a su madre no dejarlo jugar con cosas tan peligrosas, ella lo regaña, para después surtirlo con la tabla en cuanto éste se retira. Horas después, se reúnen en casa de Ricardo, comentado sobre los respectivos castigos que recibieron (¿si los castigaron tan duro como es que los dejaron volver a salir ese mismo día?). Memín viene muy campante y le echan la culpa de lo sucedido. Empieza a retirarse, desanimado, pero deciden perdonarlo y le hablan para que se vuelva, con la condición de que deje de meterla (¡ya quisieran!). Memín propone que sigan jugando a los científicos, demostrando no haber aprendido la lección. Ellos señalan que les prohibieron hacerlo de nuevo y el negrito sugiere que lo hagan bajo tierra, construyendo su propio laboratorio subterráneo para que nadie se entere. Ponen manos a la obra, cavando un profundo agujero. Memín distingue algo brillante en la tierra, tomándolo por otro, pero al saltar emocionado sobre el suelo, se abre una grieta y cae por ella. Sus amigos no ven más remedio que seguirlo, y acaban cayendo pesadamente en una fosa aun más profunda. Quedan inconcientes por un rato en la oscuridad, y poco a poco van incorporándose. Ricardo trae una lámpara que ilumine el lugar y se dan cuenta que están atrapados. Intentan formar una piramidal humana, pero se caen cuando Carlangas, que hacia de base, se asusta al ver un alacrán. Memín expresa su temor de encontrarse con un monstruo en esas profundidades, y le pidan que no diga tonterías. Con la luz de la lámpara, descubren una puerta metálica en uno de los extremos. Intentan abrirla, pero no puede empujarse ni tiene perilla. Deciden ponerse a gritar por ayuda, gastando los pulmones en vano. Desanimados y temiendo lo peor, los cuatro se sientan en el suelo de tierra y rocas. No les queda más que esperar que sus padres los encuentren y se disponen a dormir para recuperar energía. Mientras trata de dormir, Memín observa dos figuras sombrías que se acercan a donde están ellos. Trata de advertirles a sus amigos, pero ellos creen que es su imaginación. El sonido de la puerta metálica que se abre los pone en alerta, y van a investigar, aunque el negrito tiembla de miedo.
Sus progenitores sufren en sus hogares ante la ausencia de sus hijos, sintiéndose culpables por haberlos castigado (los padres de los amigos de Memín los castigaron fuera de cuadro). Mercedes teme que Ricardo haya sido secuestrado aunque Rogelio diga que no es posible (no es de extrañar que secuestren a los ricos, pero en esos tiempos, parece que sólo a los que tenían enemigos les pasaba eso). Isabel siente que Carlangas pudo haberse ido de la casa aun con el cariño que le tiene (¿solo a ella?), mientras Carlos se limita a darle por su lado. Juan lamenta haber golpeado tan severamente a su hijo, y recibe la visita de Eufrosina, preocupada por la suerte del suyo. Los padres no tardan en reunirse y apoyarse mutuamente, donde el señor Arcaraz recibe el informe del jardinero sobre haberlos visto en el jardín.
Aun atrapados bajo tierra (y olvidándose de lo que iban a hacer antes del cambio de escena), aunque Ricardo culpa al juego de química de sus desgracias, Ricardo y Ernestillo consideran que éste puede ayudarlos, junto con Memín. El negrito se echa una siesta y lo despiertan, para pedirle que haga de nuevo lo que hizo para ocasionar una explosión, una estrategia peligrosa, pero la única que se les ocurre, ya sea para abrir la puerta metálica o que los escuchen en la superficie. Tras vanagloriarse de por que al fin reconozcan su inteligencia, Memín se pone a mezclar las sustancias, aunque admite no saber que hizo exactamente. Le echa el último ingrediente y todos esperan por la explosión, pero no pasa nada. Ernestillo le arrebata la probeta y en frustración, la arroja a la puerta de metal, produciendo un fuerte estallido.
La explosión hace que el suelo vibre y Eufrosina lo siente, tomándolo por un terremoto. Su peso provoca que se hunda y los demás padres corren a ver que le ha pasado.
El resultado del estallido arrojo un montón de tierra sobre los cuatro amigos, pero pronto se incorporan y descubren que la puerta por fin se abrió. Después de vacilar un rato, entran a ella, animados por el curioso Memín, encontrándose con un extraño y muy avanzado laboratorio.
Juan y Carlos descienden a la abertura que se abrió ante Eufrosina, tratando de ayudarla. Vislumbran otro agujero y su peso provoca que los tres caigan aun más hondo.
Viéndose rodeado de maquinas y botones, Memín quiere presionar alguno para satisfacer su curiosidad, pero Carlangas se lo prohíbe. Alcanzan a oír las voces de sus progenitores, que han caído cerca de ellos, y corren a su encuentro. Pero con todo, Memín insiste en presionar uno de los botones, aprovechando que ellos se alejan. La puerta metálica se cierra justo cuando estaban a punto de reunirse con sus padres, quienes del otro lado alcanzaron a oírlos, aliviados por haberlos encontrado, aunque no pueden tener el acceso. Más tristes que enojados, reprochan a Memín por su estupidez, y él les pide perdón, soltando luego una de sus puntadas que acarrean coscorrones. Le exigen que diga que botón apretó pero no se acuerda y se pone a hacer pucheros.
Mientras, con los adultos, Carlos propone que suban de nuevo para pedir ayuda, ya que la puerta no se abre.
Los cuatro amigos, afligidos de nueva cuenta, son observados por extraños seres. Memín sugiere que presionen todos los botones, y se aleja antes de que lo vuelvan a coscorronear. Los espías hablan entre si, decidiendo cuando intervenir para que no se metan con su equipo. Memín alcanza a oír sus voces y le avisa a sus amigos, pero ellos opinan que alucina.
De vuelta con los adultos, informan de la situación de sus hijos. Después de soportar la angustia de Mercedes, deciden llamar a quienes puedan sacarlos. Eufrosina decide quedarse abajo, ya que no quiere apartarse de su pequeño, aunque la puerta se interponga.
Al final, los amigos de Memín consideran el presionar todos los botones. Los cuentan y se los reparten, pero no logran presionar ni uno cuando dos hombres orejudos y de piel verdosa salen a sus espaldas, tratando de capturarlos. Luchan y se debaten furiosamente, pero acaban quedando en las manos de los extraños seres, quienes los encaminan para llevarlos con su líder.
Los padres vuelven a meterse al túnel subterráneo, siguiendo a la brigada de rescate. Les piden a los padres que salgan de ahí y no estorben su trabajo. Eufrosina se pone especialmente difícil, pero nada puede hacer. El jefe de los habitantes de las profundidades interroga a los prisioneros sobre como encontraron su guarida. Memín empieza a alegar y el jefe expone su incredulidad de que él sea un habitante de la superficie común por su fealdad. El jefe pierde la paciencia y los condena a quedarse ahí para siempre, ya que pueden avisar de su presencia y entorpecer sus planes de conquista. Se dispone a contarles su historia, y Memín ya se queja de que pretende aburrirlos, pero sus amigos le ordenan callar.
El capataz del cuerpo de rescate regresa con los padres para decirles que no pudieron hacer nada, y Eufrosina se echa sobre él, protestando porque no cumple su trabajo. El capataz explica que la puerta está hecha de un material desconocido que no pueden atravesar y deben conseguir otro tipo de herramientas. Ellos quedan aun más preocupados por el estado de sus hijos.
La historia de los “lemurianos” (o al menos es el nombre que más usan para bautizar a esta raza subterránea, ya que salen como tres diferentes) fue contada fuera de cuadro, para no gastar paginas y aburrir a los lectores. Una deducción personal sugiere que son alienígenas o descendientes de estos que llegaron al centro de la tierra, formando su propia civilización, y ahora les ha dado por querer destruir a los de la superficie. Habiendo dejado todo en claro y advertirles que resistirse es inútil, el jefe ordena que los encierren y los mantengan vigilados. Los llevan a otra parte de los túneles, dentro de una reja, donde comentan sobre la disparatada aventura que están viviendo al conocer a estos lemurianos. Luego, deciden tratar de escapar, lo que resulta fácil, encomendando a Memín darle un patadón al guardia que no lo vio venir, poniéndolo a dormir al golpearlo en la cabeza. Viéndose libres, se internan en los túneles para buscar la salida.
Los esfuerzos de la brigada de rescate continúan y los padres siguen solidarizándose.
El jefe lemuriano es enterado de que los prisioneros escaparon y ordena que los capturen de nueva cuenta.
Perdidos en el laberinto de túneles, los cuatro sólo consiguen agotarse. Escuchan a los lemurianos que les siguen la pista, y en su intento de poner distancia, caen por un risco, que termina en un río de lava. Los lemurianos los ven caer, dándolos por muertos. Sin embargo, ellos caen a salvo en un nivel inferior, con la excepción de Memín, que se sostiene precariamente de una rama.
Los de la brigada de rescate se dan por vencidos, ya que no hay manera de atravesar la puerta. Eufrosina se exaspera y toma una barreta para abrirla ella misma, pero sólo consigue propiciar el peligro de producir un derrumbe que los sepulte a todos. El capital ordena que desalojen y le quita la herramienta, espetándole su imprudencia.
Uniendo fuerzas, logran salvar a Memín, y los cuatro quedan inconcientes por tantas emociones y esfuerzos. El líder lemuriano es informado de la “muerte” accidental de los prisioneros, quedando satisfecho porque no quería tomarse la molestia de ejecutarlos.
Eufrosina se niega a apartarse de la puerta. Isabel la acompaña, tratando de consolarla y dándole animo.
Los cuatro amigos buscan una forma de salir de ahí para no estar tan cerca del río de lava. Memín descubre una liana que muy oportunamente se encontraba ahí, y no vieron antes. Comienzan el difícil ascenso, en el que Memín se cae a medio camino, arrastrando consigo a Carlangas. Éste decide subirse primero para que no haya más accidentes, y así lo dejan a ultimo, quedando muy resentido el negrito. Ya juntos, vuelven a los tuéneles, donde pronto son visos por los lemurianos, y tienen que huir.
El jefe lemuriano ordena que revisen y sellen la entrada para que ningún habitante de la superficie pueda volver a meterse por ahí. Isabel y Eufrosina ven como la puerta se abre, y se disponen a entrar, pero los lemurianos les salen al encuentro. Eufrosina abofetea y aplasta a unos, impidiendo que se acerquen a Isabel, pero acaban siendo capturadas.
Los cuatro amigos se encuentran con un montón de huesos de dinosaurio que han quedado ahí, pero los habitantes subterraneos les dan alcance y se los llevan ante el líder de nuevo. Los lemurianos no pueden evitar el afectuoso reencuentro entre Carlangas y Memín con sus respectivas madres. El líder ordena que los encierren otra vez, pero uno de sus subordinados pide permiso de hablar, sugiriendo que en lugar de eso los maten sin más ni más. Pero el líder se niega a seguir las costumbres bárbaras de los habitantes de la superficie (¿Qué no iban a destruirlos para conquistar la Tierra?), y el subordinado sugiere que los manden con los murciélagos, que se alimentaran con ellos lentamente, dándoles una muerte horrible. El líder aprueba la moción y los condena a ser alimento para los quirópteros. Memín delibera un rato con sus amigos, queriendo darles sus frescas, pero acaba siendo ignorado. Carlangas consuela a su madre, triste por la suerte que les espera, más la de él que la de ella. Los lemurianos los conducen por los túneles hacia su muerte, y ellos sólo andan viendo como tomarlos por sorpresa y escapar.
En la casa Arcaraz, el resto de los progenitores siguen angustiados, compartiendo la preocupación, poniéndose más pesimistas cada vez.
Echándose sobre sus captores, los cuatro amigos y las dos mujeres luchan con valentía, pero nada consiguen, y vuelven a conducirlos por los túneles. Los lemurianos portan extrañas armas todo el tiempo, pero nunca las usan, volviendo intrigante el como pueden obligarlos a someterse si prácticamente ni tienen con que amenazarlos.
Memín consigue escabullirse, y los lemurianos, considerándolo el más peligroso, temen que haga algo. Confían dejarlos varados ahí, a merced de los primates voladores (¿Cómo los van a retener?), cuando estos hacen su aparición. Memín, que andaba caminando sigilosamente, les grita a los demás que pongan pecho tierra para salvarse. Los lemurianos resultan ser unos verdaderos tontos, echándose a correr, dirigiéndose al risco por el que caen hacia una muerte segura, seguidos de los murciélagos que deben ser igual de despistados. Eufrosina regaña a Memín con severidad por haber matado a esos hombres (pese a que los iban a matar a ellos), y él excusa que fueron los murciélagos, batallando para darle una explicación satisfactoria. Los demás lemurianos se percatan de su regreso, y traen refuerzos para controlarlos. En su prisa por escapar, descuidan a Isabel y Eufrosina, que son apresadas y llevadas hacia una copula de cristal, la cual sirve como medio de transporte a otro lugar. Los cuatro amigos las ven desaparecer sin poder evitarlo, y después de lamentarse, Memín sugiere que las sigan utilizando uno de esos extraños vehículos.
En la casa de los Arcaraz, la tensión se incremente ante la ausencia de Isabel de la que Carlos apenas se ha percatado.
La cúpula los transporta a un área selvática, que Memín toma por Chapultepec, pero sus amigos le hacen ver que se equivoca, y están en un lugar muy diferente. A Memín le da por escupirse en la mano y aplastarla para ver donde sale la salpicadura y así elegir una dirección. Le cae a Ricardo y le espetan su método tan sucio, mas él no hace caso y empiezan su recorrido.
El señor Arcaraz atiende las labores de la brigada de rescate, que han traído más material para penetrar la puerta.
En la selva, los cuatro consiguen distinguir a lo lejos una ciudad anticuada que devela la cuna de la civilización de los lemurianos, tomándola por el continente perdido o algún otro lugar mítico. Eufrosina e Isabel están perdidas, explorando las edificaciones. Un grupo de lemurianos las embosca. Isabel sugiere que les pidan ayuda, pero Eufrosina comprende que no escucharán razones y se defienden como pueden. Los cuatro alcanzan a oírlas, y Memín ya va a correr en su auxilio, pero los otros lo detienen, advirtiéndole que los superan en número. Consideran que lo mejor es seguirlos a discreción, y así se aproximan al punto central donde se encuentra el líder. Éste se irrita cuando le traen a las mujeres, que siguen vivas. Exige que traigan a los que faltan. Desde el techo, Memín pudo treparse y mirar todo, dejando caer una piedra que pone en alerta a los lemurianos. Usa la enredadera por la que subió para camuflajearse, y consigue despistarlos, pero a sus amigos los capturan.
El capataz de la brigada se da por vencido, diciéndole al señor Arcaraz que la única solución es utilizar explosivos, pero que estos podrían ocasionar un derrumbe dentro que mataría a los niños. Él implora que sigan tratando de otra forma y el capataz accede a su petición, aunque parece inútil.
El líder lemuriano ordena que los lleven de nuevo a los túneles y provoquen la explosión de su base ahí, pero que no por ello abandonan sus planes de dominar la superficie y destruir a sus habitantes (¿pero en que rayos le ayudaría autodestruir su base para deshacerse de seis intrusos? No parece un plan muy brillante que digamos). Exige que cumplan sus órdenes sin falta y no dejen de capturar al enano, por ser la mayor amenaza.
Llevando por enésima vez a los intrusos, los lemurianos los conducen a los túneles. Armándose con un hueso enorme que encontró en el suelo, Memín lo utiliza como arma y noquea a uno de ellos. Grita para celebrar su efímero triunfo, que pone avispas a los otros, preocupando a Eufrosina e Isabel, y dejando a sus amigos comentando sobre como siempre la riega.
Siguiendo la orden del líder, la base es hecha estallar, y el impacto toma por sorpresa a todos los que andan por la residencia de los Arcaraz. Dentro, los cuatro amigos y las dos mujeres también resienten el temblor, y deciden tomar otro rumbo al percibir que vino por atrás. Como continúan adentrándose en el mundo subterráneo (de algún modo lograron perder a sus captores fuera de cuadro), sueltan quejas, siendo Memín quien sufre de tanta hambre, que ya piensa en comerse la tierra, para espanto de los demás.
El capataz anuncia a los afligidos padres que la explosión tras la puerta metálica indica que los niños han muerto sin remedio y que ahora sólo les queda luchar para recuperar los cadáveres. Mercedes se pone histérica y su esposo trata de calmarla.
La exploración lleva al grupo de exiliados a un arroyuelo. Después de comprobar que el agua está fresca y no tiene veneno, sacian su sed con ella y se tumban en el suelo para descansar. Memín quiere aprovechar para echarse un clavado, ignorando a Carlangas que le dice que no es momento para andarse divirtiendo, considerando la situación. Memín se quita la ropa y se echa sin más, pero como no es muy profundo, se golpea la cabeza, quedando inconciente. Sus amigos lo toman por muerto, suponiendo que el agua si estaba envenenada, y Ricardo ya anda sintiendo que le arde por dentro. Eufrosina hace que Memín reaccione al tomarlo impulsivamente, y ya aclarando todo, Ricardo admite que se dejó llevar por las palabras de sus amigos y en realidad no tenia nada.
Adentrándose más, alcanza a oír un estrepitoso sonido que suena a un rugido o maquinaria activada. Enfrentando el miedo, avanzan para descubrir que lo produce, y un rayo de luz les sale al paso, iluminándolos, para revelar un laboratorio similar al que pasaron antes. Un viejo científico les permite explicarse, y acepta ayudarlos, diciendo que él ha pasado el tiempo estudiando a los lemurianos/lemusianos/atlanticos, y tiene todo dispuesto para destruirlos, si le echan una mano. Ellos aceptan (sólo Memín vacila, pero no es sorpresa) y de inmediato les suelta su plan, que consiste en que coloquen capsulas explosivas en diferentes sectores de la ciudad subterránea, indicándoles como prepararlas y activarlas. Pero como sólo les da a sus tres amigos, Memín protesta y aunque el científico confiesa verlo muy inútil, decide dejarle la parte más importante, que consiste en predisponer la explosión de las capsulas de sus amigos, utilizando una mochila de propulsión a chorro para recorrer la distancia de los tres puntos rápidamente. A Isabel y a Eufrosina las pone a preparar la comida de regreso y a que cuiden a su gato. Si que se toma muy a la ligera un plan tan elaborado, el cual se realiza en tan solo una pagina. Cada uno prepara los explosivos, aprovechando que los lemurianos están distraídos en una conferencia, y al siguiente cuadro, ya todos han volado en pedazos. Memín llega volando a celebrar su victoria con Eufrosina, aprendiendo inexplicablemente a hablar italiano. Pero ella dice estar cansada y sentirse vieja, lo que la preocupa. El científico felicita a los otros por su victoria absoluta sobre sus enemigos, pero Memín no se une a su entusiasmo. Le comenta al científico del problema y después de escucharle, sugiere la posibilidad de rejuvenecerla, quitándole unos años para que se sienta mejor. Memín acepta, aunque a sus amigos no les parece. El científico opina hacer lo mismo con Isabel, revelando oscuras intenciones, pero Carlangas le espeta que ella no necesita rejuvenecer nada.
La aflicción de los padres en la residencia Arcaraz continua, y ya está volviéndose pesada.
Tras decirle que su madre tiene cuarenta años, el científico prepara todo para restarle veinte. Cuando le muestra la cúpula en la cual la dejará para proceder, Memín cuestiona sus habilidades y el científico se muestra ofendido. Los amigos de Memín e Isabel se quedan afuera, esperando, y temiendo que algo salga mal por el egoísmo del negrito.
El señor Arcaraz exige que dinamiten la entrada, sin importar el riesgo del daño a su propiedad, y el capataz se dispone a cumplir. El científico tenia que echarle unas gotas a Eufrosina antes de colocarla en la maquina, pero una vez hecho esto, ordena a Memín repetir el proceso, ignorando su protesta de que se supone que ya lo hicieron. Mediante sutiles amenazas, lo obliga a obedecer. Después, le pide que salga mientras realiza el tratamiento. Reuniéndose con sus amigos, ellos le señalan que si antes temía que Don Venancio pusiera los ojos en ella, ahora que rejuvenezca, será más fácil que llame la atención de los hombres. Un llanto de infante se alcanza a escuchar, y se dirigen a ver quien lo está haciendo. En la cúpula bajo la que estaba tendida Eufrosina, ahora se encuentra un bebe, lo que indica que el científico la rejuveneció de más. Memín se queja ante el científico por su metida de pata, que a éste ni le importa, celebrando que su maquina funcionó a la perfección. Irritado, deja ahí a la bebe, exigiendo que para cuando vuelva, ya la tenga como estaba. Sus amigos lo siguen, haciéndole ver que no debe abandonarla, ya que ahora es su responsabilidad cuidarla como ella hizo con él. Memín lo comprende y regresa para sostener a la pequeña Eufrosina, decidiendo ser un padre y madre a la vez para ella. Ernestillo propone regalarle una cuna cuando salgan, mientras Ricardo considera la escena tan extraña como conmovedora (nota: en el recuadro de dialogo del narrador se dice que: “Ricardo sonrió ruidosamente”, atentando contra la sintaxis, significando un error muy tonto difícil de creer).
Como los chicos se disponen a irse, el científico les pide que esperen, ya que es su turno de ayudarlo a él a rejuvenecerse a si mismo. Señalan su descaro, pero llaman a Isabel y a Memín con la bebe, que ya se habían adelantado, para que les ayuden. Explican que necesitan de ese viejo, que no parece estar del todo en sus cabales, pero sólo con su ayuda volverán a la superficie. El científico ordena a Memín preparar la maquina para su rejuvenecimiento, advirtiéndole no equivocarse y hacerlo retroceder al grado de desaparecer. El negrito acepta, deseoso de vengarse al jugarle chueco, pero cuando está a punto, escuchan el llanto de Eufrosina y se arrepiente. El científico sale de la cúpula, ahora joven y presentándose como Catarino Ponteduro y Montealegre (¡ja,ja,ja,ja! que nombre tan ridi), pero sufre de amnesia y no los reconoce ni recuerda lo que hizo con ellos. De todos modos, accede a llevarlos a la salida, y toma a un tigre encadenado para que los guíe, tomando por un “aparato”. No hay modo de llevarle la contra y se ven obligados a seguir al joven lunático. La policía llega a la casa Arcaraz a informar que no se halló ni rastro de los niños. Consideran si fueron secuestrados, pero entre las cuatro familias, ninguno cree que haya motivos para que plagiaran a sus hijos.
En los túneles, Catarino pierde la paciencia al ver “descompuesto” al gran felino, señalando que perdió el olfato. Se le ocurre una forma de que lo recupere, dándole de comer, y trata de arrebatarle a la bebe a Isabel para ofrecérsela al animal. Memín protesta, y en eso….Termina el disparatado sueño que estaba teniendo. Así es. Todo fue otro fantástico sueño del negrito donde se dio demasiado vuelo a su imaginación. En realidad, la caída por el agujero lo dejó tan atontado que empezó a alucinar, poniendo a sus amigos muy preocupados. El jardinero anuncia que encontraron el agujero, y los padres se acercan, oyendo sus voces (la escena de la llegada de los policías ya no era parte del sueño, pero todas las anteriores si, la imaginación de Memín es tan grande que puede captar el drama típico de los progenitores en cualquier situación). Los reencuentros no se hacen esperar, tan conmovedores como siempre. Solo a Eufrosina le toca ver a su retoño aun delirando con su fantasía tan vivida, y le echan agua para hacerlo reaccionar. Pero con todo, él sigue diciendo tonterías, hablando de la pantera (gráficamente era un tigre, pero insisten en decirle pantera, posiblemente porque así era en el dibujo original del señor Valencia en la versión clásica de Memín y aquí pensaron que un tigre se veía mejor) del loco cuyo nombre ni se aprendió bien, y Eufrosina ya está tomando una tabla, pero Isabel le advierte que debe esperar a que se recupere. Los demás padres la consuelan, asegurando que Memín volverá a la normalidad una vez que descanse.
Más tarde, mientras las mujeres ponen la mesa, los padres comentan sobre lo sucedido, preguntándose como habrá ocurrido el incidente. Dejan a Memín con ellos, y al despertar, les cuenta de lo que todavía no se percate que fue pura imaginación suya, todavia creyendo que Eufrosina es una bebe. Llegan sus amigos para explicarle que no pasó tal cosa, pero Memín se niega a aceptarlo hasta que pueda verla por si mismo. Corren a la cocina, dejando a sus padres admirando su sólida amistad. Memín se abraza a Eufrosina, quien espera que haya aprendido la lección, advirtiéndole que no siga metiendo en líos o algún día acabara con ella por la preocupación. El negrito se compromete a no volverlo a hacer (bueno, falta poco para el “final”, quizá pueda cumplir su palabra, al menos en lo que respecta a los guiones originales de su autora). Habiendo pasado el susto, Mercedes los invita a servirse tortas con miel.

Posiblemente la trama más zafada y fuera de lugar que se haya hecho de Memín, haciendo difícil de creer que su autora la haya elaborado. Contando tantos errores y giros extrañísimos, puede considerarse que debió tomar mal una sugerencia, porque aun siendo un sueño, poner a Memín y sus amigos luchando con alienígenas subterráneos y viéndoselas con científicos locos, es algo que no les viene en nada, y menos cuando es una tanteada de tantos números de revista. Cierto que por la forma en que se manejaba cualquiera habría supuesto que se trataba de una fantasía, pero… ¿Tenían que darle tanto espacio a las partes e los padres y sus esfuerzos por rescatarlos? Si que sirvió para despistar, pero fue mucho drama innecesario. En fin, quien sabe que motivos estaban detrás de esta trama, y como es de las últimas, no es de sorprender que luego todo “terminara” en la segunda versión de la revista.

3 comentarios:

  1. Esto de los extraterrestres, es supuestamente escrito por Yolanda VD, y parte de la edicion de los 60s?
    La edicion de 1986-93 concluyo en el 327, antes de llegar a esto!

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    1. Asì es pero en la ediciòn de color sepia de los nùmeros que tengo, aunque no poseo ni uno de esta trama en particular, la cantidad de nùmeros transcurridos concuerda con los que anteceden a la trama del secuestro de manera exacta. Por lo tanto, es muy probable que asì sea e incluso esta trama es mencionada en uno de los tomos que exploran la historia de las historietas en Mèxico (publicados años antes de que lanzaran por segunda vez la ediciòn a color donde continuaran con este nuevo dibujante).

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  2. Esta historia la recuerdo en la versión sepia de los 60s. El líder de los lemurianos se llamaba Fantástico.

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