miércoles, 2 de septiembre de 2009

Memín Pinguín #313-316

La clase de Memín hace una excursión a Teotihuacan, donde él no tardará en meterse en líos. Después, asiste a un espectáculo sobre hielo, consiguiendo una oportunidad para ser parte del acto.

El profesor Romero le anuncia a la clase que harán a Teotihuacan, por la materia de historia, advirtiendo que quienes no vayan, tendrán que estudiar de la página tal a la página tal del libro de texto. Memín no tiene ni idea de quienes eran los teotihuacanos, pronunciando mal el nombre, como de costumbre, y sus amigos le señalan su ignorancia. Romero avisa que pagarán veinte pasos para ir al viaje por lo del espectáculo de luz y sonido (una función en que utilizan reflectores para contar historias enfocando la pirámide), a lo que Memín protesta, ya que le parece exagerado, creyendo que habla literalmente, alegando que luz hay por todos lados y es mejor el silencio que el sonido. Sus amigos lo coscorronean y luego todos se andan apuntando. Al volver a sus casas, comentan lo que llevaran de comer, y Memín dice algo fuera de tono otra vez. Muy zalamero, saluda a Eufrosina en la cocina, indicándole que quiere algo. Le explica que necesita dinero para visitar a sus antepasados, y ella tarda en entenderle. Se niega a soltar el dinero, diciéndole que empiece a estudiar todas esas páginas, pero el siempre acomedido Don Venancio viene en su auxilio. Alcanza a oír que necesita dinero, y una vez que le expone en que consiste, el español se lo da de buena fe, sin recibir ningún agradecimiento por parte del aprovechado bribón.
El día de la partida, Memín llega antes que los demás, y pronto empiezan a reunirse. Ernestillo se presente tarde, sólo para decir que no pudieron pagarle un trabajo a su padre en la carpintería, y por eso no tiene dinero para la excursión. Sus amigos cavilan para ver como ayudarlo, y Memín sugiere que le digan al profesor que se lo pague. Carlangas se muestra de acuerdo, pero le expone que a Ernestillo le puede dar pena y que considere lo que él haría en su lugar. Memín admite que pediría el dinero sin miramientos a cualquiera (no conoce la vergüenza), haciéndole ver a Carlangas que fue un mal ejemplo. Con todo, el negrito va con el maestro y lo entera del caso de su amigo. Romero habla con Ernestillo, ofreciéndole pagar y que él se lo devuelva después. El chico acepta y corre a avisarle a su padre. Memín presume ante los otros de haber salvado el día, pero le bajan los humos. El señor Vargas se alegra de que su hijo pueda ir y le da su bendición.
La primera parada es la Pirámide del Sol, y Romero instruye a los alumnos para que la escalen. Memín tiene la ocurrencia de llegar a la cima antes que los demás y acaba tropezándose. Romero lo intercepta antes de que se estrelle más abajo, advirtiéndole que ya no lo dejará caminar solo. En la cima, Romero les empieza a dar la lección, que pone a Memín a dormir, fantaseando consigo mismo, convertido en un emperador teotihuacano. Por fortuna, esa ensoñación dura apenas una página, y Carlangas lo despierta al gritarle que un ciempiés se le ha trepado. Memín brinca, aun perdido en su fantasía, sobre el maestro, quien después de hacerlo volver a la realidad, le pide repetir lo que dijo, y por supuesto, a él ya se le “olvidó”. Romero los dirige a la avenida de los muertos, asustando a Memín que se toma el nombre muy en serio. Mientras el maestro da la lección, da pie a un debate sobre las civilizaciones más antiguas, si fue primero la teotihuacana o la egipcia, algo que más bien parece ir saliéndose del tema, pero que instructivo ¿no? Se detienen en un claro para comer, y a Ernestillo que no trajo nada, sus amigos le convidan. Una tormenta se presenta de repente, y Romero les indica a todos resguardarse en el camión, ya que los relámpagos tienen tendencia a caer sobre los árboles que los rodean. Los alumnos y el maestro se ponen a salvo, pero Memín les pierde la pista tras tropezar y se va por otro lado, temeroso de que lo parta un rayo. Su ausencia no pasa desapercibida, y algunos de sus compañeros hasta se muestran conformes, ya que concuerdan en que es muy molesto.
Memín termina metiéndose a una cueva, donde luego lo acompaña un hombre que va buscando su animal perdido. Al distinguir la sombría figura de Memín, cree que es un espectro y sale corriendo. Para entonces la tormenta ya ha pasado y el maestro y sus compañeros se acercan a la cueva. Memín escucha los sonidos de un animal, que por la forma en que resuenan (buu buu) le hacen suponer que se trata de un búfalo tartamudo (¿?). Sale corriendo y se topa con el profesor. El “búfalo” resulta ser tan sólo un burro. Lo dejan ahí para continuar la clase, ahora contemplando el espectáculo de luz y sonido, del que ni se dan muchos detalles, pero han de suponer que cualquier que haya ido a Teotihuacan sabe en que consiste. Habiendo concluido, abordan el camión para volver a casa, y Romero les recuerda que deben reportar todo lo que vieron. Memín no comprende como hacerlo y sus amigos le explican que consiste en algo tan sencillo que tendría que ser tonto para que no le salga.
Quien sabe si el negrito se puso las pilas o no, porque apenas llega a su casa, descubre a Eufrosina a punto de salir con Don Venancio a un espectáculo de patinaje sobre hielo. Memín se pone receloso, pero como ella lo invita a que los acompañe, no se niega. Soportando al español haciendo un gesto de galantería llevando a Eufrosina del brazo, se irrita momentáneamente, pero luego que éste lo carga en hombros, cambia radicalmente su humor. Después de pagar los cojines para los asientos, empieza el espectáculo y madre e hijo quedaran maravillados ante la destreza de los patinadores. La emoción de Memín hace que se caiga de su asiento, sujetándose precariamente de una cuerda. No puede evitar soltarse y los patinadores lo atrapan. Para no alarmar al publico, uno sugiere que pretendan que es parte del acto y utiliza a Memín en sus siguientes movimientos sobre el hielo, sin que él se de por enterado, ya que está semiinconsciente. Lo pasan a los camerinos, dejándolo al cuidado de unas patinadoras, y al despertar, Memín cree estar en el cielo. Pero al aparecer otro patinador disfrazado de diablo, el negrito se espanta. Éste trata de explicarle lo que pasó, tardando un poco en tranquilizarlo. Hasta entonces, Eufrosina se da cuenta de que el asiento de su retoño está vacío, pero Venancio la calma al suponer que posiblemente se fue a casa. Los patinadores proponen a Memín que participe en su acto, pero como necesita el consentimiento de su mama, ellos acuerdan hablar con ella.
En la casa, Don Venancio y Eufrosina no encuentran a Memín. La lavandera se pone a rezar a la Virgen, comprometiéndose a no pegarle con tabla si se lo regresa con bien. En eso, llega Memín y Eufrosina se muestra enojada, pidiendo una explicación. Hacen pasar a los patinadores, quienes la enteran de su intención de incluir al negrito en su acto. Advierten que requieren ensayar todo el tiempo, pero como Memín tiene escuela, ella dice que no, ignorando las protestas de éste de que no necesita los estudios. Ofrecen pagarle lo que quiera, pero nones. Al final, optan porque sea en las tardes, y ya luego se encargará de su tarea.
Al siguiente día, Memín adopta su actitud de presumido en la escuela (algo que ya empieza a ponerse molesto y chocante en este personaje después de un tiempo). Dándose importancia, trata con indiferencia a sus amigos, para luego soltarles que es una estrella del espectáculo sobre hielo. Los invita al primer ensayo, dándoles a entender que no fanfarronea. Durante éste, ellos comprueban que le dan una tarea inapropiada para alguien como él que siempre sufre calamidades. Y no tarda en regarla al primer intento, echándose sobre la cuerda antes de tiempo. Sus amigos jalan la cuerda del otro lado para salvarlo. El líder de los patinadores reconsidera la idea de utilizar a Memín, diciéndole que mejor no, ya que el acto parece muy peligroso y no quieren hacerse responsables. Memín, como ya se hizo muchas ilusiones, protesta y se pone sus moños. Sus amigos le dan coscorrones para que se calme, y lo disculpan con los patinadores, ya que así suele ser por su necedad. Llega muy malhumorado a la casa, y al informar a Eufrosina de que “cancelaron” su contrato, ella se alegra, logrando que también se ponga respondón con ella. La orilla a empuñar la tabla con clavo, y esta vez no hay ni Don Venancio que lo salve.
El español atiende sus propios asuntos, que propiciarán una situación crítica extendida que podría cambiar la vida familiar de Memín.

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