sábado, 10 de julio de 2010

Memín Pinguín #401-403


Memín y sus amigos junto con sus padres pasan las vacaciones en Chachalacas, dejando solo al señor Vargas realizando un trabajo, que le ocasionará retomar temporalmente su vicio del alcohol.

Ricardo llega su casa después de dejar a Memín en la suya, justo a tiempo para despedir al señor Arcaraz que se va a trabajar (el argumentista describe con que cariño se despide de su hijo, algo muy innecesario ya que los lectores pueden apreciarlo en el cuadro, no estamos ciegos). Antes de irse le da indicaciones a Jaime, el chofer, que repite a Ricardo sobre informar a sus amigos y a sus padres que vengan a la casa a cierta hora. Ricardo está intrigado e inquiere a Mercedes que se traen, pero ella alega que no le comentaron nada (no es verdad, en el numero anterior todo indica que lo sabia ¿Por qué tanta discreción? Ush). Cuando Ricardo les informa, Memín ya piensa que van a regañarlos por algo y expone su intención de esconder la tabla de Eufrosina por precaución (no hace falta, está claro que ella ya nunca le va a pegar con eso por las nuevas “políticas”). Pasamos a la reunión, en la que el señor Arcaraz solicita los servicios del señor Vargas para fabricarle un nuevo escritorio en su despacho. Memín opina que se ha vuelto loco si invita a todos nomás para eso, pero luego dice que para que el hombre trabaje en paz, los demás se irán a Chachalacas a pasar las vacaciones mientras tanto (muy bonito, dejan al señor trabajando mientras ellos disfrutan, tendrá que pagarle demasiado por ese servicio). Todos aceptan la invitación, aunque Ernestillo pensaba quedarse a ayudarle, pero Juan ya tiene en mente a otro joven que conoció hace poco y podrá desempeñar la labor.

Sus amigos lo animan a que acepte esa separación temporal y al cuadro siguiente ya es el día de partida. Memín batalla para alistarse, y Eufrosina lo encamina bruscamente. Ernestillo se despide de Juan, y en breve ya anda en el auto con los demás en la carretera, aguantando la gorronería de Memín.
Juan está preparando sus herramientas, cuando llega su nuevo ayudante, Gerardo, que se le ha hecho tarde y encima pide que le de desayunar y admite haberse olvidado de sus propias herramientas. Ocultando su decepción ante su actitud tan poco emprendedora, marchan a la casa Arcaraz donde sólo va a estar Jaime para supervisar todo. Gerardo revela de inmediato sus tendencias alcohólicas tomando de su botella de tequila a cada rato.
En Chachalacas, los chicos y sus padres se ponen a jugar volleyball playero y Memín trata de lucirse con sus gafas oscuras, que le hacen confundir a Eufrosina con la pelota. Ernestillo anda apartado, sintiéndose solo sin su padre y recordando a su madre fallecida (¡supéralo ya, mocoso!). Memín llama su atención lanzándole un pelotazo a la cabeza, y se incorpora al juego. El negrito acaba recibiendo un golpe en plena cara y se desmaya. Sus amigos andan titubeando en cuanto a darle respiración de boca a boca, pero él sólo fingía y Eufrosina se dispone a darle de nalgadas por hacerse el chistoso.
El señor Vargas sigue trabajando, y junto con Jaime, no tardan en descubrir a Gerardo bien briago y paseándose como si estuviera en su casa. Jaime intenta esculcarlo y Juan le arrebata la botella, y el joven reacciona violentamente, aunque es derribado de un golpe. Confirmando que no robó nada, pero que igual no hay modo de que sea un buen ayudante, y lo corren de ahí. Juan se disculpa y toma la responsabilidad de hacer todo él solo.
Volviendo a la playa de Chachalacas, Memín sugiere meterse en el mar, y sus amigos se burlan, recordándole de cuando estaban en la piscina de los Arcaraz. Por cierto, que hacen mención del incidente del temblor, un hecho apenas memorable por ocurrir durante una sucesión de eventos muy aburridos en la revista, pero que bueno que por esta vez, el argumentista empieza a leer números pasados. Memín le hace el tonto echándose un clavado en marea baja que le amerita estrellarse la cabeza, para después ahora si meterse y quedar a merced de un tiburón. Pero no era un escualo, sino un salvavidas con aleta de tiburón que puso algún bromista.
Sus amigos se meten al agua ya sin temor y dejan al negrito tomando el sol. Más tarde, los adultos contemplan después subirse al “parachute”, pero antes los niños se trepan en la banana. Ernestillo se pregunta como le irá a su padre, y en el cuadro siguiente, nos transportan ahí.
Juan sigue dedicado a su labor, con Jaime supervisándolo pero sin poder ayudarle ya que la carpintería no es lo suyo. Viendo la botella de tequila que dejó Gerardo, distraídamente toma un trago de ésta. Mal augurio.

De nuevo en la playa, los adultos se suben al “parachute”, y al menos el ingeniero Arozamena e Isabel encuentran la experiencia fascinante (si, ya entendimos, debe ser estupendo subirse a uno de esos, pero no se lo restrieguen en la cara a los lectores, en especial quienes estamos lejos de las playas donde los tienen), mientras Eufrosina reza compulsivamente a la Virgen por creerlo muy peligroso.
Juan da de cuenta con la botella y se apresura a ir a comprarse otra, dejando a Jaime sospechando que algo anda mal con él. Más tarde, el chofer encuentra al carpintero teniendo alucinaciones y descubre la botella del licor responsable. Juan pierde la conciencia y su mente se remonta al pasado, abriendo paso a una retrospectiva que no tiene mucho lugar en este trama, pero es un modo en puede verse como conoció y enamoró a Lupita (mencionada, mas nunca se había mostrado físicamente en la revista en la época de Doña Yolanda y Don Sixto). No es una historia muy interesante que digamos, así que la resumiré rápidamente. Juan la conoce surtiendo en una frutería, empiezan a salir, lo invitan a la casa, le regala una mascada (que mencionaba durante el incidente pasado de los aretes de Eufrosina), y aparentemente, se gana su corazón fabricándole una mesa que reemplaza la que se rompió cuando lo invitaron, para compensar su falta de habilidad en otras cosas.
Ernestillo intenta llamar para saber de su padre, y Jaime tiene que inventarse una excusa para que no sepa que anda borracho. Finalmente, Juan recobra la conciencia y excusa como volvió a la bebida por extrañar a su esposa, ya que nada es más efectivo para recordarla, ni siquiera la dichosa mascada, que siempre lleva consigo y hasta se le enseña. Ernestillo llama otra vez, y ahora Juan si está en condiciones de contestarle. Memín le arrebata el teléfono a su amigo para saludar a su padre y se agarra comentando puras tonterías que desconciertan al señor Vargas. Carlangas le devuelve el auricular a su amigo y padre e hijo siguen hablando, recordando a su querida Lupita (de lo que no se quieren acordar es de que murió, un misterio…). Más tarde, Ernestillo ve a los adultos brindando con alcohol, acordándose de cuando su padre se embriagaba, confiando en que eso ya se acabó hace mucho (y así debería ser, pero este argumentista no quiso).
Disculpándose de nuevo, Juan vuelve a su casa, comprometiéndose con Jaime a llegar temprano al día siguiente y compensar su falta de labores por andar tomando. En el camino, aparecen Gerardo y un amigo, que lo agreden para robarle y así poder seguirle dando al chupe. La llegada de la policía los hace huir, y Juan agradece que no se robaron su mascada, pero igual va con ellos para denunciarlos ya que tomaron el dinero que le había dado el señor Alcaraz para materiales. Ernestillo quería llamarle otra vez, pero sus amigos lo convencen de que ya ha llamado mucho, y desiste. Al rato, ya han llamado al señor Arcaraz para informar del robo y tranquilizar a Ernestillo, quien supone que su corazonada era cierta, aunque no se queja de sus amigos por haberlo tomado a la ligera.
Gerardo y su amigo son arrestados, irónicamente, por beber en una zona donde no está permitido, y la policía llama a Juan para identificarlos. Gerardo suplica que les ayude, pero nones, ahí se quedan. De nuevo, informan de todo al señor Arcaraz, y los cuatro amigos y sus progenitores siguen disfrutando de las vacaciones, a pesar de que él no se guardó lo de que Juan cayó en el vicio otra vez.
Jaime es autorizado para abrir la caja fuerte y sacar más dinero que ayude a Juan a trabajar, y pronto queda terminado el escritorio, que es alabado por el señor Arcaraz en cuando regresan.

Tras recibir la aprobación de su obra, Juan se despide, dirigiéndose a una junta de Alcohólicos Anónimos, seguido de una escena reconciliadora con Ernestillo, decepcionado, pero orgulloso a la vez porque al fin consiguiera ayuda (pura excusa de promoción para este tipo de asociaciones, en verdad que la ultima vez que el señor Vargas renunció a la bebida, fue muy convincente y concluyente). La escena hace llorar a Memín y decir que es más triste que cierta telenovela de las 8 (¿Cuál? Sepa, cualquiera que haya estado en ese entonces o en el momento en que uno adquiera este ejemplar, como sea, es otra promoción descarada).

Una trama muy aburrida de Memín, pero al menos un poco más consistente que otras que habían estado utilizando, lo que es una pequeña mejoría.

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