martes, 12 de enero de 2010

Memín Pinguín #350-352

La nueva época de la revista da inicio con el encuentro con una sospechosa fachada de cartomancia. Cuando la madre de Ricardo es robada por la pareja de estafadores, Memín y sus amigos les siguen la pista hasta Acapulco, dando lugar a una confrontación ciertamente absurda.

Rompiendo la línea del Memín clásico con el moderno, en lugar de toparse con el adivino que repetía todo de nuevo y para siempre, les sale otro tipo estrafalario y de gran estatura, pero muy intimidante. Memín lo toma por un cadáver reanimado y se le pone enfrente al hombre para importunarlo, ignorando las advertencias de sus amigos. El tipo alto se irrita ante sus peladeces y lo manda al demonio. Carlangas sale a defender a Memín (muy inoportunamente, si el tipo reaccionó con enfadado, pero no con violencia, así que esté acto protector estuvo fuera de lugar), pero el hombre lo hace retroceder con su mirada penetrante, y regresa con los demás, que se alejan con prudencia. Por lo visto, a ninguno le importó o ni se fijaron que Memín persiste en seguir al larguirucho, picado por la curiosidad (¿Cuál? ¿De que cumpla sus amenazas y le parta la cara?). El hombre se mete en un local de Cartomancia (que nombre tan elegante para un puesto de adivinación, lectura del tarot y esas tonterías, aquí montaron todo sin tener una idea exacta, alegando que cualquiera podía pretender hacerlo), un termino entendido por el negrito como “Carta Marciana”.
El tipo alto se llama Roberto y la que atiende es su “discípula” y amante, Zoraya, que han hecho su negocio de Cartomancia para agarrar clientes ricos, a los que les pretenden robarles usando la hipnosis sugestiva. Un plan muy ingenioso pero…. ¿Quien se molesta en poner una fachada tan elaborada para algo que fácilmente conseguirían encontrando y escogiendo blancos en vez de esperar a que toquen tu puerta? Tsk tsk.
Roberto pregunta si ha llegado un cliente, pero Zoraya admite que se fue a comer, recibiendo un regaño porque podría haberles caído un ricachón. Memín escucha desde la puerta, pero Roberto lo sorprende y lo corre. Los amigos del negrito apenas se dan cuenta de su ausencia y suponen que se fue corriendo a comer (pero si se fue siguiendo al larguirucho, no hay modo de que pasara sin que lo notaran, vaya que son atarantados).
Zoraya resulta ser una floja, pidiéndole a Roberto que él se encargue del puesto, pero le replica que sólo las mujeres pueden desempeñar ese trabajo (que sexista, cualquiera puede vestirse de extranjero y fingir que le sabe a la adivinación). Memín es necio y vuelve a la puerta para oírlos, quejándose de que sólo le llegan “garabatos” (no se si esta expresión esta bien o la captaron mal). En eso, llega Mercedes, dejando a su chofer esperando, mientras va a la consulta de cartomancia. Roberto la recibe y la invita a pasar, mientras Memín se las arregla para poder oír mejor. El chofer se queda dormido durante el rato que Mercedes pasa ahí (¿echarse una siesta en el auto a esas horas? deben hacerlo trabajar de más).
Roberto y Zoraya se dan cuenta que es ricachona, así que acuerdan preparar todo para sacarle lo que puedan. Su amante la deja a solas con la ingenua clienta, y empieza a leer las cartas, soltarle un repertorio de tonterías típicas que sacan los farsantes adivinos, las cuales Mercedes se traga completas. Memín se aburre de lo lindo, opinando que la madre de Ricardo no sabe en que gastar su dinero. Le daría la razón, si no fuera tan incoherente. Por la vida que lleva, no tiene sentido que Mercedes acuda con una cartomanciana. Además… ¿Qué no son católicos y se supone que solicitar servicios de esa gente es pecado? En fin, ya no es Yolanda Vargas Dulché quien escribe estas cosas...
Zoraya suspende la sarta de mentiras para ir al grano, moviendo las manos y lanzando las frases típicas de los hipnotistas, sumiendo a Mercedes en un profundo sueño, que también afecta a Memín. De acuerdo, ya están pasandose de lanza. Para que la hipnosis funcione, uno tiene que estar demasiado concentrado, y mirar fijamente un patrón o a la persona que lo está haciendo, así que no es posible que Memín caiga, y más, cuando sólo está escuchando su voz a distancia. Como sea, ambos caen, y Zoraya le exige a Mercedes una de sus tarjetas de crédito de mayor capacidad. Memín, quien aun hipnotizado sigue siendo sangrón, ya anda ofreciéndole el dinero de su alcancía. Mercedes hace lo que le piden y una vez que Zoraya la guarda y le pide su número clave, suspende el proceso, asegurandose de sugestionarla para que no recuerde nada. Continua diciéndole lo que quiere oír (la tonta de Mercedes no deja de repetir “Cuanto me alegra oír eso”, para eso, podría pagarle a cualquiera, como uno de los empleados de su casa para no tener que salir y ser estafada). Le paga por la consulta y Memín lo toma como su señal para retirarse. Mercedes vuelve al auto y arranca con prisa (¿le daba vergüenza que la vieran ahí? ¡Ya lo creo que debería darle!), ahogando a Memín con el humo del tubo de escape.
De vuelta en su casa, a la hora de comer, Memín ya le anda sugiriendo a Eufrosina que se vuelva “carta marciana”, y ella no tarda en irritarse (inconvenientemente rápido, normalmente la mujer es más paciente en este tipo de situaciones) y lo calla, con la clásica amenaza de tabla con clavo. Roberto va a utilizar la tarjeta en una caja, pero al notar las cámaras de seguridad, opta por clonarla y ponerle una clave nueva (con esa clase de conocimientos criminales se ve aun más tonto su plan de usar una fachada de cartomancia). Luego, él y Zoraya se compran un auto de lujo y parten rumbo a Acapulco, para montar otro local.
Después de otro día normal de clases, Memín duda sobre comentarle a Ricardo de lo que atestiguó, y al final, prefiere no decir nada, como si hubiera visto algo que no debía, en vez de algo sin importancia. No dejó mencionar la “carta marciana”, pero los tres se quedan sin saber de que hablaba, creyendo que se trataba de otro de sus locos sueños.
En Acapulco, la pareja de ladrones ya hizo la transacción necesaria para colocar nuevamente la trampa de cartomancia, y luego se van a la playa, disfrutando de los beneficios del dinero mal habido. El dibujante no deja de lucir a la tal Zoraya, poniendo a algún turista admirándola en traje de baño (¿olvidan que esta es una revista para toda la familia y no algo de variedades baratas?).
Mercedes se limaba tranquilamente las uñas, cuando Rogelio entra para reclamarle haber gastado casi un millón de pesos con su tarjeta de crédito. Se ve obligada a confesar que fue con una adivina, suponiendo que ahí perdió la tarjeta y alguien pudo encontrarla, lo que su esposo hace ver muy obvio considerando que es así como él se enteró del gasto. Acuden al local para revisar, descubriendo que lleva días desocupado. De nuevo, Mercedes queda como tonta al suponer que eso significa que han huido, y Rogelio lo sustenta. Coincidentemente, Memín y sus amigos habían salido de la escuela en ese momento y los ven en la calle. El negrito supone que ahora es el señor Arcaraz el que va con la “carta marciana”, y no le entienden ni en la siguiente página, donde los padres de Ricardo les explicaron todo fuera de cuadro. Memín se burla de la “ignorancia” de sus amigos, y lo coscorronean en consecuencia. Como el negrito fue testigo, el señor Arcaraz considera que puede darles un retrato hablado, termino que Memín malentiende completamente. Todos suben al auto (¿A dónde van? Todavía no se hablaba de involucrar a la policía) y Rogelio empieza a explicarle a Memín que es un retrato hablado, pero él está tan a gusto viajando en auto, que se distrae mirando por la ventana. En eso, pasan por una tienda con televisores en el escaparate, donde pasan un noticiero en vivo desde Acapulco, anunciando la proximidad de un huracán. Memín reconoce a la “carta marciana” en la playa, y logra que detengan el auto para señalárselas. Con ella está su amante, y Mercedes los reconoce. Rogelio anuncia que ellos dos irán hasta Acapulco para que la policía los atrape (pero piensan irse directo ¿en que momento los llamaron?). Los niños insisten en ir, pero no los dejan.
Un cuadro inoportuno muestra a Roberto y Zoraya relajándose en la playa, burlándose de los que trabajan. Luego, vuelven a la ciudad, con el auto de los Arcaraz ya saliendo de la ciudad, y hasta entonces se les ocurre revisar en los asientos si los niños no se dejaron algo, y descubren a Memín, que otra vez escapó del rango visual de sus atarantados amigos. Como detienen el carro, los otros creen que significa que al final decidieron dejarlos acompañarlos (¿no dijeron que ya estaban saliendo de la ciudad?). Rogelio y Mercedes le piden que se retire, pero Memín insiste, y como sus amigos no tardan en volver a meterse, no les queda de otra que dejarlos venir. En el camino, el argumentista no deja de exponerse su queja sobre los cuatas en los caminos rumbo a Acapulco, para luego poner a Memín demostrando su ignorancia al no saber lo que significan los señalamientos de los kilómetros que faltan para llegar (lo raro es que en vez de que sus amigos se burlen de él, esto da pie a un silencio incomodo). Se poncha una llanta y tienen que bajarse. Ya que están cerca, los cuatro amigos deciden adelantarse, yéndose corriendo y sin haberle avisados a los señores Arcaraz, que tuvieron que quedarse a esperar un ángel verde, ya que Rogelio demostró ser un desastre para la operación de cambiar el neumático.
Una fuerte ventisca los recibe en la playa, volando la gorra de Ricardo, que Memín agarra nomás para lucirse. Después, divisa a Roberto y Zoraya, que siguen haraganeando y dando sus descaradas opiniones sobre cuanto les encanta la vida fácil. Memín se dirige a ellos, pero lo detienen, formando un círculo para planear muy bien lo que harán. Le ponen a Memín una barba falsa de anciano, y consiguen que un turista les preste sus lentes y una de esas ridículas pelucas multicolor (¿no están pasadas de moda? ¿Y porque traer una peluca en una playa?). Con eso, creen haber dejado irreconocible al negrito, aunque no dejan de reírse por lo chistoso que se ve. Luego, él se dirige a unos turistas, hablando como isleño, y ofreciendo hacerles el baile de mover la panza, pero se equivoca y lo que mueve son las caderas. Lo único que hace es ponerse aun más en vergüenza, pero luego de ese “ensayo”, va con la pareja de estafadores, quienes le hacen ver que son los niños los que hacen ese baile y no los ancianos como el que el negrito pretende ser. Memín da una replica confusa y vaga que sólo los desconcierta. Carlangas se acercaba para tomar el bolso de Zoraya, pero ella lo descubre y retrocede. Luego, le pagan a Memín, y al inclinarse para agradecer, se le cae la peluca, quedando al descubierto. El negrito agarra el bolso, pero luego Roberto lo pone bajo su poder con su mirada hipnótica (ejem, la hipnosis no se supone que haga efecto inmediato, nadie es así de bueno, aunque es verdad que Memín si es así de tonto). Pone a Memín sonámbulo (¿?) y sus amigos corren a ayudarlo. Mientras Ricardo y Ernestillo tratan de impedir que camine hacia el mar, Carlangas ataca a Roberto. Zoraya defiende a su novio golpeando al chico con el bolso. El turista recoge las cosas que prestó, quejándose de que se las mojaron. Rogelio le avisa a Mercedes que llame a la policía, y va con Carlangas, que se quita un zapato, arrojándolo hacia Roberto cuando se disponía a escapar con su cómplice. Llega la policía, y rápidamente apresan a los dos. Mercedes saca la tarjeta clonada, y Carlangas exige a Roberto que libere a Memín del influjo hipnótico, pero éste se rehúsa. Con una buena patada en la pierna, lo convence de hacerlo, y así ponen al tanto a Memín. Los Arcaraz los acompañan a la delegación, comentando del truco que debieron haber utilizado para cometer el fraude (¿Qué caso tiene deducirlo cuando el asunto ya se resolvió?).

Como la primera de las totalmente nuevas historias de Memín, resulta ser un giro muy extraño el haber cambiado el encuentro con el adivino, con un hipnotizador estafador, planteando toda esta chorrada de persecución tan tonta. Y apenas es el principio, me temo. Historias peores y más zafadas nos aguardan.

2 comentarios:

  1. Una cosa que no tiene sentido en la trama es que desde varios cuadros atras que los reconocieran en la tele, zoraya y roberto estaban cerca de donde se estaban grabando las noticias. ¿que no se supone que si son criminales estarian evitantdo las camara? ni las evitaron y hasta se besaron y todos los vieron.

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    1. Es verdad, se me pasò señalar esa metida de pata. ¡Que descuidados!

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