Memín y sus amigos pasan el tiempo con sus familias en una hacienda ganadera, viviendo diversos incidentes que ocurren precipitadamente.
El señor Arozamena invita a los cuatro amigos y sus padres a visitar la hacienda ganadera de Heriberto, un viejo amigo suyo. Ellos aceptan muy animados. Ahorrando páginas en preparativos y el viaje, llegan a la hacienda y el dueño los recibe amablemente. Carlos les presenta a su hijo y sus amigos, y Heriberto comenta que más tarde podrán conocer a su heredero y una prima de éste que vino de visita. Le confiesa a su amigo que su hijo no le ha salido tan bien como quisiera, ya que es déspota y no le tiene respeto a nadie, que no puede hacerlo sentir tan orgulloso como el que él tiene en Carlangas (que impresión tan apresurada, ni ha visto suficiente del chico). Los cuatro amigos recorren la hacienda, y Memín, como siempre, se separa de ellos al curiosear de más. Trata de acariciar unas gallinas, pero sólo consigue asustarlas, y se le echan encima. Sus amigos lo encuentran y lo regañan, advirtiéndole que no se les despegue. El señor Arozamena les avisa que vengan a la mesa, y sigue compartiendo impresiones con Heriberto. Mario, el hijo tan criticado, se presenta asfixiándolos con su aire de superioridad, y cuando Carlangas lo saluda, no tarda en hacerlo enojar con sus comentarios de desprecio. Memín interviene y es repudiado aun más. Mario se lanza contra él, pero choca en la pared y queda inconsciente. En eso, entra María Eugenia, la prima, y los cuatro muy prestos se presentan al encontrarla tan linda. Ellos más que presentaciones parecen andarle echando piropos al aventón, mientras el negrito se hace bolas al marearla con sus divagaciones. Pasan a los padres a comer, y cuando ya están todos, Mario protesta sobre que los negros se sienten con ellos a comer. Heriberto lo reprende severamente y lo trata de obligar a disculparse, pero Eufrosina, tan humilde y noble, no lo ve necesario y suplica que no lo haga. Terminando de comer, Heriberto los invita a que vean la exhibición de la tienta de las vaquillas, para que se entretengan. Los cuatro amigos ocupan un palco, y cuando María Eugenia pide que la dejen sentarse con ellos, no hay lugar. Tratan de correr a Memín, pero como él no está dispuesto a moverse, siendo muy poco caballeroso, Carlangas le propone echar una carrera para disputarse el asiento. Eso sólo para tantearlo y que se fuera, mientras él se sentaba, dejando lugar para la chica. Memín llega a donde están los bovinos, y al ponerse cara a cara con uno, supone que es Carlangas, quien por alguna extraña razón que sólo una mente como la suya podría concebir, se ha convertido en buey. Creyendo que se trata de su amigo, le da un beso sin preocuparse, pero el animal se pone bravo y lo corretea. Distraen a la bestia y Memín se pone a salvo, volviendo con sus amigos. María Eugenia opina que el negrito merece sentarse en lugar de Carlangas y le da un beso de premio (¿Por qué? ¿Por huir del animal o por compasión al verlo tan tonto para tomarlo por su amigo?). Mario no soporta la escena y exige a su prima que los deje. Ellos se le ponen al brinco y el chico los reta a pelear, sin preocuparse que lo superen en número. Los cuatro se le echan encima, pero vienen Carlos y Heriberto a separarlos. El padre de Mario propone que éste demuestre que tan hombre es, compitiendo contra el hijo de su amigo en lo de domar una vaquilla, con el premio de que el ganador rapara al perdedor. Ellos aceptan y Memín se emociona porque uno acabe igual que él. Todo lo que tienen que hacer es agarrarla y amarrarla de las patas en el menor tiempo posible. Carlangas lo consigue fácilmente, y al llegar el turno de Mario, el animal se le escapa, perdiendo automáticamente. Heriberto exige a su hijo cumplir con su castigo, deseoso de aprovechar la oportunidad para cortarle el cabello que insiste en traer largo. Mario trata de alegar para salvarse, no queriendo quedar “fuera de onda”, pero es inútil. Carlangas es felicitado por sus amigos. Memín insiste en meterse con Mario, quien sigue insultándolo, y pide unas tijeras para cortarlo él mismo. Mario pone resistencia y Heriberto interviene para indicarla que se porte como hombre. Memín es coscorroneado por pasarse de la raya y Carlangas se ve forzado a ser el quien ejecute la sentencia, tal y como quedaron. Después de cortar como puede el cabello de Mario, Heriberto acaba la tarea dejándolo tan calvo como el negrito.
El entretenimiento continua, presentando a un toro para torear (en una forma poco menos brutal que en la fiesta brava). Memín siente un impulso desenfrenado por lucirse, y se dirige a confrontar al toro, angustiando a Eufrosina que lo mira desde el palco. Se arrepiente casi de inmediato y es correteado por la bestia. Mario desea vengarse de las burlas de Memín, ignorando los consejos del siervo Melitón para deje eso por la paz. Se mete para irritar aun más al toro, pero éste se vuelve y de un tope que lo derriba. Memín jala al toro por la cola para impedir que pisotee al odioso, ocasionando que haga un movimiento brusco y lo mande por los aires, cayendo en brazos de Heriberto. Más tarde, Mario se recupera, sufriendo un repentino cambio en que se disculpa por su mala actitud. Carlangas, Ricardo y Ernestillo lo perdonan y hasta lo nombran miembro honorario de su grupo. Mario insiste en disculparse especialmente con Memín y Eufrosina, y hasta se atreve a darle un beso conciliador a ella. Celoso y negándose a creer que sea sincero, Memín habla con insolencia infantil, pero Mario es paciente, y la misma Eufrosina se pone de su lado para que ya le pare a su carro. Los padres ya están despidiéndose de Heriberto, agradeciendo su hospitalidad, pero él sugiere que dejen a sus hijos quedarse a pasar la noche, ya que luego será domingo y para entonces podrán regresarse. Los padres dan el consentimiento de que se queden, con una que otra objeción insinuada (Mercedes no puede dejar de sobreproteger). Maria Eugenia les ofrece unas flores como obsequio de su visita a los adultos. Heriberto indica a su sobrina que atienda a los invitados, pero los cuatro se ponen a discutir sobre a quien debe atender primero (¿pues que clase de atención quieren?). Heriberto se despide de los padres, acordando que devolverá a sus hijos en el tren de la tarde al día siguiente. Reciben las recomendaciones necesarias y pasan el rato con Mario, quien se muestra insistente en pedirles que salgan afuera. Se ponen a jugar a la “roña”, y Memín es quien la trae, pero se detiene al ver el cuero colgado de los borregos. Pide una explicación a Ernestillo, y éste se la da, larga y tendida, pero era un truco para distraerlo y “pegársela”. Mientras, Mario, revela no haber escarmentado, y confía a Melitón lo que está planeando para hacerles pasar un mal rato, volviendo a hacer oídos sordos a sus sugerencias. Los invita a que prueben a montar los cerdos, dándoles una demostración para que vean lo mansos que son. Sabiendo que con torcerles el rabo se irritan, en cuanto monta uno Memín, Mario procede, provocando que el marrano arrastre al negrito por el chiquero. Sus amigos se dan cuenta, y cuando sale Memín todo sucio, toman a Mario, arrojándolo al chiquero. Heriberto ha observado todo, complacido con que volvieran a darle una lección a su hijo malcriado. Encomienda a Melitón que los lleve al río, y aprovechen para bañarse. Memín insiste en meterse con todo y ropa, aprovechando para lavarla junto con su persona. Heriberto arroja a su hijo al agua para que le haga compañía, pero la corriente no tarda en ponerse fuerte, arrastrando a Memín. Mario sufre otro repentino cambio, y nada para tratar de alcanzarlo y ayudarlo. Sus amigos se desnudan (¿que no podían dejarse la ropa interior?) y se echan al agua para salvar a los dos. Heriberto los asiste, y pronto sacan tanto a Memín como Mario inconcientes tras casi haberse ahogado. Durante la comida, ya todos se encuentran bien y Heriberto les hace saber las actividades que harán el domingo. Mario ahora sí se muestra sincero de verdad, ofreciendo su amistad, que aceptan mientras no les haga malas pasadas (¿y de que otra forma?). De nuevo, los amigos compiten por llamar la atención de María Eugenia, y al volver a recibir un beso de parte de ella, Memín despierta su envidia y no deja de presumirles que es el “favorito”. Heriberto les muestra sus habitaciones, donde podrán dormir individualmente. Memín pone pretextos, ya que no está acostumbrado a dormir solo, pero sus amigos se rehúsan a compartir cama con él, para que empiece a madurar. Aun así, en la noche, todos coinciden en levantarse, preocupados por dejarlo solo, pero al verlo durmiendo tranquilamente, aceptan que lo han subestimado.
En la mañana, María Eugenia pasa para despertarlos, y enseguida están levantados y vestidos, excepto Memín, que sufre de sueño pesado. Sus esfuerzos por despertarlo son inútiles, y lo llevan a la regadera, logrando que reaccione, pero muy enojado. Después, marchan a la capilla, y cuando termina, los tres ven a Memín acompañando a María Eugenia, considerando que ella sólo le da atención porque es encimoso y su educación le impide rechazarlo. En el desayuno, Heriberto pregunta por la ausencia de Mario en la iglesia, y Melitón replica que le daba vergüenza que lo vieran (tanta que no vuelve a aparecer en la revista). El siervo prepara los caballos para que los monten, pero siendo tan chico, a Memín le dejan una burra ciega. Suben a una peña donde a María Eugenia le da por proponer darle un beso y un abrazo al que llegue a la cima primero, pero una vez ahí se la pasa corriendo, haciendo que Memín se canse de ir tras ella. En el camino de regreso, el transporte de Memín se une al galope de los caballos de sus amigos, tropieza con una piedra y lo hace caer de cabeza en una zanja. Heriberto lo saca y prefiere llevarlo cargando para no arriesgarse, notando como tiene tendencia a ser victima de los accidentes más extraños. Después de la comida, van a las peleas de gallos (por suerte, los lectores no veremos nada de tan salvaje entretenimiento, ya que enfocarán lo de arriba y no lo que pasa abajo). Los anunciadores, al referirse al “negro”, hacen que Memín se sienta importante, al creer que se refieren a él. Hacen las apuestas y Memín las acepta, sin entender de qué va eso. Al pedirle que suelte el dinero, la pelea termina, y el negro gana (aunque se muere inmediatamente después), y el otro anunciador le está ofreciendo el dinero. Ante la protesta de su compañero de que la apuesta no va porque el negrito no dio nada, creyéndolo que anda haciéndose el tonto, Memín se halla en líos, pero Heriberto aclara todo, logrando que lo dejen en paz. Sus amigos lo reprenden por andar de hablador, y Heriberto anuncia que vuelvan a la hacienda a preparar sus cosas, puesto que ya casi es la hora de irse en el tren. Memín observa unos chanchitos, y pide uno, y Heriberto acepta darle unos más grandes, entre otros animales.
Los cuatro están a bordo del tren, cuando Heriberto ordena que les pasen las bolsas que llevan a los animales, por la ventana. Los amigos del negrito no comparten su entusiasmo ya que ellos no solicitaron nada y les da pena. Aun así, no pueden rechazar sus regalos, dándole las gracias por la agradable estancia que pasaron y comprometiéndose para ir visitarlo en otra ocasión por más días (no ocurrirá pero en fin…). Como no se permite viajar con animales en primera clase, el conductor que revisa los boletos, ordena que uno ellos pase a segunda con estos. Siendo Memín el responsable de todo, no tiene opción, y se la pasa enfurruñando, yéndose al vagón donde están la gente más humilde y sus animales. Al dormir, el excremento de un animal sobre su cabeza le va cayendo, y como él esta dormitando, ni abre los ojos, sintiendo bolitas en sus manos y tomándolas por dulces que no duda en echarse a la boca. Los escupe al sentir su horrible sabor, y marcha al sanitario, pero es atacado por un ganso. El tren llega a su destino y Memín trata de encargarle al conductor cuidar de sus animales mientras él busca a sus amigos para que le echen una mano. Éste se rehúsa y Carlangas se acerca para avisarle que ahí se quede, y espere que la gente termine de salir. Memín obedece y al poco rato ya están uniendo esfuerzos para sacar a los animales. Pero como a Memín se le escaparon los pollos, al tratar de sacarlos de donde se metieron, estos ya están muertos. Aun así, Memín insiste en llevárselos. El señor Arozamena y el señor Arcaraz vienen a recogerlos, desconcertados con la presencia de los animales. Viendo que no pueden llevarse a los cerdos que les dieron a cada uno (Carlangas y Ernestillo por falta de espacio, Ricardo porque cree que su madre no lo aprobará), deciden que Memín se los quede, ya que la residencia de Don Venancio ofrece mucho espacio.
Él acaba aceptándolos y las consecuencias no tardaran en presentarse.
El señor Arozamena invita a los cuatro amigos y sus padres a visitar la hacienda ganadera de Heriberto, un viejo amigo suyo. Ellos aceptan muy animados. Ahorrando páginas en preparativos y el viaje, llegan a la hacienda y el dueño los recibe amablemente. Carlos les presenta a su hijo y sus amigos, y Heriberto comenta que más tarde podrán conocer a su heredero y una prima de éste que vino de visita. Le confiesa a su amigo que su hijo no le ha salido tan bien como quisiera, ya que es déspota y no le tiene respeto a nadie, que no puede hacerlo sentir tan orgulloso como el que él tiene en Carlangas (que impresión tan apresurada, ni ha visto suficiente del chico). Los cuatro amigos recorren la hacienda, y Memín, como siempre, se separa de ellos al curiosear de más. Trata de acariciar unas gallinas, pero sólo consigue asustarlas, y se le echan encima. Sus amigos lo encuentran y lo regañan, advirtiéndole que no se les despegue. El señor Arozamena les avisa que vengan a la mesa, y sigue compartiendo impresiones con Heriberto. Mario, el hijo tan criticado, se presenta asfixiándolos con su aire de superioridad, y cuando Carlangas lo saluda, no tarda en hacerlo enojar con sus comentarios de desprecio. Memín interviene y es repudiado aun más. Mario se lanza contra él, pero choca en la pared y queda inconsciente. En eso, entra María Eugenia, la prima, y los cuatro muy prestos se presentan al encontrarla tan linda. Ellos más que presentaciones parecen andarle echando piropos al aventón, mientras el negrito se hace bolas al marearla con sus divagaciones. Pasan a los padres a comer, y cuando ya están todos, Mario protesta sobre que los negros se sienten con ellos a comer. Heriberto lo reprende severamente y lo trata de obligar a disculparse, pero Eufrosina, tan humilde y noble, no lo ve necesario y suplica que no lo haga. Terminando de comer, Heriberto los invita a que vean la exhibición de la tienta de las vaquillas, para que se entretengan. Los cuatro amigos ocupan un palco, y cuando María Eugenia pide que la dejen sentarse con ellos, no hay lugar. Tratan de correr a Memín, pero como él no está dispuesto a moverse, siendo muy poco caballeroso, Carlangas le propone echar una carrera para disputarse el asiento. Eso sólo para tantearlo y que se fuera, mientras él se sentaba, dejando lugar para la chica. Memín llega a donde están los bovinos, y al ponerse cara a cara con uno, supone que es Carlangas, quien por alguna extraña razón que sólo una mente como la suya podría concebir, se ha convertido en buey. Creyendo que se trata de su amigo, le da un beso sin preocuparse, pero el animal se pone bravo y lo corretea. Distraen a la bestia y Memín se pone a salvo, volviendo con sus amigos. María Eugenia opina que el negrito merece sentarse en lugar de Carlangas y le da un beso de premio (¿Por qué? ¿Por huir del animal o por compasión al verlo tan tonto para tomarlo por su amigo?). Mario no soporta la escena y exige a su prima que los deje. Ellos se le ponen al brinco y el chico los reta a pelear, sin preocuparse que lo superen en número. Los cuatro se le echan encima, pero vienen Carlos y Heriberto a separarlos. El padre de Mario propone que éste demuestre que tan hombre es, compitiendo contra el hijo de su amigo en lo de domar una vaquilla, con el premio de que el ganador rapara al perdedor. Ellos aceptan y Memín se emociona porque uno acabe igual que él. Todo lo que tienen que hacer es agarrarla y amarrarla de las patas en el menor tiempo posible. Carlangas lo consigue fácilmente, y al llegar el turno de Mario, el animal se le escapa, perdiendo automáticamente. Heriberto exige a su hijo cumplir con su castigo, deseoso de aprovechar la oportunidad para cortarle el cabello que insiste en traer largo. Mario trata de alegar para salvarse, no queriendo quedar “fuera de onda”, pero es inútil. Carlangas es felicitado por sus amigos. Memín insiste en meterse con Mario, quien sigue insultándolo, y pide unas tijeras para cortarlo él mismo. Mario pone resistencia y Heriberto interviene para indicarla que se porte como hombre. Memín es coscorroneado por pasarse de la raya y Carlangas se ve forzado a ser el quien ejecute la sentencia, tal y como quedaron. Después de cortar como puede el cabello de Mario, Heriberto acaba la tarea dejándolo tan calvo como el negrito.
El entretenimiento continua, presentando a un toro para torear (en una forma poco menos brutal que en la fiesta brava). Memín siente un impulso desenfrenado por lucirse, y se dirige a confrontar al toro, angustiando a Eufrosina que lo mira desde el palco. Se arrepiente casi de inmediato y es correteado por la bestia. Mario desea vengarse de las burlas de Memín, ignorando los consejos del siervo Melitón para deje eso por la paz. Se mete para irritar aun más al toro, pero éste se vuelve y de un tope que lo derriba. Memín jala al toro por la cola para impedir que pisotee al odioso, ocasionando que haga un movimiento brusco y lo mande por los aires, cayendo en brazos de Heriberto. Más tarde, Mario se recupera, sufriendo un repentino cambio en que se disculpa por su mala actitud. Carlangas, Ricardo y Ernestillo lo perdonan y hasta lo nombran miembro honorario de su grupo. Mario insiste en disculparse especialmente con Memín y Eufrosina, y hasta se atreve a darle un beso conciliador a ella. Celoso y negándose a creer que sea sincero, Memín habla con insolencia infantil, pero Mario es paciente, y la misma Eufrosina se pone de su lado para que ya le pare a su carro. Los padres ya están despidiéndose de Heriberto, agradeciendo su hospitalidad, pero él sugiere que dejen a sus hijos quedarse a pasar la noche, ya que luego será domingo y para entonces podrán regresarse. Los padres dan el consentimiento de que se queden, con una que otra objeción insinuada (Mercedes no puede dejar de sobreproteger). Maria Eugenia les ofrece unas flores como obsequio de su visita a los adultos. Heriberto indica a su sobrina que atienda a los invitados, pero los cuatro se ponen a discutir sobre a quien debe atender primero (¿pues que clase de atención quieren?). Heriberto se despide de los padres, acordando que devolverá a sus hijos en el tren de la tarde al día siguiente. Reciben las recomendaciones necesarias y pasan el rato con Mario, quien se muestra insistente en pedirles que salgan afuera. Se ponen a jugar a la “roña”, y Memín es quien la trae, pero se detiene al ver el cuero colgado de los borregos. Pide una explicación a Ernestillo, y éste se la da, larga y tendida, pero era un truco para distraerlo y “pegársela”. Mientras, Mario, revela no haber escarmentado, y confía a Melitón lo que está planeando para hacerles pasar un mal rato, volviendo a hacer oídos sordos a sus sugerencias. Los invita a que prueben a montar los cerdos, dándoles una demostración para que vean lo mansos que son. Sabiendo que con torcerles el rabo se irritan, en cuanto monta uno Memín, Mario procede, provocando que el marrano arrastre al negrito por el chiquero. Sus amigos se dan cuenta, y cuando sale Memín todo sucio, toman a Mario, arrojándolo al chiquero. Heriberto ha observado todo, complacido con que volvieran a darle una lección a su hijo malcriado. Encomienda a Melitón que los lleve al río, y aprovechen para bañarse. Memín insiste en meterse con todo y ropa, aprovechando para lavarla junto con su persona. Heriberto arroja a su hijo al agua para que le haga compañía, pero la corriente no tarda en ponerse fuerte, arrastrando a Memín. Mario sufre otro repentino cambio, y nada para tratar de alcanzarlo y ayudarlo. Sus amigos se desnudan (¿que no podían dejarse la ropa interior?) y se echan al agua para salvar a los dos. Heriberto los asiste, y pronto sacan tanto a Memín como Mario inconcientes tras casi haberse ahogado. Durante la comida, ya todos se encuentran bien y Heriberto les hace saber las actividades que harán el domingo. Mario ahora sí se muestra sincero de verdad, ofreciendo su amistad, que aceptan mientras no les haga malas pasadas (¿y de que otra forma?). De nuevo, los amigos compiten por llamar la atención de María Eugenia, y al volver a recibir un beso de parte de ella, Memín despierta su envidia y no deja de presumirles que es el “favorito”. Heriberto les muestra sus habitaciones, donde podrán dormir individualmente. Memín pone pretextos, ya que no está acostumbrado a dormir solo, pero sus amigos se rehúsan a compartir cama con él, para que empiece a madurar. Aun así, en la noche, todos coinciden en levantarse, preocupados por dejarlo solo, pero al verlo durmiendo tranquilamente, aceptan que lo han subestimado.
En la mañana, María Eugenia pasa para despertarlos, y enseguida están levantados y vestidos, excepto Memín, que sufre de sueño pesado. Sus esfuerzos por despertarlo son inútiles, y lo llevan a la regadera, logrando que reaccione, pero muy enojado. Después, marchan a la capilla, y cuando termina, los tres ven a Memín acompañando a María Eugenia, considerando que ella sólo le da atención porque es encimoso y su educación le impide rechazarlo. En el desayuno, Heriberto pregunta por la ausencia de Mario en la iglesia, y Melitón replica que le daba vergüenza que lo vieran (tanta que no vuelve a aparecer en la revista). El siervo prepara los caballos para que los monten, pero siendo tan chico, a Memín le dejan una burra ciega. Suben a una peña donde a María Eugenia le da por proponer darle un beso y un abrazo al que llegue a la cima primero, pero una vez ahí se la pasa corriendo, haciendo que Memín se canse de ir tras ella. En el camino de regreso, el transporte de Memín se une al galope de los caballos de sus amigos, tropieza con una piedra y lo hace caer de cabeza en una zanja. Heriberto lo saca y prefiere llevarlo cargando para no arriesgarse, notando como tiene tendencia a ser victima de los accidentes más extraños. Después de la comida, van a las peleas de gallos (por suerte, los lectores no veremos nada de tan salvaje entretenimiento, ya que enfocarán lo de arriba y no lo que pasa abajo). Los anunciadores, al referirse al “negro”, hacen que Memín se sienta importante, al creer que se refieren a él. Hacen las apuestas y Memín las acepta, sin entender de qué va eso. Al pedirle que suelte el dinero, la pelea termina, y el negro gana (aunque se muere inmediatamente después), y el otro anunciador le está ofreciendo el dinero. Ante la protesta de su compañero de que la apuesta no va porque el negrito no dio nada, creyéndolo que anda haciéndose el tonto, Memín se halla en líos, pero Heriberto aclara todo, logrando que lo dejen en paz. Sus amigos lo reprenden por andar de hablador, y Heriberto anuncia que vuelvan a la hacienda a preparar sus cosas, puesto que ya casi es la hora de irse en el tren. Memín observa unos chanchitos, y pide uno, y Heriberto acepta darle unos más grandes, entre otros animales.
Los cuatro están a bordo del tren, cuando Heriberto ordena que les pasen las bolsas que llevan a los animales, por la ventana. Los amigos del negrito no comparten su entusiasmo ya que ellos no solicitaron nada y les da pena. Aun así, no pueden rechazar sus regalos, dándole las gracias por la agradable estancia que pasaron y comprometiéndose para ir visitarlo en otra ocasión por más días (no ocurrirá pero en fin…). Como no se permite viajar con animales en primera clase, el conductor que revisa los boletos, ordena que uno ellos pase a segunda con estos. Siendo Memín el responsable de todo, no tiene opción, y se la pasa enfurruñando, yéndose al vagón donde están la gente más humilde y sus animales. Al dormir, el excremento de un animal sobre su cabeza le va cayendo, y como él esta dormitando, ni abre los ojos, sintiendo bolitas en sus manos y tomándolas por dulces que no duda en echarse a la boca. Los escupe al sentir su horrible sabor, y marcha al sanitario, pero es atacado por un ganso. El tren llega a su destino y Memín trata de encargarle al conductor cuidar de sus animales mientras él busca a sus amigos para que le echen una mano. Éste se rehúsa y Carlangas se acerca para avisarle que ahí se quede, y espere que la gente termine de salir. Memín obedece y al poco rato ya están uniendo esfuerzos para sacar a los animales. Pero como a Memín se le escaparon los pollos, al tratar de sacarlos de donde se metieron, estos ya están muertos. Aun así, Memín insiste en llevárselos. El señor Arozamena y el señor Arcaraz vienen a recogerlos, desconcertados con la presencia de los animales. Viendo que no pueden llevarse a los cerdos que les dieron a cada uno (Carlangas y Ernestillo por falta de espacio, Ricardo porque cree que su madre no lo aprobará), deciden que Memín se los quede, ya que la residencia de Don Venancio ofrece mucho espacio.
Él acaba aceptándolos y las consecuencias no tardaran en presentarse.
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