domingo, 30 de agosto de 2009

Memín Pinguín #297-303

Memín sufre un golpe en la cabeza que le acarrea un daño que le hace portarse erráticamente. Ante la prisa por iniciar la demolición en su vecindad, él y Eufrosina se mudan con Don Venancio. Un descuido en la mudanza hace que Memín se aleje y pasa por curiosas peripecias antes de volver a su nueva casa.

Las personas que quedan en la vecindad son sacadas de sus casas por órdenes del ingeniero encargado de la próxima demolición que no puede atrasarse más. Memín y Eufrosina regresan en ese momento, uniéndoseles. El negrito le alega al ingeniero, quien les da un plazo de cuarenta y ocho horas para abandonar, diciendo que cumple órdenes y es su problema si no encuentran a donde irse. Eufrosina se preocupa y manda a Memín a comprar queso en la tienda de Don Venancio. Ahí, comenta al español sobre el problema que están pasando. Éste decide tomar cartas en el asunto, y luego de cerrar la tienda pasa a visitarlos, proponiéndoles que se muden con él, puesto que tiene suficiente espacio. No tiene intención de cobrarles, pero si ellos lo desean, será lo mismo que la renta que llevaban en su vivienda condenada. A Memín le parece bien, pero Eufrosina duda, ya que teme por el que dirán. Ofrece pensarlo hasta el día siguiente para hacerle saber su decisión. A la mañana siguiente, los dos se levantan al sentir el alboroto en el exterior. Aunque no se cumpliera el plazo que les dieron a los habitantes, dieron ordenes de apresurar todo, por lo que los trabajadores están obligando a la gente a salir, llevándose sus cosas. Cuando uno se mete a la casa de ellos, ambos protestan. El cargador los ignora e insiste en cumplir su deber, pero Memín le pega con una silla. Se dispone a responderle, pero Eufrosina tiene la tabla lista para defender a su retoño. Viendo el inconveniente, se da por vencido y sale. Los demás han logrado echar afuera las pertenencias y sus dueños se ayudan entre si para cuidarlas mientras otros buscan donde guardarlas. El capataz es informado de que aun faltan los de una casa, y al explicarle que no se las ponen fácil, decide convencerlos en forma civilizada. Memín y Eufrosina andan comiendo cuando los interrumpe el capataz, quien se presenta educadamente y les expone la situación, disculpandose por los modos bruscos usados anteriormente. Eufrosina le asegura que para la tarde habrán desocupado todo, no viendo más remedio que aceptar el ofrecimiento de Don Venancio, lo que Memín aplaude emocionado. El negrito sugiere quedarse a ayudarle a empacar, pero ella le recuerda que tiene clases que atender. Memín se pone en camino, mas un ladrillo producto del trabajo que están realizando, lo sorprende, aterrizando en su cabeza y pierde la conciencia. El capataz es avisado del accidente y lleva al niño inconsciente con su angustiada madre. Lo dejan en la cama, llamando al doctor para que lo revise. Cuando el medico termina, advierte que es posible que sufra algún daño que podría afectarlo de por vida, horrorizando a Eufrosina. Todo depende de cómo reaccione, y en eso, Memín vuelve en sí como si acabara de despertar. Sin embargo, desconoce a Eufrosina, y el medico supone que sufre de amnesia. Memín no puede corresponder a sus arrumacos, usando las semielocuentes expresiones para darse taco. Anuncia su retirada en forma ceremonial, mencionando que sus "súbditos" lo esperan, dejando al doctor desconcertado. Le dice a Eufrosina que parece ser que su hijo ha perdido la cordura y de seguir así, tendrán que internarlo.
En la escuela, su tardanza tiene a sus amigos consternados, conscientes de que no le conviene faltar ni un día más. El doctor ya había llamado a la ambulancia para que venga por Memín, indicando a Eufrosina no contrariarlo y dejarlo descansar. Pero en cuanto el medico y el capataz se van, Memín hace lo mismo, para atender sus negocios relativos a la diplomacia que ahora ostenta, presentándose como el "rey del lejano oriente", Baltazar. Eufrosina no puede detenerlo, siguiéndolo conforme él se dirige inconscientemente a la escuela, aliviada porque no se fue a jugar. Memín entra al salón con aires de superioridad, sentándose para abrir sesión en la “asamblea”, y sus amigos no pierden tiempo en preguntar sobre su comportamiento. Les suelta varios insultos despóticos, confundiéndolos más. Eufrosina le cuenta al profesor Romero lo que pasó con Memín, y él asegura que cuidará que nadie se burle de él. En el salón, el maestro saluda a Memín como si nada y él le avisa que no le hable sin permiso ya que es un plebeyo. Sus amigos se acercan para señalarle la falta de respeto, pero Romero les pide que no intervengan, explicando que el negrito no anda muy bien y tendrán que ser pacientes con él. Ellos dudan que esté enfermo de amnesia de verdad, porque eso no explica en nada la forma en que actúa, pero Romero se va en que las enfermedades de la mente son inexplicables, insistiéndoles en que sean tolerantes. Memín da por terminada la “sesión” y toma su sus cosas para irse, despidiéndose del maestro y sus amigos, que no se atreven a detenerlo. No llega muy lejos cuando lo cacha el conserje, creyendo que trata de volarse las clases, y lo lleva ante el director. Éste le pide su nombre (¿no debería saberlo ya? Quizá nunca han dado el nombre del director, pero él ya se ha visto en muchas ocasiones con el negrito y no es alguien que se olvide fácilmente) y al insistir en que es el rey Baltasar y él un misero plebeyo, lo amenaza con la expulsión. Memín se enviolenta, arrojándole libros a la cabeza, y el director grita por ayuda. Romero y sus amigos irrumpen, contemplando la reacción frenética del negrito. Carlangas lo detiene arrojándose sobre él, y al caer al piso, Memín “cambia” de personalidad, ahora creyéndose una mujer indefensa y coquetona. Romero ordena que lo lleven al salón, y le explica al director que el chico está enfermo, y éste sugiere que lo lleven a donde los locos deben ir en vez de a la escuela.
En el salón, Memín se las gasta, coqueteando con descaro con Carlangas y Ernestillo. Para alivio de Ricardo, él no es de su agrado. Carlangas está impacientándose ante las insinuaciones, pero Ernestillo le recuerda que tienen que aguantarse y soportarlo. Pero como Memín insiste en su papel de mujercita vulgar, lo exaspera, orillándole a que lo arroje contra la pared. Ernestillo y Ricardo le espetan que ha hecho exactamente lo que el maestro les advirtió que no hicieran. El negrito pierde la consciencia, haciéndoles pensar que su condición está empeorando y no despierta. Le echan el agua sucia de la cubeta de limpieza, y ni así. El maestro entra y al percatarse de lo sucedido, regaña duramente a Carlangas por dejarse llevar por sus impulsos. Los alegatos se interrumpen cuando Memín despierta, demostrando haber vuelto a la normalidad. Sus amigos lo abrazan, y el maestro se incorpora, aunque no quiere que le digan todavía por lo que pasó.
Terminan las clases, y Romero ofrece llevarlo a su casa, aunque el negrito le advierta que no vaya a echarle el ojo a su má linda (¿ya se le olvidó que el maestro es casado?). En la casa, Eufrosina invita a comer al capataz. Antes de despedirse, le pide que los dejen quedarse hasta que Memín se cure de la cabeza y él da su consentimiento. Cuando éste sale, Memín se interpone en su camino, acompañado del maestro y sus amigos. Al ver al capataz, lo retiene, irritado al pensar que anda detrás de su mama (se pasa con sus celos). Le exige una explicación de su presencia, y el capataz aclara que sólo vino a expresar su preocupación por el accidente y que lo lamenta. Para Memín no es suficiente el lamentarlo, pero como no se le ocurre ninguna compensación, lo deja ir, volviendo a advertirle que nada de visitar a su má linda en su ausencia. Eufrosina sigue triste por la amnesia de Memín, pero cuando éste la saluda en la cariñosa forma acostumbrada, comprueba que ha vuelto a la normalidad. Los invita a todos a comer, contándole al profesor de su problema de mudanza, algo de lo que no está segura aun de hacer por temor a cuchicheos de los vecinos y que su hijo se oponga. Una vez que despiden a sus invitados, Memín exige que explique porque andaba con el capataz, y ella le hace saber de su amnesia (más bien locura) temporal. Al mencionar que pudieron haberse quedado más tiempo si hubiese seguido enfermo, Memín ve que es tarde porque el capataz ya ha atestiguado su recuperación. Sugiere seguir fingiendo, pero a Eufrosina no le parece, temiendo que forzando la actuación lo enloquezca de verdad. Luego, los dos van con Don Venancio para comunicarle que aceptan mudarse a la tienda. El español se alegra de su decisión, pero su tono tan amistoso molesta a Memín, quien explota éste cuando insinúa que ahora los tres serán como una familia. Se pasa de altanero, y Eufrosina le da un coscorrón para que se calme y la deje hablar. Lo disculpa ante Venancio, pero él ni se ha fijado, diciéndoles que pueden mudarse cuando quieran. Ella insiste en que le pagarán por el hospedaje, o de lo contrario, no aceptarán, y por el amable español no hay problema. El entusiasmo que tenia Memín por ir a vivir a la tienda, desaparece, y ya en la casa, anda acusando a Eufrosina de querer forjar una familia de verdad con ese hombre. Amenaza con largarse de la casa sí insiste, y se sale sin darle tiempo de replicar.
Afuera, Memín se encuentra con el capataz y comparte su problema con él. Éste le hace ver que es injusto por querer acaparar a su madre, insinuando que Don Venancio podría no tener familia y por eso quiere sentirse como parte de la suya. Le advierte que cuidarla de más no garantiza seguridad, como pasó con la suya cuando murió. Viéndolo buena gente, Memín le pide que oculte el secreto de que se ha curado, para que así se puedan quedar a vivir ahí y no necesiten de la caridad del español. El capataz le explica que eso no funcionaria, y que nada malo puede pasar si se quedan con él, fuera de que se vuelva el nueva padre de Memín (pero solo él va a lamentar eso). Lo dirige de regreso a su vivienda, justo cuando Eufrosina estaba viendo un programa policiaco en la tele. Ella se mete tanto en éste, que al gritar advertencias al protagonista, Memín cree que se volvió criminal y está enfrentando a la policía. Se arroja sobre ella para que “suelte la pistola”, y al escucharse la balacera, se deja caer, encogiéndose en el suelo, seguro que lo ha herido de muerte. El capataz comprende que Memín aprovecha para seguir fingiéndose loco, pero se rehúsa a seguirle la corriente. Pide un alfiler a Eufrosina para obligarlo a levantarse al darle el pinchazo. El capataz le aconseja a Memín no provocarle tantos sustos y angustias a su madre, porque así le puede dar una enfermedad del corazón, como pasó con la suya. Eufrosina lo compadece, diciéndole que puede contar con su apoyo cuando lo necesite, y Memín ya anda temiendo que ahora él también se vaya a unir a la familia. Se pone a objetar el capataz asegura que no necesitan que lo “adopten,” aunque vivirá en esa casa en lo que la derriban, ya que siendo huérfano y carece de hogar, así recibe techo durante su trabajo cuando no es hospedado en los hogares de sus compañeros (¿tan poco gana en su trabajo que no consigue lugar propio?). Vuelve a aconsejar a Memín de no hacerle el loco porque no le traerá ningún bien, y así madre e hijo ya quedan contentados.
A la mañana siguiente, empiezan a empacar. Eufrosina piensa en que todo lo dejarán en la tienda los trabajadores para cuando Memín vuelva de la escuela, pero él insiste en ayudar, usando eso como excusa para faltar. Le recuerda que la otra vez que insistió en que fuera, le ocurrió esa desgracia. Aunque le alega incesantemente, no la convence, y lo manda para que se de prisa en contratar a los cargadores. Memín encuentra a peculiar grupo de estos, y ofrece el trabajo, pero no parecen muy dispuestos, explicándole que no son cargadores de mudanzas. Logra llamar la atención de uno y su compañero, quienes responden a los nombres de Onofre y Margarito. Les empieza a dar las indicaciones, pero Margarito opina que los van a tantear y ni les pagarán nada, insultando a Eufrosina al suponerla tan fea como su hijo. Memín le da una patada en respuesta, y no tarda en ser correteado por el iracundo hombre, seguido por su compañero quien quiere evitar que se le pase la mano por golpear a un niño. Memín entra a la casa sin dar explicaciones, apresurándose a esconderse. Onofre y Margarito entran a la casa, discutiendo y se ponen a pelear. Eufrosina logra detenerlos, y les ofrece trescientos por el servicio. Ellos terminan aceptando y se olvidan del negrito. Anuncian que irán a traer los diablos, preocupándola, pero el agradable capataz pasa a saludarla oportunamente, haciéndole saber que los diablos son las carretillas que usarán para cargar las cosas. Más tranquila, y como Memín no aparece, ya que se quedó dormido en su escondite, acepta el ofrecimiento del capataz de ayudarla a guiar y dar instrucciones a los cargadores. Mientras van cargando las cajas, el capataz les advierte que tengan cuidado con los que tienen señalamiento de contenido frágil, ya que pueden ser figuras de porcelana y esas valen mucho. La codicia despierta en Onofre, quien sugiere a su compañero que dejen esas para el final, y así consigan más dinero al robarlas y venderlas. Ignoran que en la caja que tomaron, se encuentra bien dormido el despistado Memín. Se la llevan, y Onofre hasta pregunta al capataz si no desconfía de él, pero éste le ve cara de honrado y replica que no (caras vemos…). Eufrosina va con Don Venancio, quien la recibe gustoso porque ahora comparten vivienda, señalando la ausencia de Memín. Hasta entonces ella se da cuenta, notando que desde que vinieron los cargadores no lo vio más. Venancio se ofrece acompañarla a buscarlo en la casa. Onofre y Margarito llevan la caja a un basurero, y Memín empieza a despertar, preguntándose en donde se encuentra. Eufrosina ya ha tomado la tabla con clavo para recibirlo, y Venancio la tranquilaza, con una expresión típica que ha de ser parte del estereotipo español (“pelear la pava”), la cual ella malentiende y cree que anda hablando de verduras. Los dos bribones tardan demasiado en acordar abrir la caja, habiendo visto apenas la figura de Memín, tomándolo por porcelana negra, cambiando a que es un tecolote al ver sus ojos tan abiertos. Cuando éste sale, echa a correr, y Margarito cree que es alguna criatura extraña con la que ganarían mucho dinero. Onofre reconoce que es el negrito que irritó a su compañero, y lo sigue nomás para prevenir que le de alcance y lo descuente. Aferrándose a un tren que iba pasando, Memín salva el pellejo. Don Venancio sigue tranquilizando a Eufrosina, que pasó del enojo a los sollozos, diciéndoles que los niños salen a veces en busca de aventuras. En la escuela, no dejan de notar su falta, y sus amigos lo critican, siendo Ernestillo el único lo bastante comprensivo para suponer que algo pudo haberle pasado.
Uno de los trabajadores del tren divisa a Memín, y cuando la maquina se detiene, lo pesca de la oreja, exigiéndole pagar por su pasaje. Memín pide que lo suelta para sacar el dinero, pero en vez de eso, se escapa.
Eufrosina continúa llorando, y ahora Venancio cambia la canción a que puede estar detrás de una chica, logrando que ella vuelva a enojarse. Para entonces, ya terminaron las clases, y sus amigos van a la vecindad, descubriendo que casi no queda nada de ella en pie. El capataz los saluda, informándoles que su amigo y su madre se han mudado con el señor de la tienda. Se encaminan para allá, y Eufrosina los pone al tanto de los hechos en la mañana. Carlangas deja salir el comentario de que podría haber perdido la memoria de nuevo, pero Ricardo lo previene de decir más y preocupar a Eufrosina.
Memín vaga por la ciudad, estando muy lejos de su casa. Le da hambre y trata de pedir limosna, pero desiste tras no ver resultados inmediatos. Ve a un artista callejero dando un espectáculo de perros amaestrados, y trata de robarse una de las monedas que le arrojaron. El hombre dirige a los perros contra él, obligándolo a devolver la moneda. Pasa por una feria, donde el encargado de un puesto tiene problemas al no tener un ayudante para efectuar la suerte de sacar y meter la cabeza en el juego, esquivando las pelotas que arrojan para ganar el premio. Ofrece pagarle por cada pelota que esquive, y Memín se pone dispuesto, mas fracasa y es golpeado por todas las pelotas, haciendo que pierdan todos los premios. El encargado lo despide sin darle ninguna paga, pero Memín se pone demandante, exigiendo compensación por los daños a su cara, pero nada consigue. Se desquita arrojándole una pelota en pleno rostro y huye prontamente. Una vez habiéndose alejado, se distrae viendo a un tragafuegos en acción. Subestima en voz alta la capacidad requerida para hacer algo que parece tan simple. El tragafuegos lo invita a que lo imite, a cambio de darle dinero para comer. Impulsado por el hambre, Memín se atreve, arrepintiéndose enseguida al sentir la lumbre tan cerca y luego metiéndosela a la boca. Habiendo cumplido, le da el dinero y un sabio consejo para que aprenda la lección, dejándolo apantallado.
La angustia de Eufrosina ha pasado a orillarle a rezarle a la Virgen, prometiendo que no le pegará a Memín con tabla si vuelve a salvo. Mientras, Memín invierte lo ganado en unos tacos, pero por tener la boca quemada, no puede comerse ni uno sin sentir mucho dolor. Así que pide que se los dejen para llevar, y al poco rato, ya está entrando a la vecindad. El capataz le dice que Eufrosina ya está con Don Venancio y que él ayudó con la mudanza, así que Memín se pone en marcha. Don Venancio avisa de su llegada a Eufrosina, quien no duda en agarrarlo de la oreja. Haciéndose bolas como de costumbre, él le va contando las dificultades pasadas desde que se lo llevaron por accidente. Le ofrece los tacos para que los disfrute por él, y Venancio se sirve también, alegando que los dos pasaron hambre de tantas preocupaciones que les ocasionó. Memín sigue mirando con recelo al español mientras se ataca de los tacos, luego Eufrosina lo apura a que hagan los arreglos respectivos en su nueva vivienda.
Otro episodio de las aventuras de Memín concluye, mientras sus preocupados amigos se preparan para el siguiente.

2 comentarios:

  1. Don Venancio??? El gachupin de la tienda donde trabajó ernestillo y que amenazó con que si memin volvia a su tienda lo desollaría vivo?? Ahora quiere ser su padrastro??

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    1. No, ese era Nicanor. Usan el mismo tipo de dibujo para todos los españoles con tiendas de abarrotes.

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