Memín es “canonizado” por sus amigos para evitar que sigan ocurriéndole desgracias, y poco después, se viene un terremoto. Con Don Venancio y Eufrosina, pasa un viernes santo muy agitado. Los preparativos para una antigua tradición ponen al negrito en peligro.
Los amigos de Memín acuerdan que le han estado pasando cosas muy desagradables, atribuyéndolas a su pereza en ir a la iglesia, donde no ha vuelto desde la primera comunión. Carlangas propone que lo bauticen, facilitando el proceso. Mientras, Memín y Eufrosina siguen desempacando y arreglando su nuevo hogar. Ella se molesta al no encontrar ciertos utensilios, los cuales iban en la caja que se llevaron los cargadores cuando él se quedó ahí metido. Irritada, lo regaña por no haberse traído las cosas y sin hacer caso a sus excusas, lo manda a que vaya a buscarlas. Memín no sabe ni en que basurero se quedaron, y se sienta en la banqueta, donde lo encuentran sus amigos, notando su preocupación. Les dice que le encargó especialmente el tejolote que se usa para moler, y Ricardo dice que haber visto uno en su casa, que nadie necesita. Corren a traerlo y un cuadro después ya está mostrándoselo a Eufrosina, mas ella sigue molesta, exigiendo que si pudo traer eso, debió traerse todo lo demás. Sus amigos intervienen para calmar a la lavandera, haciéndole comprender que está siendo injusta y ya no podrán recuperar sus cosas. Ella lo acepta, pero no deja de echarle la culpa de todo a su hijo atarantado, ya que fue él quien se quedó dormido ahí (pero si se iban a robar la caja de todos modos, da igual que él estuviese metido o no). Ellos los ayudan a que terminen de arreglar y antes de concluir el día, la nueva estancia está lista. Eufrosina los invita a comer. Memín va a comprar lo necesario, y los tres cuchichean sobre su intención de echarle el agua bendita, no queriendo enterar a Eufrosina por pensar que pudiera ofenderse, pero creen que sólo así podrán ayudarlo a que no siga pasando tribulaciones (no es por desprestigiar a las tradiciones católicas, pero en esta ocasión suena a que ellos están yéndose más por la superstición que nada). Durante la merienda, le preguntan de sus planes al día siguiente y él sólo sabe que tiene que ir a la escuela. Le recuerdan que es sábado y Ricardo los invita a que vayan a su casa a pasársela en la piscina. Habiendo puesto el cebo, acuerdan la hora para recogerlo. Ya en sus casas, Carlangas y Ernestillo tratan el tema con sus padres, sin decir abiertamente lo que se proponen. Los padres de Carlangas hacen ver que ya pasó lo de la bendición, pero que puede volverse a hacer cualquier día, aunque de preferencia el 2 de febrero. Ernestillo insinúa a su padre como seria bendecir a un “bichito”, y éste replica que normalmente se adorna a un animal con listones y flores, y que se le bañe también según el caso (¿de verdad están hablando de una practica católica?).
Al día siguiente, Eufrosina tarda en poner en marcha al flojonazo Memín que nunca quiere levantarse a la mera hora. Después, ya están reunidos los cuatro en casa de Ricardo. Ahí, le exponen a Memín su idea, pero cuando él ve que se trata de ponerle un atuendo ridículo, no se muestra de acuerdo. Cuando le dicen que se trata de bendecirlo como si se tratara de un santo, se emociona y deja que le pongan la vestimenta y adornos que lo hacen ver verdaderamente ridículo. Ricardo sigue el consejo de su padre de acostarlo en un lecho de flores sobre una charola, aunque sustituyéndolo con lo que tienen a la mano, que es un pedazo de tabla de la carpintería. Así, cargando a Memín bien recostado, salen a la calle, llamando la atención de la gente. Un par de mujeres suponen que están llevando a un cadáver, dejando salir alusivos comentarios. Memín se incorpora para sacarlas de su error, asustándolas al hacerles creer que ha revivido. Sus gritos sobre la aparición del muerto, hacen que los cuatro huyan despavoridos. Cuando sus amigos comprenden lo que pasó, hasta ahora se dan cuenta de lo ridículo que se ve Memín, quien se ofende y amenaza con irse. Ellos lo calman y continúan su camino. En la iglesia, el sacerdote les da el servicio que piden, y los tres oran porque su amigo quede libre de más pesares (brincos dieran, así no tendría chiste la revista). Salen muy unidos y serios, conmoviendo a quienes los ven en la calle. Al volver a casa, Eufrosina se extraña, quejándose de que su hijo anduviera ataviado tan extrañamente, como sus amigos le explican lo que hicieron, ella les da las gracias por ser tan acomedidos y pensar en su Memín. Advierten que lo trajeron para que se cambiara y le permita acompañarlos ahora sí a nadar a casa de Ricardo, y ella se los deja. Una vez allá, proponen echarse clavados, nombrando a Memín el juez. Memín se pone demasiado altanero por no querer rebajarse y lucirse también con sus “canguritos”. Califica los saltos, dejando el de Carlangas al ultimo, más por puro desquite que nada, porque como suele pasar, en las discusiones, es con quien más se mete.Sin embargo, en cuanto Memín sube al trampolín, un terremoto acontece. Aparentemente, la naturaleza no puede dejar de protestar ante la bendición de un “condenado” como Memín.
Sus amigos se aterran, y por estar tan alto, Memín no se percata del sismo, tomándolo como un efecto del vértigo. Alcanza a escuchar los gritos de Ernestillo, advirtiéndole del temblor, y Memín trata de pensar en una oración para eso, pero no deja de marearse.
En su nuevo hogar, Eufrosina también reza ante la presencia del temblor, alertando a Don Venancio, quien estaba más ocupado en comer que nada. Los dos salen afuera hasta que todo se calma. En la residencia de Ricardo, Memín se queda encogido en el trampolín, y sus amigos no atinan a si está bien o se murió del pavor. A Ricardo le da miedo lo último y se queda ahí, mientras Carlangas y Ernestillo suben a revisarlo. Cuando tratan de llevárselo, él está demasiado nervioso, y hace que los tres se caigan al agua. Ya estando a salvo, terminan de vestirse, y Ricardo los invita a comer, pero al acordarse de su má linda, Memín echa a correr. Viendo que todo está en orden, Don Venancio aprovecha para invitarlos a dar un paseo el viernes. Memín opina que no podrá porque es día de clases, mas el español le recuerda que es día feriado, porque es viernes santo. Espera por ese día impacientemente, aunque todo indica que es la primera vez que escucha de éste, no comprendiendo cuando Eufrosina comenta que visitarán siete casas, aclarando que se refiere a las iglesias, y no a las de sus amigos.
En la mañana del viernes, Memín se levanta temprano, dispuesto a invitar a sus amigos al paseo, pero después de un cuadro, vuelve decepcionado, ya que todos ellos salieron con sus padres. Don Venancio se presenta bien vestido para llevárselos, mencionando que es el único día del año en que no trabaja en su tienda. El español trata de tomar un taxi para que los lleve a ver La Pasión, pero como el conductor le cobra de más por llevar a la gorda de Eufrosina, le hace pagar el insulto con un buen trancazo. Prefieren tomar el camión y pronto están disfrutando de la representación bíblica. En la escena del lavado de manos de Pilatos, Memín trata de lavar las suyas también, pero le arrojan el agua encima. Después, su ingenuidad no puede ser más grande al no comprender la parte de los latigazos hacia el Señor cuando carga la cruz. Como nadie más le ayuda, él le avienta una pedrada al “abusivo (¿de verdad hizo su primera comunión y no le enseñaron ni lo más elemental de los evangelios? Tsk tsk, esto es lo que pasa por clavarse demasiado en la Virgen y los santos). Otro lo sustituye, y lo vuelve a hacer, logrando que uno de los fariseos lo agarre por la camisa, regañándolo por su intervención. Don Venancio entra a defender al negrito y se la parte al fariseo de un solo golpe. Eufrosina reacciona tomando a Memín en brazos y poniendo pies en polvorosa. Otros hombres agarran al español, pero él se defiende como puede y logra escapárseles, reuniéndose al poco rato con sus dos inquilinos. Como al correr olvidaron la comida que Eufrosina preparó, acaban comprando tacos. Mientras comen, le explican a Memín de que trata la representación de La Pasión, haciéndole ver su metida de pata, y Eufrosina ya anda insinuando que él debe seguir el ejemplo del actor que hizo de Jesús para la próxima, idea que a Memín aterra. Vuelven a subir al camión, donde Memín agarra sin querer la pistola de un descuidado policía. Don Venancio trata de devolverla a su dueño, pero éste se pone a acusarlo de robo y discuten. Un asaltante improvisado aprovecha el pleito para apoderarse de la pistola y ordenar a todos que le entreguen su dinero. Memín se avienta, haciéndolo tropezar y le quita la pistola, dejándolo a disposición del policía. Los pasajeros deciden premiar la heroica acción del negrito dándole dinero. A Eufrosina le da mucha pena y le pide que lo devuelva, pero Memín no hace caso y lo acepta de buen agrado. Bajan como si nada hubiera pasado, y más tarde ya están en casa, comiendo y comentando. Don Venancio anuncia su retirada para ir a recoger un “judas” al que tronarán en sábado de gloria. Eufrosina no comprende, y Memín le explica en que consiste el proceso, alarmándola al creer que se trata de colgar y rellenar de cosas a una persona de verdad. Don Venancio le hace ver como es en realidad la tradición (¿no se habían inventado las piñatas en estos años? Vaya, si que estaban atrasadísimos). Memín se ofrece a ayudarle al español cuando llegue el momento de tronarlo.
A la mañana siguiente, Memín pasa con sus amigos para invitarlos a lo del judas. Conforme va a las casas de cada uno de ellos, sus respectivos padres comentan como es una tradición característica de los mexicanos, que en esos días ya va perdiéndose y siendo muy raro que aun la sigan (y como yo jamás había oído de ésta, es evidente que en la actualidad desapareció en definitiva, siendo reemplazada por las piñatas de cumpleaños, que se pueden “tronar” cualquier día). Todo está dispuesto y preparado, y el judas es atado a la cuerda, que Memín terminar de colgar sobre una viga. Uno de los presentes, se percata de los cohetes que rodean las extremidades del judas (que hacen la reacción en cadena de los tronidos). Decide prendérselas de una vez para ver que pasa, y de ese modo. Memín queda a merced de las consecutivas explosiones. Sus amigos distinguen al chistosito y se disponen a castigarlo, pero en eso, el judas estalla, y Memín cae al suelo, aterrizando sobre el grupo de personas amontonadas que recogían el contenido del judas. Queda muy atontado, pero no tarda en recuperar sus sentidos, alegando que fue emocionante y la experiencia le hace desear ser astronauta. Ricardo propone ir con sus padres para convencerlos de llevarlos a algún lado por el día especial, pero estos ya se han adelantado a planear algo, mas esto se continuará en la próxima ocasión.
Los amigos de Memín acuerdan que le han estado pasando cosas muy desagradables, atribuyéndolas a su pereza en ir a la iglesia, donde no ha vuelto desde la primera comunión. Carlangas propone que lo bauticen, facilitando el proceso. Mientras, Memín y Eufrosina siguen desempacando y arreglando su nuevo hogar. Ella se molesta al no encontrar ciertos utensilios, los cuales iban en la caja que se llevaron los cargadores cuando él se quedó ahí metido. Irritada, lo regaña por no haberse traído las cosas y sin hacer caso a sus excusas, lo manda a que vaya a buscarlas. Memín no sabe ni en que basurero se quedaron, y se sienta en la banqueta, donde lo encuentran sus amigos, notando su preocupación. Les dice que le encargó especialmente el tejolote que se usa para moler, y Ricardo dice que haber visto uno en su casa, que nadie necesita. Corren a traerlo y un cuadro después ya está mostrándoselo a Eufrosina, mas ella sigue molesta, exigiendo que si pudo traer eso, debió traerse todo lo demás. Sus amigos intervienen para calmar a la lavandera, haciéndole comprender que está siendo injusta y ya no podrán recuperar sus cosas. Ella lo acepta, pero no deja de echarle la culpa de todo a su hijo atarantado, ya que fue él quien se quedó dormido ahí (pero si se iban a robar la caja de todos modos, da igual que él estuviese metido o no). Ellos los ayudan a que terminen de arreglar y antes de concluir el día, la nueva estancia está lista. Eufrosina los invita a comer. Memín va a comprar lo necesario, y los tres cuchichean sobre su intención de echarle el agua bendita, no queriendo enterar a Eufrosina por pensar que pudiera ofenderse, pero creen que sólo así podrán ayudarlo a que no siga pasando tribulaciones (no es por desprestigiar a las tradiciones católicas, pero en esta ocasión suena a que ellos están yéndose más por la superstición que nada). Durante la merienda, le preguntan de sus planes al día siguiente y él sólo sabe que tiene que ir a la escuela. Le recuerdan que es sábado y Ricardo los invita a que vayan a su casa a pasársela en la piscina. Habiendo puesto el cebo, acuerdan la hora para recogerlo. Ya en sus casas, Carlangas y Ernestillo tratan el tema con sus padres, sin decir abiertamente lo que se proponen. Los padres de Carlangas hacen ver que ya pasó lo de la bendición, pero que puede volverse a hacer cualquier día, aunque de preferencia el 2 de febrero. Ernestillo insinúa a su padre como seria bendecir a un “bichito”, y éste replica que normalmente se adorna a un animal con listones y flores, y que se le bañe también según el caso (¿de verdad están hablando de una practica católica?).
Al día siguiente, Eufrosina tarda en poner en marcha al flojonazo Memín que nunca quiere levantarse a la mera hora. Después, ya están reunidos los cuatro en casa de Ricardo. Ahí, le exponen a Memín su idea, pero cuando él ve que se trata de ponerle un atuendo ridículo, no se muestra de acuerdo. Cuando le dicen que se trata de bendecirlo como si se tratara de un santo, se emociona y deja que le pongan la vestimenta y adornos que lo hacen ver verdaderamente ridículo. Ricardo sigue el consejo de su padre de acostarlo en un lecho de flores sobre una charola, aunque sustituyéndolo con lo que tienen a la mano, que es un pedazo de tabla de la carpintería. Así, cargando a Memín bien recostado, salen a la calle, llamando la atención de la gente. Un par de mujeres suponen que están llevando a un cadáver, dejando salir alusivos comentarios. Memín se incorpora para sacarlas de su error, asustándolas al hacerles creer que ha revivido. Sus gritos sobre la aparición del muerto, hacen que los cuatro huyan despavoridos. Cuando sus amigos comprenden lo que pasó, hasta ahora se dan cuenta de lo ridículo que se ve Memín, quien se ofende y amenaza con irse. Ellos lo calman y continúan su camino. En la iglesia, el sacerdote les da el servicio que piden, y los tres oran porque su amigo quede libre de más pesares (brincos dieran, así no tendría chiste la revista). Salen muy unidos y serios, conmoviendo a quienes los ven en la calle. Al volver a casa, Eufrosina se extraña, quejándose de que su hijo anduviera ataviado tan extrañamente, como sus amigos le explican lo que hicieron, ella les da las gracias por ser tan acomedidos y pensar en su Memín. Advierten que lo trajeron para que se cambiara y le permita acompañarlos ahora sí a nadar a casa de Ricardo, y ella se los deja. Una vez allá, proponen echarse clavados, nombrando a Memín el juez. Memín se pone demasiado altanero por no querer rebajarse y lucirse también con sus “canguritos”. Califica los saltos, dejando el de Carlangas al ultimo, más por puro desquite que nada, porque como suele pasar, en las discusiones, es con quien más se mete.Sin embargo, en cuanto Memín sube al trampolín, un terremoto acontece. Aparentemente, la naturaleza no puede dejar de protestar ante la bendición de un “condenado” como Memín.
Sus amigos se aterran, y por estar tan alto, Memín no se percata del sismo, tomándolo como un efecto del vértigo. Alcanza a escuchar los gritos de Ernestillo, advirtiéndole del temblor, y Memín trata de pensar en una oración para eso, pero no deja de marearse.
En su nuevo hogar, Eufrosina también reza ante la presencia del temblor, alertando a Don Venancio, quien estaba más ocupado en comer que nada. Los dos salen afuera hasta que todo se calma. En la residencia de Ricardo, Memín se queda encogido en el trampolín, y sus amigos no atinan a si está bien o se murió del pavor. A Ricardo le da miedo lo último y se queda ahí, mientras Carlangas y Ernestillo suben a revisarlo. Cuando tratan de llevárselo, él está demasiado nervioso, y hace que los tres se caigan al agua. Ya estando a salvo, terminan de vestirse, y Ricardo los invita a comer, pero al acordarse de su má linda, Memín echa a correr. Viendo que todo está en orden, Don Venancio aprovecha para invitarlos a dar un paseo el viernes. Memín opina que no podrá porque es día de clases, mas el español le recuerda que es día feriado, porque es viernes santo. Espera por ese día impacientemente, aunque todo indica que es la primera vez que escucha de éste, no comprendiendo cuando Eufrosina comenta que visitarán siete casas, aclarando que se refiere a las iglesias, y no a las de sus amigos.
En la mañana del viernes, Memín se levanta temprano, dispuesto a invitar a sus amigos al paseo, pero después de un cuadro, vuelve decepcionado, ya que todos ellos salieron con sus padres. Don Venancio se presenta bien vestido para llevárselos, mencionando que es el único día del año en que no trabaja en su tienda. El español trata de tomar un taxi para que los lleve a ver La Pasión, pero como el conductor le cobra de más por llevar a la gorda de Eufrosina, le hace pagar el insulto con un buen trancazo. Prefieren tomar el camión y pronto están disfrutando de la representación bíblica. En la escena del lavado de manos de Pilatos, Memín trata de lavar las suyas también, pero le arrojan el agua encima. Después, su ingenuidad no puede ser más grande al no comprender la parte de los latigazos hacia el Señor cuando carga la cruz. Como nadie más le ayuda, él le avienta una pedrada al “abusivo (¿de verdad hizo su primera comunión y no le enseñaron ni lo más elemental de los evangelios? Tsk tsk, esto es lo que pasa por clavarse demasiado en la Virgen y los santos). Otro lo sustituye, y lo vuelve a hacer, logrando que uno de los fariseos lo agarre por la camisa, regañándolo por su intervención. Don Venancio entra a defender al negrito y se la parte al fariseo de un solo golpe. Eufrosina reacciona tomando a Memín en brazos y poniendo pies en polvorosa. Otros hombres agarran al español, pero él se defiende como puede y logra escapárseles, reuniéndose al poco rato con sus dos inquilinos. Como al correr olvidaron la comida que Eufrosina preparó, acaban comprando tacos. Mientras comen, le explican a Memín de que trata la representación de La Pasión, haciéndole ver su metida de pata, y Eufrosina ya anda insinuando que él debe seguir el ejemplo del actor que hizo de Jesús para la próxima, idea que a Memín aterra. Vuelven a subir al camión, donde Memín agarra sin querer la pistola de un descuidado policía. Don Venancio trata de devolverla a su dueño, pero éste se pone a acusarlo de robo y discuten. Un asaltante improvisado aprovecha el pleito para apoderarse de la pistola y ordenar a todos que le entreguen su dinero. Memín se avienta, haciéndolo tropezar y le quita la pistola, dejándolo a disposición del policía. Los pasajeros deciden premiar la heroica acción del negrito dándole dinero. A Eufrosina le da mucha pena y le pide que lo devuelva, pero Memín no hace caso y lo acepta de buen agrado. Bajan como si nada hubiera pasado, y más tarde ya están en casa, comiendo y comentando. Don Venancio anuncia su retirada para ir a recoger un “judas” al que tronarán en sábado de gloria. Eufrosina no comprende, y Memín le explica en que consiste el proceso, alarmándola al creer que se trata de colgar y rellenar de cosas a una persona de verdad. Don Venancio le hace ver como es en realidad la tradición (¿no se habían inventado las piñatas en estos años? Vaya, si que estaban atrasadísimos). Memín se ofrece a ayudarle al español cuando llegue el momento de tronarlo.
A la mañana siguiente, Memín pasa con sus amigos para invitarlos a lo del judas. Conforme va a las casas de cada uno de ellos, sus respectivos padres comentan como es una tradición característica de los mexicanos, que en esos días ya va perdiéndose y siendo muy raro que aun la sigan (y como yo jamás había oído de ésta, es evidente que en la actualidad desapareció en definitiva, siendo reemplazada por las piñatas de cumpleaños, que se pueden “tronar” cualquier día). Todo está dispuesto y preparado, y el judas es atado a la cuerda, que Memín terminar de colgar sobre una viga. Uno de los presentes, se percata de los cohetes que rodean las extremidades del judas (que hacen la reacción en cadena de los tronidos). Decide prendérselas de una vez para ver que pasa, y de ese modo. Memín queda a merced de las consecutivas explosiones. Sus amigos distinguen al chistosito y se disponen a castigarlo, pero en eso, el judas estalla, y Memín cae al suelo, aterrizando sobre el grupo de personas amontonadas que recogían el contenido del judas. Queda muy atontado, pero no tarda en recuperar sus sentidos, alegando que fue emocionante y la experiencia le hace desear ser astronauta. Ricardo propone ir con sus padres para convencerlos de llevarlos a algún lado por el día especial, pero estos ya se han adelantado a planear algo, mas esto se continuará en la próxima ocasión.
Pues en mi país existe o existió la tradición de judas de un modo distinto, en ves de hacerlo estilo piñata lo que se hacia era quemarlo. De verdad nunca llegué a presenciar la festividad la referencia que tengo de eso es de las clases de folklore venezolano (tradiciones festivas) en primaria.
ResponderEliminarMe pregunto si lo del sismo será una especie de homenaje al 19 de septiembre de 1985.
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