Para regresar a México y dejar atrás África, Don Samuel, Memín y sus amigos deben viajar en un barco, ignorando que la tripulación se compone de traficantes de esclavos. Estará en sus manos liberarlos y proseguir así su camino.
Van acercándose a una ciudad africana, cuando Memín distingue a una changa que acaba de arrojarle un coco, tomándola por Rovirosa, a quien ya dejaron muy atrás sin haber explicado cuando ni como. Sus amigos le indican que sólo se parece, y al casi recibir un segundo coco, desiste de llamarla. Entran a la ciudad y dan con el hotel. Don Samuel les paga su propia habitación, en donde tendrán que compartir la cama. Memín salta sobre ella, imprudentemente, rompiéndola en breve. Enojados, sus amigos lo mandan a dormir en la silla, mientras se acomodan en el colchón. Un espeluznante aullido se hace oír cuando ya estaban durmiéndose, asustándolos. Concientes de que no podrán dormir con la inquietud, se asoman por la ventana, contemplando a un extraño santón africano, que suelta aullidos mientras se pasea por la solitaria calle. Al verlos, se acerca, presentándose como Majum Dan Dan, infundiendo respeto y ordenando que cierren la ventana porque no se supone que deban verlo en su ritual de bendecir a la ciudad.
Ellos lo ignoran y le hacen preguntas, exasperándolo. Les echa una maldición, apuntando especialmente a Memín, quien como es de esperarse, se pasa de impertinente. El santero se va, dejándo a los cuatro algo preocupados, pero logran volverse a dormir, acomodándose todos en la estropeada cama.
En la mañana, Don Samuel los despierta, conduciéndolos a la posada para desayunar. El mesero les sirve sin cobrarles nada, argumentando que la población entera está de fiesta, por el paso de Majum Dan Dan, a quien tienen prohibido ver cuando “trabaja”, mencionando unos turistas que no hicieron caso y fueron maldecidos en consecuencia, muriendo sin lograr volver a su patria. Los chicos se preocupan por haber incurrido en la ira del santero, pero Don Samuel los tranquiliza, alegando que no deben creer ese tipo de supersticiones. Durante la comida, son observados por el capitán de un barco, que al preguntar por al anciano, se interesa al saber que es millonario. Más tarde, se dirigen al puerto, donde consideran la posibilidad de viajar en barco en vez de en avión. Don Samuel opina que es adecuado porque ya sufrió demasiadas emociones, y después de oír a Memín palabrear con el propósito de apantallarlos y recordarles la “maldición”, van a indagar en los barcos. Preguntan a un marinero borracho, pero éste los ignora. El capitán que los estuvo observado, se presenta, exigiendo saber que necesitan, como quien no quiere la cosa. Él tiene un barco de carga, por lo que finge tener la indisponibilidad de llevar a un anciano con niños, pero lo considera poniendo de precio mil dólares por cabeza. Don Samuel acepta, aunque Memín objeta que es demasiado y sus amigos lo apoyan, pero él está decidido a devolverlos a sus hogares tras tantos predicamentos, recordándoles que esperar a embarcarse en un trasatlántico llevaría más de un mes. Descansan en el hotel, esperando por la hora de abordaje que les dio el capitán. Al llegar al barco, contemplan a los marineros, que suben en estado de ebriedad. Él que cuida la escalerilla, les cierra el paso, rehusándose a creer que el capitán los ha admitido en el barco. Aparta con brusquedad a Don Samuel, lo que enviolenta a Carlangas, respondiendo a golpes. El marinero resulta ser muy fuerte, y ni entre los cuatro consiguen provocarle el menor daño, consiguiendo sólo que se ria de sus vanos esfuerzos. Memín se apodera de una tabla y le da en una pierna (después de golpear accidentalmente a Ricardo en las posaderas). Esta vez si consiguen lastimarlo, y furioso, el marinero los avienta al mar, salvándose únicamente Memín. La presencia de la resaca impide que puedan regresar a tierra, y Don Samuel no puede ayudarles, diciendo que no sabe nadar (¡pero si estuvo nadando hace un par de números!). Pide a Memín que les arrojarle una red, pero el negrito queda atrapado en ésta.No teniendo otra opción, la lanza al agua junto con él, consiguiendo rescatar a los tres, pero ahora es Memín el que se queda a la deriva. Usan de nuevo la red para sacarlo, y ya muy indignados en el muelle, deciden irse. El capitán sale a su encuentro, extrañado porque se vayan y le explican como fueron maltratados por un miembro de su tripulación. Promete castigarlo sí todavia quieren viajar en el barco, y ellos aceptan. El marinero queda expuesto, condenado a un par de días encerrado a pan y agua. Memín le hace burla, pero retrocede cuando el tosco hombre lo fulmina con la mirada.
El viaje en barco comienza. Los cuatro objetan que Don Samuel pagara tanto ya que como "camarote" tienen que conformarse con un espacio en las bodegas. El anciano no quiere repelar, y se acomodan como pueden. Sólo hay una cama y Memín se sale con la suya para compartirla con Don Samuel, dejando a sus amigos dormir en el suelo. Cuando despiertan en la mañana, los cuatro salen a curiosear por el barco. Al distinguir el poste mayor, deciden subirse, para poder probar el catalejo. Se entretienen un poco, pasando por una falsa alarma sobre que divisan “tierra” cuando a Memín se le mete un poco en el ojo. Pronto son efectos del vértigo producido por la altura y los movimientos del barco. Carlangas es el único que no es afectado, y como sus amigos están muy mareados para bajar, él tiene que hacerlo solo, yendo a pedir ayuda a Don Samuel para auxiliarlos. El anciano sube al poste, rescatando a Ernestillo y a Memín. Carlangas lleva a Ricardo, pero apenas ha comenzado a bajar, él también resiente los mareos. No lo soporta y se caen los dos, lastimándose un poco en el aterrizaje. El capitán es testigo de todo y se carcajea. Después de recuperarse, piden perdón a Don Samuel por su imprudencia. Tras fingirse molesto por un rato, los disculpa. Luego, ven al capitán jugando una partida de póker con los marineros, regodeándose por irles ganando. Memín señala que hace “trucos de magia” al descubrir las cartas que va sacando de sus mangas, lo que hace quedar muy mal. El capitán se desquita apartando a Memín por meterse en lo que no le importa, y sus amigos le echan en cara su falta de precaución por andar exponiendo sus trampas, lo que podrían traer consecuencias severas para ellos más adelante.
El barco se detiene en una isla para recoger “mercancía”, la cual consiste en esclavos que comprenden la población masculina del lugar. Don Samuel señala que ese tipo de “comercios” están fuera de ley y época, percibiendo algo turbio en los negocios del capitán (pero si está clarisimo). Memín y sus amigos lo animan a exponer su queja y van ante su presencia. El capitán ni lo disimula, sin preocuparse en nada por la amenaza de denunciarlo, viniendo de parte de un viejo y unos niños. Se retiran y Memín le suministra una buena patada por abusivo. A partir de éste punto, a Memín le aparece mágicamente un gorro de marinero sobre la cabeza, que se limita a un detalle visual del dibujo, sólo para que simpatizara con el ambiente. Don Samuel se arrepiente de haber hablado con él, porque ahora están en peligro de que los maten para que no le cuenten a nadie.
Piensan en una solución, la cual consiste en conseguir la ayuda de los esclavos para tomar posesión del barco. Nombran a Memín primer grumete (él cree que es un titulo importante), para que se ocupe de averiguar en donde los tienen encerrados. Por su falta de concentración, a Memín se le anda olvidando su misión y lo que debe hacer, desesperando a Don Samuel y sus amigos, que ya no están seguros si podrá conseguirlo. Memín da con uno de los marinos, que lo amenaza con meterlo a la mazmorra con los “suyos”, y al pedirle una explicación, acaba dándole señas específicas de donde se encuentran. En otra parte del barco, sus amigos andan lamentando haberlo enviado, pero Don Samuel considera que Memín es lo bastante astuto para conseguir lo que quiere, aunque sea a su estilo tan peculiar. Memín se dirige a las celdas, tratando de hablar con los cautivos, pero no le hacen caso. Empieza a retirarse, cuando el líder de ellos, que entiende el español, lo retiene y le cuenta como fueron engañados con promesas de trabajo, obligándolos a abandonar sus hogares y a sus familias. Memín pide su cooperación si consigue liberarlos, y en eso es sorprendido por el capitán. Es amenazado pero logra disimular la razón de su intromisión.
Vuelve con sus amigos, considerando la siguiente parte del plan. Don Samuel deduce que el marinero que conocieron al principio es el que está a cargo de las llaves, y si le ofrecen una botella sacada los vinos importados de una de las cajas, podrán hacerse con él y quitárselas sin problemas. A Memín se le ocurre como pueden realizar su arriesgada táctica. Se dirigen con ese hombre, que responde al nombre de Tobías (aunque Memín insiste en llamarlo “Tobillo”), que sigue mostrándose brusco y reacio a jugar una partida de la oca cuando se la ofrecen. Al proponer jugarse la botella, el marinero se deja convencer, y al poco rato ya están jugando. Memín se mete demasiado en la partida, ignorando que deben dejar ganar a Tobías para que eche tragos a la botella, y sus amigos no dejan de darle de patadas por abajo. Pese a todo, el marinero no tarda en ser victima de los efectos del alcohol, y cae dormido.Memín se queda jugando, olvidando lo que iban a hacer, mientras los demás se apoderan de las llaves. Percatándose de que sus amigos se han ido, los llama a gritos, despertando a Tobías, que exige saber a donde se fueron, pero vuelve a caer dormido y Memín se aleja. Van a la celda, explicándole su plan de tomar el control al líder, que organiza a los demás para ofrecer la resistencia apropiada. Viéndose libres y furiosos por el engaño sufrido, los isleños toman las armas que les ofrecen y dan cuenta de todos los marineros. Memín se les une, mientras sus amigos inmovilizan al capitán. Habiendo triunfado, los meten a todos al barco, mas pronto se dan cuenta de su descuido, ya que ninguno de ellos sabe manejar el barco. Don Samuel acuerda liberar algunos marineros que no estuvieron de acuerdo con la trata de personas del capitán, y así regresan a la isla. Ahí disfrutan de una estancia agradable en agradecimiento por haber ayudado a traer de vuelta a los isleños. El viaje en barco continúa sin más problemas. Carlangas se declara el nuevo capitán, pero Memín le recuerda que él es el grumete segundo (por sus acciones, fue “ascendido”), provocando una estrepitosa risa en sus amigos. Ellos le demuestran su nivel de ignorancia al no saber que grumete es el puesto más bajo en un barco, lo mismo que un sirviente. Memín se enfurece con ellos, y también con Don Samuel, por no señalarle su error anteriormente. Se aleja de ellos, muy molesto. Don Samuel les hace ver que se pasaron de la raya al hacer quedar como tonto a Memín (no había necesidad) y que deben disculparse. Memín tristea, resentido por la burla, y cuando se le acercan, les da un trancazo a cada uno, y al anciano amenaza con jalarle la barba. Don Samuel ofrece disculpas en nombre de todos, conmoviendo lo suficiente a Memín para que los perdone.
Pasados unos días, viajan en un jet rumbo a México, ansiosos por volver con sus familias. Don Samuel les agradece por su compañía, argumentado que ha sido el más emocionante de todos los viajes que ha hecho. Comenta que considera muy posible que los demás que dejaron atrás, también se salvaron y han de estar de vuelta, incluyendo a su sobrino, quien confía en que haya cambiado su manera de ser (¡pero si intentó matarlo!). El optimismo del veterano es increíble, pero es la mejor consolación que darán a los lectores que no sabrán nunca que ocurrió con los otros que iban a la expedición. Prometen volver a visitar a Don Samuel y se despiden para llamar a sus padres.
Los padres de Ricardo lo reciben muy emocionados. Mercedes, como siempre, se la pasó preocupada, y su padre sólo puede mencionar lo orgulloso que está, pero sin dejar de recordarle que debe estudiar mucho pues las clases ya empezaron desde cuando. Lo mismo menciona el Señor Vargas a Ernestillo. Carlangas les cuenta a sus padres de las experiencias que tuvo. El señor Arozamena hace ver que a pesar de haber sido rico, fue demasiado mimado como para aventurarse a una odisea así, mientras Isabel indica despues de eso que no piensa darle permiso de irse en el futuro cercano. Memín se pone tan acaramelado con Eufrosina, como es de esperarse, contento de volver a estar en sus brazos. Ella le sirve de comer mientras le va contando lo que sucedió y cuanto la extrañó. Al mencionar a Rovirosa, quien le recordaba a ella de algún modo, el aclarar que era una changa, su má linda lo toma por ofensa y ya le anda queriendo quitar el plato. Un detalle es que ahora la ponen como una orangutana cuando habían dicho que era una gorila, cuando en realidad parecía más un chimpancé sobredesarrollado, denotando que no hubo un acuerdo común en la trama y el dibujo de a que especie pertenecía exactamente el simio. Al verla tan enojada, Memín le cambia el humor, espetando que prefiere volver a los peligros del África si ella ya no lo quiere. Ya contentada, Eufrosina le sigue sirviendo, y luego le señala que las clases empezaron hace un mes y tendrá que ir mañana mismo. Memín considera que después de esas experiencias, la escuela no sirve de nada, proponiendo abandonarla, pero Eufrosina le recuerda que tiene una tabla con clavo que puede cambiar su manera de pensar.
Memín empieza a preferir haberse quedado un año en África. Y con esta mala idea en la cabeza, seguirá otra secuencia en que el negrito meterá la pata en grande, trayendo desgracias y vergüenzas para su madre.
Van acercándose a una ciudad africana, cuando Memín distingue a una changa que acaba de arrojarle un coco, tomándola por Rovirosa, a quien ya dejaron muy atrás sin haber explicado cuando ni como. Sus amigos le indican que sólo se parece, y al casi recibir un segundo coco, desiste de llamarla. Entran a la ciudad y dan con el hotel. Don Samuel les paga su propia habitación, en donde tendrán que compartir la cama. Memín salta sobre ella, imprudentemente, rompiéndola en breve. Enojados, sus amigos lo mandan a dormir en la silla, mientras se acomodan en el colchón. Un espeluznante aullido se hace oír cuando ya estaban durmiéndose, asustándolos. Concientes de que no podrán dormir con la inquietud, se asoman por la ventana, contemplando a un extraño santón africano, que suelta aullidos mientras se pasea por la solitaria calle. Al verlos, se acerca, presentándose como Majum Dan Dan, infundiendo respeto y ordenando que cierren la ventana porque no se supone que deban verlo en su ritual de bendecir a la ciudad.
Ellos lo ignoran y le hacen preguntas, exasperándolo. Les echa una maldición, apuntando especialmente a Memín, quien como es de esperarse, se pasa de impertinente. El santero se va, dejándo a los cuatro algo preocupados, pero logran volverse a dormir, acomodándose todos en la estropeada cama.
En la mañana, Don Samuel los despierta, conduciéndolos a la posada para desayunar. El mesero les sirve sin cobrarles nada, argumentando que la población entera está de fiesta, por el paso de Majum Dan Dan, a quien tienen prohibido ver cuando “trabaja”, mencionando unos turistas que no hicieron caso y fueron maldecidos en consecuencia, muriendo sin lograr volver a su patria. Los chicos se preocupan por haber incurrido en la ira del santero, pero Don Samuel los tranquiliza, alegando que no deben creer ese tipo de supersticiones. Durante la comida, son observados por el capitán de un barco, que al preguntar por al anciano, se interesa al saber que es millonario. Más tarde, se dirigen al puerto, donde consideran la posibilidad de viajar en barco en vez de en avión. Don Samuel opina que es adecuado porque ya sufrió demasiadas emociones, y después de oír a Memín palabrear con el propósito de apantallarlos y recordarles la “maldición”, van a indagar en los barcos. Preguntan a un marinero borracho, pero éste los ignora. El capitán que los estuvo observado, se presenta, exigiendo saber que necesitan, como quien no quiere la cosa. Él tiene un barco de carga, por lo que finge tener la indisponibilidad de llevar a un anciano con niños, pero lo considera poniendo de precio mil dólares por cabeza. Don Samuel acepta, aunque Memín objeta que es demasiado y sus amigos lo apoyan, pero él está decidido a devolverlos a sus hogares tras tantos predicamentos, recordándoles que esperar a embarcarse en un trasatlántico llevaría más de un mes. Descansan en el hotel, esperando por la hora de abordaje que les dio el capitán. Al llegar al barco, contemplan a los marineros, que suben en estado de ebriedad. Él que cuida la escalerilla, les cierra el paso, rehusándose a creer que el capitán los ha admitido en el barco. Aparta con brusquedad a Don Samuel, lo que enviolenta a Carlangas, respondiendo a golpes. El marinero resulta ser muy fuerte, y ni entre los cuatro consiguen provocarle el menor daño, consiguiendo sólo que se ria de sus vanos esfuerzos. Memín se apodera de una tabla y le da en una pierna (después de golpear accidentalmente a Ricardo en las posaderas). Esta vez si consiguen lastimarlo, y furioso, el marinero los avienta al mar, salvándose únicamente Memín. La presencia de la resaca impide que puedan regresar a tierra, y Don Samuel no puede ayudarles, diciendo que no sabe nadar (¡pero si estuvo nadando hace un par de números!). Pide a Memín que les arrojarle una red, pero el negrito queda atrapado en ésta.No teniendo otra opción, la lanza al agua junto con él, consiguiendo rescatar a los tres, pero ahora es Memín el que se queda a la deriva. Usan de nuevo la red para sacarlo, y ya muy indignados en el muelle, deciden irse. El capitán sale a su encuentro, extrañado porque se vayan y le explican como fueron maltratados por un miembro de su tripulación. Promete castigarlo sí todavia quieren viajar en el barco, y ellos aceptan. El marinero queda expuesto, condenado a un par de días encerrado a pan y agua. Memín le hace burla, pero retrocede cuando el tosco hombre lo fulmina con la mirada.
El viaje en barco comienza. Los cuatro objetan que Don Samuel pagara tanto ya que como "camarote" tienen que conformarse con un espacio en las bodegas. El anciano no quiere repelar, y se acomodan como pueden. Sólo hay una cama y Memín se sale con la suya para compartirla con Don Samuel, dejando a sus amigos dormir en el suelo. Cuando despiertan en la mañana, los cuatro salen a curiosear por el barco. Al distinguir el poste mayor, deciden subirse, para poder probar el catalejo. Se entretienen un poco, pasando por una falsa alarma sobre que divisan “tierra” cuando a Memín se le mete un poco en el ojo. Pronto son efectos del vértigo producido por la altura y los movimientos del barco. Carlangas es el único que no es afectado, y como sus amigos están muy mareados para bajar, él tiene que hacerlo solo, yendo a pedir ayuda a Don Samuel para auxiliarlos. El anciano sube al poste, rescatando a Ernestillo y a Memín. Carlangas lleva a Ricardo, pero apenas ha comenzado a bajar, él también resiente los mareos. No lo soporta y se caen los dos, lastimándose un poco en el aterrizaje. El capitán es testigo de todo y se carcajea. Después de recuperarse, piden perdón a Don Samuel por su imprudencia. Tras fingirse molesto por un rato, los disculpa. Luego, ven al capitán jugando una partida de póker con los marineros, regodeándose por irles ganando. Memín señala que hace “trucos de magia” al descubrir las cartas que va sacando de sus mangas, lo que hace quedar muy mal. El capitán se desquita apartando a Memín por meterse en lo que no le importa, y sus amigos le echan en cara su falta de precaución por andar exponiendo sus trampas, lo que podrían traer consecuencias severas para ellos más adelante.
El barco se detiene en una isla para recoger “mercancía”, la cual consiste en esclavos que comprenden la población masculina del lugar. Don Samuel señala que ese tipo de “comercios” están fuera de ley y época, percibiendo algo turbio en los negocios del capitán (pero si está clarisimo). Memín y sus amigos lo animan a exponer su queja y van ante su presencia. El capitán ni lo disimula, sin preocuparse en nada por la amenaza de denunciarlo, viniendo de parte de un viejo y unos niños. Se retiran y Memín le suministra una buena patada por abusivo. A partir de éste punto, a Memín le aparece mágicamente un gorro de marinero sobre la cabeza, que se limita a un detalle visual del dibujo, sólo para que simpatizara con el ambiente. Don Samuel se arrepiente de haber hablado con él, porque ahora están en peligro de que los maten para que no le cuenten a nadie.
Piensan en una solución, la cual consiste en conseguir la ayuda de los esclavos para tomar posesión del barco. Nombran a Memín primer grumete (él cree que es un titulo importante), para que se ocupe de averiguar en donde los tienen encerrados. Por su falta de concentración, a Memín se le anda olvidando su misión y lo que debe hacer, desesperando a Don Samuel y sus amigos, que ya no están seguros si podrá conseguirlo. Memín da con uno de los marinos, que lo amenaza con meterlo a la mazmorra con los “suyos”, y al pedirle una explicación, acaba dándole señas específicas de donde se encuentran. En otra parte del barco, sus amigos andan lamentando haberlo enviado, pero Don Samuel considera que Memín es lo bastante astuto para conseguir lo que quiere, aunque sea a su estilo tan peculiar. Memín se dirige a las celdas, tratando de hablar con los cautivos, pero no le hacen caso. Empieza a retirarse, cuando el líder de ellos, que entiende el español, lo retiene y le cuenta como fueron engañados con promesas de trabajo, obligándolos a abandonar sus hogares y a sus familias. Memín pide su cooperación si consigue liberarlos, y en eso es sorprendido por el capitán. Es amenazado pero logra disimular la razón de su intromisión.
Vuelve con sus amigos, considerando la siguiente parte del plan. Don Samuel deduce que el marinero que conocieron al principio es el que está a cargo de las llaves, y si le ofrecen una botella sacada los vinos importados de una de las cajas, podrán hacerse con él y quitárselas sin problemas. A Memín se le ocurre como pueden realizar su arriesgada táctica. Se dirigen con ese hombre, que responde al nombre de Tobías (aunque Memín insiste en llamarlo “Tobillo”), que sigue mostrándose brusco y reacio a jugar una partida de la oca cuando se la ofrecen. Al proponer jugarse la botella, el marinero se deja convencer, y al poco rato ya están jugando. Memín se mete demasiado en la partida, ignorando que deben dejar ganar a Tobías para que eche tragos a la botella, y sus amigos no dejan de darle de patadas por abajo. Pese a todo, el marinero no tarda en ser victima de los efectos del alcohol, y cae dormido.Memín se queda jugando, olvidando lo que iban a hacer, mientras los demás se apoderan de las llaves. Percatándose de que sus amigos se han ido, los llama a gritos, despertando a Tobías, que exige saber a donde se fueron, pero vuelve a caer dormido y Memín se aleja. Van a la celda, explicándole su plan de tomar el control al líder, que organiza a los demás para ofrecer la resistencia apropiada. Viéndose libres y furiosos por el engaño sufrido, los isleños toman las armas que les ofrecen y dan cuenta de todos los marineros. Memín se les une, mientras sus amigos inmovilizan al capitán. Habiendo triunfado, los meten a todos al barco, mas pronto se dan cuenta de su descuido, ya que ninguno de ellos sabe manejar el barco. Don Samuel acuerda liberar algunos marineros que no estuvieron de acuerdo con la trata de personas del capitán, y así regresan a la isla. Ahí disfrutan de una estancia agradable en agradecimiento por haber ayudado a traer de vuelta a los isleños. El viaje en barco continúa sin más problemas. Carlangas se declara el nuevo capitán, pero Memín le recuerda que él es el grumete segundo (por sus acciones, fue “ascendido”), provocando una estrepitosa risa en sus amigos. Ellos le demuestran su nivel de ignorancia al no saber que grumete es el puesto más bajo en un barco, lo mismo que un sirviente. Memín se enfurece con ellos, y también con Don Samuel, por no señalarle su error anteriormente. Se aleja de ellos, muy molesto. Don Samuel les hace ver que se pasaron de la raya al hacer quedar como tonto a Memín (no había necesidad) y que deben disculparse. Memín tristea, resentido por la burla, y cuando se le acercan, les da un trancazo a cada uno, y al anciano amenaza con jalarle la barba. Don Samuel ofrece disculpas en nombre de todos, conmoviendo lo suficiente a Memín para que los perdone.
Pasados unos días, viajan en un jet rumbo a México, ansiosos por volver con sus familias. Don Samuel les agradece por su compañía, argumentado que ha sido el más emocionante de todos los viajes que ha hecho. Comenta que considera muy posible que los demás que dejaron atrás, también se salvaron y han de estar de vuelta, incluyendo a su sobrino, quien confía en que haya cambiado su manera de ser (¡pero si intentó matarlo!). El optimismo del veterano es increíble, pero es la mejor consolación que darán a los lectores que no sabrán nunca que ocurrió con los otros que iban a la expedición. Prometen volver a visitar a Don Samuel y se despiden para llamar a sus padres.
Los padres de Ricardo lo reciben muy emocionados. Mercedes, como siempre, se la pasó preocupada, y su padre sólo puede mencionar lo orgulloso que está, pero sin dejar de recordarle que debe estudiar mucho pues las clases ya empezaron desde cuando. Lo mismo menciona el Señor Vargas a Ernestillo. Carlangas les cuenta a sus padres de las experiencias que tuvo. El señor Arozamena hace ver que a pesar de haber sido rico, fue demasiado mimado como para aventurarse a una odisea así, mientras Isabel indica despues de eso que no piensa darle permiso de irse en el futuro cercano. Memín se pone tan acaramelado con Eufrosina, como es de esperarse, contento de volver a estar en sus brazos. Ella le sirve de comer mientras le va contando lo que sucedió y cuanto la extrañó. Al mencionar a Rovirosa, quien le recordaba a ella de algún modo, el aclarar que era una changa, su má linda lo toma por ofensa y ya le anda queriendo quitar el plato. Un detalle es que ahora la ponen como una orangutana cuando habían dicho que era una gorila, cuando en realidad parecía más un chimpancé sobredesarrollado, denotando que no hubo un acuerdo común en la trama y el dibujo de a que especie pertenecía exactamente el simio. Al verla tan enojada, Memín le cambia el humor, espetando que prefiere volver a los peligros del África si ella ya no lo quiere. Ya contentada, Eufrosina le sigue sirviendo, y luego le señala que las clases empezaron hace un mes y tendrá que ir mañana mismo. Memín considera que después de esas experiencias, la escuela no sirve de nada, proponiendo abandonarla, pero Eufrosina le recuerda que tiene una tabla con clavo que puede cambiar su manera de pensar.
Memín empieza a preferir haberse quedado un año en África. Y con esta mala idea en la cabeza, seguirá otra secuencia en que el negrito meterá la pata en grande, trayendo desgracias y vergüenzas para su madre.
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