Memín trata de conseguir dinero para comprarle algo a Eufrosina el Día de las Madres vendiendo los cerdos que le endilgaron, pero acaba haciendo un mal trato. El 10 de mayo, por su necedad provoca un disgusto a Eufrosina, aunque no tan grande como el que causará sin querer Don Venancio.
Memín llega a la casa, llevando consigo los cuatro cochinitos y los pollos muertos. Don Venancio avisa a Eufrosina, quien está muy cansada por el trabajo del día (¿en domingo? En verdad que no descansa). Al ver a los animales, no puede evitar molestarse, sobretodo con los pollos muertos, suponiendo que pudieron morirse de alguna enfermedad, aunque Memín asegura que fue porque los aplastaron (aun cuando sus amigos ya le habían insinuado que pudiera ser que vinieran enfermos). Los cerdos empiezan a causar desastres al ponerse a corretear por la casa y Eufrosina se propone matarlos. Memín protesta y es apaleado por la tabla con clavo. Adolorido y advertido por su má de que los animales deben irse, comparte su pena con Don Venancio. Al español se le ocurre una solución, recordándole que se acerca el 10 de mayo, y que precisa comprarle un regalo a su madre (esta es la cuarta vez que celebran este día sin que terminen el sexto año de primaria). Como no tiene dinero, le dice que puede tratar de vender los cerdos y así sacar lo suficiente, mas la alegría se evapora de Memín al no saber de alguien que pueda comprárselos. El español tiene de nuevo la solución, sugiriéndole ir al restaurante del chino Wong Lee, llevándose uno de los cerditos como muestra. Memín toma al chancho y se presenta en el restaurante. Cuando la mesera, que ni se fija en el animal que lleva, le ofrece sentarse y tomar café, Memín lo toma como una invitación que le hace por cortesía y no por cuestiones del negocio. Se manda acompañando unos panes con el café, pero como ella dice que luego le traerá la cuenta, le advierte que no vino en calidad de cliente, sino a proponer un negocio con el dueño. Wong Lee andaba cerca y se aproxima para saber que pasa, y la mesera le hace ver que el negrito se anda haciendo tonto para no pagar. Memín ignora eso y le propone la venta de los cerdos, pero el chino dice no estar interesado, insistiendo que pague lo consumido. Haciendo uso de mucho bla bla bla, alegatos y regateos, Memín lo convence de dejárselos en novecientos. Le deja el cerdo y va a darle las buenas noticias a Don Venancio. Mientras, en las casas de sus amigos, al enterarlos de los cerdos que dejaron a Memín, son severamente reprendidos por sus padres. Tanto Isabel como Mercedes concuerdan en que el cerdito les hubiera propiciado una buena comida al crecer y engordar, y el Señor Vargas reprende a su hijo por dejar ir un animal que vale mucho. Les encargan recuperarlos y los tres se dirigen juntos a casa del negrito.
Memín le avisa a Don Venancio que irá a dejar al resto de los cerdos, pero antes no deja de saludar a su má linda para ver si ha recuperado el buen humor. Ella sigue enojada y cuando le cuenta que anda vendiendo los cerdos que al principio dijo que se los regalaba, demuestra no aprobar que hiciera tal negocio sin consultarla. Exige que vayan a recuperar al cerdo que dejó, y en eso llegan sus amigos, reclamando lo que les pertenece. Memín se niega a cederlos, produciéndose una escena prolongada en que tanto ellos como su má linda se ponen en su contra. Nada puede hacer para evitar que cada uno tome un cochino y se marchen muy ufanos a sus casas. Eufrosina apura a Memín a que vayan al restaurante, aunque él le advierte que quizá Wong Lee no quiera devolverlo. En el restaurante, él ya está dando instrucciones para que cocinen a los cuatro cerdos que harán buena cochinita pibil. Al entrar Memín y Eufrosina, otra mesera les ofrece café, pero él le advierte que no haga caso, porque así es como tienden la “trampa”. Eufrosina pregunta al chino por el cerdo, pero éste, avaro y codicioso, finge no saber nada para no tener que pagar ni devolverlo. Les insiste en que no sabe nada, pero varias groserías en chino y español llegan se la cocina, y sale el cerdito, siendo perseguido por el cocinero Chong Ki. Eufrosina lo sujeta por la trenza para hacerlo caer, salvando al animal. Memín se dispone a recogerlo, pero Wong Lee lo agarra por la oreja, exigiendo que paguen por los estropicios, y la mesera ya anda llamando a la policía. Eufrosina toma al cerdo, acercándolo a Wong Lee, jalándole el rabo para que su chillido le aturda los oídos, y así deje ir a su hijo. Llevándose al animal, los dos consiguen escapar, regresando con Don Venancio. Eufrosina se mete a la casa con el animal (y ya no sale, así que habrá que suponerse que al final lo cocinaron ahí mismo o lo vendieron), dejando a Memín hablando con el español, lamentando no tener nada que darle para el Día de las Madres. Don Venancio propone que le den algo los dos, ya que él también estaba pensando en regalarle algo y así seria más fácil, pero Memín se niega, ya que eso seria lo mismo que compartirla, y sus celos no lo admitirían. El español trata de calmarlo, pero Memín lo manda al demonio, irritado, reuniéndose con Eufrosina en la cocina. Ella se da cuenta que discutió con el español, pero él no quiere darle ninguna explicación, logrando hacerla enojar y ganándose un golpe en la cabeza.
El festival del Día de las Madres está en preparación en la escuela. El profesor Romero les indica que van a confeccionar costureros utilizando unas cucharas adornadas para verse como muñecas, ofreciéndolas como regalo a sus respectivas madres. Memín llega desanimado, y al hablar con sus amigos de lo que pasó, acaba enfadándose cuando ellos le aconsejan apreciar a ese señor que es como su papa, tomándolo como un insulto. Romero lo hace ponerse a trabajar en la confección para dejar atrás ese enojo. Les da el ejemplo de cómo se hace, y así los muchachos se entregan a la labor. Ernestillo no puede evitar romper a llorar mientras anda haciendo su costurero, recordando a su madre fallecida (¡que mariquita!ya debería haberlo superado para este punto). Romero y sus amigos se solidarizan y lo consuelan. Cuando todos han terminado, Romero nota que Memín no parece satisfecho con su trabajo, y él expone que la muñeca es como un retrato de Eufrosina, y de entregarla así, se ofendería. Sus amigos le hacen ver que todas son exactamente iguales, pero él insiste en quitarle la tinta negra. Como no pueden convencerlo, Ernestillo le ayuda tratando de lijarle la cara, pero queda peor porque la pintura fue absorbida por la cuchara. Necesitan otra y Memín corre a la tienda para comprar una. El dependiente las vende a cuatro pesos, ofrecido tres a diez pesos. Memín dice no tener dinero, pero se le ocurre proponerle echar un volado, para que así quede en que la compre o se la regale, y éste acepta. No tiene ningún sentido esta apuesta, desde que dijo que no tenía dinero y que el dependiente ande regalando mercancía así como así. La moneda cae en un estante de arriba, y el dependiente pretende subirse para ver como cayó, pero su jefe llega, para decirle que debe ser Memín él que suba por ella. Eso hace el negrito y hasta entonces se da cuenta que esa moneda cubre lo justo para la cuchara, comprándola y no alegando más. Sinceramente, creo que toda esta escena fue un desperdicio de páginas.
Memín regresa con la cuchara y vuelve a confeccionar el costurero, ahora sin pintar. El día del festival, Mercedes e Isabel andan quejándose por el calor, comentando que la escuela no pudo hacerlo en un teatro, aunque lo intentaron. Eufrosina se sienta al lado de ellas, y en breve, pasan deprisa los números musicales, brincándose a la parte de la entrega de regalos. Las madres reciben los costureros emocionadas, mas Eufrosina se da cuenta que la suya no se parece a las otras. Le pregunta a Memín si le dio flojera terminarla, y como él dice que no quería que se ofendiera al verla tan parecida a ella, Eufrosina demuestra estar muy decepcionada, creyendo que desprecia su color de piel (una vez más). Con severidad, le comparte una lección que su propia madre le enseñó, la cual básicamente dice que la leche se vende por litros y el azabache por onzas (parecía que iba a contar una anécdota y nos salió con una especie de dicho, eso no es una lección), advirtiéndole no volver a la casa hasta que se enorgullezca de su color. Entristecido, Memín se sienta con Ernestillo, quien le recuerda que fue su culpa por necio.
Olvidando la advertencia de Eufrosina (y ella también, porque ni se la recuerda), vuelve a casa cabizbajo, caminando detrás de ella. Don Venancio los recibe y después de escuchar por Eufrosina como salio el festival, le da el regalo que le compró, que consiste en un vestido. El disgusto del negrito por las confianzas del español regresa, y le dice a Eufrosina que no debe recibir regalos sin su consentimiento. Ella toma la tabla para que se retracte, y Memín mejor ya no dice nada. Al sacar el vestido, a Memín le parece muy chico, y cuando ella se lo pone, se comprueba que no la abarca toda, dejando ver su ropa interior. Eufrosina se examina en el espejo, y ya anda regañando a Memín por no advertirle, acusándolo de querer que ella hiciera el ridículo enseñando las piernas, pero él le recuerda quien fue la persona que le regaló el vestido. Recelosa, Eufrosina va con Don Venancio para cerciorarse de que tuviera malas intenciones, pero el español se muestra tan sorprendido como ella, admitiendo no haber verificado la talla del vestido. Eufrosina cree en su sinceridad y el apenado hombre le dice que la quiera como hubiera querido a su madre, haciendo que ella llore, conmovida. Memín la mira llorar, malinterpretándolo todo y le da un pisotón en el pie al español. Eufrosina lo regaña por andar atacando sin averiguaciones (pues lo aprendió de ella). Se propone castigarlo, pero Don Venancio prefiere dejar todo por la paz. Termina esta secuencia, pero no puede dejar de notarse que para este punto, la historia ya no es como antes. Desde números anteriores, se siente que algo falla en cuanto al manejo de la trama, precipitando las acciones en ocasiones, y de pronto haciendo todo lento al perder el tiempo en palabrerío innecesario. Temo que es a partir de aquí que la revista se desgasta, improvisando más que entreteniendo, pero aun sigue siendo rescatable en algunos aspectos. Habrá que establecer bien el veredicto después de revisar lo siguiente.
Memín llega a la casa, llevando consigo los cuatro cochinitos y los pollos muertos. Don Venancio avisa a Eufrosina, quien está muy cansada por el trabajo del día (¿en domingo? En verdad que no descansa). Al ver a los animales, no puede evitar molestarse, sobretodo con los pollos muertos, suponiendo que pudieron morirse de alguna enfermedad, aunque Memín asegura que fue porque los aplastaron (aun cuando sus amigos ya le habían insinuado que pudiera ser que vinieran enfermos). Los cerdos empiezan a causar desastres al ponerse a corretear por la casa y Eufrosina se propone matarlos. Memín protesta y es apaleado por la tabla con clavo. Adolorido y advertido por su má de que los animales deben irse, comparte su pena con Don Venancio. Al español se le ocurre una solución, recordándole que se acerca el 10 de mayo, y que precisa comprarle un regalo a su madre (esta es la cuarta vez que celebran este día sin que terminen el sexto año de primaria). Como no tiene dinero, le dice que puede tratar de vender los cerdos y así sacar lo suficiente, mas la alegría se evapora de Memín al no saber de alguien que pueda comprárselos. El español tiene de nuevo la solución, sugiriéndole ir al restaurante del chino Wong Lee, llevándose uno de los cerditos como muestra. Memín toma al chancho y se presenta en el restaurante. Cuando la mesera, que ni se fija en el animal que lleva, le ofrece sentarse y tomar café, Memín lo toma como una invitación que le hace por cortesía y no por cuestiones del negocio. Se manda acompañando unos panes con el café, pero como ella dice que luego le traerá la cuenta, le advierte que no vino en calidad de cliente, sino a proponer un negocio con el dueño. Wong Lee andaba cerca y se aproxima para saber que pasa, y la mesera le hace ver que el negrito se anda haciendo tonto para no pagar. Memín ignora eso y le propone la venta de los cerdos, pero el chino dice no estar interesado, insistiendo que pague lo consumido. Haciendo uso de mucho bla bla bla, alegatos y regateos, Memín lo convence de dejárselos en novecientos. Le deja el cerdo y va a darle las buenas noticias a Don Venancio. Mientras, en las casas de sus amigos, al enterarlos de los cerdos que dejaron a Memín, son severamente reprendidos por sus padres. Tanto Isabel como Mercedes concuerdan en que el cerdito les hubiera propiciado una buena comida al crecer y engordar, y el Señor Vargas reprende a su hijo por dejar ir un animal que vale mucho. Les encargan recuperarlos y los tres se dirigen juntos a casa del negrito.
Memín le avisa a Don Venancio que irá a dejar al resto de los cerdos, pero antes no deja de saludar a su má linda para ver si ha recuperado el buen humor. Ella sigue enojada y cuando le cuenta que anda vendiendo los cerdos que al principio dijo que se los regalaba, demuestra no aprobar que hiciera tal negocio sin consultarla. Exige que vayan a recuperar al cerdo que dejó, y en eso llegan sus amigos, reclamando lo que les pertenece. Memín se niega a cederlos, produciéndose una escena prolongada en que tanto ellos como su má linda se ponen en su contra. Nada puede hacer para evitar que cada uno tome un cochino y se marchen muy ufanos a sus casas. Eufrosina apura a Memín a que vayan al restaurante, aunque él le advierte que quizá Wong Lee no quiera devolverlo. En el restaurante, él ya está dando instrucciones para que cocinen a los cuatro cerdos que harán buena cochinita pibil. Al entrar Memín y Eufrosina, otra mesera les ofrece café, pero él le advierte que no haga caso, porque así es como tienden la “trampa”. Eufrosina pregunta al chino por el cerdo, pero éste, avaro y codicioso, finge no saber nada para no tener que pagar ni devolverlo. Les insiste en que no sabe nada, pero varias groserías en chino y español llegan se la cocina, y sale el cerdito, siendo perseguido por el cocinero Chong Ki. Eufrosina lo sujeta por la trenza para hacerlo caer, salvando al animal. Memín se dispone a recogerlo, pero Wong Lee lo agarra por la oreja, exigiendo que paguen por los estropicios, y la mesera ya anda llamando a la policía. Eufrosina toma al cerdo, acercándolo a Wong Lee, jalándole el rabo para que su chillido le aturda los oídos, y así deje ir a su hijo. Llevándose al animal, los dos consiguen escapar, regresando con Don Venancio. Eufrosina se mete a la casa con el animal (y ya no sale, así que habrá que suponerse que al final lo cocinaron ahí mismo o lo vendieron), dejando a Memín hablando con el español, lamentando no tener nada que darle para el Día de las Madres. Don Venancio propone que le den algo los dos, ya que él también estaba pensando en regalarle algo y así seria más fácil, pero Memín se niega, ya que eso seria lo mismo que compartirla, y sus celos no lo admitirían. El español trata de calmarlo, pero Memín lo manda al demonio, irritado, reuniéndose con Eufrosina en la cocina. Ella se da cuenta que discutió con el español, pero él no quiere darle ninguna explicación, logrando hacerla enojar y ganándose un golpe en la cabeza.
El festival del Día de las Madres está en preparación en la escuela. El profesor Romero les indica que van a confeccionar costureros utilizando unas cucharas adornadas para verse como muñecas, ofreciéndolas como regalo a sus respectivas madres. Memín llega desanimado, y al hablar con sus amigos de lo que pasó, acaba enfadándose cuando ellos le aconsejan apreciar a ese señor que es como su papa, tomándolo como un insulto. Romero lo hace ponerse a trabajar en la confección para dejar atrás ese enojo. Les da el ejemplo de cómo se hace, y así los muchachos se entregan a la labor. Ernestillo no puede evitar romper a llorar mientras anda haciendo su costurero, recordando a su madre fallecida (¡que mariquita!ya debería haberlo superado para este punto). Romero y sus amigos se solidarizan y lo consuelan. Cuando todos han terminado, Romero nota que Memín no parece satisfecho con su trabajo, y él expone que la muñeca es como un retrato de Eufrosina, y de entregarla así, se ofendería. Sus amigos le hacen ver que todas son exactamente iguales, pero él insiste en quitarle la tinta negra. Como no pueden convencerlo, Ernestillo le ayuda tratando de lijarle la cara, pero queda peor porque la pintura fue absorbida por la cuchara. Necesitan otra y Memín corre a la tienda para comprar una. El dependiente las vende a cuatro pesos, ofrecido tres a diez pesos. Memín dice no tener dinero, pero se le ocurre proponerle echar un volado, para que así quede en que la compre o se la regale, y éste acepta. No tiene ningún sentido esta apuesta, desde que dijo que no tenía dinero y que el dependiente ande regalando mercancía así como así. La moneda cae en un estante de arriba, y el dependiente pretende subirse para ver como cayó, pero su jefe llega, para decirle que debe ser Memín él que suba por ella. Eso hace el negrito y hasta entonces se da cuenta que esa moneda cubre lo justo para la cuchara, comprándola y no alegando más. Sinceramente, creo que toda esta escena fue un desperdicio de páginas.
Memín regresa con la cuchara y vuelve a confeccionar el costurero, ahora sin pintar. El día del festival, Mercedes e Isabel andan quejándose por el calor, comentando que la escuela no pudo hacerlo en un teatro, aunque lo intentaron. Eufrosina se sienta al lado de ellas, y en breve, pasan deprisa los números musicales, brincándose a la parte de la entrega de regalos. Las madres reciben los costureros emocionadas, mas Eufrosina se da cuenta que la suya no se parece a las otras. Le pregunta a Memín si le dio flojera terminarla, y como él dice que no quería que se ofendiera al verla tan parecida a ella, Eufrosina demuestra estar muy decepcionada, creyendo que desprecia su color de piel (una vez más). Con severidad, le comparte una lección que su propia madre le enseñó, la cual básicamente dice que la leche se vende por litros y el azabache por onzas (parecía que iba a contar una anécdota y nos salió con una especie de dicho, eso no es una lección), advirtiéndole no volver a la casa hasta que se enorgullezca de su color. Entristecido, Memín se sienta con Ernestillo, quien le recuerda que fue su culpa por necio.
Olvidando la advertencia de Eufrosina (y ella también, porque ni se la recuerda), vuelve a casa cabizbajo, caminando detrás de ella. Don Venancio los recibe y después de escuchar por Eufrosina como salio el festival, le da el regalo que le compró, que consiste en un vestido. El disgusto del negrito por las confianzas del español regresa, y le dice a Eufrosina que no debe recibir regalos sin su consentimiento. Ella toma la tabla para que se retracte, y Memín mejor ya no dice nada. Al sacar el vestido, a Memín le parece muy chico, y cuando ella se lo pone, se comprueba que no la abarca toda, dejando ver su ropa interior. Eufrosina se examina en el espejo, y ya anda regañando a Memín por no advertirle, acusándolo de querer que ella hiciera el ridículo enseñando las piernas, pero él le recuerda quien fue la persona que le regaló el vestido. Recelosa, Eufrosina va con Don Venancio para cerciorarse de que tuviera malas intenciones, pero el español se muestra tan sorprendido como ella, admitiendo no haber verificado la talla del vestido. Eufrosina cree en su sinceridad y el apenado hombre le dice que la quiera como hubiera querido a su madre, haciendo que ella llore, conmovida. Memín la mira llorar, malinterpretándolo todo y le da un pisotón en el pie al español. Eufrosina lo regaña por andar atacando sin averiguaciones (pues lo aprendió de ella). Se propone castigarlo, pero Don Venancio prefiere dejar todo por la paz. Termina esta secuencia, pero no puede dejar de notarse que para este punto, la historia ya no es como antes. Desde números anteriores, se siente que algo falla en cuanto al manejo de la trama, precipitando las acciones en ocasiones, y de pronto haciendo todo lento al perder el tiempo en palabrerío innecesario. Temo que es a partir de aquí que la revista se desgasta, improvisando más que entreteniendo, pero aun sigue siendo rescatable en algunos aspectos. Habrá que establecer bien el veredicto después de revisar lo siguiente.
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