Eufrosina levanta a Memín para recordarle que se van a mudar. Llega Ernestillo para acompañarlo a la escuela, ignorando la amenaza de Memín de que no diga nada para no ir (flojo, como siempre).
El maestro Romero saluda a Memín, advirtiéndole que tendrá que estudiar más, e incluso presentarse en su casa para recibir asesorías extra de su parte. Memín se queja de tanto estudio, pero el maestro le dice que ya verá si algún día le agarra el gusto (como cree en milagros). A la salida, sus amigos lo acompañan a casa, donde Eufrosina notifica que ya tienen donde establecerse. En breve, los dos están bien instalados, pero a Memín le parece tétrica la vivienda, porque está muy oscuro y solo tienen una vela para iluminarse. Un vecino rollizo que se presenta como Cayetano Rodríguez les da la bienvenida, mostrándose amable y simpaticón. Viendo que están a oscuras, les enseña a conectar la luz eléctrica, un procedimiento poco ético que está penado por la ley (pero no les avisa de eso), el cual todos por la vecindad saben aplicar cuando se requiere. A Memín no le agrada ver que toma confiancitas con Eufrosina, y el hombre ya les extiende la mano para lo que necesiten. Al preguntarle en que trabaja, dice tener un coche convertible, haciendo una broma de cómo cambia la mercancía en las tres horas del día (vendedor ambulante de tamales, paletas y tacos). Se ríe de su propio chiste y se despide, dejando buena impresión en Eufrosina, aunque Memín le advierte que no se alborote otra vez.
A la mañana siguiente, Ernestillo viene a visitarlos, y Memín se levanta para salir a dar la vuelta con él. Viendo tan animado al negrito, Ernestillo opina que Don Venancio significó una verdadera molestia, y libre de ésta, vuelve a ser él mismo. Memín comenta que no le desea que a nadie le pase lo que a él. Irónicamente, es lo mismo que está por pasarle a Ernestillo, mientras ellos se entregan a un partido con sus amigos y otros niños.
El señor Vargas encuentra de casualidad a Conchita, una vieja amiga suya y de su fallecida esposa, Lupita. Los dos concuerdan en que no los ha tratado bien la vida; a él desde la muerte de su mujer, y a ella que vive de arrimada con una amiga en un trabajo que no le parece.
Los cuatro amigos comentan sobre el juego que tuvieron, llegando a la carpintería, donde el señor Vargas los saluda. Le habla a Ernestillo del próximo trabajo acordado, y luego que se despiden los demás, él le dice que invitó a Memín a comer porque Eufrosina estará ocupada en la nueva residencia. El señor Vargas contempla el desorden en que se encuentra su hogar, admitiendo que necesitan de las atenciones de una mujer, ya que los hombres no sirven para eso (algunos). Admite haberse cansado de ese ritmo de vida y se retira a otra parte de la casa. Memín le sugiere a Ernestillo que su padre puede haberse enamorado, y el chico replica que no lo cree capaz. El negrito le recuerda su caso, pero Ernestillo dice tener confianza en que su padre nunca pretenderá a otra mujer. El señor Vargas se vuelve y alcanza a escuchar, exponiéndole que se siente solo, y que en verdad necesitan ayuda para mantener la casa, ya que no entre los dos no pueden. Comenta que ha reencontrado a su vieja amiga Conchita, y piensa seriamente en invitarla a que viva con ellos. Ernestillo siente algo de pesar, pero dice que aceptará lo que su padre decida, aceptando que no tiene derecho a negarle la felicidad.
En su nueva casa, Memín le cuenta a Eufrosina de lo que sucede con el padre de su amigo, y ella concuerda en que necesitan una mujer que los ayude, por lo que no hace nada malo. Mientras, ellos se la pasan arreglando la casa, concluyendo que en verdad es un trabajo difícil y que la asistencia de una mujer es indispensable.
Al día siguiente, Memín sigue preocupado por lo que no debería importarle y llega temprano a la escuela, encontrando solo a Carlangas para hacer correr el chisme. Por supuesto, su peculiar manera de narrar las cosas hace que su amigo tarde en entenderle, y cuando al fin lo comprende, le pregunta que vela tiene él en el entierro, si es algo personal entre Ernestillo y su padre.
Ricardo y Carlangas se dirigen a la carpintería, comentando del caso, creyendo que no es nada. Al llegar ahí, lo encuentran acondicionando la bodega que pronto servirá de recamara, dándoles a entender que tendrán “nuevo miembro en la familia”. Satisfecho porque esté arreglado el cuarto de Conchita, el señor Vargas deja ir a Ernestillo a pasarla con sus amigos. Los tres se sientan en la banqueta, con Ernestillo preocupado y Carlangas y Ricardo dando sus condolencias (¿Por qué? En verdad que no significa ningún problema, el egoísmo de los hijos de padres viudos si que es tremendo). Memín se les une, pero con el humor que se cargan, le espetan el haber andado de chismoso, exigiéndole que guarde silencio. Ernestillo, más comprensivo, les dice que dejen a Memín quien sólo dijo lo que ya sabia, pero no quería aceptar.
Conchita comenta con la amiga que la hospeda de su intención de mudarse con su viejo amigo, Juan. No le importa perder el trabajo que tiene ahora, segura de que desempeñará bien sus labores en su nueva casa. Su amiga le recuerda que tenga cuidado con volver a entrarle a la bebida, pero Concha asegura que ese vicio ya lo dejó atrás. Al día siguiente, se reúne con él para hacerle saber que acepta, y que empezará de una vez. Juan le muestra el interior de la carpintería y la habitación que ocupará, expresando su deseo de que se lleve bien con su hijo ejemplar.
Ernestillo anda afligido en la escuela, inseguro de que actitud tomar ante esa señora cuando la conozca. Memín le sigue dando con lo que pasó con Venancio, y acaba auto invitándose a acompañarlo para servirle de apoyo y así juzgar a la extraña que viene a ocupar un lugar que no le corresponde. Ernestillo replica que es asunto familiar, pero el negrito es tan necio, que acepta su presencia, siempre en cuando, no diga ni pío. Al ver que Ricardo y Carlangas los llaman, Memín se queja de que son unos chismosos fisgones, y Ernestillo le pregunta que entonces que seria él, y excusa que sólo se mete por representar la voz de la experiencia (como sea, se la voltearon).
Memín llega muy molesto a su casa, y Eufrosina pide una explicación, tabla con clavo en mano. Él empieza haciéndose líos, enojándola al usar adjetivos que la hacen creer que la está insultando. Acaba dándole un jalón de orejas para que se aplaque.
Eso mismo está haciendo Memín, pidiéndole a Don Cayetano que le ayude a prender la luz eléctrica como hizo antes. El hombre no acepta que no pueda hacer algo tan simple por si mismo, poniéndose enérgico a enseñarle como (en realidad, niños pequeños o con la estatura del negrito no deberían hacer eso). Memín se ve obligado a obedecerlo, sin dejar de quejarse por el tono autoritario y exigente de Cayetano, que no tolera a las personas como él. Lo pone a apilar sillas y cajas para subirse en ellas y llegar a los cables.
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