Por sus propios intereses egoístas, Don Venancio proyecta casarse con Eufrosina, echándose al posesivo Memín como enemigo mortal. Dejando ver pros y contras sobre esta futura unión, Memín decide hacerle la vida imposible al español para impedir que se efectúe el matrimonio.
Un viejo amigo compatriota de Don Venancio viene a saludarlo, aprovechando para advertirle que las autoridades se han puesto muy severas para gente como ellos que no han hecho el papelerío para nacionalizarse. El tendero español admite que no ha procurado nada, y su amigo le avisa que al ya lo pescaron, dando un tiempo limite para deportarlo, y que la única solución, es casarse con una mexicana. Le advierte que las sucias tácticas como sobornos ya no funcionan, y por eso prefiere enredarse con la primera que caiga antes de que se acabe el plazo. Deja a Venancio preocupado, decidiendo seguir su ejemplo. Sin embargo, la única mujer disponible con quien tiene cierto afecto es ni nada menos que Eufrosina.
Después de sonarse a Memín fuera de página tras su berrinche porque no pudo ser estrella, éste se reconforta en su regazo, olvidando lo desagradable.
Al día siguiente, Don Venancio empieza con su tarea de conquistar a la lavandera, hablándole bonito para engatusarla. Eufrosina no comprende sus intenciones, tardando en captar el mensaje, y Memín los cacha cuando el español la tomaba de la mano. Exige una explicación, pero Eufrosina insiste con hacer las compras, ordenándole volver a la casa en lo que ella termina, sin excusa ni pretexto. Más tarde, en la escuela, Memín comparte con sus amigos el disgusto que le causó esa escena, pero ellos le aconsejan no tomarlo en serio y que no ande de malpensado. Venancio sigue esforzándose por conquistar a Eufrosina, pero ella reacciona con indignación, insinuando que la está tomando por una cualquiera. El español le dice que su intención es sincera y está dispuesto a casarse con ella, aunque en sus pensamientos, se trasluce su desesperación, admitiendo que no es su tipo.
Al volver a casa, Memín encuentra a Eufrosina cantando de alegría, extrañándose. Ella lo manda por tortillas, y al pasar por la tienda de Don Venancio, éste lo saluda, para darle con suma delicadeza la “gran noticia”. Memín se enfurece al escuchar que quiere casarse con su má linda, a quien no está dispuesto a compartir con nadie. Regresa con Eufrosina para quejarse, y ella le dice que es verdad lo la proposición, pero no está segura de aceptar sin que él de su consentimiento. Memín le dice que se acuerde de su padre, y eso hace la lavandera. Saca una nueva versión de retrospectiva de lo que fue su encuentro, un poco distinto al que vimos antes, pero al menos ni ella ni el Sr. Pinguín se salen de sus papeles. Por primera vez se muestra a Memín como bebe recién nacido, seguido por la escena de la trágica y casi cómica muerte de su padre, aplastado por caballos (no cabe duda que era su padre, igual de propensa que su hijo a sufrir accidentes muy raros). Desde ese triste día, ella ha vivido sólo por su retoño, pero expresa su temor de que al enamorarse en el futuro, la abandone (de por si casi lo hace números atrás), y por eso seria apropiado casarse, y más con alguien que ha sido un gran apoyo desde que demolieron su antigua casa. Don Venancio interviene para hablar con Eufrosina, y Memín los deja solos. No avanza mucho el español, ya que ella admite estar cansada y se dirige con Memín, sosteniéndolo hasta que se queda dormido, para luego acostarlo en la cama.
Al día siguiente, Memín va desanimado a la escuela. Sus amigos creen que es porque no hizo la tarea, pero él replica que hay cosas más graves que lo ponen mal, procediendo a compartirles su problema. Mientras, para ganarse a Eufrosina, Don Venancio se avienta una versión trágica, probablemente falsa, de su infancia y desarrollo, logrando conmoverla para que comprenda cuanto ha sufrido y lo solo que se siente, para insistir inmediatamente con su proposición de que acepte ser su compañera. Eufrosina termina llorando, habiéndose creído sus cuentos chinos, y el español vislumbra su triunfo.
Los amigos de Memín reiteran su optimismo de que está sacando conclusiones precipitadas, aconsejándole ser paciente, a ver que pasa, y ellos los ayudarán si los necesita, limitandose por lo pronto a distraerse jugando futbol en el recreo. Otra vez encuentra a Eufrosina muy contenta al volver a casa, y le pregunta si no es por Don Venancio. No tardan en ponerse a discutir, con Memín insinuando que desde antes quería con él. Recibe un jalon de orejas y que lo pongan a poner la mesa y calentar comida. Don Venancio llega al poco rato, pidiendo a Eufrosina que deje a Memín a cargo de su tienda, mientras él se ocupa de otros asuntos. Eufrosina le ordena cumplir y el negrito se retira muy contrariado. Don Venancio confiesa que sólo quería estar a solas con ella, persistiendo en sus siniestras intenciones. Eufrosina pone excusas, como la opinión de la gente si se casa con una negra, pero el español asegura que no importa eso. Sólo queda el consentimiento de Memín, que él está seguro de poder conseguir a basa de mañas. En la tienda, Memín se equivoca en la venta de un producto, y la clienta amenaza con acusarlo con el español, logrando que se enoje y le grite de cosas. Irritado, ve entrar a Don Venancio, que hace gala de sus argucias para tratar de convencerlo. Expone como desea formar un hogar con su madre, y que sí él acepta, podrá viajar con ellos por España, y tener vida de niño acomodado (¿pero que no es dueño de una tienda abarrotes? Eso no significa que sea ni casi rico para tales promesas), sobornándolo con comprarle un coche cuando sea mayor. A Memín le agrada eso último, pero sí no lo tendrá en el futuro inmediato, Don Venancio tampoco. El español pierde la compostura, reaccionando al decir que se casará con su madre a como de lugar, y Memín se marcha, sintiendo que hay algo turbio.
Eufrosina está preparándole la comida cuando viene a preguntarle cual es la razón por la que el español está tan seguro de que se casará con ella (tsk, no captó su intención), insinuando que ella dio el “mal paso.” Molesta porque pone en duda su honra, Eufrosina le da con la tabla, para después confesar que quiere casarse por lo conmovida quedó con su historia, que a Memín ni le importa, pero trata de mostrarse conforme y atenerse a lo que ella decida. Ella se relaja y le recuerda la vida de rey que tendrá cuando se casen, advirtiéndole que no se muestre ingrato con él, teniendo en cuenta lo que ha hecho por ellos. Afligido, Memín trata de distraerse estudiando, pero no deja de pensar en lo que no quiere que pase.
Otra vez en la escuela, sus amigos ven que sigue desanimado, sugiriéndole pedir consejo al profesor Romero. Eso basta para que recupere la alegría, pero apenas llega al maestro, saluda a Memín para repasar inmediatamente la lección del día. Empieza a preguntarle sobre los derechos humanos, de los que Memín nada sabe, y al pedir ejemplos a Ernestillo y Carlangas, el último menciona la libertad de elección de la pareja. Memín pregunta “hipotéticamente” sobre que ocurre si alguien se opone a una unión de esas, y Romero aclara que es una violación a los derechos humanos, típico de alguien cruel y egoísta. El negrito alude al caso de casarse una persona negra con una blanca y Romero le exige argumentar su alegato. Memín acaba compartiendo con toda la clase su drama personal sin darse cuenta, confundiendo al maestro, pero él es paciente y replica que dice disparates y la diferencia del color de la piel no es inconveniente. Memín se emberrincha e insiste en que no aceptará esa relación, diciéndole al profesor como se sentiría sí estuviera en su lugar, pero claro que él no pierde el tiempo considerando en eso, limitándose a hablarle suave para que deje de pensar así. Terminan las clases (¡que rápido! ¿Pues que tanto tardaron sus amigos en preguntarle de su problema para que Romero les diera una lección relámpago que se volvió un foro de las tribulaciones de Memín?), y le aconseja solucionar su problema con calma. De camino a sus casas, sus amigos le sugieren que encomiende el caso a algún santo (¿por nimiedades como esa que se resuelven solas?) o al espíritu de su padre.
En sus respectivos hogares, sus amigos se solidarizan al compartir la situación del negrito con sus progenitores, concordando estar en desacuerdo con la intención de Eufrosina de casarse. Los padres dan diferentes opiniones. El señor Vargas opina que está bien, admitiendo que siendo viudo, a él tampoco le gusta estar solo y que debe conseguir una compañera, angustiando a Ernestillo, para luego decirle que no hablaba en serio (por ahora). Isabel piensa que está mal, y que ella nunca pensó en casarse cuando Carlos la abandonó, aun cuando él seguía vivo, para ella era como si hubiera muerto y vivió sólo para su hijo. Los dos le dan la razón y Carlangas siente tanto lo que pasa a Memín, como el temor de que cometerá alguna locura (y no se equivoca). Mercedes también cree que está mal que la lavandera se case a su edad, y Rogelio considera que sí el muriese, ella se volvería a casar de inmediato, al no poder hacer nada por si misma, mas ella replica que la está subestimando. Ricardo termina llorando por el pesar de su amigo (¡que delicado! no es para tanto), y sus padres lo consuelan. Que reacciones más exageradas en estas familias. Ciertamente, no hay ningún problema en que una viuda quiera casarse con quien quiera a cualquier edad. Como ninguno considere que Venancio busca el matrimonio por interés (y nadie lo hace, ni vuelven a mencionarlo), no tienen vela en el entierro y Memín debería aguantarse.
Memín llega a su casa aun desanimado, rechazando las muestras de afecto de Eufrosina, para comentar como ella quiere más al español. Indignada al ver que sigue en las mismas, ella toma la tabla, pero Don Venancio interviene y lo salva de la paliza (aunque el negrito la preferiría). Le pregunta por la causa de su enojo, y Memín le replica que es toda suya. Un intercambio de palabras entre los tres da comienza, en que Memín lleva las de perder, desde que usa mal las palabras para decir que prefiere quedar huérfano, recibiendo un coscorrón de Eufrosina. El español se ríe de él y lo invita a sentarse para que sigan debatiendo. Entre los dos, le insisten que acepte su unión, y en su necedad por usar palabras grandes en discursos de doble sentido, acaba dando su consentimiento sin darse cuenta. En los días siguientes, Memín y Eufrosina dejan de ser tan unidos. El negrito soporta a un par de chismosas que intentan hacerlo enojar con sus venenosas palabras, y él las acalla al reconocerlas como metiches. Eufrosina también es victima de ellas, soportando sus comentarios de que el español codiciado la escogiera cuando hay gente decente como ellas, a lo que la lavandera replica que el termino correcto es “solteronas”. Memín le toca enfrentar a las chismosas otra vez, tomando la determinación de tomar al toro por los cuernos. Les avisa a sus amigos que hablará seriamente con ella para que abandone esa idea absurda del matrimonio, y ellos le recomienden que cuide sus palabras y no haga o diga nada impulsivo. Cuando llega el momento de la platica, expone sus razones equivocas para no aceptar la unión, y como ella le recuerda que sí se porta mal con Don Venancio, está dispuesta a echarlo de la casa, Memín pierde el control, gritándole que se quede con el “gachupín”. Una tunda de tabla con clavo después, se reúne con sus amigos para hacerles saber como la regó al no seguir sus sugerencias. Ellos hasta proponen invitar a sus madres a que hablen con Eufrosina, pero Memín insiste que es problema suyo, y no les queda más que animarlo a que tenga fe (¿para esto? pfft).
Memín y Eufrosina vuelven a hablar, más calmados, pero aun a punto de estallar por su reciente distanciamiento. Ella le dice que será feliz si él da su consentimiento, y él dice que entonces está bien. Pero como ella replica que lo iba a hacer con o sin éste, sigue otra escena de protestas por parte del negrito, que ella acalla al echarle un balde de agua en plena cara. Lo manda a dormir solo en un catre, y mientras trata de dormir, Memín imagina como serán las cosas cuando ellos se casen. Trata de ver el lado bueno si le llega a salir un hermanito, pero al imaginar uno güero más bonito que él, se incorpora, angustiado, pidiendo un deseo a los astros, que si le sale uno, que salga pinto. Eufrosina lo mira y trata de hacer las paces, pero Memín vuelve a lanzarle sus reclamos, y le recuerda que se eche sobre su catre. Memín brinca sobre éste con ira, y lo parte en dos. A Eufrosina no le queda más que dejarlo dormir en su cama.
A la mañana siguiente, el negrito se levanta de buen humor, pero se le borra cuando Eufrosina lo manda a barrer la tienda de Don Venancio. Poniéndose altanero al espetarle que ella hace lo que él quiere, recibe otro jalon de orejas y le advierte que como siga así, se irá de la casa. En la tienda, apenas se presenta, empieza a enojar al español que no tolera que le falte el respeto, amenazando con cintarearlo. Le recuerda que pronto estará comiendo de su mano y murmura un extraño verso que Memín capta en otro sentido insultante.
Memín se retira furioso, cambiando a desanimado nuevamente al llegar a la escuela. Sus amigos le sugieren que ahora actúe como diplomático, ya pesimista al asegurarles que lo más probable es que fracase. Eufrosina y Don Venancio deliberan en la casa. Ella no soporta la situación con su hijo, sugiriendo que se olviden de casarse, pero el interesado español le insiste, asegurando que se le pasará y acabará aceptándolo como padre. Para picarla, le menciona que es mejor que se casen, ya que Memín no tardará en abandonarla cuando se enamore y forme su propio hogar, pura “lógica” que la pone enojada anticipadamente ante ese improbable abandono futuro. Memín los sorprende juntos, protestando enérgicamente, y le echa sus claras al español. Advirtiéndole que deje se pretender a su madre de una vez. Eufrosina interviene, ordenándole que le pida perdón a Don Venancio, de rodillas. Memín está por obedecer, pero prefiere darle un fuerte pisotón en el pie. Recibe otra dosis de tablazos bien dados, y mira como ella atiende al español, quien sufre por su pie, dejándolo dormir en su cama. Muriéndose de envidia, Memín observa como Eufrosina le da tantas atenciones, mientras éste le agradece y sigue hablando de su próxima unión. Mimándolo y dejándolo en la cama, reciba las llaves para pasar a la suya en lo que él se recupera. Eufrosina indica a Memín que la ayude a limpiar el cuarto del español para que puedan acostarse. Éste se encuentra muy desordenado, con ropa sucia regada por todos lados, y un balde que contiene lo que Memín toma por “sopa” echada a perder, oculta debajo de la cama. Eufrosina no le explica que es exactamente y la tira, después de sufrir un rato con la peste. Se acuestan y el negrito trata de hacerla desistir, al señalar la falta de higiene del hombre, pero ella no hace caso y amenaza con pegarle si no se calla. Memín entra en un estado de divagación en que se ve el clásico enfrentamiento de su “yo diablo” y “yo ángel”, que se disputan dándole consejos y sugerencias. Como el “diablo” es más fuerte, Memín decide seguir sus indicaciones para desquitarse de una vez con Don Venancio, quemándole la tienda. Memín se levanta, dispuesto a cometer tal fechoría, pero a la mera hora, el angelito vuelve para hacerlo desistir. Memín opta por hacer otra diablura, revolviendo la azúcar con el detergente. Reparando en unos gatos hambrientos que merodean, les abre todas las latas de pescado que puede. Luego invita a los perros, dejando a su disposición toda la carne que quieran, repitiendo lo mismo con un par de borrachos a los que les “fía” todo el licor sin limites. Un par de vecinas curiosas entran a la tienda, y Memín les ofrece gratis toda la mercancía que deseen. Pronto, llega mucha más gente, dando cuenta de todo, aprovechando que les dan la mejor oferta posible. El diablillo aparece para felicitarlo por sus crímenes, mientras el angelito expresa su pena, sugiriéndole resarcirse pronto. Memín no tiene tiempo de arrepentirse, ya que viene la clientela se impacienta cuando se acaba la mercancía, exigiendo que los deje pasar adentro para saquear las bodegas. Trata de explicar que regaló todo para vengarse del español, pero no le hacen caso, y decide hacer otra cosa.
Don Venancio se levanta, ignorando lo que sucede, y avisa a Eufrosina que luego le mande a Memín a cuidar la tienda. En cuanto entra, los animales salen en estampida, y descubre su establecimiento casi vacío. La emoción es demasiada y se desmaya, asustando a los clientes aprovechados, que emprenden la retirada. Memín hace un cartel de protesta, y se pone a dar vueltas por la tienda con éste, hasta que ve al español desmayado. No se preocupa para nada y se dispone a ir a la escuela, después de pasar con Eufrosina. Ella lo manda a barrer tienda, pero como él dice que no quiere llegar tarde, se lo deja pasar y le sirve de desayunar. Más tarde, cuando su retoño ya se ha ido, Eufrosina deja caer el desayuno que llevaba para Don Venancio, al verlo desmayado. El hombre vuelve en sí, lamentando lo que ha sucedido, con su trabajo desperdiciado tras el despiadado saqueo. Revisa los desperfectos, enfocándose en las latas vacías de las que comieron los gatos, advirtiendo que no pudieron abrirlas por si mismos. Denota que las demás cosas tampoco pudieron haberlas tomado así nada más y encuentra el cartel de Memín, delatándolo como el culpable. Al referirse a él como el demonio, hace suponer a Eufrosina que lo tome literalmente y le aconseje no meterse con ese ser. Aclarando que se trata del bribonzuelo que tiene por hijo, rabiando, Don Venancio la convence de dejarle castigarlo sin mimarlo para que escarmiente.
En la escuela, Memín entera a sus amigos de lo que hizo, aunque empieza diciendo que Don Venancio murió y ellos ya están pensando lo peor de él. Cuando se enteran de que lo arruinó al regalar casi toda la mercancía de la tienda, su opinión no mejora. Le dan sus coscorrones y le echan en cara que se pasó de la raya. Memín se enfurece con ellos, pero lo disimula cuando el profesor le pregunta el porque de su disgusto. Le aconseja no andarse dejando llevar por la ira ya que luego puede arrepentirse, y Memín alega que ya lo hizo y las consecuencias lo tienen sin cuidado.
Don Venancio atiende a una clienta, dándole azúcar que ha quedado. En el hogar de ésta, su esposo la echa en el café, sabiéndole al detergente que Memín le mezcló. Indignada, la mujer vuelve, tirándosela en la cara al español, amenazando con denunciarlo a salubridad. Don Venancio está que revienta, recordándole a Eufrosina que no debe antevenir cuando él se desquiete con su hijo por sus fechorías. Memín pasa a contemplar la tienda cerrada, creyendo que eso significa que el español murió y se dirige a la casa a consolar a su má linda. Don Venancio aparece a sus espaldas, amarrándolo sorpresivamente de la oreja y llevándolo dentro, donde Eufrosina le recrimina lo que hizo. Furioso a más no poder, el español le advierte que aunque no se case con su madre, igual él trabajará hasta el cansancio para pagarle todo lo perdido. Memín no piensa hacer nada, pero ve a Eufrosina de parte de Don Venancio, confirmando que lo ha autorizado para pegarle. El español le da una última advertencia y oportunidad de que acepte su matrimonio futuro, y como sigue negándose y poniéndose respondón, se enfurece aun más. Don Venancio se quita el cinto y golpea a Memín sin piedad, pero él todavía sigue gritándole que no lo hará desistir. Eufrosina le señala que Don Venancio tiene autoridad sobre su persona y lo respetará o ella no volverá a dirigirle la palabra. Memín sigue protestando, ganándose otra serie de cintarazos, y Eufrosina se hace fuerte para fingirse indiferente, diciéndole que se lo merece. Herido más por dentro que por fuera, Memín solloza y toma la decisión de irse de la casa.
La posterior reconciliación será inminente, concluyendo otro ciclo.
Un viejo amigo compatriota de Don Venancio viene a saludarlo, aprovechando para advertirle que las autoridades se han puesto muy severas para gente como ellos que no han hecho el papelerío para nacionalizarse. El tendero español admite que no ha procurado nada, y su amigo le avisa que al ya lo pescaron, dando un tiempo limite para deportarlo, y que la única solución, es casarse con una mexicana. Le advierte que las sucias tácticas como sobornos ya no funcionan, y por eso prefiere enredarse con la primera que caiga antes de que se acabe el plazo. Deja a Venancio preocupado, decidiendo seguir su ejemplo. Sin embargo, la única mujer disponible con quien tiene cierto afecto es ni nada menos que Eufrosina.
Después de sonarse a Memín fuera de página tras su berrinche porque no pudo ser estrella, éste se reconforta en su regazo, olvidando lo desagradable.
Al día siguiente, Don Venancio empieza con su tarea de conquistar a la lavandera, hablándole bonito para engatusarla. Eufrosina no comprende sus intenciones, tardando en captar el mensaje, y Memín los cacha cuando el español la tomaba de la mano. Exige una explicación, pero Eufrosina insiste con hacer las compras, ordenándole volver a la casa en lo que ella termina, sin excusa ni pretexto. Más tarde, en la escuela, Memín comparte con sus amigos el disgusto que le causó esa escena, pero ellos le aconsejan no tomarlo en serio y que no ande de malpensado. Venancio sigue esforzándose por conquistar a Eufrosina, pero ella reacciona con indignación, insinuando que la está tomando por una cualquiera. El español le dice que su intención es sincera y está dispuesto a casarse con ella, aunque en sus pensamientos, se trasluce su desesperación, admitiendo que no es su tipo.
Al volver a casa, Memín encuentra a Eufrosina cantando de alegría, extrañándose. Ella lo manda por tortillas, y al pasar por la tienda de Don Venancio, éste lo saluda, para darle con suma delicadeza la “gran noticia”. Memín se enfurece al escuchar que quiere casarse con su má linda, a quien no está dispuesto a compartir con nadie. Regresa con Eufrosina para quejarse, y ella le dice que es verdad lo la proposición, pero no está segura de aceptar sin que él de su consentimiento. Memín le dice que se acuerde de su padre, y eso hace la lavandera. Saca una nueva versión de retrospectiva de lo que fue su encuentro, un poco distinto al que vimos antes, pero al menos ni ella ni el Sr. Pinguín se salen de sus papeles. Por primera vez se muestra a Memín como bebe recién nacido, seguido por la escena de la trágica y casi cómica muerte de su padre, aplastado por caballos (no cabe duda que era su padre, igual de propensa que su hijo a sufrir accidentes muy raros). Desde ese triste día, ella ha vivido sólo por su retoño, pero expresa su temor de que al enamorarse en el futuro, la abandone (de por si casi lo hace números atrás), y por eso seria apropiado casarse, y más con alguien que ha sido un gran apoyo desde que demolieron su antigua casa. Don Venancio interviene para hablar con Eufrosina, y Memín los deja solos. No avanza mucho el español, ya que ella admite estar cansada y se dirige con Memín, sosteniéndolo hasta que se queda dormido, para luego acostarlo en la cama.
Al día siguiente, Memín va desanimado a la escuela. Sus amigos creen que es porque no hizo la tarea, pero él replica que hay cosas más graves que lo ponen mal, procediendo a compartirles su problema. Mientras, para ganarse a Eufrosina, Don Venancio se avienta una versión trágica, probablemente falsa, de su infancia y desarrollo, logrando conmoverla para que comprenda cuanto ha sufrido y lo solo que se siente, para insistir inmediatamente con su proposición de que acepte ser su compañera. Eufrosina termina llorando, habiéndose creído sus cuentos chinos, y el español vislumbra su triunfo.
Los amigos de Memín reiteran su optimismo de que está sacando conclusiones precipitadas, aconsejándole ser paciente, a ver que pasa, y ellos los ayudarán si los necesita, limitandose por lo pronto a distraerse jugando futbol en el recreo. Otra vez encuentra a Eufrosina muy contenta al volver a casa, y le pregunta si no es por Don Venancio. No tardan en ponerse a discutir, con Memín insinuando que desde antes quería con él. Recibe un jalon de orejas y que lo pongan a poner la mesa y calentar comida. Don Venancio llega al poco rato, pidiendo a Eufrosina que deje a Memín a cargo de su tienda, mientras él se ocupa de otros asuntos. Eufrosina le ordena cumplir y el negrito se retira muy contrariado. Don Venancio confiesa que sólo quería estar a solas con ella, persistiendo en sus siniestras intenciones. Eufrosina pone excusas, como la opinión de la gente si se casa con una negra, pero el español asegura que no importa eso. Sólo queda el consentimiento de Memín, que él está seguro de poder conseguir a basa de mañas. En la tienda, Memín se equivoca en la venta de un producto, y la clienta amenaza con acusarlo con el español, logrando que se enoje y le grite de cosas. Irritado, ve entrar a Don Venancio, que hace gala de sus argucias para tratar de convencerlo. Expone como desea formar un hogar con su madre, y que sí él acepta, podrá viajar con ellos por España, y tener vida de niño acomodado (¿pero que no es dueño de una tienda abarrotes? Eso no significa que sea ni casi rico para tales promesas), sobornándolo con comprarle un coche cuando sea mayor. A Memín le agrada eso último, pero sí no lo tendrá en el futuro inmediato, Don Venancio tampoco. El español pierde la compostura, reaccionando al decir que se casará con su madre a como de lugar, y Memín se marcha, sintiendo que hay algo turbio.
Eufrosina está preparándole la comida cuando viene a preguntarle cual es la razón por la que el español está tan seguro de que se casará con ella (tsk, no captó su intención), insinuando que ella dio el “mal paso.” Molesta porque pone en duda su honra, Eufrosina le da con la tabla, para después confesar que quiere casarse por lo conmovida quedó con su historia, que a Memín ni le importa, pero trata de mostrarse conforme y atenerse a lo que ella decida. Ella se relaja y le recuerda la vida de rey que tendrá cuando se casen, advirtiéndole que no se muestre ingrato con él, teniendo en cuenta lo que ha hecho por ellos. Afligido, Memín trata de distraerse estudiando, pero no deja de pensar en lo que no quiere que pase.
Otra vez en la escuela, sus amigos ven que sigue desanimado, sugiriéndole pedir consejo al profesor Romero. Eso basta para que recupere la alegría, pero apenas llega al maestro, saluda a Memín para repasar inmediatamente la lección del día. Empieza a preguntarle sobre los derechos humanos, de los que Memín nada sabe, y al pedir ejemplos a Ernestillo y Carlangas, el último menciona la libertad de elección de la pareja. Memín pregunta “hipotéticamente” sobre que ocurre si alguien se opone a una unión de esas, y Romero aclara que es una violación a los derechos humanos, típico de alguien cruel y egoísta. El negrito alude al caso de casarse una persona negra con una blanca y Romero le exige argumentar su alegato. Memín acaba compartiendo con toda la clase su drama personal sin darse cuenta, confundiendo al maestro, pero él es paciente y replica que dice disparates y la diferencia del color de la piel no es inconveniente. Memín se emberrincha e insiste en que no aceptará esa relación, diciéndole al profesor como se sentiría sí estuviera en su lugar, pero claro que él no pierde el tiempo considerando en eso, limitándose a hablarle suave para que deje de pensar así. Terminan las clases (¡que rápido! ¿Pues que tanto tardaron sus amigos en preguntarle de su problema para que Romero les diera una lección relámpago que se volvió un foro de las tribulaciones de Memín?), y le aconseja solucionar su problema con calma. De camino a sus casas, sus amigos le sugieren que encomiende el caso a algún santo (¿por nimiedades como esa que se resuelven solas?) o al espíritu de su padre.
En sus respectivos hogares, sus amigos se solidarizan al compartir la situación del negrito con sus progenitores, concordando estar en desacuerdo con la intención de Eufrosina de casarse. Los padres dan diferentes opiniones. El señor Vargas opina que está bien, admitiendo que siendo viudo, a él tampoco le gusta estar solo y que debe conseguir una compañera, angustiando a Ernestillo, para luego decirle que no hablaba en serio (por ahora). Isabel piensa que está mal, y que ella nunca pensó en casarse cuando Carlos la abandonó, aun cuando él seguía vivo, para ella era como si hubiera muerto y vivió sólo para su hijo. Los dos le dan la razón y Carlangas siente tanto lo que pasa a Memín, como el temor de que cometerá alguna locura (y no se equivoca). Mercedes también cree que está mal que la lavandera se case a su edad, y Rogelio considera que sí el muriese, ella se volvería a casar de inmediato, al no poder hacer nada por si misma, mas ella replica que la está subestimando. Ricardo termina llorando por el pesar de su amigo (¡que delicado! no es para tanto), y sus padres lo consuelan. Que reacciones más exageradas en estas familias. Ciertamente, no hay ningún problema en que una viuda quiera casarse con quien quiera a cualquier edad. Como ninguno considere que Venancio busca el matrimonio por interés (y nadie lo hace, ni vuelven a mencionarlo), no tienen vela en el entierro y Memín debería aguantarse.
Memín llega a su casa aun desanimado, rechazando las muestras de afecto de Eufrosina, para comentar como ella quiere más al español. Indignada al ver que sigue en las mismas, ella toma la tabla, pero Don Venancio interviene y lo salva de la paliza (aunque el negrito la preferiría). Le pregunta por la causa de su enojo, y Memín le replica que es toda suya. Un intercambio de palabras entre los tres da comienza, en que Memín lleva las de perder, desde que usa mal las palabras para decir que prefiere quedar huérfano, recibiendo un coscorrón de Eufrosina. El español se ríe de él y lo invita a sentarse para que sigan debatiendo. Entre los dos, le insisten que acepte su unión, y en su necedad por usar palabras grandes en discursos de doble sentido, acaba dando su consentimiento sin darse cuenta. En los días siguientes, Memín y Eufrosina dejan de ser tan unidos. El negrito soporta a un par de chismosas que intentan hacerlo enojar con sus venenosas palabras, y él las acalla al reconocerlas como metiches. Eufrosina también es victima de ellas, soportando sus comentarios de que el español codiciado la escogiera cuando hay gente decente como ellas, a lo que la lavandera replica que el termino correcto es “solteronas”. Memín le toca enfrentar a las chismosas otra vez, tomando la determinación de tomar al toro por los cuernos. Les avisa a sus amigos que hablará seriamente con ella para que abandone esa idea absurda del matrimonio, y ellos le recomienden que cuide sus palabras y no haga o diga nada impulsivo. Cuando llega el momento de la platica, expone sus razones equivocas para no aceptar la unión, y como ella le recuerda que sí se porta mal con Don Venancio, está dispuesta a echarlo de la casa, Memín pierde el control, gritándole que se quede con el “gachupín”. Una tunda de tabla con clavo después, se reúne con sus amigos para hacerles saber como la regó al no seguir sus sugerencias. Ellos hasta proponen invitar a sus madres a que hablen con Eufrosina, pero Memín insiste que es problema suyo, y no les queda más que animarlo a que tenga fe (¿para esto? pfft).
Memín y Eufrosina vuelven a hablar, más calmados, pero aun a punto de estallar por su reciente distanciamiento. Ella le dice que será feliz si él da su consentimiento, y él dice que entonces está bien. Pero como ella replica que lo iba a hacer con o sin éste, sigue otra escena de protestas por parte del negrito, que ella acalla al echarle un balde de agua en plena cara. Lo manda a dormir solo en un catre, y mientras trata de dormir, Memín imagina como serán las cosas cuando ellos se casen. Trata de ver el lado bueno si le llega a salir un hermanito, pero al imaginar uno güero más bonito que él, se incorpora, angustiado, pidiendo un deseo a los astros, que si le sale uno, que salga pinto. Eufrosina lo mira y trata de hacer las paces, pero Memín vuelve a lanzarle sus reclamos, y le recuerda que se eche sobre su catre. Memín brinca sobre éste con ira, y lo parte en dos. A Eufrosina no le queda más que dejarlo dormir en su cama.
A la mañana siguiente, el negrito se levanta de buen humor, pero se le borra cuando Eufrosina lo manda a barrer la tienda de Don Venancio. Poniéndose altanero al espetarle que ella hace lo que él quiere, recibe otro jalon de orejas y le advierte que como siga así, se irá de la casa. En la tienda, apenas se presenta, empieza a enojar al español que no tolera que le falte el respeto, amenazando con cintarearlo. Le recuerda que pronto estará comiendo de su mano y murmura un extraño verso que Memín capta en otro sentido insultante.
Memín se retira furioso, cambiando a desanimado nuevamente al llegar a la escuela. Sus amigos le sugieren que ahora actúe como diplomático, ya pesimista al asegurarles que lo más probable es que fracase. Eufrosina y Don Venancio deliberan en la casa. Ella no soporta la situación con su hijo, sugiriendo que se olviden de casarse, pero el interesado español le insiste, asegurando que se le pasará y acabará aceptándolo como padre. Para picarla, le menciona que es mejor que se casen, ya que Memín no tardará en abandonarla cuando se enamore y forme su propio hogar, pura “lógica” que la pone enojada anticipadamente ante ese improbable abandono futuro. Memín los sorprende juntos, protestando enérgicamente, y le echa sus claras al español. Advirtiéndole que deje se pretender a su madre de una vez. Eufrosina interviene, ordenándole que le pida perdón a Don Venancio, de rodillas. Memín está por obedecer, pero prefiere darle un fuerte pisotón en el pie. Recibe otra dosis de tablazos bien dados, y mira como ella atiende al español, quien sufre por su pie, dejándolo dormir en su cama. Muriéndose de envidia, Memín observa como Eufrosina le da tantas atenciones, mientras éste le agradece y sigue hablando de su próxima unión. Mimándolo y dejándolo en la cama, reciba las llaves para pasar a la suya en lo que él se recupera. Eufrosina indica a Memín que la ayude a limpiar el cuarto del español para que puedan acostarse. Éste se encuentra muy desordenado, con ropa sucia regada por todos lados, y un balde que contiene lo que Memín toma por “sopa” echada a perder, oculta debajo de la cama. Eufrosina no le explica que es exactamente y la tira, después de sufrir un rato con la peste. Se acuestan y el negrito trata de hacerla desistir, al señalar la falta de higiene del hombre, pero ella no hace caso y amenaza con pegarle si no se calla. Memín entra en un estado de divagación en que se ve el clásico enfrentamiento de su “yo diablo” y “yo ángel”, que se disputan dándole consejos y sugerencias. Como el “diablo” es más fuerte, Memín decide seguir sus indicaciones para desquitarse de una vez con Don Venancio, quemándole la tienda. Memín se levanta, dispuesto a cometer tal fechoría, pero a la mera hora, el angelito vuelve para hacerlo desistir. Memín opta por hacer otra diablura, revolviendo la azúcar con el detergente. Reparando en unos gatos hambrientos que merodean, les abre todas las latas de pescado que puede. Luego invita a los perros, dejando a su disposición toda la carne que quieran, repitiendo lo mismo con un par de borrachos a los que les “fía” todo el licor sin limites. Un par de vecinas curiosas entran a la tienda, y Memín les ofrece gratis toda la mercancía que deseen. Pronto, llega mucha más gente, dando cuenta de todo, aprovechando que les dan la mejor oferta posible. El diablillo aparece para felicitarlo por sus crímenes, mientras el angelito expresa su pena, sugiriéndole resarcirse pronto. Memín no tiene tiempo de arrepentirse, ya que viene la clientela se impacienta cuando se acaba la mercancía, exigiendo que los deje pasar adentro para saquear las bodegas. Trata de explicar que regaló todo para vengarse del español, pero no le hacen caso, y decide hacer otra cosa.
Don Venancio se levanta, ignorando lo que sucede, y avisa a Eufrosina que luego le mande a Memín a cuidar la tienda. En cuanto entra, los animales salen en estampida, y descubre su establecimiento casi vacío. La emoción es demasiada y se desmaya, asustando a los clientes aprovechados, que emprenden la retirada. Memín hace un cartel de protesta, y se pone a dar vueltas por la tienda con éste, hasta que ve al español desmayado. No se preocupa para nada y se dispone a ir a la escuela, después de pasar con Eufrosina. Ella lo manda a barrer tienda, pero como él dice que no quiere llegar tarde, se lo deja pasar y le sirve de desayunar. Más tarde, cuando su retoño ya se ha ido, Eufrosina deja caer el desayuno que llevaba para Don Venancio, al verlo desmayado. El hombre vuelve en sí, lamentando lo que ha sucedido, con su trabajo desperdiciado tras el despiadado saqueo. Revisa los desperfectos, enfocándose en las latas vacías de las que comieron los gatos, advirtiendo que no pudieron abrirlas por si mismos. Denota que las demás cosas tampoco pudieron haberlas tomado así nada más y encuentra el cartel de Memín, delatándolo como el culpable. Al referirse a él como el demonio, hace suponer a Eufrosina que lo tome literalmente y le aconseje no meterse con ese ser. Aclarando que se trata del bribonzuelo que tiene por hijo, rabiando, Don Venancio la convence de dejarle castigarlo sin mimarlo para que escarmiente.
En la escuela, Memín entera a sus amigos de lo que hizo, aunque empieza diciendo que Don Venancio murió y ellos ya están pensando lo peor de él. Cuando se enteran de que lo arruinó al regalar casi toda la mercancía de la tienda, su opinión no mejora. Le dan sus coscorrones y le echan en cara que se pasó de la raya. Memín se enfurece con ellos, pero lo disimula cuando el profesor le pregunta el porque de su disgusto. Le aconseja no andarse dejando llevar por la ira ya que luego puede arrepentirse, y Memín alega que ya lo hizo y las consecuencias lo tienen sin cuidado.
Don Venancio atiende a una clienta, dándole azúcar que ha quedado. En el hogar de ésta, su esposo la echa en el café, sabiéndole al detergente que Memín le mezcló. Indignada, la mujer vuelve, tirándosela en la cara al español, amenazando con denunciarlo a salubridad. Don Venancio está que revienta, recordándole a Eufrosina que no debe antevenir cuando él se desquiete con su hijo por sus fechorías. Memín pasa a contemplar la tienda cerrada, creyendo que eso significa que el español murió y se dirige a la casa a consolar a su má linda. Don Venancio aparece a sus espaldas, amarrándolo sorpresivamente de la oreja y llevándolo dentro, donde Eufrosina le recrimina lo que hizo. Furioso a más no poder, el español le advierte que aunque no se case con su madre, igual él trabajará hasta el cansancio para pagarle todo lo perdido. Memín no piensa hacer nada, pero ve a Eufrosina de parte de Don Venancio, confirmando que lo ha autorizado para pegarle. El español le da una última advertencia y oportunidad de que acepte su matrimonio futuro, y como sigue negándose y poniéndose respondón, se enfurece aun más. Don Venancio se quita el cinto y golpea a Memín sin piedad, pero él todavía sigue gritándole que no lo hará desistir. Eufrosina le señala que Don Venancio tiene autoridad sobre su persona y lo respetará o ella no volverá a dirigirle la palabra. Memín sigue protestando, ganándose otra serie de cintarazos, y Eufrosina se hace fuerte para fingirse indiferente, diciéndole que se lo merece. Herido más por dentro que por fuera, Memín solloza y toma la decisión de irse de la casa.
La posterior reconciliación será inminente, concluyendo otro ciclo.
Amo las historietas de mi negrito memin!!! Gracias por este excelente blog!!!
ResponderEliminarDe nada ^^
EliminarLa revista se sigue editando actualmente en mexico?
ResponderEliminarSi, por partida doble aunque la Ediciòn Homenaje està por llegar a su fin.
EliminarSiempre he odiado esta faceta de Memín, la egoista, que no le importa hacer el mal a alguien para poder conseguir lo que quiere.
ResponderEliminarFíjate que a pesar de ser de mis episodios favoritos (sobretodo porque disfruto de los tipos de dibujo que se usaron ahí), en los últimos números muestran a un Memín más impulsivo, idiota y enojón jajaja, creo que era para favorecer a la historia, pero sin duda si te molesta un poco cuando ya conocíamos a un Memín más noble y atento en los primeros y tantos números.
EliminarSaludos.