sábado, 12 de septiembre de 2009

Memín Pinguín #350-???

Todo indica que la tercera versión de Memín Pinguín, la cual fuera lanzada a fines de los ochenta por primera vez, concluyó en el pasado después de la salida de su dibujante particular, Sixto Valencia. Con su relanzamiento a principios del nuevo siglo, se esperaba que acabara en el mismo ultimo numero dibujado (327), pero Editorial Vid tomó la decesión de continuarlo nuevamente.
Ya he referido las posibles razones que han llevado a esto. Lo único que queda es proseguir las reseñas, sin embargo, de momento no podré llevar a cabo la tarea. Hay posibilidades de que no lo haga en mucho tiempo o no lo haga más, dependiendo del caso. En parte, como gesto de buena fe, suspenderé el proyecto, ya que la revista sigue publicándose, más actualizada que nunca, y ya ha pasado de cincuenta números con tramas totalmente nuevas, y debido a eso, no es conveniente pisarle los talones. Las aventuras del negrito y sus amigos continúan contra viento y marea, mas eso no significa una buena noticia, al menos no para quienes en verdad disfrutaran y reconocieran los valores del Memín clásico.

¿Cuál es el problema de la nueva época a partir del numero 350? Desde que Sixto Valencia se fue, el problema ha estado presente. El tipo de dibujo actual que resta tanto la expresión de los personajes, tanto entre las paginas como en las portadas, que serán más coloridas, pero demasiado simples y faltas de creatividad. Hay algunas ventajas, como la variación del vestuario (los personajes casi siempre parecía que vestían lo mismo en la época clásica, y pues, ni que fueran caricaturas), pero eso no es suficiente. El verdadero problema viene a partir de cuando agotan lo escrito por Yolanda Vargas Dulché, que como se dijo en la entrada anterior, concluye con la excusa del adivino que repite la historia desde el inicio una y otra vez. No se le podía conferir esa “longevidad” a la continuación después de tantos años del Memín a colores, pero tampoco podían resignarse a darle un final. No, en vez de eso, ponen a una persona anónima que siga adelante la historia, con nuevos incidentes. Lo malo de esto, es que, no podemos decir cual es el error, el pensar que alguien pueda igualar el estilo narrativo de Doña Yolanda (hay que aceptarlo, por momentos decaía un poco en los números más avanzados, pero ya quedó claro que la inspiración que le diera el negrito tenia un limite y prefirió repetir todo que dejar insatisfechos a los lectores con más tramas deficientes y giros extraños; la parte en que estaban en el mundo subterráneo sin duda fue el colmo), o el haber puesto a cargo a alguien que ni siquiera parece haber conocido a fondo la publicación en su totalidad.
Hay que ser honestos, el nuevo Memín es pésimo, casi diría que hasta es basura. No pretendo criticarlo tan severamente, pero es que en verdad ha caído muy bajo, casi a un nivel infantil, ya que va perdiendo aquello que antes lo distinguía. No parece ya una revista de humor blanco, ahora es como una serie de incidentes que pasan de lo absurdo a lo cursi, con malos manejos, e incluso el reconocimiento que tanto se atribuye a la relación madre e hijo, deja de ser algo relevante (admito que eso ya se había vuelto tedioso, por lo que en lo que respecta, fue un acierto). Lo peor es el desconocimiento de la “cronología” de la revista, ya que se dan varias muestras en el argumento que indican que quien escribe lo nuevo, ni se molestó en conocerla a fondo (es eso o cree que los lectores son unos desmemoriados).

No podré hacer reseñas hasta que llegue a su final (tarde o temprano acabará, no hay modo de sostener el titulo así por un tiempo considerable, no pueden ser tan optimistas), pero aprovecharé esta oportunidad para señalar algunos aspectos que hacen ver tan sombrío el futuro para Memín Pinguín, y como han enlodado el nombre de su creadora (aun aparece mencionada en los créditos del argumento, y aunque es cierto que los personajes y todo el concepto le pertenecen, la verdad es que este no es el Memín en el que ella tanto trabajó).

*Errores de continuidad:
Ha habido varios que demuestran que apenas se revisaron los números pasados. Por ejemplo, en dos ocasiones se ha dicho que Memín no sabe nadar, lo cual no es verdad. Cierto que siempre le pasan accidentes en que casi se ahoga pero de que sabe nadar, sabe. También hay una ocasión en que Carlangas se ilusiona con ganar dinero para quitar a su madre de trabajar, y desde cuando que Isabel dejó de trabajar después de casarse oficialmente con Carlos. El más notorio sin duda ha sido cuando realizan un improvisadísimo episodio en que viajan a África, el cual dura tan solo un número. Memín y sus amigos se emocionan, como si nunca hubieran ido antes, lo que es difícil de creer cuando pasaron como veinte números atrás hace un buen de tiempo. Otra metida de pata, es que en ocasiones, aun se ve a los cuatro jugando en el callejón, considerando que éste habia sido clausurado por las obras de construcción (y no es otro parecido al que se hayan cambiado, ahi mismo ponen que es ese lugar donde han compartido tantos recuerdos).

*Personajes mal caracterizados:
Las familias de Memín y sus amigos siguen siendo interviniendo en cada situación (incluso los perros de los Arcaraz que ya parecían olvidados), además de la esposa e hijo del profesor Romero, que salen con más regularidad. Trifón también regresa, sin explicación alguna, y todavía como el incondicional amigo a explotar del negrito. Se introducen diversos personajes nuevos, pero todos incidentales, no se ha hecho un intento autentico por traer uno nuevo que salga regularmente. Sin embargo, sus caracterizaciones son muy malas, por no decir que les dan pésimos diálogos. En el caso de Memín, que como bien sabemos, por su ingenuidad y modo de ser, es un poquito sangrón, ahora parece serlo mucho más, pero en un modo más chocante que divertido. La adaptación de los personajes en algunos casos se mantiene fiel, como pasa con sus tres amigos de siempre (diría que con Trifón también, pero por alguna razón ahora lo ponen tartamudeando mientras habla pausadamente como suele hacer, y la verdad, no se pueden hacer ambas cosas a la vez, creo que aquí quien escribe se ha confundido sobre cual su impedimento de habla exacto). Los adultos apenas se mantienen reconocibles, como Mercedes, que sigue siendo la madre sobreprotectora (pero la hacen exagerar, como cuando objetaba que Ricardo fuera al circo), y Eufrosina, que ya no se suena tanto a Memín, pero es igual de brusca y amorosa. Pero con otros les falla mucho, como es el profesor Romero, ya que este personaje, por ser educador, era quien daba los mejores sermones y consejos cuando había problemas, y ahora, ya ni podemos reconocerlo como tal. Ya no le dan tanta oportunidad de lucirse como maestro, por ejemplo, puede mencionarse un incidente en que Memín y Ernestillo reprobaron, y todo lo que les dice es que lo siente y traten de hacerlo mejor el próximo año. ¿Qué es eso? El Romero hecho por Doña Yolanda les habría soltado un sermón largo y tendido sobre la responsabilidad y el aprender de las experiencias, en una mezcla de severidad y confianza. Lo que pasa es que aquí, restan mucho los diálogos, pasan a las acciones directas y la mayoría de las veces, los personajes mascullan cosas que no vienen al caso (lo que mas dicen es “Si” después de cada dialogo cuando hablan solos, algo que solo hacen los babosos).

*Tramas que dejan mucho que desear:
Las nuevas tramas presentadas, duran de a uno a tres números, resultando demasiado cortas y sacadas de la manga. Si antes la autora se molestaba en presentarlas en mayoría con suficiente tiempo, aun cuando a veces concluyeran en forma desconcertante, pero en estas, así son de principio a fin. Lo más raro es que normalmente, terminan una trama zafada, y de inmediato pasan a otra en la ultima pagina (antes, empezaban una a mediados de un numero o en cuanto acabara la anterior en las primeras paginas), como si creyeran que mantener en suspenso perpetuo a los lectores ayudará las ventas (yo les diré lo que ayudará, cancelar esta revista y conformarse con la Edición Homenaje). Un acierto es que por lo menos ya están actualizando, al grado de que ya ponen algunos avances como el uso de tarjetas de crédito, que de vez en cuando, aportan algunos conocimientos técnicos y culturales (un sueño en que Memín se saca la lotería lo hace presentar una pirámide egipcia). Eso está muy bien, pero también sirve para hacer ver a la revista más infantil, por el empeño de enseñarle algo en forme simple a los niños (es que Memín debe ser para toda la familia, no sólo para los mocosos, que seguro tienen mejores cosas en que entretenerse). Memín tiene nuevas ensoñaciones, que ahora son breves, pero muy chafas (lo ponen como pirata, de viajero espacial, protagonista de un cuento de hadas, magnate petrolero, etc., y a ninguna le ponen suficiente creatividad para justificar el tiempo que pierde de la trama central, ya que en la mayoría, estas aparecen interrumpiéndola). Ha habido incidentes muy disparatados como cuando los cuatro viajaron al pasado con ayuda de un fantasma, y otros demasiado tontos como cuando se amistaron con un chango más inteligente de lo que le está permitido a los animales en historias medianamente realistas, y así. Todo puede suceder, la verdad, ya es inesperado lo que harán en la revista, pero lo manejan tan mal al restar diálogos y hacer que las cosas pasen tan rápido y lento a la vez, llegando a soluciones inverosímiles. Los recuadros salen muy grandes para acentuar la falta de técnica grafica del dibujante, consumiendo mucho espacio de trama.

*Curiosidades:
Hay ciertas cosas fuera de lugar que de pronto salen en la revista. En una ocasión, Memín cita la frase de Linterna Verde cuando se equivocaba con el lema de los mosqueteros que usa con sus amigos. No es que yo crea que este superhéroe no sea lo bastante popular para hacerle una referencia, pero jamás esperaría que ésta proviniera de alguien como Memín, cuya ignorancia no me parece que lo ponga a este nivel “cultural”. También hay una ocasión en que estaba a punto de hacerle publicidad al Canal de las Estrellas (¿les pagaron para eso o era para hacerlo quedar mal?).

Bueno, hay muchas cosas más que podría señalar, pero por ahora creo que es suficiente para justificar mi punto. Así es la continuidad actual de Memín, y seguirá hasta que el cuerpo aguante, tristemente. Para estas fechas, han rebasado el 400, y quien sabe cuanto más durará a este paso. Si alguien día puedo continuar con este blog, podré ahondar y señalar estas nuevas tramas que más que perpetuar la revista, la han echado a perder.
De momento, esta es mi despedida. Ha sido un placer, y como Memín suele decir: “¡Arrriveverchi!”

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Memín Pinguín Clásico #366-370

El final de las aventuras de Memín, tal y como se vio en su segunda versión. A través de un misterioso personaje, los cuatro amigos contemplarán su pasado común, así como los lectores, en un ciclo interminable.

Después de un día normal de clases tras la lucha desesperada por recuperar al hijo del profesor Romero, los cuatro amigos observan en la calle a un extraño individuo de alta estatura y estrafalaria indumentaria. Impulsado por la curiosidad, Memín se le acerca para preguntarle quien es, y el hombre responde que es un “hombre de ciencia”, que utiliza su esfera de cristal para revelar el pasado, presente y futuro (pero eso no es ciencia, es más bien un “arte”). Los demás se acercan, igual de curiosos que él, y Memín espeta que el presente cualquiera lo sabe y el futuro se inventa. El hombre les ofrece una demostración para que comprueben que es legítimo, y le piden que les muestre el pasado, desde el día en que se conocieron los cuatro. Éste acepta y les piden que lo acompañen detrás de una barda para mostrarles el pasado. Olvidándose de que no deben andarse yendo con extraños (y menos cuando les ofrecen esta clase de exhibiciones tan sospechosas), los cuatro lo siguen sin dudar ni un momento. El hombre saca su esfera, y les indica que lo rodeen para que vean a través de ella, una vez que pasa el tradicional efecto de la niebla en su interior. Como una película, empiezan a pasar Memín Pinguín #1, con todo y los diálogos iniciales del narrador que va presentando la escuela primaria Benito Juárez. Así es, los mismos eventos del principio, exactamente iguales, sólo que con la variación de que pueden verse a Memín y sus amigos, mirándose a si mismos a como eran en aquel entonces. Con comentarios e impresiones alrededor de incidentes como las presentaciones individuales, el despotismo inicial de Ricardo que lo hacía despreciar a los demás, todos los mismos rollos, se repite la misma historia. El numero 366 termina con la aparición del adivino, y en el siguiente numero, se da la repetición del principio. Para el 368, en las paginas del resumen, Memín ya sale diciendo a sus lectores que hagan de cuenta que no se habían conocido antes y así seguir, repitiendo todos los incidentes, hasta dar una vuelta completa, la cual continuaría y continuaría indefinidamente. Considerando que la segunda versión duró más de mil ediciones, puede suponerse que por lo menos le dieron tres vueltas antes de su cancelación. Tristemente, la repetición interminable significa un pésimo recurso argumental en que la autora, simplemente, quiso decir que se le acabaron las idas. Pero no se le puede culpar, después de los pobres manejos que empezó a darle a partir del numero 300. Sólo que para lectores de antaño es como darles un bofetada por hacerles pasar por lo mismo una y otra vez sin novedades (salvo por las portadas, que a partir del 367 fueron espectaculares, con un entintado más elegante y detallado), así que ese recurso cuenta más para coleccionistas empedernidos y lectores de nuevo ingreso. *Nota: La numeración entre la revista clásica y la moderna no coinciden por razones extrañas. Existe la teoría de que en sus inicios, los primeros números se repitieron, y por eso la tercera versión tiene esa diferencia de números. Sin embargo, siempre se dice que en sus origines, la historia tuvo 372 capítulos, que serian adaptados en las siguientes versiones. Si esa cantidad implica que la historia se extendió más o los ejemplares tenían menos páginas (y por lo tanto, menos contenido, indicando que la segunda versión podría haber acarreado buena tanda de tramas nuevas antes de recurrir a repeticiones), es algo difícil de saber para quienes no vivieran en aquellos tiempos o que pudieran recordarlo con exactitud. Sin embargo, la cosa aquí, es que cuando se llegó al 350, se decidió no irse por las repeticiones. ¿Por qué? Posiblemente porque ya tiene tiempo publicándose la “Edición Homenaje” (que salió coincidentemente cuando Memín se hizo más popular gracias a la liberación de unos timbres postales, y que actualmente sigue publicándose con más o menos doscientos números de diferencia, a la par con una edición que compila los ejemplares de la misma en capitulos de diez en diez), o porque no tiene caso repetir sin el arte grafico de Sixto Valencia (ni usando sus dibujos del pasado podrán disimular el principio considerando los primeros dos números en que salen Memín y sus amigos al lado del adivino, y ni locos podrían hacerlo con el dibujante nuevo, ya que sin duda seria el final). Así que en vez de eso, se decidió continuar con la revista utilizando tramas completamente nuevas. ¿Una buena idea? No tanto, la verdad. Por deficiente que pareciera por momentos, hay que aceptar que Memín no es nada sin la dirección de Yolanda Vargas Dulché. La continuidad a través de una persona anónima, está comprometida por el uso de malísimas y ocurrentes tramas sacadas de la manga, situaciones absurdas que se resuelven de un numero al otro, y caracterizaciones demasiado acartonadas.
La próxima entrada se referirá a la continuidad actual de Memín Pinguín. De momento, este es el final que tuvo su versión clásica. Desconcertante, pero inolvidable. Así es este personaje y sus entretenidas anécdotas.

Memín Pinguín #346-350

Memín y sus amigos unen fuerzas para dar con los secuestradores del hijo del profesor Romero a través de su perro. Una cacería canina seguida con un conflicto que termina en un incendio fatal pondrá fin a esta crisis.

Por una vez, Memín no tiene hambre a la hora de comer, todavía angustiado por el robo del hijo del maestro. A Eufrosina se le prende el foco, atinando al señalar la posibilidad de que el perro que lo distrajo bien pudo ser cómplice de los que robaron al niño. Memín se reanima ante la idea, ya que eso facilitaría las cosas y va con sus amigos para que ellos le echen una mano para dar con el animal. El Moro y Macaria se dan un banquete, celebrando su primera ganancia a expensas del sufrido Romero. Le convidan de su comida al perro, Diablo, ya que gracias a él efectuaron tan exitosamente el secuestro.
Romero se lamenta ante Doña Carmelita que los secuestradores no devolvieron a Bubis, pese a que él hizo todo lo que le indicaron. Ella sugiere llamar a la policía, pero Romero no quiere arriesgar la vida del niño bajo ninguna circunstancia. Romero sollaza en frustración, preguntándose porque están pasando por esta pesadilla. En eso, recibe el telefonazo del desgraciado secuestrador, quien lo felicita por haber cumplido, pero que ahora requiere una cantidad adicional, que es el doble de lo que ya le dio. Romero no cree que pueda reunir dos mil pesos, pero El Moro le advierte que si para mañana en la noche no los tiene, puede considerar muerto al pequeño. Riendo sádicamente, le cuelga y Romero se deja caer en el sillón, vencido. Memín llega a la carpintería de Ernestillo para decirle que ya agarró a los secuestradores. Pero solo es una expresión para decir que sabe como pescarlos, confundiendo a Ernestillo quien creyó que ya había recuperado a Bubis. Más tarde, los cuatro están reunidos y Memín les cuenta de su idea de cazar al perro. Para entonces ya se encuentra lo suficiente recuperado como para decir una sangronada que le amerita coscorrones, pero los esquiva. Carlangas le dice que tome en serio el asunto ya que todo es culpa suya y que cooperará con ellos en vez de sólo darles las pistas.
El Moro y Macaria andan haciendo planes para invertir el dinero que ganarán con su infame “trabajo”, el cual luego practicarán ya con gente rica. Como un par de villanos de película, se carcajean mientras tiran al suelo las copas con que brindaban (en la versión dibujada por Sixto Valencia, está escena era más expresiva, aquí parece que nomás se les cayeron los vasos por torpes). El niño rompe a llorar ante el ruido y El Moro le exige a Macaria que le de de comer. Ella obedece, aunque en realidad la mala alimentación ya está haciendo sus efectos en él. Memín les da a sus amigos una no muy acertada descripción del perro, en que lo pinta más amenazador de lo que era. Con todo, a ellos no les queda más que guiarse por eso y se separan en diferentes direcciones para encontrar y traer a cualquiera que se le parezca. Patricia despierta por unos momentos sólo para volver a preguntar por Bubis. Su madre le aconseja a Romero que él también debe cuidarse o enfermará, y se lo lleva para animarlo a comer.
Los cuatro amigos vuelven a reunirse, lamentando que ninguno logró dar con el perro. Vuelven a preguntar a Memín por su descripción, y él está seguro de que así era. Acuerdan verse a la mañana siguiente para volver a intentarlo. Memín protesta porque es muy temprano y Carlangas le dice que se atenga o será antes de que salga el sol.
Romero acude a solicitar un préstamo ante el director de la dependencia. Le informa del caso, pero éste se muestra reacio a acceder a su petición, señalando que al cumplir lo que piden los secuestradores, está obstruyendo la ley. El director le echa un discurso sobre que antes de pensar en su hijo, debe actuar por el bien de la sociedad, y cuando él replica que dio su palabra, éste le recuerda que ellos no cumplieron la suya. Romero le insiste, rogándole, pero el director es inflexible. Cambia de dirección al señalar que hay otros que piden préstamos y se quedarán sin el dinero si se lo dieran a él. Como el director no tiene hijos, no puede comprender el pesar de Romero, pero éste sigue suplicando por ayuda, poniéndose de rodillas. El director pasa a explicar asuntos legales para darle el dinero, pero la desesperación de Romero acaba por hacerlo aceptar a darle el préstamo.
En su casa, le informa a Doña Carmelita que consiguió el dinero. Patricia despierta y al fin la enteren de que secuestraron a su hijo, pero pronto lo recuperarán. En eso, vienen los padres de Ricardo, Carlangas y Ernestillo, que quieren dar su apoyo en la difícil situación, así como respectivas sugerencias de que hacer para identificar a los secuestradores. Romero las rechaza todas, reacio a poner en riesgo la seguridad de Rubencito, dispuesto a dar todo el dinero con tal de tenerlo de vuelta. Ellos le dan sus mejores deseos y se retiran.
Los cuatro amigos se reúnen como quedaron, volviendo a la tarea de encontrar al perro de los secuestradores. Al acordar que direcciones abarcarán, Memín se hace bolas sin poder entender, y le exigen que cierre el pico, acordándole de nuevo que es el culpable de tanta desgracia. Memín distingue a un perro cercas, pero es muy pequeño como para ser el que buscan. Ven a otro que es muy peludo, y uno más cuyo pelo le tapa los ojos. Trata de levantárselo para ver si tiene los mismos ojos, pero el animal gruñe y muerde al negrito en la nariz. Carlangas propone que se separen de una vez.
En la asquerosa residencia de los secuestradores, Diablo rasca la puerta para que lo dejen salir, que es su costumbre después de comer. Macaria le abre y el perro sale corriendo por las calles, dejándolos a ellos teniendo una escena romántica de los que no tienen conciencia, que es interrumpida por el llanto del pequeño. Creyendo que tiene hambre, Macaria le da el biberón, pero él escupe la leche, ensuciándole el vestido. El Moro le da dinero para que vaya a comprarse la ropa que quiera, quedándose él hasta que llegue la hora de llamar a su “benefactor.”
Eufrosina decide ir a visitar al profesor Romero, expresándole la pena que siente porque su hijo sea el culpable de lo que les pasa. Romero ha olvidado su rencor contra Memín, considerándolo victima de las circunstancias, así como ellos. Ya más tranquila, se retira para atenderlo cuando vuelva a casa. Memín cree haber encontrado al perro en uno que hurgaba entre la basura, pero al acercarse nota que es otro. Decepcionado, se deja caer para tomar una siesta. Diablo pasa corriendo, derribándolo y lo reconoce de inmediato. Lo persigue desesperadamente, tropezando con un panadero en bicicleta. El hombre exige que le pague, pero Memín se escapa, para luego tropezar ahora con una señora, que responde furiosa, golpeándolo con su paraguas. Logra escapar de ella también, pero se da cuenta que ha perdido el rastro del perro.
A sus amigos tampoco les va muy bien. Ernestillo trata de enlazar a un perro, pero éste se lo lleva arrastrando. Amarra el otro extremo a un poste, pero el lazo se rompe y el perro huye.
Carlangas divisa a otro perro, y hábilmente lo amarra de las patas para llevárselo. No cuenta con que el animal tenga dueña, quien cree que trata de robarlo para hacerlo barbacoa (¿?) y lo golpea con su bolso hasta que él consigue darse a la fuga.
A Ricardo le toca un perro bravo que lo muerde por detrás y se lleva un pedazo de su pantalón, obligándolo a treparse en una estatua. Cuando el animal se aleja, se le ocurre una manera. Llama a chofer, encargándole un paquete de carne con la que confíaba en atraer a los perros sin problemas.
Ernestillo consigue un perro manso que lo sigue, y se reúne con Carlangas, que atrae otro al que trae arrastrando con el lazo. Llega Memín y les dice que ninguno de esos es el perro que buscan. Los dejan ir, y luego ven a Ricardo, seguido por una jauría de perros, indicando que su estrategia no le sirvió de mucho. Se trepa en un árbol y sus amigos se encargan de espantar a los canes. Memín les dice que vio al perro indicado, y que ahora si pudo verlo bien para reconocer sus rasgos principales, que son una oreja mocha y un collar de picos.
El pequeño sigue sufriendo en la pocilga de sus captores. A Macaria ya le vale su salud, dispuesta a enterrarlo si muere, pero El Moro quiere mantenerlo vivo, porque tienes planes para él (pero no alcanza a decir cuales exactamente, parece que hablaba por hablar). Sale para comprarse un coche, dejando a Macaria encargada de vigilar, temiendo que algún curioso se acerque y escuche el llanto del niño.
Romero espera impaciente a que llame el secuestrador, sintiendo a punto de enloquecer. Doña Carmelita procura calmarlo y recordarle que debe comer.
Ricardo les da dinero a sus amigos para cada uno compre bozales para el perro en caso de que se lo encuentren. Se separan y se dan suerte mutuamente para dar con el animal.
El Moro realiza la compra de una singular carcacha, que necesitará para facilitar el momento en que se vayan de la pocilga, con el dinero que recibirán y que servirá para comprar un mejor auto.
Carlangas es el afortunado en encontrarse con Diablo, que anda por allí royendo un hueso en la basura. Aprovechando su distracción, lo enlaza y aunque el perro responde tratando de morderlo, lo domina y le amarra las patas y el hocico. El Moro anda en su nuevo coche y alcanza a escuchar los ladridos de su mascota. Descubre a Carlangas capturándolo y se acerca para indicarle que el perro es suyo y lo deje en paz. Un mendigo es testigo de la escena, pero no interviene para nada. Carlangas comprende que ese hombre es el secuestrador y se niega a entregar al animal. El Moro lo descuenta con un tremendo golpe, y libera al perro, advirtiéndole al chico que no vuelva a meterse con él. Cuando el coche se pone en marcha, Carlangas se levanta y lo sigue. El Moro se da cuenta desde el espejo retrovisor, preguntándose el porque de su necedad, y se acuerda que es uno de los consentidos de Romero (¿en que momento se enteró de eso? si robaron al niño por casualidad, no se supone que conociera al maestro ni a sus alumnos, con la excepción del irresponsable Memín).
Los demás se reúnen con Memín, quien llora al acordarse del pequeño Bubis. Ninguno encontró el perro, y como el negrito sigue lloriqueando, acaban encontrándole gracia a sus exagerados sollozos cuando saca un pañuelo para sonarse. Notan que Carlangas se ha tardado y van a buscarlo. El Moro llega a su derruido hogar, actuando con naturalidad para que el chico no se de cuenta que ya descubrió su presencia. Entra y le avisa a Macaria que lo han seguido. Decide que tendrá que deshacerse del muchacho entrometido, eliminándolo. Macaria protesta, no queriendo ser cómplice de un asesinato, pero El Moro le recuerda que el es quien manda. Sale por la puerta de atrás para sorprender a Carlangas, y de un golpe lo deja tendido. Lo echa en el suelo de la pocilga, y Diablo se emociona, ladrando. El Moro amenaza al perro para que guarde silencio y le recuerda a Macaria que matarán al chico.
Sus amigos suponen que está en problemas y conforme siguen su rastro, encuentran a un perro parecido a Diablo concentrado en la basura. Entre los tres lo enlazan, pero Memín se da cuenta que no es. El vagabundo que vio lo que pasó con Carlangas, les advierte que tengan cuidado, por lo que le pasó al otro por andar molestando a un perro parecido. Ellos le piden indicaciones de a donde se fueron y les informa que se fue siguiendo el coche, señalando la calle que tomaron. Comprenden que tuvo un enfrentamiento con el secuestrador y se apuran a seguir la pista.
La tardanza de sus respectivos hijos, preocupa a los demás padres, tomando el mal presentimiento a su especial manera. Mercedes se angustia y Rogelio la calma. Lo mismo con Isabel y Carlos. Juan anda considerando ir a buscar a Ernestillo, y Eufrosina hace lo único que sabe hacer en esos momentos: rezarle a la Virgen.
Macaria le sugiere al Moro que también pidan rescate por Carlangas, pero él la hace callar y se pone a pensar que hacer con éste. Ella sale de compras, con Diablo detrás de ella. El Moro deja caer una botella vacía y el ruido al romperse despierta a Carlangas, pero permanece acostado para sorprender a su raptor, que agarra otra botella. Su plan le sale mal, porque El Moro reacciona con rapidez y con su fuerza superior, vuelve a derrotarlo, y esta vez lo deja atado y amordazado. Se bebe el licor que queda y hace añicos la botella. Cuando su enemigo se ha alejado, Carlangas se acerca a los trozos de vidrio, y los usa para cortar sus ataduras (pero eso sucede fuera de cuadro, no nos dejaron ver la efectuación de la delicada maniobra, porque es difícil usar algo afilado si se tienen las manos atadas).
Los demás consiguen que un vendedor de paletas les de más indicaciones de adonde fueron, y siguen acercándose.
Romero sigue esperando a que llamen, maldiciendo al dinero responsable de activar la maldad de las personas para cometer tal fechoría. Doña Carmelita lo consuela, y el teléfono suena, pero sólo era el señor Arcaraz, quien trataba de volver a proponerle su ayuda. Romero la rechaza de nuevo, no queriendo intentar nada que ponga en peligro a su hijo, pero admite que quizá después que lo devuelvan, considerará hacer una denuncia. Memín ya anda dando a Carlangas por perdido, y sus amigos lo regañan por ser tan pesimista. En realidad sólo estaba cansando de tanto caminar, pero las palabras de sus amigos lo reaniman…por un segundo. Mientras ellos consiguen más informas sobre la trayectoria del coche, él se queda dormitando en la banqueta. Ricardo y Ernestillo echan a correr para seguir la pista, hasta que se dan cuenta que su amigo se quedó dormido. Ricardo lo despierta, jalándolo de la oreja, y finalmente encuentran el auto. Escuchan el gruñido del perro desde el interior del coche y se acercan con precaución con el lazo preparado. Pero en realidad era un chihuahueño, y su sueño aparece, preguntando que hacen. Dándose cuenta de su error, dan explicaciones y continúan deambulando, aunque ya no tengan pistas. Carlangas encuentra al desnutrido y debilitado Bubis y pretende llevárselo, pero El Moro le cierra el paso. Deposita al pequeño en el suelo y se dispone a jugarse la vida enfrentando al villano. La pelea es tremenda y acaban derribando una estufa de petróleo, desencadenando un incendio.
Sus amigos ya andan cansados, sin saber que hacer. Memín sugiere que se regresen, suponiendo que Carlangas pudo haberse ido a su casa, pero los otros no quieren abandonarlo si está en peligro.
Carlangas le arroja una botella al Moro en la cabeza, noqueándolo. El fuego se precipita y empieza a destruir la casa. Toma al bebe y busca el modo de salir de ese infierno. A lo lejos, sus amigos divisan el incendio y corren a ver que sucede. Los vecinos observan la quemazón, señalando que al menos Macaria y El Moro están fuera (con este ultimo no se fijaron muy bien que digamos).
Carlangas logra salir, con su ropa ardiendo y el pequeño protegido en cobijas. Los vecinos ayudan a apagarlo y sus amigos corren a su encuentro, alegres de ver que Bubis está a salvo. Carlangas anuncia que un hombre sigue adentro, aunque Memín opina que es mejor dejarlo quemarse. No tardan en llegar los bomberos, apagando el incendio prontamente. Sacan al Moro, quien se pone de pie y trata de darse a la fuga. Memín lo taclea, deteniendo su camino. Los bomberos pretenden llevarse a Carlangas al hospital a que lo curen de sus quemaduras, y se acercan los policías. Les indica que tenían secuestrado al pequeño y que ahí está el hombre que lo robó. Ernestillo ayuda a Memín a detenerlo y los oficiales lo apresan finalmente. De Macaria y Diablo no se vuelven a ver ni sus luces, así que hay que suponer que huyeron o fueron capturados más tarde. Carlangas es tratado de sus quemaduras y pide retirarse para no preocupar a sus padres.
Por teléfono, enteran al señor Arcaraz que al fin tienen al hijo del profesor, y éste se apura a ir con los padres para darles la buena noticia. Los padres de Carlangas lo felicitan por su acto de valentía. Romero y su esposa estrechan a su amado hijo después de tres días de angustia, y pasan a agradecerles a los muchachos por devolvérselos. Memín se mantiene aparte, aun sintiéndose culpable, pero Romero lo llama y dice que está en deuda con todos. El negrito solicita que lo deje pasar sin exámenes y el maestro dice que lo pensará. Les recuerda que al día siguiente hay clases, y no pueden darse el lujo de perder más, para inconformidad de Memín. El señor Arcaraz deja a todos en sus casas. Memín entra solo a la suya, presintiendo la que le espera con su má linda. Ella lo recibe con alivio, y a la vez enojada, como siempre, exigiendo saber que pasó. Memín le cuenta las cosas a su manera, pero al mencionar lo del incendio, a Eufrosina le suena a que la está vacilando, y sin más, toma la tabla para surtirlo bien y bonito, recordando que se comprometió a disciplinarlo para que ya no haga burradas. Al día siguiente, lo despierta para que vaya a la escuela, ignorando sus protestas de seguir gozando de las “vacaciones” .
El profesor Romero anuncia en el salón que estudiaran más duro que nunca para reponer el tiempo perdido, y después felicita a los cuatro valientes por haber colaborado en el retorno de su hijo. Memín adopta su actitud presumida de costumbre, y la clase sigue normalmente. A la salida, Carlangas comenta que el medico le permitió asistir ya que sus quemaduras no fueron nada, con Memín insinuando que de estar en su lugar habria aprovechado para faltar. Voltean para tener un inesperado encuentro y….

Llegamos a un punto determinante establece una diferencia entre la versión clásica de la revista y la moderna. Esta es la última trama que la creadora del personaje escribió, y todo lo que había escrito, de la versión clásica a la moderna, se respetó tal por cual. Sin embargo, a partir de este numero 350 (que en el clásico por razones extraños está ubicado más o menos veinte números adelante), lo que siguió, fue lo más cercano que hay a un “final” para las aventuras del negrito y sus amigos. Para que pueda entenderse esto, la próxima entrada será dedicada la versión clásica, refiriéndose a la parte en que en la moderna ya nunca llegará (por suerte, aunque he de advertir que el remedio pudo ser peor que la enfermedad, pero es cuestión de opiniones).
*Nota: En las portadas de los numeros que abarcaron lo del secuestro del niño, en las escenas representativas, presentan a Memín en escenas en que en realidad ni se apareció (pero nunca pueden dejarlo sin salir en portada y no habia suficientes escenas en que saliera donde hiciera algo de importancia).

martes, 8 de septiembre de 2009

Memín Pinguín #342-346

Nace el hijo del profesor Romero, y sus estudiantes predilectos no pierden tiempo en asediarlo, visitando con mayor frecuencia. Memín queda a cargo de cuidar al pequeño y en un descuido, éste es secuestrado y sus captores exigen gran cantidad de dinero para devolverlo. La pesadilla se abate sobre Romero y su esposa mientras el negrito sufre por el complejo de culpa.

Los alumnos del grupo de Romero son informados de que el maestro no asistirá por ese día, para alegría del flojonazo Memín. Los dejan salir temprano, y los cuatro amigos deciden ir a casa de su querido maestro, para saber que pasó. La criada (¿Cómo se pueden costear una criada con el sueldo de un maestro de primaria?) les avisa que llevaron a su esposa al hospital, a recibir a la cigüeña. Sus amigos comprenden lo que eso significa, pero Memín no, y se niegan a darle una explicación, alegando que todo mundo debe saberlo. Llega a casa y le da la noticia a Eufrosina, quien también lo comprende a la primera (algo extraño considerando que para otras cosas ha resultado ser muy taruga). Ella le aclara como es la cosa, aunque parece que Memín acaba deduciéndolo, renegando de porque complican tanto un termino tan sencillo como tener un bebe. Se dice muy hombre por estar tan “bien enterado” y Eufrosina lo reprende por creerse lo que no es, ordenándole que le ayude con la lavada.
En la tarde, se ponen a jugar a volar un papalote que regalaron a Carlangas. Tratan de elevarlo, pero como suele suceder, Memín es arrastrado junto con éste por el aire. Ricardo se sujeta a él y es arrastrado del mismo modo (no hay modo de que un papalote puedo soportar tanto peso, esto ya es ficción pura). Solo hasta que Ernestillo se prende a los pies de Ricardo, consiguen hacerlos bajar. Le echan en cara a Memín el siempre andar metiéndola, y el negrito se enoja, cansando de que lo anden criticando. Amenaza con darles el cortón y ellos se ríen, viendo la gracia, ya que nadie más podría soportarlo como ellos (ya lo creo). Les recuerda como los salvó en su aventura imaginaria, pero ellos mejor cambian el tema para que no los envuelva en sus fantasías otra vez. Se preguntan si el hijo del profesor será niño o niña, pero que igual lo considerarán su cuate. Acuerdan que sea lo que sea, le darán un regalo cada uno.
A la mañana siguiente, traen los regalos para dárselos al maestro, puras cosas típicas para mantenimiento de bebes, pero recriminan a Memín por traerle botellas de blanqueador. A la hora de la entrega, resulta que las botellas estaban vacías, para meterle unas piedritas y colocarlas en palos, convirtiéndose en un par de maracas improvisadas. Romero agradece por sus regalos, en especial el de Memín por ser tan ingenioso. Eventualmente, Ernestillo propone que acuerden un día de cada mes en que visitarán a la criatura, procurando traerle un regalo. Memín lo ve difícil porque para esos días casi no hay dinero en su casa, pero le dicen que se acuerde de su ingenio y con eso le bastará. Hacen su tradicional pacto para comprometerse.
El hijo de Romero recibe el nombre de Rubén, y siempre lo andan llamando entre “Rubencito” y “Bubis”. Pasan los meses de un cuadro a otro (y siguen sin acabar ese eterno sexto año de primaria), y ellos mantienen su palabra. Romero y su esposa, Patricia (quien tenia buen rato sin volver a salir) agradecen la asistencia y fidelidad de los cuatro, en especial a Memín, su inolvidable cupido.
Se aproxima el día en que el niño cumplirá diez meses, ellos piensan en que le regalarán porque será una situación especial. En el recreo, un compañero malencarado empuja a Memín, sin razón, solo por ser un consentido del maestro. Carlangas se le pone al brinco, y pelean, hasta que Romero viene a separarlos. El muchacho trata de provocar al maestro, pero sólo consigue que éste lo expulse. Le advierte que llamará a su padre para que se haga cargo, y Romero le indica que sus amenazas no lo asustan, exigiéndole que se vaya. Luego, se vuelve contra Carlangas, considerando expulsarlo también, pero él reconoce su falta, y por ello se muestra más condescendiente. A la salida, el padre del bravucón encara a Romero. Ni han empezado a tratar el asunto cuando Memín, que andaba cerca con los otros, suelta un comentario ofensivo contra el hijo del señor, quien responde groseramente.
El hombre dice que según su hijo ellos lo provocaron, y cuando percibe a Carlangas como el peleonero que lo atacó, le da un trancazo. Memín salta sobre sus pies, echándose una bailada, pero en cuanto el hombre se repone, lo agarra, dispuesto a arrojarlo contra el suelo. Romero pide que deje ir a Memín y el hombre lo reta a que lo obligue. Ricardo sigue la indicaciòn del maestro de traer un policía, quien pronto acude y Romero le hace ver que amenazaban al negrito. El oficial pone a Memín a salvo y se lleva al alevoso a la delegación. Ayudan a Carlangas a reincorporarse, y le recuerdan a Romero que irán mañana por lo de los diez meses de Rubencito.
Cuando llega el día, Memín se retrasa y los demás se quejan, pero no tardan en verlo venir, muy ufano con el regalo sorpresa que tiene para el pequeño, aunque no les dice nada. Hartos de que siempre se de importancia, echan a correr para que llegue al ultimo, pero cuando están frente a la casa, lo hayan muy campante esperándolos en el pórtico. Memín dice que se subió a un camión, y luego Romero y su esposa los reciben con gusto. Ricardo y Ernestillo le dan sus regalos, y Memín se pone a hacer muecas, consiguiendo que el pequeño ria, entretenido. Lo incitan a entregar de una vez su regalo, y Memín deja que el niño abra la caja que trajo. De ésta, brota una rana, la cual empieza a hacer estropicios, y sus amigos lo regañan por su tontería. La rana se pone sobre la gorra de Memín y sus amigos se echan sobre él para atraparlo, rompiendo una lámpara en el proceso. La rana salta por la ventana, y lo culpan de todo el desastre, mas Patricia y Romero consideran que no pasa nada, apreciando su buena intención. Los invitan a desayunar, donde Memín se atasca, glotón a más no poder. Romero se retira para atender unos asuntos, y los amigos de Memín también se disponen a irse. Al despedirse de Patricia, ella comenta que preparará chiles rellenos, y al negrito insaciable ya se le antojan. Ella les pregunta porque se van tan temprano, y cada uno replica que tienen pendientes en sus casas. Los de Memín consisten en faenas domesticas que quiere evitar a como de lugar y esperarse a los chiles, así que asegura estar libre. Consigue que lo dejen quedarse hasta la tarde, pasando el rato jugando con la criatura. Patricia espera por la niñera de Rubencito para irse al mandado, y Memín se ofrece a cuidarlo mientras tanto. Aunque no confía en él, al ver como hace reír al niño, acepta dejárselo encargado. Memín le dice que se tarde todo lo que quiera, y recibe las indicaciones de no dejar entrar a extraños y no salir afuera. Apenas se ha ido ella, Memín desobedece y saca a Bubis para que disfruten del aire fresco en el jardín (consejo: nunca darle indicaciones específicas a Memín, siempre hace lo opuesto). Un hombre y una mujer los observan entre los arbustos, respondiendo a los nombres de El Moro y Macaria. El hombre ve una oportunidad de ganar dinero fácil, y manda a su perro, Diablo, a que distraiga al negrito. El perro intimida a Memín, y le arrebata su gorra con el hocico, emprendiendo la carrera en cuanto éste lo sigue, abandonando al niño. El Moro envía a Macaria para que se apodere del pequeño, y luego los dos se pierden en las calles. El perro suelta la gorra y se va. Para cuando Memín regresa con ésta, descubre que el niño ha desaparecido y lo llama desesperado, para luego comprender que lo han robado. Corre a pedir ayuda de sus amigos, quienes le reprochan su irresponsabilidad y torpeza. Pregunta si no pueden comprar otro, y sólo recibe insultos ante tan tonta sugerencia.
Patricia regresa a la casa, intrigada al no ver ni a Memín ni a Bubis. Llega Romero para tranquilizarla, suponiendo que el negrito se lo llevó a comprarle algo y que pronto volverán, pero ella presiente que algo malo ha ocurrido. Los amigos de Memín inspeccionan el lugar donde le volaron al bebe, y el negrito ya quiere irse para no enfrentar a Romero y a su esposa al enterarlos de su gran descuido. Ellos se lo impiden, haciéndole ver que debe dar la cara por su error, y que estarán a su lado. Romero salió a buscar a Memín, y así los cuatro lo encuentran para explicar lo que pasó. El maestro se pone furioso con el negrito y acuerda ir con ellos para seguirlo buscando. Le avisa a Patricia y da instrucciones a sus alumnos para que se separen y lo busquen, pero a Memín lo deja fuera, invadido por el rencor. Memín lloriquea, aceptando el desprecio y se va a su casa. Eufrosina se extraña al verlo tan triste y trata de confortarlo, pero cuando él le dice que perdió al bebe del profesor, lo deja caer al suelo, amenazándolo con la tabla para que lo busque y que no regrese hasta haberlo logrado. La búsqueda es inútil, y los muchachos se consolidan ante la tristeza de su profesor. Le da las malas noticias a Patricia para después llamar a la policía.
En la pocilga en que vive la pareja de secuestradores novatos, el niño llora de hambre. El Moro le ordena a Macaria que le de aunque sea el café negro, mientras él se pone a pensar que hacer a continuación.
Memín se agota de tanto buscar y descansa al pie de un árbol, rezando porque el niño regrese a salvo, comprometiéndose a volverse ahora si un catedrático a cambio del milagro (el milagro seria que lograra justamente eso y no encontrando al niño).
Sus amigos informan a sus padres de la tragedia del profesor. El señor Vargas se limita a hacer preguntas a Ernestillo. Carlangas se expresa mal de la torpeza de Memín, mientras Carlos e Isabel deciden ir a ver a la sufrida madre. Ricardo llega llorando con sus padres (todavía no debería ponerse tan triste). Rogelio indica que deben ser fuertes ante la adversidad y Mercedes comprende lo que debe estar pasando Patricia.
Ante la ausencia prolongada del niño, Patricia se pone completamente histérica, y Romero la calma con una bofetada que la deja inconciente (nadie se desmaya con un bofetón, no puede haber mujeres así de débiles), después de recostarla, llora amargamente. El Moro se queja de los lloriqueos del niño y Macaria advierte que no aceptó el café que le dio, ya que es pequeño y necesita biberón. No pueden pedir uno sin despertar sospechas, así que ella consigue uno del basurero.
Memín aun se encuentra al pie del árbol, todavía concentrando en orar porque todo se arregle, mientras Romero atiendo una llamada de la policía, quienes no han logrando hallar ni un rastro.
Al Moro al fin se le ocurre como dar el siguiente paso y va a una tienda a solicitar una guía telefónica. Así, consigue el número del Antonio Romero y muy pronto éste recibe la llamada, en que el malvado solicita cien mil pesos a cambio de la devolución de su hijo. Cuelga, satisfecho con que eso bastará para ponerlo nervioso hasta que llegue el momento de darle instrucciones. Romero se angustia, anhelando a su hijo y contemplando a su desmayada esposa. El teléfono vuelve a sonar más tarde, y el secuestrador pregunta si dará el dinero, recordándole que a su edad son frágiles. Le da un plazo de veinticuatro horas para reunir el dinero o matará a la criatura. Romero protesta y le cuelga. Piensa en como podrá reunir esa cantidad y llama a un amigo doctor para que atienda a Patricia.
Eufrosina despierta en la madrugada para darse cuenta de que Memín aun no llega y acordándole de la advertencia que le dio, sale a buscarlo.
El medico receta unos tranquilizantes para Patricia y cuando Romero le cuenta de la llamada de los secuestradores, le recomienda no llamar a la policía y hacer exactamente lo que le pidan, además de ofrecerlo algo de dinero guardado que le sirva. Romero le da las gracias y mas adelante avisa a su suegra para que cuide a Patricia en lo que él visita amigos que pueden facilitarle más dinero.
Eufrosina encuentra a Memín y se lo lleva en brazos para la casa, después de consolarlo cuando rompe a llorar al no haber logrado dar con el niño.
Romero reúne el dinero necesario y después de hablar con Doña Carmelita, la suegra, atiende su consejo de descansar en lo que espera la llamada. Trata de dormir en el sofá y despierta sobresaltado después de tener una pesadilla con su hijo en manos de monstruos que se negaban a liberarlo. Recibe la esperada llamada del malviviente, que lo instruye a dejar el dinero en un lugar especifico, indicando que una hora después podrá recuperar a su hijo ahí mismo. Romero obedece y se dirige para allá.
Eufrosina le hace de comer a Memín, preguntándole que ha logrado hasta ahora, y él admite que nada, pero al día siguiente continuará buscando, así sea que envejezca y le salgan canas. Eufrosina le recuerda que es calvo de nacimiento y acuerda acompañarlo para que juntos encuentren al niño. Romero deja el paquete, y El Moro pronto se lo embolsa. Regresa a la pocilga donde el niño sigue malalimentándose de café en un biberón antihigiénico. Le muestra el dinero a Macaria y los dos codiciosos celebran, desparramándolo y haciendo llover los billetes. El Moro dice que conseguirán aun más dinero de la misma fuente, diciendo que no se conformará con eso, notando que Romero reunió el dinero antes del plazo y si le dan más tiempo, puede conseguir una cantidad mayor. A su novia no le parece, pero se atiene a lo que él quiera. Romero espera impacientemente porque se cumpla la hora en que pueda pasar a recoger al pequeño.
Macaria sugiere arreglar al niño antes de devolverlo, creyendo que su amante fanfarroneaba, pero éste se niega a entregarlo, espetándole enérgicamente que lo conservarán para repetir la jugada. En vez de eso, la manda a comprar comida, de la que ahora sí pueden permitirse en abundancia.
El profesor llega al lugar donde dejó el dinero, pero ni rastros de su hijo. Pronto, va comprendiendo que los secuestradores faltaron a su palabra, y suplica a nadie en particular que le devuelvan al pequeño. Unos policías salen a su encuentro, ya que lo ven muy sospechoso e inquieren si está tomado. Romero no puede decirles de su problema, y les asegura que se encuentra en perfectas condiciones y sólo salio de su auto un momento porque se sentía mareado (entonces si debía estar tomado ¿no?). Lo dejan ir, suponiendo que ha pasado un mal rato porque su mujer lo dejó o algo así.
La conclusión de está triste situación se verá en la próxima ocasión.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Memín Pinguín #335-342

A raíz de un intento de tener su propio laboratorio subterráneo para experimentar sin que sus padres se enteren, Memín y sus amigos caen a una peculiar zona bajo tierra, donde tendrán que enfrentar a sus extraños habitantes que planean destruir a la humanidad (no es broma, de verdad es lo que pasa aquí).

Memín se reúne en el parque con Carlangas y Ernestillo. Les propone que jueguen a algo, pero como no se le ocurre qué, ellos se desaniman, y acaban sugiriendo mejor dedicarse al estudio. En eso viene Ricardo, mostrándoles su nuevo juego de química con el que podrán entretenerse haciendo experimentos. Ellos lo encuentran muy interesante, y Carlangas sugiere que prueben a fabricar jabón, y Memín lo apoya si les queda como una crema blanqueadora para la piel de su má linda (en verdad que los incidentes pasados en nada le ayudan a dejar de avergonzarse del color de su piel). Carlangas le dice que a él no lo dejarán hacer nada, por su tendencia a meter la pata y provocar accidentes graves. Buscan un lugar apropiado en el jardín para comenzar, pero cuando ellos se descuidan, Memín empieza a mezclar las sustancias en las probetas, ambicionando crear una solución para la calvicie. El resultado es una tremenda explosión que manda a volar a los cuatro. Memín queda atontado, y ya lo están dando por muerto, pero no tarda en reaccionar. Toma sus regaños como una reacción natural ante su “genialidad” recién descubierta. Un policía se aproxima, y echan a correr. Ricardo es capturado y se ven obligados a volver para defenderlo. Memín le da una patada en la pierna al oficial y éste lo aprende por la oreja. Tratan de explicar que fue un accidente, confesando su culpa en la explosión, y el policía los lleva uno por uno con sus padres para enterarlos de su fechoría. Memín es el último, y una vez que el policía le advierte a su madre no dejarlo jugar con cosas tan peligrosas, ella lo regaña, para después surtirlo con la tabla en cuanto éste se retira. Horas después, se reúnen en casa de Ricardo, comentado sobre los respectivos castigos que recibieron (¿si los castigaron tan duro como es que los dejaron volver a salir ese mismo día?). Memín viene muy campante y le echan la culpa de lo sucedido. Empieza a retirarse, desanimado, pero deciden perdonarlo y le hablan para que se vuelva, con la condición de que deje de meterla (¡ya quisieran!). Memín propone que sigan jugando a los científicos, demostrando no haber aprendido la lección. Ellos señalan que les prohibieron hacerlo de nuevo y el negrito sugiere que lo hagan bajo tierra, construyendo su propio laboratorio subterráneo para que nadie se entere. Ponen manos a la obra, cavando un profundo agujero. Memín distingue algo brillante en la tierra, tomándolo por otro, pero al saltar emocionado sobre el suelo, se abre una grieta y cae por ella. Sus amigos no ven más remedio que seguirlo, y acaban cayendo pesadamente en una fosa aun más profunda. Quedan inconcientes por un rato en la oscuridad, y poco a poco van incorporándose. Ricardo trae una lámpara que ilumine el lugar y se dan cuenta que están atrapados. Intentan formar una piramidal humana, pero se caen cuando Carlangas, que hacia de base, se asusta al ver un alacrán. Memín expresa su temor de encontrarse con un monstruo en esas profundidades, y le pidan que no diga tonterías. Con la luz de la lámpara, descubren una puerta metálica en uno de los extremos. Intentan abrirla, pero no puede empujarse ni tiene perilla. Deciden ponerse a gritar por ayuda, gastando los pulmones en vano. Desanimados y temiendo lo peor, los cuatro se sientan en el suelo de tierra y rocas. No les queda más que esperar que sus padres los encuentren y se disponen a dormir para recuperar energía. Mientras trata de dormir, Memín observa dos figuras sombrías que se acercan a donde están ellos. Trata de advertirles a sus amigos, pero ellos creen que es su imaginación. El sonido de la puerta metálica que se abre los pone en alerta, y van a investigar, aunque el negrito tiembla de miedo.
Sus progenitores sufren en sus hogares ante la ausencia de sus hijos, sintiéndose culpables por haberlos castigado (los padres de los amigos de Memín los castigaron fuera de cuadro). Mercedes teme que Ricardo haya sido secuestrado aunque Rogelio diga que no es posible (no es de extrañar que secuestren a los ricos, pero en esos tiempos, parece que sólo a los que tenían enemigos les pasaba eso). Isabel siente que Carlangas pudo haberse ido de la casa aun con el cariño que le tiene (¿solo a ella?), mientras Carlos se limita a darle por su lado. Juan lamenta haber golpeado tan severamente a su hijo, y recibe la visita de Eufrosina, preocupada por la suerte del suyo. Los padres no tardan en reunirse y apoyarse mutuamente, donde el señor Arcaraz recibe el informe del jardinero sobre haberlos visto en el jardín.
Aun atrapados bajo tierra (y olvidándose de lo que iban a hacer antes del cambio de escena), aunque Ricardo culpa al juego de química de sus desgracias, Ricardo y Ernestillo consideran que éste puede ayudarlos, junto con Memín. El negrito se echa una siesta y lo despiertan, para pedirle que haga de nuevo lo que hizo para ocasionar una explosión, una estrategia peligrosa, pero la única que se les ocurre, ya sea para abrir la puerta metálica o que los escuchen en la superficie. Tras vanagloriarse de por que al fin reconozcan su inteligencia, Memín se pone a mezclar las sustancias, aunque admite no saber que hizo exactamente. Le echa el último ingrediente y todos esperan por la explosión, pero no pasa nada. Ernestillo le arrebata la probeta y en frustración, la arroja a la puerta de metal, produciendo un fuerte estallido.
La explosión hace que el suelo vibre y Eufrosina lo siente, tomándolo por un terremoto. Su peso provoca que se hunda y los demás padres corren a ver que le ha pasado.
El resultado del estallido arrojo un montón de tierra sobre los cuatro amigos, pero pronto se incorporan y descubren que la puerta por fin se abrió. Después de vacilar un rato, entran a ella, animados por el curioso Memín, encontrándose con un extraño y muy avanzado laboratorio.
Juan y Carlos descienden a la abertura que se abrió ante Eufrosina, tratando de ayudarla. Vislumbran otro agujero y su peso provoca que los tres caigan aun más hondo.
Viéndose rodeado de maquinas y botones, Memín quiere presionar alguno para satisfacer su curiosidad, pero Carlangas se lo prohíbe. Alcanzan a oír las voces de sus progenitores, que han caído cerca de ellos, y corren a su encuentro. Pero con todo, Memín insiste en presionar uno de los botones, aprovechando que ellos se alejan. La puerta metálica se cierra justo cuando estaban a punto de reunirse con sus padres, quienes del otro lado alcanzaron a oírlos, aliviados por haberlos encontrado, aunque no pueden tener el acceso. Más tristes que enojados, reprochan a Memín por su estupidez, y él les pide perdón, soltando luego una de sus puntadas que acarrean coscorrones. Le exigen que diga que botón apretó pero no se acuerda y se pone a hacer pucheros.
Mientras, con los adultos, Carlos propone que suban de nuevo para pedir ayuda, ya que la puerta no se abre.
Los cuatro amigos, afligidos de nueva cuenta, son observados por extraños seres. Memín sugiere que presionen todos los botones, y se aleja antes de que lo vuelvan a coscorronear. Los espías hablan entre si, decidiendo cuando intervenir para que no se metan con su equipo. Memín alcanza a oír sus voces y le avisa a sus amigos, pero ellos opinan que alucina.
De vuelta con los adultos, informan de la situación de sus hijos. Después de soportar la angustia de Mercedes, deciden llamar a quienes puedan sacarlos. Eufrosina decide quedarse abajo, ya que no quiere apartarse de su pequeño, aunque la puerta se interponga.
Al final, los amigos de Memín consideran el presionar todos los botones. Los cuentan y se los reparten, pero no logran presionar ni uno cuando dos hombres orejudos y de piel verdosa salen a sus espaldas, tratando de capturarlos. Luchan y se debaten furiosamente, pero acaban quedando en las manos de los extraños seres, quienes los encaminan para llevarlos con su líder.
Los padres vuelven a meterse al túnel subterráneo, siguiendo a la brigada de rescate. Les piden a los padres que salgan de ahí y no estorben su trabajo. Eufrosina se pone especialmente difícil, pero nada puede hacer. El jefe de los habitantes de las profundidades interroga a los prisioneros sobre como encontraron su guarida. Memín empieza a alegar y el jefe expone su incredulidad de que él sea un habitante de la superficie común por su fealdad. El jefe pierde la paciencia y los condena a quedarse ahí para siempre, ya que pueden avisar de su presencia y entorpecer sus planes de conquista. Se dispone a contarles su historia, y Memín ya se queja de que pretende aburrirlos, pero sus amigos le ordenan callar.
El capataz del cuerpo de rescate regresa con los padres para decirles que no pudieron hacer nada, y Eufrosina se echa sobre él, protestando porque no cumple su trabajo. El capataz explica que la puerta está hecha de un material desconocido que no pueden atravesar y deben conseguir otro tipo de herramientas. Ellos quedan aun más preocupados por el estado de sus hijos.
La historia de los “lemurianos” (o al menos es el nombre que más usan para bautizar a esta raza subterránea, ya que salen como tres diferentes) fue contada fuera de cuadro, para no gastar paginas y aburrir a los lectores. Una deducción personal sugiere que son alienígenas o descendientes de estos que llegaron al centro de la tierra, formando su propia civilización, y ahora les ha dado por querer destruir a los de la superficie. Habiendo dejado todo en claro y advertirles que resistirse es inútil, el jefe ordena que los encierren y los mantengan vigilados. Los llevan a otra parte de los túneles, dentro de una reja, donde comentan sobre la disparatada aventura que están viviendo al conocer a estos lemurianos. Luego, deciden tratar de escapar, lo que resulta fácil, encomendando a Memín darle un patadón al guardia que no lo vio venir, poniéndolo a dormir al golpearlo en la cabeza. Viéndose libres, se internan en los túneles para buscar la salida.
Los esfuerzos de la brigada de rescate continúan y los padres siguen solidarizándose.
El jefe lemuriano es enterado de que los prisioneros escaparon y ordena que los capturen de nueva cuenta.
Perdidos en el laberinto de túneles, los cuatro sólo consiguen agotarse. Escuchan a los lemurianos que les siguen la pista, y en su intento de poner distancia, caen por un risco, que termina en un río de lava. Los lemurianos los ven caer, dándolos por muertos. Sin embargo, ellos caen a salvo en un nivel inferior, con la excepción de Memín, que se sostiene precariamente de una rama.
Los de la brigada de rescate se dan por vencidos, ya que no hay manera de atravesar la puerta. Eufrosina se exaspera y toma una barreta para abrirla ella misma, pero sólo consigue propiciar el peligro de producir un derrumbe que los sepulte a todos. El capital ordena que desalojen y le quita la herramienta, espetándole su imprudencia.
Uniendo fuerzas, logran salvar a Memín, y los cuatro quedan inconcientes por tantas emociones y esfuerzos. El líder lemuriano es informado de la “muerte” accidental de los prisioneros, quedando satisfecho porque no quería tomarse la molestia de ejecutarlos.
Eufrosina se niega a apartarse de la puerta. Isabel la acompaña, tratando de consolarla y dándole animo.
Los cuatro amigos buscan una forma de salir de ahí para no estar tan cerca del río de lava. Memín descubre una liana que muy oportunamente se encontraba ahí, y no vieron antes. Comienzan el difícil ascenso, en el que Memín se cae a medio camino, arrastrando consigo a Carlangas. Éste decide subirse primero para que no haya más accidentes, y así lo dejan a ultimo, quedando muy resentido el negrito. Ya juntos, vuelven a los tuéneles, donde pronto son visos por los lemurianos, y tienen que huir.
El jefe lemuriano ordena que revisen y sellen la entrada para que ningún habitante de la superficie pueda volver a meterse por ahí. Isabel y Eufrosina ven como la puerta se abre, y se disponen a entrar, pero los lemurianos les salen al encuentro. Eufrosina abofetea y aplasta a unos, impidiendo que se acerquen a Isabel, pero acaban siendo capturadas.
Los cuatro amigos se encuentran con un montón de huesos de dinosaurio que han quedado ahí, pero los habitantes subterraneos les dan alcance y se los llevan ante el líder de nuevo. Los lemurianos no pueden evitar el afectuoso reencuentro entre Carlangas y Memín con sus respectivas madres. El líder ordena que los encierren otra vez, pero uno de sus subordinados pide permiso de hablar, sugiriendo que en lugar de eso los maten sin más ni más. Pero el líder se niega a seguir las costumbres bárbaras de los habitantes de la superficie (¿Qué no iban a destruirlos para conquistar la Tierra?), y el subordinado sugiere que los manden con los murciélagos, que se alimentaran con ellos lentamente, dándoles una muerte horrible. El líder aprueba la moción y los condena a ser alimento para los quirópteros. Memín delibera un rato con sus amigos, queriendo darles sus frescas, pero acaba siendo ignorado. Carlangas consuela a su madre, triste por la suerte que les espera, más la de él que la de ella. Los lemurianos los conducen por los túneles hacia su muerte, y ellos sólo andan viendo como tomarlos por sorpresa y escapar.
En la casa Arcaraz, el resto de los progenitores siguen angustiados, compartiendo la preocupación, poniéndose más pesimistas cada vez.
Echándose sobre sus captores, los cuatro amigos y las dos mujeres luchan con valentía, pero nada consiguen, y vuelven a conducirlos por los túneles. Los lemurianos portan extrañas armas todo el tiempo, pero nunca las usan, volviendo intrigante el como pueden obligarlos a someterse si prácticamente ni tienen con que amenazarlos.
Memín consigue escabullirse, y los lemurianos, considerándolo el más peligroso, temen que haga algo. Confían dejarlos varados ahí, a merced de los primates voladores (¿Cómo los van a retener?), cuando estos hacen su aparición. Memín, que andaba caminando sigilosamente, les grita a los demás que pongan pecho tierra para salvarse. Los lemurianos resultan ser unos verdaderos tontos, echándose a correr, dirigiéndose al risco por el que caen hacia una muerte segura, seguidos de los murciélagos que deben ser igual de despistados. Eufrosina regaña a Memín con severidad por haber matado a esos hombres (pese a que los iban a matar a ellos), y él excusa que fueron los murciélagos, batallando para darle una explicación satisfactoria. Los demás lemurianos se percatan de su regreso, y traen refuerzos para controlarlos. En su prisa por escapar, descuidan a Isabel y Eufrosina, que son apresadas y llevadas hacia una copula de cristal, la cual sirve como medio de transporte a otro lugar. Los cuatro amigos las ven desaparecer sin poder evitarlo, y después de lamentarse, Memín sugiere que las sigan utilizando uno de esos extraños vehículos.
En la casa de los Arcaraz, la tensión se incremente ante la ausencia de Isabel de la que Carlos apenas se ha percatado.
La cúpula los transporta a un área selvática, que Memín toma por Chapultepec, pero sus amigos le hacen ver que se equivoca, y están en un lugar muy diferente. A Memín le da por escupirse en la mano y aplastarla para ver donde sale la salpicadura y así elegir una dirección. Le cae a Ricardo y le espetan su método tan sucio, mas él no hace caso y empiezan su recorrido.
El señor Arcaraz atiende las labores de la brigada de rescate, que han traído más material para penetrar la puerta.
En la selva, los cuatro consiguen distinguir a lo lejos una ciudad anticuada que devela la cuna de la civilización de los lemurianos, tomándola por el continente perdido o algún otro lugar mítico. Eufrosina e Isabel están perdidas, explorando las edificaciones. Un grupo de lemurianos las embosca. Isabel sugiere que les pidan ayuda, pero Eufrosina comprende que no escucharán razones y se defienden como pueden. Los cuatro alcanzan a oírlas, y Memín ya va a correr en su auxilio, pero los otros lo detienen, advirtiéndole que los superan en número. Consideran que lo mejor es seguirlos a discreción, y así se aproximan al punto central donde se encuentra el líder. Éste se irrita cuando le traen a las mujeres, que siguen vivas. Exige que traigan a los que faltan. Desde el techo, Memín pudo treparse y mirar todo, dejando caer una piedra que pone en alerta a los lemurianos. Usa la enredadera por la que subió para camuflajearse, y consigue despistarlos, pero a sus amigos los capturan.
El capataz de la brigada se da por vencido, diciéndole al señor Arcaraz que la única solución es utilizar explosivos, pero que estos podrían ocasionar un derrumbe dentro que mataría a los niños. Él implora que sigan tratando de otra forma y el capataz accede a su petición, aunque parece inútil.
El líder lemuriano ordena que los lleven de nuevo a los túneles y provoquen la explosión de su base ahí, pero que no por ello abandonan sus planes de dominar la superficie y destruir a sus habitantes (¿pero en que rayos le ayudaría autodestruir su base para deshacerse de seis intrusos? No parece un plan muy brillante que digamos). Exige que cumplan sus órdenes sin falta y no dejen de capturar al enano, por ser la mayor amenaza.
Llevando por enésima vez a los intrusos, los lemurianos los conducen a los túneles. Armándose con un hueso enorme que encontró en el suelo, Memín lo utiliza como arma y noquea a uno de ellos. Grita para celebrar su efímero triunfo, que pone avispas a los otros, preocupando a Eufrosina e Isabel, y dejando a sus amigos comentando sobre como siempre la riega.
Siguiendo la orden del líder, la base es hecha estallar, y el impacto toma por sorpresa a todos los que andan por la residencia de los Arcaraz. Dentro, los cuatro amigos y las dos mujeres también resienten el temblor, y deciden tomar otro rumbo al percibir que vino por atrás. Como continúan adentrándose en el mundo subterráneo (de algún modo lograron perder a sus captores fuera de cuadro), sueltan quejas, siendo Memín quien sufre de tanta hambre, que ya piensa en comerse la tierra, para espanto de los demás.
El capataz anuncia a los afligidos padres que la explosión tras la puerta metálica indica que los niños han muerto sin remedio y que ahora sólo les queda luchar para recuperar los cadáveres. Mercedes se pone histérica y su esposo trata de calmarla.
La exploración lleva al grupo de exiliados a un arroyuelo. Después de comprobar que el agua está fresca y no tiene veneno, sacian su sed con ella y se tumban en el suelo para descansar. Memín quiere aprovechar para echarse un clavado, ignorando a Carlangas que le dice que no es momento para andarse divirtiendo, considerando la situación. Memín se quita la ropa y se echa sin más, pero como no es muy profundo, se golpea la cabeza, quedando inconciente. Sus amigos lo toman por muerto, suponiendo que el agua si estaba envenenada, y Ricardo ya anda sintiendo que le arde por dentro. Eufrosina hace que Memín reaccione al tomarlo impulsivamente, y ya aclarando todo, Ricardo admite que se dejó llevar por las palabras de sus amigos y en realidad no tenia nada.
Adentrándose más, alcanza a oír un estrepitoso sonido que suena a un rugido o maquinaria activada. Enfrentando el miedo, avanzan para descubrir que lo produce, y un rayo de luz les sale al paso, iluminándolos, para revelar un laboratorio similar al que pasaron antes. Un viejo científico les permite explicarse, y acepta ayudarlos, diciendo que él ha pasado el tiempo estudiando a los lemurianos/lemusianos/atlanticos, y tiene todo dispuesto para destruirlos, si le echan una mano. Ellos aceptan (sólo Memín vacila, pero no es sorpresa) y de inmediato les suelta su plan, que consiste en que coloquen capsulas explosivas en diferentes sectores de la ciudad subterránea, indicándoles como prepararlas y activarlas. Pero como sólo les da a sus tres amigos, Memín protesta y aunque el científico confiesa verlo muy inútil, decide dejarle la parte más importante, que consiste en predisponer la explosión de las capsulas de sus amigos, utilizando una mochila de propulsión a chorro para recorrer la distancia de los tres puntos rápidamente. A Isabel y a Eufrosina las pone a preparar la comida de regreso y a que cuiden a su gato. Si que se toma muy a la ligera un plan tan elaborado, el cual se realiza en tan solo una pagina. Cada uno prepara los explosivos, aprovechando que los lemurianos están distraídos en una conferencia, y al siguiente cuadro, ya todos han volado en pedazos. Memín llega volando a celebrar su victoria con Eufrosina, aprendiendo inexplicablemente a hablar italiano. Pero ella dice estar cansada y sentirse vieja, lo que la preocupa. El científico felicita a los otros por su victoria absoluta sobre sus enemigos, pero Memín no se une a su entusiasmo. Le comenta al científico del problema y después de escucharle, sugiere la posibilidad de rejuvenecerla, quitándole unos años para que se sienta mejor. Memín acepta, aunque a sus amigos no les parece. El científico opina hacer lo mismo con Isabel, revelando oscuras intenciones, pero Carlangas le espeta que ella no necesita rejuvenecer nada.
La aflicción de los padres en la residencia Arcaraz continua, y ya está volviéndose pesada.
Tras decirle que su madre tiene cuarenta años, el científico prepara todo para restarle veinte. Cuando le muestra la cúpula en la cual la dejará para proceder, Memín cuestiona sus habilidades y el científico se muestra ofendido. Los amigos de Memín e Isabel se quedan afuera, esperando, y temiendo que algo salga mal por el egoísmo del negrito.
El señor Arcaraz exige que dinamiten la entrada, sin importar el riesgo del daño a su propiedad, y el capataz se dispone a cumplir. El científico tenia que echarle unas gotas a Eufrosina antes de colocarla en la maquina, pero una vez hecho esto, ordena a Memín repetir el proceso, ignorando su protesta de que se supone que ya lo hicieron. Mediante sutiles amenazas, lo obliga a obedecer. Después, le pide que salga mientras realiza el tratamiento. Reuniéndose con sus amigos, ellos le señalan que si antes temía que Don Venancio pusiera los ojos en ella, ahora que rejuvenezca, será más fácil que llame la atención de los hombres. Un llanto de infante se alcanza a escuchar, y se dirigen a ver quien lo está haciendo. En la cúpula bajo la que estaba tendida Eufrosina, ahora se encuentra un bebe, lo que indica que el científico la rejuveneció de más. Memín se queja ante el científico por su metida de pata, que a éste ni le importa, celebrando que su maquina funcionó a la perfección. Irritado, deja ahí a la bebe, exigiendo que para cuando vuelva, ya la tenga como estaba. Sus amigos lo siguen, haciéndole ver que no debe abandonarla, ya que ahora es su responsabilidad cuidarla como ella hizo con él. Memín lo comprende y regresa para sostener a la pequeña Eufrosina, decidiendo ser un padre y madre a la vez para ella. Ernestillo propone regalarle una cuna cuando salgan, mientras Ricardo considera la escena tan extraña como conmovedora (nota: en el recuadro de dialogo del narrador se dice que: “Ricardo sonrió ruidosamente”, atentando contra la sintaxis, significando un error muy tonto difícil de creer).
Como los chicos se disponen a irse, el científico les pide que esperen, ya que es su turno de ayudarlo a él a rejuvenecerse a si mismo. Señalan su descaro, pero llaman a Isabel y a Memín con la bebe, que ya se habían adelantado, para que les ayuden. Explican que necesitan de ese viejo, que no parece estar del todo en sus cabales, pero sólo con su ayuda volverán a la superficie. El científico ordena a Memín preparar la maquina para su rejuvenecimiento, advirtiéndole no equivocarse y hacerlo retroceder al grado de desaparecer. El negrito acepta, deseoso de vengarse al jugarle chueco, pero cuando está a punto, escuchan el llanto de Eufrosina y se arrepiente. El científico sale de la cúpula, ahora joven y presentándose como Catarino Ponteduro y Montealegre (¡ja,ja,ja,ja! que nombre tan ridi), pero sufre de amnesia y no los reconoce ni recuerda lo que hizo con ellos. De todos modos, accede a llevarlos a la salida, y toma a un tigre encadenado para que los guíe, tomando por un “aparato”. No hay modo de llevarle la contra y se ven obligados a seguir al joven lunático. La policía llega a la casa Arcaraz a informar que no se halló ni rastro de los niños. Consideran si fueron secuestrados, pero entre las cuatro familias, ninguno cree que haya motivos para que plagiaran a sus hijos.
En los túneles, Catarino pierde la paciencia al ver “descompuesto” al gran felino, señalando que perdió el olfato. Se le ocurre una forma de que lo recupere, dándole de comer, y trata de arrebatarle a la bebe a Isabel para ofrecérsela al animal. Memín protesta, y en eso….Termina el disparatado sueño que estaba teniendo. Así es. Todo fue otro fantástico sueño del negrito donde se dio demasiado vuelo a su imaginación. En realidad, la caída por el agujero lo dejó tan atontado que empezó a alucinar, poniendo a sus amigos muy preocupados. El jardinero anuncia que encontraron el agujero, y los padres se acercan, oyendo sus voces (la escena de la llegada de los policías ya no era parte del sueño, pero todas las anteriores si, la imaginación de Memín es tan grande que puede captar el drama típico de los progenitores en cualquier situación). Los reencuentros no se hacen esperar, tan conmovedores como siempre. Solo a Eufrosina le toca ver a su retoño aun delirando con su fantasía tan vivida, y le echan agua para hacerlo reaccionar. Pero con todo, él sigue diciendo tonterías, hablando de la pantera (gráficamente era un tigre, pero insisten en decirle pantera, posiblemente porque así era en el dibujo original del señor Valencia en la versión clásica de Memín y aquí pensaron que un tigre se veía mejor) del loco cuyo nombre ni se aprendió bien, y Eufrosina ya está tomando una tabla, pero Isabel le advierte que debe esperar a que se recupere. Los demás padres la consuelan, asegurando que Memín volverá a la normalidad una vez que descanse.
Más tarde, mientras las mujeres ponen la mesa, los padres comentan sobre lo sucedido, preguntándose como habrá ocurrido el incidente. Dejan a Memín con ellos, y al despertar, les cuenta de lo que todavía no se percate que fue pura imaginación suya, todavia creyendo que Eufrosina es una bebe. Llegan sus amigos para explicarle que no pasó tal cosa, pero Memín se niega a aceptarlo hasta que pueda verla por si mismo. Corren a la cocina, dejando a sus padres admirando su sólida amistad. Memín se abraza a Eufrosina, quien espera que haya aprendido la lección, advirtiéndole que no siga metiendo en líos o algún día acabara con ella por la preocupación. El negrito se compromete a no volverlo a hacer (bueno, falta poco para el “final”, quizá pueda cumplir su palabra, al menos en lo que respecta a los guiones originales de su autora). Habiendo pasado el susto, Mercedes los invita a servirse tortas con miel.

Posiblemente la trama más zafada y fuera de lugar que se haya hecho de Memín, haciendo difícil de creer que su autora la haya elaborado. Contando tantos errores y giros extrañísimos, puede considerarse que debió tomar mal una sugerencia, porque aun siendo un sueño, poner a Memín y sus amigos luchando con alienígenas subterráneos y viéndoselas con científicos locos, es algo que no les viene en nada, y menos cuando es una tanteada de tantos números de revista. Cierto que por la forma en que se manejaba cualquiera habría supuesto que se trataba de una fantasía, pero… ¿Tenían que darle tanto espacio a las partes e los padres y sus esfuerzos por rescatarlos? Si que sirvió para despistar, pero fue mucho drama innecesario. En fin, quien sabe que motivos estaban detrás de esta trama, y como es de las últimas, no es de sorprender que luego todo “terminara” en la segunda versión de la revista.