
Cumpliendo lo prometido a Ricardo de ayudarle con “algo” que no se dijo en el número anterior para hacerla de emoción, Memín se encamina a casa de su amigo. Se topa con Ernestillo, quien lo detiene e inquiere a donde va. Nuevamente (y por desgracia) sigue una rutina de comedia generada en una conversación absurda entre los dos, nomás porque el menso de Memín no puede decir las cosas claras, impacientando a Ernestillo, mas eso no le impide echarse sarcasmos.


Los tipos de la mudanza, que son un par de completos imbéciles, van por la carretera en el desierto de Chihuahua, se quedan dormidos al volante y casi chocan con un camión. Hacen un viraje brusco que provoca que la caja en que va Memín se caiga y ahí queda tirada. Memín se despierta y logra salir, encontrándose en un lugar extraño. Tratando de orientarse, ve el letrero que indica que faltan 200 kilómetros para llegar a Chihuahua, no teniendo ni idea de si está cercas o lejos, pero tiene que ponerse a caminar. Un vehiculo se detiene y los de abordo preguntan cuanto falta para llegar allá y Memín se los dice sin pedirles raite. Lamentado su olvido, Memín sigue caminando por el desierto, justo cuando ya se hace de noche. Memín cree ver a un monstruo atacándolo, pero no es más que un búho. Siente alivio pero no tarda en corretearlo un coyote y para salvarse, se trepa a un cactus, del que tiene que soltarse al sentir las espinas. El coyote huye, asustado al ver una serpiente de cascabel que ataca al negrito, pero una oportuna águila aparece para llevarla entre sus garras, haciendo una referencia al símbolo patrio (muy bonito pero no estoy seguro de que las águilas sean depredadores nocturnos).

Los amigos de Memín van a darle la mala noticia a Eufrosina, quien, por supuesto, se desmaya al recibirla.
Memín no tiene éxito en sus primeros intentos, siendo ignorado por los camiones que pasan. Cuando uno se detiene en un establecimiento cercano (¿por qué Memín no va para allá en vez de quedarse ahí? al menos habría sombra). Lo alcanza y logra treparse, pero las fuerzas lo abandonan. Alguien le echa agua en la cara, reanimándolo y se encuentro con una variedad de gente y un niño le ofrece más agua para beber. Memín se lo agradece y se extraña cuando andan pidiendo a todos guardar silencio y ocultarse tras las cajas. Evidentemente, son un grupo de “mojados”, gente que se quiere cruzar al otro lado por oportunidades de trabajo y lo hacen ilegalmente por restricciones migratorias, pero Memín es muy tonto para entenderlo y poco a poco le van explicando.
La migra hace un pésimo trabajo inspeccionando, ya que no revisan la parte trasera del camión, y pronto pasan (¿el camión se movió hacia la aduana después de que Memín subió o siempre estuvo ahí y uno lo confundió con un establecimiento? quien sabe, pero si siempre fue la aduana que mal han de estar de la vista para no ver a Memín subiéndose). El niño viaja con sus padres y entre todos estos, son los únicos que se les dará atención pese a que ni nombre tienen, pero todos son buena gente y muy pacientes para explicarle su situación a Memín pese a que él sigue sin comprender la necesidad de irse a Estados Unidos en esas condiciones.
El par de polleros que los llevan, los hacen salir para seguir con la segunda parte del camino, que es irse a pie a través del desierto. Al descubrir a Memín, como no pagó por el “servicio”, amenazan con abandonarlo ahí, pero el padre, en gesto solidario, insiste en pagar por él.
Eufrosina se recupera de la impresión, pasando a las lágrimas por lo que ha pasado con su hijo, pero no culpa a Ricardo, sabiendo que es la costumbre de Memín meterse en problemas por ser atarantado. Sus amigos sugieren ir a Chihuahua para buscarlo.
A Memín le caen mal los polleros y el sentimiento es mutuo, pero no tienen más opción que seguir sus órdenes durante el trayecto. Una señora que no puede con su equipaje, Memín se ofrece a ayudarle, aunque apenas y puede con el peso.

La empresa en el río es especialmente difícil para Memín, que exaspera tanto a uno de los polleros que lo arroja al agua. El niño, al que le dieron un flotador, le indica que esa agua no es muy profunda y Memín se confía, pero acaba por hundirse al avanzar más y el padre tiene que meterse para rescatarlo. Ya a salvo en la superficie, le dice que muchos no tienen la suerte de sobrevivir al cruce del río (vaya modo de hacer referencia a los casos reales pero es evidente que esos “ejemplos” no desairan a la gente porque siguen ocurriendo, tsk). Les reprochan a los polleros no haber ayudado a Memín pero ellos replican que su trabajo es traerlos y guiarlos, no cuidarlos.
Siguen adelante y Memín pide a gritos agua para aliviar su sed, poniendo sobre aviso a los de la migra para que los agarren. Los polleros se vuelven contra él pero el padre interviene y al final ellos prefieren huir por otro lado. Aun sin los guías, los mojados insisten en continuar con la peligrosa travesía. El niño le cuenta a Memín que es la tercera vez que hacen ese viaje ya que en las otras los han atrapado y obligado a regresar. Después de mucho caminar en el sol, se detienen a descansar, y Memín se acaba el agua. Sintiéndose mal por lo que esto le ocasione a los otros, decide buscar agua y encuentra un pozo del que puede sacarla. Se adentra a una propiedad para pedirle al dueño una cubeta, pero éste es estadounidense y reconoce a Memín como un mexicano y se regresa para tomar un arma de fuego.

La lavandera también piensa en él y aunque es de noche, los amigos de Memín vienen para que los acompañe en su búsqueda, con el señor Arcaraz conduciéndolos hasta Chihuahua. Para cuando están en el carro, como que ya es de día. Se que hay dos horas de diferencia entre el norte y el sur, pero no pueden pasar de noche y día en algo que llevaría algo así como diez minutos.
La familia de mojados (ya no se ven a los otros ¿murieron en el camino?) despierta a Memín para continuar el viaje, pero al cabo de un rato, divisan la patrulla de la migra acercándose. Memín decide sacrificarse, distrayéndolos mientras ellos se esconden. Los agentes estadounidenses se acercan amenazadoramente a Memín pidiendo papeles, que él ni atina a explicar que no tiene. Le advierten que lo regresarán a México, no antes de darle de macanazos como escarmiento por atreverse a cruzar sus fronteras, en evidente estereotipo de la actitud estadounidense contra este tipo de gente con tintes de xenofobia (y ni me hagan decir que hasta presentando algo de racismo, aunque me extraña que esta escena no ocasionará la inmediata cancelación de la revista si nos acordamos de aquel malentendido de cuando discriminaron a Memín en Dallas, Texas). Lo meten al camión donde también llevan detenidos a los polleros, que reconocen a Memín y se desquitan con él a su gusto.

Pasan los días y todo vuelve a la normalidad. El cartero trae una carta para Memín de parte de su amigo, el niño que ha pasado de mojado a inmigrante ilegal (¿en que momento le dio Memín su dirección? ni siquiera se presentaron formalmente por sus nombres), quien le comunica que aunque ya consiguieron trabajo y todo, la xenofobia continua y Eufrosina se congracia en que lo mejor seria que regresarán a México. Llegan sus amigos con el maestro Romero, que le traen un pastel sólo para demostrarle lo importante que es para ellos (¿sólo por perderlo de vista un par de días?). El maestro agrega que para que descanse lo suficiente le darán dos días libres (pero si según ya pasaron unos días ¿cuántos días más pueden dejar que pierda clases?), aunque igual tendrá que ponerse al corriente después, así que Memín no tiene tiempo de celebrar.
Todo acaba con Carlangas diciendo que puede haber sorpresas al volver a clases, lo que es reafirmado por el narrador, que como siempre, con algo nos quieren dejar en suspenso para no perderse el próximo número.