Después de un accidente de gas del que Eufrosina se salva por poquito, con Memín y sus amigan, van a la basílica de Guadalupe donde les da por andar de metiches y oír el caso de una pareja que les cuenta la razón de su fervor religioso-compulsivo.
Durante la comida, Memín se percata de que a Eufrosina le ha dado la gripe, y listo para flojear, como siempre, trata de convencerla de quedarse a cuidarla en vez de ir a la escuela el día siguiente. Los estornudos de su má linda lo despiertan a plena noche pero con todo, en la mañana lo apura a largarse aparentando estar normal. El negrito llega tarde a la escuela, replicando al maestro que señala su tardanza, con un chiste ya muy sobado (el ultimo en llegar y el primero en irse, ajum, un clásico pero desgastado, aunque Romero igual y se tiene que contener la risa ante la respuesta).
En la casa, Eufrosina no puede hacer sus deberes por la gripe y se recuesta, dejando hervir el te para aliviarse. Una ráfaga de viento apaga la lumbre de la estufa (para que eso pase quiere decir que puso el fuego demasiado lento, para ser pobres, no escatiman en el consumo del gas), y el gas se extiende sin que ella pueda detenerlo. Durante la clase, Memín nota que olvidó traer su libro de historia y se regresa, sin reparar en los regaños de sus amigos. Llega y descubre lo que ha sucedido. Apaga la estufa y pide ayuda a los vecinos (incluyendo al olvidado Don Cayetano) para que la saquen en lo que mandan llamar a los bomberos. Eufrosina vuelve en si y lo primero en que piensa cuando le explican lo que pasa es en darle las gracias a la Virgen. Los bomberos se apresuran a asegurar que no queden rastros de gas que pongan en peligro la vivienda y cuando terminan, Memín les pide su autógrafo por ser unos “héroes” (pero si no hicieron nada) justo en su libro de historia, que también es “héroe” por haberle hecho volver a tiempo (el libro hizo más que ellos la verdad).
Eufrosina le dice a Memín que cuando se le pase la gripe irán con la Virgen, pero mientras, él debe volver a clases, sin excusas ni pretextos. El negrito regresa justo a la hora de la salida y al contarles lo sucedido a sus amigos, ellos no le creen nada, y menos al darles la “evidencia” de la firma de los bomberos, que según ellos, pudo habérsela dado cualquier otro adulto. Le hacen burla por ser tan mal mentiroso y toda la cosa, pero unos días (un cuadro) después, ya les confirmó Eufrosina que si pasó de verdad.
Memín casi choca con un policía para reunirse con ellos y contarles de las intenciones de Eufrosina para ir a la basílica, ofreciéndoles que los acompañen (ni siquiera nos dicen que día es, ni porque van a ir así de improviso). Ellos aceptan unirse al “peregrinaje” y así dan una larga caminada para llegar al centro de devoción del dichoso icono religioso. Sentados al lado de una joven pareja, la señora y los chicos se ponen a rezar, agradeciendo por sus bondades (hasta Ernestillo le sigue dando gracias por salvarlo de la pata de mula que ya se grabó como un suceso traumático pese a que duró un solo numero). Memín es el único que no reza, distraído, como de costumbre, poniendo más atención a la pareja, que reza con muchas ganas. Cuando se levantan, decide seguirlos hasta afuera y se presenta ante ellos. Eufrosina y sus amigos van a regañarlo por andar molestando, pero los señores no ven problema, conquistados al momento por su simpatía, como normalmente ocurre con cualquiera que conoce a Memín (cuando no cae sangrón). Ellos se presentan como Lydia y Mario antes los demás, y el negrito les expone el haber notado cuanto le rezaron, y admiten que así es. Eufrosina siente curiosidad y les pregunta el porque, a lo que ellos responde se debe a que la Virgen les ha concedido dos milagros. Y así como así, proponen contarles su historia y empiezan de inmediato. Dicen que son de Chihuahua (el nombre hace suponer a Memín que esa es la ciudad de los perros, sepa si es así o es el puro nombre) y en verdad comienzan por el principio, o sea, cuando eran novios antes de casarse. Estos hechos son poco interesantes y los cuentan con mucha prisa, lo que es conveniente pero de todos modos ocupan espacio valioso, cuando podrían simplemente ir al grano. Memín los interrumpe porque tiene hambre, y Eufrosina lo reprende. Sin embargo, Lydia acepta que ellos tampoco han comido y los invitan a todos a comer unas gorditas con una señora que vende ahí cercas. Mario menciona que esa comida les trae recuerdos y sigue narrando su aburrida historia. Puras tonterías típicas de los matrimonios jóvenes, rayando en lo cursi, que Memín no deja de señalar, y sus amigos acaban dándole la razón. Lydia pasa a la parte en que su felicidad estuvo en peligro, lo que Memín supone rápidamente a causa de la infidelidad que pudo cometer Mario, recibiendo sus merecidos coscorrones de parte de sus amigos, para que la mujer replique que fue por otra cosa. Un día, simplemente Lydia amanece malhumorada, y Mario se la pasa todo el tiempo en el trabajo pensando que le ocurrirá (¿no será que está en sus días?). Memín se manda pidiendo otra gordita en lo que pasan a Mario preguntándole a Lydia lo que le ocurre. Algo muy simple la inquieta: que tras un año de casados no han tenido un hijo. Eso la mortifica y lo toma como un castigo de Dios (vaya tonta, ¿no sabe interpretar una indirecta divina para que adopte? Tantos niños que necesitan un hogar y buenos padres para que se pongan sus moños empeñados en tener los propios). Mario concuerda con ella y que verán que hacer para solucionar ese problema. Memín interrumpe para pedir más gorditas el muy goloso. Volviendo a la historia, Lydia y Mario se someten a estudios, que concluyen que ella está imposibilitada para concebir, aunque el medico sugiere que existe un tratamiento, pero es costoso y no garantiza nada, mas están dispuestos a pagar lo que sea (¡puro tirar el dinero! Niños mueren de hambre y la gente gastando en tonterías para concebir).
Un día, Lydia sugiere a Mario que deberían ponerse al día con la fe e ir a la basílica para que la Virgen les ayude (menos mal que la molestan a ella antes que a Dios para pedir por tonterías como esta, sin ofender, pero una concepción es un milagro que se concede sin ser pedido, no hay que forzar ni desearlo tanto, porque así no tiene chiste). Mario acepta su tonta idea y aprovechan sus vacaciones para ir. Toda una experiencia el viajar hasta allá, supongo, para católicos de hueso colorado. Curiosamente, cuenta como rezaron ante la efigie de la Virgen para pedir lo que no necesita pedirse, y así se la pasan, hasta que un día a la salida, conocieron a una niñita llamada Estela, que vende gorditas afuera de la basílica y rápidamente simpatiza con ellos, en especial con Lydia al mencionar de improviso que le recuerda a su madre fallecida. Cuando vuelven a Chihuahua, ella sigue pensando en la niña y comenta a una amiga sobre la posibilidad de adoptarla, pero como ésta opina que no debería tomar a una pordiosera, de inmediato se enfría esa amistad. Le expone su idea a Mario, quien ya lo había considerado, y así regresan meses después, encontrando a Estela y proponiéndole que sea su hija, pero ella se muestra indecisa. Trata de poner excusas pero como la pareja le insiste, admite que tiene una tía llamada Ramona a la que tal vez no le parezca la idea. La animan a que las deje acompañarla a su casa para hablar con ella, pero apenas llegan, sale la mujer, maltratandola por andar dejando que la carguen. A Lydia le dan unos mareos de pronto y Mario le hace ver que es porque debe estar embarazada por fin. Los dos lo celebran ante el enojo de la mujer, y notan que Estela se mete a la casa, decepcionada porque cree que ya no la necesitan. Desde la ventana, Lydia le hace ver que desean adoptarla de todos modos, pero Ramona se rehúsa a permitirlo. Les cierra la puerta en las narices y cierra la ventana, impidiéndole a la niña salir y advertirle que de ahora en adelante ella la va a acompañar a la venta de las gorditas para que no se la lleven esos ricachones, revelando que es una floja que vive a expensas de la explotación de Estela. La pareja no se da por vencida, y después de confirmar con el medico que Lydia está embarazada, contratan a un detective para que vigile a Ramona y así vean como quitarle a la niña de su custodia. El detective les da los resultados, que indican que ella no es su verdadera tía y la explota sin siquiera tener una tutoría legal sobre la niña. Un día en que la mujer trata de levantar a Estela, vienen los policías, y sin que pueda detenerla, ella les abre la puerta y se la llevan detenida antes de que pueda darse a la fuga. Y ya, ese fue el doble milagro, que adoptaron a Estela y tuvieron a su hijo, al que llamaron Esteban pero no ponen ninguna imagen del chiquillo. Luego, Memín señala a la mujer que les anduvo sirviendo las gorditas, suponiendo que es Ramona que ya salió de la cárcel, preguntándole si no le da vergüenza. Mario aclara que ella no es y la señora admite que si había oído de esa bruja y lo que le hacia a la pobre Estela, que ahora es muy feliz y se los agradece a ellos. Después, les cobra lo consumido, siendo una suma algo elevada, y todo porque Memín se comió catorce gorditas en total, pero de todos modos pagan la cuenta.
Finalmente, Mario y Lydia se despiden, prometiendo traer a la próxima a sus hijos para presentárselos (lo que al parecer, nunca pasara, por suerte). Memín acaba sufriendo una fuerte indigestión y Eufrosina se lo lleva a la casa para darle un purgante. El negrito casi parece haber aprendido la lección, pero dudo mucho que siga el ejemplo de Ernestillo con la pata de mula y vuelva a empacharse a la primera oportunidad.
Una anécdota ajena del reparto regular que ciertamente no vino al caso, parece que nos querían contar alguna trama tipo La Rosa de Guadalupe, con un guión pésimo y carente de emociones. Y así, otra secuencia absurda del negrito termina, iniciando otra carente de sentido para la próxima. Así es como varían en esta revista, se van por alguna simpleza y a la siguiente es una mafufada. Brillante formula…
Durante la comida, Memín se percata de que a Eufrosina le ha dado la gripe, y listo para flojear, como siempre, trata de convencerla de quedarse a cuidarla en vez de ir a la escuela el día siguiente. Los estornudos de su má linda lo despiertan a plena noche pero con todo, en la mañana lo apura a largarse aparentando estar normal. El negrito llega tarde a la escuela, replicando al maestro que señala su tardanza, con un chiste ya muy sobado (el ultimo en llegar y el primero en irse, ajum, un clásico pero desgastado, aunque Romero igual y se tiene que contener la risa ante la respuesta).
En la casa, Eufrosina no puede hacer sus deberes por la gripe y se recuesta, dejando hervir el te para aliviarse. Una ráfaga de viento apaga la lumbre de la estufa (para que eso pase quiere decir que puso el fuego demasiado lento, para ser pobres, no escatiman en el consumo del gas), y el gas se extiende sin que ella pueda detenerlo. Durante la clase, Memín nota que olvidó traer su libro de historia y se regresa, sin reparar en los regaños de sus amigos. Llega y descubre lo que ha sucedido. Apaga la estufa y pide ayuda a los vecinos (incluyendo al olvidado Don Cayetano) para que la saquen en lo que mandan llamar a los bomberos. Eufrosina vuelve en si y lo primero en que piensa cuando le explican lo que pasa es en darle las gracias a la Virgen. Los bomberos se apresuran a asegurar que no queden rastros de gas que pongan en peligro la vivienda y cuando terminan, Memín les pide su autógrafo por ser unos “héroes” (pero si no hicieron nada) justo en su libro de historia, que también es “héroe” por haberle hecho volver a tiempo (el libro hizo más que ellos la verdad).
Eufrosina le dice a Memín que cuando se le pase la gripe irán con la Virgen, pero mientras, él debe volver a clases, sin excusas ni pretextos. El negrito regresa justo a la hora de la salida y al contarles lo sucedido a sus amigos, ellos no le creen nada, y menos al darles la “evidencia” de la firma de los bomberos, que según ellos, pudo habérsela dado cualquier otro adulto. Le hacen burla por ser tan mal mentiroso y toda la cosa, pero unos días (un cuadro) después, ya les confirmó Eufrosina que si pasó de verdad.
Memín casi choca con un policía para reunirse con ellos y contarles de las intenciones de Eufrosina para ir a la basílica, ofreciéndoles que los acompañen (ni siquiera nos dicen que día es, ni porque van a ir así de improviso). Ellos aceptan unirse al “peregrinaje” y así dan una larga caminada para llegar al centro de devoción del dichoso icono religioso. Sentados al lado de una joven pareja, la señora y los chicos se ponen a rezar, agradeciendo por sus bondades (hasta Ernestillo le sigue dando gracias por salvarlo de la pata de mula que ya se grabó como un suceso traumático pese a que duró un solo numero). Memín es el único que no reza, distraído, como de costumbre, poniendo más atención a la pareja, que reza con muchas ganas. Cuando se levantan, decide seguirlos hasta afuera y se presenta ante ellos. Eufrosina y sus amigos van a regañarlo por andar molestando, pero los señores no ven problema, conquistados al momento por su simpatía, como normalmente ocurre con cualquiera que conoce a Memín (cuando no cae sangrón). Ellos se presentan como Lydia y Mario antes los demás, y el negrito les expone el haber notado cuanto le rezaron, y admiten que así es. Eufrosina siente curiosidad y les pregunta el porque, a lo que ellos responde se debe a que la Virgen les ha concedido dos milagros. Y así como así, proponen contarles su historia y empiezan de inmediato. Dicen que son de Chihuahua (el nombre hace suponer a Memín que esa es la ciudad de los perros, sepa si es así o es el puro nombre) y en verdad comienzan por el principio, o sea, cuando eran novios antes de casarse. Estos hechos son poco interesantes y los cuentan con mucha prisa, lo que es conveniente pero de todos modos ocupan espacio valioso, cuando podrían simplemente ir al grano. Memín los interrumpe porque tiene hambre, y Eufrosina lo reprende. Sin embargo, Lydia acepta que ellos tampoco han comido y los invitan a todos a comer unas gorditas con una señora que vende ahí cercas. Mario menciona que esa comida les trae recuerdos y sigue narrando su aburrida historia. Puras tonterías típicas de los matrimonios jóvenes, rayando en lo cursi, que Memín no deja de señalar, y sus amigos acaban dándole la razón. Lydia pasa a la parte en que su felicidad estuvo en peligro, lo que Memín supone rápidamente a causa de la infidelidad que pudo cometer Mario, recibiendo sus merecidos coscorrones de parte de sus amigos, para que la mujer replique que fue por otra cosa. Un día, simplemente Lydia amanece malhumorada, y Mario se la pasa todo el tiempo en el trabajo pensando que le ocurrirá (¿no será que está en sus días?). Memín se manda pidiendo otra gordita en lo que pasan a Mario preguntándole a Lydia lo que le ocurre. Algo muy simple la inquieta: que tras un año de casados no han tenido un hijo. Eso la mortifica y lo toma como un castigo de Dios (vaya tonta, ¿no sabe interpretar una indirecta divina para que adopte? Tantos niños que necesitan un hogar y buenos padres para que se pongan sus moños empeñados en tener los propios). Mario concuerda con ella y que verán que hacer para solucionar ese problema. Memín interrumpe para pedir más gorditas el muy goloso. Volviendo a la historia, Lydia y Mario se someten a estudios, que concluyen que ella está imposibilitada para concebir, aunque el medico sugiere que existe un tratamiento, pero es costoso y no garantiza nada, mas están dispuestos a pagar lo que sea (¡puro tirar el dinero! Niños mueren de hambre y la gente gastando en tonterías para concebir).
Un día, Lydia sugiere a Mario que deberían ponerse al día con la fe e ir a la basílica para que la Virgen les ayude (menos mal que la molestan a ella antes que a Dios para pedir por tonterías como esta, sin ofender, pero una concepción es un milagro que se concede sin ser pedido, no hay que forzar ni desearlo tanto, porque así no tiene chiste). Mario acepta su tonta idea y aprovechan sus vacaciones para ir. Toda una experiencia el viajar hasta allá, supongo, para católicos de hueso colorado. Curiosamente, cuenta como rezaron ante la efigie de la Virgen para pedir lo que no necesita pedirse, y así se la pasan, hasta que un día a la salida, conocieron a una niñita llamada Estela, que vende gorditas afuera de la basílica y rápidamente simpatiza con ellos, en especial con Lydia al mencionar de improviso que le recuerda a su madre fallecida. Cuando vuelven a Chihuahua, ella sigue pensando en la niña y comenta a una amiga sobre la posibilidad de adoptarla, pero como ésta opina que no debería tomar a una pordiosera, de inmediato se enfría esa amistad. Le expone su idea a Mario, quien ya lo había considerado, y así regresan meses después, encontrando a Estela y proponiéndole que sea su hija, pero ella se muestra indecisa. Trata de poner excusas pero como la pareja le insiste, admite que tiene una tía llamada Ramona a la que tal vez no le parezca la idea. La animan a que las deje acompañarla a su casa para hablar con ella, pero apenas llegan, sale la mujer, maltratandola por andar dejando que la carguen. A Lydia le dan unos mareos de pronto y Mario le hace ver que es porque debe estar embarazada por fin. Los dos lo celebran ante el enojo de la mujer, y notan que Estela se mete a la casa, decepcionada porque cree que ya no la necesitan. Desde la ventana, Lydia le hace ver que desean adoptarla de todos modos, pero Ramona se rehúsa a permitirlo. Les cierra la puerta en las narices y cierra la ventana, impidiéndole a la niña salir y advertirle que de ahora en adelante ella la va a acompañar a la venta de las gorditas para que no se la lleven esos ricachones, revelando que es una floja que vive a expensas de la explotación de Estela. La pareja no se da por vencida, y después de confirmar con el medico que Lydia está embarazada, contratan a un detective para que vigile a Ramona y así vean como quitarle a la niña de su custodia. El detective les da los resultados, que indican que ella no es su verdadera tía y la explota sin siquiera tener una tutoría legal sobre la niña. Un día en que la mujer trata de levantar a Estela, vienen los policías, y sin que pueda detenerla, ella les abre la puerta y se la llevan detenida antes de que pueda darse a la fuga. Y ya, ese fue el doble milagro, que adoptaron a Estela y tuvieron a su hijo, al que llamaron Esteban pero no ponen ninguna imagen del chiquillo. Luego, Memín señala a la mujer que les anduvo sirviendo las gorditas, suponiendo que es Ramona que ya salió de la cárcel, preguntándole si no le da vergüenza. Mario aclara que ella no es y la señora admite que si había oído de esa bruja y lo que le hacia a la pobre Estela, que ahora es muy feliz y se los agradece a ellos. Después, les cobra lo consumido, siendo una suma algo elevada, y todo porque Memín se comió catorce gorditas en total, pero de todos modos pagan la cuenta.
Finalmente, Mario y Lydia se despiden, prometiendo traer a la próxima a sus hijos para presentárselos (lo que al parecer, nunca pasara, por suerte). Memín acaba sufriendo una fuerte indigestión y Eufrosina se lo lleva a la casa para darle un purgante. El negrito casi parece haber aprendido la lección, pero dudo mucho que siga el ejemplo de Ernestillo con la pata de mula y vuelva a empacharse a la primera oportunidad.
Una anécdota ajena del reparto regular que ciertamente no vino al caso, parece que nos querían contar alguna trama tipo La Rosa de Guadalupe, con un guión pésimo y carente de emociones. Y así, otra secuencia absurda del negrito termina, iniciando otra carente de sentido para la próxima. Así es como varían en esta revista, se van por alguna simpleza y a la siguiente es una mafufada. Brillante formula…
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