Memín y sus amigos intentan dar con un tesoro y en su lugar se topan con un fantasma que los lleva a un viaje alucinante hacia el pasado, volviendo al presente para realizar otra misión de amparo (ya cualquier cosa puede pasar en este pasquín)
Tras haberse recuperado de una indigestión, Memín se levanta de la cama para dar con el suelo y hallar bajo la cama unos pantalones que tenia rato sin ponerse. En ellos encuentra el papel con dibujos que anteriormente encontrara en la boca del cochino cuando lo buscaba en el drenaje, percatándose de que es el mapa de algún tesoro. Entusiasmado, decide ir por éste de una vez, pero Eufrosina no se traga el cuentode que va a la escuela a esas horas, y lo manda a la cama. Memín se duerme y su imaginación desvivida lo lleva a un sueño muy bobo en el que se ve como el capitán pirata de una barco, con sus amigos como su tripulación, quienes se ven obligados a respetarlo ya que es su sueño. Los hace remar hacia una isla dándoles ordenes con megáfono y todo, y no tardan en pisar tierra, hallando justo la “X” que marca donde deben cavar. Memín flojea sobre una hamaca mientras ellos cavan, pero todo lo que hallan es un cofre donde solo hay huesos humanos. Enojados por la explotación en vano, sus amigos se le amotinan y lo pasan por la plancha, cayendo al agua al mismo tiempo que Eufrosina lo despierta con un cubetazo. Memín reacciona rápidamente, acordándose de lo que tenia que hacer y ni pierde tiempo desayunando. En el camino, se da cuenta que no sabe leer un mapa y tropieza de frente con Carlangas. Tontamente, le presume el mapa que encontró dándose aires sin impresionarlo para nada, pero de todos modos se lo lleva de la mano para que lo ayude. Carlangas revisa el mapa en lo que se presentan Ricardo y Ernestillo, y los enteran prontamente de lo que pasa. Ernestillo aclara que no se trata de un mapa de tesoro pirata como Memín piensa, sino uno de una zona colonial, apuntando a la posibilidad de llevar a un tesoro antiguo de aquella época. Ante la indignación del negrito envidioso, todos se apuntan para apoderarse de éste y compartirlo, pero como no tienen dinero para pagar el pasaje en el camión, se tienen que colar por la parte trasera. Así llegan a su destino, aunque a Memín se le escapa agradecerle al conductor por el viaje, que luego los corretea por andar de polizontes. Después de la correteada y escuchar algunas tonterías de la boca de Memín, se introducen al vecindario donde se supone que encontraran ese tesoro, llegando a una antigua y deteriorada residencia, pero no encuentran ninguna “X” (eso se los paso en el sueño de un ignorante como Memín, pero ellos ya deberían saber que esa “X” no existe físicamente y es mero señalamiento). Haciendo berrinche, Memín pisotea las viejas tablas del suelo, y los cuatro caen por éstas. Pisotea de nuevo y todavía bajan a otro piso, y al amenazar con hacerlo otra vez, se le echan encima como en una clásica caricatura (con efectos de sonido y una nubecita de humo) y lo dejan amarrado y amordazado. Empiezan a explorar y Ricardo cae por un pasadizo secreto, angustiando a los otros por un momento, pero no tarda en volver para avisarles. Y así encuentran una puerta de madera podrida que abren utilizando la cabeza de Memín como ariete. Se ven dentro de un elegante salón adornado con el retrato en la pared de un vizconde de nombre larguísimo (lo siento, no voy a transcribirlo, pero Memín aprovecha para hacer chistes al respecto sobre el tiempo que tardaría en presentarse). En el retrato, les parece que la mano del vizconde señala hacia abajo donde tienen que cavar para hallar el tesoro y ya se andan emocionando, pensando en lo que harían con las riquezas. Carlangas piensa en pasear a Isabel por el mundo para que deje de trabajar (estos desasjustes de la continuidad, ¡desde cuando que la señora no trabaja!), Ernestillo en comprar una nueva carpintería (¿no acaban de renovarla otra vez?), y Memín en comprar una casa elegante y lavadora eléctrica para su madre. De Ricardo no se ve que ambicione, aunque es normal porque nada le falta, lo que no explica porque se entusiasmaría entonces con el hallazgo de un tesoro valioso, pero en fin. Lo que les sale es un cofre con doblones de oro, que Memín tomaba por monedas de chocolate, pero brinca de alegría en cuanto le explican su estimable valor. El sonido de unas cadenas que chocan los ponen sobreaviso y se vuelven para encontrarse con el fantasma del dichoso vizconde. Después de gritar aterrorizados, el fantasma responde con su propio grito espectral, y a Memín le llega su mal aliento, quejándose abiertamente. Echan a correr despavoridos, y Memín se enreda con una cortina. El fantasma arremete contra el negrito, y éste logra usar la cortina para burlarlo, emulando a un torero y todavía sus amigos lo vitorean, como si esto fuera en verdad una estúpida caricatura donde no se puede tomar nada en serio. Memín presume sangronamente y se distrae, recibiendo un tope del fantasma que lo deja mareado. El fantasma atrapa a Carlangas por las piernas, y como ellos intentan ayudarlo a zafarse, acaban siendo arrastrados con él. A Memín le da por apoderarse de algunas monedas y un portal luminoso se abre, y ahí los echa a los cuatro el fantasma. Memín empeora la tensión sangronatica entonando una cancioncita para despedirse del mundo, y luego los cuatro se hallan flotando en un vacío nebuloso, creyendo que han muerto y eso es el más allá.
De pronto, los cuatro caen duramente en el suelo en medio de una calle. Memín se emociona como si salieran de una atracción y Carlangas lo vuelve a la realidad de un golpazo en la cabeza. Ernestillo advierte que siguen vivos, pero que se encuentran en otra época, a juzgar por la arquitectura, los carruajes y el modo de vestir de la gente. Se introducen a un carruaje donde hayan una carta que confirma que están en 1633, y al poco rato, les sale de nuevo el vizconde, aunque en apariencia menos fantasmal. Éste va al grano, diciendo que necesita que le hagan un favor, pero ellos se ponen sus moños por haberlos traído ahí, en especial Memín. Acaban decidiendo que lo escucharan para que les diga como volver a su época y el vizconde empieza contándoles su historia sin importancia. Aunque es corta (y claro, Memín no pierde oportunidad de interrumpir con sus burlones comentarios), no vale la pena resumirla, basta con decir que el vizconde fue inculpado del robo de unas monedas, y lo condenaron a muerte. Hizo el mapa para alguien pudiera encontrar el cofre que contenía las monedas y así descansar en paz (pero la parte en que es un fantasma que puede viajar en el tiempo y el espacio no se explica nunca). Así que se supone que están en el día en que se realizó el robo para incriminarlo y ellos deben restaurar las monedas perdidas, indicando que Memín ya las ha tomado. Sus amigos lo regañan, culpándolo de haberlos metido en el lío, ya que tomó precisamente las cuarenta que se precisan para resolver el asunto (¿como tuvo tiempo de agarrar tantas cuando los jalaban para llevárselos?). El vizconde los guía al lugar al que deben ir solos, y de algún modo ahí dentro se hacen con ropas típicas para pasar desapercibidos. Unos guardias aparecen y fingen ser estatuas, recibiendo malas críticas en cuanto a la decoración del palacio. Después, encuentran el cofre y ya están por cumplir su misión cuando son descubiertos, y de inmediato los llevan ante el juez, quien no tarda en juzgarlos culpables, condenándolos a morir en la hoguera y hasta llamándolos herejes, termino que Memín no entiende (ni tampoco el argumentista, los ladrones no encajan con la descripción de lo que es un hereje). Y así, atados a unos postes, lamentan su suerte, sobretodo Memín que culpa de todo al cerdo que le regalo el indito al haberlos metido en ese lío por traer el mapa en el hocico. El verdugo enciende las llamas y entonces aparece el vizconde, arrojándoles el cofre, para que le echen las monedas. Memín todavía se pone remilgoso queriendo que se los pida con amabilidad, y luego de que lo regañan, Ricardo, por andar atado a su lado, logra meter las manos en su bolsillo y meterlas al cofre (¿de verdad tiene tiempo de tomar y arrojar tantas monedas en esa precaria situación sin que se le caigan?). Instantáneamente, son enviados de vuelta al presente, en el antiguo salón, y escuchan un desgarrador grito que parece indicar que ahora va a salir la llorona (y en la portada del siguiente número usaron precisamente la imagen de ese famoso espectro, una completa mentira ya que no concuerda con el contenido, pero así son la mayoria de las portadas de la nueva epoca).
Temerosos, deciden subir para ver quien está gritando, y Memín le saca, como siempre. Pisa un tablón podrido y lo reprenden, pero al oír como alguien trata de abrir la puerta, corren y caen encima del negrito. Lentamente, baja una figura, que se revela como una frágil anciana, a la que Memín sigue tomando por una aparición y dice algunas majaderías, pero le dan un coscorrón por su falta de respeto. La anciana ni se entera, suponiendo que cayeron por el agujero del techo, y los invita a que la sigan. Ahora, Memín piensa que es una bruja y se los quiere comer, pero lo obligan a que los acompañe. El negrito se asusta al ver al gato negro de la anciana, prueba suficiente de que es una bruja, según él. Ella sigue sin reparar en sus comentarios y se pone a contarles de las historias del tesoro que no existe. Memín está por contradecirla, pero Ricardo le da un codazo para que se calle. Cambia el tema a los gritos que oyeran y la anciana admite que, en efecto, ella los profirió, pero no puede evitar que la pena la desgarre. A ella le tocó ver al fantasma del vizconde, antepasado suyo, pero que al contárselo a su hijo y su nuera, ellos la tomaron por loca y la abandonaron, negándole tener contacto con la nieta. Memín lloriquea empática y exageradamente, pero calla ante la amenaza del puño de Carlangas. Ellos empiezan a explicar que han visto al fantasma y pueden darle el testimonio, pero la anciana siente que es tarde, porque en breve vendrán a legitimar la venta de la casa y a recluirla a ella en un hospital psiquiátrico (¿no querrá decir en un asilo de ancianos? al menos yo nunca he oido de gente así de anciana en un manicomio). Memín sugiere que hay un modo de convencerlos de que ella no está chocheando, y se juntan los cinco para secretearse y hacer su plan (¿para que? Si están solo ellos en la casa).
Rodolfo, el hijo de la anciana, y su esposa rezongona, llegan a la cita, y la anciana las recibe, invitándolos a acompañarla al sótano por los papeles. En el descenso, la mujer tropieza con uno de los escalones podridos y se ve que tiende a llamar al esposo “Rudolph” porque tiene más categoría (¿Qué tiene que ver este dialogo con la trama?). La mujer halla asiento para empolvarse la nariz y un Memín disfrazado de fantasma sale a sus espaldas, pero es noqueado cuando ella arregla su bolso y lo golpea sin darse cuenta. Sus amigos lo ayudan a reincorporarse para otro intento. La anciana toma los papeles, pero antes de firmarlos, exige sus lentes y vuelve a subir, dejándolos a merced del siguiente ataque “fantasmagórico”. Ahora los amigos han hecho pirámide para intimidar más, dejando a Ernestillo para que le haga al ventrilocuo, y haciéndose pasar por el fantasma del vizconde, asustan a la pareja, exigiendo que dejen vivir en paz a la anciana y la dejen ver a su nieta. Ellos acceden, tragándose la mala actuación, hasta que la mujer pisa un extremo de la sabana y la remueve accidentalmente, exponiendo la farsa. De todos modos, insisten en que si hay un fantasma, y a sus espaldas, aparece el vizconde, aterrando a los dos para demostrar que dicen la verdad y los hace correr. Ellos le dan las gracias y él dice que nomás les devolvía el favor y que finalmente puede descansar en paz, y así como así, desaparece, en un efecto que a Memín le parece chafa como de película mexicana (no achaquen las chafeces de esta revista a otros medios de entretenimiento). Quien sabe si es el mismo día u otro, pero el caso es que en la próxima pagina la anciana les anuncia a los chicos que van a llevársela a vivir con su familia, y ahí vuelven los dos, con la adorada nieta. Por cierto, que nunca dicen como se llama la anciana, ni oportunidad le dieron de presentarse, aunque para salir en un solo número y en trama improvisada, supongo que no hace falta. Se disculpan con ella por haberla tomado por loca y ya luego se despiden de Memín y sus amigos, dándoles las gracias (ya ni comentaron lo del fantasma real). El negrito sugiere que les den una recomensa monetaria, pero el coche arranca y refunfuña que se hicieron que no lo oyeron. Carlangas sugiere que vayan por las monedas del cofre, pero éste ha desaparecido. Ya han emprendido el camino de vuelta a casa, quejándose de la tacañería del fantasma, cuando Memín descubre que le queda una moneda en el bolsillo. Ernestillo se queja de que con eso los hizo volver caminando, pero el negrito excusa que la quería guardar de recuerdo. Divisan un grupo de gente reunida en torno a un espectáculo callejero y la curiosidad los atrae. Al ver que es sólo una función chafa de la maquinita de música con un mono arriba, se alejan, pero el simplón de Memín se queda embobado con el chango y le deja la moneda de oro. Como si hubiera sido un día cualquiera, se despiden, para olvidar deprisa su alocadísima aventura. Memín llega muy cansado a su casa, tanto que ni cenar quiere, y mucho menos comentar sobre los incidentes del día (de nuevo una notable diferencia con el estilo de la autora original que no habría dejado la oportunidad de hacer que Memín insistiera en contarle todo a su má linda para que ésta no le creyera ni una palabra y le diera tablazos por andarla choreando).
En sus sueños, repasa la aventura del día y hasta aparece ese chango, como un presagio funesto de su siguiente aventura (mal presentimiento).
Tras haberse recuperado de una indigestión, Memín se levanta de la cama para dar con el suelo y hallar bajo la cama unos pantalones que tenia rato sin ponerse. En ellos encuentra el papel con dibujos que anteriormente encontrara en la boca del cochino cuando lo buscaba en el drenaje, percatándose de que es el mapa de algún tesoro. Entusiasmado, decide ir por éste de una vez, pero Eufrosina no se traga el cuentode que va a la escuela a esas horas, y lo manda a la cama. Memín se duerme y su imaginación desvivida lo lleva a un sueño muy bobo en el que se ve como el capitán pirata de una barco, con sus amigos como su tripulación, quienes se ven obligados a respetarlo ya que es su sueño. Los hace remar hacia una isla dándoles ordenes con megáfono y todo, y no tardan en pisar tierra, hallando justo la “X” que marca donde deben cavar. Memín flojea sobre una hamaca mientras ellos cavan, pero todo lo que hallan es un cofre donde solo hay huesos humanos. Enojados por la explotación en vano, sus amigos se le amotinan y lo pasan por la plancha, cayendo al agua al mismo tiempo que Eufrosina lo despierta con un cubetazo. Memín reacciona rápidamente, acordándose de lo que tenia que hacer y ni pierde tiempo desayunando. En el camino, se da cuenta que no sabe leer un mapa y tropieza de frente con Carlangas. Tontamente, le presume el mapa que encontró dándose aires sin impresionarlo para nada, pero de todos modos se lo lleva de la mano para que lo ayude. Carlangas revisa el mapa en lo que se presentan Ricardo y Ernestillo, y los enteran prontamente de lo que pasa. Ernestillo aclara que no se trata de un mapa de tesoro pirata como Memín piensa, sino uno de una zona colonial, apuntando a la posibilidad de llevar a un tesoro antiguo de aquella época. Ante la indignación del negrito envidioso, todos se apuntan para apoderarse de éste y compartirlo, pero como no tienen dinero para pagar el pasaje en el camión, se tienen que colar por la parte trasera. Así llegan a su destino, aunque a Memín se le escapa agradecerle al conductor por el viaje, que luego los corretea por andar de polizontes. Después de la correteada y escuchar algunas tonterías de la boca de Memín, se introducen al vecindario donde se supone que encontraran ese tesoro, llegando a una antigua y deteriorada residencia, pero no encuentran ninguna “X” (eso se los paso en el sueño de un ignorante como Memín, pero ellos ya deberían saber que esa “X” no existe físicamente y es mero señalamiento). Haciendo berrinche, Memín pisotea las viejas tablas del suelo, y los cuatro caen por éstas. Pisotea de nuevo y todavía bajan a otro piso, y al amenazar con hacerlo otra vez, se le echan encima como en una clásica caricatura (con efectos de sonido y una nubecita de humo) y lo dejan amarrado y amordazado. Empiezan a explorar y Ricardo cae por un pasadizo secreto, angustiando a los otros por un momento, pero no tarda en volver para avisarles. Y así encuentran una puerta de madera podrida que abren utilizando la cabeza de Memín como ariete. Se ven dentro de un elegante salón adornado con el retrato en la pared de un vizconde de nombre larguísimo (lo siento, no voy a transcribirlo, pero Memín aprovecha para hacer chistes al respecto sobre el tiempo que tardaría en presentarse). En el retrato, les parece que la mano del vizconde señala hacia abajo donde tienen que cavar para hallar el tesoro y ya se andan emocionando, pensando en lo que harían con las riquezas. Carlangas piensa en pasear a Isabel por el mundo para que deje de trabajar (estos desasjustes de la continuidad, ¡desde cuando que la señora no trabaja!), Ernestillo en comprar una nueva carpintería (¿no acaban de renovarla otra vez?), y Memín en comprar una casa elegante y lavadora eléctrica para su madre. De Ricardo no se ve que ambicione, aunque es normal porque nada le falta, lo que no explica porque se entusiasmaría entonces con el hallazgo de un tesoro valioso, pero en fin. Lo que les sale es un cofre con doblones de oro, que Memín tomaba por monedas de chocolate, pero brinca de alegría en cuanto le explican su estimable valor. El sonido de unas cadenas que chocan los ponen sobreaviso y se vuelven para encontrarse con el fantasma del dichoso vizconde. Después de gritar aterrorizados, el fantasma responde con su propio grito espectral, y a Memín le llega su mal aliento, quejándose abiertamente. Echan a correr despavoridos, y Memín se enreda con una cortina. El fantasma arremete contra el negrito, y éste logra usar la cortina para burlarlo, emulando a un torero y todavía sus amigos lo vitorean, como si esto fuera en verdad una estúpida caricatura donde no se puede tomar nada en serio. Memín presume sangronamente y se distrae, recibiendo un tope del fantasma que lo deja mareado. El fantasma atrapa a Carlangas por las piernas, y como ellos intentan ayudarlo a zafarse, acaban siendo arrastrados con él. A Memín le da por apoderarse de algunas monedas y un portal luminoso se abre, y ahí los echa a los cuatro el fantasma. Memín empeora la tensión sangronatica entonando una cancioncita para despedirse del mundo, y luego los cuatro se hallan flotando en un vacío nebuloso, creyendo que han muerto y eso es el más allá.
De pronto, los cuatro caen duramente en el suelo en medio de una calle. Memín se emociona como si salieran de una atracción y Carlangas lo vuelve a la realidad de un golpazo en la cabeza. Ernestillo advierte que siguen vivos, pero que se encuentran en otra época, a juzgar por la arquitectura, los carruajes y el modo de vestir de la gente. Se introducen a un carruaje donde hayan una carta que confirma que están en 1633, y al poco rato, les sale de nuevo el vizconde, aunque en apariencia menos fantasmal. Éste va al grano, diciendo que necesita que le hagan un favor, pero ellos se ponen sus moños por haberlos traído ahí, en especial Memín. Acaban decidiendo que lo escucharan para que les diga como volver a su época y el vizconde empieza contándoles su historia sin importancia. Aunque es corta (y claro, Memín no pierde oportunidad de interrumpir con sus burlones comentarios), no vale la pena resumirla, basta con decir que el vizconde fue inculpado del robo de unas monedas, y lo condenaron a muerte. Hizo el mapa para alguien pudiera encontrar el cofre que contenía las monedas y así descansar en paz (pero la parte en que es un fantasma que puede viajar en el tiempo y el espacio no se explica nunca). Así que se supone que están en el día en que se realizó el robo para incriminarlo y ellos deben restaurar las monedas perdidas, indicando que Memín ya las ha tomado. Sus amigos lo regañan, culpándolo de haberlos metido en el lío, ya que tomó precisamente las cuarenta que se precisan para resolver el asunto (¿como tuvo tiempo de agarrar tantas cuando los jalaban para llevárselos?). El vizconde los guía al lugar al que deben ir solos, y de algún modo ahí dentro se hacen con ropas típicas para pasar desapercibidos. Unos guardias aparecen y fingen ser estatuas, recibiendo malas críticas en cuanto a la decoración del palacio. Después, encuentran el cofre y ya están por cumplir su misión cuando son descubiertos, y de inmediato los llevan ante el juez, quien no tarda en juzgarlos culpables, condenándolos a morir en la hoguera y hasta llamándolos herejes, termino que Memín no entiende (ni tampoco el argumentista, los ladrones no encajan con la descripción de lo que es un hereje). Y así, atados a unos postes, lamentan su suerte, sobretodo Memín que culpa de todo al cerdo que le regalo el indito al haberlos metido en ese lío por traer el mapa en el hocico. El verdugo enciende las llamas y entonces aparece el vizconde, arrojándoles el cofre, para que le echen las monedas. Memín todavía se pone remilgoso queriendo que se los pida con amabilidad, y luego de que lo regañan, Ricardo, por andar atado a su lado, logra meter las manos en su bolsillo y meterlas al cofre (¿de verdad tiene tiempo de tomar y arrojar tantas monedas en esa precaria situación sin que se le caigan?). Instantáneamente, son enviados de vuelta al presente, en el antiguo salón, y escuchan un desgarrador grito que parece indicar que ahora va a salir la llorona (y en la portada del siguiente número usaron precisamente la imagen de ese famoso espectro, una completa mentira ya que no concuerda con el contenido, pero así son la mayoria de las portadas de la nueva epoca).
Temerosos, deciden subir para ver quien está gritando, y Memín le saca, como siempre. Pisa un tablón podrido y lo reprenden, pero al oír como alguien trata de abrir la puerta, corren y caen encima del negrito. Lentamente, baja una figura, que se revela como una frágil anciana, a la que Memín sigue tomando por una aparición y dice algunas majaderías, pero le dan un coscorrón por su falta de respeto. La anciana ni se entera, suponiendo que cayeron por el agujero del techo, y los invita a que la sigan. Ahora, Memín piensa que es una bruja y se los quiere comer, pero lo obligan a que los acompañe. El negrito se asusta al ver al gato negro de la anciana, prueba suficiente de que es una bruja, según él. Ella sigue sin reparar en sus comentarios y se pone a contarles de las historias del tesoro que no existe. Memín está por contradecirla, pero Ricardo le da un codazo para que se calle. Cambia el tema a los gritos que oyeran y la anciana admite que, en efecto, ella los profirió, pero no puede evitar que la pena la desgarre. A ella le tocó ver al fantasma del vizconde, antepasado suyo, pero que al contárselo a su hijo y su nuera, ellos la tomaron por loca y la abandonaron, negándole tener contacto con la nieta. Memín lloriquea empática y exageradamente, pero calla ante la amenaza del puño de Carlangas. Ellos empiezan a explicar que han visto al fantasma y pueden darle el testimonio, pero la anciana siente que es tarde, porque en breve vendrán a legitimar la venta de la casa y a recluirla a ella en un hospital psiquiátrico (¿no querrá decir en un asilo de ancianos? al menos yo nunca he oido de gente así de anciana en un manicomio). Memín sugiere que hay un modo de convencerlos de que ella no está chocheando, y se juntan los cinco para secretearse y hacer su plan (¿para que? Si están solo ellos en la casa).
Rodolfo, el hijo de la anciana, y su esposa rezongona, llegan a la cita, y la anciana las recibe, invitándolos a acompañarla al sótano por los papeles. En el descenso, la mujer tropieza con uno de los escalones podridos y se ve que tiende a llamar al esposo “Rudolph” porque tiene más categoría (¿Qué tiene que ver este dialogo con la trama?). La mujer halla asiento para empolvarse la nariz y un Memín disfrazado de fantasma sale a sus espaldas, pero es noqueado cuando ella arregla su bolso y lo golpea sin darse cuenta. Sus amigos lo ayudan a reincorporarse para otro intento. La anciana toma los papeles, pero antes de firmarlos, exige sus lentes y vuelve a subir, dejándolos a merced del siguiente ataque “fantasmagórico”. Ahora los amigos han hecho pirámide para intimidar más, dejando a Ernestillo para que le haga al ventrilocuo, y haciéndose pasar por el fantasma del vizconde, asustan a la pareja, exigiendo que dejen vivir en paz a la anciana y la dejen ver a su nieta. Ellos acceden, tragándose la mala actuación, hasta que la mujer pisa un extremo de la sabana y la remueve accidentalmente, exponiendo la farsa. De todos modos, insisten en que si hay un fantasma, y a sus espaldas, aparece el vizconde, aterrando a los dos para demostrar que dicen la verdad y los hace correr. Ellos le dan las gracias y él dice que nomás les devolvía el favor y que finalmente puede descansar en paz, y así como así, desaparece, en un efecto que a Memín le parece chafa como de película mexicana (no achaquen las chafeces de esta revista a otros medios de entretenimiento). Quien sabe si es el mismo día u otro, pero el caso es que en la próxima pagina la anciana les anuncia a los chicos que van a llevársela a vivir con su familia, y ahí vuelven los dos, con la adorada nieta. Por cierto, que nunca dicen como se llama la anciana, ni oportunidad le dieron de presentarse, aunque para salir en un solo número y en trama improvisada, supongo que no hace falta. Se disculpan con ella por haberla tomado por loca y ya luego se despiden de Memín y sus amigos, dándoles las gracias (ya ni comentaron lo del fantasma real). El negrito sugiere que les den una recomensa monetaria, pero el coche arranca y refunfuña que se hicieron que no lo oyeron. Carlangas sugiere que vayan por las monedas del cofre, pero éste ha desaparecido. Ya han emprendido el camino de vuelta a casa, quejándose de la tacañería del fantasma, cuando Memín descubre que le queda una moneda en el bolsillo. Ernestillo se queja de que con eso los hizo volver caminando, pero el negrito excusa que la quería guardar de recuerdo. Divisan un grupo de gente reunida en torno a un espectáculo callejero y la curiosidad los atrae. Al ver que es sólo una función chafa de la maquinita de música con un mono arriba, se alejan, pero el simplón de Memín se queda embobado con el chango y le deja la moneda de oro. Como si hubiera sido un día cualquiera, se despiden, para olvidar deprisa su alocadísima aventura. Memín llega muy cansado a su casa, tanto que ni cenar quiere, y mucho menos comentar sobre los incidentes del día (de nuevo una notable diferencia con el estilo de la autora original que no habría dejado la oportunidad de hacer que Memín insistiera en contarle todo a su má linda para que ésta no le creyera ni una palabra y le diera tablazos por andarla choreando).
En sus sueños, repasa la aventura del día y hasta aparece ese chango, como un presagio funesto de su siguiente aventura (mal presentimiento).
No hay comentarios:
Publicar un comentario