Romero queda amnésico y acaba metiéndose en lo que no debe mientras su familia y amigos lo buscan desesperadamente. Otra trama muy mal hecha tipo telenovelezca.
Después de darles una lección de Geometría, Romero les encarga de tarea que dibujen ciertas figuras geométricas (¿Qué clase de tarea para niños de sexto de primaria es esa?), para luego despedirlos. En la casa del maestro, Patricia llama a su madre que parece estar fuera de la ciudad haciendo alguna visita social o vacacionando (¿se suponía que Doña Carmelita vivía con ellos?). Los cuatro amigos sólo piensan en comida conforme corren emocionados a sus casas (Ernestillo todavía recuerda el incidente de la pata de mula, ajum, al menos la misma continuidad de esta serie de absurdeces si es respetada). A Memín se le ha olvidado cual era la ultima figura (paralelepipedo) que debía dibujar y no se percata de ello hasta que entra a su casa. Le da un beso de saludo a Eufrosina y regresa para ir a preguntarle al maestro hasta su casa.
Mientras tanto, un par de malvivientes ven a Romero en su auto, y con gran alevosía se le meten por las puertas (¿tenia abiertas ambas?), y al intentar defenderse, lo golpean en la cabeza, dejándolo inconciente. Los desgraciados conducen y le quitan la cartera para abastecerse de licor. En casa, Patricia tiene al niño enfermo y le extraña que Antonio tarde tanto en llegar. Tocan a la puerta, pero se trata de Memín, y al contarle del retraso, él supone que es por la chatarra que tiene por auto. A ella le preocupa porque tiene una cita con el medico para ver que tiene el pequeño, por lo que Memín se ofrece a cuidarle la casa. Considerando que la ultima vez que lo dejaron solo le robaron al niño, ella se lo lleva, y asi no tiene reparo en dejar al negrito encargado. Memín se siente como en su casa, viendo la tele y corriendo al primer vendedor de enciclopedias que se para en la puerta.
De vuelta con los ebrios rateros, ellos ya se han alejado de la ciudad, y al ver que todavía tienen a su “benefactor” dentro, lo dejan tirado en una zona de bosques, justo cuando empieza a llover. Las gotas de agua despiertan a Romero, desorientado y angustiado por no poder recordar quien es y no trae más que un mugroso pañuelo en su bolsillo para identificarse.
Los otros ya han sido avisados por Memín y están considerando lo que pudo pasar con Patricia. Al dar explicaciones, el negrito acaba revelando que ni ha hecho la tarea, pero no tienen tiempo para eso. Ricardo llama a la policía para reportar la desaparición del profesor (¿no deberían haber pasado 24 horas? ¿Y porque tiene que ser el alumno el que llame y no la esposa del desaparecido?). Ernestillo sugiere que por mientras lo busquen por si mismos, dejando a Patricia esperando en la casa sin descuidar al bebe.
En el bosque, la lluvia se ha convertido en una tormenta con rayos y truenos, y Romero trata de alejarse los árboles. Súbita e improvisadamente, se presenta a una mujer llamada María que vive por ese rumbo, rezandole a la Virgen por su marido que tarda en llegar, que es justo lo mismo que hace Eufrosina, ya que Memín, como siempre, se le olvidó avisarle de la situación. Conforme inician la búsqueda de Romero, el negrito sugiere que puede ser que le diera “magnesia” y por eso no ha vuelto (una suposición muy acertada ¿pero a la primera? Antes podría pensar que lo secuestraron o lo mataron, al fin y al cabo están en el D. F.). Lo corrigen pero Ernestillo considera que de ser así no les será fácil hallarlo.
Con la tormenta encima, Romero divisa la cabaña donde vive María, pidiendo ayuda con sus últimas fuerzas. Ella se asusta, y trata de atrancar la puerta, pero las suplicas de Romero la mueven a ayudarlo. El maestro desmemoriado acaba por desplomarse, y ella lo mete adentro, dándole de comer y beber para que se recupere. Mientras, los canallas que responden a los nombres de “Roñoso” y “Lombriz”, andan en un bar, bebiendo a costa del dinero de Romero y miran la foto de su familia para burlarse como sólo los desvergonzados pueden (¿tienen que exagerar la maldad de estos ladrones sin clase?).
El tendero de la tienda a la que iba Romero con regularidad indica a sus amigos que no lo vio desde la última vez, justo cuando desapareció. La madre de Patricia es informada por su hija de lo ocurrido con su esposo y después de oírla lloriquear en el teléfono, decide tomar el primer avión para correr a su lado. Romero agradece a María por sus atenciones y pronto se familiarizan, hablando y bromeando como viejos amigos. Romualdo, el esposo, los sorprende juntos y su primera reacción es pensar lo peor. Le da un trancazo a Romero, negándose a creer la historia de que es un tipo sin memoria al que María está ayudando. Le recuerda que ella nunca lo ha traicionado ni cuestionado su autoridad, pero el tipo la ofende tanto al reprocharle por lo que ni pasó, que le exige que se largue de “su” casa (¿no es el marido el que mantiene el hogar?). Romualdo empieza a zarandearla, pero Romero, en el típico acto caballeroso, exige que la respete y le da un buen golpe, para luego echarlo fuera y cerrarle la puerta. El tipo decide no insistir, alegando que ya ni le interesa (¿y así María le andaba rogando a la Virgen por ese remedo de hombre? Pffft). Romero considera el irse, pero María no quiere que la deje sola porque si vuelva, la golpeará, como ya ha sucedido. El desmemoriado le sugiere que lo denuncie y se ofrece a servir de testigo, a lo que accede tras un breve titubeo. Ella le deja unas cobijas para que se acomode en el sofá, considerando mejor descansar y dejar eso para el día siguiente (no habrá ningún romance prohibido, de una vez se los advierto, haciendo esta trama aun más chafa).
Memín y sus amigos están cansados de tanto caminar y toman el metro para volver con Patricia. El negrito ve el lado amable, ya que si el maestro sigue sin aparecer, no tendrán clases. Eufrosina hace lo de costumbre: rezarle a la Virgen, ahora (enterada fuera de página) cambiándole a pedir porque Romero esté bien, y agregando que también cuide a su retoño. Como es devota-compulsiva esta mujer.
En casa de Romero, Patricia les informa a los chicos que no hay novedad. Tocan a la puerta y Memín supone que es el maestro, decepcionándose en voz alta al ver a Doña Carmelita. Ella no pierde tiempo en señalar su grosería y abraza emotivamente a su hija en un cuadro que no necesita palabras (pero como que consume mucho especio innecesario).
Los dos desgraciados siguen bebiendo y amenazan con correrlos del bar. Afuera, una patrulla ya ha identificado las placas del auto de Romero. Los policías salen para inquirir por los “dueños” del auto, y rápidamente se los señalan, apresurándose a llevarlos a la patrulla.
Ricardo está sugiriendo que busquen en otro lado, mientras Memín se divierte con la ironía de que el hijo de Romero no se entera de nada (¿y porque lo ponen llorando en una de las portadas?). Llama la policía para notificar a Patricia que han hallado el auto en Cuernavaca, pero sin su dueño, mas aun necesitan que vaya ella para reconocerlo. Los padres de Ricardo y Carlangas ofrecen llevarlos para seguir con la búsqueda. Memín elogia el nuevo auto del ingeniero Arozamena, que en sus pensamientos admira la inocencia del negrito por no pensar que encuentren muerto al maestro (que extraña secuencia de señalar lo bueno de la ignorancia de los menores).
María y Romero se preparan para ir a la delegación. Ella no deja de agradecerle por darle el animo que necesitaba, ya que ni los anuncios de la tele la animaban a hacerlo antes (que desperdicio de dinero hacen los de publicidad entonces, el valor le vale a la mayoría por más que traten de establecer lo contrario). Uno de los policías recupera en otro bar la foto de la familia de Romero. Mientras, él acompaña a María, preguntándose cual será su verdadera identidad. En la delegación, ella empieza a hacer la denuncia, cuando el poli se acerca para mostrarle la foto, pero Romero no puede reconocer ni a Patricia ni a su hijo. Los demás ya han llegado para entonces, divisando tanto al auto como al maestro. Patricia abraza a su marido, pero le extraña el sentirlo tan reacio a corresponderle. María le explica que tiene amnesia, y Memín se emociona, trayendo a sus amigos para que lo vean. Por más que intentan decirle una y otra vez que se llama Antonio Romero, él sigue sin recordar nada. Memín se pone vivo, ahogándolo con su palabrería en la cual, ciertamente, no hila bien los puntos que deberian devovlerle la memoria, más bien parece que trata de irritarlo (y a sus amigos, señalandolos por motes de poca gracia). Al final, Romero consigue reconocerlo y así a todos los demás. María le da las gracias por lo que hizo por ella, aunque claro que él ya ni le recuerda, pero le asegura que ella nunca lo olvidará. Memín sugiere que celebren comiendo tacos, y Romero acepta invitarlos a todos (el señor Arcaraz y el ingeniero Arozamena se volvieron a México). Como siempre, el negrito come más de lo debido, sin pena alguna en admitir que le enorgullece ser un gorrón sin remedio (otra vez). Romero comenta que le fascinaron los bosques por los que anduvo (¿no se supone que no puede recordar nada de lo que pasó cuando tenia amnesia?) y Patricia apoya su idea de organizar una excursión o algo así para su clase. Hasta entonces, se da cuenta de que no tiene dinero, ya que los malosos le quitaron todo, por lo que terminan lavando platos en el restaurante. Memín se queja, aunque sus amigos le recuerdan que fue su culpa por andar de comelón ya que les pudo haber alcanzado con lo que traía Patricia. Romero lo toma a la ligera, diciéndoles que al día siguiente les dará una gran sorpresa en la escuela (la que acaba de comentar con Patricia, así que no es sorpresa, pero ellos no pusieron tanta atención como los lectores). El dueño les dice que han limpiado suficiente, liberándolos del castigo. Romero los conduce hacia sus casas y en el camino, tratan de que les diga más de la dichosa sorpresa, pero les insiste en que sean pacientes.
Un incidente bastante aburrido que sucedió tan rápido, pero de ser más lento, habría sido peor. Y el transcurso sin descanso de esta revista sigue, como confirmará la próxima entrada, con lo de la excursión planificada muy precipitadamente justos después de que Romero fuera localizado acabando de recueperar la memoria (no hay quien para a un educador acomomedido, ¿o deberia decir a una mala elección de argumentos?)
Después de darles una lección de Geometría, Romero les encarga de tarea que dibujen ciertas figuras geométricas (¿Qué clase de tarea para niños de sexto de primaria es esa?), para luego despedirlos. En la casa del maestro, Patricia llama a su madre que parece estar fuera de la ciudad haciendo alguna visita social o vacacionando (¿se suponía que Doña Carmelita vivía con ellos?). Los cuatro amigos sólo piensan en comida conforme corren emocionados a sus casas (Ernestillo todavía recuerda el incidente de la pata de mula, ajum, al menos la misma continuidad de esta serie de absurdeces si es respetada). A Memín se le ha olvidado cual era la ultima figura (paralelepipedo) que debía dibujar y no se percata de ello hasta que entra a su casa. Le da un beso de saludo a Eufrosina y regresa para ir a preguntarle al maestro hasta su casa.
Mientras tanto, un par de malvivientes ven a Romero en su auto, y con gran alevosía se le meten por las puertas (¿tenia abiertas ambas?), y al intentar defenderse, lo golpean en la cabeza, dejándolo inconciente. Los desgraciados conducen y le quitan la cartera para abastecerse de licor. En casa, Patricia tiene al niño enfermo y le extraña que Antonio tarde tanto en llegar. Tocan a la puerta, pero se trata de Memín, y al contarle del retraso, él supone que es por la chatarra que tiene por auto. A ella le preocupa porque tiene una cita con el medico para ver que tiene el pequeño, por lo que Memín se ofrece a cuidarle la casa. Considerando que la ultima vez que lo dejaron solo le robaron al niño, ella se lo lleva, y asi no tiene reparo en dejar al negrito encargado. Memín se siente como en su casa, viendo la tele y corriendo al primer vendedor de enciclopedias que se para en la puerta.
De vuelta con los ebrios rateros, ellos ya se han alejado de la ciudad, y al ver que todavía tienen a su “benefactor” dentro, lo dejan tirado en una zona de bosques, justo cuando empieza a llover. Las gotas de agua despiertan a Romero, desorientado y angustiado por no poder recordar quien es y no trae más que un mugroso pañuelo en su bolsillo para identificarse.
Los otros ya han sido avisados por Memín y están considerando lo que pudo pasar con Patricia. Al dar explicaciones, el negrito acaba revelando que ni ha hecho la tarea, pero no tienen tiempo para eso. Ricardo llama a la policía para reportar la desaparición del profesor (¿no deberían haber pasado 24 horas? ¿Y porque tiene que ser el alumno el que llame y no la esposa del desaparecido?). Ernestillo sugiere que por mientras lo busquen por si mismos, dejando a Patricia esperando en la casa sin descuidar al bebe.
En el bosque, la lluvia se ha convertido en una tormenta con rayos y truenos, y Romero trata de alejarse los árboles. Súbita e improvisadamente, se presenta a una mujer llamada María que vive por ese rumbo, rezandole a la Virgen por su marido que tarda en llegar, que es justo lo mismo que hace Eufrosina, ya que Memín, como siempre, se le olvidó avisarle de la situación. Conforme inician la búsqueda de Romero, el negrito sugiere que puede ser que le diera “magnesia” y por eso no ha vuelto (una suposición muy acertada ¿pero a la primera? Antes podría pensar que lo secuestraron o lo mataron, al fin y al cabo están en el D. F.). Lo corrigen pero Ernestillo considera que de ser así no les será fácil hallarlo.
Con la tormenta encima, Romero divisa la cabaña donde vive María, pidiendo ayuda con sus últimas fuerzas. Ella se asusta, y trata de atrancar la puerta, pero las suplicas de Romero la mueven a ayudarlo. El maestro desmemoriado acaba por desplomarse, y ella lo mete adentro, dándole de comer y beber para que se recupere. Mientras, los canallas que responden a los nombres de “Roñoso” y “Lombriz”, andan en un bar, bebiendo a costa del dinero de Romero y miran la foto de su familia para burlarse como sólo los desvergonzados pueden (¿tienen que exagerar la maldad de estos ladrones sin clase?).
El tendero de la tienda a la que iba Romero con regularidad indica a sus amigos que no lo vio desde la última vez, justo cuando desapareció. La madre de Patricia es informada por su hija de lo ocurrido con su esposo y después de oírla lloriquear en el teléfono, decide tomar el primer avión para correr a su lado. Romero agradece a María por sus atenciones y pronto se familiarizan, hablando y bromeando como viejos amigos. Romualdo, el esposo, los sorprende juntos y su primera reacción es pensar lo peor. Le da un trancazo a Romero, negándose a creer la historia de que es un tipo sin memoria al que María está ayudando. Le recuerda que ella nunca lo ha traicionado ni cuestionado su autoridad, pero el tipo la ofende tanto al reprocharle por lo que ni pasó, que le exige que se largue de “su” casa (¿no es el marido el que mantiene el hogar?). Romualdo empieza a zarandearla, pero Romero, en el típico acto caballeroso, exige que la respete y le da un buen golpe, para luego echarlo fuera y cerrarle la puerta. El tipo decide no insistir, alegando que ya ni le interesa (¿y así María le andaba rogando a la Virgen por ese remedo de hombre? Pffft). Romero considera el irse, pero María no quiere que la deje sola porque si vuelva, la golpeará, como ya ha sucedido. El desmemoriado le sugiere que lo denuncie y se ofrece a servir de testigo, a lo que accede tras un breve titubeo. Ella le deja unas cobijas para que se acomode en el sofá, considerando mejor descansar y dejar eso para el día siguiente (no habrá ningún romance prohibido, de una vez se los advierto, haciendo esta trama aun más chafa).
Memín y sus amigos están cansados de tanto caminar y toman el metro para volver con Patricia. El negrito ve el lado amable, ya que si el maestro sigue sin aparecer, no tendrán clases. Eufrosina hace lo de costumbre: rezarle a la Virgen, ahora (enterada fuera de página) cambiándole a pedir porque Romero esté bien, y agregando que también cuide a su retoño. Como es devota-compulsiva esta mujer.
En casa de Romero, Patricia les informa a los chicos que no hay novedad. Tocan a la puerta y Memín supone que es el maestro, decepcionándose en voz alta al ver a Doña Carmelita. Ella no pierde tiempo en señalar su grosería y abraza emotivamente a su hija en un cuadro que no necesita palabras (pero como que consume mucho especio innecesario).
Los dos desgraciados siguen bebiendo y amenazan con correrlos del bar. Afuera, una patrulla ya ha identificado las placas del auto de Romero. Los policías salen para inquirir por los “dueños” del auto, y rápidamente se los señalan, apresurándose a llevarlos a la patrulla.
Ricardo está sugiriendo que busquen en otro lado, mientras Memín se divierte con la ironía de que el hijo de Romero no se entera de nada (¿y porque lo ponen llorando en una de las portadas?). Llama la policía para notificar a Patricia que han hallado el auto en Cuernavaca, pero sin su dueño, mas aun necesitan que vaya ella para reconocerlo. Los padres de Ricardo y Carlangas ofrecen llevarlos para seguir con la búsqueda. Memín elogia el nuevo auto del ingeniero Arozamena, que en sus pensamientos admira la inocencia del negrito por no pensar que encuentren muerto al maestro (que extraña secuencia de señalar lo bueno de la ignorancia de los menores).
María y Romero se preparan para ir a la delegación. Ella no deja de agradecerle por darle el animo que necesitaba, ya que ni los anuncios de la tele la animaban a hacerlo antes (que desperdicio de dinero hacen los de publicidad entonces, el valor le vale a la mayoría por más que traten de establecer lo contrario). Uno de los policías recupera en otro bar la foto de la familia de Romero. Mientras, él acompaña a María, preguntándose cual será su verdadera identidad. En la delegación, ella empieza a hacer la denuncia, cuando el poli se acerca para mostrarle la foto, pero Romero no puede reconocer ni a Patricia ni a su hijo. Los demás ya han llegado para entonces, divisando tanto al auto como al maestro. Patricia abraza a su marido, pero le extraña el sentirlo tan reacio a corresponderle. María le explica que tiene amnesia, y Memín se emociona, trayendo a sus amigos para que lo vean. Por más que intentan decirle una y otra vez que se llama Antonio Romero, él sigue sin recordar nada. Memín se pone vivo, ahogándolo con su palabrería en la cual, ciertamente, no hila bien los puntos que deberian devovlerle la memoria, más bien parece que trata de irritarlo (y a sus amigos, señalandolos por motes de poca gracia). Al final, Romero consigue reconocerlo y así a todos los demás. María le da las gracias por lo que hizo por ella, aunque claro que él ya ni le recuerda, pero le asegura que ella nunca lo olvidará. Memín sugiere que celebren comiendo tacos, y Romero acepta invitarlos a todos (el señor Arcaraz y el ingeniero Arozamena se volvieron a México). Como siempre, el negrito come más de lo debido, sin pena alguna en admitir que le enorgullece ser un gorrón sin remedio (otra vez). Romero comenta que le fascinaron los bosques por los que anduvo (¿no se supone que no puede recordar nada de lo que pasó cuando tenia amnesia?) y Patricia apoya su idea de organizar una excursión o algo así para su clase. Hasta entonces, se da cuenta de que no tiene dinero, ya que los malosos le quitaron todo, por lo que terminan lavando platos en el restaurante. Memín se queja, aunque sus amigos le recuerdan que fue su culpa por andar de comelón ya que les pudo haber alcanzado con lo que traía Patricia. Romero lo toma a la ligera, diciéndoles que al día siguiente les dará una gran sorpresa en la escuela (la que acaba de comentar con Patricia, así que no es sorpresa, pero ellos no pusieron tanta atención como los lectores). El dueño les dice que han limpiado suficiente, liberándolos del castigo. Romero los conduce hacia sus casas y en el camino, tratan de que les diga más de la dichosa sorpresa, pero les insiste en que sean pacientes.
Un incidente bastante aburrido que sucedió tan rápido, pero de ser más lento, habría sido peor. Y el transcurso sin descanso de esta revista sigue, como confirmará la próxima entrada, con lo de la excursión planificada muy precipitadamente justos después de que Romero fuera localizado acabando de recueperar la memoria (no hay quien para a un educador acomomedido, ¿o deberia decir a una mala elección de argumentos?)
Recuerdo que lei en X parte que el 372 era el último, y cuando la edición adelantada (yo coleccionaba la de homenaje) llego a ese número, lo compre para ver en qué acababa memin (queria autospoilearme) y vaya sorpresa por el cambio de dibujante y que acabo en continuara. Y que decepción fue cuando la edición homenaje por fin lo alcanzó.
ResponderEliminarMuchos han caído en ese engaño, pero tal parece que dicha edición refiere la versión original (la de Alma de niño) porque ni en la versión sepia es correcto el dato.
EliminarEsta historia merecia mas dramatismo. Pero no colocarle al profesor Romero otro Romance, si no ya se hubiera parecido al arco de la tìa Canuta.
ResponderEliminarOpino igual que tú.
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