Memín se encuentra de casualidad un billete de lotería que sale premiado, y luego anda imaginando lo que haría con ese dinero, ignorando que no le pertenece. Sus amigos lo animan a hacer lo correcto al final.
En la última pagina del #354, Memín va con una tamalera, haciendo su pedido, en el que se muestra muy quisquilloso al cuestionar la calidad de su mercancía. Ella envuelve los tamales en periódico y ninguno se fija que se le quedó un cachito de lotería que ella compró. De camino a casa, Memín lo descubre, pensando en que lo habrá metido por error, cuando se detiene en la puerta del vecino, que anda pegando de gritos porque se sacó la lotería. Eufrosina lo agarra de la oreja para que vaya a cenar y deje de estar de mitotero. Antes de dormir, lo guarda debajo de la cama y en cuanto se acuesta (nótese que antes él y Eufrosina solían dormir en la misma cama y ahora están en camas separadas, supongo que ya le tocaba madurar al negrito), entramos a la peor parte de la secuencia.
La imaginación de Memín lo impulsa a tener un alucinado sueño sobre como seria si se sacara la lotería, exagerándolo todo, desde el punto en que se convierte en celebridad por ese simple hecho (hasta carteles pegan para anunciarlo). Va a recoger el dinero y el encargado se lo señala en un camión lleno de billetes, que disque viajara con él a todos lados. Memín se echa un clavado en el mar de billetes e invita a Eufrosina a subirse. Dirige el camión hacia donde están sus amigos, recibiendo la admiración de quienes lo ven pasar, quienes hasta lo encuentran atractivo (por dinero baila el perro). Memín se pone a regalar billetes, dejándolos caer por el camión, y luego hace una parada para comprarle un vestido de princesa a Eufrosina (modelo Blancanieves, que la hace lucir más ridícula que nada, pero es un sueño y se atiene a los deseos de su retoño despilfarrador). Después, sin razón alguna, Memín decide que viajen a Egipto, a bordo de un avión que se apareció de la nada. ¿Por qué a Egipto? No es un lugar turístico, más bien cultural y adecuado para los interesados en historia antigua. Un ignorante como Memín no tiene nada que hacer ahí, pero en su sueño, supongo que todo da igual. Mágicamente, hay una pista de aterrizaje en medio del desierto y por ahí desciende el avión. Luego, salen los camellos para transportarlos y Memín ayuda a Eufrosina a treparse a uno. Pronto llegan a donde están las pirámides y la Esfinge (el narrador se encarga de nombrarlas, olvidando que esto es un sueño muy subido y no una clase de historia, o sea, están perdiendo el control de la trama, aun para ser imaginaria dentro de la imaginación misma). Memín conoce a la Esfinge, conocida como la “Mentirosa” porque cree que “está fingiendo”, y sus amigos lo agarran a coscorrones por ignorante, ocasionando su despertar, y hasta acaba cayéndose de la cama.
A la mañana siguiente, se le ocurre revisar el número en el periódico por si acaso se sacó algo, y se dirige al expendio de lotería. Encuentra el número con el premio mayor y entre gritos y brincos de emoción, corre hacia la escuela. Les cuenta a sus amigos de su buena suerte, pero ellos no le creen, y prefiere dejarlos así. Va con el maestro, para presumirle que ya no necesita estudiar y comprara la escuela (¿con que objeto? No lo dice, tal vez porque si). Se despide de Romero para cobrar su dinero, sin darle tiempo de replicar (no importa, sin los guiones de Doña Yolanda, no podemos esperar de nuevo al Romero que les daba sermones a sus alumnos, ahora sólo es un maestro atolondrado). Fanfarronea con que hará cambio de alumnos y se marcha. Romero apremia a sus amigos a seguirlo, creyendo que algo pudiera pasarle, suponiendo que perdió el juicio. El negrito vuelve con el dependiente, pero sus amigos tratan de detenerlo, hasta que el tipo revela que en verdad se sacó la lotería y no son alucines suyos. Ellos saben que Memín no tiene el hábito de comprar billetes de lotería, exigiendo saber donde lo consiguió, y el encargado dice recordar justamente ese, que le dio como pago a la tamalera. Memín insiste en que el billete le pertenece, ya que ella no se fijó, y sus amigos tienen que darle rodeos para explicarle que le corresponde a la señora, y si él lo cobra para su beneficio, será dinero mal habido. Al negrito no le queda más que darles la razón, pero luego le recuerdan que tienen clases que atender. Se queja de que no le dejen un día libre para consolarse, pero al final acaba pasando el día en el salón, como siempre. A la salida, sus amigos lo siguen, ya que dudan que pueda cumplir su palabra, pero Memín si lo hace, yendo directo con la tamalera, que admite que el cachito era suyo y que aquel señor siempre le paga con eso, lamentando nunca sacarse nada. En cuanto le dice que esta vez si le pegó al gordo, salen sus amigos, confirmándolo, y la señora se desmaya de la impresión. Fuera de pagina, ella cobra el dinero y le da una recompensa de mil pesos a Memín (curiosamente, Ricardo opina que la señora al final fue algo tacaña porque pudo darle más). El negrito está feliz aunque no le gustó que también lo “premiara” con un beso y sus amigos le recuerdan que le prometió tamales gratis de por vida (¿Qué? ¿Va a seguir trabajando en eso en vez de invertir en algo que deje más feria?). Memín anda sugiriendo gastarse el dinero invitándoles a consumir más helado del que deberían, cuando está en peligro de ser arrollado por un autobus.
Lo que pasa después, en las dos ultimas paginas del #355, pertenece a la siguiente secuencia (una tendencia de esta nueva etapa es que aman tener al lector en suspenso).
En la última pagina del #354, Memín va con una tamalera, haciendo su pedido, en el que se muestra muy quisquilloso al cuestionar la calidad de su mercancía. Ella envuelve los tamales en periódico y ninguno se fija que se le quedó un cachito de lotería que ella compró. De camino a casa, Memín lo descubre, pensando en que lo habrá metido por error, cuando se detiene en la puerta del vecino, que anda pegando de gritos porque se sacó la lotería. Eufrosina lo agarra de la oreja para que vaya a cenar y deje de estar de mitotero. Antes de dormir, lo guarda debajo de la cama y en cuanto se acuesta (nótese que antes él y Eufrosina solían dormir en la misma cama y ahora están en camas separadas, supongo que ya le tocaba madurar al negrito), entramos a la peor parte de la secuencia.
La imaginación de Memín lo impulsa a tener un alucinado sueño sobre como seria si se sacara la lotería, exagerándolo todo, desde el punto en que se convierte en celebridad por ese simple hecho (hasta carteles pegan para anunciarlo). Va a recoger el dinero y el encargado se lo señala en un camión lleno de billetes, que disque viajara con él a todos lados. Memín se echa un clavado en el mar de billetes e invita a Eufrosina a subirse. Dirige el camión hacia donde están sus amigos, recibiendo la admiración de quienes lo ven pasar, quienes hasta lo encuentran atractivo (por dinero baila el perro). Memín se pone a regalar billetes, dejándolos caer por el camión, y luego hace una parada para comprarle un vestido de princesa a Eufrosina (modelo Blancanieves, que la hace lucir más ridícula que nada, pero es un sueño y se atiene a los deseos de su retoño despilfarrador). Después, sin razón alguna, Memín decide que viajen a Egipto, a bordo de un avión que se apareció de la nada. ¿Por qué a Egipto? No es un lugar turístico, más bien cultural y adecuado para los interesados en historia antigua. Un ignorante como Memín no tiene nada que hacer ahí, pero en su sueño, supongo que todo da igual. Mágicamente, hay una pista de aterrizaje en medio del desierto y por ahí desciende el avión. Luego, salen los camellos para transportarlos y Memín ayuda a Eufrosina a treparse a uno. Pronto llegan a donde están las pirámides y la Esfinge (el narrador se encarga de nombrarlas, olvidando que esto es un sueño muy subido y no una clase de historia, o sea, están perdiendo el control de la trama, aun para ser imaginaria dentro de la imaginación misma). Memín conoce a la Esfinge, conocida como la “Mentirosa” porque cree que “está fingiendo”, y sus amigos lo agarran a coscorrones por ignorante, ocasionando su despertar, y hasta acaba cayéndose de la cama.
A la mañana siguiente, se le ocurre revisar el número en el periódico por si acaso se sacó algo, y se dirige al expendio de lotería. Encuentra el número con el premio mayor y entre gritos y brincos de emoción, corre hacia la escuela. Les cuenta a sus amigos de su buena suerte, pero ellos no le creen, y prefiere dejarlos así. Va con el maestro, para presumirle que ya no necesita estudiar y comprara la escuela (¿con que objeto? No lo dice, tal vez porque si). Se despide de Romero para cobrar su dinero, sin darle tiempo de replicar (no importa, sin los guiones de Doña Yolanda, no podemos esperar de nuevo al Romero que les daba sermones a sus alumnos, ahora sólo es un maestro atolondrado). Fanfarronea con que hará cambio de alumnos y se marcha. Romero apremia a sus amigos a seguirlo, creyendo que algo pudiera pasarle, suponiendo que perdió el juicio. El negrito vuelve con el dependiente, pero sus amigos tratan de detenerlo, hasta que el tipo revela que en verdad se sacó la lotería y no son alucines suyos. Ellos saben que Memín no tiene el hábito de comprar billetes de lotería, exigiendo saber donde lo consiguió, y el encargado dice recordar justamente ese, que le dio como pago a la tamalera. Memín insiste en que el billete le pertenece, ya que ella no se fijó, y sus amigos tienen que darle rodeos para explicarle que le corresponde a la señora, y si él lo cobra para su beneficio, será dinero mal habido. Al negrito no le queda más que darles la razón, pero luego le recuerdan que tienen clases que atender. Se queja de que no le dejen un día libre para consolarse, pero al final acaba pasando el día en el salón, como siempre. A la salida, sus amigos lo siguen, ya que dudan que pueda cumplir su palabra, pero Memín si lo hace, yendo directo con la tamalera, que admite que el cachito era suyo y que aquel señor siempre le paga con eso, lamentando nunca sacarse nada. En cuanto le dice que esta vez si le pegó al gordo, salen sus amigos, confirmándolo, y la señora se desmaya de la impresión. Fuera de pagina, ella cobra el dinero y le da una recompensa de mil pesos a Memín (curiosamente, Ricardo opina que la señora al final fue algo tacaña porque pudo darle más). El negrito está feliz aunque no le gustó que también lo “premiara” con un beso y sus amigos le recuerdan que le prometió tamales gratis de por vida (¿Qué? ¿Va a seguir trabajando en eso en vez de invertir en algo que deje más feria?). Memín anda sugiriendo gastarse el dinero invitándoles a consumir más helado del que deberían, cuando está en peligro de ser arrollado por un autobus.
Lo que pasa después, en las dos ultimas paginas del #355, pertenece a la siguiente secuencia (una tendencia de esta nueva etapa es que aman tener al lector en suspenso).
No hay comentarios:
Publicar un comentario