lunes, 25 de enero de 2010

Memín Pinguín #354-355

Memín se encuentra de casualidad un billete de lotería que sale premiado, y luego anda imaginando lo que haría con ese dinero, ignorando que no le pertenece. Sus amigos lo animan a hacer lo correcto al final.

En la última pagina del #354, Memín va con una tamalera, haciendo su pedido, en el que se muestra muy quisquilloso al cuestionar la calidad de su mercancía. Ella envuelve los tamales en periódico y ninguno se fija que se le quedó un cachito de lotería que ella compró. De camino a casa, Memín lo descubre, pensando en que lo habrá metido por error, cuando se detiene en la puerta del vecino, que anda pegando de gritos porque se sacó la lotería. Eufrosina lo agarra de la oreja para que vaya a cenar y deje de estar de mitotero. Antes de dormir, lo guarda debajo de la cama y en cuanto se acuesta (nótese que antes él y Eufrosina solían dormir en la misma cama y ahora están en camas separadas, supongo que ya le tocaba madurar al negrito), entramos a la peor parte de la secuencia.
La imaginación de Memín lo impulsa a tener un alucinado sueño sobre como seria si se sacara la lotería, exagerándolo todo, desde el punto en que se convierte en celebridad por ese simple hecho (hasta carteles pegan para anunciarlo). Va a recoger el dinero y el encargado se lo señala en un camión lleno de billetes, que disque viajara con él a todos lados. Memín se echa un clavado en el mar de billetes e invita a Eufrosina a subirse. Dirige el camión hacia donde están sus amigos, recibiendo la admiración de quienes lo ven pasar, quienes hasta lo encuentran atractivo (por dinero baila el perro). Memín se pone a regalar billetes, dejándolos caer por el camión, y luego hace una parada para comprarle un vestido de princesa a Eufrosina (modelo Blancanieves, que la hace lucir más ridícula que nada, pero es un sueño y se atiene a los deseos de su retoño despilfarrador). Después, sin razón alguna, Memín decide que viajen a Egipto, a bordo de un avión que se apareció de la nada. ¿Por qué a Egipto? No es un lugar turístico, más bien cultural y adecuado para los interesados en historia antigua. Un ignorante como Memín no tiene nada que hacer ahí, pero en su sueño, supongo que todo da igual. Mágicamente, hay una pista de aterrizaje en medio del desierto y por ahí desciende el avión. Luego, salen los camellos para transportarlos y Memín ayuda a Eufrosina a treparse a uno. Pronto llegan a donde están las pirámides y la Esfinge (el narrador se encarga de nombrarlas, olvidando que esto es un sueño muy subido y no una clase de historia, o sea, están perdiendo el control de la trama, aun para ser imaginaria dentro de la imaginación misma). Memín conoce a la Esfinge, conocida como la “Mentirosa” porque cree que “está fingiendo”, y sus amigos lo agarran a coscorrones por ignorante, ocasionando su despertar, y hasta acaba cayéndose de la cama.
A la mañana siguiente, se le ocurre revisar el número en el periódico por si acaso se sacó algo, y se dirige al expendio de lotería. Encuentra el número con el premio mayor y entre gritos y brincos de emoción, corre hacia la escuela. Les cuenta a sus amigos de su buena suerte, pero ellos no le creen, y prefiere dejarlos así. Va con el maestro, para presumirle que ya no necesita estudiar y comprara la escuela (¿con que objeto? No lo dice, tal vez porque si). Se despide de Romero para cobrar su dinero, sin darle tiempo de replicar (no importa, sin los guiones de Doña Yolanda, no podemos esperar de nuevo al Romero que les daba sermones a sus alumnos, ahora sólo es un maestro atolondrado). Fanfarronea con que hará cambio de alumnos y se marcha. Romero apremia a sus amigos a seguirlo, creyendo que algo pudiera pasarle, suponiendo que perdió el juicio. El negrito vuelve con el dependiente, pero sus amigos tratan de detenerlo, hasta que el tipo revela que en verdad se sacó la lotería y no son alucines suyos. Ellos saben que Memín no tiene el hábito de comprar billetes de lotería, exigiendo saber donde lo consiguió, y el encargado dice recordar justamente ese, que le dio como pago a la tamalera. Memín insiste en que el billete le pertenece, ya que ella no se fijó, y sus amigos tienen que darle rodeos para explicarle que le corresponde a la señora, y si él lo cobra para su beneficio, será dinero mal habido. Al negrito no le queda más que darles la razón, pero luego le recuerdan que tienen clases que atender. Se queja de que no le dejen un día libre para consolarse, pero al final acaba pasando el día en el salón, como siempre. A la salida, sus amigos lo siguen, ya que dudan que pueda cumplir su palabra, pero Memín si lo hace, yendo directo con la tamalera, que admite que el cachito era suyo y que aquel señor siempre le paga con eso, lamentando nunca sacarse nada. En cuanto le dice que esta vez si le pegó al gordo, salen sus amigos, confirmándolo, y la señora se desmaya de la impresión. Fuera de pagina, ella cobra el dinero y le da una recompensa de mil pesos a Memín (curiosamente, Ricardo opina que la señora al final fue algo tacaña porque pudo darle más). El negrito está feliz aunque no le gustó que también lo “premiara” con un beso y sus amigos le recuerdan que le prometió tamales gratis de por vida (¿Qué? ¿Va a seguir trabajando en eso en vez de invertir en algo que deje más feria?). Memín anda sugiriendo gastarse el dinero invitándoles a consumir más helado del que deberían, cuando está en peligro de ser arrollado por un autobus.

Lo que pasa después, en las dos ultimas paginas del #355, pertenece a la siguiente secuencia (una tendencia de esta nueva etapa es que aman tener al lector en suspenso).

lunes, 18 de enero de 2010

Memín Pinguín #352-354

Memín y sus amigos quedan prendados de una chica que conocen en la playa, y luego no dejan de competir en la forma más infantil e inmadura para ver quien se queda con ella.

Mientras los Arcaraz se van con la policía, los cuatro amigos se quedan solos, aprovechando para comprarse trajes de baño y vacilar en la playa. Memín presume especialmente el suyo, un modelo estampado, creyendo que se ve divino pero sólo resalta su facha ridícula. Sus amigos miran algo que los deja impresionados y él piensa que se debe a su “porte”, ofreciendo darles tips pero lo apartan a un lado. El negrito dirige su vista a lo que miran ellos, que resulta ser una linda chica rubia que canta mientras construye un castillo de arena. Carlangas toma la iniciativa y se aparta de los otros, ofreciéndose a ayudarla. Ernestillo y Ricardo siguen su ejemplo, exagerando la caballerosidad en su presencian (y la chica ni les dice su nombre). Carlangas trata de correrlos, pero no tarda en unírseles Memín. A poca distancia, los observa el hermano de la chica, molesto por… ¿Por qué? Quien sabe, pero la presencia de los cuatro lo irritó sin razón, y les lanza una pelota playera para que se esfumen, dándole a Memín justo en la cabeza. Carlangas se le pone al brinco, pero la chica lo detiene, alegando que él es su "novio" y se lo lleva. Hasta este momento, el narrador nos dice que se llaman Diana y Bruno, aunque en el caso de la chica, parece que el negrito y sus amigos lo saben, pese a que ella no parece haberles dicho nada.
Después, pasan a fanfarronear los cuatro sobre como cada quien piensa ser el novio ideal de Diana (cuando le toca a Memín, se carcajean de él por creerse tanto), hasta que Ricardo les recuerda que acaban de ver al novio, así que ni caso tiene discutir.
Diana y su hermano vuelven con sus padres, y ella comenta que sólo con esa excusa podía deshacerse de los cuatro fastidiosos. Memín se desquita con la pelota de Bruno, enviándola al mar, y éste se mete al agua para recuperarla. El viento provocado por el susodicho huracán anunciado el numero pasado le impide regresar a la orilla, y el chico grita por auxilio. Los cuatro amigos creen que finge, pero al poco rato, sólo Memín sigue pensando en eso. Como ven que el salvavidas no está en su lugar, Carlangas decide lanzarse a salvarlo. Memín se queda haciendo castillos de arena, necio en que todo es una actuación de Bruno y ya lo anda hasta nominando a diferentes premios. Diana y sus padres dieron con el salvavidas que estaba comiendo en una nevería (aun en las nuevas tramas, las nevarías siguen siendo populares ¿pero no se supone que los salvavidas no abandonan su puesto sin dejar a otro que los releve?). Carlangas y Bruno se aferran a la pelota, pero no pueden derrotar a la marea. El salvavidas acude en su rescate, advirtiéndole a Bruno que deben abandonar la pelota, y así, se sujetan a sus espaldas para regresar a salvo. Ricardo y Ernestillo explican a Memín que Bruno si peligraba de verdad, haciendo ver que así le importa menos considerando que no les agradaba por ser “novio” de Diana y lo reprochan por su falta de solidaridad. Por conveniencia, Memín corre a consolar a Diana, justo cuando el salvavidas ya volvía con su hermano y Carlangas. Diana se le echa al cuello, diciendo algo fuera de contexto (“¡Al fin te puedo abrazar!” creo que esa no es la frase apropiada cuando alguien estaba en peligro y se salva al poco rato, más bien es para cuando no has visto a la persona o tiene un impedimento para establecer contacto físico). La madre hace lo mismo y ella si dice una frase aceptable, llorando de alegría y toda la cosa, mientras el chiquillo nomás llora por su pelota perdida. Con eso, al fin les aclara que Bruno sólo es su hermano, aunque ni admite que mintió antes para mandarlos a volar. Diana le agradece a Carlangas haber ido por su hermano, y como él aclara que todo fue gracias al salvavidas, ella va con el hombre para darle un beso, dándole ideas a Memín para ir escogiendo su profesión cuando sea mayor (de edad, porque de estatura no creo). El padre les pregunta que quieren en agradecimiento por su ayuda, y Carlangas pide su dirección para ir a visitarlos en la ciudad después. Éste acepta y Memín aprueba la iniciativa del “pelos de borrego” (vaya forma de llamar a su amigo, pero total, si a él siempre le dicen “negro”…). Luego, le pide a Diana que le de un beso en la mejilla como hizo con el salvavidas, ya que no dejó de animar a que Bruno no se ahogara y ella acepta gustosa, pero la madre interrumpe, anunciando que se hace tarde y deben irse. Memín se queda con un palmo de narices y sus amigos lo regañan por alevoso y mentiroso. Se ponen a discutir otra vez sobre quien será su novio, y empiezan a disputarse la posesión del papelito con la dirección de Diana. Memín se lo mete a la boca, y Carlangas lo obliga a que lo escupa, pero Ernestillo se apodera de él. El señor Arcaraz interviene, inquiriendo la razón de su riña (Memín piensa que hablaba de riñones), y Ernestillo le pasa el papelito que le querían quitar. Como Rogelio y Mercedes preguntan de quien es la dirección, Ricardo trata de decir que es de un compañero de clases que hallaron por casualidad, pero se traba tanto que apenas se le entiende. Memín se hace todavía más bolas, diciendo algo del hijo de un extraterrestre (¿?). Como sea, el señor Arcaraz devuelve el papel a Ernestillo y luego Mercedes les ofrece un plato con hot dogs para que coman, advirtiéndoles que después de la comida, volverán a casa. Memín sugiere que se queden en un hotel y sus amigos le reclaman, recordándole que los padres de Ricardo ya han hecho suficiente por ellos con los trajes y a la comida. Lo último el negrito lo aprovecha para comentar que no estaba satisfecho del todo y debieron haberles servido otra cosa, demostrando ser un verdadero ingrato remilgoso.
Un cuadro después, ya están en el auto. El señor Arcaraz les recuerda que tienen clases mañana, y ellos apenas se dan cuenta que no hicieron la tarea. Mercedes los tranquiliza anunciando que ya se encargaron de justificarlos. Luego, cuando a sus amigos los vence el sueño, Memín aprovecha para quitarle el papelito a Ernestillo. Lo dejan en su casa, sin haberle dicho que ya habían avisado a los padres de Carlangas y ellos habían informado a los demás la razón de la tardanza de sus hijos. Memín teme recibir una paliza de tabla con clavo, pero como ya está avisada, Eufrosina sólo lo manda a la cama. Memín celebra por haberse salvado por esa vez (en realidad, siento que en esta nueva época no recibe sus correctivos con tanta frecuencia como en las tramas originales, lastima). A la mañana siguiente, no quiere ni levantarse, pero con tabla en mano, Eufrosina lo apresura a listarse para la escuela. Acordándose de que dejó el papelito en sus pantalones, interrumpe a su má linda cuando estaba a punto de lavarlos. Ella se enoja y se los deja para que él mismo los lave, pero Memín sólo agarra el papel y ya piensa visitar ese mismo día a Diana.
Saltando hasta la hora del recreo, sus amigos se preguntan que pasó con el papelito, pero Carlangas no tiene que romperse la cabeza para deducir quien lo tomó. Memín disfrutaba de su almuerzo cuando inician el interrogatorio. Se hace el que no sabe y ya está alejándose, dejando caer el papel, y Carlangas está por darle su merecido, cuando Ricardo sugiere que mejor todos la copien y así no se hagan más líos.
En el siguiente cuadro, quien sabe si es esa misma tarde u otro día, pero el caso es que todos han coincidido en ir visitarla después de clases. Ernestillo es el más confiado, ya que terminó la tarea, pero a llegar a la casa, descubre que los otros tres andan discutiendo frente a la puerta. Se les une y empiecen de nuevo, según el narrador, hasta a gritar se ponen (¿Qué no hay ni un alma presente que les llame la atención en ese barrio?). Memín detiene todo, sugiriendo que los cuatro toquen juntos la puerta y que Diana decida luego.
Diana y Bruno se escandalizan ante el fuerte sonido que produjeron todos al tocar. Memín para la trompa, creyendo que Diana le dará un beso (no han salido ni una vez ¿pues quien se cree o por quien la toma a ella?), pero sale Bruno y tarda en darse cuenta del error. Todavía agradecido porque ayudaron a salvarlo (o más bien por haberlo intentado), Bruno los deja pasar, aunque no deja de jugarles una bromita, diciendo que Diana andaba con un novio imaginario. Memín ya empieza a insultarlo, y en su distracción, Ernestillo aborda a Diana, no perdiendo tiempo en presumirle que es el más aplicado de su escuela. Bruno les ofrece a los demás algo de beber, comentando en sus pensamientos sobre las expresiones de Memín (¿Qué caso tiene? Y a estas alturas es obvio que carece del más mínimo recato). Ernestillo empieza ayudar a Diana con su tarea, logrando que Carlangas y Ricardo lo detesten por alevoso. Carlangas interrumpe, presumiéndole a Diana lo fuerte que es, enseñándole su conejo y contando algo de un tipo más grande al que derrotó fácilmente (sólo chicas imbéciles que no valen la pena se impresionarían con esto, así que como no sea una de ellas, la está subestimando mucho). Ricardo decide hacer lo mismo, y se pone a contarle de la enorme casa que tiene y su contenido (¿y? que hable uno de su casa no implica hacerlo de si mismo y no hay nada más detestable que alguien materialista). Se supone que Memín se quedó hablando con Bruno, pero ni alcanzamos a oír lo que el otro le dice, porque él no deja de escuchar a sus amigos presumiendo de lo mejor que tienen. Trata de pensar en algo que pueda impresionarla del mismo modo sobre su persona, y al ver una cabeza toro colgada en la pared, se le ocurre una idea muy boba. A Diana la están acorralando los tres al mismo tiempo con sus tonterías, cuando Memín se pone bien salsa, contándole que él es el mejor torero que ha existido. Sus amigos no pueden creer sus patrañas y la chica trata de no carcajearse en la cara de Memín, haciéndole confidencias a Bruno sobre divertirse a costa de su ignorancia. Memín se da taco, contando de enormes toros que ha toreado (aunque fuera verdad, esa profesión no es para vanagloriarse, llámenme amante de los animales, pero aunque sirva la economía de algunos, la fiesta brava es uno de los peores espectáculos que han existido y no deberían mencionarla ni de chiste en una revista familiar). Diana le hace ver a Memín que es muy chico para ser torero, y él excusa que lo hace utilizando zancos, que hasta le permiten brincar cuando el toro se le lanza con todo. La niña sigue preguntándole si rejonea, termino malentendido por el negrito, pero le explica que eso significa torear a caballo, lo que él interpreta como decir que se torea a los caballos, agregando otros tipos de equinos. Sus amigos y los dos hermanos estallan en risas ante tanta estupidez e ignorancia de Memín, y le hacen ver que no se creyeron nada. Memín no tiene excusa, pero de todos modos, por ser tan imaginativo, Diana le da un beso, provocándole un desmayo del gusto, y se cae de espaldas. La madre de Diana, que quien sabe que andaba haciendo que ni fue a recibir a los invitados y andaba en otra parte de la casa, escucha el golpe al caer del negrito y trae echarle sales para reanimarlo. Memín se pone a decir que él y Diana ya son novios, horrorizando a la niña. Se apresura a aclararles que los quiere a los cuatro, pero como amigos y nada más. No les queda de otra que conformarse y se van, resintiendo el chasco. Sigue otra discusión en que se recriminan por haber presumido tan exageradamente lo que cada quien tiene (Memín sólo puede reclamar que lo cacharan en la mentira, aunque está claro que nadie le creyó nada en ningún momento). Al final, Ernestillo indica que paren, pero en el siguiente cuadro, es Ricardo el que está diciendo que no deben perder su amistad por una niña, haciéndoles ver que hicieron mal por andar de presumidos, ya que es fatuidad (termino poco usual con el que ni yo estoy familiarizado, y menos Memín, porque el piensa que se trata de un pato presumido). Ricardo propone que hagan su juramento típico de los tres mosqueteros, pero Memín se pasa de sangrón, y recita el lema de Linterna Verde. Al final les sale tan bonita, que el narrador comenta que esa solemnidad del juramento conmovería a cualquiera. Genial. Ahora hasta al narrador le da por el sarcasmo.
Se despiden y cada quien vuelve a su casa. Memín llega a la suya todavía acordándose del beso que recibió, que le hace perturbarse cuando Eufrosina lo saluda besándole en la misma mejilla, reclamándole que debió preguntarle primero. Ella no lo entiende y él acaba considerando que los besos de su má linda valen más que los de una cualquiera que no se deja impresionar con sus cuentos chinos, abrazándola con emoción. Eufrosina lo manda a comprar tamales porque no tuvo tiempo de preparar comida, y ahí comienza el siguiente incidente, muy breve y bastante mafufo.

martes, 12 de enero de 2010

Memín Pinguín #350-352

La nueva época de la revista da inicio con el encuentro con una sospechosa fachada de cartomancia. Cuando la madre de Ricardo es robada por la pareja de estafadores, Memín y sus amigos les siguen la pista hasta Acapulco, dando lugar a una confrontación ciertamente absurda.

Rompiendo la línea del Memín clásico con el moderno, en lugar de toparse con el adivino que repetía todo de nuevo y para siempre, les sale otro tipo estrafalario y de gran estatura, pero muy intimidante. Memín lo toma por un cadáver reanimado y se le pone enfrente al hombre para importunarlo, ignorando las advertencias de sus amigos. El tipo alto se irrita ante sus peladeces y lo manda al demonio. Carlangas sale a defender a Memín (muy inoportunamente, si el tipo reaccionó con enfadado, pero no con violencia, así que esté acto protector estuvo fuera de lugar), pero el hombre lo hace retroceder con su mirada penetrante, y regresa con los demás, que se alejan con prudencia. Por lo visto, a ninguno le importó o ni se fijaron que Memín persiste en seguir al larguirucho, picado por la curiosidad (¿Cuál? ¿De que cumpla sus amenazas y le parta la cara?). El hombre se mete en un local de Cartomancia (que nombre tan elegante para un puesto de adivinación, lectura del tarot y esas tonterías, aquí montaron todo sin tener una idea exacta, alegando que cualquiera podía pretender hacerlo), un termino entendido por el negrito como “Carta Marciana”.
El tipo alto se llama Roberto y la que atiende es su “discípula” y amante, Zoraya, que han hecho su negocio de Cartomancia para agarrar clientes ricos, a los que les pretenden robarles usando la hipnosis sugestiva. Un plan muy ingenioso pero…. ¿Quien se molesta en poner una fachada tan elaborada para algo que fácilmente conseguirían encontrando y escogiendo blancos en vez de esperar a que toquen tu puerta? Tsk tsk.
Roberto pregunta si ha llegado un cliente, pero Zoraya admite que se fue a comer, recibiendo un regaño porque podría haberles caído un ricachón. Memín escucha desde la puerta, pero Roberto lo sorprende y lo corre. Los amigos del negrito apenas se dan cuenta de su ausencia y suponen que se fue corriendo a comer (pero si se fue siguiendo al larguirucho, no hay modo de que pasara sin que lo notaran, vaya que son atarantados).
Zoraya resulta ser una floja, pidiéndole a Roberto que él se encargue del puesto, pero le replica que sólo las mujeres pueden desempeñar ese trabajo (que sexista, cualquiera puede vestirse de extranjero y fingir que le sabe a la adivinación). Memín es necio y vuelve a la puerta para oírlos, quejándose de que sólo le llegan “garabatos” (no se si esta expresión esta bien o la captaron mal). En eso, llega Mercedes, dejando a su chofer esperando, mientras va a la consulta de cartomancia. Roberto la recibe y la invita a pasar, mientras Memín se las arregla para poder oír mejor. El chofer se queda dormido durante el rato que Mercedes pasa ahí (¿echarse una siesta en el auto a esas horas? deben hacerlo trabajar de más).
Roberto y Zoraya se dan cuenta que es ricachona, así que acuerdan preparar todo para sacarle lo que puedan. Su amante la deja a solas con la ingenua clienta, y empieza a leer las cartas, soltarle un repertorio de tonterías típicas que sacan los farsantes adivinos, las cuales Mercedes se traga completas. Memín se aburre de lo lindo, opinando que la madre de Ricardo no sabe en que gastar su dinero. Le daría la razón, si no fuera tan incoherente. Por la vida que lleva, no tiene sentido que Mercedes acuda con una cartomanciana. Además… ¿Qué no son católicos y se supone que solicitar servicios de esa gente es pecado? En fin, ya no es Yolanda Vargas Dulché quien escribe estas cosas...
Zoraya suspende la sarta de mentiras para ir al grano, moviendo las manos y lanzando las frases típicas de los hipnotistas, sumiendo a Mercedes en un profundo sueño, que también afecta a Memín. De acuerdo, ya están pasandose de lanza. Para que la hipnosis funcione, uno tiene que estar demasiado concentrado, y mirar fijamente un patrón o a la persona que lo está haciendo, así que no es posible que Memín caiga, y más, cuando sólo está escuchando su voz a distancia. Como sea, ambos caen, y Zoraya le exige a Mercedes una de sus tarjetas de crédito de mayor capacidad. Memín, quien aun hipnotizado sigue siendo sangrón, ya anda ofreciéndole el dinero de su alcancía. Mercedes hace lo que le piden y una vez que Zoraya la guarda y le pide su número clave, suspende el proceso, asegurandose de sugestionarla para que no recuerde nada. Continua diciéndole lo que quiere oír (la tonta de Mercedes no deja de repetir “Cuanto me alegra oír eso”, para eso, podría pagarle a cualquiera, como uno de los empleados de su casa para no tener que salir y ser estafada). Le paga por la consulta y Memín lo toma como su señal para retirarse. Mercedes vuelve al auto y arranca con prisa (¿le daba vergüenza que la vieran ahí? ¡Ya lo creo que debería darle!), ahogando a Memín con el humo del tubo de escape.
De vuelta en su casa, a la hora de comer, Memín ya le anda sugiriendo a Eufrosina que se vuelva “carta marciana”, y ella no tarda en irritarse (inconvenientemente rápido, normalmente la mujer es más paciente en este tipo de situaciones) y lo calla, con la clásica amenaza de tabla con clavo. Roberto va a utilizar la tarjeta en una caja, pero al notar las cámaras de seguridad, opta por clonarla y ponerle una clave nueva (con esa clase de conocimientos criminales se ve aun más tonto su plan de usar una fachada de cartomancia). Luego, él y Zoraya se compran un auto de lujo y parten rumbo a Acapulco, para montar otro local.
Después de otro día normal de clases, Memín duda sobre comentarle a Ricardo de lo que atestiguó, y al final, prefiere no decir nada, como si hubiera visto algo que no debía, en vez de algo sin importancia. No dejó mencionar la “carta marciana”, pero los tres se quedan sin saber de que hablaba, creyendo que se trataba de otro de sus locos sueños.
En Acapulco, la pareja de ladrones ya hizo la transacción necesaria para colocar nuevamente la trampa de cartomancia, y luego se van a la playa, disfrutando de los beneficios del dinero mal habido. El dibujante no deja de lucir a la tal Zoraya, poniendo a algún turista admirándola en traje de baño (¿olvidan que esta es una revista para toda la familia y no algo de variedades baratas?).
Mercedes se limaba tranquilamente las uñas, cuando Rogelio entra para reclamarle haber gastado casi un millón de pesos con su tarjeta de crédito. Se ve obligada a confesar que fue con una adivina, suponiendo que ahí perdió la tarjeta y alguien pudo encontrarla, lo que su esposo hace ver muy obvio considerando que es así como él se enteró del gasto. Acuden al local para revisar, descubriendo que lleva días desocupado. De nuevo, Mercedes queda como tonta al suponer que eso significa que han huido, y Rogelio lo sustenta. Coincidentemente, Memín y sus amigos habían salido de la escuela en ese momento y los ven en la calle. El negrito supone que ahora es el señor Arcaraz el que va con la “carta marciana”, y no le entienden ni en la siguiente página, donde los padres de Ricardo les explicaron todo fuera de cuadro. Memín se burla de la “ignorancia” de sus amigos, y lo coscorronean en consecuencia. Como el negrito fue testigo, el señor Arcaraz considera que puede darles un retrato hablado, termino que Memín malentiende completamente. Todos suben al auto (¿A dónde van? Todavía no se hablaba de involucrar a la policía) y Rogelio empieza a explicarle a Memín que es un retrato hablado, pero él está tan a gusto viajando en auto, que se distrae mirando por la ventana. En eso, pasan por una tienda con televisores en el escaparate, donde pasan un noticiero en vivo desde Acapulco, anunciando la proximidad de un huracán. Memín reconoce a la “carta marciana” en la playa, y logra que detengan el auto para señalárselas. Con ella está su amante, y Mercedes los reconoce. Rogelio anuncia que ellos dos irán hasta Acapulco para que la policía los atrape (pero piensan irse directo ¿en que momento los llamaron?). Los niños insisten en ir, pero no los dejan.
Un cuadro inoportuno muestra a Roberto y Zoraya relajándose en la playa, burlándose de los que trabajan. Luego, vuelven a la ciudad, con el auto de los Arcaraz ya saliendo de la ciudad, y hasta entonces se les ocurre revisar en los asientos si los niños no se dejaron algo, y descubren a Memín, que otra vez escapó del rango visual de sus atarantados amigos. Como detienen el carro, los otros creen que significa que al final decidieron dejarlos acompañarlos (¿no dijeron que ya estaban saliendo de la ciudad?). Rogelio y Mercedes le piden que se retire, pero Memín insiste, y como sus amigos no tardan en volver a meterse, no les queda de otra que dejarlos venir. En el camino, el argumentista no deja de exponerse su queja sobre los cuatas en los caminos rumbo a Acapulco, para luego poner a Memín demostrando su ignorancia al no saber lo que significan los señalamientos de los kilómetros que faltan para llegar (lo raro es que en vez de que sus amigos se burlen de él, esto da pie a un silencio incomodo). Se poncha una llanta y tienen que bajarse. Ya que están cerca, los cuatro amigos deciden adelantarse, yéndose corriendo y sin haberle avisados a los señores Arcaraz, que tuvieron que quedarse a esperar un ángel verde, ya que Rogelio demostró ser un desastre para la operación de cambiar el neumático.
Una fuerte ventisca los recibe en la playa, volando la gorra de Ricardo, que Memín agarra nomás para lucirse. Después, divisa a Roberto y Zoraya, que siguen haraganeando y dando sus descaradas opiniones sobre cuanto les encanta la vida fácil. Memín se dirige a ellos, pero lo detienen, formando un círculo para planear muy bien lo que harán. Le ponen a Memín una barba falsa de anciano, y consiguen que un turista les preste sus lentes y una de esas ridículas pelucas multicolor (¿no están pasadas de moda? ¿Y porque traer una peluca en una playa?). Con eso, creen haber dejado irreconocible al negrito, aunque no dejan de reírse por lo chistoso que se ve. Luego, él se dirige a unos turistas, hablando como isleño, y ofreciendo hacerles el baile de mover la panza, pero se equivoca y lo que mueve son las caderas. Lo único que hace es ponerse aun más en vergüenza, pero luego de ese “ensayo”, va con la pareja de estafadores, quienes le hacen ver que son los niños los que hacen ese baile y no los ancianos como el que el negrito pretende ser. Memín da una replica confusa y vaga que sólo los desconcierta. Carlangas se acercaba para tomar el bolso de Zoraya, pero ella lo descubre y retrocede. Luego, le pagan a Memín, y al inclinarse para agradecer, se le cae la peluca, quedando al descubierto. El negrito agarra el bolso, pero luego Roberto lo pone bajo su poder con su mirada hipnótica (ejem, la hipnosis no se supone que haga efecto inmediato, nadie es así de bueno, aunque es verdad que Memín si es así de tonto). Pone a Memín sonámbulo (¿?) y sus amigos corren a ayudarlo. Mientras Ricardo y Ernestillo tratan de impedir que camine hacia el mar, Carlangas ataca a Roberto. Zoraya defiende a su novio golpeando al chico con el bolso. El turista recoge las cosas que prestó, quejándose de que se las mojaron. Rogelio le avisa a Mercedes que llame a la policía, y va con Carlangas, que se quita un zapato, arrojándolo hacia Roberto cuando se disponía a escapar con su cómplice. Llega la policía, y rápidamente apresan a los dos. Mercedes saca la tarjeta clonada, y Carlangas exige a Roberto que libere a Memín del influjo hipnótico, pero éste se rehúsa. Con una buena patada en la pierna, lo convence de hacerlo, y así ponen al tanto a Memín. Los Arcaraz los acompañan a la delegación, comentando del truco que debieron haber utilizado para cometer el fraude (¿Qué caso tiene deducirlo cuando el asunto ya se resolvió?).

Como la primera de las totalmente nuevas historias de Memín, resulta ser un giro muy extraño el haber cambiado el encuentro con el adivino, con un hipnotizador estafador, planteando toda esta chorrada de persecución tan tonta. Y apenas es el principio, me temo. Historias peores y más zafadas nos aguardan.

domingo, 10 de enero de 2010

Continuidad

En vista de que la revista Memín Pinguín sigue adelante y de mal en peor, no me queda más remedio que continuar el programa de este blog, por que alguien tiene que denunciar la forma en que el buen nombre de su creadora ha quedado enlodado.
Ya se ha advertido los males de esta nueva etapa. Un dibujante chafa, un pesimo argumentista, todos en el anonimato, como si Editorial Vid hubiera tomado el reto personal de hacer quedar peor a Memín numero tras numero. Pero no me crean a mi, pueden verlo por si mismos en las siguientes entradas.

*Nota: Ahora las entradas se haran en espacios de a una a dos semanas, augurando el acercamiento con el numero actual. Contando que los nuevos arcos resultan tan cortitos, no será un problema, y con suerte, la revista será cancelada en el transcurso del nuevo año (¡Tiene que!).

Asi que preparense, la lenta y agonizante muerte de un clasico personaje y una memorable revista comienza a exponerse a partir de este momento. ¡Este es el acabose!