viernes, 28 de agosto de 2009

Memín Pinguín #293-297

Memín y sus amigos le dicen adiós para siempre a su querido callejón, debido a ciertas obras de construcción, que también afectarán a la vivienda del negrito y su madre.

Eufrosina sigue lamentando que no puede trabajar por su brazo roto, cuando vienen los cargadores enviados por Mercedes para traerles la lavadora (la que dijo que enviaría el mismo día que propuso que Memín saliera en la pastorela, y se supone que pasaron cuatro desde entonces, más vale tarde que nunca). Ellos la colocan y piden su propina, pero usan una expresión que hace a Memín creer que quieren agua para calmar la sed. Indignados, le echan el agua en la cara. Al momento de utilizarla, Memín demuestra ser muy tarugo por tratar de “traducir” las palabras en ingles con conceptos que nada que ver, provocando la impaciencia de Eufrosina, quien se lo empieza a sonar con la tabla. Los amigos del negrito tocan a la puerta, y Ricardo explica que vino para ayudarles a utilizar la lavadora. El procedimiento es tan sencillo que Memín siente que ni tenía que venir a dárselas. Después de lavar, los cuatro tienden la ropa, para alivio de Eufrosina al ver tan rápidamente terminados los encargos acumulados. Carlangas sugiere que vayan a jugar al callejón, y Memín se emociona, pero le recuerdan que tiene que estudiar. Ernestillo le señala su pie vendado, pero al necio no le importa, y acaba yéndose con ellos, sin haber pedido permiso a Eufrosina, pero ella ya considera como se desquitará luego.
Al entrar al callejón, se encuentran con que está invadido por ingenieros, que andan tomando medidas. Memín se acerca a uno de ellos, preguntándoles que hacen, y éste le da una explicación vaga de la labor, la cual por supuesto, él no entiende. Se prepara para jugar futbol con sus amigos, pero al meterse con un aparato de los ingenieros, al malentender su nombre por un insulto, acaba enojándose. El ingeniero le espeta que su callejón no lo tendrán por mucho tiempo más. Memín los amenaza con que se larguen, y cuando estos le dan la espalda, planea darles un golazo. Pero al intentarlo, el yeso se le zafa, y la insensibilidad en su pie le hace creer que se le desprendió todo, creyendo haberse quedado cojo. Sus amigos se preocupan, pero al ver que su pie sigue en su lugar, le dan sus coscorrones. Eufrosina tiene problemas al preparar la comida con el brazo enyesado. En eso, viene el de la renta, Don José, quien le trae una mala noticia. Por los proyectos de construcción, se ha ordenado desalojar a todos los habitantes de la vecindad, sin excepción, y él no tiene más que seguir órdenes. Le sugiere que empiece a buscar donde mudarse en el tiempo que les queda. Al llegar Memín, protesta, pero Don José le explica que así son las leyes y él debe ceder ante los esfuerzos por mejorar la ciudad. Todas las casas serán derrumbadas sin remedio y el hombre se retira, disculpándose por las molestias y diciéndoles que tienen tiempo hasta que empiecen a demoler. Eufrosina llora ante el problema y Memín trata de consolarla, alegando que no se lo tome en serio yque  son puros engaños, pero sus amigos le hacen ver la verdad, puesto que es lo mismo que sucederá con el callejón. Se ofrecen a ayudarlo a encontrar una nueva vivienda y Ricardo sugiere los departamentos que hay cerca de su casa. En el siguiente cuadro, él y Eufrosina ya están considerando uno, pero es tan angosto y caro, que no les parece conveniente, y Memín responde con críticas severas de ésta a la señora que lo ofrecía.
Por fin llega el momento de volver a clases, aunque Memín no se muestra muy dispuesto a ir, pero como siempre, Eufrosina resulta muy “convincente” para que vaya. En la escuela, Romero recibe a Memín después de su ausencia de tantas semanas, no sin antes echarle un sermón sobre la responsabilidad de estudiar y los sacrificios de su madre. Memín excusa que no tiene caso porque se va a mudar y a lo mejor cambia de escuela, y Romero le advierte que no por eso debe reprobar el año. Le recuerda que sus amigos se han comprometido a ayudarle, así que no hay excusa y tiene que cumplir para ponerse al corriente.
Una vecina se despide emotivamente de Eufrosina, tras haber encontrado un lugar donde cambiarse. Ella aun tiene el problema de no encontrar uno para ellos, y se desean suerte mutuamente con lo que venga.
El horario escolar sigue y Memín se muestra desanimado. Ernestillo se preocupa, pero al preguntarle en que puede ayudarle, el negrito lo desprecia por echarlo de cabeza en los estudios. Terminan las clases y Memín se prepara para irse. Sus amigos lo retienen, advirtiéndole que Romero quiere hablarle. El profesor le pasa hojas de cuestionarios a resolver, que contarán en lugar de un examen, y si responde bien la mayoría, pasará de año. Forma más fácil no puede haber, pero en su persistente flojera, Memín no quiere saber nada. Trata de irse, y Romero lo devuelve al salón, para que lo espere mientras pasa a la dirección. Cuando lo dejan salir, Memín va a pedirle ayuda a sus amigos, quienes al notarlo tan sinvergüenza y desobligado, deciden ignorarlo. Se dirigen al callejón sin hacerle caso, pero en cuanto llegan, descubren que ya están construyendo sobre éste. Memín se molesta y va a quejarse con uno de los ingenieros. Al incluir en su queja el derecho a votar, el ingeniero, irritado porque le dio una patada, se lo concede al “botarlo” de una patada, fuera del callejón. Viendo todo inútil, los cuatro se encaminan a sus casas. Sus amigos comentan de sus planes, que Memín considera de poca importancia, por lo que sugiere que lo ayuden con sus cuestionarios. Le dan de coscorrones por tratar de aprovecharse, recordándole que debe hacerlo solo. Pero al alejarse, eso es en lo último que piensa, considerando su deber impedir la destrucción del callejón, como una excusa para no cumplir su responsabilidad. En su hogar que pronto dejará de serlo, le comenta su idea a Eufrosina, pero ella no comparte su opinión, gustosa de que acaben con ese lugar donde se la pasaba vacilando. El negrito trata de expresarse como político, llamándose “mártir” (ignora que ser “mártir”, implica haber muerto por la causa en que creyó y no únicamente defenderla), y ella lo jala de la oreja por suponer que la toma por tonta al usar términos que ella tampoco entiende. Al día siguiente, Memín observa como se lleva a cabo la construcción, y poco a poco, el callejón deja de ser lo que fue. Sus amigos pasan a visitarlo, y Eufrosina les hace saber que él se ha puesto muy extraño y que posiblemente anda en el callejón. Ellos se dirigen ahí para ver que le pasa, pero al encontrarlo, en vez de reprenderlo, comparten su angustia al notar como desaparece ese lugar especial donde compartieron tantos momentos tristes y alegres. Los cuatro se sientan sobre una barda, que pronto está siendo llevada por los trabajadores, logrando saltar en el último momento. Memín decide que hará huelga para evitar que eso continúe, y ellos tratan de advertirle que no conseguirá nada, pero necio a más no poder, él persiste. A Carlangas se le ocurre una idea, que ayudará a los cuatro a despedir el callejón. Propone que lo consideren como un muerto, para que así lo dejen ir, y quede como un recuerdo. Piden consejo al maestro Romero, quien les sugiere que lo hagan echando algún objeto que aprecien, y acompañen el momento con música de despedida. Memín propone una que es muy alegre, pero le señale que eso seria inadecuada. En la tarde, acuerdan reunirse para realizar el “entierro”, pero Memín llega tarde. Son advertidos por uno de los trabajadores para que no caigan en la parte en que han excavado a profundidad. Por su retraso y su costumbre de andar corriendo con imprudencia, Memín se cae por ahí. El ingeniero a cargo ordena que lo saquen, usando un reflector para distinguirlo, ya que se confunde con las sombras por su tono de piel. Arriesgandose a cometer una infracción en su trabajo, el ingeniero decide bajar ahí con los otros tres, para que efectúen así su despedida. Les ayuda cavando otro agujero para que introduzcan los objetos personales que han escogido. Carlangas echa su gorra de béisbol (¡en ningún momento se vio que él usara una gorra fuera de ese gorro anticuado que casi siempre lleva!), Ricardo un guante y careta de catchter, y Ernestillo una pelota. Memín no trajo nada, diciendo que lo que más aprecia es Eufrosina y preguntando si podrá meterla ahí. Les sorprende su estupidez, y como todo lo que él trae es una canica, Carlangas se la arrebata para echar eso en su nombre. El ingeniero da instrucciones de que echen cemento sobre el agujero, dejándoles escribir su nombre y poner sus manos. Acompañan eso con la música de despedida, y Memín no puede evitar llorar. Habiendo terminado, le dan gracias al ingeniero por el favor, y él replica que fue un placer, ya que pasó por algo similar, pero no tuvo tanta suerte como ellos (¿se refiere a tener amigos o a no poder despedir su lugar de juegos?). Memín dice algo fuera de lugar y lo coscorronean. El ingeniero se vuelve a los trabajadores, dándoles las gracias por asistirlo y ofreciéndoles una paga extra, pero ellos no la aceptan, por lo que se limita a invitarles refrescos. Ellos dicen que vieron a sus propios hijos reflejados en esos cuatro, y el ingeniero menciona que al menos ellos podrán estar con sus padres al volver a casa, mientras que el suyo ha fallecido. Conmovedora escena, aunque no venga al caso.
Mientras vuelvan a sus casas y comentan lo que harán el resto de la tarde, Memín dice que abrazará a Eufrosina por haberle deseado el deceso, demostrando que hablaba en serio durante el entierro de callejón. Están por coscorronearlo de nuevo, pero consideran que de tanto hacerlo, ya lo dejaron más tonto, y mejor se despiden. Le recuerden que tiene trabajo pendiente, pero Memín sigue sin darle importancia.
Al entrar en la casa, no encuentra ni a Eufrosina ni al televisor. Ella se encuentra en la delegación, a donde fue después de descubrir a un hombre intentando robarse el aparato. Éste excusa que la tele le pertenece, ya que no hay modo de que gente como ellos puedan pagarla, irritando a Eufrosina por su descaro, casi descontándoselo enfrente del juez. Al decir que fue un regalo del d}Día de las Madres, el juez solicita la presencia de su hijo para que diga en donde la compró para verificar. Memín se impacienta al no llegar su má linda, y escucha fuertes toquidos en la puerta. Un oficial viene a recogerlo, y al preguntar Memín si es por el entierro, le hace sospechar que cometió un homicidio, para luego enterrar el cuerpo en forma clandestina. El negrito se defiende arrojándole platos, molestándolo con su ingenuidad al no comprender los términos de funcionario de la ley que utiliza. Lo sujeta del brazo y se lo lleva. El ladrón aprovecha la distracción de la reunión de Memín y Eufrosina para salir discretamente de ahí. Cuando el juez les llama la atención y ve el demandante se ha ido, comprende que Eufrosina tenia la razón, pero ahora el oficial procede a culpar a Memín de los crimines que ha supuesto. Lo tacha como alguien realmente terrible pese a su corta edad, a lo que Eufrosina protesta y ya se le está poniendo al brinco. Después de mucho alegar, el juez deja que Memín se explique, y al aclarar que fue un entierro conmemorativo, señala el grave error del policía y su abuso de autoridad por haber insultado tanto a la madre como el hijo. Exige que se disculpe y lo pone a cargarlas la tele durante su regreso. Memín se pone bien ufano al humillar al policía abusivo y lo anda comentando al siguiente día en la escuela. Sus amigos no le creen, y en eso el maestro decide aplicarles una prueba (¿y lo de los cuestionarios pendientes de Memín? Ya se le olvidó). Romero los anima a preguntarle si tienen alguna duda, pero para todos, excepto Memín, les parece relativamente sencilla. Memín se atreve a protestar, demostrando estar bien atrasado y se pone a exponer la pregunta sobre la elevación del cuadrado. Romero cambia de idea con él, dándole la respuesta, para que la anote en su cuaderno cien veces. Memín le apuesta a que puede hacerla antes de que se acabe el tiempo, y lo logra, pero a su estilo. Usando la lógica de la respuesta, sólo tuvo que anotar la respuesta diez veces, que elevado al cuadrado es cien. Romero no tolera que se burle de él y lo castiga a que se quede después de clases, escribiendo cien veces una frase que indica que debe respetarlo por ser el profesor. Eufrosina al fin se puede quitar el yeso sin problema, justo cuando Carlangas pasa a enterarla de que Memín está cumpliendo un castigo y llegará tarde. Decidida a disciplinarlo, toma la tabla y se presenta en el salón de clases. Le expone a Romero que está dispuesta a hacer lo necesario para ponerlo a estudiar en serio, aunque él trata de sugerirle que no debería recurrir a los castigos físicos cuando hay otras maneras (¿no le pegó él con una tranca enfrente de todo el salón por una falta menor que esa?). Eufrosina es necia en que la tabla es lo único que puede con su hijo y va con él para inquirir el motivo de su castigo, exigiéndole que lea la frase que escribió. Memín trata de evitarlo y dar excusas, pero ella lo amenaza con tabla en mano.Al leer la frase, deja en claro que le faltó el respeto al maestro, y Eufrosina ejecuta su sentencia ahí mismo, sin que Romero se atreva a detenerla.
Habiendo recibido su merecido por su pereza, aun sigue pendiente el problema de la mudanza, que los esperará al volver a casa.

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