miércoles, 21 de julio de 2010

Memín Pinguín #407-409


Después de una visita al museo de historia natural, Memín sueña con una existencia que resulta ser una muy mala copia al carbón de Los Picapiedra.


Sobre aviso no hay engaño. Esta es oficialmente la peor trama que de Memín que se ha hecho. Es tan mala, que la revista debió haber sido cancelando inmediatamente después de presentarla (pero en vez de eso siguió saliendo para seguir sacando más tramas estúpidas, sólo que ninguna le llega a ésta a los talones en cuando a lo peor de lo peor).
El gran descenso inicia con otro día de clases normal, en el que el maestro Romero empieza a hablarles de la prehistoria. Les cuenta de los hombres de las cavernas y como descendemos de éstos (hm, creo que eso es pura teoría y deberían mencionarlo como tal, no tomarlo como un “hecho”, por algo los cristianos andan tan ofendidos con las escuelitas que dan estas lecciones de “información errónea”). Romero aporta el dato de que estos no convivieron con los dinosaurios como muchos piensan, pero antes de explicarles, se le ocurre algo, y va con el director para hacerle una propuesta. Memín y sus amigos lo siguen para espiar, pero no alcanzan a oír nada y se regresan. Romero vuelve, informando que al día siguiente irán de excursión a un museo (¿interrumpe su clase para hablar sobre ello con el director así nomás? debería haberse esperado al recreo o pensarlo antes de iniciar la clase, parece que las facultades de Romero como educador ya son muy cuestionables si anda improvisando de esa manera).
Memín y sus amigos celebran el cambio de ambiente, aunque el negrito no deja de quejarse de que igual quieren hacerlos ir a primera hora. Un cuadro después, los mocosos abordan el camión y hasta les presentan al chofer (que no hace nada relevante, por lo que no viene al caso). Se extrañan de que Romero trae consigo a su hijo pequeño, pero luego que el indiscreto Memín le pregunta, aclara que es porque Patricia no puede hacerse cargo por cuidar a su madre enferma (una escena hacia las dos mujeres y lo que dice el narrador revela que más bien es para evitar que el niño se contagie). En la bajada del camión, se translucen los pensamientos de Romero sobre lo inquieto que es Memín (algo que desde cuando debió pensar, a estas alturas suena muy tonto).
La visita comienza y Memín confunde a un mamut con un dinosaurio, creyendo que Romero se equivocó sobre que no convivan con los cavernarios, pero sus amigos le explican la diferencia. En vez de avergonzarse, se va a mirar a los esqueletos de dinosaurios, tratando de leer el nombre de uno de dimedotron sin éxito. Sus amigos lo ignoran y señalan una estatua de megaterio, el antepasado del oso, comentando que seguro Memín lo confundiría con un oso panda y se ríen (¿cuál es la gracia?). Memín decide montarse en un esqueleto de brontosauro, y al llegar hasta el cuello, la altura lo marea y no puede bajarse. El encargado del museo lo descubre y exige que se aleje de ahí, alertando a Romero y a sus compañeros.
El maestro deja al niño en el suelo (¿no debería dejarlo encargado a uno de sus alumnos?), y convence a Memín de soltarlo para cacharlo en el aire, dejándolo caer al percatarse de la desaparición de Bubis. Sus alumnos ni se fijaron cuando se movió, y Carlangas lo divisa trepándose en un esqueleto de estegosaurio. El encargado regaña a Romero, pero él no le hace caso y busca una escalera para bajarlo. Bubis se cae y lo atrapa, dejando en brazos de Ricardo mientras sufre una recaída por tantas emociones (ay por favor, ni que estuviera tan viejo o tuviese condición débil, en serio que Romero se ha vuelto un pelele). El encargado quiere que pague los daños y Romero replica que no ha habido ninguno, justo cuando se caen los dos esqueletos. Con todo, el maestro recupera su seguridad y confianza, alegando que estaban mal armados y no es culpa suya, logrando que el encargado acepte que contrató a gente poco calificada, así que lo único que puede hacer es correrlos. Memín cree que bromea pero su cara de enojo lo convence. Decepcionados por no haber visto suficiente, los chicos vuelven al camión, y de pronto al negrito se le ocurre bajar rápido a preguntarle al encargado cuando habrán reconstruido los esqueletos para otra visita, pero se acuerda de su rabia, y lo deja así (creo que la intimidación fue evidente en la pagina anterior, esto es muy innecesario). Romero trata de seguirles contando sobre lo que les faltó ver, replanteando otra vez eso de que no hubo convivencia de cavernarios y dinosaurios, y Memín va quedándose dormido, teniendo uno de sus locos sueños típicos. Y es en este punto en el que todo esto se va por el caño…
Memín se imagina en lo que él considera “época de las cavernas”, y todos andan vestidos como en Los Picapiedra. Va rumbo a la escuela y le pregunta la hora a Trifón, que le recuerda que aun no se inventan los relojes, y el conductor del camión de la escuela que anda cerca, se la dice, señalando al sol, en el que está marcando un reloj. Esto ya es muy caricaturesco para un sueño y no es muy conveniente que la gente sepa la hora viendo directamente al sol, por las consecuencias de ceguera por la exposición a su intensa luz y eso. En fin, al preguntarle por su profesión, el conductor dice que ya dejó el camión porque se le “ponchó” una llanta, mostrando un camión de madera con ruedas de piedra y una casi desgastada. Los amigos de Memín se acercan (sólo Ricardo se ve distinto por usar una corbata junto con la vestimenta típica de cavernícola), y Ernestillo le recuerda la tarea de matemáticas. Memín excusa que no le hace falta si en esa época poco tienen para contar, pero demuestra su ignorancia al no poder ni contar su total de amigos. Carlangas le recuerda que debe hacerlo para que Eufrosina deje de trabajar.
Y cambia la escena para ponerla desempeñando su labor como lavandera de pieles. La mujer es una experta al parecer, suponiendo más fácil de lavar la piel de mamut que la del tintanoterio, y en eso llega Don Venancio para encargarle lavarle una piel que ella supone es la que lleva puesta y andará mostrando sus vergüenzas mientras tanto, pero él aclara que es una tiene en su casa. Como que trataban de hacer un chiste aquí, pero no les salió. Que bueno ver que aun se acuerden del español, aunque lo limiten a esta escena en que no dijo ninguna de sus típicas frases salidas de estereotipo.
Memín se queja de los útiles de piedra que deben llevar, deseando que inventen los cuadernos. Rogelio y Mercedes van con el padre de Ernestillo transportando el material de roca para que acabe de construirles la sala que le encargaron. Le pegan con un espejo, pero éste replica que es mucho dinero y lo estrellan en el piso para así sacar la feria (los pedazos de espejo se conocen como “piedropesos” y es la moneda de esta realidad mafufa). Escuchan unos gritos angustiados de una mujer a la que se le escapó su “gatito”, un tigre dientes de sable que anda queriendo comerse a la gente, pero un “veterinario prehistórico” lo captura con una red, alegando que así lo hace para llevar fieras al antirrábico. Ella exige su “gato” de vuelta, y como éste le pregunta si está vacunado, dice que eso aun no se inventa (contradiciendo el cuadro anterior, y en la misma página, tsk tsk) y se lo arrebata, porque solo con su “Micifus” se siente segura.
Tras estás tonterías, volvemos con Memín y sus amigos en clase con Romero, que iba a hablarles de historia, pero le recuerdan que están en la “prehistoria”, así que no tienen tema. Memín sugiere que hablen mal del director, y sus amigos lo ven feo por sangrón. Una página dedicada al director que no entiende porque a la gente le cae mal, para inmediatamente regañar a un niño que entró a su oficina a pedirle dulces (¿no deberían salir con otro chistecito de que los dulces aun no se inventan?). Todo esto no vino al caso y a nadie le importa este director que ni se parece al original.

En el recreo, los cuatro amigos quieren jugar a la pelota, pero como eso aun no se inventa, no ven que hacer. Al acercarse Trifón, Memín sugiere que lo usen de pelota, y en vez de regañarlo (bueno, es un sueño del chaparro a fin de cuentas), sus amigos aprueban su idea y lo convencen de “jugar” con ellos. Así, agarran al pobre gordito a patadas y haciéndolo dar vueltas sobre si mismo. De pronto, Ricardo les recuerda que hay un concierto en la noche de Pablo Milanesa de Branquisaurio que no se pueden perder, pero no tienen dinero para pagar las entradas. Consideran que hacer para sacar suficientes “piedropesos”, incluyendo el vender a la “pelota”, pero no es viable. Ricardo comenta que si fuera un concierto de Paolo Boti-jón les regalarían los boletos, burlándose de que es un mal cantante o algo así. So, es evidente que están usando parodias de músicos, pero la verdad, ese es un tema del que yo no sé mucho, así que no puedo entender muy bien estas referencias. Aun así, la sangronería y forma en que andan balconeando al otro es perceptible.
Los cuatro amigos trabajan en lo que pueden el resto del día, y consiguen la cantidad requerida. Ya están en el concierto del dichoso Pablo Milanesa (sea quien sea este cuate parodiado), quien presenta a los miembros de su banda (más parodias, disculpen mi ignorancia pero no tengo ni idea de quienes son así que ni caso tiene mencionarlos). También advierte que no se ha inventado el micrófono ni los amplificadores, por lo que los asistentes deben guardar silencio (¿entonces si el publico se quedara callado en los conciertos esas cosas serian totalmente innecesarias? que difícil seria que se respetara así la música para que todos en común acuerdo cierren el pico durante un concierto). Empiezan con su éxito “Corazón de piedra”, que los cuatro alaban, sin dejar de quejarse de un tal Piedrique que no puede cantar tan bien como Milanesa. Tras echarse quien sabe cuantas rolas, Milanesa da un anuncio publicitario y prosigue cantando la horrible canción de “La plaga”, y concluye estrellando su guitarra contra el suelo, quejándose de lo que tiene que hacer para comer (¿hacer esas horribles interpretaciones o aparecer en esta vulgar revista?).
Al día siguiente, los cuatro todavía andan comentando de lo bueno que estuvo el apestoso concierto, y Memín se cansa de tan solo pensar en todo lo que trabajaran para poder asistir. Un hombre llega corriendo, y creen que viene a comunicar de otro concierto, pero dice que es algo peor, lo que ellos reniegan (en gustos se rompen géneros). Sale el amenazante tiranosaurio rex y echan a correr, pero Memín se ataranta, como siempre. Casualmente, el padre de Carlangas conducía por ahí, y el enorme saurio lo pisotea, dejándolo atrapado en el interior de su carcacha. Memín trata de ayudarlo a salir, y Carlangas se regresa al divisarlo. El T-Rex atrapa al negrito entre sus mandíbulas, pero no lo mastica y éste se ve atrapado en el interior de su boca. Ricardo sigue huyendo, Ernestillo vuelve para ayudar a Carlangas, y Trifón huye rodando como pelota.
Memín se aferra la lengua del saurio para no caer a su estomago. Carlangas y Ernestillo acaban de sacar al padre del primero y van siguiendo al suario para ayudar a Memín. Los pensamientos del T-Rex revelan que este desea que inventen los paparazzies para salir en una revista de chismes (no se que es más indignante, que un dinosaurio pueda pensar esas babosadas o que sienta que es noticia botanearse a un negro chaparro). Ahora, Memín se agarra de sus colmillos, tratando de ver como salir de ahí. Los tres amigos y el padre se reúnen, viendo otro coche aplastado en el que esperan que el conductor haya salido bien (pero no lo vemos, así que es de suponer que quedó apachurrado). Piensan que pueden hacer por su amigo y Ricardo sugiere que le quemen las patas, pero le recuerdan que aun no inventan el fuego… ¡Ya basta de hacer chistes con lo que aun no se inventa! Ya está choteadísimo.
Los padres de Ricardo disfrutan de la vida, nadando en su alberca y comiendo emparedados de mastodonte. El T-Rex se aparece, bebiendo el agua de la albarca, lo que Memín aprovecha para escapar y hacer que anda en un tobogán. El saurio se echa al agua para seguirlo, sumergiéndose (¿cómo piensa nadar con los brazos cortos?), y al rato sale, con el negrito de nuevo en el hocico. Memín se agarra de su campanilla y decide usar su “lanza-sacapuntas” para picarle ahí, pero se suelta sin querer y cae de cabeza rumbo al estomago. El T-Rex piensa seguir con sus amigos y ya va a morder a Ricardo, cuando siente algo en su interior, que no es más que Memín, que detuvo su camino y le va clavando el artefacto. Eso provoca que el saurio lo escupa, pero no hay tiempo de celebrar, ya que éste está furioso y se propone aplastarlos a todos. Los persigue y cae por una abertura en la tierra, por la que se hunde, quejándose por no saber que inventaran trampas para dinosaurios y por no tener tiempo de hacer testamento (ya, dejen en paz la dignidad del imponente antiguo reptil). Ernestillo comenta que si existieran los alcaldes, podrían reclamarles por ese descuido del terreno que mucho les sirvió (entonces mejor se hubiera quedado callado ¿no?).

El padre de Carlangas sugiere que vayan al cine para recuperarse del susto (¿así como así? se han salvado de un peligrosísimo T-Rex y enseguida deciden ir al cine como si fuera un incidente típico). Así que van a un cine con un presupuesto tan bajo, que el anunciador también es el que vende boletos y hace de estrella principal. Así que les toca ver “cine en vivo” que presenta una versión de “Caperucita Colorada y el Velociraptor Feroz”, un completo bodrio que no tiene ningún chiste satirico, así que no mencionaré nada del contenido.
La “función” se interrumpe porque ha habido una erupción, y todos en la zona salen corriendo. El desorden es aprovechado por un pteranodon que busca alimento y atrapa a Eufrosina. Memín intenta impedirlo y se cuelga de los pies de su má linda, siendo llevado también. Sus amigos se pusieron a salvo yéndose a otra montaña, y luego Trifón les informa del secuestro de Memín y Eufrosina. Les indica por donde, justo donde están los nidos de los pteranodones, y los tres se dirigen ahí temiendo llegar muy tarde. Mientras escalan la montaña, Ricardo comenta sobre como Romero se le declaró a Patricia, dándole un garrotazo. No viene al caso está absurda alusión acompañada de una escena retrospectiva muy chusca.
Arriba, Memín y Eufrosina se ven confundidos entre los huevos, y cuando éstos se rompen, los aguiluchos los atacan a picotazos. Sus amigos llegan a tiempo, y usando unas ramas, les sellan el pico a las crías y a los padres los agreden con garrotes. Creen haberla librado cuando ven que toda una parvada de pteranodones los atacan, y pronto son transportados por los aires, y no para servir de alimento, sino para arrojarlos al vacío.
Y es esa impresión la que hace despertar a Memín en el camión. Como de costumbre, sus amigos hacen mofa de lo vividos que son sus sueños. Pronto vuelven a la escuela donde los esperan sus padres (¿Por qué los esperan? Si ellos están acostumbrados a volver solos a casa). Eufrosina tarda un poco, acudiendo con botes de pintura que le regalaron, pero no quiere explicarle a Memín para que los necesitarán, y tras despedirse vuelven a casa. Se supone que es tarde, aunque entre lo poco que les duró su visita y el trayecto en el camión…. ¿estuvieron dando vueltas mientras Romero les daba la cátedra o como estuvo la cosa? Como sea, Memín se va a la cama, esperando que la pintura no sea empleada para un trabajo pesado.

Por supuesto, la pintura servirá para perturbar su existencia junto con una chafez de trama más. Ya no una tan mala como ésta, al menos. Quisiera decir que hemos pasado lo peor, pero no lo aseguro. Mientras la revista siga existiendo, tendrá la posibilidad de “superarse” para bien o para mal (más bien sólo para mal).

miércoles, 14 de julio de 2010

Memín Pinguín #404-406


Memín debe cubrir una deuda trabajando como ayudante de peluquero. “Accidentalmente”, cree haber encontrado una cura para la calvicie y sin confirmación alguna, decide promover su “producto milagroso” con ayuda de sus amigos, metiéndose en problemas.

Para variar las cosas, Memín y sus amigos andan jugando béisbol, y el juego está tan aburrido, que el negrito ya se anda durmiendo, pero aun en ese estado, se las arregla para atrapar la bola. Ernestillo le discute que fue pura chiripada, y Memín se pone pesado y presumido, como siempre.

Lo ponen a batear para bajarle los humos, y después de fallar los primeros lanzamientos, logra el tercero, pero rompe una ventana (esto ya está muy choteado, tanto para esta revista, como en cualquier otra cosa, y a estas alturas ya debería quedar claro que no se debe jugar béisbol en lotes baldíos ¡por favor, si están en el D.F! ¿no pueden ir a una chancha de verdad?). Los irresponsables salen corriendo, menos Memín que se queda papando moscas, sin entender nada, hasta que aparece Don Beto, el peluquero, dueño del estableciendo donde cayó la pelota. Memín la pide de vuelta, pero claro que él no se la da, advirtiéndole que debe pagar por el vidrio, y que si no, informará a su madre. Le ofrece al negrito trabajar para él durante el resto del verano. A Memín no le parece un trato muy justo y dice que se lo va a pensar. No pasan muchos cuadros en que lo hace, temiendo que Eufrosina se entere y viendo las ventajas de que él también le entre al negocio y acabe cortándole el cabello a la gente. Entra corriendo a la peluquería, sobresaltando a Don Beto, que casi corta lo que no debe al cliente del que se encargaba. Viendo que el negrito acepta el trato, lo pone a barrar los cabellos en el piso, y él se queja ya que quería hacer lo mismo que él, haciéndole ver que se necesita mucha practica para ello. Memín importuna al siguiente cliente, esperando recibir una propina, ya que al parecer, no entiende que no se le paga de ese modo a los “chicharos” (termino que el mismo cliente ahí indica que así se les dice a los ayudantes de peluqueros). Para ser alguien a quien le acaban de romper un vidrio que da mala imagen a su local, Don Beto se la pasa molestando a Memín haciéndolo malas bromas a su costa, como el típico adulto relajado, y todavía lo deja a cargo de la peluquería mientras se va a recoger unas tijeras que mandó afilar. En verdad a este hombre no le preocupa mucho su negocio.

Memín se pone cómodo en la silla, cuando llegan sus amigos. Carlangas grita su nombre y lo hace saltar de la silla, y dar vueltas en la hélice del ventilador del techo, y todavía cae encima del tocador, derribando varias botellas. Al parecer, sus amigos nunca han pisado una peluquería, curioseando el lugar, y poco a poco les cae el veinte de lo que Memín hace ahí. Viendo que él anda bien asentado y no hay más repercusiones por romper el vidrio, ellos se van a gozar de las vacaciones, pero Memín les suplica que se queden para hacerle compañía. Ofrece hacerle un corte de cabello gratis a Ricardo y se apresura a sentarlo, asegurando que ha aprendido mucho del oficio en sus…. ¿treinta minutos de trabajo? Estúpidamente, Ricardo acepta, quedando a merced de sus tijeras, y Memín le hace un pésimo corte moderno. Enojado, lo persigue y le arroja una taza, que rompe un espejo. Los otros se burlan de que va a deber mucho más, pero Memín halla fácil con sólo barrer los vidrios para no dejar evidencia y que Don Beto crea que el espejo desapareció y ya. Carlangas y Ernestillo toman al encolerizado Ricardo y lo sacan de ahí, dejando al sinvergüenza quejándose de que son unos ingratos, y vuelve a ponerse a barrer como si nada. Llega otro cliente, decepcionado al no encontrar a Don Beto, pero Memín se pone insistente en que él puede atenderlo, y se lo permite. El hombre está casi calvo, así que no tiene mucho cabello y no veo porque pierde el tiempo en una peluquería ya que estando así, con cualquiera que le haga el favor bastaría. Memín lo despoja del cabello que le quedaba, y el hombre se enfurece, exigiéndole que se lo devuelva. Memín no sabe que hacer, pero se le prende el foco y se pone a mezclar las botellas que encuentra, produciendo una mezcla que echa sobre su cabeza, provocándole ardores. Después de que le echa agua, el hombre se marcha furioso, advirtiéndole que si no le ha crecido para mañana, lo pagará (y por supuesto que no le paga por el servicio). Carlangas regresa a saludar a su amigo, hallándolo consternado por lo que hizo y lo que le harán, además de que no tendrá descanso para terminar de pagarle a Don Beto (¿apenas empezó y ya se está quejando?). Carlangas lo anima a que tome un descanso y salen de ahí, olvidando que le dejaron encargado la peluquería y que sólo Don Beto le diría cuando acaba la jornada. Memín divisa a un hombre idéntico al que dejó rapado, luciendo una lustrosa cabellera, y hace una deducción lógica. Arrastrando consigo a Carlangas, sigue al hombre, nomás para verlo de cerca, ni le dirige la palabra. Carlangas se exaspera, no entendiendo lo que Memín quiere decir, y él se echa todo un choro para indicar que ha inventado una cura milagrosa para hacer crecer el cabello rápidamente y ese tipo es la prueba viviente de ello. Carlangas no le cree nada y amenaza con golpearlo, pero Memín se compromete a hacerle una demostración y busca a Ricardo, a quien ya se le pasó el coraje por su mal corte y lo saluda como si nada. Memín lo lleva de nuevo a la peluquería, y antes de que Carlangas pueda impedirlo (y porque Ricardo es un idiota), termina de raparlo. Ricardo se enoja y lloriquea por lo feo que se ve ahora, y al intervenir Carlangas, discuten y se pelean.
Memín es golpeado por ambos al tratar de detenerlos, pero pronto se repone y empieza con la mezcladera de botellas, esperando obtener el mismo resultado con la “formula mágica”: Se la echa a Ricardo en la cabeza, que brinca de lo mucho que le arde y se le aplaca al sumergirla en el agua, pero no tiene nada de cabello. Se queja de que quedará calvo por el resto de su vida (le cortaron el cabello, no se le cayó, así que volverá a crecer, que imbécil).
Llega Ernestillo y Memín se le ocurre utilizarlo para lo que sigue. Para entonces, Don Beto ha llegado, y encuentra los desperfectos en su local, pero los cuatro se escapan. Van hasta la casa de Ricardo y como Ernestillo es muy listo, Memín lo pone a cargo de analizar su formula para volverla a preparar. En las primarias el plan de estudios incluye química muy básica, pero lo que hizo no es gran ciencia, así que Ernestillo ayuda, poniéndose bata y lentes para darse seriedad, mientras el tonto de Ricardo sigue llorando por su cabello perdido. Ernestillo termina de prepararla, y Memín le da un toque final acercándole un cerillo, provocando una explosión de gas. Todos sobreviven, incluyendo Memín, por desgracia, que acabó debajo de la cama. Lo sacan de ahí y los tres lo golpean, repitiendo por tercera vez el caricaturesco (y muy fuera de lugar en esta revista) efecto de la nubecita de humo.
A pesar de los guamazos, Memín se reanima, señalando un único cabello en la cabeza de Ricardo, que indica que su formula funciona, aunque con ese efecto retardado, él cree que lo recuperara en mil años (¡que el cabello cortado vuelve a crecer, tarado!). Memín decide usar la formula para hacerse millonario, y solicita la asistencia de todos sus amigos, que le cuestionan la falta de evidencias sobre su efectividad. Memín está confiado en que sirve a la perfección (o más bien, está cegado por la avaricia). Ricardo da su consentimiento por no tener nada que perder y los demás acceden. Van a la carpintería para fabricar lo que necesitarán, construyendo con trabajo, uno de esos puestos ambulantes de exhibición, con cortinas y todo. Ricardo advierte que no le ha salido más cabello, pero Memín no hace caso y sigue necio con su absurdo proyecto. Les dice que no se fijen en los detalles y se instalan en una feria local. Ahí, se encuentra el tipo al que dejó calvo, junto con su hermano gemelo, que es el de la cabellera, así que de inmediato nos queda clara la confusión de Memín. Ellos son carteristas abusados, y escuchan a Ernestillo pregonando sobre el producto milagroso para hacer crecer el cabello del “Doctor Pinguín”.
Memín se hace el importante, no atendiendo las primeras tres llamadas de Ernestillo, arreglando su atuendo elegante, creyendo que el público lo aclama (¿por qué deberían si no lo conocen?) cuando en realidad se están quejando de que los hagan esperar.
A Carlangas le dan de tomatazos y obliga a Memín a salir, echándolo de cabeza. El negrito se recupera y empieza a presumir de su maravilloso producto, con puros cuentos chinos. Manda llamar a Ricardo, presentándolo como un niño enfermo de calvicie por desobedecer a sus padres o algo así, exagerando mucho todo. Le echa la sustancia en la cabeza, y lo pone detrás de las cortinas, ya que ese producto sólo funciona en la oscuridad (¿alguien dijo fraude?).
Sus amigos le ponen una peluca perteneciente a su madre (¿por qué Mercedes necesita peluca? no es tan vieja) y así vuelve a salir, logrando que el publico se trague sus patrañas y le compren en montón sus botellitas con la inútil sustancia mezclada. Muy bien, esto es oficialmente un caso de estafa.
Memín presume de su triunfo, y todavía le dice a Ricardo que su cabello puede tardar días, meses o años en volver a crecer, orillándolo a que lo estrangule. Sus amigos se retiran y Memín se ve en el espejo, admirándose por lucir como un magnate (no lo creo, si fuera magnate se haría cirugía plástica), y un par de manos lo atrapan. Sus amigos se cansan de su tardanza y descubren que ha desaparecido, así como el dinero y las botellas que quedaban. Suponen que se ha robado todo para no compartir con nadie, pero comprenden que él solo no pudo llevarse tanto, así que debió haber sido secuestrado. Después de alegar mucho innecesariamente, divisan a los dos pillos llevándose a Memín (pero no los veo cargar ni las botellas ni el dinero ¿dónde quedó eso?) y lo persiguen. Los pillos llevan a Memín a su vecindario, mostrándose como delincuentes tan respetables, que hasta saludan amablemente a los vecinos. Lo introducen a su hogar, admitiendo que no quieren el dinero, sino el secreto de la formula. El calvo amenaza a Memín con soltar la sopa, pero él admite que no sabe ni que puso en ésta (¿no la reprodujo una vez?). Sus amigos ya están viendo afuera, creyendo que lo torturan sobrealimentándolo, pero parece que en realidad los criminales estaban siendo hospitalarios. Luego, encierran a Memín en un cuarto del que no dejaran salir hasta que recuerde la formula.
Mientras tanto, Don Beto busca información sobre el paradero de los vándalos, y los que se la proporcionan en la feria, parecen estar de acuerdo en pedirle a cambio que les compre algo de lo que venden, haciendo que el señor se queje de que es una “mafia”. Sus amigos buscan policías que acudan en auxilio de Memín, quien ya se pone a trabajar, combinando sustancias. Don Beto se topa con los tres, y ellos echan a correr, siguiendo una absurda persecución, que hace que el peluquero choque con un policía. En compañía de éste, dan alcance a los muchachos, y tratan de explicarse, cuando escuchan una fuerte explosión. Los dos maleantes salen, pidiendo ayuda al policía, pero éste los reconoce como los carteristas del parque, y los arresta de inmediato. Memín sale muy campante, admitiendo haber causado la explosión (y ni le llaman la atención), y por fin confronta a Don Beto. Asegura tener dinero para pagarle gracias a su formula, pero el peluquero la revisa, aclarando que no es mas que agua con alcohol y perfume, y no hay modo de que hagan crecer el cabello.
Así que ni modo, tendrá que seguirle trabajando, y nomás pasa un mes para que liquide la deuda, al mismo tiempo que Ricardo ha recuperado su cabello, un cuadro después de otro en que otra vez se queja sobre quedar calvo de por vida (en serio que alguien debería explicarle a este mocoso que eso no era posible). Don Beto libera a Memín, que aunque se queja de que lo explotaron, siente que ha aprendido lo suficiente para hacerle cortes de cabello elegantes a Eufrosina (no hay modo de cortar el extraño cabello de esa mujer). Memín pide que le deje llevarse una revista, ya que no le va a pagar con dinero, y Don Beto acepta. Se supone que es una revista científica, que a Memín interesa únicamente por una ilustración impresionante de un dinosaurio y aprovechar la información porque al volver a clases tocaran temas relativos. Don Beto le ofrece aun más revistas y Memín vuelve muy contento a casa con buen material de aprendizaje.

Los lectores son los únicos que aprenderán, que esto es un indicio de una de las peores tramas entre las peores tramas que en si conforman toda esta nueva época de Memín. En serio, se viene una de las peores porquerías. Ya verán lo que digo.

sábado, 10 de julio de 2010

Memín Pinguín #401-403


Memín y sus amigos junto con sus padres pasan las vacaciones en Chachalacas, dejando solo al señor Vargas realizando un trabajo, que le ocasionará retomar temporalmente su vicio del alcohol.

Ricardo llega su casa después de dejar a Memín en la suya, justo a tiempo para despedir al señor Arcaraz que se va a trabajar (el argumentista describe con que cariño se despide de su hijo, algo muy innecesario ya que los lectores pueden apreciarlo en el cuadro, no estamos ciegos). Antes de irse le da indicaciones a Jaime, el chofer, que repite a Ricardo sobre informar a sus amigos y a sus padres que vengan a la casa a cierta hora. Ricardo está intrigado e inquiere a Mercedes que se traen, pero ella alega que no le comentaron nada (no es verdad, en el numero anterior todo indica que lo sabia ¿Por qué tanta discreción? Ush). Cuando Ricardo les informa, Memín ya piensa que van a regañarlos por algo y expone su intención de esconder la tabla de Eufrosina por precaución (no hace falta, está claro que ella ya nunca le va a pegar con eso por las nuevas “políticas”). Pasamos a la reunión, en la que el señor Arcaraz solicita los servicios del señor Vargas para fabricarle un nuevo escritorio en su despacho. Memín opina que se ha vuelto loco si invita a todos nomás para eso, pero luego dice que para que el hombre trabaje en paz, los demás se irán a Chachalacas a pasar las vacaciones mientras tanto (muy bonito, dejan al señor trabajando mientras ellos disfrutan, tendrá que pagarle demasiado por ese servicio). Todos aceptan la invitación, aunque Ernestillo pensaba quedarse a ayudarle, pero Juan ya tiene en mente a otro joven que conoció hace poco y podrá desempeñar la labor.

Sus amigos lo animan a que acepte esa separación temporal y al cuadro siguiente ya es el día de partida. Memín batalla para alistarse, y Eufrosina lo encamina bruscamente. Ernestillo se despide de Juan, y en breve ya anda en el auto con los demás en la carretera, aguantando la gorronería de Memín.
Juan está preparando sus herramientas, cuando llega su nuevo ayudante, Gerardo, que se le ha hecho tarde y encima pide que le de desayunar y admite haberse olvidado de sus propias herramientas. Ocultando su decepción ante su actitud tan poco emprendedora, marchan a la casa Arcaraz donde sólo va a estar Jaime para supervisar todo. Gerardo revela de inmediato sus tendencias alcohólicas tomando de su botella de tequila a cada rato.
En Chachalacas, los chicos y sus padres se ponen a jugar volleyball playero y Memín trata de lucirse con sus gafas oscuras, que le hacen confundir a Eufrosina con la pelota. Ernestillo anda apartado, sintiéndose solo sin su padre y recordando a su madre fallecida (¡supéralo ya, mocoso!). Memín llama su atención lanzándole un pelotazo a la cabeza, y se incorpora al juego. El negrito acaba recibiendo un golpe en plena cara y se desmaya. Sus amigos andan titubeando en cuanto a darle respiración de boca a boca, pero él sólo fingía y Eufrosina se dispone a darle de nalgadas por hacerse el chistoso.
El señor Vargas sigue trabajando, y junto con Jaime, no tardan en descubrir a Gerardo bien briago y paseándose como si estuviera en su casa. Jaime intenta esculcarlo y Juan le arrebata la botella, y el joven reacciona violentamente, aunque es derribado de un golpe. Confirmando que no robó nada, pero que igual no hay modo de que sea un buen ayudante, y lo corren de ahí. Juan se disculpa y toma la responsabilidad de hacer todo él solo.
Volviendo a la playa de Chachalacas, Memín sugiere meterse en el mar, y sus amigos se burlan, recordándole de cuando estaban en la piscina de los Arcaraz. Por cierto, que hacen mención del incidente del temblor, un hecho apenas memorable por ocurrir durante una sucesión de eventos muy aburridos en la revista, pero que bueno que por esta vez, el argumentista empieza a leer números pasados. Memín le hace el tonto echándose un clavado en marea baja que le amerita estrellarse la cabeza, para después ahora si meterse y quedar a merced de un tiburón. Pero no era un escualo, sino un salvavidas con aleta de tiburón que puso algún bromista.
Sus amigos se meten al agua ya sin temor y dejan al negrito tomando el sol. Más tarde, los adultos contemplan después subirse al “parachute”, pero antes los niños se trepan en la banana. Ernestillo se pregunta como le irá a su padre, y en el cuadro siguiente, nos transportan ahí.
Juan sigue dedicado a su labor, con Jaime supervisándolo pero sin poder ayudarle ya que la carpintería no es lo suyo. Viendo la botella de tequila que dejó Gerardo, distraídamente toma un trago de ésta. Mal augurio.

De nuevo en la playa, los adultos se suben al “parachute”, y al menos el ingeniero Arozamena e Isabel encuentran la experiencia fascinante (si, ya entendimos, debe ser estupendo subirse a uno de esos, pero no se lo restrieguen en la cara a los lectores, en especial quienes estamos lejos de las playas donde los tienen), mientras Eufrosina reza compulsivamente a la Virgen por creerlo muy peligroso.
Juan da de cuenta con la botella y se apresura a ir a comprarse otra, dejando a Jaime sospechando que algo anda mal con él. Más tarde, el chofer encuentra al carpintero teniendo alucinaciones y descubre la botella del licor responsable. Juan pierde la conciencia y su mente se remonta al pasado, abriendo paso a una retrospectiva que no tiene mucho lugar en este trama, pero es un modo en puede verse como conoció y enamoró a Lupita (mencionada, mas nunca se había mostrado físicamente en la revista en la época de Doña Yolanda y Don Sixto). No es una historia muy interesante que digamos, así que la resumiré rápidamente. Juan la conoce surtiendo en una frutería, empiezan a salir, lo invitan a la casa, le regala una mascada (que mencionaba durante el incidente pasado de los aretes de Eufrosina), y aparentemente, se gana su corazón fabricándole una mesa que reemplaza la que se rompió cuando lo invitaron, para compensar su falta de habilidad en otras cosas.
Ernestillo intenta llamar para saber de su padre, y Jaime tiene que inventarse una excusa para que no sepa que anda borracho. Finalmente, Juan recobra la conciencia y excusa como volvió a la bebida por extrañar a su esposa, ya que nada es más efectivo para recordarla, ni siquiera la dichosa mascada, que siempre lleva consigo y hasta se le enseña. Ernestillo llama otra vez, y ahora Juan si está en condiciones de contestarle. Memín le arrebata el teléfono a su amigo para saludar a su padre y se agarra comentando puras tonterías que desconciertan al señor Vargas. Carlangas le devuelve el auricular a su amigo y padre e hijo siguen hablando, recordando a su querida Lupita (de lo que no se quieren acordar es de que murió, un misterio…). Más tarde, Ernestillo ve a los adultos brindando con alcohol, acordándose de cuando su padre se embriagaba, confiando en que eso ya se acabó hace mucho (y así debería ser, pero este argumentista no quiso).
Disculpándose de nuevo, Juan vuelve a su casa, comprometiéndose con Jaime a llegar temprano al día siguiente y compensar su falta de labores por andar tomando. En el camino, aparecen Gerardo y un amigo, que lo agreden para robarle y así poder seguirle dando al chupe. La llegada de la policía los hace huir, y Juan agradece que no se robaron su mascada, pero igual va con ellos para denunciarlos ya que tomaron el dinero que le había dado el señor Alcaraz para materiales. Ernestillo quería llamarle otra vez, pero sus amigos lo convencen de que ya ha llamado mucho, y desiste. Al rato, ya han llamado al señor Arcaraz para informar del robo y tranquilizar a Ernestillo, quien supone que su corazonada era cierta, aunque no se queja de sus amigos por haberlo tomado a la ligera.
Gerardo y su amigo son arrestados, irónicamente, por beber en una zona donde no está permitido, y la policía llama a Juan para identificarlos. Gerardo suplica que les ayude, pero nones, ahí se quedan. De nuevo, informan de todo al señor Arcaraz, y los cuatro amigos y sus progenitores siguen disfrutando de las vacaciones, a pesar de que él no se guardó lo de que Juan cayó en el vicio otra vez.
Jaime es autorizado para abrir la caja fuerte y sacar más dinero que ayude a Juan a trabajar, y pronto queda terminado el escritorio, que es alabado por el señor Arcaraz en cuando regresan.

Tras recibir la aprobación de su obra, Juan se despide, dirigiéndose a una junta de Alcohólicos Anónimos, seguido de una escena reconciliadora con Ernestillo, decepcionado, pero orgulloso a la vez porque al fin consiguiera ayuda (pura excusa de promoción para este tipo de asociaciones, en verdad que la ultima vez que el señor Vargas renunció a la bebida, fue muy convincente y concluyente). La escena hace llorar a Memín y decir que es más triste que cierta telenovela de las 8 (¿Cuál? Sepa, cualquiera que haya estado en ese entonces o en el momento en que uno adquiera este ejemplar, como sea, es otra promoción descarada).

Una trama muy aburrida de Memín, pero al menos un poco más consistente que otras que habían estado utilizando, lo que es una pequeña mejoría.