Después de una visita al museo de historia natural, Memín sueña con una existencia que resulta ser una muy mala copia al carbón de Los Picapiedra.
Sobre aviso no hay engaño. Esta es oficialmente la peor trama que de Memín que se ha hecho. Es tan mala, que la revista debió haber sido cancelando inmediatamente después de presentarla (pero en vez de eso siguió saliendo para seguir sacando más tramas estúpidas, sólo que ninguna le llega a ésta a los talones en cuando a lo peor de lo peor).
El gran descenso inicia con otro día de clases normal, en el que el maestro Romero empieza a hablarles de la prehistoria. Les cuenta de los hombres de las cavernas y como descendemos de éstos (hm, creo que eso es pura teoría y deberían mencionarlo como tal, no tomarlo como un “hecho”, por algo los cristianos andan tan ofendidos con las escuelitas que dan estas lecciones de “información errónea”). Romero aporta el dato de que estos no convivieron con los dinosaurios como muchos piensan, pero antes de explicarles, se le ocurre algo, y va con el director para hacerle una propuesta. Memín y sus amigos lo siguen para espiar, pero no alcanzan a oír nada y se regresan. Romero vuelve, informando que al día siguiente irán de excursión a un museo (¿interrumpe su clase para hablar sobre ello con el director así nomás? debería haberse esperado al recreo o pensarlo antes de iniciar la clase, parece que las facultades de Romero como educador ya son muy cuestionables si anda improvisando de esa manera).
Memín y sus amigos celebran el cambio de ambiente, aunque el negrito no deja de quejarse de que igual quieren hacerlos ir a primera hora. Un cuadro después, los mocosos abordan el camión y hasta les presentan al chofer (que no hace nada relevante, por lo que no viene al caso). Se extrañan de que Romero trae consigo a su hijo pequeño, pero luego que el indiscreto Memín le pregunta, aclara que es porque Patricia no puede hacerse cargo por cuidar a su madre enferma (una escena hacia las dos mujeres y lo que dice el narrador revela que más bien es para evitar que el niño se contagie). En la bajada del camión, se translucen los pensamientos de Romero sobre lo inquieto que es Memín (algo que desde cuando debió pensar, a estas alturas suena muy tonto).
La visita comienza y Memín confunde a un mamut con un dinosaurio, creyendo que Romero se equivocó sobre que no convivan con los cavernarios, pero sus amigos le explican la diferencia. En vez de avergonzarse, se va a mirar a los esqueletos de dinosaurios, tratando de leer el nombre de uno de dimedotron sin éxito. Sus amigos lo ignoran y señalan una estatua de megaterio, el antepasado del oso, comentando que seguro Memín lo confundiría con un oso panda y se ríen (¿cuál es la gracia?). Memín decide montarse en un esqueleto de brontosauro, y al llegar hasta el cuello, la altura lo marea y no puede bajarse. El encargado del museo lo descubre y exige que se aleje de ahí, alertando a Romero y a sus compañeros.
El maestro deja al niño en el suelo (¿no debería dejarlo encargado a uno de sus alumnos?), y convence a Memín de soltarlo para cacharlo en el aire, dejándolo caer al percatarse de la desaparición de Bubis. Sus alumnos ni se fijaron cuando se movió, y Carlangas lo divisa trepándose en un esqueleto de estegosaurio. El encargado regaña a Romero, pero él no le hace caso y busca una escalera para bajarlo. Bubis se cae y lo atrapa, dejando en brazos de Ricardo mientras sufre una recaída por tantas emociones (ay por favor, ni que estuviera tan viejo o tuviese condición débil, en serio que Romero se ha vuelto un pelele). El encargado quiere que pague los daños y Romero replica que no ha habido ninguno, justo cuando se caen los dos esqueletos. Con todo, el maestro recupera su seguridad y confianza, alegando que estaban mal armados y no es culpa suya, logrando que el encargado acepte que contrató a gente poco calificada, así que lo único que puede hacer es correrlos. Memín cree que bromea pero su cara de enojo lo convence. Decepcionados por no haber visto suficiente, los chicos vuelven al camión, y de pronto al negrito se le ocurre bajar rápido a preguntarle al encargado cuando habrán reconstruido los esqueletos para otra visita, pero se acuerda de su rabia, y lo deja así (creo que la intimidación fue evidente en la pagina anterior, esto es muy innecesario). Romero trata de seguirles contando sobre lo que les faltó ver, replanteando otra vez eso de que no hubo convivencia de cavernarios y dinosaurios, y Memín va quedándose dormido, teniendo uno de sus locos sueños típicos. Y es en este punto en el que todo esto se va por el caño…
Memín se imagina en lo que él considera “época de las cavernas”, y todos andan vestidos como en Los Picapiedra. Va rumbo a la escuela y le pregunta la hora a Trifón, que le recuerda que aun no se inventan los relojes, y el conductor del camión de la escuela que anda cerca, se la dice, señalando al sol, en el que está marcando un reloj. Esto ya es muy caricaturesco para un sueño y no es muy conveniente que la gente sepa la hora viendo directamente al sol, por las consecuencias de ceguera por la exposición a su intensa luz y eso. En fin, al preguntarle por su profesión, el conductor dice que ya dejó el camión porque se le “ponchó” una llanta, mostrando un camión de madera con ruedas de piedra y una casi desgastada. Los amigos de Memín se acercan (sólo Ricardo se ve distinto por usar una corbata junto con la vestimenta típica de cavernícola), y Ernestillo le recuerda la tarea de matemáticas. Memín excusa que no le hace falta si en esa época poco tienen para contar, pero demuestra su ignorancia al no poder ni contar su total de amigos. Carlangas le recuerda que debe hacerlo para que Eufrosina deje de trabajar.
Y cambia la escena para ponerla desempeñando su labor como lavandera de pieles. La mujer es una experta al parecer, suponiendo más fácil de lavar la piel de mamut que la del tintanoterio, y en eso llega Don Venancio para encargarle lavarle una piel que ella supone es la que lleva puesta y andará mostrando sus vergüenzas mientras tanto, pero él aclara que es una tiene en su casa. Como que trataban de hacer un chiste aquí, pero no les salió. Que bueno ver que aun se acuerden del español, aunque lo limiten a esta escena en que no dijo ninguna de sus típicas frases salidas de estereotipo.
Memín se queja de los útiles de piedra que deben llevar, deseando que inventen los cuadernos. Rogelio y Mercedes van con el padre de Ernestillo transportando el material de roca para que acabe de construirles la sala que le encargaron. Le pegan con un espejo, pero éste replica que es mucho dinero y lo estrellan en el piso para así sacar la feria (los pedazos de espejo se conocen como “piedropesos” y es la moneda de esta realidad mafufa). Escuchan unos gritos angustiados de una mujer a la que se le escapó su “gatito”, un tigre dientes de sable que anda queriendo comerse a la gente, pero un “veterinario prehistórico” lo captura con una red, alegando que así lo hace para llevar fieras al antirrábico. Ella exige su “gato” de vuelta, y como éste le pregunta si está vacunado, dice que eso aun no se inventa (contradiciendo el cuadro anterior, y en la misma página, tsk tsk) y se lo arrebata, porque solo con su “Micifus” se siente segura.
Tras estás tonterías, volvemos con Memín y sus amigos en clase con Romero, que iba a hablarles de historia, pero le recuerdan que están en la “prehistoria”, así que no tienen tema. Memín sugiere que hablen mal del director, y sus amigos lo ven feo por sangrón. Una página dedicada al director que no entiende porque a la gente le cae mal, para inmediatamente regañar a un niño que entró a su oficina a pedirle dulces (¿no deberían salir con otro chistecito de que los dulces aun no se inventan?). Todo esto no vino al caso y a nadie le importa este director que ni se parece al original.
En el recreo, los cuatro amigos quieren jugar a la pelota, pero como eso aun no se inventa, no ven que hacer. Al acercarse Trifón, Memín sugiere que lo usen de pelota, y en vez de regañarlo (bueno, es un sueño del chaparro a fin de cuentas), sus amigos aprueban su idea y lo convencen de “jugar” con ellos. Así, agarran al pobre gordito a patadas y haciéndolo dar vueltas sobre si mismo. De pronto, Ricardo les recuerda que hay un concierto en la noche de Pablo Milanesa de Branquisaurio que no se pueden perder, pero no tienen dinero para pagar las entradas. Consideran que hacer para sacar suficientes “piedropesos”, incluyendo el vender a la “pelota”, pero no es viable. Ricardo comenta que si fuera un concierto de Paolo Boti-jón les regalarían los boletos, burlándose de que es un mal cantante o algo así. So, es evidente que están usando parodias de músicos, pero la verdad, ese es un tema del que yo no sé mucho, así que no puedo entender muy bien estas referencias. Aun así, la sangronería y forma en que andan balconeando al otro es perceptible.
Los cuatro amigos trabajan en lo que pueden el resto del día, y consiguen la cantidad requerida. Ya están en el concierto del dichoso Pablo Milanesa (sea quien sea este cuate parodiado), quien presenta a los miembros de su banda (más parodias, disculpen mi ignorancia pero no tengo ni idea de quienes son así que ni caso tiene mencionarlos). También advierte que no se ha inventado el micrófono ni los amplificadores, por lo que los asistentes deben guardar silencio (¿entonces si el publico se quedara callado en los conciertos esas cosas serian totalmente innecesarias? que difícil seria que se respetara así la música para que todos en común acuerdo cierren el pico durante un concierto). Empiezan con su éxito “Corazón de piedra”, que los cuatro alaban, sin dejar de quejarse de un tal Piedrique que no puede cantar tan bien como Milanesa. Tras echarse quien sabe cuantas rolas, Milanesa da un anuncio publicitario y prosigue cantando la horrible canción de “La plaga”, y concluye estrellando su guitarra contra el suelo, quejándose de lo que tiene que hacer para comer (¿hacer esas horribles interpretaciones o aparecer en esta vulgar revista?).
Al día siguiente, los cuatro todavía andan comentando de lo bueno que estuvo el apestoso concierto, y Memín se cansa de tan solo pensar en todo lo que trabajaran para poder asistir. Un hombre llega corriendo, y creen que viene a comunicar de otro concierto, pero dice que es algo peor, lo que ellos reniegan (en gustos se rompen géneros). Sale el amenazante tiranosaurio rex y echan a correr, pero Memín se ataranta, como siempre. Casualmente, el padre de Carlangas conducía por ahí, y el enorme saurio lo pisotea, dejándolo atrapado en el interior de su carcacha. Memín trata de ayudarlo a salir, y Carlangas se regresa al divisarlo. El T-Rex atrapa al negrito entre sus mandíbulas, pero no lo mastica y éste se ve atrapado en el interior de su boca. Ricardo sigue huyendo, Ernestillo vuelve para ayudar a Carlangas, y Trifón huye rodando como pelota.
Memín se aferra la lengua del saurio para no caer a su estomago. Carlangas y Ernestillo acaban de sacar al padre del primero y van siguiendo al suario para ayudar a Memín. Los pensamientos del T-Rex revelan que este desea que inventen los paparazzies para salir en una revista de chismes (no se que es más indignante, que un dinosaurio pueda pensar esas babosadas o que sienta que es noticia botanearse a un negro chaparro). Ahora, Memín se agarra de sus colmillos, tratando de ver como salir de ahí. Los tres amigos y el padre se reúnen, viendo otro coche aplastado en el que esperan que el conductor haya salido bien (pero no lo vemos, así que es de suponer que quedó apachurrado). Piensan que pueden hacer por su amigo y Ricardo sugiere que le quemen las patas, pero le recuerdan que aun no inventan el fuego… ¡Ya basta de hacer chistes con lo que aun no se inventa! Ya está choteadísimo.
Los padres de Ricardo disfrutan de la vida, nadando en su alberca y comiendo emparedados de mastodonte. El T-Rex se aparece, bebiendo el agua de la albarca, lo que Memín aprovecha para escapar y hacer que anda en un tobogán. El saurio se echa al agua para seguirlo, sumergiéndose (¿cómo piensa nadar con los brazos cortos?), y al rato sale, con el negrito de nuevo en el hocico. Memín se agarra de su campanilla y decide usar su “lanza-sacapuntas” para picarle ahí, pero se suelta sin querer y cae de cabeza rumbo al estomago. El T-Rex piensa seguir con sus amigos y ya va a morder a Ricardo, cuando siente algo en su interior, que no es más que Memín, que detuvo su camino y le va clavando el artefacto. Eso provoca que el saurio lo escupa, pero no hay tiempo de celebrar, ya que éste está furioso y se propone aplastarlos a todos. Los persigue y cae por una abertura en la tierra, por la que se hunde, quejándose por no saber que inventaran trampas para dinosaurios y por no tener tiempo de hacer testamento (ya, dejen en paz la dignidad del imponente antiguo reptil). Ernestillo comenta que si existieran los alcaldes, podrían reclamarles por ese descuido del terreno que mucho les sirvió (entonces mejor se hubiera quedado callado ¿no?).
El padre de Carlangas sugiere que vayan al cine para recuperarse del susto (¿así como así? se han salvado de un peligrosísimo T-Rex y enseguida deciden ir al cine como si fuera un incidente típico). Así que van a un cine con un presupuesto tan bajo, que el anunciador también es el que vende boletos y hace de estrella principal. Así que les toca ver “cine en vivo” que presenta una versión de “Caperucita Colorada y el Velociraptor Feroz”, un completo bodrio que no tiene ningún chiste satirico, así que no mencionaré nada del contenido.
La “función” se interrumpe porque ha habido una erupción, y todos en la zona salen corriendo. El desorden es aprovechado por un pteranodon que busca alimento y atrapa a Eufrosina. Memín intenta impedirlo y se cuelga de los pies de su má linda, siendo llevado también. Sus amigos se pusieron a salvo yéndose a otra montaña, y luego Trifón les informa del secuestro de Memín y Eufrosina. Les indica por donde, justo donde están los nidos de los pteranodones, y los tres se dirigen ahí temiendo llegar muy tarde. Mientras escalan la montaña, Ricardo comenta sobre como Romero se le declaró a Patricia, dándole un garrotazo. No viene al caso está absurda alusión acompañada de una escena retrospectiva muy chusca.
Arriba, Memín y Eufrosina se ven confundidos entre los huevos, y cuando éstos se rompen, los aguiluchos los atacan a picotazos. Sus amigos llegan a tiempo, y usando unas ramas, les sellan el pico a las crías y a los padres los agreden con garrotes. Creen haberla librado cuando ven que toda una parvada de pteranodones los atacan, y pronto son transportados por los aires, y no para servir de alimento, sino para arrojarlos al vacío.
Y es esa impresión la que hace despertar a Memín en el camión. Como de costumbre, sus amigos hacen mofa de lo vividos que son sus sueños. Pronto vuelven a la escuela donde los esperan sus padres (¿Por qué los esperan? Si ellos están acostumbrados a volver solos a casa). Eufrosina tarda un poco, acudiendo con botes de pintura que le regalaron, pero no quiere explicarle a Memín para que los necesitarán, y tras despedirse vuelven a casa. Se supone que es tarde, aunque entre lo poco que les duró su visita y el trayecto en el camión…. ¿estuvieron dando vueltas mientras Romero les daba la cátedra o como estuvo la cosa? Como sea, Memín se va a la cama, esperando que la pintura no sea empleada para un trabajo pesado.
Por supuesto, la pintura servirá para perturbar su existencia junto con una chafez de trama más. Ya no una tan mala como ésta, al menos. Quisiera decir que hemos pasado lo peor, pero no lo aseguro. Mientras la revista siga existiendo, tendrá la posibilidad de “superarse” para bien o para mal (más bien sólo para mal).